1. Tercer Misterio de dolor
L Coronación de Espinas
a
Los soldados romanos tejen una corona de espinas
y se la imponen a Cristo burlándose de su condición de rey
y exigiéndole que haga prodigios para impresionarlos.
En la Pasión de Cristo, en medio de los sufrimientos y las humillaciones, 2:16).
Si nos sometemos con Cristo a la voluntad del Padre, si aceptamos
de modo paradójico, no sólo descubrimos el amor extremo que Dios nuestra corona de espinas, aunque parezca increíble, volvemos a reinar
nos tiene, sino también el sentido mismo de nuestra grandeza como en libertad. Porque aunque Jesús es escarnecido y lleva la corona del
hijos de Dios: «¡Aquí tenéis al hombre!». En efecto, el Mesías no sólo sufrimiento, es precisamente en la burla que emerge la verdad de que
nos muestra a Dios que se humilla por amor a nosotros, sino también Él es rey y de que para eso ha venido a este mundo. Cristo nos invita
al hombre perfecto que, siendo obediente y fiel a la voluntad del Padre, a compartir su realeza y su sacerdocio. Esa realeza y dominio de todas
es imagen y se hace semejanza perfecta de Dios, la fuente de su vida. las cosas está fundada, no en la fuerza ni en la afirmación propia, sino
en el amor a Dios por sobre todas las cosas, aún la propia vida.
La Palabra de Verdad, Jesucristo, nos hace libres de toda tiranía
y sometimiento al mal (cf. Jn 8:32), mostrándonos en su Pasión y (cf. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ §22; CCC 377; Joseph
Resurrección que nuestra libertad y felicidad no pueden sino venir de Ratzinger, Via Crucis 2005)
Dios, cuya voluntad debemos seguir en nuestra vida, incluso a pesar
de todo y contra todo. Cuando aceptamos con confianza y humildad,
en la obediencia de la fe, la ley de Dios y los caminos que nos traza el
Padre, ganamos de nuevo el dominio de nosotros mismos y el dominio
del mundo, que Dios había dado al hombre desde el comienzo. Porque
en el principio, el hombre fue creado un ser íntegro y ordenado en
todo, libre de la triple concupiscencia que nos somete, después del
pecado de desobediencia de nuestros primeros padres, a los placeres
de los sentidos, al deseo desordenado de los bienes terrenos y a la
afirmación de sí contra los imperativos de la razón y de Dios (cf. 1 Jn
2. Fruto que pedimos en este misterio:
LA MORTIFICACIÓN DEL ORGULLO
Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
todo lo que hay en el mundo –los deseos de la carne, la codicia de «¡crucifícalo! ¡crucifícalo!»
los ojos y la arrogancia de lo que se tiene– no viene del Padre, sino (Juan 19:6)
del mundo. Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos. En cambio, Dios te salve, María…
el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente.
(1 Juan 2:15-17) La gente me escarnece y el pueblo me desprecia:
Padre nuestro… los que me ven se burlan de Mí haciendo muecas y meneando la cabeza.
(Salmo 22 [21]:7-8)
Los soldados lo vistieron con un manto de púrpura Dios te salve, María…
y le colocaron una corona de espinas.
(Marcos 15:17) Dijo Pilato: «Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo»:
Dios te salve, María… pero los judíos insistieron: «debe morir porque pretende ser Hijo de Dios».
(Juan 19:6-7)
Le golpeaban la cabeza con una caña Dios te salve, María…
y le escupían.
(Marcos 15:19) «Si lo sueltas, no eres amigo del César»:
Dios te salve, María… al oír esto, Pilato hizo sentar a Jesús sobre el estrado de los acusados.
(Juan 19:12-13)
Fue detenido y juzgado injustamente: Dios te salve, María…
¿pero quién comprendió que fue castigado por las rebeldías de mi pueblo?
(Isaías 53:8) El mediodía de la Preparación de la Pascua,
Dios te salve, María… Pilato dijo: «¡Aquí tenéis a vuestro rey!», y lo entregó para que lo crucificaran.
(Juan 19:14-15)
Doblando la rodilla, le rendían homenaje, burlándose: Dios te salve, María… Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo…
¡Salve, Rey de los judíos!
(Marcos 15:19,18)
Dios te salve, María…
Pilato dijo a los judíos: «¡Aquí tenéis al hombre!»
Entonces Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura.
(Juan 19:5)
Dios te salve, María…