(dic.2010) Exquisito cuento pythagorico del escritor y escultor español Teo San José, que en el lenguaje más sencillo nos comparte profundas enseñanzas.
Producción original: Carlos Rangel
2. - ¡Hola Carlitos! - ¡Abuelo!, ¡Qué sorpresa! No sabía que ya habías llegado. Los brillantes e impetuosos ojos negros resplandecían ante la cálida y dulce mirada del anciano. - ¿Vamos al bosque? - Claro, hay un encuentro que me gustaría compartir contigo.
3. - ¿De tu último viaje? Carlitos sabía de la afición del anciano a los peregrinajes, a esos viajes donde el camino se hacía caminante y el caminante camino.
4. - ¿Dónde estuviste Max?, ¿Es exótico?, ¿Había animales extraños?, ¿Y la música?, ¿Cómo es su música Max? - Je, je despacio querido mío, apenas llegué ayer. También necesito tiempo para asimilarlo o un buen oyente para compartirlo.
5. Los años le habían dado al anciano Max la sabiduría de la palabra, del silencio y el intenso Don de la transmisión. Conocía muy bien el viejo arte de enriquecer su experiencia de viaje, compartiéndola con su más cercana Alma, la de su querido nieto Carlitos, de exquisita sensibilidad, de intensos ojos negros llenos de preguntas y de Paz en su corazón.
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7. - Te propongo un juego. Te voy contando y tú tendrás que indagar, intuir y entonces conocerás quien es… - Vaya Max, siempre me haces igual. Bueno, me encanta buscar a tu lado, ja, ja.
8. - Fue un importante y extraño Maestro de la antigüedad. Amaba a la humanidad y, sabes, tenía una extraña y peculiar relación con la escultura, aprendida quizás del antiguo Egipto. - ¿El de las pirámides y los faraones con sus momias?
9. - Ja, ja, ya veo que las películas que has visto te han ilustrado un poquito. Algunos faraones fueron muy, muy sabios y se convirtieron en auténticos transmisores de virtudes para su pueblo. Ellos descubrieron que si un escultor representaba una virtud en una escultura, y lo hacía con el Alma, aquellas personas que tuviesen esa virtud en su Alma la reconocerían y entonces tomarían conciencia de ella. De esta forma, el faraón mandaba esculpir una virtud, él la hacía consciente en sí y se la transmitía a su pueblo.
10. - Max, ¿Podían hacer eso con la risa? - Ja, ja, ¿Por qué me dices esto Carlitos? - ¡Es que siempre que veo imágenes de esa cultura, están muy serios! - Es una buena pregunta, pero hoy, no tengo respuesta.
11. - Entonces, este personaje que debo descubrir, ¿también pedía que le hicieran esculturas para poder trasmitir cosas? - No exactamente Carlitos. El tenía una escuela y enseñaba muchas cosas a sus alumnos, una de ellas era que conocieran y formasen dentro de sí la virtud. - No entiendo Max.
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13. - ¿Qué? ¿Estaban tapadas?, Max, no verían nada, ¡me tomas el pelo! - No Carlitos, lo que ocurre es que este señor pensaba que sólo aquellos que tuviesen la virtud en su interior podrían reconocerla. Pero si no estaban en el proceso, no la reconocerían y verían otra cosa, de ahí que según iban evolucionando, podían ver la escultura con menos velos, hasta el momento final donde el maestro ya sentía que habían comprendido y les permitía verla sin velo. Ellos reconocían en la talla la virtud y sabían además que era real porque su Maestro, al percibirlo, les había permitido verla.
14. - ¡Qué lío, Max! Ese maestro era un tipo muy raro, seguro que tuvo muy pocos discípulos. La serena y tierna mirada del anciano se topó con el estupor de los ojos del niño. Una cálida sonrisa iluminó su rostro ante el puchero de Carlitos
15. - ¡Pero bueno papá, ya estamos de nuevo! Te he dicho que nos avises si te vas con el niño al bosque. Pensábamos que os había sucedido algo. Lleváis horas fuera de casa. Papá, eres incorregible. La sorpresa que generó en el anciano y en el niño la aparición de Gisela, la mamá de Carlitos, fue total.
16. Tomándose ambos de la mano y haciendo pucheritos, los dos se volvieron hacia la casa. Entonces una gran carcajada estalló en el bosque. Los pajarillos y las flores se volvieron a verla, a escucharla.