2. Cuando vi la cara de Domínguez temí por su
salud. Estaba horriblemente pálido y sus ojos
parecían enormes de tan abiertos que los
tenía. Si no fuera por su palidez y su
expresión, me hubiera reído del tartamudeo
que largó apresuradamente mientras señalaba
hacia la pieza de dónde él venía. Le dije que
hablara as despacio; él, haciendo un evidente
esfuerzo para recuperar en parte la calma,
respiró hondo varias veces y al fin dijo:
3. - En la puerta del fondo de aquel cuarto… cruzó una enfermera por allí. Era un
fantasma.
- En todo caso era una aparición -le dije-. Si es de cuerpo entero es una aparición, no un
fantasma.
Si bien me gustaba bromear con él, no lo corregí para burlarme, lo hice porque sabía que
ese comentario lo iba a enojar un poco, y por lo menos así se le pasaría el susto. Funcionó.
Domínguez cambió el semblante y me miró de reojo.
- No tomas nada en serio -me dijo.
- En serio a veces tomo alguna cosita, dos o tres copas nomás -bromee.
Con eso último terminó de componerse.
- Vos siempre el mismo… no crees en nada. Pero aquí vas a hallar la horma de tu zapato.
Ya te quiero ver corriendo cuando veas a esa enfermera. A ver, ve a la pieza, dale, si es
solo un invento mío. Yo te espero en la puerta de afuera. Este lugar me da cosa en la
espalda.
4. - Voy, como no. Siempre me gustaron las uniformadas. ¿Cómo estaba esta?
Domínguez sacudió la cabeza negando.
- Vos siempre el mismo. Pero ahora vas a ver. Anda, ve solo.
Hacía años que trabajaba con Domínguez. Él era un capataz de albañil muy bueno, y con
él y los suyos hicimos muchas restauraciones de casas viejas, que es en lo que me
especializo. Pero lo que Domínguez tenía de capaz, también lo tenía de supersticioso.
Creía en todo. Se la pasaba trabajando con escaleras pero no pasaba bajo una ni por
accidente, porque parecía nunca olvidarse de eso. Siempre tenía alguna historia de terror
que alguien le había contado, pero las narraba a medias porque de solo pensarlo terminaba
asustado. Y no era ningún cobarde, me consta; solo los asuntos paranormales lo
asustaban. Era hasta raro ver a un tipo con la espalda como un gorila impresionarse con
un simple cuento de terror de los súper conocidos. Confieso que varias veces me divertí a
costa de eso.
5. Las casas que reparábamos siempre le daban mala impresión, y andaba atento a
cualquier ruido, a pesar de que siempre trabajaba con varios peones. No sé cómo
duró tanto tiempo, supongo que por la paga, aunque varias veces tuve que
convencerlo para que no renunciara. Trabajar para una empresa constructora o
hacerlo por su cuenta como contratista era bajar de nivel. Las viejas casonas de los
ricos, de viejos aferrados a los edificios donde nacieron, en la mayoría de los casos,
dejaban mejor ganancia.
En esa ocasión andábamos solo nosotros porque recién íbamos a hacer el
presupuesto. El edificio estaba abandonado desde hacía mucho, y lo habían
levantado hacía décadas para funcionar como hospital, función que cumplió como
por cuarenta años, tengo entendido. Desde que se enteró del proyecto Domínguez
se mostró arisco. Un edificio que fue hospital, para él, sin ninguna duda tenía que
estar embrujado.
6. Fui hasta la pieza para demostrarle que no había nada. La habitación estaba vacía.
En el fondo estaba la puerta por donde supuestamente había cruzado el fantasma.
Esa abertura daba a un corredor absurdamente angosto, por él se podía acceder a
otras piezas. Me pareció ridícula la formación casi laberíntica del lugar. No me
preocupaba el fantasma, me preocupaba ahora el inmenso trabajo que teníamos por
delante.
Eran cuartos pequeños, mal iluminados, las ventanas estaban ubicadas muy arriba y
eran de reducidas dimensiones. La poca luz del día que entraba formaba un haz que
iluminaba incontables motas de polvo que flotaban en el aire húmedo como si
fueran una bruma. El revoque de las paredes estaba casi todo en el suelo, y en todos
lados se acumulaba una gruesa capa de polvo.
7. Había visto muchas casas abandonadas, y esta tenía casi todas las características del
abandono, pero también tenía algo particular. No vi indicios de la presencia de ratas
o ratones. También era curioso que el pasillo no estuviera cruzado de telas de araña.
Me habían dicho que nadie entraba desde hacía años, y Domínguez no había
alcanzado aquella zona. No sería raro que a veces rondara por allí algún merodeador
u ocupante ilegal, mas el polvo del piso confirmaba que nadie había puesto un pie
allí desde hacía mucho. Sí había telas de araña cerca del techo y en los rincones, pero
en el pasillo y en las entradas a las habitaciones no vi ninguna.
Siempre me gusta buscarle una explicación a todo, y las que se me ocurrieron me
resultaron irrisorias, mas fueron las únicas ideas que vinieron a mí. Pensé que no
había ratas porque el instinto de los animales las mantenía lejos de allí; algunas
presencias sobrenaturales debían espantarlas.
8. La ausencia de telas de araña debía ser por el constante paso de las apariciones que,
aunque no tienen una forma sólida, tienen la suficiente densidad como para romper
las telas de araña, aunque no pueden dejar huellas en el polvo del piso, o estas son
muy sutiles. Después me pareció que estaba pensando tonterías, pero no se me
ocurría otra explicación.
Cuando volvía por el pasillo, de pronto sentí un fuerte olor a líquidos antisépticos, el
conocido olor a hospital. Giré un poco la cabeza, lentamente, hasta que capté que el
olor se originaba detrás de mí. Hasta ahora no entiendo cómo no salí disparado de
aquel corredor. Seguí caminando si voltear. Las piernas se me aflojaban de tanto que
temblaba, estuve a punto de carme, pero con mucho esfuerzo mantuve la vertical
hasta que salí de aquella galería. Allí dejé de sentir el olor.
Domínguez me esperaba afuera:
9. - ¿Y? ¿Ahora me crees? ¿Qué viste?
- Nada -le contesté-. Solo que el local está muy mal, las paredes están podridas.
No me dan las cuentas, tendríamos que cobrar demasiado. No es un proyecto
viable.
No le dije la verdad. Para qué aumentar su temor, con ver la aparición de una
enfermera ya tenía suficiente.
FIN
10. INTEGRANTES:
B E A R Z O T T I
C A M E R L O
D E J U L I O
G Ó M E Z