1. INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO SIETE
MATRIMONIO Y FAMILIA
(Segunda parte)
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Los siete eslabones de la unidad
Este es el segundo de dos fascículos con notas que le
recordarán lo que escuchó en nuestros programas radiales sobre el
matrimonio y la familia. Si no tiene un ejemplar del primer
fascículo, trate de obtenerlo antes de leer este número. Usted
apreciará mucho más este segundo fascículo luego de leer el
primero.
Para comprender nuestros programas y estos dos fascículos,
usted necesita familiarizarse con una ilustración que constituye la
estructura en que se basaron todos estos estudios. Por lo tanto, debo
repetir mi descripción de esa ilustración que aparece en mi primer
fascículo. Una vez que haya descrito nuevamente esta ilustración,
proseguiré a partir de donde finalizó el primer fascículo.
Un creyente africano esculpió en madera un hermoso
símbolo que representa la relación que Dios tenía en mente cuando
creó a la primera pareja y declaró que ellos dos eran “una sola
carne”. Cuando este talentoso creyente hizo su obra, estaba
ilustrando siete maneras en que un hombre y su esposa deben ser
“una sola carne”.
La hermosa escultura en madera representa a un hombre y
una mujer que están unidos por una cadena de cinco eslabones
dobles. Esta cadena está, a su vez, unida a un eslabón que cada uno
tiene sobre su cabeza. Cada uno de estos cinco eslabones representa
una dimensión de la unidad que Dios quiso que ellos tuvieran. Los
eslabones que están sobre sus cabezas representan la relación
espiritual que cada uno tiene con Dios. El hecho de que todos los
demás eslabones están unidos a estos dos indica que su relación
espiritual es el fundamento de todas las dimensiones de su unidad.
El primer eslabón doble representa la comunicación, la
herramienta que les permite cultivar y mantener su unidad. El
siguiente eslabón es la compatibilidad, que es la evidencia de su
unidad. El eslabón medio representa el amor, la dinámica de su
unidad. A este le sigue el eslabón de la comprensión, que
representa el crecimiento de su unidad. El último de estos
eslabones dobles que los hace una sola carne es el sexo, que
constituye la gozosa expresión de su unidad.
El hecho de que todos estos eslabones sean dobles
representa la realidad de que todas estas dimensiones de la unidad
son recíprocas, es decir, que implican un dar y recibir entre ambos.
Cuando agregamos estos cinco eslabones a los que cada uno tiene
en su cabeza, tenemos los siete eslabones de la unidad.
Nuestros programas radiales sobre el matrimonio y la
familia estaban basados en las siete dimensiones del matrimonio
que están representadas por los eslabones que hacen de este
hombre y esta mujer una sola carne. Quisiera resumir, en dos
fascículos, lo que ustedes han escuchado en esos programas sobre
la ley del matrimonio y la familia.
Capítulo 1
El eslabón de la comprensión
Al aconsejar a matrimonios durante mis años de ministerio
pastoral, he oído una queja repetidamente: “Él no me comprende” o
“Ella no me comprende”. La falta de comprensión era lo que
motivaba a estas parejas afligidas a hablar de su matrimonio con su
pastor. Una definición de la comprensión es: ‘acuerdos mutuos que
resuelven diferencias’. Otra definición es: ‘entendimiento mutuo de
ideas e intenciones que lleva al discernimiento y la empatía’.
El apóstol Pedro enseña a los esposos que vivan con sus
esposas sabiamente, es decir, comprendiéndolas (1 Pedro 3:7).
Esposo, ¿qué tan bien conoce usted a su esposa? Si ella tuviera un
accidente automovilístico y los médicos lo llamaran a usted al
hospital y le pidieran que les diera toda la historia clínica de su
esposa, ¿podría hacerlo? Si ella tuviera un colapso emocional,
¿podría dar a los profesionales de la salud su historia social
completa? Y corresponde hacer las mismas preguntas a las esposas
respecto de sus esposos. ¿Qué tan bien conoce usted a su esposo?
¿Qué tan bien se conocen el uno al otro? ¿Se comprenden?
¿Qué importancia tiene la comprensión en un matrimonio?
¿Qué importancia tiene en la unidad entre los esposos? No creo que
pueda exagerar su importancia si las personas que están unidas por
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Dios quieren experimentar lo que Dios planeó para ellos en su
matrimonio. Si ambos integrantes de la pareja, individualmente y
en conjunto, tienen una relación con Dios; si en su relación mutua
expresan gozosamente comunicación, compatibilidad, amor y
comprensión, entonces estos eslabones de la unidad marcarán la
diferencia entre un acuerdo para vivir juntos y la auténtica relación
matrimonial que Dios ideó cuando hizo al primer hombre y a la
primera mujer como una sola carne.
Tengo décadas de experiencia en evangelizar y aconsejar a
hombres con valores muy seculares. En muchas ocasiones, les he
dicho esto: ““Piense en todo lo que su esposa hace por usted. Si
fuera suficientemente rico, podría comprar esas cosas. Podría
comprar el sexo. Hasta podría alquilar el vientre de una mujer para
que tuviera sus hijos y pagarle a una institutriz para criarlos. Pero
lo único que no podría comprar es la relación que Dios ideó para un
hombre y su esposa”.
Como personas espirituales, que están buscando un enfoque
espiritual y bíblico para el matrimonio y la familia, comenzamos
por reconocer el hecho que Dios ideó el matrimonio como una
relación. Al construir esa relación, juntos, la comprensión mutua
debe ser uno de nuestros bloques constructivos. Nuestra relación
individual con Dios, junto con la forma en que ella afecta a nuestro
matrimonio, es el fundamento de nuestra unidad. La comunicación
es la herramienta con la que cultivamos y mantenemos nuestra
unidad. La compatibilidad es la evidencia de nuestra unidad. El
amor divino es la dinámica que impulsa nuestra unidad, y la
comprensión mutua dará como resultado el crecimiento de nuestra
unidad. Si nos comprendemos el uno al otro, podemos construir
nuestra relación y podemos verla crecer.
Varias décadas atrás, un psiquiatra suizo que era un
creyente devoto escribió un excelente libro titulado: “To
Understand Each Other” (Cómo comprenderse mutuamente). En
los títulos de los capítulos de su libro, el Dr. Paul Tournier nos dice
que, para comprendernos mutuamente, debemos querer
comprendernos mutuamente; debemos tener la valentía de
comunicarnos realmente; debemos entender las diferencias entre
los sexos; debemos entender la importancia del pasado; y debemos
tener una dimensión espiritual en nuestro matrimonio.
Piense en los peligros de no comprenderse mutuamente. En
la actualidad, en muchas partes del mundo, el divorcio es una
epidemia. En muchas culturas y en muchos matrimonios, el esposo
deja el hogar para ir a trabajar, mientras la esposa tiene sus
responsabilidades en el hogar con los hijos. El esposo, bien vestido
y atractivo en la oficina, trabaja junto a personas del sexo opuesto
que también están bien vestidas y son atractivas. A veces, un
hombre, en este ambiente, tiene más comunicación con su
secretaria que con su esposa. La conoce mejor, le habla más y pasa
más tiempo con ella. No es de extrañar que su secretaria, u otras
mujeres con las que trabaja, comiencen a ocupar el primer lugar en
su vida, y que su matrimonio termine en divorcio.
Hay, también, millones de matrimonios en los que tanto el
esposo como la esposa salen del hogar para trabajar a la mañana. Si
estas personas casadas que trabajan están demasiado ocupadas para
ocuparse de su relación y no se comprenden mutuamente, sólo es
cuestión de tiempo para que otra persona lo haga. Dado que las
personas tienen una profunda necesidad de ser comprendidas, ese
hombre – o esa mujer - un día se encontrará con alguien que está
suficientemente interesado como para darle comprensión.
Conocí a un hombre que llegó a la fe después de muchos
años de vivir un estilo de vida muy pecaminoso. Me reuní con él
tres veces por semana durante tres años para discipularlo. A medida
que lo iba conociendo, llegué a saber algunas cosas acerca de él.
Antes de llegar a Cristo tenía la reputación de haberse acostado con
las esposas de todos menos la suya propia. Era un hombre grande,
apuesto, encantador, y decía que muchas de estas mujeres lo habían
perseguido agresivamente. Hizo esta observación: “Las mujeres
con las que tuve amoríos no se involucraron conmigo porque
necesitaban una relación sexual. No estaban buscando sexo. Lo que
realmente necesitaban era alguien con quien hablar. Me decían que
sus esposos nunca les hablaban, y no las comprendían. Así que me
hablaban a mí, y creían que yo las comprendía”.
También conocemos el otro lado de la misma historia. Un
hombre que no es comprendido por su esposa es vulnerable a
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involucrarse en amoríos. Es muy peligroso ignorar la necesidad de
ser comprendido de nuestro cónyuge. En muchos deportes, la mejor
defensa es un fuerte ataque. Nuestra mejor defensa para no perder a
nuestro cónyuge en manos de otra persona es trabajar para
fortalecer la unidad de nuestra pareja. Una dimensión importante
de ese crecimiento consiste en que hagamos todo lo posible para
comprendernos mutuamente.
Celebrar las diferencias
Este es un buen punto para comenzar a comprender a su
cónyuge: El hombre y la mujer son diferentes. Hay diferencias
biológicas, físicas, intelectuales, emocionales y espirituales entre
hombres y mujeres. Hay diferencias en la forma en que piensan,
actúan, sienten y responden a las situaciones. Hasta adoran de
formas diferentes.
Hace unos años vi un ejemplo de este hecho, en una forma
que nunca olvidaré. La esposa de un médico vino a verme. Era una
persona hermosa, piadosa, muy devota y muy activa en su iglesia,
donde lideraba grupos de oración y otras actividades. Yo la había
conocido en el contexto de su trabajo en la iglesia. Su esposo era
un excelente cirujano, muy exitoso, pero ella me dijo, con lágrimas
en los ojos: “Estoy muy preocupada por mi esposo. Lo que pasa es
que no es un hombre espiritual; no es espiritual”. Le dije: “Bueno,
tenemos que orar por esto, porque sólo Dios puede hacer que sea
un hombre espiritual”.
Tres meses después, fui llamado a ministrar en una crisis
médica de una feligresa que tenía problemas de vesícula y de
corazón. Había que sacarle la vesícula, pero era una operación
riesgosa, porque su corazón estaba debilitado. Estaba en el hospital
con su esposo, hablando con él al lado de la cama de su mujer
enferma, cuando el cirujano “que no era espiritual” me pidió que
saliera de la sala. Me dijo: “Es realmente necesario que le
saquemos esta vesícula, pero es sumamente riesgoso. El hospital
tiene una pequeña capilla abajo. ¿Por qué no va a la capilla para
orar hasta que le envíe una enfermera para decirle que hemos
superado la peor parte?” Le dije: “Por supuesto. Me encantaría
hacerlo”.
Así que fui a la capilla para orar. Esa mañana, cuando eran
las once en punto de la mañana, tuve una experiencia espiritual tan
fuerte relacionada con esa mujer que supe que Dios había hecho
algo. Unos quince minutos después, la enfermera se acercó a la
puerta de la capilla y me dijo: “El médico dice que está todo bien.
Hemos superado la peor parte”.
Después de la operación, antes de decirle nada al esposo de
la paciente, el médico corrió hacia mí, me dio la mano y dijo:
“Muchas gracias por orar. Muchísimas gracias. Fue un milagro
haber salido bien de ésta”.
Ahora bien, este era el médico cuya esposa había dicho que
no era un hombre espiritual. En la siguiente reunión que tuve con
ella le dije: “Creo que está equivocada. Su hombre es un hombre
espiritual”. Lloró cuando le conté lo que él había hecho. Este
médico era un hombre espiritual, pero no expresaba su
espiritualidad de la misma forma que su esposa. Para ella, esto
significaba que él no tenía ninguna vida espiritual. También
demostraba que, en realidad, no comprendía demasiado a su
esposo.
Si queremos comprender al cónyuge con quien convivimos,
debemos comprender las diferencias entre los sexos. Dios ideó a
ambos sexos para que fueran diferentes; esas diferencias son las
que lo atrajeron a usted hacia su cónyuge e hicieron que usted fuera
atractivo para su cónyuge. Una mujer se ve atraída hacia un
hombre por su masculinidad. Un hombre se ve atraído hacia una
mujer por su feminidad. Debemos celebrar estas diferencias en vez
de “resolverlas”. ¡Qué trágico es cuando se les dice a las mujeres
que, para que tengan valor como mujeres, deben copiar el rol y la
función del hombre y competir contra él! Eso no es lo que le da
valor a una mujer; de hecho, ocurre lo contrario. El rol y la función
de una mujer, como mujer, son los que le dan valor. Y, por
supuesto, ocurre lo mismo a la inversa. Los hombres encuentran su
verdadero valor al cumplir el rol y la función que Dios les asignó
como hombres.
Si dos de nosotros fuésemos exactamente iguales, uno de
nosotros sería innecesario. Dios nos ha hecho diferentes porque,
como aprendimos en el relato de la creación en el Libro de Génesis,
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nuestras diferencias son complementarias y suplementarias, hasta
que, juntos, formamos un “Adán” entero. (Dios les dio el nombre
de “Adán”, y no “los Adanes – Génesis 5:1). El plan de Dios para
hacer de un hombre y una mujer una sola carne fue -y sigue siendo-que
no es cuestión de “o el uno o el otro” sino de “uno y otro”.
La importancia del pasado
Todos nosotros somos modelados por nuestras experiencias
en la vida. Cada año que vivieron antes de encontrarse, usted y su
cónyuge estaban siendo modelados por circunstancias e influencias
familiares que los llevaron a convertirse en las personas que eran
cuando se conocieron. Si quieren entenderse, simplemente deben
comprender la importancia de las influencias del pasado que los
han convertido en las personas que son. Quisiera darles sólo una
ilustración personal.
A fines de la década de 1960, mi esposa Ginny se enfermó
seriamente. De hecho, las personas que nos conocían en ese tiempo
y vienen a vernos hoy esperan encontrarla en una silla de ruedas.
Un día, cuando llegué a casa, Ginny tenía una fiebre muy alta y sus
articulaciones estaban muy hinchadas. Me enojé y me deprimí.
¡Casi le di un puntapié a la cama! Por supuesto, esa era la última
clase de respuesta que necesitaba ella de su esposo. ¡Qué esposo
alentador era yo! Pero luego fue útil para nosotros volver al pasado
para ver si podíamos descubrir por qué respondí de esa forma a su
enfermedad.
Cuando yo era muy joven, mi madre estuvo muy enferma.
Éramos once hijos, y poco después de nacer su último hijo se le
diagnosticó cáncer de colon. Luego de una cirugía mayor y de más
de dos años de estar muy enferma, el Señor se la llevó. Durante
este tiempo, yo observaba a mi padre. Él tenía una casa llena de
niños y una esposa enferma. Repartía correspondencia todo el día y
manejaba un taxi por la noche para mantenernos juntos como
familia.
Una idea comenzó a surgir en mi mente: “Las mujeres se
enferman y te dejan la casa llena de niños”. Cuando Ginny se
enfermó, teníamos cinco hijos, dos con pañales y tres niños
pequeños. Cuando llegué a casa ese día y la encontré sufriendo
tanto, toda la influencia de esos cientos de horas en que vi cómo mi
madre se moría y mi padre luchaba hizo que respondiera como lo
hice. Una vez que nos dimos cuenta de esto, no nos costó entender
por qué me enojé y me deprimí cuando se enfermó mi esposa.
Era sumamente importante que Ginny comprendiera mi
pasado. De no haberlo hecho, ¡me podría haber pedido el divorcio!
En cambio, se tomó el tiempo para entender de dónde provenían
realmente mi ira y mi depresión. Finalmente tuve que decirme a mí
mismo: “¡Vamos, hombre! Esta no es tu madre. Esta es tu esposa, y
necesita de tu ayuda”. Me ha ayudado muchas veces entender todas
las influencias del pasado que modelaron a mi esposa para que
fuera quien es hoy. Si usted quiere comprender a la persona con la
que vive, debe darse comprender cuán importante es su pasado.
El carácter sagrado de la individualidad
Dios quiso que cada uno de nosotros fuera único. Él se
deshace del molde cada vez que hace a uno de nosotros. La palabra
“yo” se define en el diccionario como ‘el carácter único, la
individualidad de cualquier persona dada que la hace distinta de
toda otra persona viviente’. He notado, a lo largo de varias décadas
como pastor, que una de las principales explicaciones para la
infelicidad es la realidad de que las personas no son lo que Dios
quiso que fueran ni están donde Él planeó que estuvieran. Un
esposo y una esposa pueden ayudarse mutuamente a descubrir su
individualidad ordenada por Dios y la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta, para sus vidas (Romanos 12:1, 2).
Este es un factor clave cuando consideramos la importancia
de la comprensión en el matrimonio. Alguien ha definido la
comprensión como ‘acuerdos mutuos que resuelven diferencias’.
¿No le parece una definición hermosa de la comprensión? Otra
definición dice: ‘entendimiento mutuo de ideas e intenciones que
lleva al discernimiento y la empatía’. Ahora bien, para comprender
a la persona con la que vive, usted tiene que comprender la
diferencia entre los sexos; tiene que comprender la importancia del
pasado.
Para comprender a su cónyuge, usted tiene que querer
comprenderlo. Hay personas casadas que no quieren invertir el
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tiempo ni la energía emocional que se requiere para comprender a
su pareja. ¿Y usted? ¿Realmente quiere comprender a su
compañera o compañero? Si contesta que sí, aquí tiene algunas
sugerencias.
Primero, para comprender a su cónyuge, debe aplicar la
Regla de Oro. Jesús dijo: “Todas las cosas que queráis que los
hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos;
porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Este es el
versículo más importante de la Biblia sobre las relaciones humanas.
Para aplicar esta enseñanza, las mujeres deben preguntarse: “Si yo
fuera mi esposo, ¿qué me gustaría que hiciera mi esposa?”, y los
esposos deben preguntarse: “Si yo fuera mi esposa, ¿qué me
gustaría que hiciera mi esposo?”. Esto va en contra de nuestra
naturaleza humana egoísta, pero si pedimos a Dios que nos dé
gracia, podemos centrarnos en nuestro cónyuge y aplicar la Regla
de Oro de Jesús para tratar de entendernos mutuamente.
Segundo, debemos escuchar a nuestro cónyuge. Escuchar
es, verdaderamente, un arte, y muchos de nosotros tenemos mucho
para aprender al respecto. A veces, es obvio que los esposos no se
están escuchando el uno al otro. Cuando dicen que se están
escuchando, lo que quieren decir es, generalmente: “Estoy
pensando en lo que voy a decir cuando tú te calles”. Jesús dijo: “El
que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:15). ¿Escucha usted
realmente a su esposa o a su esposo cuando está tratando de
comunicarse con usted?
El Evangelio de Lucas relata una historia en la que Jesús
visita el hogar de un fariseo. Una mujer entra y entra y se pone a
llorar cuando se da cuenta de que el fariseo no ha lavado los pies de
Jesús. Esto significa que el fariseo no ha mostrado siquiera la
hospitalidad más básica a Jesús. Ella deja que las lágrimas caigan a
los pies de Jesús, y luego las limpia y seca con su cabello. El
fariseo piensa para sí: “Si Jesús supiera qué tipo de mujer es ésta,
no dejaría que pasara una cosa así”.
Sin embargo, mientras el fariseo está pensando estas cosas,
Jesús le hace una pregunta importante: “Simón, ¿ves a esta
mujer?”. Hay muchas palabras en el griego original que pueden
traducirse como “ver”. En este caso, la palabra que usa Jesús
significa: “¿Realmente la ves?” O, también: “¿Qué ves cuando
miras a esta mujer?”. Creo que esta es una excelente pregunta para
los esposos. ¿Realmente ve a la mujer con que se casó? ¿Realmente
escucha a su mujer cuando ella intenta comunicarse con usted?
San Francisco de Asís es uno de mis héroes. Cuando entró
al seminario, era toda una noticia, porque venía de una familia
importante. Después de pasar por toda la capacitación en el
seminario (que en esos tiempos significaba pedir limosna con una
bolsa de arpillera por un par de años simplemente para probar que
había renunciado al mundo, a la carne y al diablo), en el momento
de la ordenación era costumbre que el candidato predicara. La
catedral estaba repleta para la ordenación de San Francisco, porque
había sido una persona muy famosa antes de entrar en el
monasterio. Cuando se levantó para predicar lo que todos pensaban
que sería el más grande sermón de todos los tiempos, dijo: “Dios
no me ha llamado para predicar, sino para hacer. Oremos”. Y luego
hizo esta oración:
“Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde hay odio,
que pueda sembrar amor; donde hay herida, perdón; donde hay
duda, fe; donde hay desesperanza, esperanza; donde hay oscuridad,
luz; y donde hay tristeza, gozo. Oh, Divino Maestro, concédeme
que no busque tanto ser consolado como consolar; ser comprendido
como comprender; ser amado como amar. Pues es en el dar que
recibimos; es en el perdonar que somos perdonados; y es en el
morir que nacemos a vida eterna”.
Esa es una oración magnífica y una actitud maravillosa que
deberíamos aplicar al desafío de comprender a nuestra pareja en el
matrimonio. “Concédeme que no busque tanto ser comprendido
como comprender”. La clave para comprender a la persona con
quien vive es estar centrado en su cónyuge. Para comprenderlo,
usted debe “leer entre líneas” y “escuchar entre palabras” las
necesidades de su cónyuge.
Como la enseñanza de Jesús, esta oración de San Francisco
transmite un concepto relativamente simple. Pero esta sencilla
verdad puede tener un impacto revolucionario cuando la aplica a su
matrimonio: ponga a su compañera o compañero en el centro, y no
se preocupe tanto por ser comprendido usted. El tema que debería
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preocuparlo no es que su cónyuge lo comprenda a usted, sino que
usted comprenda a su cónyuge. La pregunta no es si usted está
recibiendo amor, sino si está dándolo.
Profundidad en la comunicación
Para comprender a su cónyuge, usted debe comunicarse en
un nivel profundo. Hay diferentes niveles de comunicación en el
matrimonio. Primero, está el nivel de la no comunicación, el nivel
superficial, donde usted y su cónyuge no hablan de nada
importante. En un nivel algo más profundo, hablan de lo que
conocen. Al profundizar más, comienzan a compartir lo que
piensan, y luego lo que sienten. En el nivel más profundo de
comunicación, comienzan a hablar acerca de quiénes son, qué son
y dónde están en sus vidas con relación a quiénes o qué creen que
Dios quiere que sean, y dónde creen que Dios quiere que estén.
Obviamente, esto va más allá de la conversación trivial
(“pásame la sal”, “va a llover hoy”). Cuando se comunican en un
nivel profundo, están poniendo su corazón en la mano de su
cónyuge, y él puede hacer lo que quiera con ése corazón. Puede
estrujarlo. Puede arrojarlo al piso y pisotearlo. Tal vez, lo peor que
puede hacer al tener su corazón en la mano es ignorarlo.
La cosa más cruel que escuché decir alguna vez a alguien a
su cónyuge fue en una sesión de consejería. Él era un hombre muy
grande y duro. Su esposa se la pasó preguntándole, durante toda la
sesión: “¿Qué piensas de mí? ¿Qué piensas de mí?”. Finalmente, la
miró y le dijo: “Tienes un concepto demasiado elevado de ti. Yo no
pienso en ti para nada”. Lo contrario del amor no es el odio; es la
indiferencia. Ese esposo estaba comunicando lo contrario al amor
cuando dijo esas palabras a su esposa.
Si usted pone su corazón en la mano de su cónyuge, podría
salir herido. Pero nunca obtendrá comprensión hasta que esté
dispuesto a ser vulnerable. Comunicarse en un nivel profundo
significa aprender a manejar los conflictos. Cuando usted entra en
una comunicación profunda, su cónyuge no siempre va a decirle lo
que usted quiere oír. Un buen cónyuge que se preocupa por su
crecimiento dirá lo que usted necesita oír, y tal vez usted no quiera
oír eso. Por eso el Dr. Tournier escribió un capítulo sobre “la
valentía de comunicarse”. Cuando su cónyuge dice algo que usted
necesita, pero que no quiere oír, usted puede replegarse como una
tortuga en su caparazón o puede aprender a enfrentar el conflicto
que puede surgir de sus niveles de comunicación profundos.
Qué hacer con la ira
Un matrimonio que se comunica en un nivel profundo
también tendrá que aprender a manejar la ira. Las personas que más
amamos tienen la mayor capacidad de hacernos enojar. La ira es
una emoción interesante. ¿Qué piensa usted de la ira en la vida de
un creyente? ¿Cree que Dios quiere que un seguidor de Cristo lleno
del Espíritu Santo esté enojado? ¿Es la ira una emoción aceptable
para un discípulo de Jesús? Preste atención a estas palabras de
Pablo acerca de la ira en la vida de los creyentes:
“Si se enojan, no pequen; que el enojo no les dure todo el
día. No le den oportunidad al diablo… No hagan que se entristezca
el Espíritu Santo de Dios, con el que ustedes han sido sellados para
distinguirlos como propiedad de Dios el día en que él les dé la
liberación definitiva. Alejen de ustedes la amargura, las pasiones,
los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad (Efesios
4:26,27,30,31 – Dios Habla Hoy). Santiago nos da una observación
breve y espontánea acerca de la ira, cuando nos dice: “la ira del
hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20 – Dios Habla
Hoy).
Una perspectiva personal
Cuando me casé, yo era creyente; pero un creyente muy
irascible. Me decía a mí mismo que era una indignación justa, pero
claramente no lo era. Tuve que buscar en las Escrituras lo que Dios
dice acerca de la ira. Una vez, hice un gran agujero en una radio
portátil de un puñetazo. ¡Parecía como si le hubiera caído una
bomba encima! Cuando nos mudamos, un par de años después,
Ginny trajo la radio con nosotros. La puso en un estante cerca de
nuestra cama, simplemente para que me acordara. Yo traté de
explicarle que no había estado enojado con ella. Un empleado del
banco me había humillado cuando solicité un préstamo. En
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realidad, estaba enojado conmigo mismo por manejar mal nuestras
finanzas, así que le di un puñetazo a la radio.
Hay ciertas preguntas que uno siempre debería formularse
con relación a la ira. ¿Por qué se enoja? ¿Con quién está enojado?
¿Cuál es el verdadero objeto de su ira? El origen y el verdadero
objeto de nuestra ira rara vez es la persona contra quien la
descargamos. A menudo estamos enojados con nosotros mismos,
como me pasó a mí. Tal vez usted esté enojado con su jefe y, como
no puede darle un golpe en la cara, rompe algo cuando llega a su
casa. Aun cuando parezca que está enojado con su esposa, y ella
ciertamente lo piense, usted tal vez no esté enojado con ella. Tal
vez esté enojado con usted mismo. Es importante para usted, y
también para su pareja, comprender el origen de su ira.
Es obvio en el pasaje acerca de la ira que citamos
anteriormente que Dios no quiere que los creyentes llenos del
Espíritu estén enojados. Leemos en el Nuevo Testamento: “Airaos,
pero no pequéis” (Efesios 4:26). Algunas personas hacen de la
primera palabra el versículo lema de su vida: “Airaos”. Pero una
traducción mejor del versículo sería: “Cuando están enojados, no
pequen”. Dios es lo suficientemente realista como para saber que
habrá ocasiones en que nos enojaremos. Pero el mensaje de la
Biblia para los creyentes que se enojan es: “No permitan que la ira
termine en pecado, y nunca dejen que el sol se ponga sobre ella”.
La esencia de lo que la Biblia nos dice acerca de la ira es que
“desechemos” toda ira y enojo (Efesios 4:26,27).
Cuando me di cuenta de que Dios me decía en su Palabra
inspirada que no debía enojarme, que debía “desechar” la ira, mi
pregunta fue: “¿Cómo?”. Y esta pregunta me llevó a un capítulo de
Génesis que no sólo me ha dado algunas respuestas a mi pregunta,
sino que me ha librado de la ira. Se lo recomiendo, si usted está
tratando con este problema. Es una de las más grandes y más
conocidas historias de la Biblia:
“Pasó el tiempo, y un día Caín llevó al Señor una ofrenda
del producto de su cosecha. También Abel llevó al Señor las
primeras y mejores crías de sus ovejas. El Señor miró con agrado a
Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su ofrenda, por lo
que Caín se enojó muchísimo y puso muy mala cara. Entonces el
Señor le dijo: "¿Por qué te enojas y pones tan mala cara? Si hicieras
lo bueno, podrías levantar la cara; pero como no lo haces, el pecado
está esperando el momento de dominarte. Sin embargo, tú puedes
dominarlo a él.
“Un día, Caín invitó a su hermano Abel a dar un paseo, y
cuando los dos estaban ya en el campo, Caín atacó a su hermano
Abel y lo mató. Entonces el Señor le preguntó a Caín: ¿Dónde está
tu hermano Abel? Y Caín contestó: No lo sé. ¿Acaso es mi
obligación cuidar de él? El Señor le dijo: ¿Por qué has hecho esto?”
(Génesis 4:3-10, Dios Habla Hoy).
En este pequeño drama, encontramos una gran enseñanza
acerca de la ira. Tenemos a dos hombres: El Sr. Aceptable (Abel) y
el Sr. Inaceptable (Caín). Ambos presentan ofrendas a Dios. De
hecho, la idea de hacerlo es de Caín. Ahora bien, a Dios le agradan
Abel y su ofrenda, pero no así Caín y su ofrenda. No creo que se
nos diga qué tenía la ofrenda de Caín que no le agradaba a Dios. Él
era un agricultor, así que trajo frutos o verduras. La historia no
sugiere que no trajo sus mejores productos.
Abel era pastor, así que trajo un animal. Algunas personas
dicen que el problema fue que la ofrenda de Abel, a diferencia de la
de Caín, era un sacrificio de sangre, pero aún no había ninguna
instrucción relacionada con los sacrificios de sangre en la Biblia.
Creo que el énfasis está en los dos hombres, antes que en sus
ofrendas. Uno de estos hombres es aceptable, así que Dios acepta
su ofrenda. El otro hombre no es aceptable, así que Dios no quiere
aceptar su ofrenda.
El drama continúa. El Sr. Aceptable pasa al lado del Sr.
Inaceptable, y éste lo mata a golpes. Dios se acerca a Caín después
y le pregunta: “¿Por qué estás enojado? ¿Por qué estás deprimido?
¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho? Si haces lo correcto,
¿no serás aceptado? Si no lo haces, ¡esta ira es un pecado que te
destruirá!”.
Esta es una gran lección sobre la ira. En el incidente con la
radio, yo no estaba enojado con mi esposa. Estaba enojado
conmigo mismo porque yo era el “Sr. Inaceptable”. Como había
manejado mal nuestras finanzas, estaba enojado conmigo mismo.
Dios tuvo que preguntarme: “¿Por qué estás enojado? ¿Por qué
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rompiste esa pequeña radio?”. La lección más importante para mí
fue: “Arregla tu situación con Dios. Aprende a manejar tus finanzas
y no serás tan inaceptable para ti y para todos los demás. Si no
resuelves tu ira haciéndote aceptable, vas a pasarte la vida
rompiendo radios o ‘golpeando a Abeles’, ¡y eso te destruirá a ti!”.
El apóstol Pablo tiene otra perspectiva importante sobre
este tema, más adelante en Efesios. Escribe: “El que ama a su
mujer, a sí mismo se ama” (5:28). Lo que ocurre es que si me
hubiera amado a mí mismo en ese episodio con la radio, habría
tenido la capacidad de amar a mi esposa. Pero, como estaba mal
conmigo mismo, estaba expresando rabia e ira contra ella.
Mientras intentaba solucionar mi problema con la ira, se me
ocurrió que yo amaba a mi esposa y a mis hijos. Pero no siempre
les expresaba mi amor, especialmente cuando no “me amaba a mí
mismo”. Cuando estaba mal conmigo mismo, por cualquier motivo,
tenía una menor capacidad para expresar amor. Lo que necesitaba
desarrollar era un sentido legítimo de autorrespeto y verme como
Dios me ve.
En el evangelio de Mateo, un abogado le pregunta a Jesús:
“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (22:36). Y
Jesús le contesta: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y
los profetas” (22:37-40).
En este pasaje, Jesús dice que debemos dominar tres
perspectivas en la vida para tener lo que describió como “vida
eterna” o “vivir más abundantemente”. Debemos mirar hacia arriba
y ser todo lo que necesitamos ser en nuestra relación con Dios;
debemos mirar hacia adentro, y ser todo lo que Dios quiere que
seamos; y debemos mirar a nuestro alrededor y ser todo lo que
Dios nos dice en su Palabra que debemos ser en nuestras relaciones
con los demás. Jesús resume esas tres perspectivas al enseñar que
debemos mirar hacia arriba y amar a Dios completamente.
Debemos mirar hacia adentro y amarnos correctamente. Y debemos
mirar a nuestro alrededor y amar a los demás incondicionalmente.
Ahora bien, amarnos a nosotros mismos no significa que
nos detengamos a adorarnos cada vez que pasamos frente a un
espejo. Esto es lo que algunas personas piensan que significa. Pero
un amigo mío, un alcohólico y drogadicto en recuperación, lo
resume de esta forma: “Ama a Dios completamente, ámate a ti
mismo correctamente, y ama a los demás incondicionalmente”. Mi
amigo creció espiritualmente cuando pudo comprender cada uno de
los tres aspectos y, como consecuencia, ha estado sobrio por
diecisiete años, y es el presidente de los ancianos de nuestra iglesia.
Cuando Pablo dice: “El que ama a su mujer, a sí mismo se
ama”, nos está revelando un secreto. Si usted no ama cuando mira
adentro, si está enojado consigo mismo al punto de despreciarse y
destruirse, no se va a llevar bien con nadie, especialmente su
cónyuge.
Si quiere compartir su vida con otra persona en una relación
matrimonial, debe comprender a esa persona. No podemos separar
nuestra comprensión mutua de nuestra comunicación mutua y con
Dios.
¿Cómo podemos comprendernos mutuamente?
Lo cierto es que no nos comprendemos a nosotros mismos
totalmente, y mucho menos a nuestras parejas. Jeremías dijo:
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;
¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). En el versículo siguiente, la
voz de Dios contesta la pregunta de Jeremías: “Yo Jehová, que
escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno
según su camino” (10). En vista de esta verdad, entonces
deberíamos mirar hacia arriba y decir, como David: “Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis
pensamientos” (Salmos 139:23). Ese tipo de comunicación con
Dios es, en realidad, la única forma en que podemos
comprendernos a nosotros mismos y comprendernos mutuamente
en el matrimonio. Si uno de los cónyuges, o ambos, no tiene
ninguna comunicación con Dios, entonces no van a comprenderse
mutuamente.
Santiago nos enseña: “Si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
10. 10
reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). En otras palabras, tal vez
usted no comprenda a su cónyuge, pero Dios sí. Cuando se da
cuenta de que no puede comprender a su pareja sin la ayuda de
Dios, pídale la sabiduría que usted reconoce no tener.
Capítulo 2
Una brújula espiritual
El Libro de Génesis es un libro de comienzos. Eso es lo que
significa la palabra “génesis”. En este libro, Dios nos habla de los
comienzos de muchas cosas, porque quiere que las comprendamos
como Él quiso que fueran. El primer diálogo de Dios con el hombre
del que tenemos registro se encuentra en el tercer capítulo de
Génesis, justo después de que Adán y Eva comieron del fruto que
su Creador les había prohibido. A causa de su desobediencia,
obtuvieron el conocimiento del bien y del mal, así que se
escondieron, porque sentían culpa y vergüenza.
Leemos que Dios buscó a sus criaturas rebeldes en el
huerto, y cuando los encontró les hizo preguntas. Ahora bien,
cuando el Creador hace preguntas a sus criaturas no es porque no
conozca las respuestas. El propósito de Dios, al hacer preguntas, es
hacer que el hombre piense. He descubierto que estas preguntas de
Dios son como una “brújula espiritual”. Dado que la estrategia
bíblica para trabajar en nuestro matrimonio es comenzar con las
dos personas que lo conforman, quiero compartir ocho preguntas
que Dios nos hace en la Biblia que pueden ayudar a las personas
que forman un matrimonio a comprenderse mutuamente.
Las primeras palabras de Dios al hombre caído que registra
la Biblia son preguntas. Su primera pregunta es: “¿Dónde estás tú?”
(Génesis 3:9). La idea es la siguiente: “Se supone que deberías
estar en algún lado, y no estás ahí. Entonces, ¿dónde estás tú?”. En
esencia, la pregunta era: “Piensa dónde estás, porque no estás
donde deberías estar”.
Adán contestó: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo,
porque estaba desnudo; y me escondí” (10). En otras palabras:
“Cuando oigo tu voz me da miedo. Sé que va a exponer mi
desnudez, y no quiero quedar expuesto”.
Esta es una descripción muy precisa de la naturaleza
humana, en el pasado y en la actualidad. ¿Tiene usted a veces la
convicción de que debería estar en algún lugar y no está allí?
Piense que es posible que esa convicción surja de que Dios le está
preguntando: “¿Dónde estás tú?”. ¿Será que lo que llamamos
“crisis de identidad” es aquello de lo que Dios nos habla en el
tercer capítulo de Génesis? ¿Es posible que Dios quiera que
comprendamos, como en el pasado, el milagro de que nuestro
Creador nos busca hoy con preguntas inquietantes acerca de dónde
estamos, porque no estamos donde Él quiere que estemos?
La segunda pregunta que Dios hace al hombre es: “¿Quién
te enseñó?” (11). En el original hebreo dice, literalmente: “¿Quién
te hizo saber que estabas desnudo?”. Esta segunda pregunta de
Dios lleva a Adán y Eva al momento en que comieron del árbol
prohibido. Cuando comieron del árbol equivocado, leemos:
“Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que
estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron
delantales” (7).
Ahora Dios pregunta: “Cuando supieron que estaban
desnudos, ¿quién les hizo saber que estaban desnudos?”. La
respuesta es que Dios mismo les hizo saber que están desnudos,
porque los ama. Este diálogo que Dios tiene con Adán y Eva es una
descripción hermosa del amor de Dios, en el pasado y en el
presente. Fue Dios quien les abrió los ojos, porque quería que sus
criaturas comprendieran lo que habían hecho y que hicieran algo
con relación al hecho de que no estaban donde se suponía que
deberían estar. Dios expresa su amor por nosotros de la misma
forma hoy.
La tercera y la cuarta pregunta de Dios los llevan a una
confesión. La tercera pregunta fue: “¿Has comido del árbol de que
yo te mandé no comieses?” (11). Yo creo que estos árboles son
alegóricos. No quiero decir que sean un mito, o ficticios, o que no
tengan ningún significado. Una alegoría es una historia en la que
11. 11
las personas, los lugares y las cosas tienen sentidos más profundos,
a menudo sentidos moralmente o espiritualmente significativos.
¿Ha visto alguna vez un árbol del conocimiento? ¿Ha visto alguna
vez un árbol de la vida? ¿Alguna vez ha visto u oído caminar a una
voz? Esto tiene que ser un lenguaje alegórico, pero ¿qué verdad
está enseñando?
En la alegoría es estos árboles, Dios dice simplemente esto:
“Yo te puse en este mundo y sé cuáles son tus necesidades mejor
que tú. Puedo suplir todas tus necesidades a través de estos árboles
si comes de ellos precisamente como yo te lo indico para suplir tus
necesidades a través de ellos”.
Leemos que Dios plantó estos árboles en un orden de
prioridad (Génesis 2:8,9). Primero, los árboles debían suplir la
necesidad de los ojos. En la Biblia, los ojos suelen representar la
mente, o cómo uno ve las cosas. Jesús nos dijo, básicamente: “La
lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu
cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo
estará en tinieblas” (Mateo 6:22,23). Es importante la forma en que
vemos las cosas. Según Jesús, la forma de ver las cosas es la
diferencia entre un cuerpo lleno de luz y un cuerpo lleno de
tinieblas. Aquí, en Génesis, Dios está diciendo alegóricamente: “La
mayor necesidad que ustedes tienen es que yo les muestre cómo ver
las cosas”.
Dios dijo que los árboles del huerto suplirían su necesidad
de alimento. Eso representa todas las cosas que un ser humano
necesita o siquiera desea. Alegóricamente, esto representa lo que
Jesús diría siglos después: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). Lo que
ocurre es que, cuando primero permitimos que Dios nos muestre
cómo ver las cosas, todas nuestras otras necesidades son suplidas a
través de lo que representan estos árboles.
Cuando Adán y Eva pecaron, violaron la prioridad de estos
árboles. Comieron del árbol prohibido, primero, porque era bueno
para comer, y luego porque era agradable a los ojos (Génesis 3:6).
Esta violación de las prioridades de Dios finalmente llevó a su
expulsión del huerto. Si rehusamos ser gobernados y guiados por la
Palabra de Dios, que nos muestra cómo convivir en las relaciones,
nuestra violación de esas prioridades hoy podría llevarnos al uso de
armas termonucleares, y hasta un escalamiento de la guerra
termonuclear y nuestra expulsión del planeta.
En esta profunda e inspirada alegoría, Dios nos dice: “Yo
puse al hombre en este mundo, y no lo he dejado para que ande a
tientas en la oscuridad. Le he dado mi Palabra, pero cuando él
escuche mi voz a través de mi Palabra, mi voz hará que se sienta
incómodo. Se va a ocultar de ella, porque expondrá su desnudez, o
su necesidad. Si no aplica mi Palabra a su necesidad, pasará toda su
vida escondiéndose de mí y de la verdad de mi Palabra”. La
pregunta de Dios era, en esencia: “¿Has comido del árbol
equivocado?”, que significa: “¿Estás buscando las respuestas en los
lugares equivocados?”.
Tal vez usted se pregunte: “¿Qué tiene que ver esto con el
matrimonio?”. Esto se aplica directamente a nuestra discusión
sobre el matrimonio bíblico. Tal vez recuerde que al principio de
esta serie de estudios sobre el matrimonio y la familia, señalé los
cuatro problemas de todo matrimonio:
¾ El problema número uno es el esposo;
¾ El problema número dos es la esposa;
¾ El problema número tres es el hombre y su
esposa, y
¾ El problema número cuatro son los hijos.
También destaqué que el lugar por donde debemos
comenzar a trabajar en nuestro matrimonio es con las dos personas
que lo constituyen, especialmente la persona por la que puede
hacer algo y por quien es responsable: usted mismo.
Las respuestas correctas a estas preguntas las convierten a
en “una brújula espiritual” que puede ayudar al esposo y a la
esposa a estar donde deberían estar como personas, y esto agregará
salud, fortaleza y estabilidad a su relación como compañeros en el
matrimonio.
Antes de considerar la próxima pregunta, me gustaría
hacerle una pregunta acerca de su matrimonio y su familia: “¿De
dónde obtiene usted las pautas para su matrimonio: de la cultura o
de las Escrituras?”. Otra forma de plantear la pregunta es: “¿Está
usted comiendo de los árboles correctos o de los incorrectos, al
12. 12
buscar el plan para su matrimonio?”. Otra pregunta sería: “Si usted
obtiene su plan para el matrimonio de la cultura, ¿cuán saludable es
su matrimonio y su familia?”.
El Salmo 1 describe lo que la Biblia llama “el hombre
bienaventurado”. La palabra “bienaventurado” significa “feliz”.
Una de las primeras cosas que se nos dice del hombre feliz es que
es un hombre bienaventurado porque “no anda en consejo de
malos” (1). ¿Anda usted en consejo de malos? Por ejemplo, cuando
tiene un problema, ¿pide el consejo de Dios a su pastor o a algún
líder espiritual de su iglesia, una persona piadosa que conoce las
Escrituras? ¿O acude a una persona secular, que no conoce a Dios?
Mientras estaba en el seminario, varias veces tuve que sacar
préstamos para estudiantes. En el banco donde pedía prestado había
un pequeño cartel que preguntaba: “Si eres tan listo, ¿por qué no
eres rico?”. Nosotros, los estudiantes del seminario, ¡pensábamos
que lo sabíamos todo! Pero ese cartel nos confrontaba. ¿Por qué
éramos tan pobres si éramos tan listos?
Muchos de nosotros tenemos que pensar en una pregunta
parecida: Si somos tan listos, ¿por qué no somos felices? ¿Por qué
no tenemos un matrimonio y una familia más feliz? Tal vez no
entendemos tan bien la Biblia. Si somos felices, y tenemos la
familia feliz y ejemplar, entonces por la gracia de Dios somos el
hombre y la mujer bienaventurados, y tenemos un matrimonio y
una familia bienaventurados. Si ésta no es nuestra experiencia,
entonces debemos acudir individualmente a la Palabra de Dios y
dejar que Dios nos haga estas preguntas.
Tal vez nuestro matrimonio y nuestra familia no son
bienaventurados porque estamos andando en consejo de los impíos,
y tenemos que volver a esos principios básicos del matrimonio y la
familia que se presentan en las Escrituras. Si seguimos “comiendo
de los árboles equivocados” nuestro matrimonio y nuestra familia
nunca serán bendecidos por Dios.
Ahora, volvamos a estas grandes preguntas. La cuarta
pregunta que hizo Dios, y con la que se aclara la confesión que
obtuvo de Adán y Eva mediante su tercera pregunta, fue: “¿Qué es
lo que has hecho?” (Génesis 3:13). La palabra “confesar” en las
Escrituras es compuesta, y combina términos que indican “hablar”
y “lo mismo”. El significado básico es: ‘decir lo mismo que dice
Dios sobre nuestro pecado’ o ‘estar de acuerdo con Dios’. Esto es
lo que hace Dios cuando pregunta a Adán y Eva: “¿Qué han
hecho?” Él sabe exactamente lo que han hecho, pero quiere
escucharlos decir lo que Él ya sabe. Obviamente, esto no es para
beneficio de Él, sino de ellos.
Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, no le decimos
nada que Él no sepa. No los confesamos por el bien de Dios, sino
para nuestra salvación. Nadie es perfecto, y no existen matrimonios
perfectos. Individualmente y juntos, como matrimonio,
necesitamos que Dios nos pregunte: “¿Qué han hecho?”. Y luego
debemos decir lo mismo que Dios acerca de lo que hemos hecho.
Tenemos la promesa de Dios de que, si confesamos nuestros
pecados, Él es fiel a su Palabra y perdonará lo que hayamos hecho
y lo que no hayamos hecho en nuestro matrimonio (1 Juan 1:9).
Encontramos una quinta pregunta profunda más adelante en
el Libro de Génesis, cuando el ángel del Señor busca a Agar, la
criada fugitiva de Abram y Sarai. El ángel le pregunta: “¿De dónde
vienes tú, y a dónde vas?” (Génesis 16:8).
No sé si usted piensa mucho en la voluntad de Dios para su
vida y su matrimonio pero, si lo hace, esta es una buena pregunta
para que Dios le haga periódicamente. Es el tipo de pregunta que
deberíamos permitir que Dios nos haga en los últimos días de un
año viejo, antes de comenzar el año nuevo. En el contexto de
nuestro matrimonio, esta es una buena pregunta para comenzar
nuestro tiempo tranquilo de diálogo con Dios en un aniversario de
casamiento.
La esencia de la pregunta es que, a menos que tengamos
una crisis que nos haya llevado a un cambio, vamos hacia el lugar
de donde vinimos. Vamos a experimentar más de lo mismo a
menos que pase alguna otra cosa. ¿Ha llegado usted a un punto en
su vida en que pensar en más de lo mismo se le hacía insoportable?
La Biblia nunca nos pide que cambiemos nosotros mismos,
sino que nos dice que cumplamos algunas condiciones y luego
dejemos que Dios nos cambie. Jesús nos dice que debemos nacer
de nuevo (Juan 3:3-5). Pero no se nos dice que nos demos a luz
espiritualmente nosotros mismos. El nacimiento es una experiencia
13. 13
pasiva. Nacimos cierto día en cierto año. Nuestro nacimiento nos
sucedió. Lo mismo ocurre con el nacimiento espiritual. Somos
dados a luz de nuevo. Somos transformados mediante la
renovación de nuestra mente (Romanos 12:1,2).
Los seguidores de Cristo que han nacido de nuevo son
personas cambiadas, personas que están cambiando mientras
avanzan hacia el estado eterno en que serán cambiadas para
siempre (2 Corintios 5:17; 3:18; 1 Corintios 15:51). El hecho de
que podamos ser cambiados significa que no tenemos que ir hacia
el lugar de donde vinimos en nuestro viaje de vida y fe. Nuestro
pasado no hace que nuestro presente y nuestro futuro sean
predecibles. No tenemos que vivir con más de lo mismo, año tras
año. Si no puede soportar el pensamiento de tener diez años más
como los diez años que ha vivido en su matrimonio o en su
experiencia de vida, dígaselo a Dios y pídale que haga los cambios
que llenarán su presente y su futuro con esperanza y un optimismo
inextinguible.
Hay una sexta pregunta profunda en el Libro de Génesis
que tenemos que contestar ante Dios, individualmente y como
pareja. Esa pregunta es: “¿Quién eres tú?” (Génesis 27:18,32). En
otra profunda alegoría, se les hace esta pregunta tanto a Jacob
como a Esaú. Jacob miente, y Esaú exclama a gran voz cuando se
le pregunta: “¿Quién eres tú?”
Esta pregunta se hace varias veces en la Biblia. En el primer
capítulo del Evangelio de Juan, se le formula la pregunta a Juan el
Bautista, el antecesor de Cristo en la tierra. Los líderes religiosos le
preguntaron: “¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los
que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” (Juan 1:22).
Juan contestó con palabras del profeta Isaías: “Yo soy la
voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del
Señor” (23). Era una respuesta simple y directa. Podría haber
agregado: “Eso es quien soy, lo que soy, donde estoy. Es imposible
que yo sea más que eso. No pensaría en ser nada menos que eso.
Soy quien debo ser, lo que debo ser y estoy donde debo estar”.
Jesús dijo que Juan el Bautista fue el mayor hombre que
haya vivido jamás. ¿Qué tenía de especial? Muy simplemente,
sabía quién era, y sabía quién no era. Aceptó la responsabilidad de
sus habilidades dadas por Dios, y de su tarea en el plan de Dios.
Pero también aceptó sus limitaciones. Sabía la respuesta correcta
cuando le preguntaron: “¿Quién eres tú?”.
¿Sabe usted quién es usted? ¿Qué tiene que decir acerca de
usted? Cuando dos personas que tienen un matrimonio a los ojos de
Dios quieren construir y fortalecer su matrimonio, deberían
comenzar con ellos mismos. Su matrimonio tendrá tanta felicidad y
satisfacción como tengan ellos como individuos delante de Dios.
Cuando cada persona pueda decir lo que dijo Juan el Bautista sobre
quién es, tiene los bloques constructivos fundamentales para un
buen matrimonio y una familia feliz.
Una vez que descubra que a Dios le gusta hacerle preguntas
a su pueblo, verá que lo hace en todo el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Jesús hace ochenta y tres preguntas en el Evangelio de
Mateo. A medida que crezca en su andar individual con Dios,
permita que le haga esas preguntas mientras lee su Biblia.
Una séptima pregunta profunda: “¿Qué eres tú”, está
implícita en las palabras del apóstol Pablo: “Por la gracia de Dios
soy lo que soy” (1 Corintios 15:10). También escribió a los
corintios: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo
hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7) Lo que somos se relaciona
con nuestras capacidades, dones y talentos espirituales, y tiene que
ver con nuestra vocación. Todas estas cosas provienen de Dios para
equiparnos para ser quienes Él quiere que seamos, lo que quiere
que seamos y estar donde Él quiere que estemos.
Al comienzo del Antiguo Testamento, Dios pregunta:
“¿Dónde estás tú?”. Al principio del Nuevo Testamento, los sabios
preguntan: “¿Dónde está Él?” (Mateo 2:2). El Evangelio de Juan
comienza una profunda octava pregunta de Jesús: “¿Qué buscáis?”
o “¿Qué queréis?” (38). Cuando Jesús hizo esta octava pregunta,
planteó dos preguntas que debemos contestar cada uno de nosotros:
¿Queremos ser lo que Dios quiere que seamos, quien Él quiere que
seamos y estar donde Él quiere que estemos? y ¿hasta qué punto
queremos recibir las respuestas correctas a estas preguntas?
Una magnífica obsesión
14. 14
Estas ocho preguntas de las Escrituras nos señalan una
realidad espiritual. Hay un lugar donde Dios quiere que estemos en
esta vida. Hay alguien que Él quiere que seamos. Hay algo que
quiere que seamos, y algo que quiere que hagamos en este mundo.
Cuando el Cristo resucitado y vivo entra en nuestras vidas, como el
apóstol Pablo, nuestra magnífica obsesión debería ser capturar el
propósito para el cual Él nos capturó. La pregunta que deberíamos
hacerle a diario es: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. El único lugar
donde encontraremos la felicidad es en lo que Pablo llama “la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). En
la perfecta voluntad de Dios encontramos nuestro lugar, nuestra
identidad y nuestro llamado único.
Una brújula espiritual
Así como hay ocho puntos en una brújula, las ocho
preguntas que hemos visto constituyen mi brújula espiritual. Las
considero a menudo. Las preguntas no cambian, pero las respuestas
cambian constantemente. Hay respuestas correctas a las preguntas,
y ni usted ni la persona con la que vive serán felices hasta que las
encuentren. Discuta las preguntas con su cónyuge, y compartan el
uno con el otro lo que sienten acerca de las respuestas para ustedes
como creyentes individuales, para su matrimonio y para su familia.
Mi observación, basándome en cinco décadas de
experiencia en consejería de parejas piadosas, es que si un esposo o
una esposa es una persona infeliz, su pareja va a ser infeliz. La
mayor causa individual de infelicidad entre creyentes es no tener
las respuestas correctas para estas grandes preguntas de Dios y
otras similares.
Quisiera desafiarlos, como matrimonio, a buscar un nivel de
comunicación más profundo, contestando estas preguntas ante Dios
y discutiéndolas entre ustedes. Luego escuchen realmente las
respuestas de su cónyuge. Si hacen esto, se asombrarán de lo que
Dios podrá hacer en sus vidas.
Es trágico que una pareja devota pase por la vida sin pensar
en estas cosas. Muchos creyentes están viviendo vidas derrotadas y
ni siquiera lo saben. Si usted no está satisfecho con la calidad de su
vida espiritual, piense seriamente en estas preguntas, como si Dios
se las estuviera haciendo. Estas preguntas y sus respuestas pueden
cambiarle la vida. Cuando esto le ocurre a un esposo o a una esposa
devotos, su plenitud personal en Cristo puede transformarlos e
infundir vida a su matrimonio.
Capítulo 3
La gozosa expresión de la unidad
Leemos en el relato de la creación, en el Libro de Génesis,
que Dios vio todo lo que creó y dijo: “¡Es bueno!”. Pero luego
observó algo que “no es bueno”. Dijo: “No es bueno que el hombre
esté solo” (Génesis 2:18). Así que Dios creó una compañera para
Adán, y los dos pasaron a ser “una sola carne”.
Una de las primeras cosas que debemos notar acerca de la
creación de la relación sexual es que Dios quiso que fuera para la
procreación. “Fructificad y multiplicaos” fue lo que ordenó a Adán
y Eva (Génesis 1:28). Hemos aprendido que el matrimonio es el
plan de Dios para poblar la tierra con buenas personas. Dios no
quiere simplemente poblar la tierra con personas, sino con buenas
personas. Para que ocurra esto, los padres deben ser personas
sólidas y maduras. También deben ser fuertes como pareja para
poder ser fuertes como padres y producir personas fuertes a través
de su matrimonio y su familia. Así que, obviamente, Dios quiso
que el sexo funcionara dentro del contexto del matrimonio y la
familia, y quiso que tuviera como fin la procreación.
Más allá de la procreación, Dios quiso que el sexo fuera un
medio de expresión para el matrimonio. Cuando las parejas tienen
problemas sexuales, antes de fijarse en los detalles de estos
problemas deberían analizar su unidad espiritual. Deberían pensar
en su comunicación y sus demás áreas de compatibilidad. Deberían
pensar en las cualidades del verdadero amor como el de Cristo, y
todo lo que implica su comprensión mutua. Sólo entonces deberían
confrontar sus problemas sexuales.
15. 15
No es ningún secreto que el sexo, que Dios ideó para que
sea la expresión gozosa de nuestra unidad, puede convertirse en un
obstáculo para ella. Si la expresión física de nuestra unidad es lo
que Dios quiso que fuera, tal vez sea el diez por ciento de la
relación. Pero si la relación física no es aquello para lo cual fue
creada, puede ser el noventa por ciento del problema. Hay
matrimonios que se terminan a causa del sexo, porque cuando un
compañero no está satisfecho sólo es cuestión de tiempo antes que
se encuentre con alguien que le ofrezca esa satisfacción.
Irónicamente, lo que Dios ideó para que fuera un medio
gozoso de expresar nuestra unidad puede convertirse en uno de los
mayores obstáculos para esa unidad. Sólo el maligno podría tomar
lo que Dios ideó para que fuera la expresión gozosa de nuestra
unidad y convertirlo en uno de los mayores obstáculos para ella.
Cuando el sexo es el noventa por ciento del problema entre
un esposo y una esposa, su primera preocupación debería ser: ¿Qué
están expresando cuando tienen relaciones? Si no hay ninguna
unidad espiritual, ninguna comunicación, ningún amor, ninguna
comprensión, ¿qué pueden estar expresando? Si no tienen ninguno
de los niveles más profundos de la relación, ¿cómo puede su
relación sexual ser lo que Dios quiso que fuera? Si no tienen
ninguna unidad para expresar, su relación sexual es como el
apareamiento entre animales.
Cuando usted realiza el acto sexual, ¿está comprometido
totalmente con la gratificación de la otra persona? Ese es el tipo de
compromiso que hace del sexo lo que Dios quiso que fuera. En
otras palabras, sin comunicar el “vínculo de amor” que Dios ideó
para su matrimonio, nunca tendrá la relación sexual que Dios
declaró que era “muy buena. Dicho de otra forma, su grado de
unidad espiritual determinará la calidad de la unidad física que
tienen en su matrimonio.
Dios quiso que el sexo fuera para la procreación y como
vehículo de la expresión para un matrimonio, pero también quiso
que el sexo fuera para el placer. No sé dónde comenzó la idea.
Muchos creen que fue durante la era victoriana. Pero, mucho
tiempo atrás, los cristianos empezaron a pensar que el placer sexual
no era bueno. Según su punto de vista, Dios nunca podría tener
nada que ver con el sexo.
No puedo enfatizar demasiado cuán importante es vencer
este concepto tan contrario a la Biblia. Cuando un hombre o una
mujer realmente creen que el sexo no es bueno, o aun que es
incorrecto, pueden ser impotentes o frígidos en el matrimonio. El
sexo es sagrado. Es santo. Nunca debemos creer otra cosa ni dar a
nuestros hijos otra impresión. Esto, por supuesto, es un desafío. Si
usted quiere que sus hijos y sus hijas sean vírgenes cuando se
casen, es difícil alentarlos a practicar la abstinencia sin darles la
impresión de que el sexo tiene algo de malo.
Desde el relato de la creación, la Biblia nos dice que el sexo
es bueno. El Cantar de los Cantares, por ejemplo, es uno de los
libros más maravillosos de la Biblia. A mi juicio, su propósito
dentro del canon de las Escrituras es mostrarnos que el sexo es
hermoso y creado por Dios. Es algo maravilloso tener una relación
sexual como la que se describe en el Cantar de los Cantares. Hay,
también, una alegoría aquí. Retrata el amor de Cristo por la Iglesia,
y de Jehová por Israel. Pero esa es una aplicación secundaria. La
aplicación primaria del libro es mostrarnos que el sexo es bueno.
El sexo es hermoso. Fue ideado por Dios para ser santo,
sagrado, bueno, y una gozosa expresión de amor entre un esposo y
su esposa. Todo concepto del sexo en el contexto del matrimonio
que no alcanza estas descripciones del amor sexual no viene de
Dios, sino del maligno.
¿Cuáles son sus expectativas y actitudes en lo que se refiere
a la unidad física en el matrimonio? Deuteronomio 24:5 describe
una ley judía que ordenaba un período de dicha especial para la
pareja recién casada: “Cuando alguno fuere recién casado, no
saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en
su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó”.
La mayoría de los eruditos dicen que la frase “alegrar”
significa que se esperaba que el esposo hiciera a su esposa feliz
sexualmente, que le diera placer sexual. En otras palabras, la ley
exigía una luna de miel de un año. ¿Piensa que esta es una
declaración de lo que Dios piensa acerca del sexo?
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En el Nuevo Testamento, hay un desafío para honrar el
matrimonio y guardar el carácter sagrado de la intimidad sexual
entre un esposo y su esposa. “Honroso sea en todos el matrimonio,
y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los
juzgará Dios” (Hebreos 13:4). Aquí, Dios traza una línea con
relación al sexo casual, pero insiste en que el matrimonio es
honroso, y que la relación sexual matrimonial es algo de pureza
sagrada.
También le resultará beneficioso estudiar 1 Corintios 7:1-7
y Proverbios 5:15-20, así como el Cantar de los Cantares. Piense en
estos pasajes de las Escrituras, y luego pregúntese cuáles deberían
ser sus actitudes y expectativas con relación al sexo. La actitud es
vitalmente importante en una relación sexual. Hay quienes han
señalado que el órgano sexual más importante que tenemos es
nuestro cerebro.
Podemos aplicar a la relación sexual la alegoría de los
árboles en el tercer capítulo del Libro de Génesis que describí en
nuestro capítulo anterior. Usted fue creado con un impulso sexual,
pero su mayor necesidad es pedir a Dios que supla la necesidad de
sus ojos, es decir que le muestre el propósito, el lugar y la función
del sexo. Si pone esta necesidad en primer lugar, entonces no
perderá todo lo que Dios tenía en mente cuando les dio a usted y a
su cónyuge los medios de expresar gozosamente su amor mutuo.
Pero si pone la gratificación de su impulso sexual en primer lugar,
especialmente fuera del contexto del matrimonio, usted sufrirá las
consecuencias.
Es a través de las Escrituras que Dios nos muestra cómo
debemos ver las cosas. Si permitimos que la Palabra de Dios nos
muestre cuáles deberían ser nuestras actitudes y expectativas acerca
del sexo, descubriremos que el sexo fue ideado por Dios para ser
expresado en el contexto de las instituciones del matrimonio y de la
familia, que fueron ordenadas por Dios.
¿Dónde obtiene usted su información sobre el sexo? Si
obtiene sus señales de la cultura, no tendrá información que le
ayude a crear un matrimonio feliz y una familia cristiana. Entonces,
¿de dónde debería obtener las pautas que seguirá en cuanto al sexo?
¿De su médico? ¿Del gobierno? Hay quienes dicen que el hogar es
donde debería definirse el rol de la sexualidad. Pero, ¿quién
instruye a las personas que forman esos hogares? ¿Dónde se les
dice a los matrimonios cuál es el plan de Dios para el sexo?
He llegado a la conclusión de que si la iglesia no se lo dice
nadie más lo hará, y nadie más debería hacerlo, en realidad. A decir
verdad, ¿dónde puede usted aprender acerca del verdadero lugar y
propósito del sexo si no en la iglesia? El matrimonio es idea de
Dios, y esto está documentado en la Biblia. Lo mismo ocurre con el
sexo. Cuando leemos pasajes como el Cantar de los Cantares, nos
damos cuenta de que Dios no se calla en cuanto al sexo. Así que los
predicadores tampoco deberían hacerlo.
He dicho a menudo que antes de que uno pueda predicar
sobre el Cantar de los Cantares debería tener canas. Cuando era un
joven estudiante en el ministerio, vino un hombre mayor, canoso,
para hablarnos sobre el sexo. Luego de su charla, que fue muy
informativa y útil, le pregunté: “¿Cuándo comienza a disminuir el
impulso sexual? ¿Cuándo empieza a reducirse la llama?”. Se sonrió
de oreja a oreja y me dijo: “¡No tengo la menor idea!”. ¡Y tenía
ochenta y dos años! Así que podemos ver que no hace falta ser
joven para disfrutar de la gozosa expresión de la unidad.
La relación sexual fue ideada por Dios para brindar
satisfacción sexual al esposo y a la esposa. Pero, según diferentes
investigaciones, hay muchas mujeres que nunca experimentan esa
satisfacción. Creo que dos de las principales razones de esa falta de
satisfacción son el egoísmo y la ignorancia de los esposos.
Las quince virtudes del amor de 1 Corintios 13 –que yo
describí en el primero de estos dos fascículos- son todas
“excéntricas”, una palabra que significa ‘tener otro centro’. Dado
que todos somos pecadores, nuestro centro antes de llegar a la fe
era nuestro yo. Pero, cuando nacemos de nuevo, nuestro centro
pasa a ser Cristo, y luego todas las personas que se cruzan con
nuestras vidas. Cuando nos casamos, la “otra persona” más
importante es nuestro cónyuge. Para que el hombre y la mujer
experimenten satisfacción sexual, el esposo tiene que estar centrado
en la otra persona, a fin de ser el amante que Dios quiso que fuera.
Sólo las personas que han cambiado su centro tendrán la
relación sexual satisfactoria que Dios quiere que tengan. Esto
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significa que los esposos deben comunicarse. El hombre podría
pensar que lo que está haciendo lleva a su esposa a la liberación y a
la satisfacción, pero tal vez esté teniendo el efecto contrario. Ella
tiene que hablarle, decirle, comunicarle lo que quiere y necesita.
Muchas personas arrastran experiencias sexuales negativas, y esto
puede significar que les cueste mucho experimentar la realización
en su unión sexual. Estas cosas necesitan ser sacadas a la luz para
alcanzar la sanidad interior, y entonces será posible la satisfacción
sexual.
Capítulo 4
El capítulo sobre el matrimonio en la Biblia
El séptimo capítulo de 1 Corintios es uno de los mejores
pasajes de las Escrituras sobre la intimidad del matrimonio. Pablo
toca el tema al contestar preguntas que le hace la iglesia de Corinto
en una carta. Al estudiar sus respuestas, uno se da cuenta de cuáles
tienen que haber sido las preguntas.
En el versículo 26, Pablo escribe: “Tengo, pues, esto por
bueno a causa de la necesidad que apremia”. ¿Cuál era “la
necesidad que apremia”?. Aparentemente, era la persecución. Los
primeros cristianos vivían bajo la amenaza de la persecución gran
parte del tiempo, y tiene sentido que, si uno es perseguido,
encarcelado o entregado como alimento a los leones, sería mejor
que no tuviera una esposa e hijos. En muchas generaciones y en
muchas culturas, parejas piadosas han postergado sus planes de
casamiento hasta la finalización de una guerra.
Los corintios habían preguntado a Pablo cosas como:
“¿Deberían casarse hoy nuestros hijos, como lo harían en
circunstancias normales?”. Pablo contesta “no”. Varias veces en el
capítulo, dice: “Mejor permanecer soltero”, queriendo decir: “a la
luz de la necesidad que apremia”. Luego preguntaron: “Si deciden
mantenerse solteros, ¿podrían entonces tener algún contacto
físico?”. Y Pablo contesta, básicamente: “No. Y si no van a
casarse, si no van a consumar esta relación sexualmente, entonces
no es sabio arder de pasión”.
Pablo escribe que, a la luz de la necesidad que apremia,
sería mejor que estos jóvenes no se casaran y que, de no casarse,
que no tuvieran ninguna interacción sexual. Esto explica su
declaración inicial de que es bueno no tocar mujer. ¡Qué forma de
empezar un capítulo sobre el matrimonio! Pablo acepta que, si no
pueden controlar sus pasiones, deberían casarse, porque es mejor
casarse que consumirse arder de pasión.
Pero, ¿qué pasa con los que ya están casados? ¿Deberían
tener una vida sexual normal? Pablo contesta en un gran pasaje
sobre la relación sexual entre dos creyentes: “En cuanto a las cosas
de que me escribisteis, bueno le sería al hombre no tocar mujer;
pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer,
y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer
el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no
tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco
tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No
os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo
consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y
volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de
vuestra incontinencia. Mas esto digo por vía de concesión, no por
mandamiento” (1 Corintios 7:1-6).
Este es un magnífico ejemplo de consejería matrimonial
sobre la unión física de una pareja cristiana. Contiene algunas
observaciones resumidas de lo que Pablo está escribiendo con
relación a la gozosa expresión de unidad en una relación que es un
matrimonio a los ojos de Dios.
Los impulsos sexuales son fuertes, pero el matrimonio es lo
suficientemente fuerte como para contenerlos y brindar una vida
sexual equilibrada y satisfactoria que protegerá a la pareja de las
tentaciones de la cultura decadente en la que vivían las parejas de
Corinto.
Su énfasis es que el esposo debe buscar satisfacer a su
esposa, mientras que la esposa debe buscar satisfacer a su esposo.
En otras palabras, el esposo debe estar centrado en su esposa y la
esposa debe estar centrada en su esposo.
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La abstinencia sexual es admisible, pero sólo por un tiempo,
y para acercarse a Dios a través de la oración y el ayuno. (El
famoso “dolor de cabeza” no es motivo de abstinencia.) El
principio importante aquí es que su relación con Dios sigue siendo
privada y separada. Aun cuando compartan esta relación en
muchos aspectos y aunque su relación con Dios es el fundamento
de su unidad, no se les dice que busquen la intimidad con Dios
juntos, como pareja.
El concepto de la reciprocidad es muy importante. Una
pregunta sobre el sexo que surge frecuentemente al aconsejar a
personas que han estado casadas mucho tiempo es: “¿Hay cosas
que son pervertidas o malas?”. Creo que la respuesta es que no hay
nada malo entre un esposo y una esposa si es placentero para
ambos. La pregunta correcta no es: “¿Qué es lo correcto?” sino
“¿Qué es lo recíproco?”. Las personas preguntan acerca de la
frecuencia de la unión sexual, sobre lo que es normal, o promedio.
Pero la cuestión más importante es la reciprocidad.
Fíjese que Pablo dice que el sexo involucra una elección. Es
una decisión de dar placer o de servir al otro cónyuge. Cuando
usted asume el compromiso de amar a una persona, se compromete
a una relación física. Dios ha ideado el compromiso de forma tal
que sea recíproco, volitivo e incondicional. Si cada integrante de la
pareja está totalmente comprometido con el placer o la satisfacción
del otro, tienen la clave que hará que funcione la relación sexual.
Los esposos suelen decir a los consejeros: “A mi esposa no
le interesa nada el sexo. ¿Qué puedo hacer para que le interese?”.
Escuchamos a menudo la misma queja del otro lado: “A mi esposo
no le interesa el sexo”. La falta de interés sexual suele ser
consecuencia de que uno o ambos integrantes de la pareja no están
centrados en el otro.
Ya he señalado que es muy importante que un hombre esté
centrado en la otra persona en esta dimensión del matrimonio. Si
usted es un hombre que debe enfrentar el problema de que su
esposa no siente gran interés sexual, asegúrese de tener una buena
educación en lo que se refiere al sexo. A pesar de todas las
conversaciones machistas sobre el sexo que tienen los hombres,
muchos de ellos, lamentablemente, ignoran la anatomía sexual de
la mujer. ¿Alcanza su esposa la satisfacción o la liberación cuando
tienen una unión física? Si lo logra pocas veces o nunca, quiero
hacerle una pregunta: Si usted nunca experimentara un clímax,
¿cómo afectaría eso su actitud hacia la unión física con su esposa?
Creo que es una pregunta justa.
La Regla de Oro es efectiva aquí: “Todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced
vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo
7:12). El desafío de la Regla de Oro es colocarse uno en el lugar
del otro. Si usted fuera el cónyuge que no está interesado en la
relación física, ¿qué le gustaría que hiciera su cónyuge? Cuando
encuentre la respuesta a esta pregunta, hágalo, por esa es la Regla
de Oro de la gozosa expresión de la unidad.
Se dice que, en las epístolas de Pedro y de Pablo, el modelo
para el matrimonio es Cristo y la Iglesia. Se supone que debe ser
una comunión total de dos personalidades completas, y eso se
muestra en la comunión entre Cristo y su Esposa, la Iglesia. Es una
unidad espiritual. Así que, mientras que la unidad física es
recíproca e incondicional, también debe haber una cualidad
espiritual en la relación. Esa cualidad espiritual es el amor
abnegado y centrado en los demás del Cristo resucitado y viviente.
Capítulo 5
Las siete maravillas espirituales del mundo
Hace unos años, yo estaba almorzando con un hombre que
me dijo que su iglesia lo había designado anciano y presidente de la
junta de la iglesia. Y luego me dijo: “¡Imagínese! ¡Yo ni siquiera
soy cristiano!”.
Otro hombre que estaba almorzando con nosotros le dijo:
“Usted no sería un anciano en la iglesia de este hombre si no fuera
un cristiano”. A lo cual el otro contestó: “Entonces usted es el
hombre que hace tiempo deseo conocer. Quiero hacerle una
pregunta: ¿Qué es un cristiano?”.
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Cuando hacía cinco minutos que yo estaba hablando, el
hombre miró su reloj y me dijo: “Oiga, solo le pedí la hora, y usted
me está explicando cómo hacer un reloj. ¿No hay una manera más
simple de responder mi pregunta?”.
El Señor usó a ese hombre para mostrarme que necesitaba
estar mucho más preparado para contestar esa pregunta. Así que
escribí un pequeño folleto llamado: “Las siete maravillas
espirituales del mundo”. Mi objetivo era decir a una persona
secular lo que necesita saber y conocer para experimentar la
salvación.
Como he compartido esta perspectiva bíblica del
matrimonio con usted, se me ocurre que todo lo que he compartido
es imposible si no es un discípulo de Jesucristo que ha nacido de
nuevo. Jesús nos dijo que nunca seremos cónyuges adecuados sin
la ayuda de Dios (Mateo 19:3-11). Salomón nos dijo que nunca
seríamos padres adecuados sin la ayuda de Dios (Salmo 127). El
mensaje de toda la Biblia, enfatizado por Jesús, es que no podemos
ser personas adecuadas sin la ayuda de Dios (Juan 3:6,7). No puedo
finalizar este estudio sin decirle lo que necesita saber para nacer de
nuevo. Por lo tanto, concluyo con “Las siete maravillas espirituales
del mundo”.
La primera espiritual es lo que llamo: “el mayor diseño del
mundo”. Si uno mira este mundo a través de un telescopio o un
microscopio, no puede evitar quedar impresionado por el diseño
que ve. Pero para usted y para mí, el diseño más importante y
hermoso de este mundo es el plan especial que Dios tiene para todo
ser humano que nace en este mundo (Romanos 12:1,2; Salmos
139:16).
Toda persona creada por Dios es única e individual. ¿No es
asombroso que haya más de sesenta mil millones de dedos en este
mundo, y que no haya dos de ellos que tengan las mismas huellas
digitales? Ahora tenemos equipos electrónicos sofisticados que
pueden identificar sus “huellas vocales”, porque nadie habla
exactamente como usted. Ahora, con la tecnología del ADN, la
estructura física única de cada ser humano sobre la tierra puede ser
identificada y probada en un tribunal en cualquier lugar del mundo.
Si el milagro de nuestra individualidad única puede ser demostrado
tan claramente, ¿es realmente difícil creer que el Dios que nos creó
como individuos únicos físicamente tenga un plan único para cada
una de nuestras vidas? Según la Biblia, Dios tiene dicho plan, y ese
plan es una de las maravillas espirituales del mundo.
Tal vez se pregunte: “Si Dios tiene un plan para cada vida
humana, ¿por qué la gente es tan infeliz, y por qué nuestro mundo
está lleno de disturbios, guerras y tremendos problemas sociales?”.
La respuesta a su pregunta es la segunda maravilla espiritual del
mundo, que yo llamo “el mayor divorcio del mundo”. El divorcio
es una epidemia en muchas culturas hoy, pero el mayor divorcio de
este mundo es el divorcio entre Dios y el hombre.
La Biblia nos dice que Dios creó al hombre como una
criatura que puede elegir. Le dio a esta criatura la posibilidad de
decir a su Creador: “Tú me creaste con este gran diseño, pero no
quiero formar parte de él. Voy a vivir mi vida a mi manera”. La
Biblia nos dice que esto es lo que todos le dicen a Dios. La Biblia
lo llama pecado. Por su rebelión pecaminosa, las personas se
divorcian de Dios, y Él se lo permite. Este divorcio es la causa de
todo el caos que vemos en el mundo hoy. El hecho de que Dios nos
crea con la capacidad de divorciarnos de Él es otra maravilla
espiritual del mundo.
A la tercera maravilla espiritual yo la llamo “el mayor
dilema del mundo”. Como resultado del mayor divorcio del mundo,
Dios enfrentó el mismo dilema que enfrentamos nosotros como
padres. Amamos a nuestros hijos, y hay ciertos comportamientos y
actitudes que nos gustaría ver en sus vidas. Pero, para nuestro
desconcierto, hacen cosas que nos desagradan. Nos destrozan el
corazón con las cosas que hacen. ¿Cómo deberíamos responder
cuando ocurren estas cosas? Queremos expresar nuestro amor por
nuestros hijos, pero no queremos hacer la vista gorda a estas
acciones dañinas. Ese es un dilema que enfrentan todos los padres.
En un sentido, Dios tiene el mismo dilema (aunque en
realidad nunca se ve enfrentado a un problema que considere
insoluble). Ve que sus criaturas se divorcian de su Creador y hacen
cosas abominables que nunca quiso que hicieran. El mayor dilema
del mundo es el que tiene que enfrentar Dios día y noche con la
familia humana.
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Este, el mayor dilema del mundo, se resuelve con lo que
descubrimos en la cuarta maravilla espiritual: “la mayor
declaración del mundo”. Esta declaración no es un documento del
gobierno, sino que se encuentra en la Biblia, y se llama
“Evangelio”, o “Buenas Noticias”: que Dios ha enviado a su único
Hijo al mundo para morir en una cruz por usted y por mí. Al
hacerlo, Dios hizo todo lo que debía hacerse para resolver el mayor
dilema y reconciliar el mayor divorcio del mundo. Cuando usted
comprende esta gran declaración, se da cuenta de que la cruz de
Jesucristo es verdaderamente una de las maravillas espirituales del
mundo.
Esto nos lleva a la quinta maravilla espiritual, que yo llamo
“la mayor decisión del mundo”. Cuando Jesús estuvo en la tierra,
se quedó levantado hasta tarde una noche hablando con un rabino
llamado Nicodemo (Juan 3:1-21). En esencia, Jesús le dijo: “Yo
voy a la cruz porque soy el único Hijo de Dios, soy la única
solución de Dios al problema del pecado, y soy el único Salvador
provisto por Dios. Si crees esto, no serás condenado. Pero si no lo
crees serás condenado, no por tu pecado, sino porque no crees en
mí”.
Es como que Dios ha ofrecido al mundo un contrato para
salvar su vida. Jesús firmó ese contrato con su sangre, pero hay un
lugar ahí para que usted y yo lo “firmemos” con fe. Esto convierte
a la decisión de creer lo que dijo Jesús acerca de sí mismo en la
mayor decisión del mundo, y una de las maravillas espirituales del
mundo.
¿Cómo sabe uno cuándo ha tomado la decisión que
determina su destino eterno? En las Escrituras, la palabra utilizada
en el original griego que se traduce como “creer” no significa estar
de acuerdo intelectualmente. No es cuestión de simplemente asentir
con la cabeza y decir: “Creo esto”. Una vez escuché una ilustración
al respecto. Un hombre extendió una cuerda sobre las cataratas más
grandes de Estados Unidos y cruzó de un lado a otro con una
bicicleta. El público que miraba lo aplaudió y lo aclamó. El hombre
les preguntó: “¿Cuántos de ustedes creen que puedo volver a hacer
esto con un pasajero en la bicicleta?”. Varios levantaron sus manos.
Entonces él señaló a una persona que tenía la mano levantada y le
dijo: “¡Súbase al manubrio!”. El espectador dijo: “¡Yo no!”. El
hombre le contestó: “Entonces no cree, realmente”.
La palabra que se utiliza en el original griego para referirse
a “creer” significa, en esencia, “subirse a la bicicleta”. Si usted
fuera un inválido y su casa se estuviera incendiando, y alguien
viniera a su dormitorio ofreciéndole sacarlo de la casa incendiada,
usted tendría que apoyar todo el peso de su cuerpo sobre la persona
que lo rescata para salir de la casa. Una traducción del Nuevo
Testamento usa este concepto en el versículo dieciséis del tercer
capítulo del Evangelio de Juan: “Todo el que apoya todo su peso en
Jesús no perecerá, sino tendrá vida eterna”. Usted cree cuando
confía plenamente para su salvación en la veracidad de las
afirmaciones de Jesús de que era el único Hijo de Dios, su única
Solución y su único Salvador.
¿Y cómo sabe cuándo cree realmente? La sexta maravilla
espiritual es lo que llamo “la mayor dirección del mundo”. En los
Evangelios, leemos que cada vez que alguien decía a Jesús: “Creo
en ti”, Él les decía una sola palabra: “Sígueme”. Cuando oían esa
palabra, se daban cuenta de que, para seguirlo, debían apartarse de
la forma en que estaban viviendo sus vidas. La mayoría de ellos no
quería hacerlo, así que no lo siguieron. Descubrieron que, en
realidad, no creían.
Sin embargo, hubo una minoría comprometida de personas
que sí creyeron y lo siguieron. Descubrieron que la dirección de
seguir a Jesús era la mayor dirección del mundo. Él estableció un
pacto con ellos, que era, esencialmente: “Síganme y los haré”
(Mateo 4:19). Cuando asumieron el compromiso de seguirlo, y al
seguirlo, los convirtió en lo que Él quería que fueran. Sesenta años
después, uno de ellos dedicó el último libro de la Biblia a Jesús con
estas palabras: “Al que nos amó… y nos hizo reyes y sacerdotes…”
(Apocalipsis 1:5,6). Para el apóstol Juan, la dirección de seguir a
Jesús era otra maravilla espiritual del mundo.
Yo llamo a la séptima maravilla espiritual “la mayor
dinámica del mundo”. No lo comprendemos plenamente, pero
Jesús enseñó que, cuando tomamos la decisión de seguirlo,
experimentamos un cambio dinámico que es como si naciéramos
de nuevo. A través de un milagro, su Espíritu Santo fija su
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residencia en nuestro cuerpo, y experimentamos la mayor dinámica
del mundo. Este nuevo nacimiento –el hecho de que Cristo viva en
nosotros- nos da el poder que necesitamos para seguir a Cristo.
Estas son las siete cosas más maravillosas que conozco. El
mayor diseño del mundo, el mayor divorcio del mundo, el mayor
dilema del mundo, la mayor declaración del mundo, la mayor
decisión del mundo, la mayor dirección del mundo y la mayor
dinámica del mundo. Las llamo “Las siete maravillas espirituales
del mundo”.
Usted puede tomar la decisión de avanzar en la dirección de
seguir a Jesucristo y recibir del Cristo resucitado la dinámica para
nacer de nuevo. El milagro del nuevo nacimiento comienza con la
decisión de creer realmente. ¿Quiere usted tomar esa decisión
ahora mismo?
Creer en estas siete maravillas espirituales le dará el
fundamento espiritual que hará posible que usted tenga un
verdadero matrimonio a los ojos de Dios. Es necesario que usted
experimente la gracia salvadora y el amor de Cristo en sí mismo,
como individuo, antes que pueda relacionarse con su cónyuge con
un amor semejante al de Cristo en todas las formas que he descrito
en este estudio. Sin este fundamento espiritual, su matrimonio
nunca será lo que Dios quiso que fuera.
Mi oración y mi deseo es que Dios lo ayude a aplicar estos
principios a su matrimonio y a su familia, comenzando por su
salvación y su relación espiritual personal con Dios.