Prueba libre de Geografía para obtención título Bachillerato - 2024
Revista
1. El periodo arcaico se inicia a finales del siglo VIII a. C. y abarca hasta comienzos del siglo V a. C. En
este periodo se produce una expansión de la polis griega, instaurándose un nuevo orden ciudadano,
con la tiranía como marco político principal, sistema que pronto desaparecerá frente al ideal
igualitario de ciudadanía del siglo V a. C. La legitimación de este tipo de mandato ciudadano supone
la promoción de grandes obras públicas, representativas del prestigio del tirano, quien apoya la
creación de edificios civiles y religiosos en las ciudades donde gobierna, para lo cual manda
remodelar su entramado urbano. Esta actuación tuvo como objeto otorgar a cada urbe una identidad
propia, al tiempo que mostrar su preponderancia sobre el resto de ellas. Consecuentemente, el arte
desempeña en esta etapa un nuevo papel propagandístico de la tiranía, cuyos gobernantes lo
utilizan para justificar su poder escasamente legitimado. A partir del siglo VI a. C. el centro político de
la polis se convierte en un lugar de gran relevancia artística, convirtiéndose la plaza pública o ágora
en el corazón de las actividades cívicas de la sociedad. Entre todas ellas sobresale la de la ciudad
de Atenas, impulsada por el legislador Solón y monumentalizada en la época de los Pisistrátidas.
El culto religioso desempeñó también un papel
fundamental en la sociedad griega de este
periodo, de manera que todas aquellas ciudades
que dispusieron de medios económicos suficientes
promovieron la construcción de edificios religiosos
en piedra, los cuales cumplieron un importante
papel a la hora de cohesionar las diferentes clases
de la nueva sociedad, menos igualitaria que la de
siglos anteriores. Se crean ahora santuarios
panhelénicos, como Delfos y Olimpia, donde los
distintos tiranos realizan grandes ofrendas votivas
para exhibir su poder, y se fomentan nuevos cultos
populares, al tiempo que surgen mitos
relacionados con dioses y héroes locales, lo que
incrementa las identidades políticas de las
distintas polis que necesitan sentirse
independientes y destacar sobre el resto.
2. La arquitectura griega fijó las formas del templo,
que se fue desarrollando en las acrópolis
(ακρόπολις) o ciudadelas elevadas de cada
ciudad; así como en los santuarios panhelénicos.
Los propiamente panhellénikós (πανελληνικός
-"de todos los griegos"-), celebraban juegos
(agónes αγώνες -"contienda", "desafío",
"disputa"-), donde competían atletas y aurigas en
representación de sus polis, en una sublimación
de la violencia en lo sagrado que convertía a los
vencedores en héroes o semidioses, por lo que
adquirían el derecho a ser representados en
estatuas; y acumulaban riquísimas ofrendas,
guardadas en lujosos edificios, levantados a
costa de cada polis (los thesaurós θησαυρός).
Aunque había muchos otros juegos en honor de
otras divinidades o en otras polis (como los
Panatenaicos de Atenas), se destacaban cuatro,
no por el premio ofrecido (unas olivas, o una
corona de hojas de laurel), sino por el prestigio
que daba la concurrencia periódica (cada dos o
cuatro años) de gentes de toda la Hélade: el de
Apolo en Delfos (donde se celebraban los
oráculo de Dodona), el de santuario de Olimpia
Zeus en Olimpia (del que sólo quedan ruinas,
La lista de los templos importantes sería
inacabable (templo de las Musas en Helicón
-de hecho, todo el monte Helicón estaba
dedicado a ellas, al igual que el monte
Parnaso, pero de un modo más tangible a la
forma en que el monte Olimpo lo estaba a los
principales dioses-, templo de Démeter en
Eleusis, templo de Apolo en Dídima, templos
de Poseidón -en Halicarnaso, en Ege, en
Calauria, en Atenas-, templo de Artemisa -en
Carje, en Esparta-, templos de Afrodita -en
Cnido, en Lindos, en Citerea-, templos de
Hermes -en Imbros, en Samotracia, en
Lemnos-, templos de Hera -en Micenas, en
Argos, en Figalia, en Esparta-, templo de
Ares en Esparta, templos de Dionisos -en
Naxos, en Chios, en Atenas-, templos de
Asclepio -en Cos, en Epidauro, que
alcanzarían mucho mayor prestigio en
épocas posteriores-),6 algunos de ellos
formando una relación espacial definida,
3. La forma del templo griego derivaba del megaron
(µέγαρον) micénico: esencialmente una planta
rectangular cubierta con tejado a dos aguas, con los
elementos estructurales de madera. Con la misma
estructura se han encontrado restos de un templo de
la Época Oscura en Lefkandi (Eubea), y los primeros
restos encontrados del Heraion de Samos (mediados
del siglo VIII a. C.) son similares. La "petrificación" de
los elementos del templo se fue produciendo
paulatinamente (columnas -cuyo fuste mantiene el
recuerdo vegetal con las estrías o el acanalamiento-,
vigas -que producen los remates exteriores de triglifos
y metopas-, arquitrabes, cornisas, etc.), siendo el
ejemplo más evidente el Heraion de Olimpia (hacia el
600 a. C.).8 Una de las razones que impulsaron el
cambio fue la generalización de las tejas de cerámica
en sustitución de la cubierta de paja y ramas, y que se
produjo en Corinto en el siglo VII a. C. Uno de los
primeros fue el Thermón (Θερµον, templo de Apolo en
Thermos, Etolia, hacia el 630 a. C.). El peso, muy
superior, obligaba a disminuir la pendiente del tejado, y
terminó por definir las proporciones definitivas del
frontón que resultan tan armónicas. En las distintas
zonas de la Hélade se definieron los estilos dórico
(más sobrio y macizo) y jónico (más esbelto y
La escultura griega de época arcaica, influenciada
notablemente por la egipcia, se caracterizó por
rasgos originales, como la sonrisa eginética o arcaica
(llamada así por exhibirse en la figura de un famoso
guerrero moribundo del Templo de Afaia en Egina);
que se fueron transformando, al final del periodo
(últimas décadas del siglo VI y primeras del V a. C.),
en un estilo de transición al clasicismo denominado
estilo severo, estimulado finalmente por la necesidad
de renovar la decoración escultórica de los templos
destruida durante la invasión persa.
Las figuras masculinas (kuroi, en singular kuros
κοῦρος) y femeninas (korai, en singular kore κόρη)
podían representar tanto a seres humanos como a
dioses, muestra de la antropomorfización de estos y
de la elevación al rango semidivino o heroico de
aquellos (particularmente, del prestigio que
alcanzaban los vencedores en los juegos
panhelénicos).