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Introducción
La mayoría de los grandes botánicos y fisiólogos de las plantas han
intuido que los vegetales están dotados de un sexto sentido especial.
Parece que las plantas son capaces de ver, oír, tocar, gustar y oler
con una habilidad y una precisión misteriosas. Pero hay mucho más:
pueden comunicarse con otros seres vivos de un modo que sólo ahora
empieza a descubrirse y a verificarse mediante los aparatos
científicos más perfeccionados.
Los antiguos sabían intuitivamente que podían comunicarse con
las plantas. En las creencias primitivas, el árbol fue uno de los
primeros objetos de culto. Los mitos, la magia y el misterio se
desarrollaron cuando el hombre intentó comprender a ciertas plantas
que parecían dotadas de un poder fuera de lo corriente. Los egipcios
mantenían un fuego ardiendo ante la mandrágora, cuyas raíces
tienen forma de cuerpo humano. Le hacían ofrendas, la adoraban
como si fuera un dios, y con sus jugos obtenían una poción mágica,
el “Sa de Vida”.
Las intuiciones del pasado se van concretando poco a poco en una
nueva frontera científica llena de alegría y optimismo. La idea de que
toda vida puede estar delicadamente interrelacionada de un modo
todavía desconocido y misterioso resulta emocionante y subyugante.
Quizá no sea más que una intrincada mezcla de filosofía oriental y
pragmatismo occidental; de todos modos, supone un paso adelante
en el campo de las ideas.
Es interesante el que este avance haya sido impulsado por un
conocimiento de las plantas, esas amigas silenciosas del hombre.
Las algas que flotan en la superficie del mar proporcionan la mayor
parte del precioso oxígeno que la tierra y todas sus criaturas
necesitan para vivir. Y, aunque las parras y los arbustos floridos
puedan parecer más espléndidos que el verde lozano de la hierba y
los helechos, todas las plantas tienen su lugar en el reino vegetal, que
comprende unas 350.000 especies, las cuales satisfacen las
necesidades tanto físicas como espirituales del hombre.
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¿Es posible que las plantas tengan sentimientos? Muchos
científicos lo niegan, pues los vegetales carecen de un sistema
nervioso animal; pero, entonces, ¿cómo explicar las fascinantes
observaciones y experimentos que se realizan actualmente en todo el
mundo? Veamos una muestra de algunas de las investigaciones que
indican la existencia, en las plantas, de sentimientos, emociones,
memoria y poder psíquico:
– Tanya, una estudiante rusa, fue puesta en estado hipnótico, y
los cambios emocionales que le sugirió el hipnotizador fueron
registrados por una planta conectada a un polígrafo.
– Un investigador psíquico hizo ingerir un hongo alucinógeno a
uno de sus sujetos, el cual obtuvo tan buenos resultados en una
prueba con los ojos vendados, que desafió todas las leyes de la
probabilidad.
– En un dramático experimento, un especialista en detectores de
mentiras demostró que algunas plantas pueden reaccionar ante la
muerte de un camarón, lo cual sugiere que los vegetales poseen algo
parecido a la percepción extrasensorial.
– Una comunidad escocesa, que habla a los espíritus de las
plantas, ha conseguido que crezcan algunas especies desconocidas
en aquel clima.
– En Rusia se han fotografiado hojas con algunas porciones
arrancadas, apareciendo, al revelar la película, la imagen de una hoja
entera, lo que indica que se ha fotografiado un campo de energía.
– Dos investigadores han conseguido crear una planta de
zanahorias a partir de una sola célula de dicho vegetal.
– Un importante experto en hongos se ha enterado del paradero
de un familiar suyo consultando a un curandero mexicano que
emplea plantas para la adivinación.
– En Colorado, una especialista en música ha descubierto que las
plantas medran con la música de Bach y de Ravi Shankar, mientras
que con el “acid rock” se retuercen y se alteran, angustiadas.
– Stella Ponniah, danzando la sagrada Bharata Natyam ante unas
caléndulas, provocó un aumento del crecimiento de éstas de un
sesenta por ciento.
– Un ministro religioso, que dirigía oraciones a unas plantas de
maíz, descubrió que con su ayuda crecen más deprisa.
– En unos experimentos efectuados bajo controles rigurosos, un
curador psíquico húngaro llamado Oskar Estebany tocó unas
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botellas que contenían agua, y ésta incrementó el desarrollo de unas
plantas de vivero en una medida superior a la atribuible al azar.
– Un americano innovador hizo crecer flores en un tipo de planta
a la que nunca se había visto florecer. ¿Cómo? Hablándole.
– Una persona con poderes psíquicos curó a una planta
ordenando a una hoja que no muriera. La hoja se mantuvo viva,
conservando la porción que ya estaba muerta.
– Unas plantas de trigo, que crecían en un recipiente cerrado,
fueron abandonadas a su suerte y dejaron de ser regadas. Sin
embargo, sobrevivieron al extraer de algún modo la energía necesaria
de las plantas cercanas.
– Las fotografías Kirlian han revelado puntos de acupuntura en
las plantas.
– Un audiómetro de ondas alfa detectó cambios en el microvoltaje
de una planta amenazada por la esposa de un investigador.
Éstas son algunas de las excitantes observaciones y experimentos
que llevan a cabo hoy día los estudiosos de las plantas. Como todos
los fenómenos psíquicos, pueden parecer increíbles. Es muy posible
que algunas de estas observaciones queden sin explicar cuando sean
investigadas científicamente, pero vale la pena considerarlas a causa
del desafío que supone su misterio y de la importancia de sus
implicaciones.
Con los nuevos conocimientos sobre la sensibilidad y el poder
psíquico de las plantas, el hombre penetra en una zona crepuscular;
un área en la que la materia se disuelve en partículas invisibles y
pulsaciones de energía. En este nuevo horizonte, en el que la física y
la metafísica se funden, permanecen ocultos muchos misterios de la
vida. Como se verá en los capítulos siguientes, científicos y legos por
igual llaman a la puerta detrás de la cual pueden hallarse los secretos
que encierran la clave de una vida más plena y de una completa
comprensión de la unidad del hombre con el universo. Como dijo
Koestler, somos “mirones en las bocallaves de la eternidad”.
A medida que aumenta su conocimiento, el hombre empieza a
darse cuenta de que las plantas pueden tener emociones, consciencia
y alma. Al pasar cerca de un olmo o un roble, uno queda
impresionado por su individualidad, por una personalidad única que
los antiguos podían ver en cada árbol, arbusto o flor.
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¿Es posible, todavía, pensar en un mundo en el que sólo haya
plantas de plástico?
Trabajar con las plantas es fácil y divertido, y va a ser posible
verificar las observaciones de muchos investigadores siguiendo
simplemente los pasos señalados en cada capítulo. Si parece difícil
de creer que las hojas arrancadas de una planta pueden revivir
gracias a la oración concentrada, todo lo que se necesita para
comprobarlo es una mente abierta en el momento de desarrollar el
experimento tal como viene descrito.
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1
Las percepciones de las plantas
Toda la historia del progreso científico está llena de
hombres que investigan fenómenos en cuya existencia la
ciencia oficial no creía.
MARGARET MEAD
¿Poseen las plantas percepción extrasensorial?
Cleve Backster, experto en detectores de mentiras, dedicó varios
años a la investigación extensiva de las aplicaciones del reflejo
psicogalvánico (RPG), que se refiere a los cambios de la respiración,
presión sanguínea, pulso y propiedades eléctricas de la piel. Todos
estos cambios son medidos por unos aparatos conocidos como
polígrafos, llamados comúnmente “detectores de mentiras”.
Cualquier cambio de humor o de estado mental de una persona se
refleja en unos trazados que efectúa la máquina.
Backster adquirió celebridad por sus conocimientos en este
campo, particularmente por su técnica de leer los trazados del
detector de mentiras. Su método se utiliza actualmente en la
Polygraph School del ejército de los Estados Unidos. Como antiguo
miembro del servicio de contraespionaje y de la CIA, fue requerido en
1964 para testificar ante el Congreso sobre la utilización de los
detectores de mentiras por parte del gobierno. Backster dirige todavía
una escuela en la que se enseñan las técnicas de detección de
mentiras, pero ha organizado también la Backster Research
Foundation, destinada a realizar estudios que sirvan para hallar el
indicio de un posible denominador común que vincule entre sí a todos
los seres vivos.
En un vulgar edificio de oficinas situado a pocos pasos de las
rutilantes luces del Times Square, dio comienzo la que quizá sea una
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de las más insólitas revoluciones de este siglo. Porque desde allí Cleve
Backster sorprendió a la comunidad científica con sus primeras y
extrañas observaciones sobre la sensibilidad de las plantas. Estas
observaciones, junto con otros rigurosos experimentos realizados en
todo el país, dieron como resultado una potencial revolución
conceptual que sacudió las creencias arraigadas desde hacía mucho
tiempo en los científicos de todo el mundo. ¿Era cierto que las plantas
podían responder a los pensamientos de un hombre mediante
telepatía? ¿Había demostrado Backster que las plantas poseían un
poder psíquico?
La idea de que las plantas tuvieran sentimientos y fueran capaces
de comunicarse con los hombres parecía poco probable; sin embargo,
intrigaba a los escépticos que todavía se reían al pensarlo y, al mismo
tiempo, confortaba a los que creían en la sensibilidad de las plantas.
¿Qué sucedió en el frío invierno de 1966, que causara tal alboroto?
¿Había planeado Backster un deliberado ataque contra las viejas
concepciones y creencias?
Nada de eso. Simplemente, un día, cansado del trabajo rutinario
de comprobar líneas ondulantes sobre las largas hojas de papel que
pasaban por su polígrafo, decidió, por capricho, probar un
experimento. Cleve Backster se dispuso a ver si era posible medir la
velocidad con que el agua subía desde las raíces de una planta hasta
sus hojas. Para hacerlo, conectó una planta al polígrafo.
Éste pudo haber sido uno de aquellos momentos sublimes y
aparentemente ridículos en que la naturaleza revela uno de sus
secretos por accidente, como sucedió con sir Alexander Fleming,
quien, mientras llevaba a cabo una serie de experimentos sobre los
estafilococos, se dio cuenta de que una de las plaquetas utilizadas
había sufrido, por alguna razón, un aumento de tamaño que causó
la destrucción de las bacterias que había a su alrededor. Y así, por
azar, Fleming descubrió lo que más tarde iba a convertirse en la
penicilina.
¿Con qué se había tropezado Cleve Backster? Con algo tan
inesperado como el molde de Fleming. Backster suponía que a
medida que el agua fuera subiendo por la planta y las hojas fueran
saturándose, detectaría en ellas una disminución de la resistencia
eléctrica, que vendría representada por una inclinación hacia arriba
del trazado del polígrafo. Este trazado lo realiza una pluma que se
desliza hacia adelante y hacia atrás a lo largo de una banda de papel
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que pasa por la máquina a una velocidad uniforme. El movimiento
oscilante de la pluma corresponde a los potenciales eléctricos
registrados por el polígrafo como resultado de los cambios habidos
en el estado de ánimo del sujeto. En este caso, el “sujeto” sería una
planta.
Habitualmente Backster conectaba los electrodos a los dedos del
sujeto, pero esta vez los colocó a ambos lados de una hoja grande y
carnosa de Dracaena massangeana que tenía en su oficina. Con la
ayuda de una goma gruesa, unió firmemente los electrodos a la hoja.
Tras ajustar su posición, empezó a obtener una lectura de
resistencias que apareció como un trazado en el papel del polígrafo.
Durante casi cincuenta y seis minutos, Backster registró la
respuesta de la planta. Esto no habría tenido importancia si el
investigador no hubiera visto que el trazado del polígrafo se inclinaba
hacia abajo desde el comienzo del experimento, lo cual era
exactamente lo contrario de lo que esperaba. Además, sólo un minuto
después de haber empezado el original experimento, descubrió algo
fascinante: el trazado que obtenía en el polígrafo duplicaba
virtualmente la respuesta observada en los seres humanos al
“experimentar un leve estímulo agradable”. Lo que Backster se
disponía a registrar – la velocidad de ascensión del agua en una
planta – perdió interés comparado con lo que ahora observaba.
¿Era la planta capaz de sentir emoción? ¿Reaccionaba con
muestras de satisfacción y placer ante el hecho de recibir agua? ¿Qué
sucedía exactamente?
El trazado era tan parecido al obtenido en las respuestas humanas
que intrigó al curioso científico. Su atención se concentró en la
exploración de la posibilidad de que existiera una similitud entre
determinados aspectos del trazado… y segmentos verificados de
trazado específicamente indicativos de una reacción emocional en los
seres humanos.
Este paso puede parecer inusitado, pero era natural en un hombre
que ha trabajado durante años en el campo de la detección de
mentiras. El científico sabía que cualquier amenaza al bienestar de
una persona puede provocar una aguda reacción emocional. El miedo
y la ansiedad causan una respuesta inmediata en los sujetos
conectados a un polígrafo.
Siguiendo este principio, Backster decidió lastimar a la planta
remojando una de sus hojas en una taza de café caliente. Esperaba
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que la planta mostraría una reacción inmediata ante la amenaza.
Pero, cuando hundió una de las hojas en el líquido hirviente, no
sucedió nada.
Backster esperó durante nueve minutos que la planta reaccionara
de algún modo, pero no fue así. El intento inicial de conseguir de ella
una respuesta parecida a la que habría esperado de un hombre,
fracasó completamente. Sin embargo, lo que el científico observó en
aquella singular curva emocional era demasiado intrigante para
pasarlo por alto.
Reflexionó un momento antes de decidir amenazar a la hoja
conectada al polígrafo. La única amenaza seria que se le ocurría era
la de quemarla. En el momento en que se disponía a coger unas
cerillas, con la idea de quemar la planta firmemente anclada en su
mente, vio que el trazado del polígrafo daba un violento salto hacia
arriba. ¿Acaso la hoja o la planta reaccionaron ante su idea de
quemarlas? Quizás esta vez su amenaza fue efectiva.
Lo que el científico presenció parecía aún más increíble que su
primera observación. No se había movido lo suficiente como para
afectar al proceso de lectura del polígrafo, ni había tocado a la planta.
¿Por qué ésta había reaccionado?
Acto seguido, el investigador llevó a cabo su propósito y quemó la
hoja conectada a los electrodos. El trazado del polígrafo mostró signos
de “ansiedad”, pero no el salto sorprendente registrado después de la
amenaza mental inicial.
Backster quedó convencido de que, si repetía este experimento
varias veces y obtenía la misma reacción, podría muy bien haber
descubierto un tipo de percepción en las plantas al que sólo cabría
calificar de psíquico. ¿Entraba, finalmente, dentro de las
posibilidades de un científico el demostrar que las plantas poseen
una elevada sensibilidad y la capacidad de pensar o de reaccionar
ante el pensamiento mediante la percepción extrasensorial? Esta
capacidad, ¿podía ser explicada, o quedaba fuera del dominio de lo
que la mayoría de los científicos denomina “fuerzas naturales”?
¿Puede existir percepción extrasensorial en las células?
En los meses que siguieron, Backster tuvo ocasión de repetir el
experimento con otras plantas, en distintos lugares, y utilizando
instrumentos diversos, probando así, al menos para él, que el
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resultado era un fenómeno insólito. Al haber podido repetir su
experimento original con tal consistencia, Backster desarrolló una
teoría provisional según la cual las plantas poseían una percepción
misteriosa. Cuando experimentó con hojas y partes de hojas no más
grandes que la superficie de un electrodo, Backster descubrió que
aquellas reaccionaban a los estímulos externos de la misma forma
que lo harían las plantas enteras. Esto sugería que la percepción de
los vegetales podía darse celularmente. La reacción que el científico
registró en su oficina aquella mañana de invierno es conocida hoy día
como “efecto Backster”.
Después de trabajar con hojas, Backster empezó a experimentar
con otros tejidos vivos, como los de frutas, hortalizas y materiales
procedentes del cuerpo humano. Operando con el polígrafo, el
científico descubrió que todos los tipos de tejido vivo parecían tener
la misma capacidad de respuesta ante los estímulos externos. Esto
no hizo más que reforzar su observación inicial; la percepción parecía
efectuarse en las células.
¿Hay una conexión entre los estados alfa y la percepción primaria?
Mort Gale, que dirige el Psychic Information Exchange, vio también
la posibilidad de que las plantas respondieran a las amenazas
mentales mediante cambios en su voltaje detectables por los
audiómetros de ondas alfa. Éstos son convertidores de información
acerca de la vida, utilizados para ayudar a las personas a alcanzar
un estado de consciencia similar al de la meditación. Aprender a
meditar puede llevar muchos años, pero los audiómetros de ondas
alfa detectan pautas mentales gracias a los cambios minúsculos que
se producen en el microvoltaje del cerebro.
El audiómetro, con tres electrodos conectados a la cabeza de un
sujeto, convierte las variaciones del microvoltaje en frecuencias de
sonido audibles. De este modo, una persona que utilice el aparato
sabe en seguida si está o no en un estado alfa, es decir, en un estado
similar al de la meditación. Acordándose de las sensaciones
experimentadas al alcanzar el estado alfa, puede penetrar en este
“marco mental” con progresiva facilidad.
Gale puso los electrodos – la parte fundamental de los audiómetros
de ondas alfa – sobre una gruesa hoja de filodendro en su cuarto de
estar. Como conocían las investigaciones de Backster, él y Maureen,
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su esposa, trataron de obtener una respuesta de la planta
dirigiéndole amenazas mentalmente.
“Al parecer, mis amenazas no eran muy sinceras – afirma Gale –,
pues la planta no reaccionó. Pero, cuando mi esposa empezó a
sentirse frustrada y dijo: “¡Diablos! ¡Voy a prender fuego a esta
maldita cosa!”, empezamos a oír un cambio definido y perceptible en
el tono del audiómetro”.
Gale ignora si la planta reaccionaba ante la amenaza que la mujer
dirigió mentalmente contra su bienestar y, posiblemente, contra su
existencia, mediante cambios en su voltaje susceptibles de ser
recogidos por el audiómetro y convertidos en un sonido audible, pero
no excluye tal posibilidad.
Puesto que los estados de meditación, hipnosis y relajamiento han
sido relacionados con la telepatía, una de las posibles explicaciones
de la percepción extrasensorial ¿la puede proporcionar el estudio
intenso del estado alfa? ¿Poseen las plantas sus propios ritmos alfa?
Mort Gale apoya, a título provisional, la teoría de Backster de que
las plantas reaccionan ante las amenazas contra su bienestar. Pero
veamos algunas de las restantes observaciones de Backster.
¿Pueden las plantas “sintonizar” con sus propietarios?
En posteriores investigaciones Backster descubrió que las plantas
pueden sintonizar con sus propietarios, de tal modo que responden
inmediatamente cuando determinadas personas entran en la
habitación en que se hallan. Sucedió en una ocasión que, al tratar de
mostrar a la fisióloga botánica Pearl Weinberger cómo funcionaban
sus experimentos, le fue imposible registrar en el polígrafo ninguna
reacción de sus plantas.
Esto duró algún tiempo, hasta que una de las plantas dio una débil
respuesta. Como Backster se hallaba confuso y embarazado por el
hecho de que la mujer no pudiera ver el trabajo que estaba
realizando, le preguntó si ella también trabajaba con plantas. Al
responderle la mujer que, en efecto, gran parte de su trabajo era con
plantas, y que incluía el tostarlas en un horno al final del experimento
con el fin de medir su peso, Backster supuso que las suyas habían
respondido a la mujer marchitándose, fenómeno que había notado
con otras personas que planteaban serias amenazas a la
supervivencia de una planta.
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¿Responden las plantas a los animales caseros, como hacen ante
las amenazas? Backster dice: “En mi oficina tenía un perro
doberman. Éste dormía en la habitación de atrás, en la que había un
cronómetro eléctrico conectado a un potente timbre de alarma
situado justamente encima de su cama. La actuación del mecanismo
iba acompañada por un clic apenas audible que precedía a la alarma
unos cinco segundos. El perro, en cuanto oía el clic, salía de la
habitación antes de que el timbre, al cual detestaba profundamente,
empezara a sonar. Aunque yo estaba en otra habitación, con las
plantas, sabía exactamente cuándo el perro abandonaba su cuarto,
a pesar de que yo no podía oír el ruido, porque las plantas reconocían
sus movimientos mostrando una reacción coincidente con el clic y
reflejando la ansiedad del doberman”.
En otro experimento, Backster pudo mostrar una respuesta
igualmente sensible de las plantas hacia los animales. Conectando
una planta a un polígrafo ante un grupo de Yale, Backster mostró
cómo la planta reaccionaba ante una araña. A veces, los movimientos
del insecto eran restringidos por una persona. Cuando se apartó la
barrera, aparecieron unos trazados en el polígrafo antes de que la
araña escapara. Backster cree que su planta pudo haber captado el
“momento de la verdad” de la araña, ese momento especial en que el
insecto decidió echar a correr para salvarse.
¿Está relacionada la telepatía con el tiempo o la distancia?
Backster sugiere que las plantas pueden responder
inmediatamente a los pensamientos tanto de los hombres como de
los animales y que su respuesta no tiene relación alguna con la
distancia. A veces, en conferencias que dio en diversas partes del
país, conectaba su planta al polígrafo y dejaba que la máquina
funcionara durante su ausencia. Sentía curiosidad por ver qué podía
pasar. Durante sus conferencias anotaba la hora en que se
proyectaban ante su público diapositivas de su planta. También
consignó los momentos en que pensó o habló de ella con otras
personas. Según informa, estos momentos correspondieron a
cumbres de actividad emocional en los diagramas del polígrafo
situado en su oficina. ¿Qué era lo que sucedía? ¿Era mera
coincidencia el que la planta mostrara su mayor nivel de actividad en
los momentos en que Backster pensaba en ella? ¿O es que estaba
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realmente sintonizada con el científico, fuera cual fuera la distancia
que les separaba?
La prueba de que las plantas podían en verdad ser influidas por el
pensamiento, habiendo por medio una gran distancia, la ofreció el
doctor Robert N. Miller. En un intento de demostrar que la oración
constituye una fuerza real, el científico pidió a Olga Worrall y al que
más tarde fue su marido, Ambrose, que durante una de sus sesiones
nocturnas de oración dirigieran sus plegarias y pensamientos a una
planta de centeno. Estas sesiones tenían lugar a unos mil kilómetros
del laboratorio de Miller.
El hecho de escoger una planta de centeno fue debido a que su
crecimiento era relativamente fácil de controlar mediante aparatos de
registro. Los Worrall, famosos por sus trabajos como sanadores
psíquicos, aceptaron rezar por la planta a las nueve de la noche. En
ese preciso momento, el complicado equipo de Miller registró en la
planta un crecimiento inusitadamente rápido. A la mañana siguiente,
el doctor Miller comprobó que el centeno había crecido un 840% más
de lo normal. Este experimento le convenció de que las plantas
poseían una misteriosa capacidad para detectar pensamientos
dirigidos desde cualquier distancia.
El físico soviético Victor Adamenko está de acuerdo en que las
plantas pueden sintonizar con formas de comunicación hoy día
inexplicables, hasta una distancia de, aproximadamente, doscientos
kilómetros. Asimismo, ha descubierto que las pantallas Faraday y las
cajas metálicas especiales no impiden que las plantas capten señales
que caen, en su opinión, fuera del espectro electromagnético
conocido.
El imaginativo Paul Sauvin apoya la observación de Backster de
que las plantas pueden reaccionar ante las emociones y
pensamientos humanos aunque estén a grandes distancias. Sauvin,
inventor y técnico en electrónica, afirma que las plantas pueden
actuar a modo de extensión de la propia personalidad de uno,
reflejando emociones de la misma manera que un espejo refleja un
rayo de luz.
El inventor hizo la experiencia de conectarse él mismo y dos
filodendros a tres detectores de mentiras distintos. A través de la
meditación logró establecer una relación con las plantas. Denomina
a este proceso “acumulación”. El resultado de este contacto con las
19. 19
plantas es que todas las lecturas de los detectores empiezan a
mostrar exactamente las mismas curvas y ritmos.
Al descubrir que podía conseguir que las plantas reaccionaran de
idéntico modo a sus emociones y pensamientos, Sauvin inventó un
instrumento capaz de traducir trazados similares del polígrafo en un
impulso que podía poner en funcionamiento un horno eléctrico, una
tostadora, la puerta de un coche o el encendido de un automóvil.
En un experimento, envió una intensa emoción a un conjunto de
plantas situado a cuatro kilómetros de distancia. Cuando éstas
recibieron su mensaje telepático, reaccionaron activando una señal
de radio que “hizo funcionar el encendido de un automóvil situado en
el aparcamiento del laboratorio, poniendo en marcha su motor”.
Sauvin ha podido repetir este experimento entre el lago Minnewaska,
al norte del estado de Nueva York, y un laboratorio situado en West
Paterson, Nueva Jersey.
Vogel, un investigador de IBM, apoya también las teorías de
Backster. Al ser extremadamente sensible a las plantas, a menudo
puede captar una sensación refrescante en las palmas de sus manos
cuando las extiende sobre determinadas plantas de campos potentes.
Vogel puede establecer con ellas una relación o vínculo que, según
él, no se ve afectado por la distancia, y refiere reacciones similares a
las registradas por Backster, incluso cuando se halla a muchos
kilómetros de distancia de las plantas que estudia.
La aparente capacidad de las plantas para leer en la mente y su
pasmosa facultad de captar pensamientos y emociones ha sido
verificada por otros investigadores. El doctor Aristide Esser, en
colaboración con el físico Thomas Etter, llevó a cabo varios
experimentos con el fin de comprobar si las observaciones de
Backster eran correctas. En el número de diciembre de 1972 de
Psychic se cita la siguiente afirmación de Esser: “Obtuvimos algunos
resultados fantásticos”. El investigador refiere que no pudo
desarrollar una investigación extensa por falta de fondos, pero sus
descubrimientos sustentan las observaciones de Backster de que las
plantas reaccionan antes las emociones.
El doctor Esser provocó deliberadamente en un sujeto una
sobrecarga mental para determinar la reacción de su planta al ser
conectada a un polígrafo. El científico descubrió que los trazados del
detector de mentiras, especialmente las grandes curvas ascendentes,
se correspondían con los momentos de ansiedad del sujeto, lo que
20. 20
indicaba que la planta sintonizaba con su dueño. Cuando éste salió
de la habitación, los trazados volvieron a ser normales.
Lo que el doctor Esser confirmó fue la capacidad de una planta
para responder al estado emocional de una persona y,
probablemente, a sus pensamientos, es decir, la observación original
de Backster con un ligero cambio de matiz. En cualquier caso, la
planta mostraba el tipo de percepción calificado normalmente como
extrasensorial, puesto que, al parecer, no había explicación alguna
para este fenómeno.
¿Pueden las plantas responder a las emociones?
La tesis de Backster de que las plantas reaccionan ante los
pensamientos y emociones recibió apoyo por parte de científicos de
la Unión Soviética, país en el que aquél es considerado como uno de
los principales investigadores en el campo de los fenómenos psíquicos
(se dice que los científicos soviéticos se pelean para conseguir una
foto suya).
El profesor V. N. Pushkin, al tener noticia de las investigaciones de
Backster, empezó a desarrollar por su cuenta algunos experimentos
junto con uno de sus colegas, V. M. Fetisov. Éste trajo al laboratorio
un geranio. En vez de conectarlo a un polígrafo, utilizaron un
electroencefalógrafo. Este aparato es usado en la mayoría de los
hospitales para medir los fenómenos eléctricos del cerebro.
Si el cerebro no funciona de modo adecuado, el encefalógrafo lo
capta. También es posible registrar la respuesta galvánica de la piel,
la misma que recoge el polígrafo. Colocando un electrodo en la palma
de la mano de una persona y otro en la parte dorsal de la muñeca, el
aparato puede realizar un registro de la estimulación mental y
emocional general similar al del polígrafo. Al igual que en éste, la
respuesta aparece como una línea ondulante sobre una banda móvil
de papel.
Pushkin se limitó a sustituir una planta por una persona, tal como
hizo Backster con el polígrafo. En vez de colocar los electrodos en una
mano, los colocó en una hoja. El profesor requirió la ayuda de un
estudiante búlgaro llamado Georgi Angushev. Pushkin quería que
Angushev colaborara hipnotizando a un determinado número de
sujetos, basándose en la teoría de que las personas en estado de
trance o hipnosis tendrían menos dificultad para obtener una
21. 21
respuesta de la planta que las personas en estado normal, ya que les
sería más fácil concentrarse en la comunicación.
Después de trabajar con un cierto número de sujetos, Pushkin
seleccionó a los que parecían ser más influenciables por el
hipnotizador, y que, por tanto, podían entrar fácilmente en un estado
de trance. En este estado, sería bastante factible conseguir que
proyectaran emociones intensas de miedo y felicidad. A un
hipnotizador competente le sería fácil inducir tales estados en un
sujeto apto.
El sujeto escogido para el experimento más extenso fue una
estudiante llamada Tanya. Fetisov se dio cuenta de que la muchacha
“tenía un temperamento especialmente vivaz y una gran capacidad
emocional. Quizá fuera esta emotividad abierta y la capacidad de
responder en seguida con sentimientos de suficiente energía lo que
garantizó el éxito de los experimentos”.
Durante la primera ronda de experiencias se le dijo a Tanya que
era muy bonita. En el rostro sonriente de la muchacha era visible un
sentimiento de alegría. En el momento en que parecía irradiar este
sentimiento de felicidad, la planta conectada a un encefalógrafo
registró en el papel una línea ondulante. En otra prueba, el
hipnotizador le sugirió que era azotada por un viento frío. Al
responder la muchacha a esta sugestión, la planta mostró otra
respuesta. Durante el descanso de quince minutos que siguió, en el
que la sujeto se limitó a relajarse, la planta no mostró respuesta
alguna hacia ella.
Después del corto intervalo, Georgi Angushev sugirió a Tanya –
además de que el viento frío la azotaba – que por allí cerca había una
persona peligrosa. Al reaccionar la muchacha intensamente a estas
sugestiones, la planta empezó a registrar unos trazados irregulares.
Al cabo de un momento, el hipnotizador tranquilizó a la joven con la
visión de un ambiente alegre y soleado en el que aparecía un niño
feliz. Cuando la muchacha pasó de un agitado estado de miedo a otro
de placer, la planta volvió a responder.
A partir de ese momento, a medida que los estados de Tanya
fueron cambiando bruscamente, la planta continuó reaccionando
como se esperaba. A modo de control, Pushkin hizo funcionar el
aparato durante los descansos o intervalos de las sesiones, y se vio
que entonces la máquina sólo registraba un trazado uniforme. Los
22. 22
experimentos se repitieron muchas veces para excluir la posibilidad
de una interferencia casual.
A continuación, el hipnotizador dijo a Tanya que pensara en un
número entre uno y diez, pero le prohibió mencionarlo. Luego
Pushkin contó hasta diez, preguntando cada vez a la muchacha si
aquél era el número en que pensaba. Tanya dijo siempre que no, pero
la flor reaccionó cuando ella negó estar pensando en el cinco. En
efecto, durante el experimento la joven estuvo pensando en ese
número. Al parecer, la planta reaccionó ante los sentimientos que
experimentó Tanya al mentir. La interacción emocional entre una
planta y su dueño ha sido también descrita por Peter Tompkins y
Christopher Bird en La vida secreta de las plantas. Según ellos, Vogel
puede comunicarse con una planta de un modo que el polígrafo
registra. El científico se sitúa frente a una planta con los brazos
extendidos y trata de relajarse. Luego se concentra para comunicarle
amistad y amor hasta que siente que aquélla responde. Vogel habla
de cierto fluido energético que pasa de la planta a la palma de sus
manos. Cada vez que proyecta amor hacia una planta, la pluma del
polígrafo se mueve hacia arriba, indicando algún tipo de respuesta
emocional.
Pushkin y Vogel han mostrado que las plantas responden
realmente a las emociones. ¿Podría, esta reacción, tratarse de otra
que de percepción extrasensorial? Si es algo distinto, ¿qué podría ser?
El experimento clásico de Backster
Como quedaban preguntas por responder que continuaban
obsesionando a Backster, ideó, en sucesivas investigaciones, un
asombroso experimento que ha provocado un considerable
debate en los círculos científicos. Fue tan significativo, que más
de setecientas personas le escribieron pidiéndole una copia del
informe después de que éste se publicara. El propósito del
experimento fue confirmar su corazonada de que las p ¿De dónde
viene la energía psíquica? lantas daban señales de poseer percepción
extrasensorial, a la que denominó “percepción primaria”. Al
observar su reacción ante sus pensamientos y ante los
movimientos de su perro, Backster supuso que las plantas
podrían reaccionar también ante cualquier forma de vida. Esto
23. 23
es lo que se propuso descubrir. Quería averiguar si las plantas
reaccionarían ante la muerte de otras criaturas vivientes.
Programó un experimento cuyo papel principal iban a
desempeñarlo tres filodendros. Conectó cada uno de ellos a diferentes
polígrafos, asegurando los electrodos en sus firmes hojas, tal como
hizo en el experimento original. Colocó a cada una de las plantas en
habitaciones separadas, con “idénticas” condiciones de temperatura
y luminosidad. En una cuarta habitación, el científico construyó un
mecanismo para arrojar camarones vivos en un recipiente de agua
hirviendo.
Estos crustáceos, que sirven de comida a los peces tropicales, se
escogieron por ser fáciles de manejar y extremadamente vivaces. En
otra habitación, Backster dispuso una máquina que, al azar, enviaría
un impulso que pondría en marcha el mecanismo para arrojar los
camarones al agua hirviendo, donde morían. A modo de control, de
vez en cuando el aparato arrojaría agua sin los crustáceos, con el fin
de determinar si las plantas reaccionaban tan sólo al proceso
mecánico y no a la muerte de los camarones.
El experimento debía realizarse sin que en el laboratorio se hallara
presente ningún investigador. Todo el proceso estaba automatizado,
de manera que nadie pudiera interferir en los resultados. Antes de
empezar la prueba, el polígrafo y los demás aparatos se pusieron en
marcha y se revisaron cuidadosamente. Había un cuarto polígrafo
que no estaba conectado a ninguna planta. Esta máquina se puso al
mismo nivel de sensibilidad que las tres que controlaban a los
filodendros. Backster quería un cuarto trazado “independiente” para
asegurarse de que los puntos álgidos registrados durante los
experimentos no estaban causados por perturbaciones
electromagnéticas y fluctuaciones de energía en el área general del
laboratorio.
Una vez las máquinas comenzaron a operar, los experimentadores
abandonaron el edificio y regresaron más tarde para verificar y leer
los trazados resultantes. Al analizarlos, descubrieron que las plantas,
en habitaciones distintas y conectadas a diferentes polígrafos, habían
respondido ante la muerte de los camarones mostrando curvas de
aguda tensión similares a las exhibidas por seres humanos sometidos
a una intensa presión, ya fuera mental o psíquica.
La respuesta de las plantas ante la muerte de los pequeños
crustáceos se daba con demasiada frecuencia para ser atribuida al
24. 24
azar. Además, no dieron respuesta alguna cuando el agua que se
arrojaba no contenía camarones.
Basándose en este experimento, Backster sugirió que los
camarones al morir, podían comunicar “señales de muerte” a las
plantas de las otras habitaciones. ¿Qué misteriosa comunicación se
establecía? Backster supone que debe tratarse de alguna forma de
percepción extrasensorial.
El científico ha hecho otras observaciones acerca de la
comunicación existente entre las formas vivientes y las plantas. Una
noche, mientras trabajaba con una planta conectada a un polígrafo,
se levantó para preparar la comida a su perro. Acostumbraba añadir
una yema de huevo a la comida para que el animal tuviera el pelo
lustroso. Mientras rompía el huevo, vio en los trazados del polígrafo
que la planta, situada a unos diez metros de distancia, estaba
mostrando una violenta reacción. Esta reacción parecía indicar que
la planta sufría un gran trastorno. Pero ¿por qué una planta habría
de trastornarse porque se rompiera un huevo?
Backster pensó que debía tratarse de una coincidencia, hasta que a
la noche siguiente volvió a hacer lo mismo. Con la rotura del huevo,
la planta parecía enloquecer. ¿Estaba reaccionando ante la muerte
de una célula tal como lo hizo ante la muerte de los camarones?
Era tan sólo una entre una serie de extrañas observaciones, y
Backster no estaba completamente seguro de qué sucedía. Así que
conectó los electrodos de su polígrafo directamente en el huevo y
realizó trazados durante nueve horas para ver si podía detectar algo.
Para su sorpresa descubrió que el polígrafo registraba unos latidos
del huevo en forma de alteraciones en el trazado. El ritmo de los
latidos era de 160 a 170 pulsaciones por minuto, lo cual, según pudo
saber Backster, correspondía aproximadamente al de un embrión de
pollo que hubiera estado incubado durante tres o cuatro días. ¿Era
la planta tan sensible como para sintonizar con la vida a cualquier
nivel de su existencia? ¿Percibía el peligro que corría el huevo y
reaccionaba emocionalmente tal como lo haría ante las amenazas a
su propia supervivencia?
Backster sólo podía hacer suposiciones. Formuló la teoría de que
todas las células vivas pueden comunicarse mediante un sistema
misterioso y todavía desconocido, sacando provisionalmente la
conclusión de que, cada vez que una célula es destruida abrupta e
inesperadamente, comunica “su alarma” a los seres y células vivas.
25. 25
Incluso la muerte de una célula en un dedo con un corte tratado con
yodo puede provocar una reacción en otras células vivas, como
observó que sucedía en las plantas.
La forma en que la vida es capaz de comunicarse celularmente
constituye un misterio fascinante, que deja perplejo a Backster. El
científico ha declarado que el modo de comunicación que ha
observado en su laboratorio, ciertamente no forma parte de las
frecuencias conocidas, puesto que ha intentado aislar a las plantas
con todo tipo de protecciones, desde pantallas Faraday hasta cajas
revestidas de plomo, y las plantas continúan reaccionando ante la
vida que les rodea. No sólo la “onda” atraviesa cualquier barrera, sino
que también parece tener una naturaleza no sujeta al paso del
tiempo, como quedó demostrado cuando Backster proyectó
diapositivas durante una conferencia y, simultáneamente, se registró
una reacción de las plantas en su laboratorio.
Backster no trata de explicar las cosas que ha observado; se limita
a hacer observaciones y dejar que científicos de campos diversos
intenten hallar las explicaciones. El doctor Essner ha propuesto una
posible explicación de la percepción primaria. Sugiere que el premio
Nobel Albert Szent-Györgyi puede estar en lo cierto al teorizar que los
cambios en los estados emocionales podrían, posiblemente, generar
una forma aún desconocida de energía subatómica. Esto, a su vez,
podría afectar a los sistemas enzimáticos de las plantas, las cuales lo
indicarían en forma de variaciones en el potencial eléctrico de las
hojas.
Un especialista en rayos laser, el doctor Harold Puthoff, de la
Universidad de Stanford, ha sugerido que las observaciones hechas
por Backster, conocidas actualmente como “efecto Backster”, pueden
estar relacionadas con unas “partículas” subatómicas que reciben el
nombre de “taquiones”. Se cree que estas partículas – que pueden o
no existir – se mueven a velocidades superiores a las de la luz. Si bien
el doctor Puthoff propone la posible existencia de estas partículas y
su conexión con la observación de Backster, admite, no obstante, que
se trata de una mera especulación.
Mientras otros científicos tratan de explicar lo que él ha observado,
Backster continúa trabajando con su concepto original de la
percepción primaria. En abril de 1972 comenzó unas investigaciones
con un electroencefalógrafo (EEF), el mismo aparato que utilizó
Pushkin en sus pruebas. El investigador ha comunicado que esta
26. 26
máquina parece más segura que el polígrafo. Aunque sus primeras
observaciones las hizo con filodendros, ahora se ha inclinado por la
utilización de plantas menos complejas, concentrándose en las
bacterias y células simples.
En vez de emplear lo que denomina estímulos negativos (la muerte
de crustáceos o células), Backster utiliza actualmente un sistema de
gratificaciones alimenticias. He aquí la descripción de un
experimento de este tipo: “En un momento elegido al azar, se inyecta
automáticamente alimento en un cultivo de bacterias mientras se
registran las lecturas de un EEF conectado a un segundo incubador
que se halla en un lugar apartado del mismo laboratorio”. Backster
espera registrar una comunicación entre los dos cultivos, la cual sólo
podría entenderse como una prueba más de la “percepción primaria”.
¿Poseen memoria las plantas?
La idea de que las plantas tienen memoria hace poner los pelos de
punta a muchos científicos. Los informes provenientes del Japón,
según los cuales una planta es capaz de contar, pueden parecer
cómicos1 , pero el experimento de Backster con sus estudiantes
sugiere la posibilidad de que las plantas retengan información
durante un corto período de tiempo y reaccionen de un modo
“inteligente” ante esta información.
Su experimento era muy simple. Pidió a seis estudiantes que le
ayudaran a demostrar la capacidad de las plantas para recordar
sucesos pasados. Uno de ellos fue escogido al azar para matar una
planta en presencia de otra en una habitación en la que no había
nadie más. Ni Backster ni los otros cinco estudiantes sabían quién
era el encargado de hacerlo. El estudiante elegido se introdujo a
hurtadillas en la habitación que contenía las dos plantas y destruyó
una de ellas. Luego Backster pidió a los estudiantes que entraran en
la habitación de uno en uno.
Entre tanto había conectado la planta superviviente a un polígrafo
para ver si reaccionaba ante el asesino. Cada uno de los estudiantes
inocentes entró en la habitación, y aquélla no mostró respuesta
1 Ken Hashimoto, un experto en polígrafos, afirma que su cacto puede contar y sumar hasta
veinte. Interpreta esta capacidad a través de los puntos cumbres en los gráficos del polígrafo e
instrumentos similares.
27. 27
alguna hacia ellos. Pero, cuando el culpable entró, la planta pareció
enloquecer, según mostró el frenético trazado del polígrafo.
Backster pudo descubrir al estudiante culpable, el que mutiló la
planta, observando la reacción de otra planta que presenció el
crimen. ¿Increíble?
¿Se trataba de memoria? ¿Era telepatía? Es posible, por supuesto,
que la planta respondiera ante los sentimientos del estudiante
culpable, pero éste dijo que no había sentido ninguna angustia ni
culpabilidad por el hecho de haber destruido una planta. Es
imposible saber si aquélla realmente “recordó” al destructor o si
reaccionó a sus emociones, pero, por fortuna, hay otros experimentos
que indican la presencia de memoria en los vegetales.
Por ejemplo, ¿cómo se explica la pauta aparentemente misteriosa
que estableció Backster a lo largo de un período de muchos meses,
con sus experimentos de los camarones? ¿Cómo es que las plantas
cesaron de dar cualquier respuesta después de un cierto número de
muertes? ¿No es posible que hubieran almacenado suficiente
información para saber que podían ignorar las señales de muerte, al
igual que uno ignora el silbido de un tren que pasa cada mañana a
la misma hora? ¿No sugiere esta experiencia que también las plantas
pueden ser selectivas en sus respuestas? Si pueden elegir entre
reaccionar o no reaccionar ante los estímulos externos, es que poseen
una forma primitiva de inteligencia, la cual es necesaria para la
memoria.
Si se define a la memoria como la capacidad de almacenar
información del ambiente, entonces A. D. Semenenko puede
respaldar las observaciones de Backster con algunas pruebas
sorprendentes. En sus experimentos realizados en la Unión Soviética,
expuso unas cuantas plantas, cultivadas y silvestres, a unos
estímulos consistentes en destellos de luz. Semenenko afirma: “Los
resultados obtenidos dan motivos para sugerir que las plantas, no
sólo absorben y retienen selectivamente información útil, sino que,
como cualquier sistema viviente, buscan también de modo activo la
información que necesitan bajo condiciones externas
constantemente cambiantes. La planta asimila y retiene información
selectivamente con posterioridad al efecto, incluso bajo condiciones
experimentales”. Lo que percibió Semenenko fue la facultad de la
planta de duplicar ritmos sugeridos por los efectos de luz.
28. 28
Frank A. Brown, junior, también vio que las plantas tienen
capacidad de “recordar” cuando se les ha dirigido un rayo de luz. He
aquí cómo describe parte del trabajo llevado a cabo con plantas que
mostraban signos de poseer un sistema memorístico elemental:
“Todas las pruebas de que disponemos parecen indicar que en los
seres vivos se da un fenómeno rítmico que se parece superficialmente
a un sistema de grabación y que desarrolla aproximadamente un
circuito completo por día. Este sistema parece capaz de recibir la
impresión de cualquier tipo de pauta de comportamiento, a partir de
lo cual va repitiendo esta pauta hasta que se extingue o se sustituye
por otra nueva. Este parecido con un sistema de grabación fue
claramente expuesto por el profesor Bünning en relación con un
cultivo de habas. Si tenemos un cultivo de habas que, en una luz
débil constante, muestra siempre un ritmo se sueño, inclinando sus
hojas por la noche, y le damos entonces un breve estímulo de luz más
brillante durante la fase nocturna, vemos que no sólo la luz causa
una momentánea y breve elevación de la hoja, sino que la planta
continúa manifestando este efecto todos los días en el mismo
momento, aun permaneciendo en una oscuridad constante”.
Este concepto de “entrenar” a una planta a reaccionar ante los
destellos de luz fue uno de los puntos centrales de uno de los
experimentos de Backster. Éste intentó crear con las plantas una
situación similar a la de Pavlov con sus perros. El experimento de
Pavlov combinaba el sonido de una campana con la hora de comer
de un perro. Cada vez que aquélla sonaba, se daba de comer al
animal. Al final los perros empezaron a salivar tan pronto oían tocar
la campana, tanto si tenían comida como si no.
Backster intentó aplicar el mismo sistema a las plantas. Preparó
una serie de carritos electrificados que iban a una habitación en la
que había unas plantas conectadas a unos polígrafos. En el carrito
había seis recipientes que contenían desde insectos hasta semillas.
Cuando un recipiente determinado pasaba por delante de una planta,
Backster la inundaba de luz a modo de gratificación. Lo que esperaba
ver el científico era la respuesta de una planta ante un recipiente con
anticipación a la “recompensa” lumínica. La respuesta emocional de
la planta podía detectarse en una curva ascendente del polígrafo. Si
la planta mostraba una respuesta sin haber recibido la ducha de luz,
Backster habría demostrado que las plantas poseen memoria, igual
que los perros de Pavlov.
29. 29
Semenenko ha publicado sus descubrimientos sobre la respuesta
de las plantas a los destellos luminosos, pero el trabajo de Backster
sobre el “adiestramiento” de plantas permanece todavía inédito.
Pushkin, el científico soviético que confirmó tantos de los
descubrimientos de Backster, ha sacado la conclusión, a partir de
sus investigaciones, de que entre las plantas y los sujetos puestos en
trance por un hipnotizador se produce algún tipo de comunicación.
Puesto que los animales están mucho más desarrollados que las
plantas, con un sistema nervioso considerablemente más
complicado, Pushkin, al igual que Backster, indica que las plantas
parecen reaccionar celularmente ante su medio. Continúa esta línea
de pensamiento diciendo: “Por tanto, parece que la psique del
hombre, nuestra percepción, pensamiento y memoria, por muy
complejas que sean, son sólo una especialización de esta base que
maneja información y que tiene un lugar en la célula vegetal”.
Esta declaración implica que posiblemente las células sean
capaces de “percibir” lo que les rodea, de reaccionar ante ello, e
incluso de recordarlo mediante un código. Aunque se trata
estrictamente de una hipótesis, Pushkin parece estar sugiriendo que
las plantas poseen realmente memoria, y que con el tiempo el hombre
podrá obtener información de las células vegetales tal como ellas lo
hacen con las del cerebro humano.
El físico soviético doctor Victor Adamenko está de acuerdo con esta
opinión. En sus experimentos daba un choque eléctrico a las plantas
cada vez que se hallaban situadas cerca de un mineral determinado.
Quería averiguar si cada vez que las plantas eran situadas cerca de
este mismo mineral daban una respuesta que creara una curva
similar a la que vio en el gráfico la primera vez que sufrieron el
choque. Al resumir sus trabajos, dice: “En varias ocasiones, el
filodendro reaccionó al estar cerca del mineral (objetivo), aunque
entonces no hubo choque eléctrico; quizá toda célula posee una
forma de percepción primaria”. ¡Imagínese haciendo prospecciones
con una planta que registrara miedo cada vez que usted se acercara
demasiado a tal o cual mineral!
Adamenko, Pushkin, Semenenko y Backster hacen la misma
sugerencia. La comunicación y la memoria pueden no depender
necesariamente de un sistema nervioso central desarrollado, tal como
se ha creído durante siglos. Las plantas, obviamente, no poseen un
sistema nervioso animal. Por esta razón, la mayoría de los científicos
30. 30
dan por supuesto que no pueden tener un poder “mental” o
“psíquico”. Como es lógico, Backster intenta ahora demostrar que las
células poseen percepción extrasensorial, y, en cuanto a una posible
prueba de la existencia de memoria en las células, ¿quién habría
pensado que tal prueba provendría de las bacterias?
Las bacterias son las formas vegetales más rudimentarias, y
consisten, por lo general, en una sola célula. Aunque a menudo se
unen formando un racimo, parece que no hay una interacción entre
las células individuales tal como sucede en formas vegetales más
desarrolladas. Es curiosa la gran cantidad de formas que toman estos
organismos microscópicos: desde esferas hasta espirales que parecen
estar a punto de pegar un salto en cualquier momento.
Las plantas microscópicas a menudo se mueven mediante unas
colas parecidas a látigos llamadas flagelos. Las bacterias pueden
tener una sola “cola” o muchas, según su variedad, y estas “colas” a
menudo son difíciles de ver incluso a través de un microscopio, pues
son extremadamente delgadas.
Aunque no constituyen la forma vegetal más pequeña (puesto que
la clasificación de los virus como animales o plantas está sin
determinar), las bacterias muestran las características de las células
de las formas vegetales superiores: tienen una pared celular, un
núcleo y, lo más importante, protoplasma.
Las bacterias son resistentes y pueden sobrevivir en medios
hostiles produciendo esporas de modo parecido a los virus. Un virus
puede permanecer inactivo durante cientos de años, “esperando” la
ocasión de invadir a un huésped vivo y regresar a “la vida”. Las
bacterias también muestran un fuerte parecido con los primitivos
animales unicelulares, y a veces es muy difícil distinguirlos. Además
de producir esporas para sobrevivir, la bacteria se suele reproducir
simplemente partiéndose en dos. Aunque tengan mala fama por ser
causa de un gran número de enfermedades, desde el resfriado común
hasta la fiebre amarilla, son esenciales para la subsistencia del
hombre. Por su acción en las raíces de las plantas mayores
enriquecen la tierra, que, sin ellas, estaría “muerta” y sería inútil.
¿Qué tienen que ver las bacterias con las pruebas sobre la
posibilidad de que la memoria o el poder psíquico existan en las
plantas?
Dos investigadores, Robert Macnab y Daniel E. Koshland dirían:
“¡Mucho!” En 1977, después de efectuar una extensa serie de
31. 31
experimentos con bacterias, se dieron cuenta de muchas cosas
interesantes. Mientras se dedicaban a estudiar, en la Universidad de
California, la respuesta del S. typhimurium a los estímulos exteriores,
descubrieron que, si introducían una sustancia dañina en el
ambiente de la bacteria, ésta trataba desesperadamente de huir de
ella mediante un movimiento como de látigo de sus “colas”. Por otro
lado, si se ponía algo útil o atractivo cerca de ella – glucosa (azúcar),
por ejemplo – la bacteria se dirigía hacia la sustancia. ¿Cómo sabía
en qué dirección tenía que ir? ¿Cómo percibía la presencia de
sustancias hostiles o benéficas? Los investigadores lo ignoraban,
pero no fue esto lo que realmente les intrigó de estos seres.
¡Hallaron pruebas de que las bacterias tenían memoria! Era
primitiva, pero real. Mostraron que en ellas se daba una forma
primitiva de memoria, cambiando rápidamente el medio de las
plantas. Para hacer esto tuvieron que emplear un mezclador especial
de alta velocidad. Las bacterias eran trasladadas a otros lugares con
tanta rapidez que no tendrían que haberse percatado del cambio de
ambiente. Pero lo hicieron. Cuando eran pasadas a un medio
relativamente pobre no eran capaces de controlar sus movimientos y
parecían hallarse completamente desorganizadas, como si todavía
estuvieran reaccionando a su antiguo medio, como si realmente se
acordaran de donde habían estado. Al cabo de un rato, al
desvanecerse su “memoria”, ya podían ajustarse a su nuevo hogar.
Más tarde, cuando las bacterias fueron trasladas con el mezclador
ultrarrápido a un medio excepcionalmente favorable, evolucionaron
con movimientos suaves, lo que no estaba en absoluto de acuerdo
con su manera normal de actuación. Pero, como hicieran antes,
pronto “olvidaron” su ambiente anterior y empezaron a moverse
según su caprichoso y algo agitado modo habitual.
Siendo las bacterias células únicas, ¿es realmente tan difícil creer
que otras células de las plantas y animales podrían tener una forma
primitiva de memoria? ¿Está Backster tan equivocado cuando
sugiere la posibilidad de una consciencia y una percepción primaria
primitivas?
A continuación vienen algunas de las interesantes observaciones
de Backster, que pueden conducir algún día a la realización de
experimentos sorprendentes en el campo de la sensibilidad de las
plantas. Algunas de estas ideas se examinan con mayor amplitud en
los capítulos siguientes.
32. 32
Backster ha observado que las plantas sintonizan con sus dueños
hasta el punto de que sus trazados en el polígrafo corresponden latido
por latido a las pulsaciones del corazón de sus propietarios.
Las plantas parecen ser muy selectivas en su facultad de
sintonizar con el medio que las rodea. Así como hay muchas personas
que sólo ven lo que quieren ver, Backster sugiere que las plantas sólo
sintonizan con aquellas personas u objetos con los que “quieren”
sintonizar. En resumen, las plantas pueden pasar por alto
“voluntariamente” muchos estímulos ambientales.
Las ideas positivas y la disposición de ánimo hacia una planta
pueden registrarse en los trazados del polígrafo del mismo modo que
las amenazas a su supervivencia. ¿Explicaría esto la habilidad de
algunas personas para la jardinería?
¿Cómo han afectado las observaciones de Backster a su
concepción de la vida y a su actitud ante las plantas?
Antes de su trabajo con el filodendro en su oficina, reconoce que
era un agnóstico “que no se tomaba la molestia de ser un ateo”. Pero
las cosas han cambiado. Gracias a su comprensión de la íntima
relación existente entre todos los seres vivos Backster cree que la
ciencia puede ahora abrir caminos que lleven a la comprensión del
pleno sentido y poder de la meditación y la oración. Sugiere que su
investigación puede incluso proporcionar algunas claves para
apreciar adecuadamente el concepto de la propia alma.
¿Pueden las plantas comunicarse entre sí?
Si las abejas indican la existencia de un campo de flores o de un
depósito de miel escondido mediante una intrincada danza; si existen
unos insectos africanos que se arraciman imitando la forma de las
flores salvajes como medio de autoprotección frente a los
depredadores; si los salmones reconocen la composición química del
agua en que nacieron, ¿quién se atrevería a decir que las plantas no
tienen su propio sistema para comunicarse entre ellas?
¿Ya ha sido descubierto? Algunos científicos dirían que las plantas
se comunican mediante su forma, color y fragancia. Atraen a las
mariposas y a las abejas para la polinización, que es esencial para su
supervivencia, pero ¿es esto comunicación? La mayoría estaría de
acuerdo en que no es un tipo de comunicación que pudiera
considerarse ajeno al concepto ordinario de ley natural. Aquí no se
33. 33
trata, ciertamente, de contacto extrasensorial o psíquico con
animales o plantas.
Lo extraordinario es que las plantas parecen comunicarse
mediante sistemas no relacionados con su forma, color u olor. Del
mismo modo que pueden reaccionar ante el hombre y los animales
gracias a un misterioso sexto sentido, también pueden influirse o
transferirse emociones e información mutuamente.
Los botánicos de un centro de investigación de la Unión Soviética
han apuntado la posibilidad de que las plantas sean capaces de
transferir energía vivificante. En un experimento colocaron una
planta de trigo en un recipiente de cristal. Nadie la regó, aunque
había otras que crecían fuera del recipiente, no lejos de la que estaba
cautiva. A pesar de que transcurrieron varias semanas, la planta
encerrada continuó creciendo vigorosamente. A los científicos
soviéticos, desconcertados por tan singular comportamiento, sólo se
les ocurre la explicación de que, misteriosamente, las plantas
situadas fuera del recipiente habrían transferido agua o energía a la
prisionera cercana.
¿Fantástico? ¿Imposible? ¿Existen unas ondas desconocidas
capaces de transferir energía de las plantas irrigadas a otra aislada
en su agonía?
Ciertamente, algo insólito está ocurriendo. La misma increíble
comunicación entre plantas se dio en Inglaterra, durante unos
experimentos, dirigidos por el doctor A. R. Bailey, en 1972. “Se
mantuvo sin agua a dos plantas en un invernadero con luz artificial
en el que la temperatura, la humedad y la luz estaban
cuidadosamente controladas”. Bailey y su colaborador midieron los
voltajes generados entre dos partes de ambas plantas. Cuando, desde
el exterior y mediante unos tubos de plástico, se regó a una de ellas,
la otra reaccionó. Bailey dijo a la Sociedad Británica de
Radiestesistas: “Entre ellas no había ninguna conexión eléctrica,
ningún tipo de conexión física, pero, de un modo u otro, una planta
captó lo que sucedía a la otra”.
Nadie ha sabido dar una explicación adecuada a este extraño e
intrigante fenómeno, cuya realización fue probablemente sugerida
por las observaciones del doctor Alexander Gurvich, quien declaró
llanamente: “Todas las células vivientes producen una radiación
invisible”. El científico manifestó haber descubierto unos rayos – a
los que denominó “radiación mitogenética” – provenientes de ciertas
34. 34
plantas. Gurvich urdió un atractivo experimento: el de la cebolla
cañón. La radiación que provenía del extremo de una raíz de cebolla
bombardeada, supuestamente, a otra raíz de cebolla, provocando un
incremento del veinticinco por ciento en el crecimiento de las células.
Esta extraña radiación también intensificó el desarrollo de levadura
y bacterias. La reacción energética fue detenida por el vidrio, pero
atravesó el cuarzo.
Gurvich descubrió que las personas también irradiaban rayos
mitogenéticos, y se dio cuenta de que la enfermedad los alteraba.
Bastaba que una persona enferma sostuviera entre sus manos un
cultivo de levadura durante unos minutos para que las vigorosas
células murieran. Estos experimentos con levadura también fueron
llevados a cabo por el doctor Rahn en la Universidad de Cornell.
El doctor Rahn descubrió que si alguno de sus colaboradores
estaba enfermo, podía causar la muerte de algunas de las células de
levadura con las que trabajaba. Con sólo exponer el hongo a la punta
de los dedos de una persona enferma, podía esperarse que la
levadura muriera. Al investigar este insólito fenómeno, el científico
descubrió que los dedos de las personas enfermas excretan un
compuesto que resulta mortal para las plantas primitivas, pero
¿cómo podía este compuesto destruir levadura a distancia? Después
de profundizar más en la investigación, el doctor Rahn informó que
la radiación era emitida desde las heridas y los tumores cancerosos.
¿Podía esta radiación ser una forma de comunicación? ¿Acaso todos
los rayos transportan mensajes cifrados?
La idea de la comunicación entre las plantas recibió otro
espaldarazo por parte de J. I. Rodale, pionero de la jardinería
orgánica y fundador de la revista Prevention. Cuando visitó, unos
años antes, los laboratorios Delawarr en Inglaterra, le hablaron de
unos experimentos “increíbles”. Por ejemplo, le contaron cómo la
muerte de la madre de una planta afectaba al desarrollo de ésta. Al
parecer, la muerte de la “madre” puede causar una especie de trauma
en la planta hija. Mientras la madre está viva y goza de buena salud
hay muchas probabilidades de que sus hijos también lo estén.
Rodale no podía creerlo, por lo que intentó algunos experimentos
en su granja de Pennsylvania. Según explica, tomó unos vástagos de
dos coleos adultos. Destruyó una planta madre y todo el suelo en el
que había crecido, quemándolo. Luego rompió el tiesto en pedazos y
35. 35
enterró los restos a varios kilómetros del lugar donde realizaba el
experimento. ¿Qué sucedió?
Según Rodale, los retoños “huérfanos” no crecieron bien,
comparados con los de la planta superviviente. El hecho de si las
plantas estaban o no respondiendo a los pensamientos del científico
o a la muerte de su “madre” es una cuestión sin resolver. El retoño
tomado de una planta cualquiera, ¿forma todavía parte, de un modo
u otro, de la “forma energética” de sus padres? ¿Cuánto tiempo se
necesita para que una planta joven “establezca su propia identidad
individual y deje de estar influida por sus padres”?
De algún modo, las plantas parecen estar comunicándose unas
con otras. Esta misteriosa y notable facultad es casi idéntica a la
observada por Backster en su experimento de los camarones. Al
examinar el conjunto de observaciones y experimentos realizados por
investigadores independientes, la conclusión más lógica a extraer es
que las plantas no sólo son extremadamente sensitivas, sino que
también poseen dotes psíquicas.
36. 36
2
Las reacciones emocionales de las
plantas
¿Tienen las plantas emociones?
La idea de que las plantas poseen sentimientos y emociones se
remonta a cientos de años atrás. Pueden hallarse señales de esta
creencia en los escritos hindúes. En época más reciente, Darwin se
dio cuenta del asombroso parecido entre la radical – el extremo de la
raíz – de una planta y el cerebro de los animales rudimentarios.
Parece que la radical siente o percibe lo que le rodea con el fin de
tomar las decisiones necesarias para la supervivencia de la planta.
La punta guía a la planta en su flujo y movimiento direccionales.
Si bien Darwin nunca insinuó que las plantas poseyeran un
sistema nervioso animal, sí se dio cuenta, en cambio, al igual que
muchos científicos modernos, de que existe una llamativa similitud
entre los procesos vitales de las plantas y de los animales. La
estructura celular es distinta en ambos, pero ¿qué diferencia hay en
el protoplasma – la base de la vida – en los dos reinos?
Su capacidad de responder al ambiente y de mostrar reacciones
muy parecidas a las de los animales, hace que nos preguntemos si
las plantas son conscientes, si sienten dolor y si tienen emociones.
Esto era exactamente lo que sir Jagadis C. Bose2
se preguntaba
cuando emprendió un estudio sobre las plantas que ocupó toda su
vida. Fascinado por las similitudes existentes entre todas las formas
de vida, dio comienzo a una investigación altamente tecnificada y
científica destinada a demostrar que las plantas tenían sentimientos.
La intuición fue reemplazada por la experimentación y el desarrollo
2
Físico hindú que recibió en 1917 el título de caballero del Imperio Británico por sus investigaciones con las plantas
y por los instrumentos que desarrolló en este trabajo. Es el fundador del Bose Institute de Calcuta.
37. 37
de complicados aparatos de control que sirvieran para registrar las
reacciones de las plantas.
Nadie estaba más calificado para este trabajo que Bose, que era un
genio de la técnica y un físico de renombre. ¿Fueron los inventos de
Marconi los primeros de su tipo? En absoluto. Bose inventó el
cohesor inalámbrico varios años antes, aunque nunca intentó sacar
un provecho material de sus inventos, a los que consideraba
propiedad de todos los hombres.
Aunque su carrera de físico era brillante, fue su trabajo con las
plantas lo que le proporcionó una fama duradera. Mantuvo hacia
ellas la misma actitud científica que adoptaba en su trabajo con
sustancias inorgánicas. Inventó algunos aparatos mecánicos para
medir y registrar las reacciones de las plantas a los estímulos
externos. De todos sus inventos, el “crescograph” – aparato capaz de
ampliar los procesos vitales de las plantas diez millones de veces –
fue el que obtuvo más celebridad.
Paramahansa Yogananda describe un encuentro con Bose,
durante el cual miró a través de este instrumento, que podía hacer
que un lento caracol “pareciera estar viajando como un tren expreso”.
Mirando a la pantalla del “crescograph”, Yogananda pudo ver un
helecho muy ampliado. Cada uno de sus minúsculos movimientos,
invisibles de ordinario para el ojo, se volvió de repente tan real como
un ballet lleno de gracia. Yogananda lo vio materialmente crecer. El
movimiento era lento, pero fascinante.
Cuando Bose dio un golpecito a la planta, pareció, por un
momento, que todo movimiento se detenía, hasta que el científico
apartó la barra metálica que había colocado en su extremo.
Luego Bose le administró cloroformo, y cesó de crecer. Tan pronto
fue revivida por un antídoto, volvió a moverse. Yogananda encontró
su movimiento tan atractivo como el argumento de una película.
Mientras continuaba observando, vio que Bose se disponía a herir al
helecho con un agudo punzón. Al ser penetrada por el puntiagudo
instrumento, la planta pareció retorcerse de dolor y se agitó
espasmódicamente.
Por último, el científico cortó el tallo de la planta con una navaja,
y Yogananda vio en la pantalla una violenta agitación que pronto
terminó, quedando la sombra inmóvil: la planta había muerto.
En este punto, Bose contó a su visitante cómo una vez había
cloroformizado a un árbol enorme para poder trasplantarlo. Como los
38. 38
árboles grandes acostumbran morir durante el cambio, Bose estaba
especialmente orgulloso de que aquél hubiera sobrevivido. Indicó que
las plantas podían sufrir traumas igual que los hombres.
El científico explicó a Yogananda que los árboles poseen un
sistema circulatorio, una “presión de la savia” similar a la presión
sanguínea de los animales, y un tubo que hace las veces de corazón.
“Cuanto más profunda es nuestra percepción, más impresionante
resulta la evidencia de que hay un plano uniforme que vincula a las
múltiples formas de la naturaleza”, afirmó Bose.
Bose no llegó a esta conclusión de la noche a la mañana. Su
trabajo se desarrolló a lo largo de muchas décadas. En su
investigación comparaba constantemente una forma de vida con otra.
Descubrió que cuando se toca a una persona hay un intervalo entre
el estímulo y la reacción. El impulso necesita tiempo para viajar a
través del nervio hasta el cerebro. Hasta que Bose hizo sus
asombrosos descubrimientos, muchos investigadores creían que las
plantas sólo podían responder a estímulos muy intensos, como cortes
o fuertes golpes.
Con su trabajo con la sensible Mimosa pudica, Bose mostró que
las plantas pueden ser aún más sensibles que los hombres. Describió
a la planta como “altamente excitable”. Descubrió que la mimosa
podía ser estimulada por un choque eléctrico de intensidad diez veces
menor que la necesaria para provocar una sensación en el hombre.
La reacción alcanzó a una gran distancia, pero no produjo lesión
alguna.
A principios de siglo, otros investigadores hicieron parecidas
observaciones acerca de la Mimosa pudica. Notaron que este árbol era
más sensible cuando las hojas estaban creciendo con mayor rapidez.
Durante los períodos de rápido crecimiento, el follaje de las mimosas
reaccionaba intensamente tanto al aire como al más leve contacto,
que hacía que la planta de inmediato cerrara sus hojuelas e inclinara
sus pedúnculos.
En un experimento, los investigadores empaparon un trozo de
algodón con una mezcla inflamable, le prendieron fuego, y pasaron
rápidamente la llama por debajo de una hoja madura. Apenas recibió
una vaharada de aire caliente la planta reaccionó, mostrando señales
de lo que podría llamarse “molestia”.
39. 39
En el experimento siguiente, la llama chamuscó la punta de una
de las hojas más pequeñas: “El resultado fue sorprendente: la hoja
se contrajo como si hubiera experimentado el más agudo dolor”.
Mirando plegarse las hojas en una planta delicada, y viendo la
respuesta de las plantas a los estímulos externos en el laboratorio,
Bose llegó a la conclusión de que los vegetales estaban realmente
dotados de un sistema nervioso.
Bose pudo sintonizar con este sistema nervioso mediante una
delgada sonda de aguja conectada a un galvanómetro. Creía que las
plantas se parecían a los animales en el hecho de que el tejido
conductor estaba envuelto en una especie de cubierta protectora, que
comparaba con la gutapercha no conductora3. Por tanto, clavó agujas
metálicas en las plantas, buscando el “cable” que transmitía los
mensajes de una a otra parte del vegetal. Sabía que, si la aguja no
entraba en contacto con el tejido conductor, nunca podría captar los
mensajes transportados en el “sistema nervioso” de la planta.
Bose refiere que acertó a localizar nervios “incrustados en tejido no
nervioso, mediante el empleo de la sonda eléctrica, y que fue posible
localizar el tejido conductor en una extensión mínima”. El
investigador concluye: “Estas observaciones muestran que la
conducción del estímulo está limitada a un determinado tejido, el
cual puede, por tanto, ser denominado nervio”.
Trabajando con este sistema nervioso, Bose pudo clasificar los
impulsos que provocaban una reacción en la planta. En sus obras
principales describe los distintos modos de respuesta de las partes
de la planta a estímulos eléctricos, táctiles, químicos y térmicos.
Cada sucesivo experimento le confirmaba que entre las plantas y los
animales no existen diferencias, sino una similitud básica.
Mostró cómo “un nabo pinchado por un lado se estremecía por el
otro; lo cual, además de sensación, indicaba transmisión”.
Preguntándose cómo los estimulantes, los sedantes y los venenos
3 Sustancia empleada como aislamiento, que proviene de la resina de los árboles Payena y Palaquium
de Malasia. Tiene una plasticidad parecida a la de la goma.
40. 40
afectarían a las plantas, Bose inyectó cafeína, alcohol, mosto,
cloroformo y estricnina a varias de ellas. Los efectos que obtuvo
fueron similares a los exhibidos por los seres humanos. La cafeína
resultó ser un estimulante. Los licores produjeron excitabilidad
seguida de depresión. Las plantas a las que se inyectó alcohol se
balancearon como los borrachos. Bose descubrió que las plantas
atraviesan por un espasmo de muerte parecido a la agonía de los
animales. En el momento de la muerte se produce en la planta una
intensa excitación, junto con una potente descarga de electricidad.
El propio espasmo es producido por la contracción de las células que
van a morir.
¿Gritan de dolor, las plantas, al ser torturadas o heridas? ¿Son sus
emociones similares a las de los seres humanos? ¿Se embriagan con
el alcohol y se excitan con la cafeína?
“¡Sí!”, dice Bose, que dispone de pruebas convincentes en los
diagramas de su “crescograph” y en los registros de su galvanómetro.
Según él, si estudiaran con atención su meticulosa investigación,
incluso los observadores más escépticos quedarían convencidos de
que las plantas poseen un sistema nervioso sensible y una vida
emocional variada. “El amor, el odio, la alegría, el miedo, el placer, el
dolor, la excitabilidad, el estupor, y un sinnúmero de respuestas
apropiadas a los estímulos son tan universales en las plantas como
en los animales”.
Bose fue ridiculizado por su creencia de que las plantas tenían
emociones y disponían de un sistema nervioso, pero él fue incluso
más lejos en sus investigaciones. Observó que cada planta tenía su
propia velocidad de respuesta, como sucede con los seres humanos.
Se dio cuenta, también, de que existía una estrecha correlación entre
la condición de una planta y la velocidad con que los impulsos
“nerviosos” podían ser transportados por su tejido conductor. Las
plantas grandes parecían reaccionar muy despacio a los estímulos
externos, mientras que las pequeñas lo hacían con rapidez. Bose hizo
la observación de que esto era similar a las diferencias existentes
entre los hombres. Pero su observación más importante fue que,
aunque “la velocidad del impulso en la mimosa es menor que en los
animales superiores, es considerablemente mayor que en los
animales inferiores como el anodon”. Suponía que algunas plantas
podían hallarse a medio camino entre los animales superiores y los
inferiores en la evolución de su “sistema nervioso”.
41. 41
Aunque las consideraciones de Bose acerca de un sistema nervioso
vegetal y su firme creencia en la presencia de emociones en las
plantas no son tomadas en serio por la mayoría de los científicos
modernos, muchas personas interesadas por los fenómenos
psíquicos y algunos científicos, que parecen estar confirmando sus
hallazgos, las consideran válidas.
Los doctores K. S. Cole y H. J. Curtis sugieren que la nitella, una
planta de agua dulce que se encuentra en muchos viveros de carpas
doradas, es muy parecida a un nervio. Las series de células únicas
de esta planta dan la impresión de poder transmitir impulsos al igual
que los nervios de los animales superiores. Aunque la velocidad del
impulso es lenta, constituye, sin embargo, una posible forma
primitiva de lo que más tarde se convertiría en un tejido nervioso
animal.
Gran parte del apoyo que ha recibido Bose proviene de Rusia. A la
luz de la evolución, parecía natural que las plantas hubieran
desarrollado al menos un sistema primitivo para transmitir señales
parecido al de los animales. El doctor Gunar, profesor ruso de
Biología, declara: “El hecho de cortar el pedúnculo de una hoja
provoca en la base una instantánea reacción negativa de una
amplitud de cincuenta a sesenta milivoltios”. ¡Esto muestra una
“consciencia” de ser cortado! En la prestigiosa Academia Timiryazev
se han llevado a cabo centenares de experimentos parecidos, que
muestran que las plantas pueden conducir impulsos eléctricos de un
modo similar al de los nervios del hombre.
¿Son sensibles las plantas?
Si las plantas tienen consciencia, ¿pueden, también, ser sensibles?
El doctor Paul Blondel, siendo profesor del Blake College de San
Diego, desarrolló en la década de 1960, y a lo largo de dos años, un
estudio sobre la vida “emocional” de las plantas. Blondel cree que los
vegetales tienen sus propias “disposiciones” características y que
pueden dividirse en dos grupos según su temperamento. Los
tomates, junto con las coles, y las patatas, parecen responder
favorablemente a los halagos. Por desgracia, las orquídeas y los
gladiolos son, al parecer, extremadamente nerviosos y emotivos, por
lo que requieren una atención y un cuidado especiales.
42. 42
Vogel ha descubierto que plantas distintas poseen distintos
temperamentos. Algunos filodendros le responden rápidamente,
mientras que otros necesitan mucho tiempo para acostumbrarse a
él. No sólo las plantas tienen personalidad y unas peculiaridades
individuales, sino también las hojas, según Vogel, quien tuvo muchas
dificultades trabajando con hojas que poseían una gran resistencia
eléctrica. Al igual que Darwin un siglo antes, Vogel observó que las
plantas tienen días y momentos “buenos” y “malos”. Sugiere que, en
determinadas ocasiones, pueden mostrarse deprimidas o
introvertidas.
Irwin Greif, un neoyorquino susceptible a la influencia psíquica,
confirma a través de sus observaciones que las plantas tienen
emociones. Greif describe un viaje que hizo a Long Island para dar
una conferencia en una casa particular. “Estaba en el estudio, un
momento antes de hablar sobre los fenómenos psíquicos ante un
grupo interesado en el tema. Mientras esperaba para dar la charla,
me dediqué, a modo de pasatiempo, a sintonizar con los objetos. Mi
atención se dirigió hacia dos plantas que había en la habitación.
Cuando me concentré con ellas, vi que una era normal y que la otra
estaba loca. Cuando la dueña de la casa entró en la habitación, le
dije que una de las plantas parecía completamente normal y que la
otra había perdido el juicio. Me dijo que la primera planta, la normal,
había estado con ella durante mucho antes, pero que la segunda
acababa de llegar a casa procedente de la habitación de un hospital
en la que su propietario había muerto, en una agonía lenta y
prolongada, a causa de un cáncer. Me di cuenta de que la planta
había quedado perturbada a causa del dolor emocional que le produjo
ver morir a su dueño”.
Greif afirma que la perturbación de la planta demente se le
apareció de inmediato a través de la impresión de una forma vital
discordante y completamente fuera de control. Fue como si su mente,
al tratar de comunicarse con la planta se encontrara con una
turbulencia de aire.
Sheila Ostrander y Lynn Schroeder, en su Manual de experimentos
parapsíquicos, sugieren distintos niveles de sensibilidad “emocional”
en las plantas. Señalan que Eileen Garrett, la desaparecida médium
de reputación internacional, dijo haber “visto” reaccionar a las
plantas ante Cleve Backster en su laboratorio. Al parecer, la médium
43. 43
pudo detectar celos en una de ellas cuando Backster concentró su
atención en otra.
Backster estaría de acuerdo con las observaciones de Eileen
Garrett acerca de la sensibilidad de las plantas. ¿Acaso le sería
posible pensar en ellas como criaturas sin sentimientos e
indiferentes?
Su experiencia de cuando amenazaba a las plantas de su oficina y
obtenía una respuesta le convenció de que Bose pudo haber estado
muy cerca de descubrir uno de los secretos de la naturaleza. Cuando
Pearl Weinberger, que “finiquitaba” a sus plantas después de cada
experimento, no pudo obtener una reacción por parte de las de
Backster, éste tuvo la certeza de que sus plantas, con el hecho de
marchitarse, estaban reaccionando negativamente ante la presencia
de la mujer. O quizá simplemente “desintonizaron” ante su presencia
en el laboratorio. Y ¿qué fue la reacción hacia el doberman? ¿Fue sólo
un invento de la imaginación de Backster?
Las plantas mostraban realmente una reacción a su medio;
reacción que podía registrarse científicamente, tal como hizo Bose
con sus instrumentos cincuenta años atrás. Además, ¿no se
estableció una concordancia emocional entre la excitable Tanya y el
geranio de la oficina de Pushkin? ¡Alguna clase de reacción se estaba
produciendo! Pero, ¿se trataba de emoción?
Vogel dice que las plantas parecen ser tan sensibles como los seres
humanos. Afirma que si alguien piensa o dice algo despreciativo hacia
una planta, ésta responderá a la emoción negativa ajándose y, en
ciertos casos, incluso muriéndose. Refiere que sus plantas pueden
marchitarse si se comparan desfavorablemente con otras.
Las pruebas, algunas verificables, otras demasiado coincidentes
para ser desechadas, parecen apuntar a una sola conclusión.
Lo que Burbank probó
Si bien Bose, Backster y otros científicos han sugerido o afirmado
la existencia de emociones y consciencia en las plantas, la prueba
más convincente de que éstas poseen emociones la proporcionó un
dotado jardinero y cultivador que raramente escribía más que unas
pocas notas garabateadas en sucios pedazos de papel. Estas notas le
recordaban detalles concernientes a cualquiera de los centenares de
“experimentos” que realizaba al mismo tiempo. Pero ninguno de estos
44. 44
experimentos implicaba el uso de máquinas complicadas o jerga
científica. Todos eran con plantas y sólo con plantas.
¿Tienen emociones las plantas?
¿Pueden responder cuando se les habla?
¿Tienen un modo de responder al amor?
¿Qué poder psíquico poseen?
Éstas eran las preguntas que muchas personas dedicadas a las
plantas hacían al mejor cultivador mundial de principios de siglo.
Se rumoreó de Burbank que hablaba con las plantas. Muchas
personas creían que podía comunicarse con ellas gracias a algún
poder místico que influía en su crecimiento. Burbank, famoso en todo
el mundo, con centenares de cartas y visitantes que afluían a su casa
y a su granja de Santa Rosa, contestó a los rumores diciendo: “Esta
historia es completamente ridícula. No se consigue nada hablando a
las plantas y a las flores. ¡Las plantas no tienen cerebro!”
A pesar de su respuesta, los hechos mostraron que Burbank creía
en su extraordinaria afinidad con las plantas. Consideraba que su
“don” psíquico era heredado. Pensaba que su madre podía enviar y
recibir mensajes mediante telepatía, facultad que creía haber
heredado, al igual que su hermana Emma.
Emma también estaba convencida de que su madre tenía
conocimiento de los sucesos antes de que se produjeran. Según
parece, cuando Burbank era un muchacho, su madre le “vio” con un
brazo roto antes de que el accidente ocurriera, así como vio la muerte
de su padre antes de que sufriera un colapso en una viña.
Burbank siempre comparó estas facultades con una radio. Intuía
que los hombres habían estado emitiendo y recibiendo mensajes
continuamente desde “el comienzo del pensamiento humano”. Creía
que la única diferencia entre la mayoría de las personas y los que
tenían poderes psíquicos era que éstos tenían la facultad de dirigir el
pensamiento de una manera coherente.
Él creía que la mayoría de las personas podían transmitir sus
pensamientos, pero sólo eran capaces de hacerlo de manera
esporádica.
En suma, Burbank consideraba que los pensamientos eran “cosas”
a pesar de ser invisibles. Creía que consistían en descargas
singulares de energía.
Comentando su afinidad con las plantas, manifestó que, en otro
tiempo, su facultad telepática habría sido considerada como fraude,
45. 45
locura, o como un poder sobrenatural. Pero él sentía que no había
nada de sobrenatural respecto a él, su hermana o su difunta madre.
Quizá Burbank no pensara que su poder era misterioso o
sobrenatural, pero las personas que le rodeaban sí lo creían, porque
tenía una extraordinaria capacidad para “crear” nuevas variedades
de plantas según los métodos aparentemente más desorganizados y
heterodoxos.
Una mirada a la infancia de Burbank nos da una visión fascinante
de su relación con las plantas. Nació en 1849 – el año de la “fiebre
del oro” de California –, el séptimo día del tercer mes, hijo de un
hombre casado por tercera vez. Además, Luther era el decimotercer
hijo de su padre. La familia era profundamente religiosa y,
curiosamente, también estaba metida en asuntos de magia y
misticismo. Luther tenía, probablemente, una aguda consciencia de
ser el hijo número trece y del aura de poder sobrenatural atribuida a
su madre y, según se decía, a alguno de sus antepasados.
Desde muy corta edad, Luther mostró un intenso interés por las
plantas. Mientras los demás niños pasaban el tiempo con sus juegos
habituales, él iba a vagabundear por la pradera que había detrás de
la casa para observar las flores silvestres.
Los granjeros del lugar llamaban a las hermosas flores “malas
hierbas” porque crecían en abundancia e impedían el crecimiento del
cultivo, pero el sensible Luther las veía como “juguetes y animales”.
Yacía durante horas en la hierba húmeda mirando cómo las abejas
zumbaban en los floridos manzanos llenos de flores blancas y
rosadas, o venían de los tréboles, margaritas y ranúnculos, llenos de
color, que crecían libremente en la naturaleza.
Fue entonces cuando Luther se dio cuenta de que las abejas
recogían néctar de una sola variedad de flor cada día, descubrimiento
que en el futuro le fue útil en su rancho de Santa Rosa para saber,
por el zumbido de las abejas, cuál era el mejor momento para
polinizar las flores artificialmente.
El amor de Luther por las plantas era tan fuerte que, cuando veía
una especialmente bella, como una margarita de brillante color,
rasgaba un trozo de su camisa y lo ataba a ella. Entonces corría hacia
su casa a coger una pala para arrancar la margarita y trasplantarla
a uno de los jardines de su madre. En otoño, al secarse sus plantas,
Luther recogía las semillas.
46. 46
Cuando, al año siguiente, éstas crecían, muchas de las nuevas
plantas aparecían deformadas, con hojas anormales, flores nunca
vistas, y tallos retorcidos. Sin embargo, con gran sorpresa de Luther,
alguna flor resultaba más hermosa que la planta madre.
A pesar de esto, su padre le hizo arrancar todos los “hierbajos” del
jardín y destruirlos, porque “crear nuevas flores y plantas era trabajo
de la naturaleza”.
Luther no estaba de acuerdo.
Por aquel entonces ya soñaba con crear ciruelas sin hueso, a
imitación de los rojos arándanos que crecían en las tierras
pantanosas del río Nashua, que atravesaba zigzagueando la granja
de su padre. Y tenía visiones de crear un árbol, no con una, sino con
muchas clases de manzanas colgando de sus ramas.
Éste era el primer secreto de su arte de cultivar las plantas:
siempre imaginaba cómo le gustaría que fuesen, forjando una vívida
imagen mental de lo que quería. Creaba plantas que correspondieran
a sus sueños y proyectaba el pensamiento a la planta.
Esta característica pudo haber empezado en Burbank a la
temprana edad de diez u once años. En cualquier caso, a medida que
fue creciendo su interés por las plantas se convirtió en una obsesión.
No sólo soñaba con lo que iba a hacer. También se dedicaba a
observar atentamente el desarrollo y reproducción de todas las
plantas que había a su alrededor, como si fueran sus más íntimos
amigos.
Fascinado por las diferencias que había entre ellas, Burbank creía
firmemente que las plantas tenían personalidades y características
especiales, por lo que podía distinguir a una planta entre otras casi
idénticas.
Éste era su segundo secreto: amaba a las plantas y las consideraba
sus más queridos amigos. Si su trato con ellas encerraba algún
secreto, Burbank hubiera dicho, con seguridad, que era el amor.
Sentía que este poder era mayor que cualquier otro, y que realmente
era como un alimento que podía hacer que las plantas crecieran más
deprisa. Con amor era posible conseguir que produjeran flores y
frutos más grandes. Creaba una relación de confianza entre él y las
plantas, y les rogaba su colaboración, diciéndoles lo mucho que las
amaba y respetaba. Éste, según Burbank, era el auténtico secreto de
su éxito.
47. 47
Por supuesto, Burbank combinaba este amor con el trabajo duro,
aunque nunca se refirió a su actividad de cultivador como a un
“trabajo”. A los setenta años todavía pasaba en el campo al menos
diez horas diarias.
Fue esta dedicación a las plantas la que le proporcionó su primera
“oportunidad” siendo un joven agricultor. Cuando inspeccionaba su
campo de patatas en busca de cucarachas, examinaba
cuidadosamente cada planta para asegurarse de que ningún parásito
las dañaba. ¡Imagínese a un joven de veinte años recorriendo todo un
campo de patatas, mirando cada una de las plantas para ver si había
algún insecto!
Este raro don le llevó a realizar su primer gran descubrimiento. En
una de las plantas encontró una pequeña bola verde. Burbank sabía
exactamente lo que era y lo que podía significar para él.
En el siglo pasado, las patatas se obtenían a partir de esquejes. En
la piel del tubérculo crecen ojos, que son brotes no desarrollados. Si
se los corta en pequeñas rodajas, asegurándose de que cada trozo
tiene un ojo, y se plantan estos trozos, cada uno se convertirá en una
planta adulta.
Lo que Burbank encontró fue una bolita de semillas, un hallazgo
muy precioso e infrecuente. A decir verdad, nunca volvió a encontrar
otra, y durante el resto de su vida ofreció una suma importante a
quien pudiera ofrecerle una. He aquí su reacción ante el hallazgo:
“¡Encontré una cápsula de semillas de patata! Utilizo signos de
admiración porque… es lo que emplearía un astrónomo si
descubriera un nuevo sistema solar. Una cápsula de semillas de
patata no era algo desconocido, pero constituía una gran rareza, y no
pude enterarme de nadie que hubiera sabido qué hacer con una de
ellas. Yo hice algo: planté las semillas. Tenía veintitrés semillas y
obtuve veintitrés plantas. De éstas, seleccioné dos. Fue a partir de
las patatas de estas dos plantas, cuidadosamente cultivadas y
trasplantadas, celosamente guardadas, y concienzudamente
plantadas, que conseguí la patata “Burbank”. Y fue con ésta con la
que empecé mi carrera de cultivador”.
En realidad, Burbank casi echó a perder esta oportunidad de
conseguir una nueva clase de patata. Después de hallar la cápsula,
vio un día que había desaparecido. Es difícil precisar el tiempo que
empleó buscando aquella bolita seca, pero cuentan que se pasó
varios días de rodillas en el suelo examinando cada centímetro del
48. 48
campo de patatas. Por fortuna, la encontró. De esta lección de sus
primeros tiempos aprendió a poner siempre sobre cada flor singular
o cada hallazgo una bolsa para protegerlo.
Burbank vendió los derechos de la patata por 150 dólares, que,
sumados a los pocos que tenía ahorrados, fueron suficientes para
que se pudiera trasladar a California.
No sabía que había creado una patata muy especial: grande, con
una piel suave y aspecto regular. Los que la probaron por primera
vez la calificaron de “milagro”.
En cierto sentido lo era, porque, durante los cincuenta años
siguientes, la “Burbank” significaría millones de dólares para los
agricultores al ser vendidas y exportadas enormes cantidades de ella
a países como Irlanda, en los que el hambre hacía estragos porque
las otras patatas, menos resistentes, morían.
Así, con el poco dinero que consiguió reunir, Burbank marchó a
California. Llevaba consigo un soberbio conocimiento de las plantas,
determinación, ropa, comida para el viaje y diez patatas Burbank.
Guardaba estas patatas como habría guardado los plantones
producidos por su cápsula de semillas.
Sin dudarlo, se dirigió a Santa Rosa, lugar que, pensaba, ofrecía
unas condiciones ideales para el cultivo durante todo el año. Santa
Rosa, situada entre suaves colinas, proporcionaba el clima templado
y las ricas y variadas características de terreno que Burbank
necesitaba.
La lucha y la pobreza que soportó para conseguir su granja fueron
un ejemplo de coraje y perseverancia. Cuando trabajaba como
florista, se le permitió dormir en un cuarto contiguo al invernadero,
pero la humedad del aire le puso muy enfermo, tanto, que casi murió.
Por suerte pudo trasladarse a una chabola y, con la ayuda de una
anciana que le traía leche fresca cada mañana, sobrevivió.
Cuando se recuperó empezó a hacer toda clase de trabajos con el
fin de conseguir el dinero suficiente para comprar una parcela de
tierra. Todo el mundo pensó que estaba loco, porque escogió unas
tierras cuya inutilidad para el cultivo se había demostrado repetidas
veces. Estas tierras eran algo pantanosas, por lo que tenían que ser
secadas. Burbank lo hizo en seguida. Luego mandó traer 1.800
carretadas de abono, que mezcló con la tierra.
En tres años, su trabajo, su previsión y su paciencia rindieron sus
frutos. Por entonces ya había hecho bastante dinero cultivando
49. 49
plantas injertadas como para poder empezar en serio la
experimentación que siempre fue su sueño. Sus descubrimientos
sobre la técnica de los injertos y el cultivo selectivo le dieron pronto
la reputación de ser un “mago” de las plantas. A Burbank no le
gustaba este título, pero cuando empezó a crear nuevas variedades
de plantas, le quedó.
Sobre el papel, su método parece sencillo, pero en la práctica
resultaba extremadamente difícil. Cultivaba 10.000 o más plantas de
una misma variedad, de las cuales seleccionaba un máximo de
cincuenta plantones y un mínimo de uno. Luego, a partir de la planta
o plantas seleccionadas, cultivaba otros 10.000 plantones,
continuando este proceso selectivo hasta que lograba la planta que
quería.
Cuando empezó su trabajo, los castaños necesitaban veinticinco
años para dar fruto. Cuando terminó sus experiencias, produjeron
fruto al cabo de dieciocho meses.
En los primeros años de este siglo, sus creaciones causaron tal
sensación que su nombre se convirtió en una palabra de uso común.
Pronto se encontraría en los diccionarios el verbo
“to burbank”.4 Burbank hizo lo que ningún hombre pudo hacer antes.
Creó una mora blanca, tan clara que se veían las semillas de su
interior, una ciruela tan jugosa y grande que aún se considera de las
mejores del mundo; una hermosa margarita de puro color blanco, un
cacto sin espinas y un lirio de agua de fragante aroma.
La historia que había detrás de estas creaciones muestra cómo su
sensibilidad de cuando era pequeño no hizo sino aumentar con el
paso del tiempo. Para crear la margarita blanca, Burbank dedicó
años a seleccionar y cruzar flores, buscando el color adecuado. A
menudo, sus visitantes eran incapaces de distinguir unas de otras
las plantas que cultivaba. Fue necesario que un artista de San
Francisco eligiera las margaritas de un blanco más puro, las cuales
iban a recibir su nombre del Monte Shasta. Burbank estaba
especialmente orgulloso de su margarita “Shasta”, a causa de sus
recuerdos de juventud, cuando llevó la margarita silvestre al jardín
de su madre.
Sin embargo, fue el cacto sin espinas el que causó mayor sensación
y dio pie a la especulación acerca de los supuestos métodos místicos
4 “To burbank” significa perfeccionar, generalmente mediante el cultivo selectivo.
50. 50
que Burbank empleaba. Durante el tiempo que estuvo trabajando
con los cactos, nuestro hombre tenía que sacarse, al final de la
jornada, las espinas y espinillas que le quedaban clavadas en la cara
y las manos. Aguantaba el dolor y la frustración porque estaba
convencido de que estas plantas del desierto, que crecían como
amargones en el árido Oeste, podían salvar millones de vidas y
alimentar al ganado en las zonas secas de todo el mundo.
Por fin logró crear cactos sin espinas y con muy pocas espinillas.
Sin embargo, y a pesar de lo espectacular que esto pareció en aquel
momento, desde el punto de vista práctico fue un fracaso, porque
para cultivar las plantas se necesitaba más agua de la que podía
obtenerse en las zonas desérticas.
De todos modos, resulta interesante la historia de que Burbank
pidió a las plantas que colaboraran con él en su objetivo de conseguir
un cacto sin espinas. Se dijo que los propios cactos le ayudaron,
respondiendo a su amor. “El secreto de la obtención de buenos
resultados en el cultivo de plantas reside, aparte del conocimiento
científico, en el amor”, dijo Burbank a un visitante, reiterando una
antigua convicción.
Y añadía: “Mientras realizaba los experimentos para hacer cactos
sin espinas, a menudo hablaba con las plantas para crear una
vibración de amor. Les decía que no tenían que tener miedo, que no
necesitaban las púas defensivas, que yo las protegería”.
Junto con el de los cactos, el trabajo de Burbank con el lirio de
agua fue uno de sus proyectos más fascinantes y uno de sus
favoritos. Los esbeltos y graciosos lirios despedían normalmente un
olor desagradable, pero él se propuso crear unos lirios que fueran tan
fragantes como hermosos.
Un día, al caer la tarde, cuando estaba terminando su trabajo,
detectó el olor perfumado de un lirio. En aquel momento había un
acre lleno de lirios en flor, pero Burbank se puso de rodillas y fue
recorriendo todo el terreno, examinando las flores una a una.
Ignoraba de dónde provenía la fragancia que arrastraba la brisa, pero
sabía que aquél era el momento que había estado esperando.
Nadie sabe exactamente cuántos lirios olió aquel día, pero los
trabajadores que le observaban supusieron que pudo haber olido
cerca de cinco mil antes de hallar el que buscaba. De este lirio, que
señaló, como hacía habitualmente, con un trozo de su camisa,
produjo una nueva especie de olor agradable.