1) El documento analiza los resultados de las elecciones presidenciales colombianas de 2014, concluyendo que se consolidó la fractura en el bloque dominante y que la extrema derecha armada enfrenta mayores desafíos. 2) Señala que el uribismo sigue siendo una fuerza importante pero menor al 30% del electorado, mientras la abstención afectó más al centro e izquierda. 3) Argumenta que la izquierda debe decidir su posición para la segunda vuelta considerando la posibilidad de paz, el modelo económico y
1. Reflexiones sobre las presidenciales colombianas
¿Y ahora? Algunas conclusiones de la jornada del domingo de
elecciones
26 de mayo de 2014. Juan Houghton
Con los resultados electorales de este domingo, en primer lugar ha
quedado claro que la fractura en el bloque dominante es algo más
que cosmética. A pesar de que Santos al principio de su gobierno
había ofrecido un pacto al latifundio armado -no olvidar el mensaje de
Juan Camilo Restrepo de que “hay 8 millones de hectáreas robadas, y
vamos a devolver 2 millones para hacer la paz”-, la renuencia de este
último sector a aceptar una transacción condujo a una polarización
que difícilmente se saldará sin la salida del juego de varios actores: la
cárcel y la extradición están más cerca que nunca, y un hipotético
gobierno de Zuluaga amenaza resolverse a la manera de Fujimori III.
La disputa entre el actual modelo de acumulación armado basado en
un gran protagonismo del latifundio y el crimen abierto, y otro
modelo basado en el rentismo extractivista y la domesticación del
movimiento popular, obviamente no representa un dilema en el que
podamos tomar partido, pero representa un cambio clave para las
oligarquías tradicionales colombianas vinculadas cada vez más al
capital financiero y a las transnacionales; y por supuesto es un
escenario que significa cambios importantes para la movilización y
acumulación popular en tanto el paramilitarismo deberá modificar su
lugar en la política nacional.
Ahora bien. Es cierto que el uribismo se consolida como una fuerza
política determinante. Casi el 30% del electorado indica la
persistencia de una maquinaria criminal que sigue operando sobre
todo en los departamentos del eje cafetero, Antioquia, Cundinamarca,
2. Huila, Tolima y Santander, pero también un electorado que encuentra
en el discurso guerrerista el cemento que junta su temor a la crisis y
el miedo a la izquierda. No obstante, no debe olvidarse que sólo
representa el 14% de la votación al Congreso, y que incluso
asumiendo que la votación a Zuluaga solo fuera uribista (lo que no es
cierto, pues mucha de tal votación es apenas anti-santista), solo
representa el 13% del electorado general del país. Para nada se
puede subvalorar este guarismo, pues los demás tienen incluso
menos electores que el Centro Democrático, pero el foco de análisis
sigue siendo que buena parte de la política colombiana se
desenvuelve por fuera de lo electoral y que el establecimiento ya
tomó la decisión de arrinconar a la extrema derecha armada.
En segundo lugar, los partidos han sufrido un descalabro electoral
sustantivo. Los 9 millones 800 votos que sacaron en 2010 los
partidos que hoy se agrupan en la Unidad Nacional y el Centro
Democrático, se redujeron a un poco más de 9 millones de
sufragantes en 2014. La situación es peor para el Partido Verde y el
PDA (que a falta de mejor nombre podríamos agrupar como
alternativos), los cuales perdieron 1 millón y medio de votantes en 4
años -la mayoría Verdes-, que posiblemente migraron al santismo. La
votación total entre las dos elecciones se redujo en 1,5 millones de
votos. Y todo esto a pesar de que el censo electoral subió en casi 3
millones.
Es verdad que esto ratifica la tesis de una democracia electoral
raquítica, pero ilustra también la efectividad de la campaña sucia
adelantada por los dos ganadores de la primera vuelta. O dicho de
mejor forma, la guerra sucia tuvo como propósito consciente hacer
que los electores se marginaran aún más de las lides electorales, se
asquearan de la podredumbre política y dejaran en manos de las
maquinarias las decisiones electorales. La votación de Santos y
Zuluaga expresa fundamentalmente su electorado cautivo, la
maquinaria y la mermelada, pues los escándalos programados desde
sus campañas tuvieron claro su objetivo de destruir la opinión
favorable que pudieran haber atraído las contrarias. Y lo lograron: en
efecto la abstención en las presidenciales pasó del 50,7% a casi el
60% entre 2010 y 2014 (en 2006, en pleno auge uribista, había sido
del 55%).
Tienen razón quienes sostienen que la buena parte de la abstención y
el voto en blanco -los votos castigo- especialmente afectan al centro,
al centro-izquierda y a la izquierda; de hecho, en los departamentos
donde ganó Zuluaga la abstención fue menor, en tanto muchas de las
regiones ganadas por Santos tuvieron escasa participación electoral.
Donde se equivocan es en presentar esas conductas electorales como
conniventes con la derecha, cuando lo evidente es que en muchas
ocasiones expresan más bien una madurez política que debe ser
3. respetada, interpelada y convocada a actuaciones políticas
superiores. Basta constatar el 54% de voto en blanco en Piedras
(Tolima) y el 10,56% en Ituango (Antioquia), precisamente donde la
población da sendas batallas civiles contra los megaproyectos de
Santos.
Porque una tercera conclusión es que el problema de tal estrategia de
“expulsión de electores” por vía del desprestigio de las elecciones
puede convertirse en una trampa para el establecimiento. En la
coyuntura actual la abstención se ha dado en medio de una gran
movilización social y política, gran parte de la cual no quiso
expresarse electoralmente pero sigue hablando de conformar un
frente político amplio o un movimiento de movimientos que surja de
estas movilizaciones populares. En otros términos, buena parte de la
abstención no está asociada a la apatía política. Parece evidente que
lo que se viene trabajando en pos de la unidad popular desde el
Congreso de los Pueblos y la Marcha Patriótica -y en algún grado
desde el movimiento indígena- tiene más posibilidades de convertirse
en el catalizador de estas luchas, que un posible y necesario “frente
político por la paz” de los sectores y partidos de la izquierda electoral.
Mucho del abstencionismo y casi todo el voto-blanco de seguro
confluirá en un proyecto de reunificación de la izquierda social y
política así construido.
Por otra parte, se ratifica la volatilidad del llamado “centro” y la
escasa posibilidad de conformar un partido político a partir de sus
intereses y sensibilidades. Santos había colonizado inicialmente este
sector político, no solo mediante la apertura a un diálogo con la
insurgencia sino con la inclusión de los Verdes, Angelino y Lucho
Garzón en su gabinete; pero su corrida a la extrema derecha con
Vargas Lleras, los para-latifundistas costeños y su decisión contra
Petro (versión enero) le dejó el lugar a Peñalosa y, luego la
descolorida de éste permitió que Clara López subiera de forma
notoria en la votación. Por cierto fue Petro el más afectado por esta
volatilidad -de la cual él mismo es un buen exponente- pues los
electores que habían marchado contra Ordóñez no se sumaron a
Santos como ordenó el vocero del alcalde en una maniobra electoral
casi incomprensible y a todas luces injustificable, sino que se
decantaron por la candidata del Polo, a quien vieron más consecuente
en esta coyuntura; de ser el político más influyente de la capital del
país, Petro ha pasado a ser un paje menor de la corte santista, no
muy lejos del desaparecido Lucho Garzón, y tendrá grandes
dificultades para recuperar su lugar.
Otra conclusión es que los resultados permiten pensar que en varias
ciudades capitales e intermedias una alianza de las izquierdas puede
atraer otros sectores de centro izquierda y aspirar a gobernar a nivel
local en el próximo periodo. Bogotá, a pesar perfilarse como un
4. nuevo fortín de la extrema derecha (22% del electorado para
Zuluaga), es también uno de los fortines de las fuerzas de izquierda y
alternativas; más allá del descolorido verde de Peñalosa y de la
desinflada ideológica de Clara López intentando representar una
“izquierda moderada y fiable” (sic), lo cierto es que en el electorado
bogotano hay por lo menos un 36% antioligárquico que no retrocede.
Otro tanto puede decirse de Cali, donde el Polo representó un 20% de
los votantes y mantiene una posición política estable y madura; así
como en Tunja, donde la candidatura de Clara ganó y recogió el 32%
de los votantes, muy por delante de los demás contendores; o
Barrancabermeja, que ratifica su opción mayoritaria por candidaturas
alternativas (32% por Clara). El balance de esta jornada electoral y la
que tuvimos para el Congreso, son claves para identificar las alianzas
que debamos conformar para las lides electorales municipales del
2015.
En sexto lugar, como es evidente, el PDA-UP ha obtenido una
votación muy importante, en un contexto desfavorable para la
izquierda y para el Polo mismo. Clara López logró posicionarse como
una candidata seria, ecuánime, capaz. Sin desconocer los méritos
propios de la candidata y del precario aunque importante mensaje
unitario que significó la alianza con la UP, la mayor parte de sus
logros han sido fruto de los errores ajenos. La descompuesta
polarización de la derecha y la extrema derecha, la inocuidad del
Peñalosa a pesar de los esfuerzos de Claudia López para obligarlo a
decir alguna cosa, la inmensa torpeza de Petro al sumarse
acríticamente a Santos, hicieron que buena parte del electorado
progresista y de centro izquierda vieran en Clara López la única
opción moderada disponible y que el electorado de izquierda no
tuviera otra opción que sumarse a su candidatura. Pero no hay que
olvidar que Clara olvidó buena parte del mensaje de izquierda: contra
toda tradición de izquierda no tuvo la entereza de defender el
derecho al aborto de las mujeres en cualquier contexto; su mensaje
insistió más en defender a los empresarios que a los trabajadores; le
dio la espalda a la adopción por parejas homosexuales; no se opuso a
la extradición; su “revisión de los TLC” fue mucho menos que la lucha
por su derogación a que aspiran los sectores populares; metió la pata
al anticipar que Kalmanovitz podría ser su ministro de Hacienda; y en
materia de paz incorporó una absurda fecha límite para llegar a
acuerdos, que no pareció nunca un aporte a la negociación. No hay
duda que muchos posibles electores y electoras de izquierda optaron
por la abstención y el voto en blanco por esas salidas en falso.
Buena parte de la solidez del PDA dependerá de no sumar como
propio lo ajeno y de tomar una decisión correcta frente a la segunda
vuelta, sobre todo mediante los procedimientos correctos. La triste
experiencia de Petro adhiriendo a Santos sin preguntar a sus bases
políticas ya mostró su impacto sobre un electorado de izquierdas que
5. es autónomo y está lejos de ser seguidor abyecto de cualquier
caudillo o rótulo político. Y obviamente muchos de quienes votaron
por Clara en estas elecciones están lejos de ser polistas. La
posibilidad de que la izquierda -y la propia Clara- jueguen con alguna
posibilidad de aglutinar lo alternativo para las elecciones de alcalde
de Bogotá en 2015, pasa por tener en cuenta estos elementos.
La segunda y la tercera vueltas
A pesar de que las encuestas indicaban ya la tendencia irreversible
hacia una segunda vuelta entre Santos y Zuluaga para la Presidencia
de la República y de que los porcentajes logrados por sus campañas
se ajustaron en buena medida a los previstos, la noche del 25 de
mayo el movimiento popular y sectores importantes de las capas
medias expresaban en sus rostros una especie de perplejidad. Y no es
para menos: la posibilidad cierta de que lo más repulsivo de la
extrema derecha colombiana retome el liderazgo del Estado no deja
dormir tranquilo a muchos de nosotros. Pero tampoco es para más:
las tendencias fuertes en la recomposición del bloque dominante no
han cambiado sustancialmente; es más: la extrema derecha armada
y cuasiarmada, a diferencia de la época del uribato, no concita hoy ni
desde lejos el consenso del establecimiento colombiano, no logra el
beneplácito del imperio y ha sufrido un gran menoscabo en su
ascendiente sobre la opinión pública. Sin contar el jaque judicial en
que la disputa electoral ha puesto a Uribe Vélez y sus conmilitones (o
cómplices).
En realidad la perplejidad no es tal. Más bien el problema es que el
movimiento popular y la izquierda siguen sin resolver su posición
ante la segunda vuelta. En circunstancias normales el voto en blanco
o la abstención activa ya estaban cantadas. Pero sin duda el carácter
tan abiertamente fascistoide del uribismo y la posibilidad de que se
rompa un posible acuerdo de las guerrillas izquierdistas con el
Estado, hacen que la decisión se complique. Tres son los temas que
se cruzan en la izquierda para tomar esta decisión: la posibilidad del
fin del conflicto armado entre el Estado y la insurgencia, la
construcción de la paz y un avance en el reconocimiento y respeto
por los derechos democráticos; en segundo lugar, la continuidad del
modelo económico o su reversión, incluyendo los debates sobre el
extractivismo y las luchas por los derechos de los trabajadores y el
movimiento agrario; y en tercer lugar, mantener las condiciones para
que la unidad popular sea posible.
¿Cuál decisión permite avanzar en la paz, enfrentar el modelo y
construir la unidad popular? ¿Es suficiente que Santos insista en la
paz para que el movimiento popular le dé su apoyo? Es claro que
apoyar a Santos de ninguna manera implicará revertir la aplanadora
neoliberal extractivista -que hace parte del ADN neoliberal que lo
6. conforma-, ni contribuir a la unidad popular y de izquierdas, o aportar
en una apertura a la movilización popular... y menos con Vargas
Lleras y los Ñoños en su bloque parlamentario; antes bien, será un
cheque en blanco para que profundice su opción preferencial por el
capital financiero y extractivista internacional, y un flanco para que
insista en la inclusión de líderes alternativos en su gobierno de
derechas.
Siendo así, el único argumento de los partidarios del “frente por la
paz santista” es que el bloqueo al uribismo es un bien superior que
debemos defender paraios en terminar la guerra, lograr la paz e
impedir que el narcofascismo se empodere de nuevo. En gracia de
discusión, es posible que el voto popular le dé la victoria a Santos,
pero difícilmente lo fortalecerá para una negociación con la
insurgencia o en una batalla contra el paramilitarismo. Para ambos
propósitos Santos necesita ser ungido y reconocido por la propia
oligarquía y el gobierno gringo, pues se trata de tener la fortaleza
suficiente para derrotar el militarismo y aglutinar al establecimiento,
condiciones sin las cuales no podrá llegar a acuerdos con las
guerrillas. Pero esa es la tarea de la oligarquía, no del movimiento
popular.
(Una versión recortada aparece en
http://www.colombiainforma.info/index.php/politicas/111-
trabajo1/1399-y-ahora-conclusiones-y-perspectivas-tras-las-
elecciones-del-domingo)
Abstención fue del 60%. Zuluaga y Santos: sigue el pulso
EL ESPECTADOR 25 MAYO 2014
Con una diferencia de sólo el 3,5%, el candidato del Centro
Democrático y el jefe de Estado definirán el 15 de junio la Presidencia
2014-2018. La votación del Polo Democrático fue la sorpresa, la
candidatura conservadora demostró que ahora tiene poder de
7. decisión y la Alianza Verde se marchitó. Empieza el juego de las
alianzas.
Con lupa en mano, 13’206.184 colombianos concurrieron ayer a las
urnas. / Luis Ángel
Tal y como lo anticiparon las encuestas, ayer no hubo ganador
absoluto en las elecciones presidenciales y habrá segunda vuelta
entre Juan Manuel Santos, de la Unidad Nacional, y Óscar Iván
Zuluaga, del Centro Democrático, quienes obtuvieron 3’301.295 y
3’759.907, respectivamente, escrutado el 99,96% de los votos. La
sorpresa de la jornada fue la notable votación por Clara López, del
Polo Democrático, quien ocupó el cuarto lugar con 1’958.358
sufragios. Eso sí, la abstención siguió mostrando la apatía electoral de
los colombianos, el voto en blanco no alcanzó un registro significativo
y la tercería, que se creía determinante, no apareció a la hora de
contar los votos.
En estas condiciones, quedó claro que la Presidencia de Colombia
para el período 2014-2018 se definirá el próximo 15 de junio entre
antagonistas irreconciliables, lo cual significa una polarización política
entre los candidatos que en las últimas semanas han librado un pulso
aparte, con escandalosas situaciones de efectos judiciales. Ahora será
el juego de las alianzas el que va a definir si se mantiene el actual
mandato y su apuesta del proceso de paz en La Habana, o si hay un
cambio de rumbo con el retorno del uribismo ‘purasangre’ a la Casa
de Nariño.
Los resultados electorales dejaron también otra división marcada. En
la Costa Caribe y la región del suroccidente del país la opción
reeleccionista de Santos mostró su tendencia mayoritaria. En el
centro del país, especialmente en Antioquia, el Eje Cafetero y Bogotá,
además de buena parte de los Llanos Orientales, ganó la opción del
Centro Democrático con Zuluaga. Asimismo, el Polo Democrático, con
Clara López, demostró que a pesar de los cuestionamientos a los
gobiernos de la colectividad, su plaza fuerte sigue siendo Bogotá.
La votación alcanzada por la candidata conservadora, Marta Lucía
Ramírez (1’995.656 apoyos), le dio la razón a su persistencia pese a
los vientos de división que afloraron en su partido, pues no sólo
superó los resultados alcanzados por la colectividad en los comicios
legislativos de marzo pasado, sino quedando con un apreciable
margen de maniobra de cara a las alianzas de la segunda vuelta. Con
esta votación, el liderazgo de Ramírez frente a la resistencia de un
sector de la bancada de su partido en el Congreso será importante en
las decisiones políticas inmediatas.
De otro lado, lo que llegó a pensarse como una tercería decisoria se
desinfló en las urnas. La votación del exalcalde de Bogotá Enrique
8. Peñalosa, candidato de la Alianza Verde (1’065.129 respaldos), fue
tan baja respecto a lo esperado, que apenas una hora después de
cerrada la jornada electoral ya había reconocido su derrota. Un claro
retroceso de los verdes frente a lo sucedido hace cuatro años, cuando
su candidato Antanas Mockus pasó a segunda vuelta y disputó la
Presidencia con el hoy primer mandatario, Juan Manuel Santos.
Con una abstención del 60% y un voto en blanco aún muy débil para
influir en la política colombiana, el panorama electoral quedó sujeto a
las alianzas. Y ya hay un guarismo de partida que demuestra lo
complejo que va a ser el proceso de cara a la segunda vuelta. Entre
los tres que no pasaron —Marta Lucía Ramírez, Clara López y Enrique
Peñalosa— suman más de cinco millones de votos, una cifra muy por
encima de lo alcanzado individualmente por Zuluaga y Santos.
En síntesis, por ahora, la diferencia entre la opción reeleccionista y la
del uribismo es de sólo el 3,5%. De cierta manera, un voto-finish que
promete una final de infarto el próximo 15 de junio. En las cuentas
del presidente Santos pesa otro resultado complejo: perdió más del
50% de los votos alcanzados en 2010, hecho que no tiene una
interpretación distinta a la cuenta de cobro del uribismo. Ahora se
vendrán tres semanas de arduo debate, ojalá de propuestas y no de
juego sucio, y las alianzas serán definitivas.