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La fábrica de nubes
P
elayo el rey del skate en la cuadra en donde vi-
vía, era un niño alegre, divertido y muy inquieto.
Todos los niños de la cuadra se juntaban los viernes
después del colegio; unos con bicicleta otros con ska-
te, patines, o lo que tuvieran.
Lo pasaban muy bien. Hacían competencias de ca-
rreras en bicicleta y el que ganaba se ganaba algún
premio.
Habían estado esperando toda la semana aquel vier-
nes del mes de junio, ya el viernes anterior habían te-
nido que suspender su reunión pues estaba lloviendo
muy fuerte, y como no iba a ser así, si donde vivía Pe-
layo estaban en pleno invierno.
Hoy nuevamente estaba lloviendo…
– Oh, no otro día de lluvia!! – decía Pelayo mirando
por la ventana de su pieza.
¡Tengo una idea! – pensó Pelayo.
– Mamá ¿me dejas convidar a mis amigos a jugar a la
casa? Por favor, di que sí, te prometo que no vamos a
hacer ningún desorden.
– Bueno, no hay problema puedes convidarlos, pro-
meto un rico té si de verdad se portan bien.
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A las 5 en punto comenzaron a llegar todos. La mesa
estaba puesta y en ella había ricas galletas, pie de
limón, queque, panes con queso derretido y un sa-
broso chocolate caliente. Después de ese sabroso té
se pusieron a jugar bachillerato.
– ¡¡¡Gracias tía, por el té!!! Gritaban los amigos de
Pelayo.
Afuera llovía sin parar y muy fuerte; el día comenzó
a oscurecer muy temprano, y para hacer más oscu-
ro lo que quedaba de aquel viernes, la luz se cortó,
pues comenzó una fuerte tormenta.
– ¿Que pasó?
– No hay luz.
– Buuu, que entretenido!!!
Como no había luz, los niños desistieron de jugar ba-
chillerato y decidieron contar historias.
Había un ambiente muy especial, muy poca luz,
nada de ruidos, sólo los de la lluvia y el viento que se
hacían notar con mucha fuerza.
Comenzaron a conversar sobre si alguno sabía cómo
se hacía la lluvia, el viento, las nubes y los truenos.
Yo – dijo Tomás – sé cómo se producen las tormentas,
estas son simplemente lluvias acompañadas de re-
lámpagos (fenómenos luminosos) y truenos (sonido).
Los dos se producen al mismo tiempo, pero nosotros
percibimos primero la luz debido a una diferencia en
la velocidad entre la luz y el sonido.
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Nicolás asombrado con la explicación de su amigo,
seguía muy atento la conversación.
Pelayo – dijo muy excitado – yo sé cómo se hacen
las nubes, siempre veo a la fábrica que las hace
cada vez que voy con mi papá al campo.
Todos los amigos lo miraron asombrados y lo
animaron para que les contara sobre esa fa-
bulosa fábrica. Esa sí que debía de ser una his-
toria muy distinta.
La fábrica está a la orilla del camino que nos
conduce al campo. Tiene unas grandes torres y
al lado de ellas pasa un río con mucha agua, que
creo es la que se ocupa para hacer las nubes, pues
ellas están hechas de agua.
– Guau! – dijeron todos a tono, menos Nicolás que
nunca creía nada de lo que le contaban sus ami-
gos.
Yo – dijo Nicolás – tengo que ir a ver la fábrica para
creerte.
Entonces vamos a organizar un paseo al campo
para ir a conocerla.
Resultó que justo al día siguiente el papá de Pelayo
iba a ir al campo.
– Papá, quiero pedirte que nos lleves a mis amigos
y a mí al campo para que cuando volvamos, yo les
muestre la fábrica de nubes.
– ¿La fábrica de nubes? No entiendo de qué me es-
tas hablando – respondió sorprendido el papá.
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– Sí papá, esa que está a la orilla del camino que nos
lleva al campo, esa que tiene unas torres muy gran-
des y de donde salen las nubes, ¿recuerdas?
– Ah, ya entiendo, sí tienes razón, la fábrica de nu-
bes…– dijo él.
– Bueno, puedes decirles a tus amigos que mañana
temprano estén aquí para que pasemos a conocer
la fábrica de nubes.
Al día siguiente se juntaron muy temprano en la ma-
ñana en la casa de Pelayo, se subieron en la camio-
neta roja del papá y se fueron felices cantando.
Era un lindo y helado día de sol de aquel mes de
junio, parecía que la tormenta del día anterior se hu-
biera llevado a todas las nubes del cielo.
A medida que se iban acercando al campo, comen-
zó a distinguirse a lo lejos, algo así como un conjunto
de vapor que emanaba de un mismo lugar.
Esa tiene que ser decía uno de los amigos.
Sí, claro, sí se ven muchas nubes.
¡Guau! – sí que tenías razón – dijo Nicolás muy impre-
sionado, con sus grandes y redondos ojos verdes
Papá, por favor, detente allá en la fábrica de nubes.
Así lo haré niños, y no sólo voy a parar, sino que ade-
más vamos a tratar de entrar y ver cómo es aquella
fábrica que hace esas nubes.
Una vez estacionada la camioneta, bajaron todos
rápidamente.
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Tenían mucha ansiedad por descubrir cómo es que
lo hacían aquellas gigantes torres de fierro, pareci-
da a la torre Eiffel de París, para poder expan-
dir por todo el cielo esas gordas y blancas
nubes que siempre veían pasar.
Mucho vapor era el que por ahí circula-
ba, los niños asombrados
comenzaban a mezclar-
se por él como si de laberintos se
tratara. Había mucho ruido de
máquinas, claro esas debían
ser las que hacían las nubes.
Llegaron hasta una gran tur-
bina que giraba entre mucho
vapor de agua, junto a ellas es-
taban las grandes torres. Siguie-
ron recorriendo el lugar, las gran-
des torres de fierro que de el camino
divisaban, ahora estaban a su lado, y al
mirarlas hacia arriba parecían como las torres
de un castillo.
Sin duda, que el estar en medio de aquel
tremendo alboroto de vapor y ruidos de tur-
binas, los hacía ir imaginando cosas como
aquellas, y también otras, como que quizás
iba a aparecer el señor del castillo, o sea, el
dueño de la fábrica de nubes, y a lo mejor
¿tendría unas nubes con sabor a chocolate
para sus visitas? Lo mejor sería seguir avanzan-
do para ir descubriendo la fábrica de nubes.
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De pronto apareció un señor bajito y gordito, con
un delantal azul, unos gruesos anteojos y un gran
bigote al estilo mexicano. ¿Sería el dueño?
– No, no podía serlo, el dueño segura-
mente sería un señor de gran tamaño
con una varita mágica en la mano
para poder hacer las nubes.
– ¿Qué es lo que ocurre aquí? –
Todos se dieron vuelta muy asustados expectantes
ante la reacción que aquel bajo caballero pudiera
tener. Parecía que iba a pescarlos a todos y meterlos
dentro de alguna de esas nubes de vapor por haber
entrado en la fábrica de nubes sin su permiso.
– El papá de Pelayo se adelantó: – disculpe Ud. se-
ñor por haber entrado en su propiedad, pero lo que
pasa es que siempre que vamos camino al campo,
Pelayo mi hijo, aquel de pecas en el rostro, ha teni-
do la curiosidad de saber cómo es que funcionaba
esta fábrica de nubes y quiso traer a sus amigos que
tenían mucha curiosidad por verla.
– Ah, ya entiendo dijo amablemente el señor y le
tendió la mano a Pelayo, para saludarlo, mi nombre
es Fausto. Este gesto lo hizo sentirse muy importante
ante los demás.
– Me alegra mucho que hayas venido a conocer la
fábrica de nubes.
Pelayo y sus amigos se sintieron bastante más aco-
gidos y comprobaron que el caballero no era tan
gruñón como parecía serlo.
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– Pelayo eres muy ingenioso al pensar que aquí ha-
cemos las nubes, pero tremenda creación sólo Dios
pudo llevarla a cabo…
Nosotros lo que tenemos aquí, no es precisamente
una fábrica de nubes, es una termoeléctrica, es de-
cir, una central de producción de energía eléctrica.
Guau! Dijeron los amigos, yo nunca había venido a
un lugar como este.
– Ni yo – replicó otro.
Pelayo se sintió un poco avergonzado ante sus ami-
gos, pues él creía saber de dónde venían las nubes.
Y esto funciona más o menos de la siguiente forma,
comenzó diciendo Fausto. El agua se calienta a
través de la mezcla de diferentes tipos de energía,
como el petróleo, el gas natural y carbón, para lue-
go producir vapor, el cual mueve aquella turbina, la
que genera la electricidad. Aquellas grandes torres
son las que transportan la energía a todas las ca-
sas de esta región. Es por eso que tú ves esas nubes,
pero no son precisamente las que producen la lluvia.
Esas están hechas de gases y es historia para otra
ocasión.
En todo caso, me alegra mucho de que hayas pen-
sado que yo tenía una fábrica de nubes, porque si
no hubiera sido así nunca hubieras venido con tus
amigos a conocer esta termoeléctrica que alimenta
a tu casa y a la de tus amigos de la energía diaria.
– ¡Qué interesante, gracias a la imaginación de Pe-
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layo pudimos aprender cómo funciona esto de la
electricidad! – dijo entusiasmado Nicolás.
Después de oír el comentario de Nico la sonrisa volvió
a la cara de Pelayo, sí era cierto gracias a su imagi-
nación los amigos aprendieron algo muy interesante
aquella fría y soleada mañana de junio. No era la
fábrica de nubes con que él siempre había soñado,
¡era la fábrica que hacía la electricidad y que nun-
ca pensó en que podría ser tal!
Se subieron todos a la camioneta roja nuevamente,
algo cansados y asombrados de lo
que habían conocido.
Iban todos en silencio, mirando
por las ventanas de la camione-
ta hacia el cielo, en busca de
la fábrica de nubes que seguro
se encontraba por allá arriba.
A veces nuestra imaginación nos
hace creer que las cosas son como
nosotros las pensamos, pero a me-
dida que vamos creciendo vamos
descubriendo cómo son realmente
las diferentes creaciones que hay
en el mundo en que vivimos y eso
es lo bonito de imaginar….
La historia de las nubes queda
para otra ocasión.
Fin
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