1. MARTES 9 DE JULIO DEL 2013
FERNANDO VIVAS
Vaya, nos estamos sincerando
No me sorprende que bajen, me sorprende que hayan estado tan altos. La desaprobación de los Humala ha
caído cerca de 20 puntos en 3 meses, hasta llegar a 39% la de él y 47% la de ella, según Pulso Perú. Aun así,
tienen bastante más piso que el que a estas alturas tenía Alan (22%) y Toledo (14%). O sea, estamos
volviendo a nuestros estándares, ligeramente mejorados tras dos quinquenios con gobiernos democráticos y
crecimiento económico. No hay razón para arañarse. ¡Nos estamos sincerando!
¿Por qué el presidente estaba tan alto? Ollanta y Nadine llegaron a cimas de 60% y 70%, normales en otras
democracias pero estratosféricas para nuestros niveles de desconfianza, tal como quedaron tras la
hecatombe moral del fujimorismo en el 2000. Si algunos creyeron que las buenas cifras humalistas indicaban
que la recuperación de la confianza en la política iba viento en popa, se equivocaron de plano. Además, los
otros poderes, otorongos, jueces, policías y periodistas, seguimos con notas rojas. Por el contrario, el viento
sopla a favor de la desconfianza en la institucionalidad política, que recientemente ha recrudecido con la
agonía de Toledo y la cuitas de García, que tienen 14% y 19% en la misma encuesta. Keiko Fujimori, que no
pasa los apuros de sus rivales, sigue por debajo del presidente, con 36%.
¿Por qué, repito, Humala estaba tan alto? Mi humilde hipótesis es esta: sus cifras aprobatorias no reflejaban
tanto la confianza en su liderazgo político como la confianza en el relato del Perú que avanza. Transferimos a
él, como símbolo oficial del Perú, nuestro nacionalismo (que su pequeño partido se llame nacionalista es una
feliz coincidencia). Nuestra cultura presidencialista identifica al mandatario, además de líder interno, como un
símbolo del Perú. Por lo tanto, se depositó en los Humala, además de la esperanza en que no eran políticos
tradicionales que se coludirían con la corrupción, la confianza en el Perú. Y, a pesar de sus debilidades de
gestión, han estado viviendo a expensas de nuestro ‘revival’ patriótico, de La Haya y de las comparaciones
con los vecinos.
La segunda parte de mi hipótesis es que, tras dos años de ilusión pero sin abandonar la esperanza, la
población los ha reconceptualizado. Si se votó por esos novatos cuasi ‘outsiders’ que, por esa humana
condición, podían encarnar mejor que los malos conocidos el cuento del Perú que avanza, ahora, tras
megacomisiones, blindajes y sospechas reeleccionistas, les vemos las caras de políticos cuasi tradicionales.
Y sin quitarles legitimidad, se la devolvemos a estándares más prudentes.
La identificación del Gobierno con los líos de García a través de la megacomisión y los de Toledo, a través del
blindaje, ha hecho mucho daño. Se les vio a los Humala en el corral de la peor política (esa que genera
reacción antipolítica), persiguiendo a uno y apañando a otro. A nadie le quedó duda, entonces, de que la
ambigüedad de Nadine sobre el 2016 era otro viejo truco de política tradicional en lid con otros de su misma
especie. Tuvo que salir a vocear, entonces, para quienes ya le vieron la cara, que no candidateará en el 2016.
Las próximas encuestas dirán cuánto se le ha creído.
Un ejercicio de sinceridad con los peruposibilistas: pedir que su correligionaria Pilar Freitas sea defensora del
Pueblo es contagiar con la infección de Toledo a una de las instituciones más confiables del sistema. El
Congreso no puede consumar ese crimen.