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Catecismo de la Iglesia
El Credo: XX al XXVII
ESTEPRE, Junio 2013
Antonio Ribas Ribas, OCD
XX.- Creo en el
Espíritu Santo.
Es el artículo 8º del Símbolo
de los Apóstoles. El de Nicea-
Constantinopla añade: “Señor
y Dador de vida, que procede
del Padre y del Hijo, que con
el Padre y el Hijo recibe una
misma adoración y gloria, y
que habló por los profetas”.
Nota: Los “profetas” son los
autores del A.T. y del N.T.
El Espíritu Santo es la tercera
Persona de la Santísima Trinidad. Es
el Espíritu Santo quien nos revela a
Cristo y nos lo hace conocer, quien
nos hace sentir hijos de Dios y desde
nuestro interior nos hace exclamar:
“Abba”, Padre. Pero Él, que habló por
los profetas, nos hace oír la Palabra
del Padre, pero a él no lo oímos; no
se revela a sí mismo, ni lo vemos…
Ocultamiento discreto, divino. Pero
mora en nosotros (687).
• 1.- ¿Dónde conocemos al Espíritu Santo?
• La iglesia, es el lugar de nuestro conocimiento
del Espíritu Santo:
• -En las Escrituras que él ha inspirado; en la
Tradición, de la cual los Padre de la Iglesia son
testigos siempre actuales;
• -en el Magisterio de la iglesia, al que Él asiste;
en la liturgia sacramental, a través de sus
palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu
Santo nos pone en comunión con Cristo;
• -en la oración en la cual Él intercede por
nosotros; en los carismas y ministerios
mediante los que se edifica la iglesia; en los
signos de vida apostólica y misionera; en el
testimonio de los santos, donde Él manifiesta
su santidad (688)
• 2.- La misión del Hijo y del Espíritu
Santo
• El Padre, en su amor infinito, nos ha
regalado su don; nos ha entregado
su propio Hijo y nos ha enviado el
Espíritu Santo: distintos, pero
inseparables. Cristo se nos
manifiesta como imagen visible de
Dios, pero es el Espíritu Santo quien
nos lo revela. Cristo es el Mesías, el
“Ungido”, y es el Espíritu quien lo
unge. La misión del Espíritu será
unir a todos los fieles a Cristo y
hacerlos vivir en Él como hijos
adoptivos del Padre. El Espíritu
Santo nos introduce en el misterio y
vida de la Trinidad (689-690).
3.- El Espíritu llena la historia
Es el Amor de Dios que lo
impregna todo, que lo invade
todo, que está presente en
todo. Por el Espíritu creo Dios el
mundo. Por el soplo del Espíritu
el hombre lleva en sí la
semejanza con Dios; semejanza
que, perdida por el pecado, se
encargará el Espíritu de
restaurar mediante la
Encarnación, muerte y
resurrección de Cristo.
A través de Abrahán,
Moisés, los Profetas…el
Espíritu irá preparando el
pueblo de las promesas, un
pueblo de corazón
renovado, un pueblo de
“pobres de espíritu”, del
que nacerá “un vástago,
(Cristo), sobre el que
reposará el Espíritu del
Señor, espíritu de sabiduría
e inteligencia, espíritu de
consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia, piedad y
temor de Dios”.
En Juan, el Bautista, el Espíritu
culmina la obra de “preparar al
Señor un pueblo bien dispuesto”.
María, la Virgen Madre de Dios, es
la obra maestra del Espíritu Santo.
En ella ha encontrado Dios Padre la
Morada, en donde su Hijo y el
Espíritu Santo pueden habitar
entre los hombres. María concibe
por obra del Espíritu Santo. En Ella
el Espíritu comienza a poner en
comunión con Cristo a los hombres
El Hijo de Dios es consagrado
Cristo (Mesías) mediante la Unción
del Espíritu Santo en su
Encarnación (cfr. Sal.2,6-7).
4.- El Espíritu y la iglesia en los últimos
tiempos
El día de Pentecostés (al término de las
siete semanas pascuales), la Pascua de
Cristo se consuma con la efusión del
Espíritu Santo que se manifiesta, da y
comunica como Persona divina; desde su
plenitud, Cristo, derrama profusamente el
Espíritu. El reino de Cristo queda abierto
para todos los que creen en Él. Con su
venida, que no cesa, el Espíritu Santo
hace entrar al mundo en “los últimos
tiempos”, el tiempo de la iglesia. A partir
de esta hora, la misión de Cristo y del
Espíritu se convierte en la misión de la
iglesia (731-732).
El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza,
derrama sobre sus miembros, construye,
anima y santifica a la Iglesia. Ella es el
sacramento de la Comunión de la
Santísima Trinidad con los hombres. Leer
1Cor.12,4.5.11.13; Ef.4,3-4.
“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!”
(San Juan de la Cruz)
XXI.- La Iglesia en el
designio de Dios.
El artículo 9º del Símbolo de los
Apóstoles dice: “Creo en la Santa
Iglesia Católica, la comunión de los
santos”. El Símbolo de Nicea-
Constantinopla añade que es “Una” y
“Apostólica”. La fe sobre la Iglesia es
inseparable de la fe en Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo y depende de esa
fe trinitaria. La iglesia no tiene luz
propia, la recibe de Cristo, como la
luna que recibe la luz del sol (748).
1.- Origen, fundación y misión de la iglesia
Dios creó el mundo para comunicar a los
hombres, en su Hijo, su propia vida divina,
y reunirlos en su iglesia. La iglesia es la
finalidad de todas las cosas en el designio
de Dios. “Así como la voluntad de Dios es
un acto y se llama mundo, así su intención
es la salvación de los hombres y se llama
iglesia” (Clemente de Alejandría) (760).
Con la vocación de Abrahán, padre de los
creyentes, y la elección de Israel como
pueblo de Dios, signo de la reunión futura
de todas las naciones, Dios ha ido
preparando su iglesia, el nuevo pueblo de
Dios.
Será el Hijo de Dios, Jesucristo, quien comenzará
su iglesia con el anuncio de la Buena nueva,
reuniendo el pequeño rebaño de sus discípulos,
la verdadera familia de Jesús, germen y
comienzo del Reino al que están llamados todos
los hombres. Pedro, como cabeza, y los
apóstoles son los cimientos de este reino. Así
Cristo prepara y edifica su iglesia. Pero la iglesia
ha nacido principalmente del don total de Cristo
en la cruz, así del “costado de Cristo, dormido en
la cruz, nació el sacramento admirable de toda
la iglesia” (763-766).
Será el día de Pentecostés cuando la iglesia se
manifiesta al mundo y se inicia la difusión del
evangelio entre los pueblos.
“En el Credo, después de haber
profesado la fe en el Espíritu
Santo, decimos: "Creo en la
Iglesia una, santa, católica y
apostólica". Hay una conexión
profunda entre estas dos
realidades de la fe: es el Espíritu
Santo, de hecho, quién da vida a
la Iglesia, guía sus pasos. Sin la
presencia y la acción incesante
del Espíritu Santo, la Iglesia no
podría vivir y no podría cumplir
con la tarea que Jesús resucitado
le ha confiado de ir y hacer
discípulos a todas las naciones.
Evangelizar es la misión de la
Iglesia, no sólo de algunos, sino la
mía, la tuya, nuestra misión. El
apóstol Pablo exclamaba: "¡Ay de
mí si no predicara el Evangelio!".
Cada uno de nosotros debe ser
evangelizador ¡sobre todo con la
vida! Pablo VI subrayaba que "...
evangelizar es la gracia y la
vocación propia de la Iglesia, su
identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar"(Papa
Francisco, Audiencia General, 22-
05-2013).
2.- Los nombres e imágenes de
la iglesia
La palabra “Iglesia” significa
“convocación”.
Designa la asamblea de
aquellos a quienes convoca la
palabra de Dios para formar el
Pueblo de Dios y que,
alimentados con el Cuerpo de
Cristo, se convierten ellos
mismos en Cuerpo de Cristo.
Leer 1Cor.1,2; 16,1; 15,9;
Rm.16,16. La iglesia es un
misterio inagotable.
A través de símbolos e
imágenes podemos ir
penetrando en su misterio.
Se llama “redil”, cuya
puerta única es Cristo. Es el
“rebaño”, cuyo pastor es el
mismo Dios. Es la “viña”
plantada, regada y cuidada
por el Señor. Es la “casa”,
donde habita la familia de
Dios. Es el “templo” del
Espíritu. Es la “Esposa” del
Cordero Inmaculado,
Cristo. Es nuestra “madre”
(253-257).
3.- La iglesia misterio de fe
Sólo a través de una fe “vivida y
madura” se puede pensar en el
misterio de la iglesia: que es visible
y a la vez espiritual, terrena y llena
de bienes del cielo.
La iglesia es como el gran
sacramento, signo sensible y eficaz
de la unión íntima de los hombres
con Dios y de la unidad de todo el
género humano. Ella es el
“sacramento universal de salvación”
(770-776).
XXII.- La Iglesia, Pueblo de
Dios, Cuerpo de Cristo,
Templo del Espíritu Santo.
1.- La iglesia, pueblo de Dios
“Cristo Jesús se entregó por
nosotros a fin de rescatarnos de
toda iniquidad y purificar para sí
un pueblo que fuese suyo”
(Tt.2,14). “Vosotros sois linaje
elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido”
(1Pe.2,9).
La cabeza es Cristo, que ha adquirido
este pueblo a precio de sangre. Su ley
es el mandamiento de Jesús: “Ámense
como yo los he amado”. Su misión es
ser sal de la tierra y luz del mundo. Su
identidad, la dignidad y libertad de los
hijos de Dios. Su destino, el reino de
Dios. Se llega a ser miembro de este
pueblo “no por el nacimiento”, sino por
la fe y el bautismo del “agua y del
Espíritu”. Todos los hombres están
invitados al Pueblo de Dios, a fin de
que, en Cristo, los hombres constituyan
una sola familia y un único Pueblo de
Dios.
Este pueblo participa de la triple función
de Cristo, que es “sacerdote, profeta y
rey”. La iglesia es así “un pueblo
sacerdotal”, consagrado a Dios por el
bautismo. Es un pueblo de profetas, que
se adhieren a la fe trasmitida, la
profundizan y se convierten en testigos
de Cristo en el mundo. Es un pueblo de
reyes, que, así como Cristo ejerce su
realeza desde la cruz y se ha hecho
servidor de todos, así también la iglesia
considera que “servir es reinar” y se
hace servidora sobre todo de los pobres
y de los que sufren, en los que ve
especialmente la imagen de Cristo pobre
y sufriente (781-786).
2.- La Iglesia es el Cuerpo de Cristo.
Por el Espíritu y su acción en los
sacramentos, sobre todo en la
Eucaristía, Cristo muerto y resucitado
constituye la comunidad de los
creyentes como Cuerpo suyo. La
Iglesia es comunión con Jesús. Leer
Jn.15,4-5.
En la unidad de este cuerpo hay
diversidad de miembros y de
funciones. Todos los miembros están
unidos unos a otros (particularmente
a los que sufren, a los pobres y
perseguidos) por su unión con Cristo.
Cfr.1Cor.12,12-13.27.
La Iglesia es este Cuerpo del que
Cristo es la Cabeza: vive de El, en
El y por El; El vive con ella y en
ella. Leer Col.1,18; 2,19; Ef.4,15-
16; 5,23; 1,22-23. Cristo y la
Iglesia son el “Cristo total” (San
Agustín). “La Iglesia es Cristo y los
prójimos” (Beato Francisco
Palau).
La Iglesia es la Esposa de Cristo: la
ha amado y se ha entregado por
ella. La ha purificado por medio
de su sangre. Ha hecho de ella la
Madre fecunda de todos los hijos
de Dios. Leer Ef.5,25-32. (787-796)
3.- La Iglesia es el Templo del
Espíritu Santo.
El Espíritu es como el alma de la
iglesia y del cristiano. Es “el
principio de toda acción vital y
saludable de la iglesia”.
Actúa constantemente
santificando a su iglesia, por la
Palabra de Dios, por el bautismo y
los sacramentos, por las virtudes
y las gracias especiales, llamadas
“carismas”,
que reparte a todos los miembros
para la edificación de la iglesia, al
bien de los hombres, a las
necesidades del mundo.
Es el principio de la unidad en la
diversidad y de la riqueza de sus
dones y carismas. Leer 1Cor.3,16-17;
Ef.2,19-22. Así toda la Iglesia aparece
como el pueblo unido “por la unidad
del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo” (San Cipriano). (797-801).
• Creer en la iglesia y amar a la iglesia ha sido
la “pasión” de los santos. Teresa de Jesús: “Al
fin, muero hija de la iglesia”.
• “He hallado mi puesto en la Iglesia...: en el
corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el
amor” ( santa Teresita del Niño Jesús,
Historia de un alma).
• “Ha llegado la hora de amar a la iglesia, con
un corazón fuerte y nuevo… He aquí el deber
de la hora presente. Amarla significa
estimarla y ser felices de pertenecer a ella;
significa ser valientemente fieles; significa
obedecerla y servirla, ayudarla con sacrificio
y con gozo en ardua misión” (Papa Pablo VI).
XXIII.- Los fieles de Cristo: jerarquía,
laicos , vida consagrada.
1.- La constitución jerárquica de la
iglesia
-Por institución divina, entre los
fieles hay en la Iglesia ministros
sagrados, que en el derecho se
denominan clérigos; los demás se
llaman laicos. Hay, por otra parte,
fieles que perteneciendo a uno de
ambos grupos, por la profesión de
los consejos evangélicos, se
consagran a Dios y sirven así a la
misión de la Iglesia. Cfr. 1Cor.12,14-
30.
-Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apóstoles y a
sus sucesores. El les da parte en su misión . De El reciben el poder de obrar en su
nombre. Cfr. Rm.10,14-15.17; 1,1.
El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de
ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la cabeza del
colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastorde la Iglesia universal en la tierra
. Cfr.Mt.16,18-19; Jn.21,15-17.
El Papa goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y
universal para cuidar las almas.
-Los obispos, instituidos por el Espíritu
Santo, suceden a los apóstoles. Cada
uno de los obispos, porsu parte, es el
principio y fundamento visible de
unidad en sus Iglesias particulares.
Los obispos, ayudados por los
presbíteros, sus colaboradores, y por
los diáconos, tienen la misión de
enseñar auténticamente la fe,de
celebrar el culto divino, sobre todo la
Eucaristía,y de dirigir su Iglesia como
verdaderos pastores.
A su misión pertenece también el
cuidado de todas las Iglesias, con y
bajo el Papa. Leer Mc.16,15; 1Pe.5,3;
Lc.22,26-27.
2.- Los fieles cristianos laicos
-Siendo propio del estado de los laicos
vivir en medio del mundo y de los
negocios temporales, Dios les llama a que
movidos por el espíritu cristiano ejerzan su
apostolado en el mundo a manera de
fermento. Cfr.Mt.13,33; 5,13-16.
-Los laicos participan en el sacerdocio de
Cristo: cada vez más unidos a El,
despliegan la gracia del Bautismo y la de
la Confirmación a través de todas las
dimensionesde la vida personal, familiar,
social y eclesial y realizan así el
llamamiento a la santidad dirigido a todos
los bautizados.
Gracias a su misión profética, los laicos
están llamados a ser testigos de Cristo
en todas las cosas, también en el
interior de la sociedad humana.
Debido a su misión regia, los laicos
tienen el poder de arrancar al pecado
su dominio sobre sí mismos y sobre el
mundo por medio de su abnegación y
santidad de vida.
3.- La vida consagrada
-La vida consagrada a Dios se
caracteriza por la profesión
pública de los consejos
evangélicos de pobreza, castidad
y obediencia en un estadode vida
estable reconocido por la Iglesia.
Leer Mt.19,12; 1Cor.7,7-9.32-35.
Entregado a Dios supremamente
amado, aquél a quien el
Bautismo ya había destinado a El,
se encuentra en el estado de vida
consagrada más íntimamente
comprometido en el servicio
divino y dedicado al bien de toda
la Iglesia.
3.- La vida consagrada
“¡Quisiera recorrer la tierra,
predicar tu nombre, y plantar
sobre el suelo infiel tu Cruz
gloriosa! Pero ¡oh, Amado mío!,
una sola misión no me bastaría.
Desearía anunciar al mismo
tiempo el Evangelio en las cinco
partes del mundo, y hasta en las
islas más remotas...
Quisiera ser misionero, no sólo
durante algunos años, sino
haberlo sido desde la creación
del mundo y seguir siéndolo
hasta la consumación de los
siglos...” (Santa Teresa del Niño
Jesús).
XXIV.- La comunión de los
santos.
El Símbolo de los Apóstoles,
después de confesar la fe en la
santa Iglesia católica, añade: “la
comunión de los santos”, porque
eso es también la Iglesia.
Como todos los creyentes
forman un solo cuerpo, el bien
de los unos se comunica a los
otros.
Es, pues, necesario creer que
existe una comunión de bienes
en la Iglesia.
1.- La comunión de los bienes
espirituales
La Iglesia es “comunión de los
santos”: esta expresión designa
primeramente las “cosas santas” y
ante todo la Eucaristía, que
significa y al mismo tiempo realiza
la unidad de los creyentes, que
forman un solo cuerpo en Cristo.
Leer Hch.2,42-47; 4,32-35.
Este término designa también la
comunión entre las “personas
santas” en Cristo que ha muerto
por todos, de modo que lo que
cada uno hace o sufre en y por
Cristo da fruto para todos. Leer
1Cor.12,26-27; 10,24.
2.- La comunión entre la iglesia del cielo y la de la tierra
Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los
que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos
y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen
en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a
nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos,
que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones. Leer
2Mac.12,44-46.
“Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresita del
Niño Jesús)
3.-María, Madre Cristo, Madre de la
iglesia
Fue necesaria en la vida de Cristo.
Totalmente unida a Él. Al pronunciar el
“fiat” de la Anunciación y al dar su
consentimiento al Misterio de la
Encarnación, María colabora ya en toda
la obra que debe llevar a cabo su Hijo.
Ella es necesaria en la vida de la iglesia,
“cuerpo de Cristo”. Madre allí donde El
es Salvador y Cabeza del Cuerpo Místico.
Agonizando en la cruz, nos la entrega por
Madre. Leer Jn.19,26-27.
La Santísima Virgen María, cumplido el
curso de su vida terrena, fue llevada en
cuerpo y alma a la gloria del cielo, en
donde ella participa ya en la gloria de la
resurrección de su Hijo, anticipando la
resurrección de todos los miembros de
su Cuerpo. El dogma de la Asunción fue
proclamado en 1950 por el Papa PIO XII.
Creemos que la Santísima Madre de
Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia,
continúa en el cielo ejercitando su oficio
materno con respecto a los miembros de
Cristo. (963-972).
XXV.- Creo en el perdón de los pecados
El Credo relaciona “el perdón de los
pecados” con la profesión de fe en el
Espíritu Santo. En efecto, Cristo resucitado
confió a los apóstoles el poder de
perdonar los pecados cuando les dio el
Espíritu Santo. Leer Jn.20,22-23.
Es una realidad consoladora, liberadora,
fruto de la redención de Jesús. Este perdón
está vinculado a la fe y al bautismo. A la fe
en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. A la fe
en la iglesia que ha recibido este poder de
perdonar los pecados
1.- Un solo Bautismo para el
perdón de los pecados
El Bautismo es el primero y
principal sacramento para el
perdón de los pecados: en el
bautismo nos incorporamos a
Cristo, muerto y resucitado para
nuestra justificación. Recibimos
un perdón tan completo que no
queda en nosotros nada por
purificar y nos da el Espíritu
Santo. Leer Hch.2,38; Mc.16,15-
16; Rm.6,1-6.
2.- La potestad de las llaves
El bautismo, sin embargo, no nos libra de
nuestra debilidad natural. Hemos de
continuar combatiendo contra las fuerzas
del mal, que a veces nos dominan y nos
pueden hacer caer de nuevo en el pecado.
Por eso era necesario que el bautismo no
fuese el único medio para ese perdón. Por
voluntad de Cristo, la Iglesia posee el
poder de perdonar los pecados de los
bautizados y ella lo ejerce de forma
habitual en el sacramento de la Penitencia
por medio de los obispos y de los
presbíteros. Leer 2Cor.5,18; Mt.18,21-22;
Lc.24,47.
Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el
poder de perdonar los pecados de los
bautizados y ella lo ejerce de forma
habitual en el sacramento de la
Penitencia por medio de los obispos y de
los presbíteros. Leer 2Cor.5,18; Mt.18,21-
22; Lc.24,47.
En la remisión de los pecados, los
sacerdotes y los sacramentos son meros
instrumentos de los que quiere servirse
nuestro Señor Jesucristo, único autor y
dispensador de nuestra salvación, para
borrar nuestras iniquidades y darnos la
gracia de la justificación.
No hay nadie hay tan
perverso y tan culpable
que no pueda esperar
con confianza su
perdón, siempre que
su arrepentimiento sea
sincero.
La iglesia tiene siempre
las puertas abiertas
para todo el que
vuelve arrepentido del
pecado. (976-983).
•XXVI.- Creo en la resurrección de la carne
•El artículo 11º del Símbolo de los Apóstoles
habla de la resurrección “de la carne”,
profesando que después de la muerte no
habrá solamente vida del alma inmortal sino
que también nuestros “cuerpos mortales”
(Rm.8,11) volverán a tener vida.
•El Símbolo de Nicea-Constantinopla dice:
“Espero la resurrección de los muertos”, con
lo cual confiesa una actitud de esperanza.
Este artículo es un elemento
esencial de la fe cristiana. “La
carne es soporte de la salvación”
(Tertuliano).
Creemos en Dios que es el
creador de la carne; creemos en
el Verbo hecho carne para
rescatar la carne; creemos en la
resurrección de la carne,
perfección de la creación y de la
redención de la carne. Leer
1Cor.15,12-14.20.
1.- La resurrección de Cristo y la nuestra
“Si Cristo ha resucitado, también
nosotros resucitaremos con Él”. La
acción creadora, salvadora y
santificadora de Dios culmina en la
resurrección de los muertos al fin de los
tiempos y en la vida eterna. Creer en la
resurrección de los muertos ha sido
desde el comienzo elemento esencial de
la fe cristiana. A los saduceos que
negaban la resurrección les decía Jesús:
“Dios no es un Dios de muertos, sino de
vivos”. Y dirá más aún: “Yo soy la
resurrección y la vida…el que crea en mí
no morirá para siempre”.
Dios, en su omnipotencia,
dará a nuestros cuerpos la
vida incorruptible, uniéndolos
a nuestras almas, por virtud
de la resurrección de Cristo.
Como Cristo resucitaremos
con nuestro propio cuerpo,
pero transfigurado en cuerpo
glorioso como el suyo
también. El “modo” sobrepasa
nuestra capacidad, sólo lo
creemos por la fe. En realidad,
el bautismo ya ha iniciado en
nosotros una vida de
“resucitados con Cristo”.
2.- Morir en Cristo
Jesús
Para resucitar con
Cristo es
necesario morir
con Cristo. Por
eso, la muerte es
una participación
en la muerte de
Cristo. Es el final
de la vida terrena.
La muerte es
contraria a los
amorosos
designios de Dios.
Por la muerte, el alma se separa del
cuerpo, pero en la resurrección Dios
devolverá la vida incorruptible a
nuestro cuerpo transformado,
reuniéndolo con nuestra alma. Así
como Cristo ha resucitado y vive
para siempre, todos nosotros
resucitaremos en el último día.
Creemos en la verdadera
resurrección de esta carne que
poseemos ahora. No obstante se
siembra en el sepulcro un cuerpo
corruptible, resucita un cuerpo
incorruptible, un cuerpo espiritual.
Leer 1Cor.15,35-37.42-44.51-53.
Como consecuencia del
pecado original, el
hombre debe sufrir la
muerte corporal, de la
que se habría liberado si
no hubiera pecado.
Leer Sb.2,23-24; 2Cor.5,8;
Rm.6,23; Hb.9,27: “Está
establecido que los
hombres mueran una
sola vez”; por lo tanto, no
hay reencarnación
después de la muerte.
Jesús, el Hijo de Dios,
sufrió libremente la
muerte por nosotros
en una sumisión total y
libre a la voluntad de
Dios, su Padre.
Por su muerte venció a
la muerte, abriendo así
a todos los hombres la
posibilidad de la
salvación. Gracias a
Cristo, la muerte
cristiana tiene un
sentido positivo. (988-
1014).
• San Pablo: “Para mí la vida es
Cristo y la muerte una ganancia”.
• San Francisco: “Y por la hermana
muerte, ¡loado mi Señor!”.
• San Juan de la Cruz: “Al alma que
ama, la muerte no le puede ser
amarga, pues en ella halla todas
sus dulzuras y deleites de amor.
Tiénela por amiga y esposa” (CB
11).
• Santa Teresita del Niño Jesús: “Yo
no muero, yo entro en la vida”
XXVII.- Creo en la vida eterna.
Con esta seguridad consoladora
terminamos el Credo. Y a la luz de esta
fe cobra sentido nuestra vida entera.
1.- El juicio particular
Al morir, cada hombre recibe en su alma
inmortal su retribución eterna en un
juicio particular por Cristo, juez de vivos
y de muertos. El Nuevo Testamento nos
presenta este juicio como un encuentro
con Cristo y como una retribución de
cada uno según sus obras y su fe. Leer
Lc.23,43; 16,22; Hb.12,23; 9,27;
2Cor.5,8; Flp.1,23.
2.- El cielo
Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de
Cristo constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será
destruida totalmente el día de la Resurrección, en el que estas almas se
unirán con sus cuerpos. Viven para siempre con Cristo.
Son para siempre semejantes a Dios porque lo ven “tal cual es”. Es una
comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen María,
los Ángeles y todos los santos. Le llamamos “cielo”. El cielo es el fin
último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre.
Creemos que la multitud de aquellas
almas que con Jesús y María se
congregan en el paraíso, forma la
Iglesia celestial, donde ellas, gozando
de la bienaventuranza eterna, ven a
Dios como El es, y participan también,
ciertamente en grado y modo diverso,
juntamente con los santos ángeles, en
el gobierno divino de las cosas, que
ejerce Cristo glorificado, como quiera
que interceden por nosotros y con su
fraterna solicitud ayudan grandemente
a nuestra flaqueza. Leer Ap.22,4-5;
2,17; 1Cor.13,12; 2,9; 1Jn.3,2; Jn.14,3;
Flp.1,23; 1Tes.4,17; Mt.25,21.23.
3.- La purificación final o purgatorio
Los que mueren en la gracia y la
amistad de Dios, pero
imperfectamente purificados, aunque
están seguros de su salvación eterna,
sufren una purificación después de su
muerte, a fin de obtener la santidad
necesaria para entrar en el gozo de
Dios. Leer 1Cor.3,13-15; 1Pe.1,7;
Mt.12,32; 2Mac.12,46.
En virtud de la comunión de los santos,
la Iglesia encomienda los difuntos a la
misericordia de Dios y ofrece sufragios
en su favor, en particular el santo
sacrificio eucarístico.
4.- El infierno
Si pecamos gravemente
contra Dios, contra nuestros
hermanos o contra nosotros
mismos, no amamos. Y el que
no ama permanece en la
muerte. Siguiendo las
enseñanzas de Cristo, la
Iglesia advierte a los fieles de
la triste y lamentable realidad
de la muerte eterna, llamada
también “infierno”. Leer
Mt.25,41.46; 13,42.50;
5,22.29; 10,28; Mc.9,43-48.
La pena principal del infierno
consiste en la separación eterna
de Dios, en quien solamente
puede tener el hombre la vida y
la felicidad para las cuales ha
sido creado y a las cuales aspira.
La Iglesia ruega para que nadie
se pierda: “Jamás permitas,
Señor, que me separe de ti”. Si
bien es verdad que nadie puede
salvarse a sí mismo, también es
cierto que “Dios quiere que
todos los hombres se salven”
(1Tim.2,4) y que para El “todo
es posible” (Mt.19,26).
5.- El juicio final
La misma santa Iglesia
romana cree y
firmemente confiesa
que todos los hombres
comparecerán con sus
cuerpos en el día del
juicio ante el tribunal de
Cristo para dar cuenta
de sus propias acciones.
Leer Mt.25,31-32.46;
Jn.5,28-29; Hch.24,15. Al
fin de los tiempos, el
Reino de Dios llegará a
su plenitud.
Entonces, los justos
reinarán con Cristo
para siempre,
glorificados en cuerpo
y alma, y el mismo
universo material será
transformado. Dios
será entonces “todo
en todos”
(1Cor.15,28), en la
vida eterna. Leer
2Pe.3,13; Ap.21,1-5;
Rom.8,19-23; Ef.1,10.
(1020-1050).
AMEN: Creer es
decir Amén a las
palabras, a las
promesas, a los
mandamientos
de Dios, es fiarse
totalmente de El
que es el Amén
de amor infinito
y de perfecta
fidelidad. Leer
Ap.22,21;
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2Cor.1,20.

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  • 1. Catecismo de la Iglesia El Credo: XX al XXVII ESTEPRE, Junio 2013 Antonio Ribas Ribas, OCD
  • 2. XX.- Creo en el Espíritu Santo. Es el artículo 8º del Símbolo de los Apóstoles. El de Nicea- Constantinopla añade: “Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Nota: Los “profetas” son los autores del A.T. y del N.T.
  • 3. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es el Espíritu Santo quien nos revela a Cristo y nos lo hace conocer, quien nos hace sentir hijos de Dios y desde nuestro interior nos hace exclamar: “Abba”, Padre. Pero Él, que habló por los profetas, nos hace oír la Palabra del Padre, pero a él no lo oímos; no se revela a sí mismo, ni lo vemos… Ocultamiento discreto, divino. Pero mora en nosotros (687).
  • 4. • 1.- ¿Dónde conocemos al Espíritu Santo? • La iglesia, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: • -En las Escrituras que él ha inspirado; en la Tradición, de la cual los Padre de la Iglesia son testigos siempre actuales; • -en el Magisterio de la iglesia, al que Él asiste; en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo; • -en la oración en la cual Él intercede por nosotros; en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la iglesia; en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad (688)
  • 5. • 2.- La misión del Hijo y del Espíritu Santo • El Padre, en su amor infinito, nos ha regalado su don; nos ha entregado su propio Hijo y nos ha enviado el Espíritu Santo: distintos, pero inseparables. Cristo se nos manifiesta como imagen visible de Dios, pero es el Espíritu Santo quien nos lo revela. Cristo es el Mesías, el “Ungido”, y es el Espíritu quien lo unge. La misión del Espíritu será unir a todos los fieles a Cristo y hacerlos vivir en Él como hijos adoptivos del Padre. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio y vida de la Trinidad (689-690).
  • 6. 3.- El Espíritu llena la historia Es el Amor de Dios que lo impregna todo, que lo invade todo, que está presente en todo. Por el Espíritu creo Dios el mundo. Por el soplo del Espíritu el hombre lleva en sí la semejanza con Dios; semejanza que, perdida por el pecado, se encargará el Espíritu de restaurar mediante la Encarnación, muerte y resurrección de Cristo.
  • 7. A través de Abrahán, Moisés, los Profetas…el Espíritu irá preparando el pueblo de las promesas, un pueblo de corazón renovado, un pueblo de “pobres de espíritu”, del que nacerá “un vástago, (Cristo), sobre el que reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia, piedad y temor de Dios”.
  • 8. En Juan, el Bautista, el Espíritu culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. María, la Virgen Madre de Dios, es la obra maestra del Espíritu Santo. En ella ha encontrado Dios Padre la Morada, en donde su Hijo y el Espíritu Santo pueden habitar entre los hombres. María concibe por obra del Espíritu Santo. En Ella el Espíritu comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la Unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cfr. Sal.2,6-7).
  • 9. 4.- El Espíritu y la iglesia en los últimos tiempos El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina; desde su plenitud, Cristo, derrama profusamente el Espíritu. El reino de Cristo queda abierto para todos los que creen en Él. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en “los últimos tiempos”, el tiempo de la iglesia. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la iglesia (731-732).
  • 10. El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. Leer 1Cor.12,4.5.11.13; Ef.4,3-4. “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; ¡rompe la tela de este dulce encuentro!” (San Juan de la Cruz)
  • 11. XXI.- La Iglesia en el designio de Dios. El artículo 9º del Símbolo de los Apóstoles dice: “Creo en la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos”. El Símbolo de Nicea- Constantinopla añade que es “Una” y “Apostólica”. La fe sobre la Iglesia es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo y depende de esa fe trinitaria. La iglesia no tiene luz propia, la recibe de Cristo, como la luna que recibe la luz del sol (748).
  • 12. 1.- Origen, fundación y misión de la iglesia Dios creó el mundo para comunicar a los hombres, en su Hijo, su propia vida divina, y reunirlos en su iglesia. La iglesia es la finalidad de todas las cosas en el designio de Dios. “Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama iglesia” (Clemente de Alejandría) (760). Con la vocación de Abrahán, padre de los creyentes, y la elección de Israel como pueblo de Dios, signo de la reunión futura de todas las naciones, Dios ha ido preparando su iglesia, el nuevo pueblo de Dios.
  • 13. Será el Hijo de Dios, Jesucristo, quien comenzará su iglesia con el anuncio de la Buena nueva, reuniendo el pequeño rebaño de sus discípulos, la verdadera familia de Jesús, germen y comienzo del Reino al que están llamados todos los hombres. Pedro, como cabeza, y los apóstoles son los cimientos de este reino. Así Cristo prepara y edifica su iglesia. Pero la iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo en la cruz, así del “costado de Cristo, dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de toda la iglesia” (763-766). Será el día de Pentecostés cuando la iglesia se manifiesta al mundo y se inicia la difusión del evangelio entre los pueblos.
  • 14. “En el Credo, después de haber profesado la fe en el Espíritu Santo, decimos: "Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica". Hay una conexión profunda entre estas dos realidades de la fe: es el Espíritu Santo, de hecho, quién da vida a la Iglesia, guía sus pasos. Sin la presencia y la acción incesante del Espíritu Santo, la Iglesia no podría vivir y no podría cumplir con la tarea que Jesús resucitado le ha confiado de ir y hacer discípulos a todas las naciones.
  • 15. Evangelizar es la misión de la Iglesia, no sólo de algunos, sino la mía, la tuya, nuestra misión. El apóstol Pablo exclamaba: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!". Cada uno de nosotros debe ser evangelizador ¡sobre todo con la vida! Pablo VI subrayaba que "... evangelizar es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar"(Papa Francisco, Audiencia General, 22- 05-2013).
  • 16. 2.- Los nombres e imágenes de la iglesia La palabra “Iglesia” significa “convocación”. Designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo. Leer 1Cor.1,2; 16,1; 15,9; Rm.16,16. La iglesia es un misterio inagotable.
  • 17. A través de símbolos e imágenes podemos ir penetrando en su misterio. Se llama “redil”, cuya puerta única es Cristo. Es el “rebaño”, cuyo pastor es el mismo Dios. Es la “viña” plantada, regada y cuidada por el Señor. Es la “casa”, donde habita la familia de Dios. Es el “templo” del Espíritu. Es la “Esposa” del Cordero Inmaculado, Cristo. Es nuestra “madre” (253-257).
  • 18. 3.- La iglesia misterio de fe Sólo a través de una fe “vivida y madura” se puede pensar en el misterio de la iglesia: que es visible y a la vez espiritual, terrena y llena de bienes del cielo. La iglesia es como el gran sacramento, signo sensible y eficaz de la unión íntima de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano. Ella es el “sacramento universal de salvación” (770-776).
  • 19. XXII.- La Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Templo del Espíritu Santo. 1.- La iglesia, pueblo de Dios “Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo” (Tt.2,14). “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1Pe.2,9).
  • 20. La cabeza es Cristo, que ha adquirido este pueblo a precio de sangre. Su ley es el mandamiento de Jesús: “Ámense como yo los he amado”. Su misión es ser sal de la tierra y luz del mundo. Su identidad, la dignidad y libertad de los hijos de Dios. Su destino, el reino de Dios. Se llega a ser miembro de este pueblo “no por el nacimiento”, sino por la fe y el bautismo del “agua y del Espíritu”. Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios, a fin de que, en Cristo, los hombres constituyan una sola familia y un único Pueblo de Dios.
  • 21. Este pueblo participa de la triple función de Cristo, que es “sacerdote, profeta y rey”. La iglesia es así “un pueblo sacerdotal”, consagrado a Dios por el bautismo. Es un pueblo de profetas, que se adhieren a la fe trasmitida, la profundizan y se convierten en testigos de Cristo en el mundo. Es un pueblo de reyes, que, así como Cristo ejerce su realeza desde la cruz y se ha hecho servidor de todos, así también la iglesia considera que “servir es reinar” y se hace servidora sobre todo de los pobres y de los que sufren, en los que ve especialmente la imagen de Cristo pobre y sufriente (781-786).
  • 22. 2.- La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado constituye la comunidad de los creyentes como Cuerpo suyo. La Iglesia es comunión con Jesús. Leer Jn.15,4-5. En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros (particularmente a los que sufren, a los pobres y perseguidos) por su unión con Cristo. Cfr.1Cor.12,12-13.27.
  • 23. La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de El, en El y por El; El vive con ella y en ella. Leer Col.1,18; 2,19; Ef.4,15- 16; 5,23; 1,22-23. Cristo y la Iglesia son el “Cristo total” (San Agustín). “La Iglesia es Cristo y los prójimos” (Beato Francisco Palau). La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre fecunda de todos los hijos de Dios. Leer Ef.5,25-32. (787-796)
  • 24. 3.- La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el alma de la iglesia y del cristiano. Es “el principio de toda acción vital y saludable de la iglesia”. Actúa constantemente santificando a su iglesia, por la Palabra de Dios, por el bautismo y los sacramentos, por las virtudes y las gracias especiales, llamadas “carismas”,
  • 25. que reparte a todos los miembros para la edificación de la iglesia, al bien de los hombres, a las necesidades del mundo. Es el principio de la unidad en la diversidad y de la riqueza de sus dones y carismas. Leer 1Cor.3,16-17; Ef.2,19-22. Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (San Cipriano). (797-801).
  • 26. • Creer en la iglesia y amar a la iglesia ha sido la “pasión” de los santos. Teresa de Jesús: “Al fin, muero hija de la iglesia”. • “He hallado mi puesto en la Iglesia...: en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor” ( santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma). • “Ha llegado la hora de amar a la iglesia, con un corazón fuerte y nuevo… He aquí el deber de la hora presente. Amarla significa estimarla y ser felices de pertenecer a ella; significa ser valientemente fieles; significa obedecerla y servirla, ayudarla con sacrificio y con gozo en ardua misión” (Papa Pablo VI).
  • 27. XXIII.- Los fieles de Cristo: jerarquía, laicos , vida consagrada. 1.- La constitución jerárquica de la iglesia -Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos. Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios y sirven así a la misión de la Iglesia. Cfr. 1Cor.12,14- 30.
  • 28. -Para anunciar su fe y para implantar su Reino, Cristo envía a sus apóstoles y a sus sucesores. El les da parte en su misión . De El reciben el poder de obrar en su nombre. Cfr. Rm.10,14-15.17; 1,1. El Señor hizo de San Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de San Pedro, es la cabeza del colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastorde la Iglesia universal en la tierra . Cfr.Mt.16,18-19; Jn.21,15-17. El Papa goza, por institución divina, de una potestad suprema, plena, inmediata y universal para cuidar las almas.
  • 29. -Los obispos, instituidos por el Espíritu Santo, suceden a los apóstoles. Cada uno de los obispos, porsu parte, es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares. Los obispos, ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, tienen la misión de enseñar auténticamente la fe,de celebrar el culto divino, sobre todo la Eucaristía,y de dirigir su Iglesia como verdaderos pastores. A su misión pertenece también el cuidado de todas las Iglesias, con y bajo el Papa. Leer Mc.16,15; 1Pe.5,3; Lc.22,26-27.
  • 30. 2.- Los fieles cristianos laicos -Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios les llama a que movidos por el espíritu cristiano ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento. Cfr.Mt.13,33; 5,13-16. -Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a El, despliegan la gracia del Bautismo y la de la Confirmación a través de todas las dimensionesde la vida personal, familiar, social y eclesial y realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
  • 31. Gracias a su misión profética, los laicos están llamados a ser testigos de Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad humana. Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al pecado su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su abnegación y santidad de vida.
  • 32. 3.- La vida consagrada -La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estadode vida estable reconocido por la Iglesia. Leer Mt.19,12; 1Cor.7,7-9.32-35. Entregado a Dios supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya había destinado a El, se encuentra en el estado de vida consagrada más íntimamente comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
  • 33. 3.- La vida consagrada “¡Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre, y plantar sobre el suelo infiel tu Cruz gloriosa! Pero ¡oh, Amado mío!, una sola misión no me bastaría. Desearía anunciar al mismo tiempo el Evangelio en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas... Quisiera ser misionero, no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguir siéndolo hasta la consumación de los siglos...” (Santa Teresa del Niño Jesús).
  • 34. XXIV.- La comunión de los santos. El Símbolo de los Apóstoles, después de confesar la fe en la santa Iglesia católica, añade: “la comunión de los santos”, porque eso es también la Iglesia. Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros. Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia.
  • 35. 1.- La comunión de los bienes espirituales La Iglesia es “comunión de los santos”: esta expresión designa primeramente las “cosas santas” y ante todo la Eucaristía, que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo. Leer Hch.2,42-47; 4,32-35. Este término designa también la comunión entre las “personas santas” en Cristo que ha muerto por todos, de modo que lo que cada uno hace o sufre en y por Cristo da fruto para todos. Leer 1Cor.12,26-27; 10,24.
  • 36. 2.- La comunión entre la iglesia del cielo y la de la tierra Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones. Leer 2Mac.12,44-46. “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresita del Niño Jesús)
  • 37. 3.-María, Madre Cristo, Madre de la iglesia Fue necesaria en la vida de Cristo. Totalmente unida a Él. Al pronunciar el “fiat” de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación, María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es necesaria en la vida de la iglesia, “cuerpo de Cristo”. Madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo Místico. Agonizando en la cruz, nos la entrega por Madre. Leer Jn.19,26-27.
  • 38. La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo. El dogma de la Asunción fue proclamado en 1950 por el Papa PIO XII. Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo. (963-972).
  • 39. XXV.- Creo en el perdón de los pecados El Credo relaciona “el perdón de los pecados” con la profesión de fe en el Espíritu Santo. En efecto, Cristo resucitado confió a los apóstoles el poder de perdonar los pecados cuando les dio el Espíritu Santo. Leer Jn.20,22-23. Es una realidad consoladora, liberadora, fruto de la redención de Jesús. Este perdón está vinculado a la fe y al bautismo. A la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. A la fe en la iglesia que ha recibido este poder de perdonar los pecados
  • 40. 1.- Un solo Bautismo para el perdón de los pecados El Bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: en el bautismo nos incorporamos a Cristo, muerto y resucitado para nuestra justificación. Recibimos un perdón tan completo que no queda en nosotros nada por purificar y nos da el Espíritu Santo. Leer Hch.2,38; Mc.16,15- 16; Rm.6,1-6.
  • 41. 2.- La potestad de las llaves El bautismo, sin embargo, no nos libra de nuestra debilidad natural. Hemos de continuar combatiendo contra las fuerzas del mal, que a veces nos dominan y nos pueden hacer caer de nuevo en el pecado. Por eso era necesario que el bautismo no fuese el único medio para ese perdón. Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la Penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros. Leer 2Cor.5,18; Mt.18,21-22; Lc.24,47.
  • 42. Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la Penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros. Leer 2Cor.5,18; Mt.18,21- 22; Lc.24,47. En la remisión de los pecados, los sacerdotes y los sacramentos son meros instrumentos de los que quiere servirse nuestro Señor Jesucristo, único autor y dispensador de nuestra salvación, para borrar nuestras iniquidades y darnos la gracia de la justificación.
  • 43. No hay nadie hay tan perverso y tan culpable que no pueda esperar con confianza su perdón, siempre que su arrepentimiento sea sincero. La iglesia tiene siempre las puertas abiertas para todo el que vuelve arrepentido del pecado. (976-983).
  • 44. •XXVI.- Creo en la resurrección de la carne •El artículo 11º del Símbolo de los Apóstoles habla de la resurrección “de la carne”, profesando que después de la muerte no habrá solamente vida del alma inmortal sino que también nuestros “cuerpos mortales” (Rm.8,11) volverán a tener vida. •El Símbolo de Nicea-Constantinopla dice: “Espero la resurrección de los muertos”, con lo cual confiesa una actitud de esperanza.
  • 45. Este artículo es un elemento esencial de la fe cristiana. “La carne es soporte de la salvación” (Tertuliano). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la carne, perfección de la creación y de la redención de la carne. Leer 1Cor.15,12-14.20.
  • 46. 1.- La resurrección de Cristo y la nuestra “Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con Él”. La acción creadora, salvadora y santificadora de Dios culmina en la resurrección de los muertos al fin de los tiempos y en la vida eterna. Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde el comienzo elemento esencial de la fe cristiana. A los saduceos que negaban la resurrección les decía Jesús: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos”. Y dirá más aún: “Yo soy la resurrección y la vida…el que crea en mí no morirá para siempre”.
  • 47. Dios, en su omnipotencia, dará a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por virtud de la resurrección de Cristo. Como Cristo resucitaremos con nuestro propio cuerpo, pero transfigurado en cuerpo glorioso como el suyo también. El “modo” sobrepasa nuestra capacidad, sólo lo creemos por la fe. En realidad, el bautismo ya ha iniciado en nosotros una vida de “resucitados con Cristo”.
  • 48. 2.- Morir en Cristo Jesús Para resucitar con Cristo es necesario morir con Cristo. Por eso, la muerte es una participación en la muerte de Cristo. Es el final de la vida terrena. La muerte es contraria a los amorosos designios de Dios.
  • 49. Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día. Creemos en la verdadera resurrección de esta carne que poseemos ahora. No obstante se siembra en el sepulcro un cuerpo corruptible, resucita un cuerpo incorruptible, un cuerpo espiritual. Leer 1Cor.15,35-37.42-44.51-53.
  • 50. Como consecuencia del pecado original, el hombre debe sufrir la muerte corporal, de la que se habría liberado si no hubiera pecado. Leer Sb.2,23-24; 2Cor.5,8; Rm.6,23; Hb.9,27: “Está establecido que los hombres mueran una sola vez”; por lo tanto, no hay reencarnación después de la muerte.
  • 51. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió libremente la muerte por nosotros en una sumisión total y libre a la voluntad de Dios, su Padre. Por su muerte venció a la muerte, abriendo así a todos los hombres la posibilidad de la salvación. Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. (988- 1014).
  • 52. • San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. • San Francisco: “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!”. • San Juan de la Cruz: “Al alma que ama, la muerte no le puede ser amarga, pues en ella halla todas sus dulzuras y deleites de amor. Tiénela por amiga y esposa” (CB 11). • Santa Teresita del Niño Jesús: “Yo no muero, yo entro en la vida”
  • 53. XXVII.- Creo en la vida eterna. Con esta seguridad consoladora terminamos el Credo. Y a la luz de esta fe cobra sentido nuestra vida entera. 1.- El juicio particular Al morir, cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular por Cristo, juez de vivos y de muertos. El Nuevo Testamento nos presenta este juicio como un encuentro con Cristo y como una retribución de cada uno según sus obras y su fe. Leer Lc.23,43; 16,22; Hb.12,23; 9,27; 2Cor.5,8; Flp.1,23.
  • 54. 2.- El cielo Creemos que las almas de todos aquellos que mueren en la gracia de Cristo constituyen el Pueblo de Dios después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos. Viven para siempre con Cristo.
  • 55. Son para siempre semejantes a Dios porque lo ven “tal cual es”. Es una comunión de vida y amor con la Santísima Trinidad, con la Virgen María, los Ángeles y todos los santos. Le llamamos “cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre.
  • 56. Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celestial, donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan también, ciertamente en grado y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza. Leer Ap.22,4-5; 2,17; 1Cor.13,12; 2,9; 1Jn.3,2; Jn.14,3; Flp.1,23; 1Tes.4,17; Mt.25,21.23.
  • 57. 3.- La purificación final o purgatorio Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios. Leer 1Cor.3,13-15; 1Pe.1,7; Mt.12,32; 2Mac.12,46. En virtud de la comunión de los santos, la Iglesia encomienda los difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular el santo sacrificio eucarístico.
  • 58. 4.- El infierno Si pecamos gravemente contra Dios, contra nuestros hermanos o contra nosotros mismos, no amamos. Y el que no ama permanece en la muerte. Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la triste y lamentable realidad de la muerte eterna, llamada también “infierno”. Leer Mt.25,41.46; 13,42.50; 5,22.29; 10,28; Mc.9,43-48.
  • 59. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha sido creado y a las cuales aspira. La Iglesia ruega para que nadie se pierda: “Jamás permitas, Señor, que me separe de ti”. Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1Tim.2,4) y que para El “todo es posible” (Mt.19,26).
  • 60. 5.- El juicio final La misma santa Iglesia romana cree y firmemente confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias acciones. Leer Mt.25,31-32.46; Jn.5,28-29; Hch.24,15. Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud.
  • 61. Entonces, los justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo material será transformado. Dios será entonces “todo en todos” (1Cor.15,28), en la vida eterna. Leer 2Pe.3,13; Ap.21,1-5; Rom.8,19-23; Ef.1,10. (1020-1050).
  • 62. AMEN: Creer es decir Amén a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de El que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. Leer Ap.22,21; Is.65,16; Ap.3,14; 2Cor.1,20.