Le agradezco vivamente el haberme concedido el uso de la palabra y me alegro de que haya sido elegido para dirigir los trabajos de esta importante Conferencia Regional. En su persona, deseo dar las gracias al Gobierno mejicano por la deferencia y exquisita hospitalidad con que alberga este significativo encuentro, que congrega a Representantes de los países miembros de la FAO pertenecientes a la región latinoamericana y del Caribe.
Intervención de Monseñor Fernando Chica Arellano FAO
1. Intervención de Monseñor Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO
Jefe de la Delegación de la Santa Sede
34ª Conferencia Regional de la FAO para América Latina y el Caribe
México, D.F., 2 de marzo de 2016
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Señor Presidente:
1. Le agradezco vivamente el haberme concedido el uso de la
palabra y me alegro de que haya sido elegido para dirigir los trabajos
de esta importante Conferencia Regional. En su persona, deseo dar
las gracias al Gobierno mejicano por la deferencia y exquisita
hospitalidad con que alberga este significativo encuentro, que
congrega a Representantes de los países miembros de la FAO
pertenecientes a la región latinoamericana y del Caribe.
La garantía de la seguridad alimentaria es un tema esencial
para esta Conferencia, conocedora de las particularidades agrícolas
y alimentarias que caracterizan a esta región. Se perciben signos
positivos, lo que demuestra la eficacia de las medidas que en esta
parte del mundo se están tomando para favorecer el desarrollo
rural, políticas de reforma agraria e iniciativas encaminadas a
erradicar el hambre y la malnutrición. Esto ha sido posible gracias
a la sinergia de los Gobiernos de estas tierras y la FAO, lo cual ha
dado como resultado que esta región en su conjunto presente un
nivel de inseguridad alimentaria menos preocupante que otras
áreas del planeta.
Sin embargo, en este momento, a nadie se le escapa lo
imperioso que es no bajar la guardia, para que lo alcanzado hasta
ahora no se deteriore por intereses sesgados o por las nocivas
consecuencias provocadas por fenómenos climáticos tan
calamitosos como El Niño, que afectan sobre todo a las zonas
centrales de este continente. Las previsiones sobre la duración y los
estragos que de aquí puedan derivarse están requiriendo, una vez
más, altura de miras, incremento de generosidad y una cooperación
armónica para la salvaguardia de las poblaciones más pobres y
vulnerables, que son las que mayormente están expuestas al flagelo
del hambre.
2. Siguiendo el curso de los trabajos, la Delegación de la Santa
Sede desea ofrecer su contribución a los objetivos de esta
Conferencia evidenciando que los hodiernos desafíos son de tal
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envergadura que es imprescindible cambiar de rumbo, de modo que
las legítimas diferencias no signifiquen contraposición sino suma de
ideas. Más que distancia o tensiones, la diversidad ha de impulsar
la construcción de puentes, convirtiéndose en una riqueza que
procure y vigorice lo que a todos beneficie. Trabajar juntos por el
bien común será, pues, la mejor forma de luchar contra lo que
oscurece el futuro del hombre y menoscaba la tutela de la casa
común que a todos nos acoge.
Ahora bien, no habrá auténtica cooperación si hay voces que
no se escuchan, si se parte de prejuicios o de análisis parciales, o si
las comunidades locales no se ven implicadas en la toma de
decisiones o en aquellas opciones que conciernan al desarrollo
agrícola. Si lo que a todos atañe no es por todos decidido, las metas
que se logren, por esperanzadoras que parezcan, no serán fruto de
elecciones responsables ni de una real y genuina solidaridad. Más
todavía, si hay personas que se descartan o colectivos que se
sienten desfavorecidos, los resultados alcanzados, aun siendo
brillantes, a la postre serán limitados, sobre todo allí donde el
subdesarrollo, la desnutrición o la degradación ambiental estén a la
orden del día. En cambio, la complejidad de la hora presente, las
contrariedades que puedan surgir o las ya existentes son factores
que reclaman reforzar el mutuo apoyo, favorecer la inclusión y
batallar concordemente para derrotar la desigualdad. Se acabará,
de este modo, con lacras perdurables en las zonas más pobres,
donde “algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo
derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con
situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue
produciendo «el escándalo de las disparidades hirientes»” (Benedicto
XVI, Carta enc. Caritas in veritate, n. 22).
3. Actualmente, en esta región, las exigencias del mundo rural
están vinculadas a tres retos que tienen que ver con las prioridades
contenidas en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
En primer lugar, me refiero al papel fundamental que ha de
tener la agricultura en la actividad económica y a su aportación
determinante para respaldar una seguridad alimentaria y nutricional
verdaderamente sostenible. Esto se ve entorpecido por intrincados y
variados dinamismos, en particular por tácticas y decisiones que no
agradan a todos sino que privilegian sistemáticamente a
determinados sectores. A este propósito, permítaseme traer a
colación las palabras que recientemente pronunció Su Santidad en
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México: “Cada sector tiene la obligación de velar por el bien del todo;
todos estamos en el mismo barco […]. Esta actitud no solo genera
una mejora inmediata, sino que a la larga va transformándose en
una cultura capaz de promover espacios dignos para todos. Esta
cultura, nacida muchas veces de tensiones, va gestando un nuevo
estilo de relaciones” (Francisco, Discurso en el encuentro con el mundo
del trabajo. Ciudad Juárez. 17 de febrero de 2016). Postergar esta
visión unitaria y benéfica ha llevado a dar exagerada preponderancia
a fríos cálculos y perspectivas meramente crematísticas que han
desterrado del centro del progreso a la persona humana. En cambio,
a la hora de luchar contra el hambre, una síntesis humanista, un
acercamiento antropológico, permitirá salir de la tendencia imperante
que solamente se rige por las estadísticas, por cifras manipulables
que atenazan la grandeza del ser humano o lo sacrifican en nombre
de intereses espurios o inadecuados para afrontar la malnutrición, el
deterioro ambiental o el aumento de la pobreza. Ayudará también a
no caer en la tentación de dejar que las pantallas y el plasma del
mundo digital atenúen los gritos de los necesitados y hambrientos,
como si solo fueran parte de una realidad virtual de la que podemos
prescindir porque se vuelve molesta. Por el contrario, los pobres
existen en verdad y piden que los acompañemos y no nos
desentendamos de su suerte adormeciendo nuestras conciencias con
discursos evanescentes.
Un segundo reto se relaciona con la protección de los
ecosistemas agrícolas y forestales, que están viéndose
desgraciadamente afectados y condicionados por la variabilidad y los
cambios climáticos, que tantos y tan crueles desastres naturales
provocan, con los consabidos perjuicios a zonas y poblaciones que
hasta ahora no se habían visto afectadas.
La FAO conoce detalladamente todas estas situaciones y
propone los remedios necesarios, pero a menudo surgen nuevos y
grandes intereses que retrasan o debilitan la actuación. No podemos
olvidar que una mayor inclusión social y económica de los
campesinos, de los pescadores artesanales, de los pastores, de los
pequeños ganaderos y de los trabajadores forestales, así como su
participación efectiva en el trazado de estrategias y proyectos es vía
obligatoria para proteger el medio ambiente y sus recursos. Como
dijo Su Santidad el Papa Francisco: “El cuidado de los ecosistemas
supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque
cuando solo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le
interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se
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ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el
beneficio económico que se pueda obtener” (Carta enc. Laudato sì, n.
36).
En tercer lugar, es menester considerar que el uso y fomento
de las nuevas tecnologías en el ámbito agrícola no puede quedar
ligado solamente a los equilibrios del mercado. Hay que encauzarlas
más bien hacia una correcta prevención de los riesgos de las
personas y los ecosistemas, a la protección de la biodiversidad y a
plantarle cara a cuanto está estropeando nuestro entorno. Esto
significa orientar la investigación al fortalecimiento de la producción
agrícola, sabiendo que la demanda de alimentos va aumentando y
los recursos naturales no pueden explotarse sin límite. Recordemos
al respecto al Papa Francisco cuando, recibiendo a los participantes
en la 39 Conferencia de la FAO, el pasado 11 de junio de 2015,
afirmó: “En lugar de dejarse impresionar ante los datos,
modifiquemos nuestra relación de hoy con los recursos naturales, el
uso del suelo; modifiquemos el consumo, sin caer en la esclavitud
del consumismo; eliminemos el derroche y así venceremos el
hambre” (n. 4).
4. Señor Presidente, la Delegación de la Santa Sede mira con
agrado la atención que esta Conferencia otorga a la familia rural y a
su función de sujeto económico. Esto no puede quedar restringido a
un mero enunciado, carente de realismo. Diversos indicios, tanto
estadísticos como estructurales, señalan la desintegración familiar
como el punto de partida de todo un abanico de males sociales. Hay
que dotar, por consiguiente, a la familia rural de peso en la
formulación de estrategias o a la hora de tomar decisiones en
aquellos ámbitos que tienen que ver con ella. No puede ser de otra
manera, ya que la familia es célula fundamental para la sociedad
porque en ella se adquiere el sentido de la solidaridad, se aprende a
compartir y renunciar, se pone de manifiesto la relevancia de la
generosidad y cuán preciso es vencer el egoísmo; en la familia se
valora el sacrificio por los más débiles y se cultiva el agradecimiento,
la gratuidad y la sobriedad, auténticos motores de esperanza y
civilización. Estos principios son quicios sólidos en los que asentar
una convivencia sana y pacífica, en la que no haya lugar para el
hambre ni para una economía sin rostro, que tanta pobreza y
exclusión generan. Si en vez de estar al alza el relativismo, el
pragmatismo y el individualismo atroz, se abriera paso por doquier el
amor social, los hambrientos formarían parte de una categoría que
solamente se encontraría en las páginas de una historia pasada y
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remota, sin tener cabida en el presente y mucho menos en el
porvenir.
El hoy que vivimos y el mañana que se vislumbra sirvan de
aliento a los países de América Latina y el Caribe para que sus
prioridades coincidan con las definidas por la FAO y sus programas,
sabiendo que esta es la manera de prestar la debida atención a las
exigencias de quienes tristemente sufren el hambre y la malnutrición,
así como de cuantos han hecho de la agricultura, la pesca y la
conservación de los bosques su ocupación y sustento cotidiano.
Mi Delegación quiere reafirmar la total disponibilidad de la
Iglesia católica para concurrir a consolidar los esfuerzos que se
vienen haciendo para contrarrestar la miseria en sus diversas formas
y trabajar para asegurar políticas de desarrollo y cooperación capaces
de descubrir horizontes de dignidad a quienes malviven en las
periferias, a los que han perdido la confianza y a cuantos
experimentan que la vida se les apaga porque carecen de comida y
alimentos suficientes. No olvidemos que cuando la pobreza es
omnipresente, la desesperación se convierte en epidemia.
Considérennos a su lado en esta noble acción de servicio a la
humanidad, para que las generaciones actuales y las que vengan
detrás puedan beneficiarse con la necesaria responsabilidad de los
frutos de la tierra y así ya no haya nadie que llore, sobre todo niños,
porque no tengan nada que llevarse a la boca.
Muchas gracias.