1. “CUANDO UNA ESPINA AYUDA…”
Veo algo que me llama la atención
en un arbusto de los campos abiertos
en la India calurosa
de los húmedos monzones.
Me acerco cuidadoso a examinar la sorpresa
y pronto reconozco la reliquia inconfundible
de la vida renovada cada primavera
al crecer los cuerpos
con el vigor de la juventud y fuerza.
Allí, colgando de una espina alta,
está la camisa recién abandonada
de una serpiente.
De una pieza fina y transparente
como un velo de novia.
La desengancho y la admiro en mis manos,
y pienso, en la serpiente
que dejó su envoltura para poder crecer.
Es cómodo tener el traje hecho a medida por la naturaleza misma en corte
preciso. La serpiente se precia de él con justificado orgullo. Quizá se aficiona
también el traje y piensa que con él no va a tener problemas de vestir ya para
el resto de su vida. Pero el cuerpo crece y el traje queda estrecho. Resulta
incómodo. No puede ya albergar al maduro reptil. Hay que deshacerse de él.
No es fácil la tarea. Da pereza el cambio. Incluso nos dicen que hay peligro
mientras el reptil permanece indefenso al cambiar de ropa. Pero la vida llama
y el momento llega. La serpiente otea el horizonte, escoge un espino,
engancha la punta de su vestido y se va escurriendo, curva a curva, dejando
detrás el vestido inútil y emergiendo con el brillo nuevo del traje recién
estrenado. Tras varios esfuerzos queda libre del lodo, y se lanza al camino
con el desahogo amplio del cuerpo crecido. Ya no le cabía en la antigua
funda. Para crecer hay que cambiar de piel. Aunque cueste un poquito.
Ando mirando alrededor para ver una “espina” que me sirva. Quiero colgar
de ella la camisa que me queda corta. No me deja crecer. Me vino muy bien
en su tiempo, pero he crecido y ya no encajo en sus costuras a punto de
reventar. Le tenía cariño y me gustaba. Me da pena dejarla. Me acompañó
mucho tiempo. Mi pasado, mis costumbres, mis maneras de ver y mis modos
de juzgar, mis aversiones y mis devociones, mi imagen y mi historia. Todo era
muy cómodo, pero si quiero crecer, he de dejarlo. Si permanezco aprisionado
en la primera piel, no se desarrollarán mis miembros ni se abrirá mi mente. He
de pasar por el ritual del descondicionamiento si quiero seguir en la primavera
del vivir. Y el proceso no es de una vez para siempre. La próxima primavera
volveré a cambiar de piel para seguir viviendo. Hay que cambiar la piel del
2. alma para que crezca en la plenitud que ha de ser suya. Hay que encontrar la
espina, y engancharse y tirar. Es penoso, pero es necesario. La serpiente lo
sabe.
Acaricio en mis manos la piel abandonada.
Pienso en la serpiente, ya lejana,
que tuvo el valor de dejarla.
Bello tejido de escamas iguales.
Bello, pero ya superado.
La experiencia me anima a seguir el ejemplo.
Tomado del libro: Y la mariposa dijo de Carlos Gonzalez Valles