Este documento analiza la victoria electoral de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016. Explica que Trump supo capitalizar el descontento de amplios sectores de la clase media blanca que se sintieron perjudicados por la globalización y la crisis financiera de 2008. Prometió proteger los intereses de "el pueblo" frente al establishment político y económico. Sin embargo, el autor argumenta que es improbable que Trump pueda cumplir muchas de sus promesas populistas dado que dependerá del Congreso y la situación económ
Por qué ha ganado Donald Trump: el descontento de las clases medias y el voto de ruptura
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PORQUÉ HA GANADO DONALD J. TRUMP.
Manfred Nolte
América es un continente de oportunidades inesperadas y sorpresas
inexplicables aplicando los estándares de normalidad usuales en otras latitudes.
Oportunidades para quien sobre el papel demuestra no merecerlas pero a quien
la ciudadanía, desde la intimidad del voto, decide otorgársela, muy a pesar de
los pronósticos. La convivencia y la puja social en un plebiscito se revela como
una silenciosa jugada de póquer donde es difícil adivinar las cartas del votante y
cuales son sus señas y sus intenciones: y es que una cosa es lo que se dice, otra
lo que se piensa y una tercera lo que se vota.
No pensaba que Donald Trump pudiese alzarse con la victoria presidencial.
Confieso mi sorpresa. Para traducirla me sumo a las palabras pronunciadas ayer
por el nobel Paul Krugman, anticipando “que los ciudadanos americanos no
votarían finalmente a un candidato con una falta manifiesta de cualificación
para la alta política, de temperamento desequilibrado, disparatado y
amedrentador”. Soy, en suma, uno más entre los millones de personas que
estaba del lado de Hillary Clinton porque las bufonadas que he visto y oído decir
y hacer a Donald J. Trump durante la campaña me han puesto los pelos de
punta, y porque he pensado que ello era pernicioso no solo para los ciudadanos
americanos sino para el resto de los moradores del paneta.
Cuando meses atrás el magnate neoyorquino anunció sus intenciones de
dedicarse a la política, los analistas políticos esbozaron una sonrisa y no daban
crédito a lo que escuchaban. Al fin y al cabo el historial del millonario
compareciente en la escena pública no era precisamente modélico y su vasta
fortuna había sorteado diversos avatares hasta bordear el abismo de la quiebra.
Es de entonces, de donde acuña el cliché de tiburón fiscal ya que no solo obtuvo
sustanciosos créditos fiscales sino que se ha jactado por activa y por pasiva de
no pagar los impuestos debidos. Tras su éxito meteórico en el ‘Supermartes’,
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obtuvo a continuación la nominación republicana para las presidenciales. En la
madrugada de ayer se ha convertido en el 45º Presidente de los Estados Unidos
de América.
Frente al continuismo de Hilary Clinton, Trump ha enarbolado desde el primer
instante la bandera de un populismo indisimulado. Rancio y reaccionario
populismo de derecha excluyente radical, pero populismo puro, duro e
irredento. Como populista, el mago de las torres, casinos y campos de golf
prodigiosos pretendió desde el minuto uno de su campaña defender los
intereses y aspiraciones del pueblo. Pero no de cualquier manera y con
cualquier discurso sino con la descalificación visceral de los profesionales de la
política en ejercicio y con el vapuleo inmisericorde de todas las instituciones
públicas existentes. Trump ha hecho gala de un mesianismo confesado con el
deseo de provocar la movilización del voto de los descontentos con el
‘establishment’, con sus políticas económicas y con los resultados y efectos de
dichas políticas. Alentar el clamor de los descontentos como opción antagonista
contra la ideología del bloque político dominante y ofrecerse para
representarlos : esa ha sido la clave del éxito del populismo trumpiano.
Y ¿en que se basa o donde radica el referido descontento? En la percepción de
amplios segmentos de la clase media estadounidense – sobre todo de raza
blanca- de no haber sido beneficiarios de los tan pregonados éxitos de la
globalización. Paralelamente, de ser los perdedores de la gran crisis de Wall
Street de 2008, sin que la recuperación a base de ayudas y subvenciones
multimillonarias les haya reportado a ellos el bálsamo que presume haber
compuesto haciendas y trabajos de los demás. Agreguemos a ello el desánimo de
los moradores de regiones en declive –zonas extractivas y otras- que en su día
gozaron de elevados niveles de vida y hoy sufren el olvido oficiala; la inquina
respecto del trabajador ilegal, del inmigrante furtivo que trapichea con la
economía sumergida y constituye una amenaza desleal para el salario propio; la
competencia de los productos chinos y otros de países emergentes que hacen
inviable la producción y venta de productos autóctonos en el interior. Ha sido
un libre mercado llevado al extremo el que causado deslocalizaciones y pérdidas
de empresas llevando a Estados Unidos al declive –sostiene el líder republicano-
y por ello hay que detener los grandes tratados de libre comercio, imponer
aranceles a los productos chinos, repatriar a emigrantes ilegales y acometer
reformas fiscales de signo difuso y contradictorio. Trump, en verdad, ha sabido
captar el hartazgo de la sociedad respecto de un ‘establishment’ que ha acabado
identificándose en exceso con Hilary Clinton.
Son muchos los factores que han soliviantado a las clases medias. Por ello han
visto en el castigo del continuismo y en el voto de ruptura del sistema una
probeta de ensayo hacia soluciones nuevas y mejores. ¡Atrás el gran liberalismo
americano!, han pensado quienes han votado a Donald Trump porque ellos
personalmente tenían poco que perder y tal vez mucho que ganar. No en vano
les ha prometido este, 25 millones de nuevos empleos y la renovación vigorosa
de las infraestructuras, carreteras, aeropuertos, hospitales y escuelas del país.
"Juntos renovaremos el sueño americano. He dedicado mi vida a los negocios,
viendo el potencial de la gente por el mundo. Ahora eso es lo que quiero para
nuestro país, potenciar su tremendo potencial", ha proclamado el Presidente a
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quien las cifras parecen no importarle en exceso. Así se ha convertido Trump en
el exorcista de la globalización y en el Mesías providencial.
Es prematuro juzgar las reacciones de los mercados y en particular las
reacciones de partidos, naciones o bloques políticos del planeta. El triunfo del
populismo en Estados Unidos dará alas, sin duda, a otros de otras latitudes. Las
elecciones francesas están a la vuelta de la esquina.
Pero ahora mismo, hay que esperar, sobre todo, a comprobar algo que va con el
ADN de todos los populismos: que la mayoría de sus promesas electorales
carecen de sentido práctico, y que por lo tanto no pueden llevarse a la práctica.
No acierto a imaginar, por ejemplo, que el Congreso republicano autorice la
financiación y construcción de una ignominiosa muralla a lo largo la frontera
mexicana. En realidad no es previsible que la bancada republicana asuma los
postulados disparatados del nuevo Presidente ni abjure de su propio ideario
liberal. Es peligroso, desorientador y engañoso equiparar las gobernanzas
europeas con la de las cámaras americanas.
Y no es concebible tampoco que un proteccionismo descarnado suma al planeta
en una guerra de divisas y aranceles que solo procuraría menor comercio
internacional, menor crecimiento económico y finalmente paro y recesión.
Ahora, Donald Trump solo tiene que hacer una cosa: olvidar lo que ha dicho y
hacer lo que el sabe que es pertinente.