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A mi hermano y mi pequeña,
para que sepan que aunque el mun-
do suele mostrarnos su lado oscuro,
siempre quedan personas, espacios y
momentos de luz …
¿Oye?...¡¡ oye!!
Qué es de tu vida que no me alcan-
za, de tus oídos si aún me escuchan, de tu
piel si aún me siente. Dime por qué callas,
dime porque gritas... dime qué dice tu silen-
cio, dime qué dice tu boca si aún me quiere.
No dejes que el hielo de la muerte
invada el calor de tu vida, no dejes que
el frio del dolor congele tus entrañas,
tus sentidos, tu sonrisa... tu voz que aún
siento. Deja que las cosas vuelen por el
cauce escrito y labrado entre los ángeles.
Deja que las cosas fluyan y sobrevuelen las
cosas terrenas, más allá del dolor humano.
Piensa, siente, ábrete, llora, grita, pero no
dejes ahogarte en las aguas de la miseria,
de la oscura nostalgia. Mírame, mírate,
siénteme, siéntete... suéñame, suéñate
(pensémonos los dos), que más allá del
tiempo y el espacio están tus manos y las
mías, corazón.
K.A-
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Agradecimientos
Gracias al universo por el camino recorrido, porque en cada paso encontré motivos y fuerza
para seguir caminando; gracias a todas aquellas personas que compartieron conmigo sus historias,
sus dolores, sus alegrías, su mesa, sus abrazos y su confianza.
Gracias, a mis familiares y compañeros porque cada vez que me hundía en el dolor, alguno
de ellos hacía que volviera a flote, volvía a ver luz después de quedar ciega, gracias por amarme
mientras yo odiaba al mundo y por esperar a que yo volviera a mirarlos a los ojos recordando que
también los amo.
La vida ha puesto personas hermosas a mi lado, y no voy a dejar de nombrarlas:
A mi madre, gracias por su alegría y por permitirme decidir siempre; a mi padre por su ente-
reza y su eterna honestidad, a mi hermano por ser mi hermano, mi hijo, mi amigo y mi compañero
de muchas luchas…
A Dianis, la dueña de todas mis historias, mis amores y mis odios heredados, mi confidente
y mi cómplice… mi amiga, mi hermana y mi principal detractora cuando me porto “mal”, cuando
enloquezco un poco.
Al profesor Herinaldy Gómez, porque más que un profesor ha sido mi consejero, una guía que
siempre respetó mi autonomía y decisión, una voz qué seguir en momentos de duda.
A Lizmardo Gómez, “mi viejo”… por sonreír cada vez que se me ocurre una locura, por aguan-
tar lo monotemática que fui estos últimos años con el tema de investigación, por ser mi hombro a
hombro, por caminar a mi lado desde el principio.
A Leidy Romero “Negris”, por el estruendo de su risa, por sus abrazos, por ser tan distinta a
mí pero tan cercana… por dejar de usar jabón y cambiarlo por miel y azúcar sólo para investigar
algún capricho, por tomarme y tomarse en serio y por ser una compañera de procesos nuevos.
Al profesor Leonardo Bejarano, por el café, los almuerzos de mesa larga, la salsa, los poemas
para iniciar la clase, las medias de colores, las botas pantaneras y sus preguntas por el cuerpo. Este
texto sería otra cosa de no haber sido por todo esto.
Por último, pero no menos importante, quiero agradecer a la Organización Estudiantil Terri-
torio libre, por cambiarme la vida, por ser familia, por ser proceso, por enseñarme tiempos distin-
tos, por aguantar mis impaciencias y por resistir y persistir en la idea de un nuevo país, por dedicar-
se a las cosas que parecen imposibles y permitirme creer que un día serán posibles.
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Debo señalar entonces, que este trabajo hace par-
te de la antropología de las emociones, que propone la
“emoción” como un acto comunicativo donde no solo se
expresa un mensaje, sino que también ubica ese mensaje
en una construcción social contextualmente codificada; es
decir, que esa expresión emocional es una verbalización de
patrones culturales que permiten el intercambio de men-
sajes y que no separa el sentir de la razón, sino que más
bien acepta que el sentir tiene razón (Jimeno M. , 2001)
Así mismo, la antropología de las emociones per-
mite e invita a sumergirse y participar en el mundo de la
vida, no espera una etnografía distante y emocionalmente
desapegada; en esa vía encontrarán que el texto está
dividido en dos grandes partes: una que habla de los testi-
monios sin procesos jurídicos, es decir, que por uno u otro
motivo no han hecho la denuncia y la segunda habla de
los testimonios institucionales, o sea aquellos que tienen
una denuncia y un proceso jurídico abierto.
En el capítulo I empezaré por ponerme en evi-
dencia y mostrar mi locus de enunciación que contará
cómo llegué al tema, las búsquedas académicas y el marco
teórico donde se rastreará en la historia desde el siglo XVI
el concepto de violación y cómo este llega a convertirse en
delito. Pasaré por los conceptos de representación, víctima
y testimonio para hacer algunas claridades frente a cómo
son entendidas en este texto.
También debo decirles que no encontrarán en esta
investigación persecuciones específicas a sacerdotes, no
Introducción
Abro…
Las piezas de texto que presento no pretenden
conformar un cuadro con sentido. Sé que tiene muchos
abismos, agujeros y sin sentidos. Tampoco pretendo que
estén de acuerdo con lo que digo o cómo lo digo, lo que
pretendo es simplemente poner en sus mentes este tema
que con tanta frecuencia prefiere ser llevado a lo más oscu-
ro de nuestra historia como país y a lo más recóndito de
nuestra memoria individual porque casi todos huimos del
dolor; sin embargo, queramos o no, todos lo sentimos en
algún momento.
Encontrarán que estas letras están escritas en prime-
ra persona, lo que no es un accidente, pretendo con esto
hacerme cargo de lo que digo, dar mi testimonio para po-
ner en evidencia mis miedos, dolores y esquemas persona-
les. También es una forma de hacer evidente que pretendo
estar “al lado de” quien comparte su testimonio conmigo,
de contar y validar el proceso “de estar allí”, de poner la
carne en el campo, hacer que este cuerpo (el mío) sea
un cuerpo transgresor por aparecer en el texto, por darle
un rostro a las letras, por permitir que el dolor que habita
en otro cuerpo haga parte del mío para tratar de trasmitir
que el conocimiento antes de ser hecho letra, es hecho
carne y en ese tránsito, los cuerpos tanto del investigador,
como el investigado pierden ciertos límites y títulos; el
investigador puede tener sensación de víctima y el investi-
gado puede empezar a observar y preguntar.
13
De esas y otras páginas y letras resulta el tercer capí-
tulo, donde pasamos a una suerte de análisis (si es que así
puedo decirle) no estoy segura en qué momento del análisis
estoy; pero de cualquier forma, en este capítulo presento
como resultado tres registros en los que profundizo un poco
más: uno discursivo, uno textual y uno corporal.
El discursivo reunirá los siguientes tópicos de análi-
sis: ¿Qué dicen las víctimas y cómo lo dicen?, ¿Qué dicen las
familias?, ¿por qué no se denuncia?, ¿Por qué se denuncia y
cuando se hace? ¿Quiénes son los victimarios y dónde están?,
y una identificación de silencios o el no poder decir. El tex-
tual revisa una “ficha de registro” que se usa en las institucio-
nes para “evaluar” a las víctimas de violación, pero que antes
que nada son la reproducción de prejuicios y la legitimación
de los discursos del Estado. Y el corporal visibilizará los cuer-
pos como fuentes importantes de testimonio.
Por último me he permitido cambiar las “conclusio-
nes” por “inflexiones”; básicamente, porque desde donde
estoy solo puedo preguntar y seguir pensando en qué hacer.
Entonces simplemente espero que este texto tenga
la capacidad de mover fibras, de activar cuerpos para que
mientras leen puedan imaginar, oler, oír y sentir el dolor que
habita en otros cuerpos y en ese compartir del dolor se pue-
dan borrar estigmas, etiquetas, tabúes y discriminaciones.
Si este texto logra en algún momento eso sentiré que
he avanzado en mi propósito de hacer entender que las
víctimas de violación no son solo “eso” y que también es
responsabilidad de quienes las rodeamos que dejen de serlo.
porque quiera dejar quieta a la iglesia, sino porque para
mí lo importante es buscar en medio de los testimonios,
que son el tesoro de este trabajo, luces que permitan dar
soluciones de vida a las víctimas; a la iglesia ya le hemos
dado protagonismo durante siglos. Así que si lo que busca
es más motivos para ser ateo, por favor no pase de este
párrafo. Tampoco encontrará una posición que solo hable
de la victimización de mujeres, porque traté de tener
casos que llegaron aleatoriamente, pero definitivamente,
las cosas caen por su propio peso y la mayoría de casos
terminan siendo de mujeres y niños, lo que no es un acci-
dente en este mundo, no de “hombres” sino de “machos”.
Ahora, si lo que espera es saber qué piensan las víctimas,
sus familias y los esfuerzos, en muchas ocasiones mal
hechos del Estado, por favor siga leyendo porque en el se-
gundo capítulo es lo que encontrará: las voces de ellas (las
víctimas) y la mía que en un relato conjunto y un tono de
voz “cercano”, “íntimo”, iremos contando qué fue lo que
les pasó, sus trasformaciones, conflictos, algunas victorias
y en otras (más frecuentes) su irremediable dolor.
El tono de voz irá cambiando cuando los testimo-
nios se vuelvan “institucionales”, se podrá ver cómo las
preguntas cerradas hacen que las formas de decir de las
víctimas cambien radicalmente, para volverse políticamen-
te correctas, el cuerpo y la voz marcarán distancias con el
“experto” que pregunta y su voz será nublada por los dis-
cursos especializados, borrando toda huella de desespera-
ción, grosería, lágrimas, gritos o dolor físico y del “alma”.
15
17
era como si Dios, para aliviarla, la sacara del cuerpo y le
permitiera verlo desde arriba. Este recuerdo ha estado
en mi cabeza durante diez y ocho años y cada vez que
lo tengo en mi mente el cuadro al oleo pierde color, se
desvanece como si alguien le hubiera lanzado un cubo de
agua. Siempre había temido cómo sería un momento así;
y si encuentro una escena en televisión o cine que recree
una violación cambio de canal o me tapo la cara que es
lo mismo que hago con las películas de terror – las detes-
to – me da pánico imaginar tanta impotencia, me da rabia
pensar que un momento, que para mí, debe estar cargado
de afectos y placeres, esté lleno de fuerza, dolor, tortura,
lágrimas, laceraciones y gritos…, bueno, eso pensaba yo.
Imaginaba que una violación sería como Jack el Destripa-
dor: un hombre que no conoces y que te puede asaltar en
cualquier momento en la calle y hacerle cosas a tu cuerpo
que no imaginas y que no olvidarás nunca. Entonces me
cuidaba mucho afuera, aún lo hago, no me gusta caminar
sola en la noche, prefiero no pasar por los talleres de
carros y me dan miedo las cantinas, no me pongo escotes,
ni minifaldas y hasta donde me acuerdo, todas las mu-
jeres de mi familia, madres e hijas lo hacemos así. Tam-
bién creía que los hombres eran muy afortunados por no
tener que cuidarse tanto en todas partes, porque, claro, yo
nunca me imaginé que a los hombres también los violaban
¿Por qué a ellos no los cuidaban igual?
A pesar de mi curiosidad atravesada por el miedo a la
violación, nunca me atreví a preguntarle a nadie cómo sería
eso, o si conocíamos a alguien que hubiese sido violadx;
Si… ahí está la pintura que recrea mi mente cuan-
do pienso en sexo. Pintura al óleo donde hay dos personas
desnudas a las que no reconozco porque están fundidas
una entre la otra, no sé muy bien a quién pertenece la
mano que abraza, toca, siente y recorre; manos que solo si-
guen sus antojos, dedos que escuchan la piel del otro para
que cuando no esté, pueda acercarlos a sus oídos y hacer
memoria de la piel cómplice. Dos cuerpos que se encuen-
tran al atardecer para contarse sin palabras el transcurrir
del día y calmar las angustias con caricias impronuncia-
bles entre piernas abiertas, sangre hirviendo en las venas y
huellas que nunca estarán demás. Pero no están solos; a su
alrededor hay frutas, vino, flores y uvas que acompañan la
abundancia de las sensaciones. Quizá, si la pintura me per-
mitiera más que la imagen, escucharía música, la agitación,
el roce y disfrutaría del olor a mar que produce el sexo.
Cada etnografía es una forma de conocimiento
situado (Rosaldo, 1987) que no escapa a la subjetividad del
etnógrafo, a su sexualidad, su deseo, su repudio y por su
puesto sus miedos. Así que es importante que yo cuente
mi historia, para que ustedes sepan el por qué de estas le-
tras y desde dónde las escribo; para ser honesta y reciproca
con quienes lo han sido conmigo:
Tenía doce años y leía en alguna revista de chismes
– supongo- la entrevista a una barranquillera, hija de un
político del Atlántico, que había sido abusada por un “ami-
go” cercano a la familia. Lo que más recuerdo del texto
es lo que ella sentía mientras sucedía el abuso, decía que
su cuerpo estaba ahí, pero su mente no y que de repente
18
Tenemos una historia juntas, pero no la más feliz.
Una mañana, hace algunos años, su abuela tuvo que con-
tarme que se había iniciado un proceso jurídico contra su
padre por “abuso sexual”. Ella tenía sólo dos años.
No hay una sola palabra que pueda expresar el sen-
timiento de impotencia que me produjo esa noticia; solo
pude sentarme a escuchar a su abuela, que aguerrida como
ninguna, estaba dispuesta a todo. Bienestar Familiar tomó
la determinación de prohibirle las visitas a su padre sin
un acompañante de entera confianza de la madre, mien-
tras se recogían pruebas para llamar a juicio al acusado.
Y ahí estuve yo cada dominical durante meses
siendo la sombra de mi pequeña. Durante todo el domingo
yo no entraba al baño para no dejarla sola en ningún mo-
mento, le daba de comer, andaba de mi mano y hasta que
no estaba segura de que él estaba lejos, yo no me iba de su
lado. Ella, curiosamenteme entendía todo lo que le acon-
sejaba a pesar de su corta edad: si él llegaba primero a la
casa a recogerla, ella se escondía hasta que yo aparecía,
luego se colgaba de mi mano hasta que volvíamos y sólo se
dormía cuando la tenía en mi regazo.
Uno de tantos fines de semana, caminando por la
ciudad me haló para que me pusiera a su bajura, puso
sus pequeñas manos en mi cara y me dijo: yo creo en ti…
entonces supe que no nos separaríamos más.
No nos vemos mucho ahora… pero cuando sea el
momento, yo le haré saber que también creo en ella y que
este intento de investigación es para cuando necesite res-
puestas porque seguro van a haber muchas preguntas.
En cuanto a su madre, qué puedo decir, recuerdo
verla encogerse, caminaba distinto y no miraba al pasar
siempre creí que sería ajeno a mí o que si preguntaba a la
gente, pensaría que se trataría de mi deseo sexual, es decir,
que pensarían que me gustaría ser violada y de repente lo
provocaría. Entonces, siempre callé.
Sin embargo, años después descubriría que a las mu-
jeres de mi casa nos cuidaban tanto porque no hemos esta-
do lejos de la violencia sexual. Así que puedo decir que mi
relato comenzó hace varios años intentando hacer audible
el dolor de quien aún no había aprendido palabras. Su
recuerdo es absolutamente claro: ella llegó a mi vida a las
dos de la mañana de un mes adorable - ya desde hacía un
tiempo me hacía correr y comer pan caliente con frutillas
(era el antojo preferido de su mamá) - cuando el médico
la levantó en la sala de cirugía vi que era muy blanca,
redonda y escandalosa, entonces la amé…luego, cuando la
pude tener entre mis brazos, ya tibia y tranquila, me miró
con ese par de ojos oscuros y penetrantes, y pensé: se va a
parecer a mí (sonreí para mis adentros porque a su abuela
no le iba a gustar nada). La miré largamente mientras su
madre era cocida por el médico; ella no pudo nacer por
parto normal porque era muy grande, su madre y su abue-
la la cuidaron religiosamente desde el vientre y ella creció,
creció y creció…
Efectivamente, hay cosas en las que parece hija
mía: le encantan los campamentos, las botas, la natación,
los paseos, el aguacate y es vegetariana por naturaleza.
Yo quisiera ser vegetariana por convicción pero aún no lo
logro. Adora los caramelos de animalitos y tiene un amor
extraño por los dinosaurios; es mandona y tiene un genio
terrible, le gustan las tareas bien hechas y es perfeccio-
nista con cada cosa que hace.
19
así que no me imagino cómo se sentía su madre y nunca
fui capaz de preguntarle.
Ya han pasado años desde que el proceso jurídico
se cerró y nadie, por parte del Estado, se interesó nunca
por la vida de mi pequeña, sólo se cerró… Hemos hablado
en ocasiones de esto y nos parece increíble que teniendo
otra denuncia por un caso muy similar con una sobrina
de cinco años, no hayan encontrado suficientes pruebas
para enjuiciar a su padre. Todo este camino tortuoso nos
dejó muchas preguntas, tristezas y desazón que he trasla-
dado a esta investigación, porque no quise quedarme con
todo eso por dentro, necesitaba saber por qué el Estado
no puede solucionar algo que para mí era tan evidente, y
no solo sentía que no lo había solucionado, sentía que lo
había empeorado porque el proceso jurídico es engorroso,
largo, injusto, tenebroso para los niños más pequeños que
no tienen ni idea por qué tanta preguntadera de lo mismo,
por qué deben ir al psicólogo y por qué ya no les dejan ver
a sus papás – como el caso de mi pequeña -
Así empezó esta carrera desde hace tres años por las
instituciones, los libros, las leyes, mis amigos, mi familia,
lxs niñxs1
las mujeres, los hombres, las organizaciones
sociales y hasta las marchas universitarias donde encontré
casos; he caminado preguntando mucho y me perdí de
vez en cuando porque el tema de las violencias sexuales
tiene grandes abismos en la teoría y en la cotidianidad; y
porque no es un problema nada fácil de abordar, apenas
somos capaces de asumir que existen.
la calle, lloraba, lloraba mucho, rezaba, se encomendaba
todo los días a Dios buscando explicaciones, caminos y luz;
pero la fuerza que su fe se encargaba de darle, la justicia
humana se encargaba de quitarle. Nada avanzaba, todo
lo contrario, por falta de pruebas, es decir “lo poco que
la niña aportó en la entrevista”, no se pudo hacer nada
contra él, ya no tenía visitas condicionadas a mi presencia,
se la podía llevar cuando quisiera… casi enloquecemos
con esa decisión. Incluso propuse alguna vez mandar a
“pegarle un susto o…” Pero su madre, menos llena de odio
que yo, me dijo que era incapaz de hacer algo así. Enton-
ces lo que había sido un secreto, se convirtió en noticia
familiar que incluía de manera particular a los hombres
de esa casa para que tomaran “cartas en el asunto”. Parece
una responsabilidad muy grande ser hombre en este tipo
de situación: cumplir con “el deber” de proteger, puede
convertirse en un riesgo alto; pero algo había que hacer. Y
lo hicieron.
Ella no lo sabe y quizá no se entere nunca; todos
emprendimos una tarea dura por darle una vida “nor-
mal” que incluye tratar de esconder y callar lo que había
pasado para que ella no sea señalada en ningún espacio.
Su madre, en especial, se ha dedicado en cuerpo y alma a
estar a su lado, es como si le perteneciera desde entonces,
no recuerdo haberla visto con pareja sentimental hace
años; ¡pero claro!, yo misma estuve asexuada durante
un tiempo porque ella siempre estaba en mi mente, era
como si no mereciera placer después de lo que le pasó…
2
El uso de la “x” durante este texto tendrá el objetivo de reemplazar la(s) vocal(es) que remiten al género.
20
En lo que a mí respecta, he sido obstinada toda mi
vida, y esta no sería la excepción, no pienso callar frente a
esto como antropóloga, como mujer, como compañera de
procesos sociales y de las “víctimas”. La antropología debe
buscar la forma de etnografiar el dolor y las violencias,
para entenderlas, acompañarlas; para que un día sean sus-
ceptibles de ser evitadas y/o transformadas. No podemos
ser cómplices silenciosos de las violencias sexuales con
el argumento de que es difícil acceder a sus testimonios,
porque son violencias íntimas que parecen intocables
o simplemente porque creemos que vamos a sufrir con
sus historias ¿Qué hay de malo en eso? ¿Acaso es un error
generar conocimiento desde la solidaridad como principio
de prácticas intelectuales comprometidas?
Al llegar al trabajo de campo cuestioné el derecho
que tenía, o no, de remover los recuerdos dolorosos de
una violación, y hoy creo que etnografiar el dolor no
es ponerse en el lugar de la víctima, sino a su lado, es
decir, conocer con empatía, qué implica establecer una
relación que permita el potencial transformador del
conocimiento (Das, 2008).
Y ¡sí! Fue una hecatombe anunciada: lloré, me
enfermé, me enojé, y odié al mundo en muchas ocasiones.
Pero también acompañé, aprendí, volví a creer porque
“ellas y ellos” lo hacen, me hice parte de, puse la carne en
el campo sin pretextos y me transformé con cada historia
no solo de las llamadas “víctimas” sino con las historias
Del aula al campo: una autocrítica
Ya he mencionado que hay una gran dificultad para
hablar de las violencias sexuales, de nombrarlas, de hacerlo
en voz alta; pero ésta no solo se remite a las “víctimas”,
también hay una especie de silencio disciplinario, desde la
antropología en particular para enfrentarlas y pensarlas. En
el camino me topé con varios obstáculos que iré nombrando,
pero quiero referirme en este momento al poco interés que
encontré en la academia para emprender esta investigación.
Cuando comentaba entre mis compañeros y
profesores que escribiría sobre violaciones y que además
trabajaría con niñxs, me enfrentaba a un rechazo cons-
tante y a comentarios como: “¿y usted para qué se mete
con esos temas?”, “parce, usted lo que tiene es mucho
estómago”, “se va a enfermar, cambie de tema”, “¿niñxs?
Si los niñxs no existen, son una categoría inventada”, “yo
no le puedo ayudar… yo de eso no sé. Si quiere le reco-
miendo un libro, pero no sé si le sirva”, “no… Yo esa tesis
no se la dirijo”, “no qué horror, de eso ni me cuente”.
En fin, sentía que toda la academia estaba más asustada
que yo de recibir testimonios de violaciones - nadie sabía
del tema y nadie quería enterarse- Mi intención con esta
reflexión es decirle, en especial a los estudiantes, -como
otros lo han hecho ya- que no es fácil encontrar palabras
para etnografiar el dolor, que haría falta oír, oler, tocar
en el texto para que quien lee no solo entienda, sino que
lo sienta. A pesar de esas y muchas dificultades es impor-
tante que sigamos intentándolo.
21
Por lo anterior, es importante que haga algunas
aclaraciones teóricas y una contextualización histórica de
cómo el término “violación” apareció y se fue filtrando en
el uso cotidiano.
De lo general a lo particular
No hay un hilo conductor que rastree toda la his-
toria de la violación o que nos narre dónde surgen las
violencias sexuales. Sin embargo, el trabajo del francés
George Vigarello recopila la historia de la violación
analizando casos del Antiguo régimen de ese país pero
que son aplicables en otras partes del mundo donde la
sensibilidad ante la violencia – y en especial ante la vio-
lación- ha cambiado considerablemente y, en consecuen-
cia, lo ha hecho la respuesta jurídica. El rastreo histórico
da cuenta cómo en la Francia del siglo XVI, este término
ni siquiera existe, no hay registros de denuncias oficiales
por parte de las víctimas, aunque el código del Antiguo
Régimen de este país ya lo condenaba en sus textos de
derecho clásico por medio del látigo, los hierros canden-
tes, las manos cortadas, la rueda, la hoguera y la horca
(Vigarello, 1999).
A pesar de que los castigos ya existían y eran usados,
en especial, para aterrorizar y amedrentar; estos actos no
eran perseguidos lo suficiente por los jueces, lo que habla
en general, de la presencia de la violencia en un mundo
donde la brutalidad es aceptada; estas dinámicas pertene-
cen a un mismo universo cultural; según Vigarello:
de vida de los que día a día tienen que ver con ellxs y lo
hacen sin miedo; estoy hablando de abogadxs, psicologoxs,
medicxs, porteros, policías, familiares, feministas, maestrxs,
compañerxs etc., que no salvan el mundo, pero lo intentan.
Entendí que mi etnografía no solo se trataba de encontrar el
testimonio del momento violento, sino también los cambios
en el tejido social de la “víctima”: cómo viven, padecen,
perciben, resisten, persisten y absorben esas violencias, las
sobrellevan y las articulan a su cotidianidad, las usan para
su beneficio, las evaden o simplemente coexisten con ellas.
Y es en este camino investigativo donde no solo adquiero
conocimiento, sino que hago una elaboración consciente
del mismo, me hago y me hacen parte de los “otros”, “otros
cuerpos”, “otros espacios”, “otros tiempos” y yo me doy
permiso de convertirme en “otra”.
Buscando camino
Mucho tiempo transcurrió entre papeles y artículos
en PDF, páginas de internet y preguntas entre “expertos”
tratando de entender desde la academia y las instituciones,
el concepto de violación y su creación porque no encontraba
consenso entre las disciplinas. Tenía una enorme confusión
entre lo que era violación, abuso sexual, acceso carnal violen-
to y violencia sexual. Tampoco era clara la forma de clasificar
dentro de las diferentes disciplinas a quienes han vivido la
violencia sexual, algunos, los llaman víctimas, pacientes, de-
nunciantes etc., cada disciplina les nombra desde su esquina
de conocimiento, haciendo de ellos una categoría diferente
desde un discurso “especializado” e institucional.
22
“No ha sido fácil condenar el hecho de la violación en la
historia ya que las sociedades tradicionales han estado
dispuestas a “perdonar” la brutalidad física cuando
no tiene que enfrentar la muerte. Así la violación se
convierte en un delito como cualquiera: enfrentamien-
to brutal, carácter trivial de las heridas y contusiones”
(Vigarello, 1999)
Esta época (S XVI) es la que consolida la idea de que a
“ciertas mujeres no se les cree” volviendo la violación objeto
de visión propia, rodeada por una perspectiva moralista que
la interpreta llevándola al debilitamiento de su gravedad y a
desviar, o incluso, borrar la atrocidad que en ella existe.
El principal rasgo de la violación sigue siendo la
escasez de la denuncia, lo que no es extraño; la “victima”
debía y debe demostrar a toda costa que se había resistido
desde el principio hasta el final, queda envuelta en me-
dio de la vergüenza, que para entonces se veía agravada
porque el universo del pecado condena conjuntamente a
ambos implicados. Vigarello cita una anécdota de Breneau
que es digna de destacar:
“un juez obliga a un hombre acusado de violación a entre-
garle una bolsa de escudos a una acusadora; pero pronto,
asaltado por la duda y buscando una prueba, el mismo
juez autoriza al hombre recuperar la bolsa por cualquier
medio; la mujer se opone se subleva, devuelve los golpes
que recibe, forcejea, aprieta lo suyo contra su cuerpo y lo
defiende tan bien que logra quedarse con el dinero; de ahí
la certeza y la prueba: la mujer habría podido defender
su cuerpo aún mejor que su dinero si hubiera querido. La
denuncia se transforma en mentira”(Vigarello, 1999)
“la violencia sexual se inscribe en un sistema en que la
violencia reina, por así decirlo, sin motivo aparente,
los adultos colman de golpes a los niños, los hombres,
o también otras mujeres, a las mujeres; los amos a
los criados. A veces el agresor rompe la estaca, o la
espada de la víctima, y a veces la mata. Parecería muy
artificial, en estas condiciones, aislar el delito sexual
de otras formas de agresividad constantemente pre-
sentes o latentes en la vida cotidiana de la sociedad
tradicional” (Vigarello, 1999. Pág. 21)
En un contexto como el descrito la violación es
una violencia como las demás, relacionadas con tras-
gresiones plenamente morales y los delitos contra las
buenas costumbres: fornicación, adulterio, sodomía y
bestialidad hacen parte del universo de la lujuria antes
que al de la violencia. La poca importancia que se le
prestaba a estos actos también estaba relacionada con
que, en su gran mayoría, se presentaba en mujeres y
niñas, quienes para la época no eran sujetos de derecho,
sino más bien propiedad privada de sus esposos, padres
y demás figuras masculinas. Este hecho podría ser em-
peorado si esas mujeres no estaban casadas o contaban
con una “dudosa reputación”, no eranvírgenes o eran
criadas. Es decir, la violación podía y puede ser cometida
contra todo tipo de personas, pero en definitiva, el “ran-
go social” de la “víctima” influía en la administración
de justicia. A la vez es una sociedad que diferencia una
violación de amo a su criada y la de un criado a su ama,
siendo más grave, y sin duda, castigada la última.
23
Los textos ponen en marcha cambios fundamenta-
les: la diferencia que se hace entre ataque sexual abierto
y el simple vicio privado, es decir, el que trascurre en
la intimidad. Esto marca una frontera entre violación
y los comportamientos lujuriosos, “fornicación ilícita”,
estupro, sodomía.
Hay un lento pero existente aumento en las denun-
cias con menores, un crecimiento constante que se inicia
en las últimas décadas.
Presencia de la opinión pública en los procesos y los
arreglos extrajudiciales: cartas, reacciones colectivas, fir-
mas de alcaldes, propietarios, comerciantes; la pretensión
de una mayor severidad y la certidumbre de que hay que
deplorar estas violencias.
En este contexto, se puede decir que a finales de
siglo se encuentra una denuncia más específica y el surgi-
miento del debate social frente al problema con el segui-
miento de los medios de comunicación.
A comienzos del SXIX hay una intención de dife-
renciar el delito de los niños del de los adultos; el código
crea crímenes y delitos que no existían antes, señalando
como violencia sexual gestos que hasta entonces no se
tenían demasiado en cuenta o se ignoraban (ibíd.). Se
evidencia, que la nueva atención que se le presta a la vio-
lencia transforma los límites de la trasgresión puliendo
normas, reglas y prohibiciones que acaban transformán-
dose en autocontrol.
Es muy lenta la toma de conciencia en las primeras
décadas del siglo XIX, “La violencia moral en particular no se
reconoce en la jurisprudencia, aunque emerge impercepti-
blemente en la revisión jurídica, se dibuja progresivamente
En los pocos procesos abiertos por violación, en la
mente de los jueces existe el prejuicio del consentimien-
to antes de escuchar la acusación y ver las pruebas de la
defensa, esto nos recuerda hasta qué punto la violencia
sexual y el juicio sobre la misma son indisociables de un
universo colectivo y de sus cambios, de las construccio-
nes ideológicas que van definiendo qué es justo o injusto,
admitido o prohibido.
Ya en el S XVIII encontramos como cambio impor-
tante la intervención de los medios de comunicación,
que por medio de panfletos y gacetas cambian la forma
de ver la violación y particularmente aquellas en las
que han sido objetos de agresión los niñxs; convirtién-
dolos en símbolo inmediato de víctima sexual, objeto
de compasión, el primer afectado cuando se desplaza la
sensibilidad. A partir de esa intervención de los medios
y su impacto en la opinión pública, la visión jurídica
transforma las palabras que expresan el delito; cambian-
do su sentido y su castigo. Sin embargo, este cambio no
influye inmediatamente en la forma en cómo se llevan
los procesos (Vigarello, 1999). Ciertamente, es en la
década de 1750 – 1760 que se evidencia una nueva forma
de percibir la infancia lo que provoca un incremento en
los procedimientos judiciales, apareciendo con ellos los
informes forenses (que hasta entonces no eran realizados
por médicos) y se convierten en una prueba más rigurosa
que tiene en cuenta, por primera vez, la descripción del
himen.
En concordancia con lo anterior Vigarello (1999)
registra tres importantes cambios en el S XVIII:
24
calcar que la violación toma fuerza en algún momento de
la historia no solo como un asunto a ser solucionado por
jueces y abogados, sino que se vuelve una preocupación
política por la defensa y el respeto a las mujeres. Los movi-
mientos feministas de los 70s logran que este delito tenga
un alcance más amplio y que esté calculado por la defensa
visibilizando que éste lleva una triple lógica: cultural,
psicológica y jurídica. La lucha contra la violación adquiere
un nuevo sentido: el de una liberación acompañada de una
fuerte militancia femenina (Vigarello, 1999).
Actualmente revisar cada una de estas lógicas se
hace necesario para un mejor entendimiento del trata-
miento de la violación:
•	 Lógica cultural: las víctimas desempeñan un papel
que no habían desempeñado hasta entonces, ya
que deciden orientar los debates y relacionar la
violencia sexual con un problema de costumbres y
una sociedad de hombres seguros de sus derechos.
Así se trasforma el proceso en contra de los acu-
sados en proceso contra de la violación en sí. Ya
no se hablaría del peso moral del drama, tampoco
de injuria o envilecimiento, sino de conmoción de
una conciencia.
•	 Jurídico: Aparece un interés fuerte en hacer el
artículo del código más específico, cambiando la
administración de justicia.
•	 Se habla de sufrimiento psicológico y de la intensi-
dad que será medida por la duración del mismo o
por su carácter irreversible. Además se visibiliza el
sentido colectivo de este delito argumentando que
tras varios obstáculos para su comprensión” (Vigarello,
1999) esto dará en algún momento surgimiento al concep-
to siempre dinámico de violación.
A estos cambios en los textos, los medios de comu-
nicación y la opinión pública en general, se le adiciona la
curiosidad por el criminal. No obstante, cabe resaltar que
aún, para esta época no existe el término “violador”; eran
llamados “lujuriosos”, “bribones”, “homicidas”, “mons-
truos”, “hombres coléricos” (Vigarello, 1999) la prensa
habla de su aspecto, sus gestos, sus sentimientos; la policía
investiga su pasado, el médico su normalidad; la propia
defensa trata de evocar su herencia genética para sugerir
su posible responsabilidad (ibíd.) De esta manera, se puede
ir descubriendo cómo cada disciplina va generando un
discurso especializado alrededor del problema; cada uno
tiene una hipótesis y una forma distinta de nombrar tanto
el hecho como sus actores. Así, se hace parte de la investi-
gación, la medicina aportando, en un primer momento, el
examen de rostro y cabeza; posteriormente se extiende al
conjunto del cuerpo que se estudia como un género en la
historia de la humanidad: el hombre degenerado.
Con este hombre “degenerado” llega la invención
de las perversiones, mientras convergen la psiquiatría y
la criminalística en la tentativa de hacer corresponder el
inventario del crimen y el de la psicopatología (Vigarello,
1999).En la Francia de finales del S XIX empieza a tomar
importancia el sufrimiento psíquico de la víctima o de sus
allegados; estos son determinantes porque revelan nuevos
efectos de la violencia.
Hasta aquí hemos visto el proceso, desde la visión ju-
rídica, de la violación como crimen; pero es importante re-
25
duda la “honorabilidad” de las mujeres violentadas consi-
derando, en muchas ocasiones, que no es conveniente una
investigación de estos casos ya que pone en duda a un ca-
ballero, evidenciando, además, el ideal patriarcal y católico
que imperaba en la época.
Es importante recordar que entre 1880 y 1890
dominaron en Colombia los sectores conciliadores de los
dos partidos, liberal y conservador; por tanto, se impuso,
a través del acuerdo de la Regeneración2
un entendimien-
to entre la iglesia y el Estado. El objetivo era construir
un Estado centralizado que garantizara la “paz científi-
ca” haciendo eco del movimiento cientificista (Del Valle
Montoya, 2010). De ahí que las medidas tomadas por la
Regeneración afectaron a diferentes sectores científicos,
la libertad de prensa e investigadores ya que para este pe-
riodo se presentó un fuerte ascenso del clericalismo que se
vivió durante y después de la Guerra de los Mil Días. Para
este entonces el matrimonio católico cumplió la función
de referente moral y legal en Colombia, esta alianza se
construye en torno a un sistema de reglas que definen lo
permitido y lo prohibido. Cabe resaltar que para 1886 la
Constitución colombiana promulgaba:
“La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la
Nación; los Poderes públicos la protegerán y harán que
sea respetada como esencial elemento del orden social”
(Rodríguez Piñeres citado en Del Valle 2008: 220).
la humanidad depende de la comunidad y que
el efecto de la violación es el aislamiento, por lo
que se insiste en una “muerte”, en una pérdida
de identidad. Así entra en vigencia una “cultura
psicológica” de amplia difusión que se interio-
riza no solo por parte de la ciencia y la justicia,
sino por la gente en general: padres, profesores,
medios de comunicación, prensa y la conciencia
popular(Vigarello, 1999)
De esta manera se comprende que la historia de la
violación está atravesada por las diferentes formas de ver
o concebir el cuerpo, la moral, la vergüenza, los discursos
académicos, la opinión pública, el concepto de mujer y su
valor en las sociedades, el concepto de infancia e inevita-
blemente de lo que nos parece justo y no.
Silencios nacionales
Paralelamente, en Colombia a finales del S XIX,
principios del XX, teníamos sucesos diferentes. Una inves-
tigación realizada en nuestro país expone algunas denun-
cias de violencia sexual y sus sanciones, evidenciando que
dentro del sistema jurídico éstas se ven permeadas por las
“creencias” y la moral de los funcionarios que ponen en
2
Regeneración: movimiento político que unió a liberales independientes y a conservadores planteando la unificación de los diversos sectores políticos , después
de la Guerra de los Mil Días, planteando un Estado fuerte y centralizado, teniendo la religión católica como instrumento central de unificación ideológica y dio
paso a un proyecto nacional que se definió con el lema “una nación, una raza, un Dios” (Informe del Sistema Nacional de Cultura, 2008)
26
dalo, sin que haya nadie que reclame contra ellos, pues
es el temor de hacerlos públicos, [sic] lo que producirá
hondas perturbaciones, veda la ley hacerse cargo de
ellos en esas circunstancias” (Putman, Carlos E., 1896
en Del Valle Montoya 2010: 222)
De esta forma podemos observar cómo la violación
en Colombia es una trasgresión mediada por las creencias
católicas que imponen a los procesos un velo de ver-
güenza y pecado, dejando la víctima envuelta en dudas
respecto su “buena conducta” y las “buenas inclinaciones
religiosas”; encontramos una sociedad tradicional que
tolera la violencia sexual, pone en duda la palabra de las
mujeres y sobrepone el sufrimiento colectivo (escándalo
y la perturbación de las familias) al sufrimiento personal,
corporal y psicológico.
Lo inevitable: El conflicto armado
“Quizás más que el honor de la víctima, el blanco de la
violencia sexual contra las mujeres es lo que se percibe
como el honor del enemigo. La agresión sexual a menu-
do se considera y practica como medio para humillar al
adversario. La violencia sexual contra la mujer tiene por
objeto la victoria a los hombres del otro bando, que no
han sabido proteger a sus mujeres.
Es un mensaje de castración y mutilación al mismo tiem-
po. Es una batalla entre hombres que se libra en los cuer-
pos de las mujeres”.
Radhika Coomaraswamy (Relatora especial de Naciones Uni-
das sobre violencia contra la mujer)
Llegando a este punto, podemos decir que mientras
en la Francia de finales del S XIX y principios del S XX se
estaban buscando cambios estructurales dentro de la ad-
ministración de justicia y la diferenciación de la violación
de los crímenes relacionados con la moral; en Colombia
estábamos sitiados por la Iglesia y no se veían avances.
En la ley penal colombiana la palabra “torpe” o “deshones-
ta” permitían describir conductas que iban desde cantar
o recitar “canciones torpes” hasta actos carnales, abusos
deshonestos, cópula, violación, ultrajes y otras que ofen-
dían el “pudor y las buenas costumbres”; además la palabra
“sexual” no se usaba; sólo Medicina Legal podía atender cuestiones
relacionadas: “sobre las personas de ordinario vivas en relación con
los órganos sexuales” (Del Valle Montoya, 2010) y no había más
referencia al sexo o a los órganos genitales en los informes.
De ahí que no es extraño que las denuncias por
violación fueran pocas, ya que quien tomaba la decisión
de hacerlo, encontraba un universo de vergüenza y recri-
minación, no solo del sistema jurídico, sino que se veía en
medio de una lógica social que humilla, juzga a la “victi-
ma” y la señala de provocar con su denuncia, un ataque
a la moral pública, corromper las costumbres e introducir
en el seno de las familias la perturbación y la desconfian-
za. Así, del Valle comenta como ejemplo un libro publica-
do por un médico legista que reflexiona al respecto:
“…por eso estos delitos no se castigan sino cuando se
hacen públicos, produciendo escándalo y recaen el [sic]
perjuicio de tercera persona; dejándolos pasar desaper-
cibidos, por respeto al pudor, a las costumbres y a la
familia, cuando se ejecutan en el secreto y en el escán-
27
trivializados, ignorados, llevados a lo más recóndito de la
vergonzosa historia nacional.
La bestialidad de los crímenes sexuales como arma
de guerra ha zaqueado todos los territorios del país, no
solo se presenta en los montes y montañas; sino que con
el fenómeno de la “desmovilización” el horror se traslada
con más fuerza a las ciudades, donde la violencia se-
xual ya se presentaba, pero ahora con formas de tortura
aprendidas en diferentes bandos durante años de práctica
en la guerra.
Tejiendo ideas
Por todo lo anterior bien pareciera, que el concepto de
violación ha tenido un camino predominantemente jurídico;
así se pueden encontrar diferentes definiciones del mismo
desde diversas jurisdicciones, países e instituciones. Sin em-
bargo hay algunas definiciones con amplio espectro de acep-
tación: las creadas por las instituciones internacionales como
la Organización de Naciones Unidas y/o la Organización
Panamericana de la Salud que definen la violación como:
“todo abuso cometido o amenaza de abuso en una si-
tuación de vulnerabilidad, de relación de fuerza des-
igual o de confianza, con propósitos sexuales, a los efec-
tos, aunque sin estar exclusivamente limitado a ellos,
de aprovecharse material, social o políticamente de la
explotación sexual de otra persona. De modo análogo,
la expresión “abuso sexual” se refiere a toda intrusión
Esta revisión tan somera, como inevitablemente
personal, quedaría más incompleta si no hablara del con-
flicto armado que se nos ha hecho trasversal a todos los
problemas de los que hay que hablar en este país.
La violencia sexual no es nueva para Colombia; los
grupos armados de oposición –guerrillas– de la década
de los cincuenta ya la practicaban durante el periodo
de La Violencia, las violaciones han sido utilizadas como
método de tortura, genocidio o como forma de “lesionar
el honor del enemigo”, principalmente a manos de los
paramilitares desde la década de los 90s y con el frecuen-
te apoyo de las fuerzas de seguridad (Amnistía Interna-
cional, 2004). Así se han venido “perfeccionado” métodos
de violación propios de la guerra como el empalamiento,
el cercenamiento de los senos, la extracción de los fetos del
vientre de las embarazadas, los abortos forzados, el silencio
etc.; todas estas violencias encuentran sus antecedentes en
las masacres perpetuadas en los últimos años en Colombia,
como la del Salado en los Montes de María en el 2004, solo
por citar alguna, que por su crueldad causó impacto en los
medios de comunicación y comunidad internacional.
A pesar de que la violación es una constante en el
conflicto armado interno, ni los medios de comunica-
ción, ni las autoridades se han interesado en visibilizar y
condenar estas atrocidades, ni siquiera están reflejados
en las cifras oficiales, han sido excluidos, envilecidos,
encapsulados entre los llamados “crímenes pasionales”.
Así, cuando se encuentran cuerpos con mutilaciones
genitales, tiros en las nalgas, evidencia de violación; se
habla de “crimen pasional” (Amnistía Internacional,
2004) Entonces los crímenes paramilitares son ocultados,
28
sin número de categorías: Niñx, menor de catorce, adul-
to, abuso, acceso carnal violento, acceso carnal abusivo,
violador, violadx, abuso sexual, violencia sexual… no
es difícil adivinar que estas categorías son creadas para
darle solución desde la vía jurídica, dónde se debe llegar
a consensos, pero estoy de acuerdo con que “clasificar
tiene, entre sus muchas acepciones, una perversa y de
apariencia paradójica: ocultar conocimiento”…“desclasi-
ficar, significaría, consecuentemente su desvelamiento”
(Gutierrez, 2007).
Aun así, también es importante tratar de entender
el porqué de estas clasificaciones; así que la propuesta es
hacerlo desde las representaciones de la violación. Para
eso será necesario acercarse a la definición de “represen-
tación” para lo que he escogido a Stuart Hall quien define
las representaciones como:
“Un proceso por el cual los miembros de una cultura
usan el lenguaje (ampliamente definido como un sis-
tema que utiliza signos, cualquier sistema de signos)
para producir sentido. Aun así, esta definición tiene la
importante premisa de que las cosas —objetos, per-
sonas, eventos del mundo— no tienen en sí mismas
ningún sentido fijo, final o verdadero. Somos noso-
tros —dentro de las culturas humanas— los que ha-
cemos que las cosas signifiquen, los que significamos.
Los sentidos, en consecuencia, siempre cambiarán, de
cultura a cultura y de período a período. No hay garan-
tía de que un objeto de una cultura tenga un sentido
equivalente en otra, precisamente porque las culturas
difieren, a veces radicalmente, una de otra en sus có-
digos —la manera como inventan, clasifican y asignan
sentido al mundo—(2010)
física cometida o amenaza de intrusión física de carác-
ter sexual, ya sea por la fuerza, en condiciones de des-
igualdad o con coacción”. (Organización de las Naciones
Unidas)
“Todo acto sexual, la tentativa de consumar un
acto sexual, los comentarios o insinuaciones
sexuales no deseados, o las acciones para co-
mercializar o utilizar de cualquier otro modo la
sexualidad de una persona mediante coacción
por otra persona, independiente de la relación
de ésta con la víctima, en cualquier ámbito in-
cluido el hogar y el lugar de trabajo” (PAHO)
Han sido años de historia, de casos y de leyes para
llegar a estas definiciones que se han establecido de mane-
ra profunda en nuestras culturas y relaciones políticas. Sin
embargo, estas parecieran reducirse a un ámbito jurídico
y homogéneo queno permiten ver los matices, el dolor, las
voces, los cuerpos, las formas de interpretar la violación
desde lo subjetivo; definiciones que se pre - ocupan por
condenar un culpable pero no se ocupan de cómo darle
una “nueva vida a la víctima”, sistema que necesita enten-
der que cárcel no es sinónimo de justicia y que en muchos
casos las representaciones de la violación desbordan las ju-
rídicas y muestran los límites de un universo más amplio
donde empieza lo cultural, lo íntimo, lo profundamente
hecho tabú, formas políticas que no están escritas en el
papel sino en la piel de quienes han vivido la violación.
Además,si revisáramos cómo se define la violación
en los diferentes discursos institucionales y de los “ex-
pertos”, encontraríamos que no hay mucho consenso al
interior para nombrarlos, sólo logran clasificarlos en un
29
Matices: otras decisiones teóricas
Es un día como cualquiera en la oficina de de-
nuncias por violación. No hay mucho ruido y la gente
de uniforme transita por los pasillos en calma, el resto
del equipo compuesto por psicologxs, jueces, abogadxs
se dedica a llenar formatos que les exige la institucio-
nalidad para poder dar informe de las estadísticas que
tanto le preocupan. Yo estoy dedicada a caminar por
los pasillos en espera de que el día cambie. De repente,
alguien que no he visto nunca, le informa al equipo que
van a traer a un recluso a poner una denuncia. Todo está
dispuesto para que el trámite se lleve a cabo.
En la puerta aparecen dos guardias cuidadosamen-
te vestidos de azul, botas negras, el arma en la cintura,
un bolillo en el lado contrario y un chaleco que parece
antibalas. Sus manos sujetan a Luis, el preso que pondrá
la denuncia.
Luis no tiene ningún uniforme que lo identifique
como “preso”, por lo menos no este día; es un hombre
de 37 años, estatura mediana, tez oscurecida por el sol,
los ojos tristes y evasivos. Tiene las manos en frente,
esposadas, como si mostraran con vergüenza su falta
de libertad; parecieran las manos de un hombre tra-
bajador, se ven un poco cansadas. Él no ofrece ningún
tipo de resistencia ni a las esposas, ni a sus guardianes;
solo está allí parado esperando que lo llamen a declarar.
Unos minutos después es dirigido a la oficina donde su
denuncia será escuchada.
En un intento por sacar la violación de su anclaje
netamente “oficial” y para fines prácticos y metodológicos,
es necesario recoger entre la historia, la metodología y lo
vivido un concepto de violación que permita, de manera
subjetiva, dar un significado mas amplio en este texto:
“La violación es un acto de poder
ejercido por un sujeto sobre el cuerpo
y la subjetividad de otra persona que
no se reduce al causante y la “víctima”,
sino que da cuenta de una construcción
ideológica particular y colectiva, atra-
vesada por las representaciones de la fe-
minidad,la masculinidad y la percepción
del cuerpo en una época y un espacio
determinado. Esa construcción genera
discursos, y estos en consecuencia, nor-
mas, leyes e instituciones que regulan la
configuración del mundo de lo prohibi-
do y lo admitido social y jurídicamente
en el sexo”
Esta forma de ver y entender la violación procura ser
una conceptualización abierta a los cambios, a la correc-
ción, al dinamismo del tiempo y el espacio entendiendo que
ésta surge de un contexto temporal y geográfico determi-
nado; procurará mostrar límites de un universo más amplio
donde empieza lo cultural, lo íntimo y los tabúes.
30
ano y me decían que si no lo sacaba, ellos me lo sacaban. Yo
me sentí humillado y me siento muy avergonzado por que le
vieron a uno las partes intimas. Y uno no se puede defender
y cuando fueron los del CTI la cogieron contra mí, porque el
dragoniante me hizo calviar, me hizo meter la cero y yo siem-
pre me hago meter la dos y me hostiga, me requisa. Yo siento
ira… por lo impotente , uno no puede decir nada, ellos nos
ven como abichuchos… y uno ve que pasa el tiempo y la ley no
hace nada, me siento muy mal de ver a ese guardián día de
por medio hostigándome , eso no se hace con una persona.
De lo que nos pasó hicimos una tutela en Bogotá y la envolataron
porque como los otros internos no hacen ese tipo de demandas…
porque ellos solo piensan en matar, yo conozco de Dios y por eso
demandé, ahora estoy con Dios. Solo quiero mi libertad y una
nueva vida…
Yo estaba absolutamente consternada por lo que ha-
bía escuchado, me parecía increíble por lo que este hombre
había pasado; para mí, él era una “victima”. Víctima no
solo de una violación, sino del abuso de poder; ratifiqué
mi desconfianza en las instituciones estatales que privan
la libertad y me preguntaba cómo esperaban que un reclu-
so “recapacitara” (se supone que la cárcel hace entrar en
razón) frente a su(s) delitos en una situación tan aberrante
y de persecución como esa.
Juez: ..Narre los hechos por favor
Lui: acabándose las visitas nos requisan dos veces, una en el
patio, que es normal, después la requisa con los caninos y los
guardianes de turno. Según ellos dio positivo, el dragoniante
y otro, nos apartaron a mí y a otro interno… eso nos dijeron
insultos y amenazas y a mandarnos a que nos quitáramos la
ropa, como yo me golpie en una moto y tengo mala la rodilla
izquierda y se me inflama; un médico dijo que eran los menis-
cos y ellos querían que yo bajara y eso me duele; que hiciera
cuclillas , porque según ellos yo tenía un taco de drogas en el
ano… y como no podía hacer cuclillas me trataban mal, el
dragoniante empezó a tocarme con el tobillo las nalgas y los
testículos, y el otro le decía al perro: ¡sáquelo! Y el perro me
lamia el ano y él me decía que lo sacaran, le decían al perro:
¡quiubo! ¡Sáquelo! Que ahí lo lleva…
Yo comencé a decirles que eso era inhumano, que estaban vio-
lando la ley y comenzaron a ofenderme y a decirme que ellos
hacían lo que quisieran porque ellos eran la ley. Yo les pedí
que me llevaran al otro patio de mediana seguridad, que allá
hay rayos x y se sabe si uno está cargado o no y ellos querían
pegarme porque yo les decía de los rayos x … y jochaban al
perro (incitaban) y me hacían abrir las piernas y no podía
por la rodilla. Entonces empezaron a meterme el palo por el
31
Esta descripción parece más una sentencia que una
caracterización: “destinadx al sacrificio” el/la que “padece”,
el/la que “muere”; deja la persona sin opción, la condena al
dolor y el sufrimiento. Cabe preguntarse si ¿todas las “victi-
mas” se sienten de esa manera
Con lo dicho no quiero poner en duda, bajo ninguna
circunstancia, los testimonios de personas que han vivido
experiencias de violaciones, su dolor, sus miedos, su vulne-
rabilidad, rabia, impotencia etc. Lo que pretendo es alejarme
de la versión oficial y académica de “víctima” que condena a
estos estados a la persona, que no se pregunta por las herra-
mientas mentales con las que cuentan para superarlos.
¿Qué efectos tiene clasificar a alguien como una
víctima; y no una cualquiera, sino una víctima de violación
sexual? Probablemente en el ámbito jurídico y para efectos
de este tipo de procesos será lo ideal, pero estas taxonomías
encierran una forma de ver el mundo muy concreta, puede
provocar la reinvención de su cotidianidad, una forma de
verse y de que le vean, de presentarse ante los demás, de “ha-
cerla parte de” excluyéndola de otros espacios. No se puede
olvidar que la violación envuelve a la persona en la vergüen-
za y pareciera dejarla en condiciones de subordinación social:
“… traté de volver a la escuela donde trabajaba después de
lo que me pasó, no quise que me trasladaran, pero todos me
tratan como una víctima, y me hacían dar más pena con
todas las consideraciones que me tenían, eso solo me hace
sentir peor. Necesito olvidarme de lo que me pasó, pero va a
ser muy difícil…” (Matilde, 57 años)
Pero parecía que la única que se sentía así era yo.
Los demás solo “hacían lo que tenían que hacer”, tomaron
la denuncia y Luis volvió al carro que lo llevaría nueva-
mente a la cárcel.
Cuando salimos de ahí, una de las funcionarias me pre-
guntó que por qué tenía esa cara; yo le comenté mi desazón, la
sensación de repudio que tenía por los guardias, y ella me dijo:
-	 ¡Ay! usted por ese señor no se preocupe que él está en la
cárcel porque violó a su hija de cinco años y la dejó para
hospitalizar…
Hasta ese momento llegó mi empatía hacía el reclu-
so, casi me sentía tonta por haber creído que era una “vícti-
ma inocente”.Toda mi “idea” de él cambio en una frase, no
sé qué tan terrible suena, pero la verdad en ese momento
sentí que se lo merecía, y parece que no era la única.
Muchas preguntas surgieron entonces, “víctima” y
“victimario” en una sola persona ¿se le acusa o se le de-
fiende? ¿qué es una víctima? ¿Un estado, una clasificación?
¿Quién decide que se es una víctima? Al principio parecía
estar claro su significado en mi campo de investigación;
sin embargo, el trabajo de campo se encargaría de mos-
trarme lo contrario: la clasificación “víctima” dejó de ser
una obviedad para mí. El diccionario la define como:
(Del lat. Víctima) 1. “Persona o animal sacrificado o des-
tinado al sacrificio” 2. “persona que se expone u ofrece a
grave riesgo en obsequio de otra” 3. “persona que padece
daño por culpa ajena o por causa fortuita” 4. “perso-
na que muere por culpa ajena o por accidente fortuito”
(Real Academia Española).
32
romper sus esquemas, vergüenzas y miedos; convirtién-
dolos en material invaluable para esta investigación. Estos
testimonios permitirán darle voz a las víctimas, conocer
lo que se “piensa” de la violación, lo que se dice, lo que
se interpreta, los contextos en los que ocurre con más
frecuencia y así, armar el “mapa conceptual compartido”
(Hall, 2010) que genera los discursos dominantes.
El Testimonio: Su raíz y territorio devastado
Del latín “Testimonium 1. Atestación o aseveración de algo,
2 instrumento autorizado por escribano que da fe de un hecho,
3 prueba, justificación y comprobación que da certeza de algo”
(RAE, 2009) .
El testimonio que según Veena Das es ante todo un
proceso de decir y recuperar territorio de las palabras y
la historia, es una mediación necesaria para re -ocupar
los signos “los signos mismos de la herida… para que pudiera
moldearse una continuidad en el espacio mismo de la devastación”.
Así mismo Veena considera que no solo las palabras dan
testimonio; las victimas hacen uso de las palabras rotas y
el cuerpo mudo, grafican gestos sutiles, componen sitios
de memoria y olvidos no accidentales, todas estas son for-
mas que le permiten apropiarse y subjetivar la experiencia
del dolor (2008).
Escuchar un testimonio requiere mucho más que una
evaluación epistemológica, es un acto ético donde quien
escucha decide “creer” en lo que escucha; un asunto que
no es tan sencillo de decidir, pues quien cree debe discernir
qué es creer y cómo lo va a hacer. Es decir, hacer consciente
“he estado pensando en cómo hacer para sacarla del país,
para que nadie le vaya a contar nunca lo que le pasó, ya nos
pusimos de acuerdo todos en la casa y hemos estado trabajan-
do para eso” (Madre de niña de 3 años)
Las “víctimas” están definidas por el contexto pero
también generan contextos, originan relaciones entre
miembros de la comunidad, y es esta última la que brinda
o no seguridad a través de los acuerdos vividos, es donde la
“víctima” se re – configura y es allí mismo donde permite a
los miembros de la comunidad, autoriza o genera dinámi-
cas de destrucción y/o exclusión (Das, 2008) Estos espacios
permitirán o no a una persona dejar de ser “víctima”.
No pretendo en este trabajo dar una respuesta con-
creta a cómo debemos re – nombrar a las víctimas, lo que
intento es poner a debate el termino para evitar interiori-
zarlo solo porque sí.
Por lo expuesto, mi propuesta es entender en este
texto el concepto de “víctima” como un estado transitorio
susceptible a ser transformado (positiva o negativamente) de acuerdo
a las circunstancias sociales y psicologicas de la persona.
Notas metodológicas
Para lograr un acercamiento a las representaciones
de la violación, fue de gran ayuda contar con el “testimo-
nio” como método para la recolección de la información
de mujeres y hombres de todas las edades que decidieron
33
instituciones. Por eso es importante recibir y entender los
testimonios desde la cotidianidad de los hablantes, donde
están anclados los procesos subjetivos y colectivos, estruc-
turados por tradiciones simbólicas y mediadas por tipos
discursivos.
Así tendremos en este texto testimonios registrados
en el propio contexto cotidiano, algunos espacios alter-
nativos y de resistencia; y otros en un contexto mucho
más normado, como lo son las instituciones encargadas
de activar y garantizar rutas de denuncia en la ciudad de
Popayán.
la posición política que se toma en ese momento, pensar la
relación entre la antropología y la construcción de la esfera
pública que puede surgir de diferentes clases de intersec-
ciones y no olvidar los propios esquemas que intervendrán
todo el tiempo en las reflexiones que se hacen.
En conclusión, quienes recibimos testimonio no
solo aprendemos y sabemos con el intelecto sino con las
emociones. Existe una relación reciproca entre quien da
y recibe testimonio que tiene como resultados diferentes
beneficios mutuos. Das (2008) señala los siguientes:
Dar testimonio puede:
•	 Nombrar violencias padecidas.
•	 Hace y acompaña el duelo y establecer una rela-
ción con los otros.
Recibir testimonio puede:
•	 Permitir al antropólogo contar con la fuente de
información para su investigación etnográfica.
•	 “Hacer presencia” entre las víctimas en un momen-
to de crisis social en la que se requiere presenciar.
•	 Quien recibe testimonio puede generar espacios
alternativos y anti hegemónicos para testimoniar,
denunciar y narrar, señalar incongruencias, com-
plicidades institucionales con la violencia.
Acorde con lo anterior se puede decir que el testimo-
nio no es solo una herramienta metodológica para satis-
facer la curiosidad disciplinaria, sino que puede ser una
forma de dar cuenta de las experiencias de las víctimas y
de quienes acompañan sus procesos, ya sean familiares y/o
35
37
firieron desahogarse en espacios alternativos, fuera de
las instituciones o íntimos. Testimonios que incluyen sus
gestos, su corporalidad e incluso en no – decir (que no es
lo mismo que ausencia de testimonio) están en continua
disputa con las versiones oficiales y en algunos casos la
contradicen, en otros simplemente la desestabilizan.
Testimonio íntimo: Descarga emocional
“El dolor es junto con la muerte la experiencia humana
mejor compartida” -David Le Bretón-
Creo, como muchas personas, que el dolor es ínti-
mo, nadie sabe mejor que quien lo siente, dónde se ubica
o cómo lo afecta. Pero todos hemos sentido dolor; dolor
físico o del “del alma”, o de esos que no sabemos ni dónde
situar. Dolor de estar solos, de despedida, de “tusa”, de
muerte, político, dolor de injusticia y de ese que creemos
que nadie puede comprender.
Pero aunque el dolor sea íntimo, éste tiene unos com-
ponentes culturales que le dan otro significado, que hablan de
la relación con el mundo, de los valores, de cómo las personas
lo apropian; supone un entramado socio cultural que permiti-
rá, al mismo tiempo que sea comunicado en alguna forma de
lenguaje, que sea entendido, compartido, escuchado porque
no escapa del vínculo social. Y es en la escucha del testimonio
que logramos el conocimiento con empatía, tratando – no de
estar en los zapatos del otro – sino a su lado.
No es desconocido que la violación sexual puede
presentarse contra cualquier persona sin tener en cuenta,
género, sexo o edad; sin embargo, ésta es ejercida con mayor
frecuencia contra las mujeres y las niñas. En Colombia cada
día 149 mujeres son víctimas de violencia sexual, lo que a
la suma, entre el 2001 y el 2009 da un resultado de 94.565
mujeres violadas, donde 43.226, es decir, el 45.71 % de las
víctimas de violación fueron agredidas por un miembro de su
familia, mientras que 29.444 que equivalen al 31.14% fueron
violadas por una persona extraña (OXFAM, 2010) Estas cifras
son la punta del iceberg, ya que solo pueden dar cuenta de
los casos que tienen un proceso de denuncia, no hay forma
de tener cifras exactas de la totalidad de violaciones en el
país, no solo de mujeres, sino que es difícil adquirir informa-
ción precisa de las violaciones a hombres.
Muchos son los factores por los que las víctimas
argumentan el hecho de no acudir a la “ayuda profesio-
nal” y a las instituciones del Estado; se niegan a registrar
sus historias de dolor en los archivos de la nación; en
algunos casos prefieren ofrecer testimonio y con gran
facilidad señalan las incongruencias, las complicidades
de las instituciones con la violencia, o su ineficacia para
tratarla, así que prefieren ocupar espacios de la resistencia
y re – inventar su cotidianidad. Entre sus argumentos se
encuentra el miedo, el desconocimiento de los procesos,
sentirse culpables por lo sucedido, y de manera especial la
vergüenza y la puesta en duda del testimonio de la vícti-
ma por parte de familiares y/o instituciones.
Este capítulo estará dedicado a aquellas (todas los
testimonios son de mujeres y no solo víctimas) que pre-
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graciosa y morbosa cuando habla de hombres, los ojos se
le habían ensombrecido, cruzó los brazos y no podía dejar
los pies quietos. Yo no quise interrumpirle sus cuentos,
pero todo su cuerpo ya gritaba otra cosa, y sin más me
lancé y le pregunté:
Clau ¿alguien se ha pasado de la raya contigo?
Ella me miró entre asombrada y no y me dijo: ¡coma mier-
da! Deje de analizarme.
Trataba de sonreír, pero no… “¿me vas a hacer hablar de
eso?”
Y sin que yo le contestara empezó a contarme:
C: ¿se acuerda del pueblo?
D: No mucho, me acuerdo que hacía mucho calor y que habían
árboles de mango, naranja y un tanque de agua enorme
donde nos metían a todas en calzones.
C: Si, en esa casa habían muchas cosas: atrás habían unos
galpones, la huerta y adelante quedaban las habitaciones y
había una pequeñita que era donde yo dormía, esa fue la que
dejo mi papá para mí porque no tenía puerta… entonces él se
me pasaba por la noche…
D: ¿Quién?
C: mi papá.
Escuchar esos testimonios íntimos tiene unas con-
diciones espaciales para que la víctima pueda verbalizar lo
guardado y muchas veces censurado. El testimonio íntimo
requiere un espacio más familiar, acogedor, donde las per-
sonas que escucharán se conocen, se quieren, se respetan
y pueden usar un lenguaje corporal y hablado diferente,
permite tocarse, reír, llorar, nombrar los genitales de for-
mas políticamente incorrectas y “groseras”. Este testimonio
desinhibe la historia silenciada y el cuerpo estigmatizado.
Es sábado y llueve afuera; Claudia llega a mi casa
buscando la taza de chocolate que se ha hecho famosa
entre mis amigxs, la condición es que quien llega traerá el
pan. Es una especie de ritual donde ofrezco mimos, afecto
y consuelo, según sea el caso.
Ella tiene 33 años y cuando me busca lo que espera
es reírse de la vida, hablar mal de sus novios y tratar de
“perras” a quienes dejaron de ser sus amigas. Pero este
día no trascurriría como los demás, en medio de la charla
de “chicas”, las anécdotas, las decepciones; recordé que
nunca había visto a Claudia con una pareja “estable” y le
pregunté ¿por qué?
Ella, sin dudarlo contestó:
-Los hombres son solo verga. A mí no me interesa nada
más…
Su cara había cambiado, ya no tenía esa expresión
Los hombres son solo verga, a mi no me interesa
nada más…
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decírselo no más…
D: ¿y por qué no lo denunciaste?
C: mi mamá no me lo hubiera perdonado nunca y pues yo de
todas formas no quería ver a mi papá en la cárcel. Además yo
decía: si mi mamá no me cree…
D: y ¿eso hasta cuando pasó?
C: hasta los 16 que me fui a estudiar a Cali y luego… pues yo
trataba de no venir. Mi mamá decía que yo no era sino mal
agradecida… lo que pasa es que luego ya no era tanto porque
yo ya no me dejaba…
D: Clau ¿te soñabas con eso?
C: ¡uy! Sí, mucho. Todavía…
D: y ¿crees que lo vas a superar o que lo superaste?
C: pues lo importante fue que nadie supo, entonces yo no le pare
bolas a eso y seguí
D: ¿Y no será que por eso no te quieres enamorar?
C: pues no sé…
Claudia empezó a sentirse incomoda, creo que no
quería pensar en su presente, había sido más fácil hablar
de su pasado. Así que no insistí. Ella me abrazó y cambió
el tema, yo solo le agradecí que me hubiera contado su
historia y terminamos las tazas de chocolate que teníamos
en las manos.
Como éste, el testimonio íntimo da la oportuni-
dad a quien “cuenta”de nombrar cosas y eventos como
normalmente lo hacen en su cotidianidad y no inscribirlas
Claudia no puede evitar morderse constantemente
la boca, pero evita llorar. En cuanto a mí, no puedo negar
el asombro que me produjo saber que había sido su papá,
un hombre que yo conocí desde pequeña, el que la violaba.
Tampoco pude evitar pensar que pude haber estado en
riesgo sin haberlo sospechado nunca. Él no es una persona
de cuento de terror, es un hombre de oficina, común y co-
rriente, de los que te atienden amablemente en cualquier
sitio. ¿Cómo sería verlo después de esto?
D: ¿entonces?
C: entonces, primero solo me manoseaba…
D: ¿y cuántos años tenias?
C: como 6. Me manoseaba las tetas y la vagina por encima de
la ropa y así…
D: y ¿no le dijiste a tu mamá?
C: Si, pero me regañó; me dijo que si seguía así no me volvía a
dejar ver televisión. Luego pasado un tiempo empezó a meterme
los dedos y si yo lloraba me apretaba duro la boca… así me
tuvo otro tiempo, hasta que un día que mi mamá no estaba ya
me hizo de todo…
Y a veces yo creo que es por eso que yo no puedo enamorarme,
cuando yo estoy con alguien, me pongo como embarazada: les
cojo asco, fastidio…
D: ¿le contaste a alguien más?
C: No. Es la primera vez que se lo digo a alguien como por
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Lo que me duele es el alma, con el cuerpo ya no
se qué hacer…
En julio del año pasado me pidieron que habla-
ra con una señora de 59 años que había sido violada.
Yo pregunté si ya había denunciado y me informaron
que por vergüenza la víctima no había sido capaz de
tomar la decisión y que por eso querían que yo hablara
con ella.
Me imaginé entonces que lo que necesitaba era al-
guien en quien confiar y quizá un espacio diferente al legal
para contar su historia. Sólo había una cosa distinta esta
vez, y era la edad: doña Matilde tiene para entonces 59 años
y hasta ese momento yo no había conocido un caso con esas
características así que no sabía qué iba a encontrar.
En efecto, la señora Matilde fue la persona que
nunca esperé conocer en mi investigación. Una señora
de formas abundantes, cara graciosa, vestidos de otras
épocas y zapatos ortopédicos. Llevaba trenzas esa tarde,
una bolsita entre sus manos regordetas donde cargaba
sus llaves y una expresión de vergüenza cada vez que
me miraba.
Y pensé: ¡que descaro violar esta señora!
La invité a entrar, a sentarse, a que me contara
cualquier cosa. Al principio me trataba de “doctora”, así
que inmediatamente le dije que yo era una estudiante, que
iba a escuchar todo lo que quisiera contarme y que luego
veríamos qué hacer con todo eso. Que si quería poner una
demanda yo le diría (más o menos) cuál era el proceso,
pero que si lo único que quería hacer era hablar, yo sola-
mente me dedicaría a escuchar sus palabras, su dolor.
en ningún discurso especializado. Así encontramos formas
de nombrar los genitales como “verga”, “tetas” o palabras
como “manoseada” que recrean una forma específica de
significar el propio cuerpo y lo que se hace con y en él. A
diferencia de entrevistas formales y cerradas, el testimo-
nio íntimo permite un “contar” mucho más fluido y sin
interrupciones, que además, no está interesado en juzgar
a nadie ni buscar culpables; en esa medida, no está media-
do por la duda o el afán de hacer “verídico” lo que se dice,
el testimonio íntimo es tácitamente creído, pues lo único
que pretende es crear un espacio afectivo donde se pueda
expresar el dolor y las emociones, en general después de
una violación, para poder darle terreno a las palabras y
encontrar en ellas algún sentido o mitigación a lo sucedi-
do, también forma lazos que en momentos de angustia se
vuelven una forma de apoyo afectivo.
Como otras personas, Claudia decide no denunciar
a su agresor por tratarse de su padre y por la relación de
poder que este representa no solo con ella, sino con su
madre; un poder no de coerción, sino más bien simbólico
que solicita, induce y gana consentimiento (con su silen-
cio) y que finalmente le impide si quiera imaginar que
ella lo llevará a la cárcel. El silencio se volvió su aliado, lo
prefirió antes que enfrentar la vergüenza, es decir decidió
vivir ese proceso sola. A pesar de aceptar que sigue soñan-
do con las violaciones sucesivas de su padre, que le afecta
en su vida personal y sexual, ella prefiere no romper con
el orden familiar y no verse señalada por lo que pudiera
sucederle a su agresor: “lo importante es que nadie supo, yo no
le paré bolas a eso y seguí”
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cuerpo sangrando, lleno de magulladuras, mordeduras,
tierra y hojas. Entonces pudo llorar…
Se metió en el cama donde estaba ya dormido su
esposo; él solo se volteo para abrazarla y preguntar por
qué había demorado tanto; en realidad no esperó que
ella contestara y volvió a dormir. “Fue la noche más larga
que haya tenido, fue peor que haber estado con el peor dolor del
mundo, el cuerpo si me dolía, pero sobre todo me dolía el alma,
porque ya no sabía qué hacer con el cuerpo” Matilde no puede
evitar volver a llorar cada vez que lo recuerda.
Al día siguiente, decide guardar silencio, no se
imagina como puede tomarlo su familia, su esposo,
sus hijos, los niños de la escuela donde enseña. “¡no! Yo
mejor me quedo callada”. Ese mismo día su decisión se vio
truncada por “ese mismo tipo”, recibió una llamada a las
10 de la mañana… si, era él, era esa voz que le había
espantado hablándole al oído la noche anterior. Llamaba
para sobornarla, para decirle que no siendo suficiente
con violarla, le había tomado unas fotos con el celular
y que si no le llevaba dos millones de pesos donde él le
dijera, iba a enviar las fotos impresas a la escuela donde
trabajaba.
Entonces Matilde entró en pánico, no solo porque
él reapareciera, sino porque no tenía ese dinero. Enton-
ces no tuvo más alternativa que llamar a su hermano
quien acudió de inmediato a su voz de angustia. Ella
tuvo que contarle todo lo que pasó para que le prestara
el dinero. Entonces su hermano le dijo “que no, que tocaba
denunciar… sino no se lo va a quitar de encima”.
-	 ¿Y usted sabe quién es? Pregunta su hermano
-	 No, yo no sé quién es ese tipo.
Nos vimos esa tarde sin lograr que ella llegara al
tema de la violación, me contó muchas cosas de su fami-
lia y de la escuela donde trabajaba. Hasta ese momento
pensé que no lograría suficiente empatía para que me
contara su historia de violación. Sin embargo, logré que
aceptara otras charlas, otras tazas de chocolate y de a
pocos ella iba hablando, se iba soltando, iba contando lo
que sucedió. Tiempo después, por otros eventos, decide
entablar la demanda.
De tantos fragmentos logré reconstruir su historia:
Son las 8 de la noche y Doña Matilde se dirige a su
casa por el camino veredal como cualquier otro día. El
olor de los pinos y el ladrido de su perro le anuncian que
ya está muy cerca, sin embargo unos pasos más adelante,
por entre los matorrales alguien la toma por la espalda y
le tapa la boca, la amenaza con un cuchillo y le dice que
se calle; caminan durante un rato, que parece eterno, ella
siente que la tira en un hueco, le asegura un trapo en la
cabeza y aunque ya puede gritar parece estar muy lejos de
quien la pueda escuchar, ya ni siquiera oye a su perro…
Matilde tiene 59 años y no entiende cómo su dios
“a estas alturas” permitió que la violaran. Estuvo en un
hoyo durante horas, incluso después que su agresor se
retirara, no sabía si él estaba ahí o no. Cuando pudo, se
reincorporó, descubrió que no tenía las manos amarra-
das y se destapó la cara, lo siguiente fue buscar su ropa y
tratar de ponérsela; cuando trataba de ponerse la ropa in-
terior descubrió que tenía trozos de “una cosa en la vagina”
que retiró cuanto más pudo. Aun sin poder llorar, llegó a
su casa, saludó a alguien que estaba sentado en la sala y
entró al baño. Se revisó minuciosamente y descubrió un
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toria no termina ahí, no se puede olvidar que Matilde es
su vecina, conoce a su madre y a su abuela, que la odian y
le gritan día a día toda clase de improperios y se la pasan
diciendo en la vereda “¡semejante vieja tan fea! Qué iba mi
hijo querer comerse eso”. No pudo volver a dar sus clases de
primaria porque todos los padres de familia se enteraron
y por algún motivo que ni ella ni yo entendemos, durante
una semana varios de ellos no mandaron los niños a clase
y pidieron que cambiaran la maestra.
Matilde no ha vuelto a dormir con su esposo, que
pacientemente espera que “se olvide de eso que la pasó y
vuelvan a ser los mismos” Pero ella dice que nunca será la
misma persona. No volvió a dormir bien, tiene pesadillas
cada noche que le recuerdan que su cuerpo fue violen-
tado y empalado, lo que le produce impulsos de querer
cercenar sus senos; no volvió a comer lentejas porque ese
días había comido a la hora del almuerzo y detesta como
huelen, no volvió a ver a sus niños de la escuela, enrejó
su casa por los cuatro lados, regaló el perro y consiguió
otro al que no acaricia porque dice que “es para la seguri-
dad”. Matilde no sabe qué hacer, dice que no sabe cómo
volver a vivir y que nadie; ni jueces, ni abogados, se preo-
cupan por cómo sigue ella. “Sólo cumplieron con meterlo a la
cárcel, pero si yo vivo o muero es mi problema”.
“traté de volver a la escuela donde trabajaba después de lo
que me pasó, no quise que me trasladaran, pero todos me
tratan como una víctima, con todas las consideraciones pero
me hacían dar más pena. Necesito olvidarme de lo que me
pasó, pero va a ser muy difícil”
Matilde decide irse unos días a casa de su familiar y
le recomienda que no se lo cuente a nadie más; sin em-
bargo, su hermano cree que por seguridad es mejor que
todos lo sepan y uno a uno cuenta el secreto de Matilde
haciendo la recomendación de no decir nada a nadie más.
Dos días después y “con asesoría de expertos” decidieron
no entablar la denuncia en la policía, sino buscar a “alguien
que siguiera a este tipo”. No fue necesario un experto, unos
de sus familiares, por accidente, descubrió unos mensajes
de voz amenazantes en el teléfono móvil de Matilde y no
tardó en descubrir que era su vecino y amigo de infancia
de 23 años; había crecido en la casa siguiente a la de ella
y toda la vida lo había escuchado jugar y gritar en el patio
y el camino de la vereda así que no tenía dudas. Con esa
información “los expertos” empezaron una investigación
que, efectivamente los llevó hasta el vecino de Matilde,
recorrieron la zona donde ella, más o menos, creía que la
había forzado a llegar y allí encontraron un “cambuche”
muy bien aperado de lazos, trapos y un cuchillo; evidencia
suficiente para saber que ese era el sitio.
Durante esos días ella siguió recibiendo las lla-
madas de este hombre para sobornarla y decirle “cosas
obscenas” (que Matilde no se atreve a pronunciar), cada llama-
da la hizo llorar y recordar aquella noche que, según ella,
la mató.
Con la evidencia lista Matilde y su familia deciden
poner la denuncia y con el camino de investigación aho-
rrado pusieron preso rápidamente a “ese tipo”.
Ella no lo llama por su nombre en ningún momen-
to y lejos de olvidar todo lo que le pasó, Matilde tiene que
seguir con una vida que no es la suya porque claro, la his-
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pasó a su maestra de segundo y tercer grado. Es una forma
de muerte, muerte de la persona que se “era”.
Y lo que Matilde reclama no es solo la cárcel para su
agresor, sino una oportunidad de volver a vivir, de volver a
hacer mundo, ¡Cárcel no es sinónimo de justicia!
El perro sobre la cama
Corre 1964, María de Jesús tiene 19 años y es la
primera vez que sale de su finca para vivir en la ciudad, su
padre le prometió un paseo a Cali si no ponía resistencia al
cambio y los dos cumplieron con el trato.
María de Jesús camina por la ciudad de Cali viendo
cada cosa con ojos de novedad, pero de repente se ve sola,
no sabe dónde están los demás, su papá, su mamá y sus
hermanos que también iban con ella ya no están a su lado.
Sigue caminando con la esperanza de encontrarlos pero
pronto la pierde… está completamente perdida y sólo
logra conciencia en el hospital donde, medicada vuelve a
recuperar algo de cordura ocho días después.
Su familia la buscó cada día y luego la encontró con
una bata blanca en un hospital de Cali. Nadie, ni siquiera ella
supo dónde estuvo o que le pasó durante esos días. Lo único
que la familia obtuvo fue la explicación del médico del por-
qué se había perdido: le diagnosticaron esquizofrenia.
Casi 50 años después nos encontramos; ella está
postrada en una silla de ruedas, y va de la cama a la silla
y de la silla a la cama, su habitación está adaptada a sus
necesidades, ubicada en el primer piso, con el baño lo
suficientemente cerca, cuenta con alguien que le ayuda
A veces pienso que si Matilde me hubiera contado
su historia el mismo día que la conocí, en una sola tarde,
habría sido distinto la forma de interiorizarla y analizarla.
Pero siempre he creído que la vida no se equivoca, que
todas las fechas se cumplen y que nunca te encuentras a
alguien por accidente. La primera vez que vi a Matilde sentí
que nada alcanzaría para consolarla o tan siquiera entender-
la, ella logró hacerme saber que anatomía y fisiología no
bastan para explicar el dolor, pero que sí se puede hacer un
intento porque sea compartido o, al menos, acompañado.
Sin embrago, debo decir que ese “compartir” o
“acompañar” debe ser consciente y precavido, no se puede
esperar ser solo atropellado por el dolor que habita en
otro cuerpo porque en realidad puede hacer estragos en el
propio . En cada conversación con ella yo escuchaba aten-
tamente cada cosa que decía, pero cuando salía de ahí yo
me sentaba a llorar, tuve pesadillas muchas noches y me
imaginé al hombre que la violó cada día sin poder darle un
rostro, sufrí de amigdalitis y de calambres en las piernas.
Si ese era mi dolor solo por escucharla, imaginen solo por
un momento cómo se sentirían su esposo, sus hijos, sus
padres que aún viven y sus hermanos ¿cómo?
Por eso la violación no es solo la violencia sexual de
un cuerpo sobre otro, o si se le introdujo esto o aquello
en sus partes íntimas o boca. Es también la lesión de la
comunidad emocional y de las redes sociales, del dolor de
los cuerpos, de la ruptura de la forma de ser uno con el
mundo, es no comer lentejas nunca más, regalar el perro,
enrejar la casa, no volver a hacer el amor con su esposo
y no poder dar clase a los niños de primaria que aún no
entienden (y no por tontos, sino por negligencia) qué le
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fácil y para su familia tampoco. Ahora María de Jesús es la
dueña de un cuerpo que aunque biológicamente puede,
no camina como una forma de resistencia frente a lo que
le pasó, no volvió a la calle y el único hombre que acepta
cerca es su hermano porque es sacerdote.
Testimonio silencioso: Callar también es decir
El silencio no es ausencia de testimonio.
“Ahora sé que el dolor del alma se experimenta primero
en el cuerpo” -Piedad Bonnett-
Hay sensaciones que sólo pueden comunicarse con
silencios porque es el cuerpo mismo el que cuenta, por eso
el silencio no es ausencia de testimonio, sino un testimo-
nio distinto con el “cuerpo mudo, pero rebelde y furiosamente
vivo complemento del discurso” (Das, 2008)
Alguien entra a la oficina temprano y en voz bajita
me dice “Diana quiero que escuches esto”. Yo salgo sin hacer
preguntas y le sigo. Me llevan a una habitación que pare-
ce la enfermería y que no conocí antes. Una habitación
blanca, con unas flores plásticas y una camilla; sobre ella
hay una mujer de unos cuarenta años, un poco temblorosa
y con los ojos húmedos.
“Se llama Carmen”, me informan como si yo fuera un
médico que pasa revista.
Carmen trabaja atendiendo víctimas de violación y
haciendo lo posible para que los procesos jurídicos salgan
las veinticuatro horas del día a moverse, a cambiar de
posición para que no le salgan escaras (sin embargo por la
cantidad de tiempo que lleva sin movimiento esto no ha
sido posible).
No es difícil adivinar que esta familia ha tenido que
pasar días y años muy duros, que lo han intentado “todo”
por ayudarla, pero no todos los intentos fueron acertados.
En medio de tanta confusión, sus padres creen que
la “locura” de su hija se debe a la “falta de hombre” y
deciden ponerle solución a esta situación. Su hermano,
un poco mayor que ella busca, un ex presidiario para que
viole a su hermana. Ese es el único recuerdo claro de María
de Jesús:
“a mí me encerraron en mi pieza con un hombre que trajo
mi hermano y ellos esperaron afuera. Luego él me dijo que
me acostara en la cama y que abriera las piernas. Yo me
puse a llorar, estaba muy asustada. El empezó a darme
besos por todo lado y después… él me hizo la mujer de él. Yo
me sentí muy mal… ¡y desde ahí es que este maldito perro
se me sube a la cama y yo tengo que darle con un palo! ¿A
usted no la ha molestado?”
Pero en la cama no había ningún perro, es solo una
presencia que la hace enojar y en ocasiones llorar porque
ese perro nunca se va aunque ella lo golpee.
La historia de su violación no termina ahí; tiempo
después se le diagnosticó VIH SIDA;su vida no ha sido nada
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C: si
D: ¿y cuál es la diferencia?
C: que yo sé quiénes son los que violan esa niña y no me
siento capaz de decir nada
D: ¿entonces eso es lo que te produce el calambre?
C: si y las migrañas. He estado hospitalizada por el dolor de cabeza
D: ¿cuál crees que sea la solución?
C: yo le iba a preguntar si usted me ayudaba a ver qué hace-
mos con los tipos…
D: ¿y por qué no pones la denuncia?
C: porque no es tan sencillo
Ella siguió explicando lo que sucedía, pero por lo
delicado del caso he decidido no expresarlo completamen-
te en este texto. Sin embargo lo traigo a colación porque
a partir de ese día entendí en cuerpo propio los calambres
de Carmen.
Había tan pocas garantías de llevar a proceso ju-
rídico este caso que yo pasaba las noches enteras pen-
sando cómo hacerlo, llamé “amig@s” de organizaciones
confiables para que me dieran alguna solución, pero nadie
parecía tenerlo claro o querer interferir con el asunto.
Yo no pude a hablar más con Carmen. En su traba-
jo la incapacitaron y está en proceso de que la diagnosti-
quen con enfermedad laboral, pues parece que no pudo
volver a reponerse.
Días después constato que la “impotencia”, la falta
de claridad, el dolor de otras personas pasa por mi cuer-
po. Mi hombro derecho ha empezado a producir espas-
adelante. A pesar de que lleva más de diez años en esta
labor, no todos los casos son iguales ni ella los asume o le
afectan de la misma forma.
Yo trato de ser un poco más amable y preguntarle
primero cómo se siente.
C: tengo un calambre.
A esas alturas lo que creo es que se equivocaron de
“profesional”; así que salgo y le explico a la persona que
me buscó que no sé en qué puedo ayudar. Ella me pre-
gunta ¿usted no es la de las violaciones?, y le digo que si,
pero que no estoy en condiciones de atender una emergen-
cia. Entonces ella me confiesa que quien ha pedido hablar
conmigo es Carmen.
Siendo así, me dispongo nuevamente a hablar con ella.
D: bueno Carmen, cuéntame ¿en qué te puedo ayudar?
C: es que tengo un calambre y me da hace muchos días
D: y donde te da ese calambre
C: en la vagina
Me imaginé entonces que ella era una víctima de
violación y que era casi lógico que su cuerpo reaccionara
de alguna forma. En ese momento entra la persona que le
acompañaba y me dice: “pero a ella no han violado”. Entonces
Carmen reanuda su explicación:
C: es que llevo mucho tiempo, atiendo casos de “abuso se-
xual”, pero nunca me había dado eso.
D: ¿y tú sientes que es por algún caso en particular?
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podido decir se le juntara con lo que no han dicho otrxs
y el cuerpo en un acto de rebeldía lo estallara por cada
poro de la piel sin opción de ocultarlo o ignorarlo.
Me asalta una pregunta ¿los hombres se sienten
igual ante este tipo de casos? ¿O es una cuestión femenina?
No creo que todxs estemos en la capacidad de
manejar estas problemáticas, ni que se esté teniendo
en cuenta en la selección del personal esta habilidad
y mucho menos estamos en la capacidad de hacerlo
durante décadas.
En los últimos dos años conocí mujeres y hom-
bres comprometidos con las víctimas de violación, desde
el punto de vista legal y psicológico, de organizaciones
sociales e instituciones; y puedo decir que la afectación
de “campo” - como la mía – no es una rareza. En varias
ocasiones encontré que estas personas pierden la vista
(en uno o sus dos ojos), sufren dolores de cabeza, fibro-
mialgia que es una afección en los músculos de todo el
cuerpo que genera mucho dolor y que se torna degenera-
tiva, estrés y alcoholismo en algunos casos masculinos.
Testimonio no oficial: Dolor compartido
En Colombia el movimiento estudiantil sentó un
precedente con la movilización del 2011. Muchos salimos
a las calles a dar la pelea “por una educación gratuita y del
tamaño de nuestros sueños” y dimos un gran paso: tumba-
mos la reforma a la Ley 30 de educación superior. En ese
proceso, que personalmente debo decir no fue nada fácil,
mos musculares; en un principio creí que había dormido
mal acomodada, pero pronto ese dolor empieza a apode-
rarse de mi brazo, de mi muñeca, de mis dedos, siento
oprimidos los nervios y tres días después y sin motivo
aparente experimento ceguera durante casi una hora.
No veo nada… solo escucho a mi padre que impa-
ciente me habla para calmarme, luego a mi hermano
que entra a mi habitación y desesperado me toca la cara y
me dice que está ahí. Por el pánico que siento, se baja mi
presión sanguínea y empiezo a temblar como una hoja y
a llorar descontrolada, y lo único que puedo decir repeti-
damente es “papá tengo mucho miedo”.
Mi padre, que nunca le ha dado rienda suelta a mis
miedos, no cede ni un segundo “respire tiene que calmarse”.
Y yo trato de seguirlo.
En mi mente estaba constantemente el miedo de no
volver a ver a mi hermano… fue lo que más temí. Luego,
todo empezó a aclararse y descubrí que habían apagado la
luz (como una forma de estar conmigo en la oscuridad), mi
hermano se me acercó y movió una mano en frente de mi
cara hasta que le dije “si, hermanito, ya la vi”. Encendieron
luces y lo primero que escuche fue el regaño (que no falta
nunca) de mi papá:
“¡Esa tesis la va a matar! ¡Tiene que salir, hacer deporte,
conseguirse un novio!”
Ya no me parecen tan ilógicos los calambres vagina-
les de Carmen, ni sus migrañas.
¿Cómo evita uno que el dolor de otra persona se
haga tan propio? Es como si todo aquello que uno no ha
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que se vuelva un chisme. Y bueno, mis luchas primero las
di conmigo para volver a quererme, para entender que
todo lo que nos pasó a mi hermanita y a mí no tiene por
qué avergonzarnos
D: entonces ¿por qué la organización no lo sabe?
L: te lo estoy contando a vos porque creo que lo podes ma-
nejar, por lo que haces, pero el lío es que no todo el mundo
está listo para escucharlo y seguirme respetando de la
misma forma. Eso es un proceso de conciencia de la gente,
el lio no solo es el momento de la violación sino a dónde
llega uno, a qué espacios cae uno después de eso.
D: Entonces si me dices que el proceso no está listo para sa-
berlo ¿cómo te ayuda? ¿Por qué se volvió tan importante?
L: porque acordáte que quedé sin familia. Si el que te
viola es tu papá, ya no tenés nada, quisieras no tener ni
sangre que te lo recuerde. Y el proceso se volvió mi casa,
mi familia, mis hermanos. Eso que lo hace levantar a uno
todos los días. Y creen en vos y te dejan hacer y también
pelias con ellos. Pero sobretodo te acompañan sin juzgar
ninguna locura por la que da, te acompañan a la casa si
se te hizo tarde y en las reuniones te oyen y vos volvés a
valer algo. Por eso luego traje a mi hermana y ahí está
aprendiendo cosas, y está volviendo a quererse.
compartimos la calle, la olla, la chiva, las ideas, las consig-
nas, los amores, los desamores, la creatividad, las capa-
cidades de cada uno y las ganas de construir “un nuevo
país”. Entre tantas noches durmiendo en cualquier parte,
largos viajes en chiva y eternas reuniones para tomar de-
cisiones apareció Laura, que había hecho de su dolor una
forma de lucha y un compromiso con ella misma de que
pelearía para que a otras no les sucediera.
Laura y su hermana menor fueron violadas por su
padre durante varios años. Ella cuenta cómo en muchas
ocasiones él la obligaba a que viera cuando agredía a su
hermanita por la que nunca pudo hacer nada.
Pero lo que realmente me impactó de esta historia
no fue la violación, sino como Laura revierte su dolor y lo
convierte en lucha, en una lucha por garantizar un mejor
país para ella, su hermana, por las que vienen y las que
van adelante.
L: Por eso llegué aquí (organización estudiantil), porque sentí
que debía hacer algo para que nunca le pasé a nadie más”
D: ¿Y tú crees que eso se pueda? – pregunté
L: ¿Qué?
D: garantizar que no vuelva a suceder.
L: pues no sé. Pero con seguridad vamos a intentarlo.
D: vamos ¿Quiénes? ¿la organización sabe lo que te pasó?
L: no. Y no quiero que se enteren
D: entonces no entiendo como es tu lucha
L: pues lo primero es que no quiero que me traten diferente o
48
existe un problema estructural en cómo están concebidas
las rutas a nivel nacional que no permiten a las víctimas
de violación una atención con dignidad.
Los espacios físicos institucionales que responden
a las denuncias, prevención y protección de víctimas de
violación son espacios simples, insípidos, fríos, llenos de
normas sociales y jurídicas. En cualquiera de estos, las víc-
timas deben enfrentarse al uniforme y arma del portero,
que por lo general está encargado de hacer difícil el acceso
a estos espacios: “¿para dónde va? ¿A qué? ¿la/lo violaron?
Aaa… si pregunte en el piso tal…” y al llegar a ese piso
tendrá que contar nuevamente una y otra vez porque no
hay alguien que guie. También encontrará policía, CTI, y
hasta gente del IMPEC; tomarán su denuncia, luego irá a
Medicina Legal, donde nuevamente tendrá que contar lo
que le pasó con lujo de detalles a alguien que “certificará”
que, efectivamente fue violadx, ( en el mejor de los casos)
o cabe la posibilidad de que en lugar de eso, encuentre un
regaño por haberse bañado después de la violación, cam-
biado de ropa interior o por no haber acudido inmediata-
mente (después de sucedido el hecho.)
Las cosas pueden empeorar si quien va a denunciar es
una niña o niño. Creo que esos espacios son crueles de mu-
chas formas, pero la cara y movimientos de un niñx cuando
ve gente uniformada, armada y haciendo preguntas es muy
particular, parece que quisiera encogerse, volver a meterse
en su madre o desaparecer detrás de sus piernas.
¿Por qué estos espacios no se piensan para las
víctimas?
Entonces pensé que era simplemente grandioso
que las organizaciones estudiantiles se convirtieran en
espacios contra hegemónicos para dar testimonio de
violaciones, porque si bien ella no ha pensado en socia-
lizarlo en ese espacio, quiso dejar su grito de lucha en
manos de esta “vocera” para que yo camine su palabra,
pero no quiso inscribirlo en los archivos del Estado. Para
ser franca, fue la primera vez que escuché una alternati-
va, coherente, para las víctimas: “una comunidad emo-
cional” (Jimeno M. , 2007) que acompaña y da una opción
de vida,alienta la recuperación de la persona y además
puede ser un “auto entrenamiento” para ayudar otras
víctimas de violación y ser un vehículo de recomposición
social. ¿Quiénes mejor que ellas mismas para saber cómo
ayudar a otras?
Espacios normados: Sin huellas de emoción
Coincido en que el trabajo de campo es, en pri-
mer término, aquel lapso en el que nuestros cuerpos
(de investigadores) se insertan experiencialmente en un
determinado campo social que intentamos comprender
y que en la relación de “estar ahí” hay una producción,
ante todo corporal(Puglisi, 2011) que se evidencia, se
somatiza, se llora, se ríe, se oye y se ve.
Buena parte del trabajo de campo transcurrió en
algunas instituciones, que no nombraré, porque de a
acuerdo a la experiencia vivida en la investigación, creo
que el problema no sólo es de las instituciones, sino que
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  • 1.
  • 2.
  • 3. 3
  • 4.
  • 5. A mi hermano y mi pequeña, para que sepan que aunque el mun- do suele mostrarnos su lado oscuro, siempre quedan personas, espacios y momentos de luz …
  • 6.
  • 7. ¿Oye?...¡¡ oye!! Qué es de tu vida que no me alcan- za, de tus oídos si aún me escuchan, de tu piel si aún me siente. Dime por qué callas, dime porque gritas... dime qué dice tu silen- cio, dime qué dice tu boca si aún me quiere. No dejes que el hielo de la muerte invada el calor de tu vida, no dejes que el frio del dolor congele tus entrañas, tus sentidos, tu sonrisa... tu voz que aún siento. Deja que las cosas vuelen por el cauce escrito y labrado entre los ángeles. Deja que las cosas fluyan y sobrevuelen las cosas terrenas, más allá del dolor humano. Piensa, siente, ábrete, llora, grita, pero no dejes ahogarte en las aguas de la miseria, de la oscura nostalgia. Mírame, mírate, siénteme, siéntete... suéñame, suéñate (pensémonos los dos), que más allá del tiempo y el espacio están tus manos y las mías, corazón. K.A-
  • 8.
  • 9. 9 Agradecimientos Gracias al universo por el camino recorrido, porque en cada paso encontré motivos y fuerza para seguir caminando; gracias a todas aquellas personas que compartieron conmigo sus historias, sus dolores, sus alegrías, su mesa, sus abrazos y su confianza. Gracias, a mis familiares y compañeros porque cada vez que me hundía en el dolor, alguno de ellos hacía que volviera a flote, volvía a ver luz después de quedar ciega, gracias por amarme mientras yo odiaba al mundo y por esperar a que yo volviera a mirarlos a los ojos recordando que también los amo. La vida ha puesto personas hermosas a mi lado, y no voy a dejar de nombrarlas: A mi madre, gracias por su alegría y por permitirme decidir siempre; a mi padre por su ente- reza y su eterna honestidad, a mi hermano por ser mi hermano, mi hijo, mi amigo y mi compañero de muchas luchas… A Dianis, la dueña de todas mis historias, mis amores y mis odios heredados, mi confidente y mi cómplice… mi amiga, mi hermana y mi principal detractora cuando me porto “mal”, cuando enloquezco un poco. Al profesor Herinaldy Gómez, porque más que un profesor ha sido mi consejero, una guía que siempre respetó mi autonomía y decisión, una voz qué seguir en momentos de duda. A Lizmardo Gómez, “mi viejo”… por sonreír cada vez que se me ocurre una locura, por aguan- tar lo monotemática que fui estos últimos años con el tema de investigación, por ser mi hombro a hombro, por caminar a mi lado desde el principio. A Leidy Romero “Negris”, por el estruendo de su risa, por sus abrazos, por ser tan distinta a mí pero tan cercana… por dejar de usar jabón y cambiarlo por miel y azúcar sólo para investigar algún capricho, por tomarme y tomarse en serio y por ser una compañera de procesos nuevos. Al profesor Leonardo Bejarano, por el café, los almuerzos de mesa larga, la salsa, los poemas para iniciar la clase, las medias de colores, las botas pantaneras y sus preguntas por el cuerpo. Este texto sería otra cosa de no haber sido por todo esto. Por último, pero no menos importante, quiero agradecer a la Organización Estudiantil Terri- torio libre, por cambiarme la vida, por ser familia, por ser proceso, por enseñarme tiempos distin- tos, por aguantar mis impaciencias y por resistir y persistir en la idea de un nuevo país, por dedicar- se a las cosas que parecen imposibles y permitirme creer que un día serán posibles.
  • 10.
  • 11.
  • 12. 12 Debo señalar entonces, que este trabajo hace par- te de la antropología de las emociones, que propone la “emoción” como un acto comunicativo donde no solo se expresa un mensaje, sino que también ubica ese mensaje en una construcción social contextualmente codificada; es decir, que esa expresión emocional es una verbalización de patrones culturales que permiten el intercambio de men- sajes y que no separa el sentir de la razón, sino que más bien acepta que el sentir tiene razón (Jimeno M. , 2001) Así mismo, la antropología de las emociones per- mite e invita a sumergirse y participar en el mundo de la vida, no espera una etnografía distante y emocionalmente desapegada; en esa vía encontrarán que el texto está dividido en dos grandes partes: una que habla de los testi- monios sin procesos jurídicos, es decir, que por uno u otro motivo no han hecho la denuncia y la segunda habla de los testimonios institucionales, o sea aquellos que tienen una denuncia y un proceso jurídico abierto. En el capítulo I empezaré por ponerme en evi- dencia y mostrar mi locus de enunciación que contará cómo llegué al tema, las búsquedas académicas y el marco teórico donde se rastreará en la historia desde el siglo XVI el concepto de violación y cómo este llega a convertirse en delito. Pasaré por los conceptos de representación, víctima y testimonio para hacer algunas claridades frente a cómo son entendidas en este texto. También debo decirles que no encontrarán en esta investigación persecuciones específicas a sacerdotes, no Introducción Abro… Las piezas de texto que presento no pretenden conformar un cuadro con sentido. Sé que tiene muchos abismos, agujeros y sin sentidos. Tampoco pretendo que estén de acuerdo con lo que digo o cómo lo digo, lo que pretendo es simplemente poner en sus mentes este tema que con tanta frecuencia prefiere ser llevado a lo más oscu- ro de nuestra historia como país y a lo más recóndito de nuestra memoria individual porque casi todos huimos del dolor; sin embargo, queramos o no, todos lo sentimos en algún momento. Encontrarán que estas letras están escritas en prime- ra persona, lo que no es un accidente, pretendo con esto hacerme cargo de lo que digo, dar mi testimonio para po- ner en evidencia mis miedos, dolores y esquemas persona- les. También es una forma de hacer evidente que pretendo estar “al lado de” quien comparte su testimonio conmigo, de contar y validar el proceso “de estar allí”, de poner la carne en el campo, hacer que este cuerpo (el mío) sea un cuerpo transgresor por aparecer en el texto, por darle un rostro a las letras, por permitir que el dolor que habita en otro cuerpo haga parte del mío para tratar de trasmitir que el conocimiento antes de ser hecho letra, es hecho carne y en ese tránsito, los cuerpos tanto del investigador, como el investigado pierden ciertos límites y títulos; el investigador puede tener sensación de víctima y el investi- gado puede empezar a observar y preguntar.
  • 13. 13 De esas y otras páginas y letras resulta el tercer capí- tulo, donde pasamos a una suerte de análisis (si es que así puedo decirle) no estoy segura en qué momento del análisis estoy; pero de cualquier forma, en este capítulo presento como resultado tres registros en los que profundizo un poco más: uno discursivo, uno textual y uno corporal. El discursivo reunirá los siguientes tópicos de análi- sis: ¿Qué dicen las víctimas y cómo lo dicen?, ¿Qué dicen las familias?, ¿por qué no se denuncia?, ¿Por qué se denuncia y cuando se hace? ¿Quiénes son los victimarios y dónde están?, y una identificación de silencios o el no poder decir. El tex- tual revisa una “ficha de registro” que se usa en las institucio- nes para “evaluar” a las víctimas de violación, pero que antes que nada son la reproducción de prejuicios y la legitimación de los discursos del Estado. Y el corporal visibilizará los cuer- pos como fuentes importantes de testimonio. Por último me he permitido cambiar las “conclusio- nes” por “inflexiones”; básicamente, porque desde donde estoy solo puedo preguntar y seguir pensando en qué hacer. Entonces simplemente espero que este texto tenga la capacidad de mover fibras, de activar cuerpos para que mientras leen puedan imaginar, oler, oír y sentir el dolor que habita en otros cuerpos y en ese compartir del dolor se pue- dan borrar estigmas, etiquetas, tabúes y discriminaciones. Si este texto logra en algún momento eso sentiré que he avanzado en mi propósito de hacer entender que las víctimas de violación no son solo “eso” y que también es responsabilidad de quienes las rodeamos que dejen de serlo. porque quiera dejar quieta a la iglesia, sino porque para mí lo importante es buscar en medio de los testimonios, que son el tesoro de este trabajo, luces que permitan dar soluciones de vida a las víctimas; a la iglesia ya le hemos dado protagonismo durante siglos. Así que si lo que busca es más motivos para ser ateo, por favor no pase de este párrafo. Tampoco encontrará una posición que solo hable de la victimización de mujeres, porque traté de tener casos que llegaron aleatoriamente, pero definitivamente, las cosas caen por su propio peso y la mayoría de casos terminan siendo de mujeres y niños, lo que no es un acci- dente en este mundo, no de “hombres” sino de “machos”. Ahora, si lo que espera es saber qué piensan las víctimas, sus familias y los esfuerzos, en muchas ocasiones mal hechos del Estado, por favor siga leyendo porque en el se- gundo capítulo es lo que encontrará: las voces de ellas (las víctimas) y la mía que en un relato conjunto y un tono de voz “cercano”, “íntimo”, iremos contando qué fue lo que les pasó, sus trasformaciones, conflictos, algunas victorias y en otras (más frecuentes) su irremediable dolor. El tono de voz irá cambiando cuando los testimo- nios se vuelvan “institucionales”, se podrá ver cómo las preguntas cerradas hacen que las formas de decir de las víctimas cambien radicalmente, para volverse políticamen- te correctas, el cuerpo y la voz marcarán distancias con el “experto” que pregunta y su voz será nublada por los dis- cursos especializados, borrando toda huella de desespera- ción, grosería, lágrimas, gritos o dolor físico y del “alma”.
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  • 17. 17 era como si Dios, para aliviarla, la sacara del cuerpo y le permitiera verlo desde arriba. Este recuerdo ha estado en mi cabeza durante diez y ocho años y cada vez que lo tengo en mi mente el cuadro al oleo pierde color, se desvanece como si alguien le hubiera lanzado un cubo de agua. Siempre había temido cómo sería un momento así; y si encuentro una escena en televisión o cine que recree una violación cambio de canal o me tapo la cara que es lo mismo que hago con las películas de terror – las detes- to – me da pánico imaginar tanta impotencia, me da rabia pensar que un momento, que para mí, debe estar cargado de afectos y placeres, esté lleno de fuerza, dolor, tortura, lágrimas, laceraciones y gritos…, bueno, eso pensaba yo. Imaginaba que una violación sería como Jack el Destripa- dor: un hombre que no conoces y que te puede asaltar en cualquier momento en la calle y hacerle cosas a tu cuerpo que no imaginas y que no olvidarás nunca. Entonces me cuidaba mucho afuera, aún lo hago, no me gusta caminar sola en la noche, prefiero no pasar por los talleres de carros y me dan miedo las cantinas, no me pongo escotes, ni minifaldas y hasta donde me acuerdo, todas las mu- jeres de mi familia, madres e hijas lo hacemos así. Tam- bién creía que los hombres eran muy afortunados por no tener que cuidarse tanto en todas partes, porque, claro, yo nunca me imaginé que a los hombres también los violaban ¿Por qué a ellos no los cuidaban igual? A pesar de mi curiosidad atravesada por el miedo a la violación, nunca me atreví a preguntarle a nadie cómo sería eso, o si conocíamos a alguien que hubiese sido violadx; Si… ahí está la pintura que recrea mi mente cuan- do pienso en sexo. Pintura al óleo donde hay dos personas desnudas a las que no reconozco porque están fundidas una entre la otra, no sé muy bien a quién pertenece la mano que abraza, toca, siente y recorre; manos que solo si- guen sus antojos, dedos que escuchan la piel del otro para que cuando no esté, pueda acercarlos a sus oídos y hacer memoria de la piel cómplice. Dos cuerpos que se encuen- tran al atardecer para contarse sin palabras el transcurrir del día y calmar las angustias con caricias impronuncia- bles entre piernas abiertas, sangre hirviendo en las venas y huellas que nunca estarán demás. Pero no están solos; a su alrededor hay frutas, vino, flores y uvas que acompañan la abundancia de las sensaciones. Quizá, si la pintura me per- mitiera más que la imagen, escucharía música, la agitación, el roce y disfrutaría del olor a mar que produce el sexo. Cada etnografía es una forma de conocimiento situado (Rosaldo, 1987) que no escapa a la subjetividad del etnógrafo, a su sexualidad, su deseo, su repudio y por su puesto sus miedos. Así que es importante que yo cuente mi historia, para que ustedes sepan el por qué de estas le- tras y desde dónde las escribo; para ser honesta y reciproca con quienes lo han sido conmigo: Tenía doce años y leía en alguna revista de chismes – supongo- la entrevista a una barranquillera, hija de un político del Atlántico, que había sido abusada por un “ami- go” cercano a la familia. Lo que más recuerdo del texto es lo que ella sentía mientras sucedía el abuso, decía que su cuerpo estaba ahí, pero su mente no y que de repente
  • 18. 18 Tenemos una historia juntas, pero no la más feliz. Una mañana, hace algunos años, su abuela tuvo que con- tarme que se había iniciado un proceso jurídico contra su padre por “abuso sexual”. Ella tenía sólo dos años. No hay una sola palabra que pueda expresar el sen- timiento de impotencia que me produjo esa noticia; solo pude sentarme a escuchar a su abuela, que aguerrida como ninguna, estaba dispuesta a todo. Bienestar Familiar tomó la determinación de prohibirle las visitas a su padre sin un acompañante de entera confianza de la madre, mien- tras se recogían pruebas para llamar a juicio al acusado. Y ahí estuve yo cada dominical durante meses siendo la sombra de mi pequeña. Durante todo el domingo yo no entraba al baño para no dejarla sola en ningún mo- mento, le daba de comer, andaba de mi mano y hasta que no estaba segura de que él estaba lejos, yo no me iba de su lado. Ella, curiosamenteme entendía todo lo que le acon- sejaba a pesar de su corta edad: si él llegaba primero a la casa a recogerla, ella se escondía hasta que yo aparecía, luego se colgaba de mi mano hasta que volvíamos y sólo se dormía cuando la tenía en mi regazo. Uno de tantos fines de semana, caminando por la ciudad me haló para que me pusiera a su bajura, puso sus pequeñas manos en mi cara y me dijo: yo creo en ti… entonces supe que no nos separaríamos más. No nos vemos mucho ahora… pero cuando sea el momento, yo le haré saber que también creo en ella y que este intento de investigación es para cuando necesite res- puestas porque seguro van a haber muchas preguntas. En cuanto a su madre, qué puedo decir, recuerdo verla encogerse, caminaba distinto y no miraba al pasar siempre creí que sería ajeno a mí o que si preguntaba a la gente, pensaría que se trataría de mi deseo sexual, es decir, que pensarían que me gustaría ser violada y de repente lo provocaría. Entonces, siempre callé. Sin embargo, años después descubriría que a las mu- jeres de mi casa nos cuidaban tanto porque no hemos esta- do lejos de la violencia sexual. Así que puedo decir que mi relato comenzó hace varios años intentando hacer audible el dolor de quien aún no había aprendido palabras. Su recuerdo es absolutamente claro: ella llegó a mi vida a las dos de la mañana de un mes adorable - ya desde hacía un tiempo me hacía correr y comer pan caliente con frutillas (era el antojo preferido de su mamá) - cuando el médico la levantó en la sala de cirugía vi que era muy blanca, redonda y escandalosa, entonces la amé…luego, cuando la pude tener entre mis brazos, ya tibia y tranquila, me miró con ese par de ojos oscuros y penetrantes, y pensé: se va a parecer a mí (sonreí para mis adentros porque a su abuela no le iba a gustar nada). La miré largamente mientras su madre era cocida por el médico; ella no pudo nacer por parto normal porque era muy grande, su madre y su abue- la la cuidaron religiosamente desde el vientre y ella creció, creció y creció… Efectivamente, hay cosas en las que parece hija mía: le encantan los campamentos, las botas, la natación, los paseos, el aguacate y es vegetariana por naturaleza. Yo quisiera ser vegetariana por convicción pero aún no lo logro. Adora los caramelos de animalitos y tiene un amor extraño por los dinosaurios; es mandona y tiene un genio terrible, le gustan las tareas bien hechas y es perfeccio- nista con cada cosa que hace.
  • 19. 19 así que no me imagino cómo se sentía su madre y nunca fui capaz de preguntarle. Ya han pasado años desde que el proceso jurídico se cerró y nadie, por parte del Estado, se interesó nunca por la vida de mi pequeña, sólo se cerró… Hemos hablado en ocasiones de esto y nos parece increíble que teniendo otra denuncia por un caso muy similar con una sobrina de cinco años, no hayan encontrado suficientes pruebas para enjuiciar a su padre. Todo este camino tortuoso nos dejó muchas preguntas, tristezas y desazón que he trasla- dado a esta investigación, porque no quise quedarme con todo eso por dentro, necesitaba saber por qué el Estado no puede solucionar algo que para mí era tan evidente, y no solo sentía que no lo había solucionado, sentía que lo había empeorado porque el proceso jurídico es engorroso, largo, injusto, tenebroso para los niños más pequeños que no tienen ni idea por qué tanta preguntadera de lo mismo, por qué deben ir al psicólogo y por qué ya no les dejan ver a sus papás – como el caso de mi pequeña - Así empezó esta carrera desde hace tres años por las instituciones, los libros, las leyes, mis amigos, mi familia, lxs niñxs1 las mujeres, los hombres, las organizaciones sociales y hasta las marchas universitarias donde encontré casos; he caminado preguntando mucho y me perdí de vez en cuando porque el tema de las violencias sexuales tiene grandes abismos en la teoría y en la cotidianidad; y porque no es un problema nada fácil de abordar, apenas somos capaces de asumir que existen. la calle, lloraba, lloraba mucho, rezaba, se encomendaba todo los días a Dios buscando explicaciones, caminos y luz; pero la fuerza que su fe se encargaba de darle, la justicia humana se encargaba de quitarle. Nada avanzaba, todo lo contrario, por falta de pruebas, es decir “lo poco que la niña aportó en la entrevista”, no se pudo hacer nada contra él, ya no tenía visitas condicionadas a mi presencia, se la podía llevar cuando quisiera… casi enloquecemos con esa decisión. Incluso propuse alguna vez mandar a “pegarle un susto o…” Pero su madre, menos llena de odio que yo, me dijo que era incapaz de hacer algo así. Enton- ces lo que había sido un secreto, se convirtió en noticia familiar que incluía de manera particular a los hombres de esa casa para que tomaran “cartas en el asunto”. Parece una responsabilidad muy grande ser hombre en este tipo de situación: cumplir con “el deber” de proteger, puede convertirse en un riesgo alto; pero algo había que hacer. Y lo hicieron. Ella no lo sabe y quizá no se entere nunca; todos emprendimos una tarea dura por darle una vida “nor- mal” que incluye tratar de esconder y callar lo que había pasado para que ella no sea señalada en ningún espacio. Su madre, en especial, se ha dedicado en cuerpo y alma a estar a su lado, es como si le perteneciera desde entonces, no recuerdo haberla visto con pareja sentimental hace años; ¡pero claro!, yo misma estuve asexuada durante un tiempo porque ella siempre estaba en mi mente, era como si no mereciera placer después de lo que le pasó… 2 El uso de la “x” durante este texto tendrá el objetivo de reemplazar la(s) vocal(es) que remiten al género.
  • 20. 20 En lo que a mí respecta, he sido obstinada toda mi vida, y esta no sería la excepción, no pienso callar frente a esto como antropóloga, como mujer, como compañera de procesos sociales y de las “víctimas”. La antropología debe buscar la forma de etnografiar el dolor y las violencias, para entenderlas, acompañarlas; para que un día sean sus- ceptibles de ser evitadas y/o transformadas. No podemos ser cómplices silenciosos de las violencias sexuales con el argumento de que es difícil acceder a sus testimonios, porque son violencias íntimas que parecen intocables o simplemente porque creemos que vamos a sufrir con sus historias ¿Qué hay de malo en eso? ¿Acaso es un error generar conocimiento desde la solidaridad como principio de prácticas intelectuales comprometidas? Al llegar al trabajo de campo cuestioné el derecho que tenía, o no, de remover los recuerdos dolorosos de una violación, y hoy creo que etnografiar el dolor no es ponerse en el lugar de la víctima, sino a su lado, es decir, conocer con empatía, qué implica establecer una relación que permita el potencial transformador del conocimiento (Das, 2008). Y ¡sí! Fue una hecatombe anunciada: lloré, me enfermé, me enojé, y odié al mundo en muchas ocasiones. Pero también acompañé, aprendí, volví a creer porque “ellas y ellos” lo hacen, me hice parte de, puse la carne en el campo sin pretextos y me transformé con cada historia no solo de las llamadas “víctimas” sino con las historias Del aula al campo: una autocrítica Ya he mencionado que hay una gran dificultad para hablar de las violencias sexuales, de nombrarlas, de hacerlo en voz alta; pero ésta no solo se remite a las “víctimas”, también hay una especie de silencio disciplinario, desde la antropología en particular para enfrentarlas y pensarlas. En el camino me topé con varios obstáculos que iré nombrando, pero quiero referirme en este momento al poco interés que encontré en la academia para emprender esta investigación. Cuando comentaba entre mis compañeros y profesores que escribiría sobre violaciones y que además trabajaría con niñxs, me enfrentaba a un rechazo cons- tante y a comentarios como: “¿y usted para qué se mete con esos temas?”, “parce, usted lo que tiene es mucho estómago”, “se va a enfermar, cambie de tema”, “¿niñxs? Si los niñxs no existen, son una categoría inventada”, “yo no le puedo ayudar… yo de eso no sé. Si quiere le reco- miendo un libro, pero no sé si le sirva”, “no… Yo esa tesis no se la dirijo”, “no qué horror, de eso ni me cuente”. En fin, sentía que toda la academia estaba más asustada que yo de recibir testimonios de violaciones - nadie sabía del tema y nadie quería enterarse- Mi intención con esta reflexión es decirle, en especial a los estudiantes, -como otros lo han hecho ya- que no es fácil encontrar palabras para etnografiar el dolor, que haría falta oír, oler, tocar en el texto para que quien lee no solo entienda, sino que lo sienta. A pesar de esas y muchas dificultades es impor- tante que sigamos intentándolo.
  • 21. 21 Por lo anterior, es importante que haga algunas aclaraciones teóricas y una contextualización histórica de cómo el término “violación” apareció y se fue filtrando en el uso cotidiano. De lo general a lo particular No hay un hilo conductor que rastree toda la his- toria de la violación o que nos narre dónde surgen las violencias sexuales. Sin embargo, el trabajo del francés George Vigarello recopila la historia de la violación analizando casos del Antiguo régimen de ese país pero que son aplicables en otras partes del mundo donde la sensibilidad ante la violencia – y en especial ante la vio- lación- ha cambiado considerablemente y, en consecuen- cia, lo ha hecho la respuesta jurídica. El rastreo histórico da cuenta cómo en la Francia del siglo XVI, este término ni siquiera existe, no hay registros de denuncias oficiales por parte de las víctimas, aunque el código del Antiguo Régimen de este país ya lo condenaba en sus textos de derecho clásico por medio del látigo, los hierros canden- tes, las manos cortadas, la rueda, la hoguera y la horca (Vigarello, 1999). A pesar de que los castigos ya existían y eran usados, en especial, para aterrorizar y amedrentar; estos actos no eran perseguidos lo suficiente por los jueces, lo que habla en general, de la presencia de la violencia en un mundo donde la brutalidad es aceptada; estas dinámicas pertene- cen a un mismo universo cultural; según Vigarello: de vida de los que día a día tienen que ver con ellxs y lo hacen sin miedo; estoy hablando de abogadxs, psicologoxs, medicxs, porteros, policías, familiares, feministas, maestrxs, compañerxs etc., que no salvan el mundo, pero lo intentan. Entendí que mi etnografía no solo se trataba de encontrar el testimonio del momento violento, sino también los cambios en el tejido social de la “víctima”: cómo viven, padecen, perciben, resisten, persisten y absorben esas violencias, las sobrellevan y las articulan a su cotidianidad, las usan para su beneficio, las evaden o simplemente coexisten con ellas. Y es en este camino investigativo donde no solo adquiero conocimiento, sino que hago una elaboración consciente del mismo, me hago y me hacen parte de los “otros”, “otros cuerpos”, “otros espacios”, “otros tiempos” y yo me doy permiso de convertirme en “otra”. Buscando camino Mucho tiempo transcurrió entre papeles y artículos en PDF, páginas de internet y preguntas entre “expertos” tratando de entender desde la academia y las instituciones, el concepto de violación y su creación porque no encontraba consenso entre las disciplinas. Tenía una enorme confusión entre lo que era violación, abuso sexual, acceso carnal violen- to y violencia sexual. Tampoco era clara la forma de clasificar dentro de las diferentes disciplinas a quienes han vivido la violencia sexual, algunos, los llaman víctimas, pacientes, de- nunciantes etc., cada disciplina les nombra desde su esquina de conocimiento, haciendo de ellos una categoría diferente desde un discurso “especializado” e institucional.
  • 22. 22 “No ha sido fácil condenar el hecho de la violación en la historia ya que las sociedades tradicionales han estado dispuestas a “perdonar” la brutalidad física cuando no tiene que enfrentar la muerte. Así la violación se convierte en un delito como cualquiera: enfrentamien- to brutal, carácter trivial de las heridas y contusiones” (Vigarello, 1999) Esta época (S XVI) es la que consolida la idea de que a “ciertas mujeres no se les cree” volviendo la violación objeto de visión propia, rodeada por una perspectiva moralista que la interpreta llevándola al debilitamiento de su gravedad y a desviar, o incluso, borrar la atrocidad que en ella existe. El principal rasgo de la violación sigue siendo la escasez de la denuncia, lo que no es extraño; la “victima” debía y debe demostrar a toda costa que se había resistido desde el principio hasta el final, queda envuelta en me- dio de la vergüenza, que para entonces se veía agravada porque el universo del pecado condena conjuntamente a ambos implicados. Vigarello cita una anécdota de Breneau que es digna de destacar: “un juez obliga a un hombre acusado de violación a entre- garle una bolsa de escudos a una acusadora; pero pronto, asaltado por la duda y buscando una prueba, el mismo juez autoriza al hombre recuperar la bolsa por cualquier medio; la mujer se opone se subleva, devuelve los golpes que recibe, forcejea, aprieta lo suyo contra su cuerpo y lo defiende tan bien que logra quedarse con el dinero; de ahí la certeza y la prueba: la mujer habría podido defender su cuerpo aún mejor que su dinero si hubiera querido. La denuncia se transforma en mentira”(Vigarello, 1999) “la violencia sexual se inscribe en un sistema en que la violencia reina, por así decirlo, sin motivo aparente, los adultos colman de golpes a los niños, los hombres, o también otras mujeres, a las mujeres; los amos a los criados. A veces el agresor rompe la estaca, o la espada de la víctima, y a veces la mata. Parecería muy artificial, en estas condiciones, aislar el delito sexual de otras formas de agresividad constantemente pre- sentes o latentes en la vida cotidiana de la sociedad tradicional” (Vigarello, 1999. Pág. 21) En un contexto como el descrito la violación es una violencia como las demás, relacionadas con tras- gresiones plenamente morales y los delitos contra las buenas costumbres: fornicación, adulterio, sodomía y bestialidad hacen parte del universo de la lujuria antes que al de la violencia. La poca importancia que se le prestaba a estos actos también estaba relacionada con que, en su gran mayoría, se presentaba en mujeres y niñas, quienes para la época no eran sujetos de derecho, sino más bien propiedad privada de sus esposos, padres y demás figuras masculinas. Este hecho podría ser em- peorado si esas mujeres no estaban casadas o contaban con una “dudosa reputación”, no eranvírgenes o eran criadas. Es decir, la violación podía y puede ser cometida contra todo tipo de personas, pero en definitiva, el “ran- go social” de la “víctima” influía en la administración de justicia. A la vez es una sociedad que diferencia una violación de amo a su criada y la de un criado a su ama, siendo más grave, y sin duda, castigada la última.
  • 23. 23 Los textos ponen en marcha cambios fundamenta- les: la diferencia que se hace entre ataque sexual abierto y el simple vicio privado, es decir, el que trascurre en la intimidad. Esto marca una frontera entre violación y los comportamientos lujuriosos, “fornicación ilícita”, estupro, sodomía. Hay un lento pero existente aumento en las denun- cias con menores, un crecimiento constante que se inicia en las últimas décadas. Presencia de la opinión pública en los procesos y los arreglos extrajudiciales: cartas, reacciones colectivas, fir- mas de alcaldes, propietarios, comerciantes; la pretensión de una mayor severidad y la certidumbre de que hay que deplorar estas violencias. En este contexto, se puede decir que a finales de siglo se encuentra una denuncia más específica y el surgi- miento del debate social frente al problema con el segui- miento de los medios de comunicación. A comienzos del SXIX hay una intención de dife- renciar el delito de los niños del de los adultos; el código crea crímenes y delitos que no existían antes, señalando como violencia sexual gestos que hasta entonces no se tenían demasiado en cuenta o se ignoraban (ibíd.). Se evidencia, que la nueva atención que se le presta a la vio- lencia transforma los límites de la trasgresión puliendo normas, reglas y prohibiciones que acaban transformán- dose en autocontrol. Es muy lenta la toma de conciencia en las primeras décadas del siglo XIX, “La violencia moral en particular no se reconoce en la jurisprudencia, aunque emerge impercepti- blemente en la revisión jurídica, se dibuja progresivamente En los pocos procesos abiertos por violación, en la mente de los jueces existe el prejuicio del consentimien- to antes de escuchar la acusación y ver las pruebas de la defensa, esto nos recuerda hasta qué punto la violencia sexual y el juicio sobre la misma son indisociables de un universo colectivo y de sus cambios, de las construccio- nes ideológicas que van definiendo qué es justo o injusto, admitido o prohibido. Ya en el S XVIII encontramos como cambio impor- tante la intervención de los medios de comunicación, que por medio de panfletos y gacetas cambian la forma de ver la violación y particularmente aquellas en las que han sido objetos de agresión los niñxs; convirtién- dolos en símbolo inmediato de víctima sexual, objeto de compasión, el primer afectado cuando se desplaza la sensibilidad. A partir de esa intervención de los medios y su impacto en la opinión pública, la visión jurídica transforma las palabras que expresan el delito; cambian- do su sentido y su castigo. Sin embargo, este cambio no influye inmediatamente en la forma en cómo se llevan los procesos (Vigarello, 1999). Ciertamente, es en la década de 1750 – 1760 que se evidencia una nueva forma de percibir la infancia lo que provoca un incremento en los procedimientos judiciales, apareciendo con ellos los informes forenses (que hasta entonces no eran realizados por médicos) y se convierten en una prueba más rigurosa que tiene en cuenta, por primera vez, la descripción del himen. En concordancia con lo anterior Vigarello (1999) registra tres importantes cambios en el S XVIII:
  • 24. 24 calcar que la violación toma fuerza en algún momento de la historia no solo como un asunto a ser solucionado por jueces y abogados, sino que se vuelve una preocupación política por la defensa y el respeto a las mujeres. Los movi- mientos feministas de los 70s logran que este delito tenga un alcance más amplio y que esté calculado por la defensa visibilizando que éste lleva una triple lógica: cultural, psicológica y jurídica. La lucha contra la violación adquiere un nuevo sentido: el de una liberación acompañada de una fuerte militancia femenina (Vigarello, 1999). Actualmente revisar cada una de estas lógicas se hace necesario para un mejor entendimiento del trata- miento de la violación: • Lógica cultural: las víctimas desempeñan un papel que no habían desempeñado hasta entonces, ya que deciden orientar los debates y relacionar la violencia sexual con un problema de costumbres y una sociedad de hombres seguros de sus derechos. Así se trasforma el proceso en contra de los acu- sados en proceso contra de la violación en sí. Ya no se hablaría del peso moral del drama, tampoco de injuria o envilecimiento, sino de conmoción de una conciencia. • Jurídico: Aparece un interés fuerte en hacer el artículo del código más específico, cambiando la administración de justicia. • Se habla de sufrimiento psicológico y de la intensi- dad que será medida por la duración del mismo o por su carácter irreversible. Además se visibiliza el sentido colectivo de este delito argumentando que tras varios obstáculos para su comprensión” (Vigarello, 1999) esto dará en algún momento surgimiento al concep- to siempre dinámico de violación. A estos cambios en los textos, los medios de comu- nicación y la opinión pública en general, se le adiciona la curiosidad por el criminal. No obstante, cabe resaltar que aún, para esta época no existe el término “violador”; eran llamados “lujuriosos”, “bribones”, “homicidas”, “mons- truos”, “hombres coléricos” (Vigarello, 1999) la prensa habla de su aspecto, sus gestos, sus sentimientos; la policía investiga su pasado, el médico su normalidad; la propia defensa trata de evocar su herencia genética para sugerir su posible responsabilidad (ibíd.) De esta manera, se puede ir descubriendo cómo cada disciplina va generando un discurso especializado alrededor del problema; cada uno tiene una hipótesis y una forma distinta de nombrar tanto el hecho como sus actores. Así, se hace parte de la investi- gación, la medicina aportando, en un primer momento, el examen de rostro y cabeza; posteriormente se extiende al conjunto del cuerpo que se estudia como un género en la historia de la humanidad: el hombre degenerado. Con este hombre “degenerado” llega la invención de las perversiones, mientras convergen la psiquiatría y la criminalística en la tentativa de hacer corresponder el inventario del crimen y el de la psicopatología (Vigarello, 1999).En la Francia de finales del S XIX empieza a tomar importancia el sufrimiento psíquico de la víctima o de sus allegados; estos son determinantes porque revelan nuevos efectos de la violencia. Hasta aquí hemos visto el proceso, desde la visión ju- rídica, de la violación como crimen; pero es importante re-
  • 25. 25 duda la “honorabilidad” de las mujeres violentadas consi- derando, en muchas ocasiones, que no es conveniente una investigación de estos casos ya que pone en duda a un ca- ballero, evidenciando, además, el ideal patriarcal y católico que imperaba en la época. Es importante recordar que entre 1880 y 1890 dominaron en Colombia los sectores conciliadores de los dos partidos, liberal y conservador; por tanto, se impuso, a través del acuerdo de la Regeneración2 un entendimien- to entre la iglesia y el Estado. El objetivo era construir un Estado centralizado que garantizara la “paz científi- ca” haciendo eco del movimiento cientificista (Del Valle Montoya, 2010). De ahí que las medidas tomadas por la Regeneración afectaron a diferentes sectores científicos, la libertad de prensa e investigadores ya que para este pe- riodo se presentó un fuerte ascenso del clericalismo que se vivió durante y después de la Guerra de los Mil Días. Para este entonces el matrimonio católico cumplió la función de referente moral y legal en Colombia, esta alianza se construye en torno a un sistema de reglas que definen lo permitido y lo prohibido. Cabe resaltar que para 1886 la Constitución colombiana promulgaba: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los Poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social” (Rodríguez Piñeres citado en Del Valle 2008: 220). la humanidad depende de la comunidad y que el efecto de la violación es el aislamiento, por lo que se insiste en una “muerte”, en una pérdida de identidad. Así entra en vigencia una “cultura psicológica” de amplia difusión que se interio- riza no solo por parte de la ciencia y la justicia, sino por la gente en general: padres, profesores, medios de comunicación, prensa y la conciencia popular(Vigarello, 1999) De esta manera se comprende que la historia de la violación está atravesada por las diferentes formas de ver o concebir el cuerpo, la moral, la vergüenza, los discursos académicos, la opinión pública, el concepto de mujer y su valor en las sociedades, el concepto de infancia e inevita- blemente de lo que nos parece justo y no. Silencios nacionales Paralelamente, en Colombia a finales del S XIX, principios del XX, teníamos sucesos diferentes. Una inves- tigación realizada en nuestro país expone algunas denun- cias de violencia sexual y sus sanciones, evidenciando que dentro del sistema jurídico éstas se ven permeadas por las “creencias” y la moral de los funcionarios que ponen en 2 Regeneración: movimiento político que unió a liberales independientes y a conservadores planteando la unificación de los diversos sectores políticos , después de la Guerra de los Mil Días, planteando un Estado fuerte y centralizado, teniendo la religión católica como instrumento central de unificación ideológica y dio paso a un proyecto nacional que se definió con el lema “una nación, una raza, un Dios” (Informe del Sistema Nacional de Cultura, 2008)
  • 26. 26 dalo, sin que haya nadie que reclame contra ellos, pues es el temor de hacerlos públicos, [sic] lo que producirá hondas perturbaciones, veda la ley hacerse cargo de ellos en esas circunstancias” (Putman, Carlos E., 1896 en Del Valle Montoya 2010: 222) De esta forma podemos observar cómo la violación en Colombia es una trasgresión mediada por las creencias católicas que imponen a los procesos un velo de ver- güenza y pecado, dejando la víctima envuelta en dudas respecto su “buena conducta” y las “buenas inclinaciones religiosas”; encontramos una sociedad tradicional que tolera la violencia sexual, pone en duda la palabra de las mujeres y sobrepone el sufrimiento colectivo (escándalo y la perturbación de las familias) al sufrimiento personal, corporal y psicológico. Lo inevitable: El conflicto armado “Quizás más que el honor de la víctima, el blanco de la violencia sexual contra las mujeres es lo que se percibe como el honor del enemigo. La agresión sexual a menu- do se considera y practica como medio para humillar al adversario. La violencia sexual contra la mujer tiene por objeto la victoria a los hombres del otro bando, que no han sabido proteger a sus mujeres. Es un mensaje de castración y mutilación al mismo tiem- po. Es una batalla entre hombres que se libra en los cuer- pos de las mujeres”. Radhika Coomaraswamy (Relatora especial de Naciones Uni- das sobre violencia contra la mujer) Llegando a este punto, podemos decir que mientras en la Francia de finales del S XIX y principios del S XX se estaban buscando cambios estructurales dentro de la ad- ministración de justicia y la diferenciación de la violación de los crímenes relacionados con la moral; en Colombia estábamos sitiados por la Iglesia y no se veían avances. En la ley penal colombiana la palabra “torpe” o “deshones- ta” permitían describir conductas que iban desde cantar o recitar “canciones torpes” hasta actos carnales, abusos deshonestos, cópula, violación, ultrajes y otras que ofen- dían el “pudor y las buenas costumbres”; además la palabra “sexual” no se usaba; sólo Medicina Legal podía atender cuestiones relacionadas: “sobre las personas de ordinario vivas en relación con los órganos sexuales” (Del Valle Montoya, 2010) y no había más referencia al sexo o a los órganos genitales en los informes. De ahí que no es extraño que las denuncias por violación fueran pocas, ya que quien tomaba la decisión de hacerlo, encontraba un universo de vergüenza y recri- minación, no solo del sistema jurídico, sino que se veía en medio de una lógica social que humilla, juzga a la “victi- ma” y la señala de provocar con su denuncia, un ataque a la moral pública, corromper las costumbres e introducir en el seno de las familias la perturbación y la desconfian- za. Así, del Valle comenta como ejemplo un libro publica- do por un médico legista que reflexiona al respecto: “…por eso estos delitos no se castigan sino cuando se hacen públicos, produciendo escándalo y recaen el [sic] perjuicio de tercera persona; dejándolos pasar desaper- cibidos, por respeto al pudor, a las costumbres y a la familia, cuando se ejecutan en el secreto y en el escán-
  • 27. 27 trivializados, ignorados, llevados a lo más recóndito de la vergonzosa historia nacional. La bestialidad de los crímenes sexuales como arma de guerra ha zaqueado todos los territorios del país, no solo se presenta en los montes y montañas; sino que con el fenómeno de la “desmovilización” el horror se traslada con más fuerza a las ciudades, donde la violencia se- xual ya se presentaba, pero ahora con formas de tortura aprendidas en diferentes bandos durante años de práctica en la guerra. Tejiendo ideas Por todo lo anterior bien pareciera, que el concepto de violación ha tenido un camino predominantemente jurídico; así se pueden encontrar diferentes definiciones del mismo desde diversas jurisdicciones, países e instituciones. Sin em- bargo hay algunas definiciones con amplio espectro de acep- tación: las creadas por las instituciones internacionales como la Organización de Naciones Unidas y/o la Organización Panamericana de la Salud que definen la violación como: “todo abuso cometido o amenaza de abuso en una si- tuación de vulnerabilidad, de relación de fuerza des- igual o de confianza, con propósitos sexuales, a los efec- tos, aunque sin estar exclusivamente limitado a ellos, de aprovecharse material, social o políticamente de la explotación sexual de otra persona. De modo análogo, la expresión “abuso sexual” se refiere a toda intrusión Esta revisión tan somera, como inevitablemente personal, quedaría más incompleta si no hablara del con- flicto armado que se nos ha hecho trasversal a todos los problemas de los que hay que hablar en este país. La violencia sexual no es nueva para Colombia; los grupos armados de oposición –guerrillas– de la década de los cincuenta ya la practicaban durante el periodo de La Violencia, las violaciones han sido utilizadas como método de tortura, genocidio o como forma de “lesionar el honor del enemigo”, principalmente a manos de los paramilitares desde la década de los 90s y con el frecuen- te apoyo de las fuerzas de seguridad (Amnistía Interna- cional, 2004). Así se han venido “perfeccionado” métodos de violación propios de la guerra como el empalamiento, el cercenamiento de los senos, la extracción de los fetos del vientre de las embarazadas, los abortos forzados, el silencio etc.; todas estas violencias encuentran sus antecedentes en las masacres perpetuadas en los últimos años en Colombia, como la del Salado en los Montes de María en el 2004, solo por citar alguna, que por su crueldad causó impacto en los medios de comunicación y comunidad internacional. A pesar de que la violación es una constante en el conflicto armado interno, ni los medios de comunica- ción, ni las autoridades se han interesado en visibilizar y condenar estas atrocidades, ni siquiera están reflejados en las cifras oficiales, han sido excluidos, envilecidos, encapsulados entre los llamados “crímenes pasionales”. Así, cuando se encuentran cuerpos con mutilaciones genitales, tiros en las nalgas, evidencia de violación; se habla de “crimen pasional” (Amnistía Internacional, 2004) Entonces los crímenes paramilitares son ocultados,
  • 28. 28 sin número de categorías: Niñx, menor de catorce, adul- to, abuso, acceso carnal violento, acceso carnal abusivo, violador, violadx, abuso sexual, violencia sexual… no es difícil adivinar que estas categorías son creadas para darle solución desde la vía jurídica, dónde se debe llegar a consensos, pero estoy de acuerdo con que “clasificar tiene, entre sus muchas acepciones, una perversa y de apariencia paradójica: ocultar conocimiento”…“desclasi- ficar, significaría, consecuentemente su desvelamiento” (Gutierrez, 2007). Aun así, también es importante tratar de entender el porqué de estas clasificaciones; así que la propuesta es hacerlo desde las representaciones de la violación. Para eso será necesario acercarse a la definición de “represen- tación” para lo que he escogido a Stuart Hall quien define las representaciones como: “Un proceso por el cual los miembros de una cultura usan el lenguaje (ampliamente definido como un sis- tema que utiliza signos, cualquier sistema de signos) para producir sentido. Aun así, esta definición tiene la importante premisa de que las cosas —objetos, per- sonas, eventos del mundo— no tienen en sí mismas ningún sentido fijo, final o verdadero. Somos noso- tros —dentro de las culturas humanas— los que ha- cemos que las cosas signifiquen, los que significamos. Los sentidos, en consecuencia, siempre cambiarán, de cultura a cultura y de período a período. No hay garan- tía de que un objeto de una cultura tenga un sentido equivalente en otra, precisamente porque las culturas difieren, a veces radicalmente, una de otra en sus có- digos —la manera como inventan, clasifican y asignan sentido al mundo—(2010) física cometida o amenaza de intrusión física de carác- ter sexual, ya sea por la fuerza, en condiciones de des- igualdad o con coacción”. (Organización de las Naciones Unidas) “Todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para co- mercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independiente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier ámbito in- cluido el hogar y el lugar de trabajo” (PAHO) Han sido años de historia, de casos y de leyes para llegar a estas definiciones que se han establecido de mane- ra profunda en nuestras culturas y relaciones políticas. Sin embargo, estas parecieran reducirse a un ámbito jurídico y homogéneo queno permiten ver los matices, el dolor, las voces, los cuerpos, las formas de interpretar la violación desde lo subjetivo; definiciones que se pre - ocupan por condenar un culpable pero no se ocupan de cómo darle una “nueva vida a la víctima”, sistema que necesita enten- der que cárcel no es sinónimo de justicia y que en muchos casos las representaciones de la violación desbordan las ju- rídicas y muestran los límites de un universo más amplio donde empieza lo cultural, lo íntimo, lo profundamente hecho tabú, formas políticas que no están escritas en el papel sino en la piel de quienes han vivido la violación. Además,si revisáramos cómo se define la violación en los diferentes discursos institucionales y de los “ex- pertos”, encontraríamos que no hay mucho consenso al interior para nombrarlos, sólo logran clasificarlos en un
  • 29. 29 Matices: otras decisiones teóricas Es un día como cualquiera en la oficina de de- nuncias por violación. No hay mucho ruido y la gente de uniforme transita por los pasillos en calma, el resto del equipo compuesto por psicologxs, jueces, abogadxs se dedica a llenar formatos que les exige la institucio- nalidad para poder dar informe de las estadísticas que tanto le preocupan. Yo estoy dedicada a caminar por los pasillos en espera de que el día cambie. De repente, alguien que no he visto nunca, le informa al equipo que van a traer a un recluso a poner una denuncia. Todo está dispuesto para que el trámite se lleve a cabo. En la puerta aparecen dos guardias cuidadosamen- te vestidos de azul, botas negras, el arma en la cintura, un bolillo en el lado contrario y un chaleco que parece antibalas. Sus manos sujetan a Luis, el preso que pondrá la denuncia. Luis no tiene ningún uniforme que lo identifique como “preso”, por lo menos no este día; es un hombre de 37 años, estatura mediana, tez oscurecida por el sol, los ojos tristes y evasivos. Tiene las manos en frente, esposadas, como si mostraran con vergüenza su falta de libertad; parecieran las manos de un hombre tra- bajador, se ven un poco cansadas. Él no ofrece ningún tipo de resistencia ni a las esposas, ni a sus guardianes; solo está allí parado esperando que lo llamen a declarar. Unos minutos después es dirigido a la oficina donde su denuncia será escuchada. En un intento por sacar la violación de su anclaje netamente “oficial” y para fines prácticos y metodológicos, es necesario recoger entre la historia, la metodología y lo vivido un concepto de violación que permita, de manera subjetiva, dar un significado mas amplio en este texto: “La violación es un acto de poder ejercido por un sujeto sobre el cuerpo y la subjetividad de otra persona que no se reduce al causante y la “víctima”, sino que da cuenta de una construcción ideológica particular y colectiva, atra- vesada por las representaciones de la fe- minidad,la masculinidad y la percepción del cuerpo en una época y un espacio determinado. Esa construcción genera discursos, y estos en consecuencia, nor- mas, leyes e instituciones que regulan la configuración del mundo de lo prohibi- do y lo admitido social y jurídicamente en el sexo” Esta forma de ver y entender la violación procura ser una conceptualización abierta a los cambios, a la correc- ción, al dinamismo del tiempo y el espacio entendiendo que ésta surge de un contexto temporal y geográfico determi- nado; procurará mostrar límites de un universo más amplio donde empieza lo cultural, lo íntimo y los tabúes.
  • 30. 30 ano y me decían que si no lo sacaba, ellos me lo sacaban. Yo me sentí humillado y me siento muy avergonzado por que le vieron a uno las partes intimas. Y uno no se puede defender y cuando fueron los del CTI la cogieron contra mí, porque el dragoniante me hizo calviar, me hizo meter la cero y yo siem- pre me hago meter la dos y me hostiga, me requisa. Yo siento ira… por lo impotente , uno no puede decir nada, ellos nos ven como abichuchos… y uno ve que pasa el tiempo y la ley no hace nada, me siento muy mal de ver a ese guardián día de por medio hostigándome , eso no se hace con una persona. De lo que nos pasó hicimos una tutela en Bogotá y la envolataron porque como los otros internos no hacen ese tipo de demandas… porque ellos solo piensan en matar, yo conozco de Dios y por eso demandé, ahora estoy con Dios. Solo quiero mi libertad y una nueva vida… Yo estaba absolutamente consternada por lo que ha- bía escuchado, me parecía increíble por lo que este hombre había pasado; para mí, él era una “victima”. Víctima no solo de una violación, sino del abuso de poder; ratifiqué mi desconfianza en las instituciones estatales que privan la libertad y me preguntaba cómo esperaban que un reclu- so “recapacitara” (se supone que la cárcel hace entrar en razón) frente a su(s) delitos en una situación tan aberrante y de persecución como esa. Juez: ..Narre los hechos por favor Lui: acabándose las visitas nos requisan dos veces, una en el patio, que es normal, después la requisa con los caninos y los guardianes de turno. Según ellos dio positivo, el dragoniante y otro, nos apartaron a mí y a otro interno… eso nos dijeron insultos y amenazas y a mandarnos a que nos quitáramos la ropa, como yo me golpie en una moto y tengo mala la rodilla izquierda y se me inflama; un médico dijo que eran los menis- cos y ellos querían que yo bajara y eso me duele; que hiciera cuclillas , porque según ellos yo tenía un taco de drogas en el ano… y como no podía hacer cuclillas me trataban mal, el dragoniante empezó a tocarme con el tobillo las nalgas y los testículos, y el otro le decía al perro: ¡sáquelo! Y el perro me lamia el ano y él me decía que lo sacaran, le decían al perro: ¡quiubo! ¡Sáquelo! Que ahí lo lleva… Yo comencé a decirles que eso era inhumano, que estaban vio- lando la ley y comenzaron a ofenderme y a decirme que ellos hacían lo que quisieran porque ellos eran la ley. Yo les pedí que me llevaran al otro patio de mediana seguridad, que allá hay rayos x y se sabe si uno está cargado o no y ellos querían pegarme porque yo les decía de los rayos x … y jochaban al perro (incitaban) y me hacían abrir las piernas y no podía por la rodilla. Entonces empezaron a meterme el palo por el
  • 31. 31 Esta descripción parece más una sentencia que una caracterización: “destinadx al sacrificio” el/la que “padece”, el/la que “muere”; deja la persona sin opción, la condena al dolor y el sufrimiento. Cabe preguntarse si ¿todas las “victi- mas” se sienten de esa manera Con lo dicho no quiero poner en duda, bajo ninguna circunstancia, los testimonios de personas que han vivido experiencias de violaciones, su dolor, sus miedos, su vulne- rabilidad, rabia, impotencia etc. Lo que pretendo es alejarme de la versión oficial y académica de “víctima” que condena a estos estados a la persona, que no se pregunta por las herra- mientas mentales con las que cuentan para superarlos. ¿Qué efectos tiene clasificar a alguien como una víctima; y no una cualquiera, sino una víctima de violación sexual? Probablemente en el ámbito jurídico y para efectos de este tipo de procesos será lo ideal, pero estas taxonomías encierran una forma de ver el mundo muy concreta, puede provocar la reinvención de su cotidianidad, una forma de verse y de que le vean, de presentarse ante los demás, de “ha- cerla parte de” excluyéndola de otros espacios. No se puede olvidar que la violación envuelve a la persona en la vergüen- za y pareciera dejarla en condiciones de subordinación social: “… traté de volver a la escuela donde trabajaba después de lo que me pasó, no quise que me trasladaran, pero todos me tratan como una víctima, y me hacían dar más pena con todas las consideraciones que me tenían, eso solo me hace sentir peor. Necesito olvidarme de lo que me pasó, pero va a ser muy difícil…” (Matilde, 57 años) Pero parecía que la única que se sentía así era yo. Los demás solo “hacían lo que tenían que hacer”, tomaron la denuncia y Luis volvió al carro que lo llevaría nueva- mente a la cárcel. Cuando salimos de ahí, una de las funcionarias me pre- guntó que por qué tenía esa cara; yo le comenté mi desazón, la sensación de repudio que tenía por los guardias, y ella me dijo: - ¡Ay! usted por ese señor no se preocupe que él está en la cárcel porque violó a su hija de cinco años y la dejó para hospitalizar… Hasta ese momento llegó mi empatía hacía el reclu- so, casi me sentía tonta por haber creído que era una “vícti- ma inocente”.Toda mi “idea” de él cambio en una frase, no sé qué tan terrible suena, pero la verdad en ese momento sentí que se lo merecía, y parece que no era la única. Muchas preguntas surgieron entonces, “víctima” y “victimario” en una sola persona ¿se le acusa o se le de- fiende? ¿qué es una víctima? ¿Un estado, una clasificación? ¿Quién decide que se es una víctima? Al principio parecía estar claro su significado en mi campo de investigación; sin embargo, el trabajo de campo se encargaría de mos- trarme lo contrario: la clasificación “víctima” dejó de ser una obviedad para mí. El diccionario la define como: (Del lat. Víctima) 1. “Persona o animal sacrificado o des- tinado al sacrificio” 2. “persona que se expone u ofrece a grave riesgo en obsequio de otra” 3. “persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita” 4. “perso- na que muere por culpa ajena o por accidente fortuito” (Real Academia Española).
  • 32. 32 romper sus esquemas, vergüenzas y miedos; convirtién- dolos en material invaluable para esta investigación. Estos testimonios permitirán darle voz a las víctimas, conocer lo que se “piensa” de la violación, lo que se dice, lo que se interpreta, los contextos en los que ocurre con más frecuencia y así, armar el “mapa conceptual compartido” (Hall, 2010) que genera los discursos dominantes. El Testimonio: Su raíz y territorio devastado Del latín “Testimonium 1. Atestación o aseveración de algo, 2 instrumento autorizado por escribano que da fe de un hecho, 3 prueba, justificación y comprobación que da certeza de algo” (RAE, 2009) . El testimonio que según Veena Das es ante todo un proceso de decir y recuperar territorio de las palabras y la historia, es una mediación necesaria para re -ocupar los signos “los signos mismos de la herida… para que pudiera moldearse una continuidad en el espacio mismo de la devastación”. Así mismo Veena considera que no solo las palabras dan testimonio; las victimas hacen uso de las palabras rotas y el cuerpo mudo, grafican gestos sutiles, componen sitios de memoria y olvidos no accidentales, todas estas son for- mas que le permiten apropiarse y subjetivar la experiencia del dolor (2008). Escuchar un testimonio requiere mucho más que una evaluación epistemológica, es un acto ético donde quien escucha decide “creer” en lo que escucha; un asunto que no es tan sencillo de decidir, pues quien cree debe discernir qué es creer y cómo lo va a hacer. Es decir, hacer consciente “he estado pensando en cómo hacer para sacarla del país, para que nadie le vaya a contar nunca lo que le pasó, ya nos pusimos de acuerdo todos en la casa y hemos estado trabajan- do para eso” (Madre de niña de 3 años) Las “víctimas” están definidas por el contexto pero también generan contextos, originan relaciones entre miembros de la comunidad, y es esta última la que brinda o no seguridad a través de los acuerdos vividos, es donde la “víctima” se re – configura y es allí mismo donde permite a los miembros de la comunidad, autoriza o genera dinámi- cas de destrucción y/o exclusión (Das, 2008) Estos espacios permitirán o no a una persona dejar de ser “víctima”. No pretendo en este trabajo dar una respuesta con- creta a cómo debemos re – nombrar a las víctimas, lo que intento es poner a debate el termino para evitar interiori- zarlo solo porque sí. Por lo expuesto, mi propuesta es entender en este texto el concepto de “víctima” como un estado transitorio susceptible a ser transformado (positiva o negativamente) de acuerdo a las circunstancias sociales y psicologicas de la persona. Notas metodológicas Para lograr un acercamiento a las representaciones de la violación, fue de gran ayuda contar con el “testimo- nio” como método para la recolección de la información de mujeres y hombres de todas las edades que decidieron
  • 33. 33 instituciones. Por eso es importante recibir y entender los testimonios desde la cotidianidad de los hablantes, donde están anclados los procesos subjetivos y colectivos, estruc- turados por tradiciones simbólicas y mediadas por tipos discursivos. Así tendremos en este texto testimonios registrados en el propio contexto cotidiano, algunos espacios alter- nativos y de resistencia; y otros en un contexto mucho más normado, como lo son las instituciones encargadas de activar y garantizar rutas de denuncia en la ciudad de Popayán. la posición política que se toma en ese momento, pensar la relación entre la antropología y la construcción de la esfera pública que puede surgir de diferentes clases de intersec- ciones y no olvidar los propios esquemas que intervendrán todo el tiempo en las reflexiones que se hacen. En conclusión, quienes recibimos testimonio no solo aprendemos y sabemos con el intelecto sino con las emociones. Existe una relación reciproca entre quien da y recibe testimonio que tiene como resultados diferentes beneficios mutuos. Das (2008) señala los siguientes: Dar testimonio puede: • Nombrar violencias padecidas. • Hace y acompaña el duelo y establecer una rela- ción con los otros. Recibir testimonio puede: • Permitir al antropólogo contar con la fuente de información para su investigación etnográfica. • “Hacer presencia” entre las víctimas en un momen- to de crisis social en la que se requiere presenciar. • Quien recibe testimonio puede generar espacios alternativos y anti hegemónicos para testimoniar, denunciar y narrar, señalar incongruencias, com- plicidades institucionales con la violencia. Acorde con lo anterior se puede decir que el testimo- nio no es solo una herramienta metodológica para satis- facer la curiosidad disciplinaria, sino que puede ser una forma de dar cuenta de las experiencias de las víctimas y de quienes acompañan sus procesos, ya sean familiares y/o
  • 34.
  • 35. 35
  • 36.
  • 37. 37 firieron desahogarse en espacios alternativos, fuera de las instituciones o íntimos. Testimonios que incluyen sus gestos, su corporalidad e incluso en no – decir (que no es lo mismo que ausencia de testimonio) están en continua disputa con las versiones oficiales y en algunos casos la contradicen, en otros simplemente la desestabilizan. Testimonio íntimo: Descarga emocional “El dolor es junto con la muerte la experiencia humana mejor compartida” -David Le Bretón- Creo, como muchas personas, que el dolor es ínti- mo, nadie sabe mejor que quien lo siente, dónde se ubica o cómo lo afecta. Pero todos hemos sentido dolor; dolor físico o del “del alma”, o de esos que no sabemos ni dónde situar. Dolor de estar solos, de despedida, de “tusa”, de muerte, político, dolor de injusticia y de ese que creemos que nadie puede comprender. Pero aunque el dolor sea íntimo, éste tiene unos com- ponentes culturales que le dan otro significado, que hablan de la relación con el mundo, de los valores, de cómo las personas lo apropian; supone un entramado socio cultural que permiti- rá, al mismo tiempo que sea comunicado en alguna forma de lenguaje, que sea entendido, compartido, escuchado porque no escapa del vínculo social. Y es en la escucha del testimonio que logramos el conocimiento con empatía, tratando – no de estar en los zapatos del otro – sino a su lado. No es desconocido que la violación sexual puede presentarse contra cualquier persona sin tener en cuenta, género, sexo o edad; sin embargo, ésta es ejercida con mayor frecuencia contra las mujeres y las niñas. En Colombia cada día 149 mujeres son víctimas de violencia sexual, lo que a la suma, entre el 2001 y el 2009 da un resultado de 94.565 mujeres violadas, donde 43.226, es decir, el 45.71 % de las víctimas de violación fueron agredidas por un miembro de su familia, mientras que 29.444 que equivalen al 31.14% fueron violadas por una persona extraña (OXFAM, 2010) Estas cifras son la punta del iceberg, ya que solo pueden dar cuenta de los casos que tienen un proceso de denuncia, no hay forma de tener cifras exactas de la totalidad de violaciones en el país, no solo de mujeres, sino que es difícil adquirir informa- ción precisa de las violaciones a hombres. Muchos son los factores por los que las víctimas argumentan el hecho de no acudir a la “ayuda profesio- nal” y a las instituciones del Estado; se niegan a registrar sus historias de dolor en los archivos de la nación; en algunos casos prefieren ofrecer testimonio y con gran facilidad señalan las incongruencias, las complicidades de las instituciones con la violencia, o su ineficacia para tratarla, así que prefieren ocupar espacios de la resistencia y re – inventar su cotidianidad. Entre sus argumentos se encuentra el miedo, el desconocimiento de los procesos, sentirse culpables por lo sucedido, y de manera especial la vergüenza y la puesta en duda del testimonio de la vícti- ma por parte de familiares y/o instituciones. Este capítulo estará dedicado a aquellas (todas los testimonios son de mujeres y no solo víctimas) que pre-
  • 38. 38 graciosa y morbosa cuando habla de hombres, los ojos se le habían ensombrecido, cruzó los brazos y no podía dejar los pies quietos. Yo no quise interrumpirle sus cuentos, pero todo su cuerpo ya gritaba otra cosa, y sin más me lancé y le pregunté: Clau ¿alguien se ha pasado de la raya contigo? Ella me miró entre asombrada y no y me dijo: ¡coma mier- da! Deje de analizarme. Trataba de sonreír, pero no… “¿me vas a hacer hablar de eso?” Y sin que yo le contestara empezó a contarme: C: ¿se acuerda del pueblo? D: No mucho, me acuerdo que hacía mucho calor y que habían árboles de mango, naranja y un tanque de agua enorme donde nos metían a todas en calzones. C: Si, en esa casa habían muchas cosas: atrás habían unos galpones, la huerta y adelante quedaban las habitaciones y había una pequeñita que era donde yo dormía, esa fue la que dejo mi papá para mí porque no tenía puerta… entonces él se me pasaba por la noche… D: ¿Quién? C: mi papá. Escuchar esos testimonios íntimos tiene unas con- diciones espaciales para que la víctima pueda verbalizar lo guardado y muchas veces censurado. El testimonio íntimo requiere un espacio más familiar, acogedor, donde las per- sonas que escucharán se conocen, se quieren, se respetan y pueden usar un lenguaje corporal y hablado diferente, permite tocarse, reír, llorar, nombrar los genitales de for- mas políticamente incorrectas y “groseras”. Este testimonio desinhibe la historia silenciada y el cuerpo estigmatizado. Es sábado y llueve afuera; Claudia llega a mi casa buscando la taza de chocolate que se ha hecho famosa entre mis amigxs, la condición es que quien llega traerá el pan. Es una especie de ritual donde ofrezco mimos, afecto y consuelo, según sea el caso. Ella tiene 33 años y cuando me busca lo que espera es reírse de la vida, hablar mal de sus novios y tratar de “perras” a quienes dejaron de ser sus amigas. Pero este día no trascurriría como los demás, en medio de la charla de “chicas”, las anécdotas, las decepciones; recordé que nunca había visto a Claudia con una pareja “estable” y le pregunté ¿por qué? Ella, sin dudarlo contestó: -Los hombres son solo verga. A mí no me interesa nada más… Su cara había cambiado, ya no tenía esa expresión Los hombres son solo verga, a mi no me interesa nada más…
  • 39. 39 decírselo no más… D: ¿y por qué no lo denunciaste? C: mi mamá no me lo hubiera perdonado nunca y pues yo de todas formas no quería ver a mi papá en la cárcel. Además yo decía: si mi mamá no me cree… D: y ¿eso hasta cuando pasó? C: hasta los 16 que me fui a estudiar a Cali y luego… pues yo trataba de no venir. Mi mamá decía que yo no era sino mal agradecida… lo que pasa es que luego ya no era tanto porque yo ya no me dejaba… D: Clau ¿te soñabas con eso? C: ¡uy! Sí, mucho. Todavía… D: y ¿crees que lo vas a superar o que lo superaste? C: pues lo importante fue que nadie supo, entonces yo no le pare bolas a eso y seguí D: ¿Y no será que por eso no te quieres enamorar? C: pues no sé… Claudia empezó a sentirse incomoda, creo que no quería pensar en su presente, había sido más fácil hablar de su pasado. Así que no insistí. Ella me abrazó y cambió el tema, yo solo le agradecí que me hubiera contado su historia y terminamos las tazas de chocolate que teníamos en las manos. Como éste, el testimonio íntimo da la oportuni- dad a quien “cuenta”de nombrar cosas y eventos como normalmente lo hacen en su cotidianidad y no inscribirlas Claudia no puede evitar morderse constantemente la boca, pero evita llorar. En cuanto a mí, no puedo negar el asombro que me produjo saber que había sido su papá, un hombre que yo conocí desde pequeña, el que la violaba. Tampoco pude evitar pensar que pude haber estado en riesgo sin haberlo sospechado nunca. Él no es una persona de cuento de terror, es un hombre de oficina, común y co- rriente, de los que te atienden amablemente en cualquier sitio. ¿Cómo sería verlo después de esto? D: ¿entonces? C: entonces, primero solo me manoseaba… D: ¿y cuántos años tenias? C: como 6. Me manoseaba las tetas y la vagina por encima de la ropa y así… D: y ¿no le dijiste a tu mamá? C: Si, pero me regañó; me dijo que si seguía así no me volvía a dejar ver televisión. Luego pasado un tiempo empezó a meterme los dedos y si yo lloraba me apretaba duro la boca… así me tuvo otro tiempo, hasta que un día que mi mamá no estaba ya me hizo de todo… Y a veces yo creo que es por eso que yo no puedo enamorarme, cuando yo estoy con alguien, me pongo como embarazada: les cojo asco, fastidio… D: ¿le contaste a alguien más? C: No. Es la primera vez que se lo digo a alguien como por
  • 40. 40 Lo que me duele es el alma, con el cuerpo ya no se qué hacer… En julio del año pasado me pidieron que habla- ra con una señora de 59 años que había sido violada. Yo pregunté si ya había denunciado y me informaron que por vergüenza la víctima no había sido capaz de tomar la decisión y que por eso querían que yo hablara con ella. Me imaginé entonces que lo que necesitaba era al- guien en quien confiar y quizá un espacio diferente al legal para contar su historia. Sólo había una cosa distinta esta vez, y era la edad: doña Matilde tiene para entonces 59 años y hasta ese momento yo no había conocido un caso con esas características así que no sabía qué iba a encontrar. En efecto, la señora Matilde fue la persona que nunca esperé conocer en mi investigación. Una señora de formas abundantes, cara graciosa, vestidos de otras épocas y zapatos ortopédicos. Llevaba trenzas esa tarde, una bolsita entre sus manos regordetas donde cargaba sus llaves y una expresión de vergüenza cada vez que me miraba. Y pensé: ¡que descaro violar esta señora! La invité a entrar, a sentarse, a que me contara cualquier cosa. Al principio me trataba de “doctora”, así que inmediatamente le dije que yo era una estudiante, que iba a escuchar todo lo que quisiera contarme y que luego veríamos qué hacer con todo eso. Que si quería poner una demanda yo le diría (más o menos) cuál era el proceso, pero que si lo único que quería hacer era hablar, yo sola- mente me dedicaría a escuchar sus palabras, su dolor. en ningún discurso especializado. Así encontramos formas de nombrar los genitales como “verga”, “tetas” o palabras como “manoseada” que recrean una forma específica de significar el propio cuerpo y lo que se hace con y en él. A diferencia de entrevistas formales y cerradas, el testimo- nio íntimo permite un “contar” mucho más fluido y sin interrupciones, que además, no está interesado en juzgar a nadie ni buscar culpables; en esa medida, no está media- do por la duda o el afán de hacer “verídico” lo que se dice, el testimonio íntimo es tácitamente creído, pues lo único que pretende es crear un espacio afectivo donde se pueda expresar el dolor y las emociones, en general después de una violación, para poder darle terreno a las palabras y encontrar en ellas algún sentido o mitigación a lo sucedi- do, también forma lazos que en momentos de angustia se vuelven una forma de apoyo afectivo. Como otras personas, Claudia decide no denunciar a su agresor por tratarse de su padre y por la relación de poder que este representa no solo con ella, sino con su madre; un poder no de coerción, sino más bien simbólico que solicita, induce y gana consentimiento (con su silen- cio) y que finalmente le impide si quiera imaginar que ella lo llevará a la cárcel. El silencio se volvió su aliado, lo prefirió antes que enfrentar la vergüenza, es decir decidió vivir ese proceso sola. A pesar de aceptar que sigue soñan- do con las violaciones sucesivas de su padre, que le afecta en su vida personal y sexual, ella prefiere no romper con el orden familiar y no verse señalada por lo que pudiera sucederle a su agresor: “lo importante es que nadie supo, yo no le paré bolas a eso y seguí”
  • 41. 41 cuerpo sangrando, lleno de magulladuras, mordeduras, tierra y hojas. Entonces pudo llorar… Se metió en el cama donde estaba ya dormido su esposo; él solo se volteo para abrazarla y preguntar por qué había demorado tanto; en realidad no esperó que ella contestara y volvió a dormir. “Fue la noche más larga que haya tenido, fue peor que haber estado con el peor dolor del mundo, el cuerpo si me dolía, pero sobre todo me dolía el alma, porque ya no sabía qué hacer con el cuerpo” Matilde no puede evitar volver a llorar cada vez que lo recuerda. Al día siguiente, decide guardar silencio, no se imagina como puede tomarlo su familia, su esposo, sus hijos, los niños de la escuela donde enseña. “¡no! Yo mejor me quedo callada”. Ese mismo día su decisión se vio truncada por “ese mismo tipo”, recibió una llamada a las 10 de la mañana… si, era él, era esa voz que le había espantado hablándole al oído la noche anterior. Llamaba para sobornarla, para decirle que no siendo suficiente con violarla, le había tomado unas fotos con el celular y que si no le llevaba dos millones de pesos donde él le dijera, iba a enviar las fotos impresas a la escuela donde trabajaba. Entonces Matilde entró en pánico, no solo porque él reapareciera, sino porque no tenía ese dinero. Enton- ces no tuvo más alternativa que llamar a su hermano quien acudió de inmediato a su voz de angustia. Ella tuvo que contarle todo lo que pasó para que le prestara el dinero. Entonces su hermano le dijo “que no, que tocaba denunciar… sino no se lo va a quitar de encima”. - ¿Y usted sabe quién es? Pregunta su hermano - No, yo no sé quién es ese tipo. Nos vimos esa tarde sin lograr que ella llegara al tema de la violación, me contó muchas cosas de su fami- lia y de la escuela donde trabajaba. Hasta ese momento pensé que no lograría suficiente empatía para que me contara su historia de violación. Sin embargo, logré que aceptara otras charlas, otras tazas de chocolate y de a pocos ella iba hablando, se iba soltando, iba contando lo que sucedió. Tiempo después, por otros eventos, decide entablar la demanda. De tantos fragmentos logré reconstruir su historia: Son las 8 de la noche y Doña Matilde se dirige a su casa por el camino veredal como cualquier otro día. El olor de los pinos y el ladrido de su perro le anuncian que ya está muy cerca, sin embargo unos pasos más adelante, por entre los matorrales alguien la toma por la espalda y le tapa la boca, la amenaza con un cuchillo y le dice que se calle; caminan durante un rato, que parece eterno, ella siente que la tira en un hueco, le asegura un trapo en la cabeza y aunque ya puede gritar parece estar muy lejos de quien la pueda escuchar, ya ni siquiera oye a su perro… Matilde tiene 59 años y no entiende cómo su dios “a estas alturas” permitió que la violaran. Estuvo en un hoyo durante horas, incluso después que su agresor se retirara, no sabía si él estaba ahí o no. Cuando pudo, se reincorporó, descubrió que no tenía las manos amarra- das y se destapó la cara, lo siguiente fue buscar su ropa y tratar de ponérsela; cuando trataba de ponerse la ropa in- terior descubrió que tenía trozos de “una cosa en la vagina” que retiró cuanto más pudo. Aun sin poder llorar, llegó a su casa, saludó a alguien que estaba sentado en la sala y entró al baño. Se revisó minuciosamente y descubrió un
  • 42. 42 toria no termina ahí, no se puede olvidar que Matilde es su vecina, conoce a su madre y a su abuela, que la odian y le gritan día a día toda clase de improperios y se la pasan diciendo en la vereda “¡semejante vieja tan fea! Qué iba mi hijo querer comerse eso”. No pudo volver a dar sus clases de primaria porque todos los padres de familia se enteraron y por algún motivo que ni ella ni yo entendemos, durante una semana varios de ellos no mandaron los niños a clase y pidieron que cambiaran la maestra. Matilde no ha vuelto a dormir con su esposo, que pacientemente espera que “se olvide de eso que la pasó y vuelvan a ser los mismos” Pero ella dice que nunca será la misma persona. No volvió a dormir bien, tiene pesadillas cada noche que le recuerdan que su cuerpo fue violen- tado y empalado, lo que le produce impulsos de querer cercenar sus senos; no volvió a comer lentejas porque ese días había comido a la hora del almuerzo y detesta como huelen, no volvió a ver a sus niños de la escuela, enrejó su casa por los cuatro lados, regaló el perro y consiguió otro al que no acaricia porque dice que “es para la seguri- dad”. Matilde no sabe qué hacer, dice que no sabe cómo volver a vivir y que nadie; ni jueces, ni abogados, se preo- cupan por cómo sigue ella. “Sólo cumplieron con meterlo a la cárcel, pero si yo vivo o muero es mi problema”. “traté de volver a la escuela donde trabajaba después de lo que me pasó, no quise que me trasladaran, pero todos me tratan como una víctima, con todas las consideraciones pero me hacían dar más pena. Necesito olvidarme de lo que me pasó, pero va a ser muy difícil” Matilde decide irse unos días a casa de su familiar y le recomienda que no se lo cuente a nadie más; sin em- bargo, su hermano cree que por seguridad es mejor que todos lo sepan y uno a uno cuenta el secreto de Matilde haciendo la recomendación de no decir nada a nadie más. Dos días después y “con asesoría de expertos” decidieron no entablar la denuncia en la policía, sino buscar a “alguien que siguiera a este tipo”. No fue necesario un experto, unos de sus familiares, por accidente, descubrió unos mensajes de voz amenazantes en el teléfono móvil de Matilde y no tardó en descubrir que era su vecino y amigo de infancia de 23 años; había crecido en la casa siguiente a la de ella y toda la vida lo había escuchado jugar y gritar en el patio y el camino de la vereda así que no tenía dudas. Con esa información “los expertos” empezaron una investigación que, efectivamente los llevó hasta el vecino de Matilde, recorrieron la zona donde ella, más o menos, creía que la había forzado a llegar y allí encontraron un “cambuche” muy bien aperado de lazos, trapos y un cuchillo; evidencia suficiente para saber que ese era el sitio. Durante esos días ella siguió recibiendo las lla- madas de este hombre para sobornarla y decirle “cosas obscenas” (que Matilde no se atreve a pronunciar), cada llama- da la hizo llorar y recordar aquella noche que, según ella, la mató. Con la evidencia lista Matilde y su familia deciden poner la denuncia y con el camino de investigación aho- rrado pusieron preso rápidamente a “ese tipo”. Ella no lo llama por su nombre en ningún momen- to y lejos de olvidar todo lo que le pasó, Matilde tiene que seguir con una vida que no es la suya porque claro, la his-
  • 43. 43 pasó a su maestra de segundo y tercer grado. Es una forma de muerte, muerte de la persona que se “era”. Y lo que Matilde reclama no es solo la cárcel para su agresor, sino una oportunidad de volver a vivir, de volver a hacer mundo, ¡Cárcel no es sinónimo de justicia! El perro sobre la cama Corre 1964, María de Jesús tiene 19 años y es la primera vez que sale de su finca para vivir en la ciudad, su padre le prometió un paseo a Cali si no ponía resistencia al cambio y los dos cumplieron con el trato. María de Jesús camina por la ciudad de Cali viendo cada cosa con ojos de novedad, pero de repente se ve sola, no sabe dónde están los demás, su papá, su mamá y sus hermanos que también iban con ella ya no están a su lado. Sigue caminando con la esperanza de encontrarlos pero pronto la pierde… está completamente perdida y sólo logra conciencia en el hospital donde, medicada vuelve a recuperar algo de cordura ocho días después. Su familia la buscó cada día y luego la encontró con una bata blanca en un hospital de Cali. Nadie, ni siquiera ella supo dónde estuvo o que le pasó durante esos días. Lo único que la familia obtuvo fue la explicación del médico del por- qué se había perdido: le diagnosticaron esquizofrenia. Casi 50 años después nos encontramos; ella está postrada en una silla de ruedas, y va de la cama a la silla y de la silla a la cama, su habitación está adaptada a sus necesidades, ubicada en el primer piso, con el baño lo suficientemente cerca, cuenta con alguien que le ayuda A veces pienso que si Matilde me hubiera contado su historia el mismo día que la conocí, en una sola tarde, habría sido distinto la forma de interiorizarla y analizarla. Pero siempre he creído que la vida no se equivoca, que todas las fechas se cumplen y que nunca te encuentras a alguien por accidente. La primera vez que vi a Matilde sentí que nada alcanzaría para consolarla o tan siquiera entender- la, ella logró hacerme saber que anatomía y fisiología no bastan para explicar el dolor, pero que sí se puede hacer un intento porque sea compartido o, al menos, acompañado. Sin embrago, debo decir que ese “compartir” o “acompañar” debe ser consciente y precavido, no se puede esperar ser solo atropellado por el dolor que habita en otro cuerpo porque en realidad puede hacer estragos en el propio . En cada conversación con ella yo escuchaba aten- tamente cada cosa que decía, pero cuando salía de ahí yo me sentaba a llorar, tuve pesadillas muchas noches y me imaginé al hombre que la violó cada día sin poder darle un rostro, sufrí de amigdalitis y de calambres en las piernas. Si ese era mi dolor solo por escucharla, imaginen solo por un momento cómo se sentirían su esposo, sus hijos, sus padres que aún viven y sus hermanos ¿cómo? Por eso la violación no es solo la violencia sexual de un cuerpo sobre otro, o si se le introdujo esto o aquello en sus partes íntimas o boca. Es también la lesión de la comunidad emocional y de las redes sociales, del dolor de los cuerpos, de la ruptura de la forma de ser uno con el mundo, es no comer lentejas nunca más, regalar el perro, enrejar la casa, no volver a hacer el amor con su esposo y no poder dar clase a los niños de primaria que aún no entienden (y no por tontos, sino por negligencia) qué le
  • 44. 44 fácil y para su familia tampoco. Ahora María de Jesús es la dueña de un cuerpo que aunque biológicamente puede, no camina como una forma de resistencia frente a lo que le pasó, no volvió a la calle y el único hombre que acepta cerca es su hermano porque es sacerdote. Testimonio silencioso: Callar también es decir El silencio no es ausencia de testimonio. “Ahora sé que el dolor del alma se experimenta primero en el cuerpo” -Piedad Bonnett- Hay sensaciones que sólo pueden comunicarse con silencios porque es el cuerpo mismo el que cuenta, por eso el silencio no es ausencia de testimonio, sino un testimo- nio distinto con el “cuerpo mudo, pero rebelde y furiosamente vivo complemento del discurso” (Das, 2008) Alguien entra a la oficina temprano y en voz bajita me dice “Diana quiero que escuches esto”. Yo salgo sin hacer preguntas y le sigo. Me llevan a una habitación que pare- ce la enfermería y que no conocí antes. Una habitación blanca, con unas flores plásticas y una camilla; sobre ella hay una mujer de unos cuarenta años, un poco temblorosa y con los ojos húmedos. “Se llama Carmen”, me informan como si yo fuera un médico que pasa revista. Carmen trabaja atendiendo víctimas de violación y haciendo lo posible para que los procesos jurídicos salgan las veinticuatro horas del día a moverse, a cambiar de posición para que no le salgan escaras (sin embargo por la cantidad de tiempo que lleva sin movimiento esto no ha sido posible). No es difícil adivinar que esta familia ha tenido que pasar días y años muy duros, que lo han intentado “todo” por ayudarla, pero no todos los intentos fueron acertados. En medio de tanta confusión, sus padres creen que la “locura” de su hija se debe a la “falta de hombre” y deciden ponerle solución a esta situación. Su hermano, un poco mayor que ella busca, un ex presidiario para que viole a su hermana. Ese es el único recuerdo claro de María de Jesús: “a mí me encerraron en mi pieza con un hombre que trajo mi hermano y ellos esperaron afuera. Luego él me dijo que me acostara en la cama y que abriera las piernas. Yo me puse a llorar, estaba muy asustada. El empezó a darme besos por todo lado y después… él me hizo la mujer de él. Yo me sentí muy mal… ¡y desde ahí es que este maldito perro se me sube a la cama y yo tengo que darle con un palo! ¿A usted no la ha molestado?” Pero en la cama no había ningún perro, es solo una presencia que la hace enojar y en ocasiones llorar porque ese perro nunca se va aunque ella lo golpee. La historia de su violación no termina ahí; tiempo después se le diagnosticó VIH SIDA;su vida no ha sido nada
  • 45. 45 C: si D: ¿y cuál es la diferencia? C: que yo sé quiénes son los que violan esa niña y no me siento capaz de decir nada D: ¿entonces eso es lo que te produce el calambre? C: si y las migrañas. He estado hospitalizada por el dolor de cabeza D: ¿cuál crees que sea la solución? C: yo le iba a preguntar si usted me ayudaba a ver qué hace- mos con los tipos… D: ¿y por qué no pones la denuncia? C: porque no es tan sencillo Ella siguió explicando lo que sucedía, pero por lo delicado del caso he decidido no expresarlo completamen- te en este texto. Sin embargo lo traigo a colación porque a partir de ese día entendí en cuerpo propio los calambres de Carmen. Había tan pocas garantías de llevar a proceso ju- rídico este caso que yo pasaba las noches enteras pen- sando cómo hacerlo, llamé “amig@s” de organizaciones confiables para que me dieran alguna solución, pero nadie parecía tenerlo claro o querer interferir con el asunto. Yo no pude a hablar más con Carmen. En su traba- jo la incapacitaron y está en proceso de que la diagnosti- quen con enfermedad laboral, pues parece que no pudo volver a reponerse. Días después constato que la “impotencia”, la falta de claridad, el dolor de otras personas pasa por mi cuer- po. Mi hombro derecho ha empezado a producir espas- adelante. A pesar de que lleva más de diez años en esta labor, no todos los casos son iguales ni ella los asume o le afectan de la misma forma. Yo trato de ser un poco más amable y preguntarle primero cómo se siente. C: tengo un calambre. A esas alturas lo que creo es que se equivocaron de “profesional”; así que salgo y le explico a la persona que me buscó que no sé en qué puedo ayudar. Ella me pre- gunta ¿usted no es la de las violaciones?, y le digo que si, pero que no estoy en condiciones de atender una emergen- cia. Entonces ella me confiesa que quien ha pedido hablar conmigo es Carmen. Siendo así, me dispongo nuevamente a hablar con ella. D: bueno Carmen, cuéntame ¿en qué te puedo ayudar? C: es que tengo un calambre y me da hace muchos días D: y donde te da ese calambre C: en la vagina Me imaginé entonces que ella era una víctima de violación y que era casi lógico que su cuerpo reaccionara de alguna forma. En ese momento entra la persona que le acompañaba y me dice: “pero a ella no han violado”. Entonces Carmen reanuda su explicación: C: es que llevo mucho tiempo, atiendo casos de “abuso se- xual”, pero nunca me había dado eso. D: ¿y tú sientes que es por algún caso en particular?
  • 46. 46 podido decir se le juntara con lo que no han dicho otrxs y el cuerpo en un acto de rebeldía lo estallara por cada poro de la piel sin opción de ocultarlo o ignorarlo. Me asalta una pregunta ¿los hombres se sienten igual ante este tipo de casos? ¿O es una cuestión femenina? No creo que todxs estemos en la capacidad de manejar estas problemáticas, ni que se esté teniendo en cuenta en la selección del personal esta habilidad y mucho menos estamos en la capacidad de hacerlo durante décadas. En los últimos dos años conocí mujeres y hom- bres comprometidos con las víctimas de violación, desde el punto de vista legal y psicológico, de organizaciones sociales e instituciones; y puedo decir que la afectación de “campo” - como la mía – no es una rareza. En varias ocasiones encontré que estas personas pierden la vista (en uno o sus dos ojos), sufren dolores de cabeza, fibro- mialgia que es una afección en los músculos de todo el cuerpo que genera mucho dolor y que se torna degenera- tiva, estrés y alcoholismo en algunos casos masculinos. Testimonio no oficial: Dolor compartido En Colombia el movimiento estudiantil sentó un precedente con la movilización del 2011. Muchos salimos a las calles a dar la pelea “por una educación gratuita y del tamaño de nuestros sueños” y dimos un gran paso: tumba- mos la reforma a la Ley 30 de educación superior. En ese proceso, que personalmente debo decir no fue nada fácil, mos musculares; en un principio creí que había dormido mal acomodada, pero pronto ese dolor empieza a apode- rarse de mi brazo, de mi muñeca, de mis dedos, siento oprimidos los nervios y tres días después y sin motivo aparente experimento ceguera durante casi una hora. No veo nada… solo escucho a mi padre que impa- ciente me habla para calmarme, luego a mi hermano que entra a mi habitación y desesperado me toca la cara y me dice que está ahí. Por el pánico que siento, se baja mi presión sanguínea y empiezo a temblar como una hoja y a llorar descontrolada, y lo único que puedo decir repeti- damente es “papá tengo mucho miedo”. Mi padre, que nunca le ha dado rienda suelta a mis miedos, no cede ni un segundo “respire tiene que calmarse”. Y yo trato de seguirlo. En mi mente estaba constantemente el miedo de no volver a ver a mi hermano… fue lo que más temí. Luego, todo empezó a aclararse y descubrí que habían apagado la luz (como una forma de estar conmigo en la oscuridad), mi hermano se me acercó y movió una mano en frente de mi cara hasta que le dije “si, hermanito, ya la vi”. Encendieron luces y lo primero que escuche fue el regaño (que no falta nunca) de mi papá: “¡Esa tesis la va a matar! ¡Tiene que salir, hacer deporte, conseguirse un novio!” Ya no me parecen tan ilógicos los calambres vagina- les de Carmen, ni sus migrañas. ¿Cómo evita uno que el dolor de otra persona se haga tan propio? Es como si todo aquello que uno no ha
  • 47. 47 que se vuelva un chisme. Y bueno, mis luchas primero las di conmigo para volver a quererme, para entender que todo lo que nos pasó a mi hermanita y a mí no tiene por qué avergonzarnos D: entonces ¿por qué la organización no lo sabe? L: te lo estoy contando a vos porque creo que lo podes ma- nejar, por lo que haces, pero el lío es que no todo el mundo está listo para escucharlo y seguirme respetando de la misma forma. Eso es un proceso de conciencia de la gente, el lio no solo es el momento de la violación sino a dónde llega uno, a qué espacios cae uno después de eso. D: Entonces si me dices que el proceso no está listo para sa- berlo ¿cómo te ayuda? ¿Por qué se volvió tan importante? L: porque acordáte que quedé sin familia. Si el que te viola es tu papá, ya no tenés nada, quisieras no tener ni sangre que te lo recuerde. Y el proceso se volvió mi casa, mi familia, mis hermanos. Eso que lo hace levantar a uno todos los días. Y creen en vos y te dejan hacer y también pelias con ellos. Pero sobretodo te acompañan sin juzgar ninguna locura por la que da, te acompañan a la casa si se te hizo tarde y en las reuniones te oyen y vos volvés a valer algo. Por eso luego traje a mi hermana y ahí está aprendiendo cosas, y está volviendo a quererse. compartimos la calle, la olla, la chiva, las ideas, las consig- nas, los amores, los desamores, la creatividad, las capa- cidades de cada uno y las ganas de construir “un nuevo país”. Entre tantas noches durmiendo en cualquier parte, largos viajes en chiva y eternas reuniones para tomar de- cisiones apareció Laura, que había hecho de su dolor una forma de lucha y un compromiso con ella misma de que pelearía para que a otras no les sucediera. Laura y su hermana menor fueron violadas por su padre durante varios años. Ella cuenta cómo en muchas ocasiones él la obligaba a que viera cuando agredía a su hermanita por la que nunca pudo hacer nada. Pero lo que realmente me impactó de esta historia no fue la violación, sino como Laura revierte su dolor y lo convierte en lucha, en una lucha por garantizar un mejor país para ella, su hermana, por las que vienen y las que van adelante. L: Por eso llegué aquí (organización estudiantil), porque sentí que debía hacer algo para que nunca le pasé a nadie más” D: ¿Y tú crees que eso se pueda? – pregunté L: ¿Qué? D: garantizar que no vuelva a suceder. L: pues no sé. Pero con seguridad vamos a intentarlo. D: vamos ¿Quiénes? ¿la organización sabe lo que te pasó? L: no. Y no quiero que se enteren D: entonces no entiendo como es tu lucha L: pues lo primero es que no quiero que me traten diferente o
  • 48. 48 existe un problema estructural en cómo están concebidas las rutas a nivel nacional que no permiten a las víctimas de violación una atención con dignidad. Los espacios físicos institucionales que responden a las denuncias, prevención y protección de víctimas de violación son espacios simples, insípidos, fríos, llenos de normas sociales y jurídicas. En cualquiera de estos, las víc- timas deben enfrentarse al uniforme y arma del portero, que por lo general está encargado de hacer difícil el acceso a estos espacios: “¿para dónde va? ¿A qué? ¿la/lo violaron? Aaa… si pregunte en el piso tal…” y al llegar a ese piso tendrá que contar nuevamente una y otra vez porque no hay alguien que guie. También encontrará policía, CTI, y hasta gente del IMPEC; tomarán su denuncia, luego irá a Medicina Legal, donde nuevamente tendrá que contar lo que le pasó con lujo de detalles a alguien que “certificará” que, efectivamente fue violadx, ( en el mejor de los casos) o cabe la posibilidad de que en lugar de eso, encuentre un regaño por haberse bañado después de la violación, cam- biado de ropa interior o por no haber acudido inmediata- mente (después de sucedido el hecho.) Las cosas pueden empeorar si quien va a denunciar es una niña o niño. Creo que esos espacios son crueles de mu- chas formas, pero la cara y movimientos de un niñx cuando ve gente uniformada, armada y haciendo preguntas es muy particular, parece que quisiera encogerse, volver a meterse en su madre o desaparecer detrás de sus piernas. ¿Por qué estos espacios no se piensan para las víctimas? Entonces pensé que era simplemente grandioso que las organizaciones estudiantiles se convirtieran en espacios contra hegemónicos para dar testimonio de violaciones, porque si bien ella no ha pensado en socia- lizarlo en ese espacio, quiso dejar su grito de lucha en manos de esta “vocera” para que yo camine su palabra, pero no quiso inscribirlo en los archivos del Estado. Para ser franca, fue la primera vez que escuché una alternati- va, coherente, para las víctimas: “una comunidad emo- cional” (Jimeno M. , 2007) que acompaña y da una opción de vida,alienta la recuperación de la persona y además puede ser un “auto entrenamiento” para ayudar otras víctimas de violación y ser un vehículo de recomposición social. ¿Quiénes mejor que ellas mismas para saber cómo ayudar a otras? Espacios normados: Sin huellas de emoción Coincido en que el trabajo de campo es, en pri- mer término, aquel lapso en el que nuestros cuerpos (de investigadores) se insertan experiencialmente en un determinado campo social que intentamos comprender y que en la relación de “estar ahí” hay una producción, ante todo corporal(Puglisi, 2011) que se evidencia, se somatiza, se llora, se ríe, se oye y se ve. Buena parte del trabajo de campo transcurrió en algunas instituciones, que no nombraré, porque de a acuerdo a la experiencia vivida en la investigación, creo que el problema no sólo es de las instituciones, sino que