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1
LOS PRINCIPIOS BIOÉTICOS EN NUESTRAS RELACIONES CON LOS ANIMALES
(BIOETHICAL PRINCIPLES IN OUR RELATIONSHIPS WITH ANIMALS)
Beatriz Vanda Cantón∗
Resumen
Los animales vertebrados se han relacionado estrechamente con el ser humano,
contribuyendo en forma importante a nuestra supervivencia. Numerosas
investigaciones han demostrado que estos animales poseen un sistema nervioso lo
suficientemente desarrollado para poder experimentar dolor y sufrimiento, así como
capacidades congnitivas que les permiten darse cuenta de lo que sucede en su
entorno. Esto plantea que podrían estar incluidos en el campo de nuestra
consideración moral. En este trabajo se propone cómo podrían extenderse los
principios bioéticos a las relaciones que tenemos con los animales, argumentándolo
desde una perspectiva biológica, histórica y bioética.
Palabras clave: principios bioéticos, animales, justicia retributiva, bioética ambiental.
Abstract
Vertebrate animals have been closely related to human beings contributing to our
survival. Several investigations have demonstrated that these animals have a
developed nervous system, able to experience pain and suffering, and have cognitive
abilities that allow them awareness of their environment. This suggest that they might
∗
Médico veterinario zootecnista, Especialista en Patología, Maestra en Ciencias Veterinarias, candidata a
Doctora en Bioética.
Profesora de Patología y coordinadora de la asignatura Seminario de Bioética, en la Facultad de Medicina
Veterinaria y Zootecnia. Universidad Nacional Autónoma de México.
e. mail: daktari@servidor.unam.mx
Publicaciones anteriores : La experimentación biomédica en animales en los códigos bioéticos. Lab-acta
2003; 15:69-73. Y ¿Existen o no emociones en los animales?. AMMVEPE 2006; 17: 188–190.
2
be included in the field of our moral consideration. In this study, it is proposed a way in
which our bioethical principles could be extended to our relationships with animals,
supported from biological, historical and bioethical perspective.
Key words: bioethical principles, animals, retributive justice, environmental bioethics.
3
Autora responsable: Beatriz Vanda Cantón
Departamento de Patología.
Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia.
Universidad Nacional Autónoma de México.
Av. Universidad 3000
04510 Coyoacán, México, D.F.
MÉXICO
Teléfonos: (52) + (55) 56.22.58.88
(52) + (55) 56.15.86.67
Telefax: (52) + (55) 56.16.67.95
Correo electrónico: daktari@servidor.unam.mx
Fecha de envío: 5 de diciembre de 2006.
4
Introducción
La bioética ha sido identificada con la ética médica, pero su campo de reflexión es
más amplio pues comprende también a las ciencias de la vida como la biología y la
ética ambiental. Una bioética enfocada únicamente al ser humano y que no considere
a las otras especies vivientes, en especial a aquéllas que comparten con nosotros la
capacidad de sentir dolor y placer, sería una bioética incompleta. Tradicionalmente se
han manejado teorías de valoración centradas en el ser humano, las cuales favorecen
únicamente los intereses de nuestra especie, ante esto muchos ambientalistas claman
a favor de una bioética holista que se extienda a otros miembros de la comunidad
biológica como son los animales, las plantas y los ecosistemas;1
muchos de estos
organismos no sólo poseen un valor instrumental para el ser humano, sino que poseen
además una “valía inherente”, es decir un valor en sí mismos, que es independiente
del valor que le asignen los demás.2
Con base en esto, algunos filósofos
contemporáneos sostienen que hay otros seres vivos además de los humanos, que
también pueden ser sujetos de consideración moral.3
Al respecto Regan y Taylor han
propuesto dos tipos de estatus moral para los vivientes:2, 4
agentes y pacientes
morales, estas categorías sólo pueden adjudicarse a organismos vivos porque son las
únicas entidades susceptibles de sufrir daño o de resultar beneficiadas por parte de
terceros.
Los “agentes morales” son aquellos sujetos susceptibles de ser tratados en forma
correcta o incorrecta, por lo que se consideran poseedores de derechos, pero como
además tienen capacidad de responder por sus actos, también tienen deberes y
obligaciones hacia los demás miembros de la comunidad. Son agentes morales todos
5
los humanos mayores de edad, en pleno uso de sus facultades mentales. En cambio
se consideran como “pacientes o pasivos morales” a los sujetos que siendo
susceptibles de ser tratados en forma correcta o incorrecta y cuyas condiciones de
vida pueden verse favorecidas o perjudicadas por la acción de alguien, no tienen
responsabilidades ni deberes con ningún agente; sin embargo, los agentes morales si
tienen obligaciones hacia ellos. Se considera como pacientes morales a los humanos
que no pueden formular juicios éticos, como los bebés, los niños muy pequeños, los
adultos con discapacidad mental, los pacientes en estado de coma o estado vegetativo
persistente, y varios autores sugieren que dentro de esta categoría también puede
incluirse a los animales vertebrados.4, 5
Haciendo una síntesis acerca de las características que un animal debe poseer
para ser considerado como paciente moral, aquí se propone un criterio
neurofisiológico: es decir, todos los animales susceptibles de ser dañados o
beneficiados por la acción de un agente moral y que –como condición suficiente–
tengan un sistema nervioso central con un encéfalo funcional (como es el caso de los
vertebrados) que les permita sentir dolor físico o sufrir emocionalmente, pueden ser
considerados pacientes morales y entonces tendríamos ciertos deberes con ellos.
La forma en que el ser humano se relaciona con las demás especies de animales
vertebrados, se analizará desde una perspectiva biológica y una histórica, y
posteriormente, desde una perspectiva bioética se presentará una propuesta para que
estas relaciones puedan ser más justas y humanas.
6
Perspectiva biológica
El conocimiento científico actual, las evidencias evolutivas y los conocimientos
aportados por la paleontología, la zoología, la biología molecular y la genética6
han
introducido contundentes correcciones a la convicción de que existía un abismo
ontológico y una diferencia radical entre el humano y los demás animales, en vez de
esto, hoy se acepta la tesis de la “continuidad evolutiva”.7
La decodificación de los
genomas de diferentes especies pone de manifiesto el origen común de todos los
organismos, quienes a pesar de sus diferencias físicas, comparten una gran cantidad
de genes,8
estas evidencias han significado un duro golpe al antropocentrismo,
cambiando la idea que teníamos de nosotros mismos. Estamos ciertos de nuestra
proximidad con los demás vivientes y cuanto mayor es el grado de homología entre los
genomas, más irrefutable se vuelve el hecho que descendemos de un ancestro
común9
y que pertenecemos a la misma familia o comunidad genética.10, 11
Otras
pruebas que apoyan nuestra proximidad biológica con los demás animales
vertebrados, son las similitudes estructurales y funcionales. Estudios neurofisiológicos
han revelado que en los mecanismos neurales de percepción, integración y respuestas
al dolor hay más semejanzas que diferencias12, 13
y hasta la fecha no se han
descubierto estructuras ni mecanismos para procesar información que sean
específicos de los cerebros humanos.14, 15
Debido a que el sistema límbico permite
distinguir entre lo agradable y desagradable, desarrollar funciones afectivas y
emociones como miedo, sorpresa, ira o alegría, se puede inferir que en los animales
vertebrados el dolor también tiene un componente de tipo emocional.16, 17, 18
Muchos
etólogos y neurofisiólogos coinciden en que la mayoría de los mamíferos y aves tienen
7
experiencias de las cuales se dan cuenta,19, 20, 21
por lo tanto, no existe razón para
suponer que el dolor y el sufrimiento se experimenten de manera muy diferente entre
el ser humano y las especies que tienen un sistema nervioso muy parecido.
Además de lo anterior también compartimos con otros animales la capacidad de
aprendizaje, la memoria, el sentido del espacio, la vida en comunidad, los vínculos
emocionales, así como complejos sistemas de comunicación, que no son atributos
exclusivamente humanos.22, 23, 24
Perspectiva histórica
Los humanos hemos habitado este planeta junto con todos los demás organismos
vivos, pero nos hemos relacionado de un modo más estrecho con las especies que se
acercaron al hombre primitivo hace más de 14,000 años y que hoy conocemos como
domésticas. Desde entonces se han obtenido de los animales grandes beneficios
como vestido, alimento, ayuda en el trabajo (carga, arado, transporte, guardia y
protección, rescate, etc.), compañía y conocimiento, que nos han ayudado a sobrevivir
más exitosamente. Gracias a la capacidad que el hombre adquirió para poder
transformar rápida y drásticamente el ambiente adaptándolo a sus necesidades, fue
dejando de sentirse parte de la Naturaleza y se asumió como completamente diferente
y superior a los demás vivientes, estableciendo con ellos una relación de dominio y
explotación,25
disponiendo de los animales sin ninguna restricción ni consideración,
viéndolos como objetos o como simples medios para obtener satisfactores. Esta falta
de respeto y consideración por los otros que son diferentes, ha llevado a una relación
injusta, de la que algunos ejemplos son: la cacería y entretenimientos en donde los
animales son considerados como un trofeo, su vida es tomada como objeto de
8
diversión y su dolor como un medio para ganar dinero; los abusos en la investigación
biomédica, en donde muchos de los estudios cruentos e invasivos son innecesarios o
no se justifican, y en ocasiones durante el curso de los experimentos no se asegura un
adecuado estado de analgesia o anestesia en los animales; los métodos de cría,
engorda, reproducción y matanza de animales para abasto que se realizan en
condiciones que implican mucho dolor y sufrimiento para ellos;5, 26
la destrucción,
invasión y contaminación de nichos ecológicos en donde los animales silvestres
puedan vivir y reproducirse. Sobre todas estas situaciones la bioética tiene mucho que
cuestionar y reflexionar, proporcionando argumentos para proponer cómo mejorar y
humanizar nuestras relaciones con los animales.
Perspectiva bioética
En 1979 Beauchamp y Childress describieron cuatro principios que fueron la base
de la bioética principialista: la no maleficencia, la beneficencia, la justicia y la
autonomía, todos ellos tienen el mismo nivel de prioridad y deben tratar de aplicarse
simultáneamente,27
pero los que se consideran obligatorios inclusive jurídicamente -
por ser lo mínimo exigible para regular el bien común-, son los de no maleficencia y
justicia. Y desde un sistema ético de máximas expectativas, es decir, que no se
imponen sino se cumplen en conciencia, están los principios de beneficencia o
benevolencia y el de respeto a la autonomía. La propuesta bioética de Beauchamp y
Childress no es la única basada en principios, también están los propuestos por Paul
Taylor2
más enfocados a una ética ambiental, algunos de estos principios son: el de
mínimo daño (que equivaldría al de no maleficencia), el de justicia retributiva (restaurar
o compensar el daño producido), el de supervivencia o defensa propia y el de
9
proporcionalidad (para solucionar conflictos de intereses entre especies). Tratando de
compaginar estos principios con los propuestos por Beauchamp y Childress, se
proponen y describen algunos de los que son factibles aplicar en nuestras relaciones
con los animales:
Principio de mínimo daño o de no maleficencia
La no maleficencia a pesar de ser el más universal de los principios ha recibido
muchas críticas, ya que al formular un principio o un imperativo en negativo existe el
riesgo de fomentar una actitud de quietismo, pasiva e indiferente, que exime de
compromisos con quienes sufren, argumentando que uno no perjudica a nadie porque
se limita a no causar daño, pudiendo ser cómplice –aun sin tener la intención-, de
situaciones injustas y éticamente incorrectas.
Algunas aplicaciones generales del principio de no maleficencia hacia los animales
vertebrados son: no dañarlos física ni emocionalmente, no golpearlos ni torturarlos, no
restringirles la posibilidad de moverse, no privarlos de agua ni alimento, no forzarlos a
ejecutar actos que pongan en riesgo su vida o su salud, no someterlos a estados de
ansiedad o sufrimiento continuos o prolongados, y cuando estas condiciones fueran
imposibles de respetar, se debe aplicar entonces la máxima utilitarista de minimizar el
daño y el dolor. 5, 28
Otra manera de ver este principio sería como la no interferencia, es decir, no
destruir el hábitat de los animales silvestres, no privarlos de su libertad
injustificadamente, no separar a los lactantes de sus madres y permitir que expresen
comportamientos necesarios para su especie.2, 29
Resulta difícil aplicar la no
maleficencia y la no interferencia en nuestras relaciones cotidianas con los animales,
10
pues el hecho de mantenerlos bajo nuestra custodia según nuestros criterios -aunque
se les brinden cuidados-, atenta contra este principio, ya que se les somete a
condiciones no naturales para ellos: se les separa de sus congéneres, se les esteriliza,
confina y condiciona a vivir y comportarse de acuerdo a nuestra conveniencia. Dada la
dificultad para respetar el principio de no maleficencia, sería preferible llamarlo
principio de “mínimo daño” cuya aplicación más universal sería: “Todo manejo que se
lleve a cabo en cualquier animal vertebrado, no importando su finalidad, debe ir
acompañado del máximo esfuerzo y cuidado para disminuir las condiciones de dolor y
sufrimiento del mismo”.
El principio de mínimo daño también conduce a reflexionar y reconsiderar acciones
que en los humanos representan verdaderos dilemas bioéticos, pero que en los
animales desafortunadamente han sido vistas como situaciones comunes, como el
hecho de no tener restricciones para matarlos. Este principio debe cuestionar bajo qué
circunstancias y con qué métodos se justifica quitarles la vida.
El matar a los animales y el principio de supervivencia
En los animales no ha habido –hasta ahora- impedimento jurídico ni moral para
realizar la eutanasia; sin embargo, antes de aplicarla, el médico veterinario debe hacer
una valoración concienzuda del paciente y estar convencido de que esa es la mejor
alternativa médica que puede ofrecerle.30
En otras situaciones fuera de la práctica clínica, nuestro derecho de matar a un
animal debe limitarse a la necesidad de preservar nuestra vida -apelando al principio
de “supervivencia” que propone Taylor-, lo que se traduce como aceptable en dos
circunstancias específicas:
11
1. Alimentación
2. Defensa propia (salvaguardar nuestra vida e integridad física, si otro animal la
amenaza).
Se debe mostrar cautela con el punto número dos para no caer en “la pendiente
resbaladiza” y permitir que se maten animales alegando que representan un riesgo
para nuestra salud o la de otros animales –como en los casos de control o erradicación
de enfermedades zoonóticas o exóticas, o para prevenir riesgos hipotéticos de
epizootias o epidemias–; de igual manera se deben replantear los métodos de
exterminio de los animales sin dueño. En muchas ocasiones la proliferación de
animales mal llamados “plagas”, son consecuencias antropogénicas de
irresponsabilidad o pérdida de control sobre una situación inducida por los mismos
humanos. Una actitud ética sería tomar medidas preventivas a este respecto,
detectando y corrigiendo primero los errores que comete la población humana al
fomentar la venta de animales de compañía, el no esterilizarlos y dejarlos en las calles,
la excesiva generación de basura, el mal manejo de desechos y el desequilibrio que se
suscita en los ecosistemas al introducir nuevas especies o aniquilar a predadores
naturales de otros animales. Provocar un problema y pretender solucionarlo
eliminando a quienes son inocentes, es una falta de responsabilidad que no tiene
justificación ética ni biológica. No hay que olvidar que los animales, igual que los
humanos, también tienen esta “pulsión de vida” o conatus, como lo llamó Spinoza -
refiriéndose al esfuerzo que hace cada ser de la Naturaleza para conservar su propia
existencia y perseverar en su ser manteniendo su identidad-.
12
En situaciones en las que no se puede evitar matar a los animales como cuando se
hace con el fin de obtener alimento o conocimientos (como sucede con los animales
experimentales) y así poder conservar la vida o la salud, se tiene la obligación de
hacerlo responsablemente, ya que el problema ético en estos casos, además del
hecho de quitarles la vida –el cual justificamos desde nuestra perspectiva humana,
apelando al principio de supervivencia-, radica en los medios empleados para lograr el
fin buscado, es decir: el ¿cómo se hace?, lo que cuestionaría si los métodos de muerte
que se emplean son aceptables, puesto que el fin no justifica los medios.
Con respecto a los animales destinados a la producción de alimento se dice que
hay que buscar la máxima producción al más bajo costo, pero este bajo costo no sólo
debe ser considerado con base en factores económicos, sino también debe tomar en
cuenta las condiciones en que estos animales son criados, transportados y
sacrificados.31
Con los animales destinados a la investigación hay que procurar reducir al mínimo
el estrés, dolor y sufrimiento, antes, durante y al finalizar los experimentos, siendo más
estrictos con los protocolos, refinando las técnicas experimentales, la obtención de
muestras, la anestesia y la analgesia.14
La no maleficencia también incluye el no engañar a ningún animal capaz de ser
engañado, lo que significa que este principio se opone a las trampas, la pesca, la
cacería, las corridas de toros y las actividades en donde se trata de burlar a los
animales para hacerles daño.
13
Principio de justicia o equidad
Cuando se aplica este principio a los animales debe hacerse más bien en términos
de equidad y de justicia retributiva. La equidad no significa darle lo mismo a todos, ni
dar el mismo trato a los individuos de todas las especies, sino que se refiere a tomar
en cuenta con la misma importancia las necesidades vitales de todos, incluyendo las
de los animales,14
evitando que intereses no vitales o prescindibles de nuestra especie
lesionen los intereses básicos de ellos. Un sistema en el que la consideración no es
igual para todos y se favorezca sólo a algunos, o se privilegie a unos a costa de
quienes son más vulnerables, no puede ser un sistema justo ni tampoco ético, pues la
parcialidad es incompatible con la justicia.28
No es éticamente aceptable dañar o
permitir que sufran aquellos seres cuyas capacidades mentales o de otro tipo sean
diferentes a las de grupo dominante; cuando se discrimina negativamente a alguien o
se ignoran sus intereses vitales sólo porque no pertenece a nuestra especie, se incurre
en “especismo” 5
que es una forma de “segregación genómica”.
La extensión del principio de justicia hacia las otras especies también se puede
apoyar desde una ética utilitarista, que postula que las acciones son justas en la
medida que tienden a promover la felicidad y el bienestar, e injustas en cuanto tienden
a producir dolor o infelicidad, y defiende que los intereses de todo sujeto deben ser
tomados en cuenta en igual medida.32
También se puede aplicar el principio de justicia con los animales en forma de
justicia retributiva, que consiste en dar o devolver el equivalente de lo que se recibe,
en restaurar el daño hecho a un individuo o a una población o en compensarlo a él o a
otros de su especie a manera de retribución, por lo que también puede ser visto como
14
un “principio de gratitud”. Si por necesidad de nuestra especie nos vemos obligados a
obtener beneficios de las otras especies, muchas veces a costa de su propia vida, este
principio nos compromete a compensarlos o retribuirles de alguna forma lo que de
ellos tomamos. Es claro que no podemos devolverles su vida, pero mientras están
vivos sí podemos mejorar su nivel de bienestar y evitarles sufrimiento innecesario.
Si gracias a los animales hemos obtenido alimento, medicamentos, conocimiento,
ganancias económicas, entretenimiento o ayuda en el trabajo, ellos también merecen
disfrutar del beneficio que produjeron, por lo que negarse a hacerlos partícipes de la
ganancia y no querer invertir dinero ni esfuerzo para mejorar sus condiciones de vida,
salud y muerte, constituye una injusticia. Algunas de las aplicaciones concretas de
este principio en el trato a los animales son: proporcionarles alimentación de acuerdo a
lo que su especie requiere y a la actividad que realizan, brindarles atención médica
preventiva y curativa, alojamiento limpio y seco en donde puedan desplazarse y con
acceso a la luz del sol, permitir que descansen y no forzarlos a trabajar más allá de
sus límites, emplear tranquilizantes o anestésicos cuando se lleven a cabo
procedimientos invasivos o experimentos dolorosos y cuando tengan que morir, darles
una buena muerte -previa anestesia o insensibilización-.
En los animales silvestres sólo se justifica su encierro si con ello van a resultar
beneficiados de algún modo, ya sea para mejorar su salud, protegerlos de la extinción,
la caza o catástrofes naturales; o bien, si es con fines educativos o de investigación no
invasiva, y bajo condición de que los lugares donde vayan a estar alojados cuenten
con programas de enriquecimiento ambiental, instalaciones y personal capacitado que
garanticen buenos niveles de bienestar y salud para estos animales.
15
El principio de justicia también nos exhorta a cuidar del ambiente y los nichos
ecológicos en donde viven los animales silvestres, sin contaminarlos ni destruirlos, así
como a promover la creación de áreas protegidas y reservas naturales donde puedan
reproducirse y sobrevivir.
No hay que olvidar que la justicia es un principio activo que dispone a la
benevolencia, y que ser justo es algo más que no cometer injusticias o no hacer daño.
El principio de proporcionalidad ante los conflictos entre intereses
Debido a que los animales vertebrados son capaces de sentir dolor físico y
sufrimiento emocional,33, 34
el provocárselos da lugar a conflictos de orden ético que no
están resueltos -aun cuando se acepte que tomar la vida de un animal esté justificado
para alimentarnos o cuando los resultados de una investigación puedan ayudar a
mejorar la salud y la calidad de vida del humano o de otros animales.
Cuando los intereses de los animales se contraponen a los de los humanos, la
balanza no debe inclinarse con base en la especie, sino a favor de la importancia de
los intereses que estén en discordia, por lo que primero es necesario distinguir entre
dos tipos de intereses: los vitales –primarios o básicos– que están por encima de los
no vitales o secundarios y que se consideran prescindibles.2
Un interés vital es aquella
condición necesaria para sobrevivir con niveles mínimos de bienestar, como tener
acceso al agua y al alimento, no sufrir dolor, heridas ni enfermedades, tener acceso al
sueño y al descanso, poder resguardarse del clima, poder moverse libremente sin
estar atado, no sufrir maltrato, vivir libre de miedo y ansiedad.35
Por lo que cuando
entren en conflicto intereses que jerárquicamente sean menos importantes que los
vitales, deben subordinarse a éstos y dar prioridad a los intereses vitales sobre los
16
secundarios, sean de los humanos o de los animales; a esto se le conoce como
“principio de proporcionalidad” que a su vez está apoyado en el de justicia y en la
consideración de los intereses de todos.
Cuando el conflicto sea entre intereses vitales o del mismo nivel de importancia
entre humanos y animales, se da prioridad a los intereses humanos (por solidaridad
con nuestra especie), pero entonces debe aplicarse simultáneamente el principio de
mínimo daño a los animales cuyos intereses se verán subordinados a los de los
humanos. Si el conflicto es entre intereses vitales de los animales frente a intereses
secundarios de los humanos, tendrán prioridad los intereses vitales de los animales.
Principio de beneficencia o benevolencia
Este principio pertenece a una ética supererogatoria, por lo que obliga sólo en
conciencia. Se refiere no sólo a no dañar a los animales, sino a maximizar su bienestar
físico y emocional,36
manteniéndolos en óptimas condiciones, enriqueciendo su
ambiente, permitiendo que se ejerciten, que expresen comportamientos naturales
necesarios para ellos, así como permitir que interactúen con otros individuos.37
Casi
ninguna de nuestras acciones hacia los animales contempla este principio, la mayoría
de ellas se reducen al de mínimo daño y en pocas ocasiones al de justicia, lo que
indica que todavía nos falta mucho para tener una conciencia ética lo suficientemente
amplia para incluir a los animales no humanos en nuestro círculo de consideración
moral.
El principio de autonomía prácticamente no puede aplicarse con los animales,
porque al tener ellos estatus de pacientes morales (como los humanos que no pueden
ejercer su autonomía), no pueden dar a conocer su voluntad, ni manifestar su
17
consentimiento, sino que alguien más decide en su lugar, ya sea la persona que los
tiene bajo su cuidado, el médico veterinario o quien ejerce sobre ellos el derecho de
posesión –y que más que “dueño” debería llamarse “tutor”–. Sin embargo, se puede
proponer el principio de “respeto por el otro”, que algunos incluyen dentro del principio
de no maleficencia. El principio de respeto se puede fundamentar en la noción de la
reverencia por la vida de Schweitzer38
y en el reconocimiento del diferente, ya que las
diferencias (aunque sean genómicas) no deben ser empleadas como argumento para
menospreciar o explotar a los otros.
Obligaciones mínimas que tendríamos con los vertebrados no humanos
En nuestras relaciones con los vertebrados que poseen sensibilidad y capacidad
de darse cuenta de lo que pasa en su entorno,39
estaríamos obligados a aplicar los
principios de mínimo daño y el de justicia.
Si la actividad a la que son sometidos los animales ya sea con fines de trabajo,
exhibición, deportes, espectáculos o entretenimiento, les produce dolor, ansiedad,
sufrimiento, o les causa heridas, lesiones o la muerte, no puede justificarse de ninguna
manera; ya que de acuerdo al principio de proporcionalidad, un interés no vital de los
humanos como es la diversión, entretenimiento o deporte, no puede estar por encima
del interés vital de los animales (no sufrir y conservar su vida), y por eso no puede
haber atenuantes éticas para justificar actividades como el toreo, rejoneo, tiro al
pichón, peleas de gallos, de perros, números de circo y otras actividades que se
realizan a costa de poner en riesgo la integridad física de los animales, así como
tampoco la cacería y pesca que no se realicen con el fin estricto de obtener alimento.
Todas estas actividades no son necesarias para los humanos, se puede prescindir de
18
ellas sin que se comprometa la calidad de vida de nuestra especie, y en cambio sí
atentan contra los principios de mínimo daño, de justicia y de beneficencia.
Conclusiones
Una ética antropocéntrica tradicional resulta insuficiente para enfrentar los
problemas medioambientales, la defensa de la biodiversidad y las relaciones con los
otros seres vivientes; para ello, es necesaria una bioética incluyente o biocéntrica, que
se extienda a otros organismos, tomándolos en cuenta y ampliando así nuestro círculo
de obligaciones éticas.
Un sistema ético debe ser integrador y no excluyente, dentro del cual el humano
ocupe un lugar importante, pero no exclusivo, entre los vivientes y en el cual se
subraye la responsabilidad que como especie dominante tenemos en relación con las
demás.
19
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33. Dawkins M. Animal suffering. The science of animal welfare. London: Champan and Hall,
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34. Bateson P. Assesement of pain in animals. Animal Behaviour 1991; 42: 827-839.
35. Seamer JH. Farm animal welfare in Britain. SCAW (Scientists Center for Animal Welfare)
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36. McMillan FD. Development of a mental wellness program for animals. Journal of the
American Veterinary Medical Association (JAVMA) 2002; 220: 965–971.
37. Broom DM, Johnson KG: Stress and animal welfare. London: Chapman and Hall. Animal
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38. Schweitzer A. Reverence for Life. Kansas City, Missouri: Hallmark Editions, 1971.
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Principios bioeticos y animales bety

  • 1. 1 LOS PRINCIPIOS BIOÉTICOS EN NUESTRAS RELACIONES CON LOS ANIMALES (BIOETHICAL PRINCIPLES IN OUR RELATIONSHIPS WITH ANIMALS) Beatriz Vanda Cantón∗ Resumen Los animales vertebrados se han relacionado estrechamente con el ser humano, contribuyendo en forma importante a nuestra supervivencia. Numerosas investigaciones han demostrado que estos animales poseen un sistema nervioso lo suficientemente desarrollado para poder experimentar dolor y sufrimiento, así como capacidades congnitivas que les permiten darse cuenta de lo que sucede en su entorno. Esto plantea que podrían estar incluidos en el campo de nuestra consideración moral. En este trabajo se propone cómo podrían extenderse los principios bioéticos a las relaciones que tenemos con los animales, argumentándolo desde una perspectiva biológica, histórica y bioética. Palabras clave: principios bioéticos, animales, justicia retributiva, bioética ambiental. Abstract Vertebrate animals have been closely related to human beings contributing to our survival. Several investigations have demonstrated that these animals have a developed nervous system, able to experience pain and suffering, and have cognitive abilities that allow them awareness of their environment. This suggest that they might ∗ Médico veterinario zootecnista, Especialista en Patología, Maestra en Ciencias Veterinarias, candidata a Doctora en Bioética. Profesora de Patología y coordinadora de la asignatura Seminario de Bioética, en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia. Universidad Nacional Autónoma de México. e. mail: daktari@servidor.unam.mx Publicaciones anteriores : La experimentación biomédica en animales en los códigos bioéticos. Lab-acta 2003; 15:69-73. Y ¿Existen o no emociones en los animales?. AMMVEPE 2006; 17: 188–190.
  • 2. 2 be included in the field of our moral consideration. In this study, it is proposed a way in which our bioethical principles could be extended to our relationships with animals, supported from biological, historical and bioethical perspective. Key words: bioethical principles, animals, retributive justice, environmental bioethics.
  • 3. 3 Autora responsable: Beatriz Vanda Cantón Departamento de Patología. Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia. Universidad Nacional Autónoma de México. Av. Universidad 3000 04510 Coyoacán, México, D.F. MÉXICO Teléfonos: (52) + (55) 56.22.58.88 (52) + (55) 56.15.86.67 Telefax: (52) + (55) 56.16.67.95 Correo electrónico: daktari@servidor.unam.mx Fecha de envío: 5 de diciembre de 2006.
  • 4. 4 Introducción La bioética ha sido identificada con la ética médica, pero su campo de reflexión es más amplio pues comprende también a las ciencias de la vida como la biología y la ética ambiental. Una bioética enfocada únicamente al ser humano y que no considere a las otras especies vivientes, en especial a aquéllas que comparten con nosotros la capacidad de sentir dolor y placer, sería una bioética incompleta. Tradicionalmente se han manejado teorías de valoración centradas en el ser humano, las cuales favorecen únicamente los intereses de nuestra especie, ante esto muchos ambientalistas claman a favor de una bioética holista que se extienda a otros miembros de la comunidad biológica como son los animales, las plantas y los ecosistemas;1 muchos de estos organismos no sólo poseen un valor instrumental para el ser humano, sino que poseen además una “valía inherente”, es decir un valor en sí mismos, que es independiente del valor que le asignen los demás.2 Con base en esto, algunos filósofos contemporáneos sostienen que hay otros seres vivos además de los humanos, que también pueden ser sujetos de consideración moral.3 Al respecto Regan y Taylor han propuesto dos tipos de estatus moral para los vivientes:2, 4 agentes y pacientes morales, estas categorías sólo pueden adjudicarse a organismos vivos porque son las únicas entidades susceptibles de sufrir daño o de resultar beneficiadas por parte de terceros. Los “agentes morales” son aquellos sujetos susceptibles de ser tratados en forma correcta o incorrecta, por lo que se consideran poseedores de derechos, pero como además tienen capacidad de responder por sus actos, también tienen deberes y obligaciones hacia los demás miembros de la comunidad. Son agentes morales todos
  • 5. 5 los humanos mayores de edad, en pleno uso de sus facultades mentales. En cambio se consideran como “pacientes o pasivos morales” a los sujetos que siendo susceptibles de ser tratados en forma correcta o incorrecta y cuyas condiciones de vida pueden verse favorecidas o perjudicadas por la acción de alguien, no tienen responsabilidades ni deberes con ningún agente; sin embargo, los agentes morales si tienen obligaciones hacia ellos. Se considera como pacientes morales a los humanos que no pueden formular juicios éticos, como los bebés, los niños muy pequeños, los adultos con discapacidad mental, los pacientes en estado de coma o estado vegetativo persistente, y varios autores sugieren que dentro de esta categoría también puede incluirse a los animales vertebrados.4, 5 Haciendo una síntesis acerca de las características que un animal debe poseer para ser considerado como paciente moral, aquí se propone un criterio neurofisiológico: es decir, todos los animales susceptibles de ser dañados o beneficiados por la acción de un agente moral y que –como condición suficiente– tengan un sistema nervioso central con un encéfalo funcional (como es el caso de los vertebrados) que les permita sentir dolor físico o sufrir emocionalmente, pueden ser considerados pacientes morales y entonces tendríamos ciertos deberes con ellos. La forma en que el ser humano se relaciona con las demás especies de animales vertebrados, se analizará desde una perspectiva biológica y una histórica, y posteriormente, desde una perspectiva bioética se presentará una propuesta para que estas relaciones puedan ser más justas y humanas.
  • 6. 6 Perspectiva biológica El conocimiento científico actual, las evidencias evolutivas y los conocimientos aportados por la paleontología, la zoología, la biología molecular y la genética6 han introducido contundentes correcciones a la convicción de que existía un abismo ontológico y una diferencia radical entre el humano y los demás animales, en vez de esto, hoy se acepta la tesis de la “continuidad evolutiva”.7 La decodificación de los genomas de diferentes especies pone de manifiesto el origen común de todos los organismos, quienes a pesar de sus diferencias físicas, comparten una gran cantidad de genes,8 estas evidencias han significado un duro golpe al antropocentrismo, cambiando la idea que teníamos de nosotros mismos. Estamos ciertos de nuestra proximidad con los demás vivientes y cuanto mayor es el grado de homología entre los genomas, más irrefutable se vuelve el hecho que descendemos de un ancestro común9 y que pertenecemos a la misma familia o comunidad genética.10, 11 Otras pruebas que apoyan nuestra proximidad biológica con los demás animales vertebrados, son las similitudes estructurales y funcionales. Estudios neurofisiológicos han revelado que en los mecanismos neurales de percepción, integración y respuestas al dolor hay más semejanzas que diferencias12, 13 y hasta la fecha no se han descubierto estructuras ni mecanismos para procesar información que sean específicos de los cerebros humanos.14, 15 Debido a que el sistema límbico permite distinguir entre lo agradable y desagradable, desarrollar funciones afectivas y emociones como miedo, sorpresa, ira o alegría, se puede inferir que en los animales vertebrados el dolor también tiene un componente de tipo emocional.16, 17, 18 Muchos etólogos y neurofisiólogos coinciden en que la mayoría de los mamíferos y aves tienen
  • 7. 7 experiencias de las cuales se dan cuenta,19, 20, 21 por lo tanto, no existe razón para suponer que el dolor y el sufrimiento se experimenten de manera muy diferente entre el ser humano y las especies que tienen un sistema nervioso muy parecido. Además de lo anterior también compartimos con otros animales la capacidad de aprendizaje, la memoria, el sentido del espacio, la vida en comunidad, los vínculos emocionales, así como complejos sistemas de comunicación, que no son atributos exclusivamente humanos.22, 23, 24 Perspectiva histórica Los humanos hemos habitado este planeta junto con todos los demás organismos vivos, pero nos hemos relacionado de un modo más estrecho con las especies que se acercaron al hombre primitivo hace más de 14,000 años y que hoy conocemos como domésticas. Desde entonces se han obtenido de los animales grandes beneficios como vestido, alimento, ayuda en el trabajo (carga, arado, transporte, guardia y protección, rescate, etc.), compañía y conocimiento, que nos han ayudado a sobrevivir más exitosamente. Gracias a la capacidad que el hombre adquirió para poder transformar rápida y drásticamente el ambiente adaptándolo a sus necesidades, fue dejando de sentirse parte de la Naturaleza y se asumió como completamente diferente y superior a los demás vivientes, estableciendo con ellos una relación de dominio y explotación,25 disponiendo de los animales sin ninguna restricción ni consideración, viéndolos como objetos o como simples medios para obtener satisfactores. Esta falta de respeto y consideración por los otros que son diferentes, ha llevado a una relación injusta, de la que algunos ejemplos son: la cacería y entretenimientos en donde los animales son considerados como un trofeo, su vida es tomada como objeto de
  • 8. 8 diversión y su dolor como un medio para ganar dinero; los abusos en la investigación biomédica, en donde muchos de los estudios cruentos e invasivos son innecesarios o no se justifican, y en ocasiones durante el curso de los experimentos no se asegura un adecuado estado de analgesia o anestesia en los animales; los métodos de cría, engorda, reproducción y matanza de animales para abasto que se realizan en condiciones que implican mucho dolor y sufrimiento para ellos;5, 26 la destrucción, invasión y contaminación de nichos ecológicos en donde los animales silvestres puedan vivir y reproducirse. Sobre todas estas situaciones la bioética tiene mucho que cuestionar y reflexionar, proporcionando argumentos para proponer cómo mejorar y humanizar nuestras relaciones con los animales. Perspectiva bioética En 1979 Beauchamp y Childress describieron cuatro principios que fueron la base de la bioética principialista: la no maleficencia, la beneficencia, la justicia y la autonomía, todos ellos tienen el mismo nivel de prioridad y deben tratar de aplicarse simultáneamente,27 pero los que se consideran obligatorios inclusive jurídicamente - por ser lo mínimo exigible para regular el bien común-, son los de no maleficencia y justicia. Y desde un sistema ético de máximas expectativas, es decir, que no se imponen sino se cumplen en conciencia, están los principios de beneficencia o benevolencia y el de respeto a la autonomía. La propuesta bioética de Beauchamp y Childress no es la única basada en principios, también están los propuestos por Paul Taylor2 más enfocados a una ética ambiental, algunos de estos principios son: el de mínimo daño (que equivaldría al de no maleficencia), el de justicia retributiva (restaurar o compensar el daño producido), el de supervivencia o defensa propia y el de
  • 9. 9 proporcionalidad (para solucionar conflictos de intereses entre especies). Tratando de compaginar estos principios con los propuestos por Beauchamp y Childress, se proponen y describen algunos de los que son factibles aplicar en nuestras relaciones con los animales: Principio de mínimo daño o de no maleficencia La no maleficencia a pesar de ser el más universal de los principios ha recibido muchas críticas, ya que al formular un principio o un imperativo en negativo existe el riesgo de fomentar una actitud de quietismo, pasiva e indiferente, que exime de compromisos con quienes sufren, argumentando que uno no perjudica a nadie porque se limita a no causar daño, pudiendo ser cómplice –aun sin tener la intención-, de situaciones injustas y éticamente incorrectas. Algunas aplicaciones generales del principio de no maleficencia hacia los animales vertebrados son: no dañarlos física ni emocionalmente, no golpearlos ni torturarlos, no restringirles la posibilidad de moverse, no privarlos de agua ni alimento, no forzarlos a ejecutar actos que pongan en riesgo su vida o su salud, no someterlos a estados de ansiedad o sufrimiento continuos o prolongados, y cuando estas condiciones fueran imposibles de respetar, se debe aplicar entonces la máxima utilitarista de minimizar el daño y el dolor. 5, 28 Otra manera de ver este principio sería como la no interferencia, es decir, no destruir el hábitat de los animales silvestres, no privarlos de su libertad injustificadamente, no separar a los lactantes de sus madres y permitir que expresen comportamientos necesarios para su especie.2, 29 Resulta difícil aplicar la no maleficencia y la no interferencia en nuestras relaciones cotidianas con los animales,
  • 10. 10 pues el hecho de mantenerlos bajo nuestra custodia según nuestros criterios -aunque se les brinden cuidados-, atenta contra este principio, ya que se les somete a condiciones no naturales para ellos: se les separa de sus congéneres, se les esteriliza, confina y condiciona a vivir y comportarse de acuerdo a nuestra conveniencia. Dada la dificultad para respetar el principio de no maleficencia, sería preferible llamarlo principio de “mínimo daño” cuya aplicación más universal sería: “Todo manejo que se lleve a cabo en cualquier animal vertebrado, no importando su finalidad, debe ir acompañado del máximo esfuerzo y cuidado para disminuir las condiciones de dolor y sufrimiento del mismo”. El principio de mínimo daño también conduce a reflexionar y reconsiderar acciones que en los humanos representan verdaderos dilemas bioéticos, pero que en los animales desafortunadamente han sido vistas como situaciones comunes, como el hecho de no tener restricciones para matarlos. Este principio debe cuestionar bajo qué circunstancias y con qué métodos se justifica quitarles la vida. El matar a los animales y el principio de supervivencia En los animales no ha habido –hasta ahora- impedimento jurídico ni moral para realizar la eutanasia; sin embargo, antes de aplicarla, el médico veterinario debe hacer una valoración concienzuda del paciente y estar convencido de que esa es la mejor alternativa médica que puede ofrecerle.30 En otras situaciones fuera de la práctica clínica, nuestro derecho de matar a un animal debe limitarse a la necesidad de preservar nuestra vida -apelando al principio de “supervivencia” que propone Taylor-, lo que se traduce como aceptable en dos circunstancias específicas:
  • 11. 11 1. Alimentación 2. Defensa propia (salvaguardar nuestra vida e integridad física, si otro animal la amenaza). Se debe mostrar cautela con el punto número dos para no caer en “la pendiente resbaladiza” y permitir que se maten animales alegando que representan un riesgo para nuestra salud o la de otros animales –como en los casos de control o erradicación de enfermedades zoonóticas o exóticas, o para prevenir riesgos hipotéticos de epizootias o epidemias–; de igual manera se deben replantear los métodos de exterminio de los animales sin dueño. En muchas ocasiones la proliferación de animales mal llamados “plagas”, son consecuencias antropogénicas de irresponsabilidad o pérdida de control sobre una situación inducida por los mismos humanos. Una actitud ética sería tomar medidas preventivas a este respecto, detectando y corrigiendo primero los errores que comete la población humana al fomentar la venta de animales de compañía, el no esterilizarlos y dejarlos en las calles, la excesiva generación de basura, el mal manejo de desechos y el desequilibrio que se suscita en los ecosistemas al introducir nuevas especies o aniquilar a predadores naturales de otros animales. Provocar un problema y pretender solucionarlo eliminando a quienes son inocentes, es una falta de responsabilidad que no tiene justificación ética ni biológica. No hay que olvidar que los animales, igual que los humanos, también tienen esta “pulsión de vida” o conatus, como lo llamó Spinoza - refiriéndose al esfuerzo que hace cada ser de la Naturaleza para conservar su propia existencia y perseverar en su ser manteniendo su identidad-.
  • 12. 12 En situaciones en las que no se puede evitar matar a los animales como cuando se hace con el fin de obtener alimento o conocimientos (como sucede con los animales experimentales) y así poder conservar la vida o la salud, se tiene la obligación de hacerlo responsablemente, ya que el problema ético en estos casos, además del hecho de quitarles la vida –el cual justificamos desde nuestra perspectiva humana, apelando al principio de supervivencia-, radica en los medios empleados para lograr el fin buscado, es decir: el ¿cómo se hace?, lo que cuestionaría si los métodos de muerte que se emplean son aceptables, puesto que el fin no justifica los medios. Con respecto a los animales destinados a la producción de alimento se dice que hay que buscar la máxima producción al más bajo costo, pero este bajo costo no sólo debe ser considerado con base en factores económicos, sino también debe tomar en cuenta las condiciones en que estos animales son criados, transportados y sacrificados.31 Con los animales destinados a la investigación hay que procurar reducir al mínimo el estrés, dolor y sufrimiento, antes, durante y al finalizar los experimentos, siendo más estrictos con los protocolos, refinando las técnicas experimentales, la obtención de muestras, la anestesia y la analgesia.14 La no maleficencia también incluye el no engañar a ningún animal capaz de ser engañado, lo que significa que este principio se opone a las trampas, la pesca, la cacería, las corridas de toros y las actividades en donde se trata de burlar a los animales para hacerles daño.
  • 13. 13 Principio de justicia o equidad Cuando se aplica este principio a los animales debe hacerse más bien en términos de equidad y de justicia retributiva. La equidad no significa darle lo mismo a todos, ni dar el mismo trato a los individuos de todas las especies, sino que se refiere a tomar en cuenta con la misma importancia las necesidades vitales de todos, incluyendo las de los animales,14 evitando que intereses no vitales o prescindibles de nuestra especie lesionen los intereses básicos de ellos. Un sistema en el que la consideración no es igual para todos y se favorezca sólo a algunos, o se privilegie a unos a costa de quienes son más vulnerables, no puede ser un sistema justo ni tampoco ético, pues la parcialidad es incompatible con la justicia.28 No es éticamente aceptable dañar o permitir que sufran aquellos seres cuyas capacidades mentales o de otro tipo sean diferentes a las de grupo dominante; cuando se discrimina negativamente a alguien o se ignoran sus intereses vitales sólo porque no pertenece a nuestra especie, se incurre en “especismo” 5 que es una forma de “segregación genómica”. La extensión del principio de justicia hacia las otras especies también se puede apoyar desde una ética utilitarista, que postula que las acciones son justas en la medida que tienden a promover la felicidad y el bienestar, e injustas en cuanto tienden a producir dolor o infelicidad, y defiende que los intereses de todo sujeto deben ser tomados en cuenta en igual medida.32 También se puede aplicar el principio de justicia con los animales en forma de justicia retributiva, que consiste en dar o devolver el equivalente de lo que se recibe, en restaurar el daño hecho a un individuo o a una población o en compensarlo a él o a otros de su especie a manera de retribución, por lo que también puede ser visto como
  • 14. 14 un “principio de gratitud”. Si por necesidad de nuestra especie nos vemos obligados a obtener beneficios de las otras especies, muchas veces a costa de su propia vida, este principio nos compromete a compensarlos o retribuirles de alguna forma lo que de ellos tomamos. Es claro que no podemos devolverles su vida, pero mientras están vivos sí podemos mejorar su nivel de bienestar y evitarles sufrimiento innecesario. Si gracias a los animales hemos obtenido alimento, medicamentos, conocimiento, ganancias económicas, entretenimiento o ayuda en el trabajo, ellos también merecen disfrutar del beneficio que produjeron, por lo que negarse a hacerlos partícipes de la ganancia y no querer invertir dinero ni esfuerzo para mejorar sus condiciones de vida, salud y muerte, constituye una injusticia. Algunas de las aplicaciones concretas de este principio en el trato a los animales son: proporcionarles alimentación de acuerdo a lo que su especie requiere y a la actividad que realizan, brindarles atención médica preventiva y curativa, alojamiento limpio y seco en donde puedan desplazarse y con acceso a la luz del sol, permitir que descansen y no forzarlos a trabajar más allá de sus límites, emplear tranquilizantes o anestésicos cuando se lleven a cabo procedimientos invasivos o experimentos dolorosos y cuando tengan que morir, darles una buena muerte -previa anestesia o insensibilización-. En los animales silvestres sólo se justifica su encierro si con ello van a resultar beneficiados de algún modo, ya sea para mejorar su salud, protegerlos de la extinción, la caza o catástrofes naturales; o bien, si es con fines educativos o de investigación no invasiva, y bajo condición de que los lugares donde vayan a estar alojados cuenten con programas de enriquecimiento ambiental, instalaciones y personal capacitado que garanticen buenos niveles de bienestar y salud para estos animales.
  • 15. 15 El principio de justicia también nos exhorta a cuidar del ambiente y los nichos ecológicos en donde viven los animales silvestres, sin contaminarlos ni destruirlos, así como a promover la creación de áreas protegidas y reservas naturales donde puedan reproducirse y sobrevivir. No hay que olvidar que la justicia es un principio activo que dispone a la benevolencia, y que ser justo es algo más que no cometer injusticias o no hacer daño. El principio de proporcionalidad ante los conflictos entre intereses Debido a que los animales vertebrados son capaces de sentir dolor físico y sufrimiento emocional,33, 34 el provocárselos da lugar a conflictos de orden ético que no están resueltos -aun cuando se acepte que tomar la vida de un animal esté justificado para alimentarnos o cuando los resultados de una investigación puedan ayudar a mejorar la salud y la calidad de vida del humano o de otros animales. Cuando los intereses de los animales se contraponen a los de los humanos, la balanza no debe inclinarse con base en la especie, sino a favor de la importancia de los intereses que estén en discordia, por lo que primero es necesario distinguir entre dos tipos de intereses: los vitales –primarios o básicos– que están por encima de los no vitales o secundarios y que se consideran prescindibles.2 Un interés vital es aquella condición necesaria para sobrevivir con niveles mínimos de bienestar, como tener acceso al agua y al alimento, no sufrir dolor, heridas ni enfermedades, tener acceso al sueño y al descanso, poder resguardarse del clima, poder moverse libremente sin estar atado, no sufrir maltrato, vivir libre de miedo y ansiedad.35 Por lo que cuando entren en conflicto intereses que jerárquicamente sean menos importantes que los vitales, deben subordinarse a éstos y dar prioridad a los intereses vitales sobre los
  • 16. 16 secundarios, sean de los humanos o de los animales; a esto se le conoce como “principio de proporcionalidad” que a su vez está apoyado en el de justicia y en la consideración de los intereses de todos. Cuando el conflicto sea entre intereses vitales o del mismo nivel de importancia entre humanos y animales, se da prioridad a los intereses humanos (por solidaridad con nuestra especie), pero entonces debe aplicarse simultáneamente el principio de mínimo daño a los animales cuyos intereses se verán subordinados a los de los humanos. Si el conflicto es entre intereses vitales de los animales frente a intereses secundarios de los humanos, tendrán prioridad los intereses vitales de los animales. Principio de beneficencia o benevolencia Este principio pertenece a una ética supererogatoria, por lo que obliga sólo en conciencia. Se refiere no sólo a no dañar a los animales, sino a maximizar su bienestar físico y emocional,36 manteniéndolos en óptimas condiciones, enriqueciendo su ambiente, permitiendo que se ejerciten, que expresen comportamientos naturales necesarios para ellos, así como permitir que interactúen con otros individuos.37 Casi ninguna de nuestras acciones hacia los animales contempla este principio, la mayoría de ellas se reducen al de mínimo daño y en pocas ocasiones al de justicia, lo que indica que todavía nos falta mucho para tener una conciencia ética lo suficientemente amplia para incluir a los animales no humanos en nuestro círculo de consideración moral. El principio de autonomía prácticamente no puede aplicarse con los animales, porque al tener ellos estatus de pacientes morales (como los humanos que no pueden ejercer su autonomía), no pueden dar a conocer su voluntad, ni manifestar su
  • 17. 17 consentimiento, sino que alguien más decide en su lugar, ya sea la persona que los tiene bajo su cuidado, el médico veterinario o quien ejerce sobre ellos el derecho de posesión –y que más que “dueño” debería llamarse “tutor”–. Sin embargo, se puede proponer el principio de “respeto por el otro”, que algunos incluyen dentro del principio de no maleficencia. El principio de respeto se puede fundamentar en la noción de la reverencia por la vida de Schweitzer38 y en el reconocimiento del diferente, ya que las diferencias (aunque sean genómicas) no deben ser empleadas como argumento para menospreciar o explotar a los otros. Obligaciones mínimas que tendríamos con los vertebrados no humanos En nuestras relaciones con los vertebrados que poseen sensibilidad y capacidad de darse cuenta de lo que pasa en su entorno,39 estaríamos obligados a aplicar los principios de mínimo daño y el de justicia. Si la actividad a la que son sometidos los animales ya sea con fines de trabajo, exhibición, deportes, espectáculos o entretenimiento, les produce dolor, ansiedad, sufrimiento, o les causa heridas, lesiones o la muerte, no puede justificarse de ninguna manera; ya que de acuerdo al principio de proporcionalidad, un interés no vital de los humanos como es la diversión, entretenimiento o deporte, no puede estar por encima del interés vital de los animales (no sufrir y conservar su vida), y por eso no puede haber atenuantes éticas para justificar actividades como el toreo, rejoneo, tiro al pichón, peleas de gallos, de perros, números de circo y otras actividades que se realizan a costa de poner en riesgo la integridad física de los animales, así como tampoco la cacería y pesca que no se realicen con el fin estricto de obtener alimento. Todas estas actividades no son necesarias para los humanos, se puede prescindir de
  • 18. 18 ellas sin que se comprometa la calidad de vida de nuestra especie, y en cambio sí atentan contra los principios de mínimo daño, de justicia y de beneficencia. Conclusiones Una ética antropocéntrica tradicional resulta insuficiente para enfrentar los problemas medioambientales, la defensa de la biodiversidad y las relaciones con los otros seres vivientes; para ello, es necesaria una bioética incluyente o biocéntrica, que se extienda a otros organismos, tomándolos en cuenta y ampliando así nuestro círculo de obligaciones éticas. Un sistema ético debe ser integrador y no excluyente, dentro del cual el humano ocupe un lugar importante, pero no exclusivo, entre los vivientes y en el cual se subraye la responsabilidad que como especie dominante tenemos en relación con las demás.
  • 19. 19 Referencias bibliográficas 1. Callicot JB. En busca de una ética ambiental. En: Kwiatkowska T, Issa J, compiladores. Los caminos de la ética ambiental. México: Plaza y Valdés- Conacyt, 1998. p. 85–160. 2. Taylor PW. Respect for Nature. A theory of environmental ethics. 2nd ed. Princeton, U.S.A: Princeton University Press, 1989. 3. Herrera A. Ecological integrity and intrinsic values. Global Bioethics 2002; 15: 67–71. 4. Regan T. The case for animal rights. Berkeley, L.A: University of California Press, 1983. 5. Singer P: Liberación animal. 2ª ed., Madrid: Trotta, 1999. 6. Lewin R: DNA reveals surprises in human family tree. Science 1984; 226:1179-1183. 7. Bekoff M. Sentido común. Etología cognitiva y evolución. En: Cavalieri P y Singer P, editores. El proyecto “Gran simio”. La igualdad más allá de la humanidad. Madrid: Trotta, 1998. p. 133–149. 8. Soberón X, Bolívar Zapata F. Gen y genoma. En: Rudomin R y Blazquez N, compiladores. Ciencias de la vida. México, DF: Siglo XXI–Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM, 2001. p. 61–83. 9. Darwin C. El origen de las especies por medio de la selección natural. Colecc. Obras maestras del pensamiento contemporáneo. México: Artemisa; 1985. 10. Jolly CJ. A proper study for mankind: Analogies from the Papionin monkeys and their implications for human evolution. American Journal of Physical Anthropology 2001; Suppl 33: 177-204. 11. Pääbo S. The human genome and our view of ourselves. Science 2001; 291:1219-1220. 12. Sanford J, Ewbank R, Molony V, et al., Guidelines for the recognition and assessment of pain in animals. Veterinary Record 1986; 118: 334-338. 13. Voogd JR, Nieuwenhuys D, Donkelaar HJ. Mammals. En: Nieuwenhuys D, Donkelaar HJ, editores. The central nervous system of vertebrates. Berlin: Springer, 1998. p. 1637-2097.
  • 20. 20 14. Dolan K: Ethics, animals and science. Oxford : Blackwell Science, 1999. 15. Griffin DR, Speck GB. New evidence of animal consciousness. Animal Cogniton 2004; 7: 5– 18. 16. Wiepkema PR. The emotional vertebrate. En: Dol MS, Kasanmoentalib S, Lijmbach S, Rivas E, Van den Bos R, editores. Animal consciousness and animal ethics. Netherlands: Van Gorcum, Assen,1997. p. 93–102. 17. Broom DM. Welfare, stress and the evolution of feelings. Advances in Animal Behaviour 1998; 27:371-403. 18. Portavella M, Torres B, Salas C. Avoidance response in Goldfish: Emotional and temporal involvement of medial and lateral telencephalic pallium. Journal of Neurosciences 2004; 24: 2335–2342. 19. Pepperberg IM. Proficient performance of a conjunctive, recursive task by an African gray parrott (Psicittacus erithacus). Journal of Comparative Psychology 1992; 106: 295–305. 20. Allen C. Assessing animal cognition: Ethological and philosophical perspectives. Journal of Animal Science 1998; 76:42-47. 21. Morton DB. Self-consciousness and animal suffering. Biologist 2000; 47: 77-80. 22. Allen C, Bekoff M. Cognitive ethology and the intentionality of animal behavior. Mind and Language 1995; 10:313-328. 23. Dwyer CM, McLean KA, Deans LA, et al., Vocalisations between mother and young in sheep: effects of breed and maternal experience. Applied Animal Behaviour Science 1998; 58:105–119. 24. Maier R. Comparative animal behavior: an evolutionary and ecological approach. Boston: Allyn & Bacon, 1998. 25. Passmore J. La responsabilidad del hombre frente a la naturaleza. Madrid: Alianza Editorial, 1978. p. 17-38.
  • 21. 21 26. Villanueva V, Aluja, AS. Estado actual de algunas plantas de sacrificio de animales para consumo humano en México. Veterinaria México 1998; 29:273–278. 27. Beauchamp TL, Childress JF. Principios de ética biomédica. 4ª ed., Barcelona: Masson, S.A., 1999. 28. Stuart Mill J. El utilitarismo. Madrid: Alianza Editorial, 2002. 29. Duncan IJ, Science–based assessment of animal welfare: farm animals. Revue Scientifique et Technique (International Office of Epizootics) 2005; 24 :483–492. 30. Tannenbaum J. Veterinary Ethics. 2nd ed., St Louis Missouri: Mosby, 1995. 31. Zapata B. Bienestar y producción animal: la experiencia europea y la situación chilena. TecnoVet 2002; año 8: 1–11. 32. Singer P. Ética práctica. Madrid: Ariel, 1995. p.18. 33. Dawkins M. Animal suffering. The science of animal welfare. London: Champan and Hall, 1989. 34. Bateson P. Assesement of pain in animals. Animal Behaviour 1991; 42: 827-839. 35. Seamer JH. Farm animal welfare in Britain. SCAW (Scientists Center for Animal Welfare) Newsletters 1993; 14:13-14. 36. McMillan FD. Development of a mental wellness program for animals. Journal of the American Veterinary Medical Association (JAVMA) 2002; 220: 965–971. 37. Broom DM, Johnson KG: Stress and animal welfare. London: Chapman and Hall. Animal beahviour series. 1993. p. 57-86. 38. Schweitzer A. Reverence for Life. Kansas City, Missouri: Hallmark Editions, 1971. 39. Dennett DC. Animal consciousness and why it matters. Social Research 1995; 62: 691-710.