Este documento discute cómo los sentimientos de incompetencia son comunes entre los siervos de Dios. Aunque la incompetencia puede resultar en resultados negativos como no aprovechar las oportunidades de Dios, también puede tener un lado positivo si respondemos correctamente dependiendo de Dios y permitiendo que Él reciba toda la gloria. La incompetencia nos acerca a Dios y alivia la carga de tratar de hacer Su voluntad con nuestras propias fuerzas.
4. Las áreas de incompetencia
• Trabajo
• Hogar
• Matrimonio
• Finanzas
• Amistad
5. Razones por la que nos sentimos
incompetentes
• Poca preparación
• Baja autoestima
• Comparación
• Fe débil
• Críticas
• Fracasos
6. Resultados de la incompetencia
• No aprovechamos las
oportunidades que Dios nos da
• Rechazaremos el llamado de
Dios
• Perderemos bendiciones de
Dios
• Nos sentiremos insatisfechos
9. “
”
Aunque los sentimientos de incompetencia son
difíciles de sobrellevar, podemos hallarles el lado
positivo, si respondemos de la manera correcta.
Génesis 41.16
17. Reflexión
• ¿Cuándo fue la última vez que su incompetencia le guió a los pies del Señor? ¿Cómo
fue fortalecida su relación personal con Él? ¿Qué aprendió acerca de sus promesas y
de su manera de obrar?
• Recuerde la historia del muchacho que entregó sus panes y peces a Jesús. ¿Qué tiene
usted para entregarle al Señor? ¿Se compara algunas veces con los demás? ¿Cómo
afecta la comparación con otros sus emociones, su motivación y la actitud que tiene
ante la vida?
• ¿Qué cree que sucedería si, en vez de lamentarse por su incompetencia, le
agradeciera al Señor? Si no sabe la respuesta, lea lo que nos dice Pablo en 2
Corintios 12.7-10, donde nos explica la importancia de nuestra debilidad.
Notas del editor
¿En algún momento ha pensado, que al cambiar
algunos aspectos de su vida, podría llegar a ser
más competente para enfrentar los desafíos?
En más de una ocasión nos hemos sentido incompetentes
ante los desafíos de la vida, pero la solución no se
encuentra en el deseo que sintamos de ser diferentes.
Dios no desea que la incompetencia venga a ser un
obstáculo en nuestro andar con Él. Más bien debemos
permitir que estos sentimientos nos motiven a confiar
más en el Señor y en sus promesas.
Dios toma nuestra incompetencia para hacer algo bueno en nuestras vidas.
Moisés veía su falta de elocuencia como un obstáculo
para hablar ante el faraón el mensaje que Dios le
había dado en relación a su pueblo (Éx 4.10).
Dios le pidió que enfrentase al hombre más poderoso del mundo y le dio una vara.
Gedeón, como consecuencia de su humilde linaje, dudó que
podría liberar a Israel de sus enemigos (Jue 6.12-15).
Y Jeremías declaró que no sabía cómo hablar, al ser
llamado para ser profeta de Dios (Jer 1.4-6). En cada
uno de estos casos, el Señor les afirmó que estaría
con ellos.
Aun el apóstol Pablo confesó que no era competente
para el ministerio que se le había encomendado;
pero también afirmó que “nuestra competencia
proviene de Dios” (2 Co 3.5). Esa es la mejor solución
para enfrentar los sentimientos de incompetencia;
saber que el Señor nos capacita, siempre y cuando,
vivamos en comunión con su Hijo Jesucristo.
Yo cuando por primera vez tuve a cargo una lección.
Aunque todos nos sentimos incompetentes, hay
aspectos en los que ese sentimiento se agudiza.
n Trabajo. Algunas personas se sienten incompetentes
en sus centros de trabajo, pues no tienen la experiencia
necesaria, o enfrentan nuevos desafíos.
n Hogar. Otros se sienten incompetentes para instruir
a sus hijos en la sociedad en la que vivimos.
n Matrimonio. En ocasiones, las personas se sienten
incapaces de agradar a su cónyuge y no saben qué
hacer para edificar una relación en la que los dos se
sientan satisfechos.
n Finanzas. Algunas personas no creen ser capaces
de proveer para su familia, sobre todo al compararse
con otros.
n Amistad. Otra área donde algunos se sienten incompetentes
es la relacionada con las personas que les
rodean, en especial los amigos.
El sentimiento de incompetencia puede ser difícil de
manejar, pero también puede llegar a ser una bendición.
Sin embargo, antes de descubrir los beneficios,
debemos reconocer las razones por las que nos sentimos
de esa manera.
n Poca preparación. Puede que, al considerar nuestra
vida, nos sintamos en desventaja, pues no creemos
tener la educación, la inteligencia o la posición económica
que otros poseen.
n Baja autoestima. Cuando no nos sentimos bien con
nosotros mismos, o creemos no ser valiosos, vivimos
inseguros al pensar que no merecemos las bendiciones
de Dios.
n Comparación. Siempre habrá alguien que tenga más
dinero, o más habilidades, o mejor posición social
que nosotros. Es al aceptar lo que Dios nos ha dado,
que dejamos de vernos inferiores a otros.
n Una fe débil. Si dudamos de las promesas que el
Señor nos ha dado, no podremos terminar lo que
nos ha encomendado. Pero nos ha dado su Espíritu
Santo para fortalecernos. No debemos dejarnos controlar
por la inseguridad, pues Cristo nos ha dado la
victoria.
n Críticas. Es fácil sentirse competente cuando otros
nos elogian. Pero es al ser criticados que corremos el
riesgo de sentirnos incompetentes.
n Fracasos. Todos hemos fallado en alguna ocasión.
Pero no podemos vivir sintiendo que somos un fracaso,
pues esto nos derrotaría y nos impediría seguir
creciendo.
Al sentirnos incompetentes, debemos enfocarnos en las
promesas del Señor y no en lo que sentimos. Si permitimos
que los sentimientos negativos se apoderen de
nosotros, sufriremos graves consecuencias.
n No aprovecharemos las oportunidades que Dios
nos da. El Señor nos las da cada día. Son los pequeños
actos de obediencia los que nos preparan y nos
permiten seguir sirviendo al Señor, y creciendo
espiritualmente. Sin embargo, si permitimos que el
temor a la incompetencia nos detenga, no disfrutaremos
lo que el Señor había preparado para nosotros.
n Rechazaremos el llamado de Dios. Casi siempre hay
tres aspectos que nos detienen ante el llamado de
Dios para servirle: (1) temor al fracaso, (2) preocupaciones
financieras, (3) preocupaciones familiares.
n Perderemos las bendiciones de Dios. El camino
para ser bendecido por el Señor es una vida de obediencia.
Nuestro Padre celestial no nos muestra todo
su plan, pero nos guía en cada paso de obediencia
que damos. Es al considerar sus atributos que nuestra
incompetencia se desvanece, pues es omnipotente,
omnisciente, amoroso, perdonador y lleno de
gracia y bondad para con sus hijos.
n Nos sentiremos insatisfechos. Si permitimos que
la inseguridad y la incompetencia dominen nuestra
vida, nos sentiremos incompletos. No podremos
sentir el poder de Dios, ni tampoco su presencia. El
Señor no busca personas que se sientan seguras de sí
mismas, sino personas que se sientan incompetentes
para usarlas a pesar de sus debilidades.
Áreas importantes de obediencia
Existen dos aspectos cruciales en relación con el llamado
de Dios.
n Salvación. No podemos permitir que los sentimientos
de incompetencia nos impidan aceptar el perdón
que Dios nos ofrece, por medio de su Hijo Jesucristo.
No debemos tratar de cambiar con nuestras propias
fuerzas, pues Él nos llama tal y como somos.
No tengamos temor al pensar que hemos pecado
demasiado, o que no podremos cambiar. La muerte
de Cristo cubre todos nuestros pecados, y su Espíritu
nos fortalece para que podamos vivir en santidad,
rectitud y obediencia. Solo nos pide que confiemos
en Jesucristo, que dependamos de su poder y que
caminemos con Él cada día.
n Servicio. Una vez que hemos sido salvos, el Señor
nos llama a servirle. La verdadera satisfacción solo se
encuentra al creer en Dios, al confiar en Él en cualquier
situación y al vivir en obediencia a su voluntad.
No es malo sentirnos incompetentes ante el llamado
de Dios para servirle, pero debemos reconocer que
nuestro Padre celestial está con nosotros y que promete
ayudarnos. Es de esta manera que podremos
decir: “No puedo, pero sé que Dios sí”.
¿Cómo debemos responder ante los desafíos
que van por encima de nuestras capacidades?
Algunos se sienten abrumados por la incompetencia y
por eso se rinden y huyen de la dificultad que enfrentan.
Hay otros que se sienten demasiados confiados en
sí mismos y en las habilidades que creen tener. Pero
para los creyentes en Cristo, ninguna de estas dos
posiciones debe ser una buena opción. Pues la primera
muestra falta de confianza en Dios y la otra demuestra
orgullo. El apóstol Pablo describe la respuesta que el
Señor espera de nosotros en 2 Corintios 3.4, 5. Nuestra
confianza no está en nosotros mismos, sino en Cristo.
No hay nada en nosotros que pueda hacernos competentes
para aprovechar las oportunidades que nos da.
Dios es la fuente de nuestras habilidades. Y en cada
situación difícil que enfrentemos, confiemos en que el
Señor nos capacitará adecuadamente. Ni las circunstancias,
ni nuestros sentimientos de incompetencia
podrán jamás negar sus promesas.
Es al comprender los beneficios, que enfrentamos los
tiempos de pruebas de la manera correcta. Ya no las
vemos como una fuente de inseguridad y temor, sino
como oportunidades que Dios nos da.
Génesis 41:16
José respondió a Faraón, diciendo: No está en mí; Dios dará a Faraón una respuesta favorable.
Todo gran desafío nos da dos opciones. La opción
negativa nos impulsa a enfocarnos en nuestra incompetencia
y nos guía a la decepción y a la desesperación.
Pero la opción positiva nos hace ver la incompetencia
a la luz de la grandeza de Dios. Es en nuestra
debilidad que acudimos al Señor en busca de guía y
ayuda. Puede que no nos volvamos más competentes
de inmediato, pero nuestra fe se fortalece y dejamos
de sentir temor. Y mucho más importante aún, nuestra
relación con el Señor crece, pues nos acercamos más a
Él y confiamos más en las promesas que nos ha dado.
Todo aquello que nos acerca a Dios es bueno. Es al
depender de Él que logramos conocerlo mejor.
El Señor no espera que hagamos lo que nos ha encomendado con nuestras limitadas fuerzas. Es por eso que, en ocasiones, permite que pasemos por circunstancias que nos recuerdan lo débiles que somos. El apóstol Pablo aprendió esa lección en el momento de su conversión, al ser cegado mientras iba camino a Damasco. Y después de haber enfrentado diversas pruebas durante su ministerio, escribió: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Fil 4.13). El Señor ha prometido estar con nosotros y sostenernos en todo aquello que nos pida hacer.
La noche antes de su crucifixión Jesús prometió enviar al Espíritu Santo para que ayudara a sus discípulos (Jn 14.16-18). No solo estaría con ellos, sino también en ellos. Fue después de su resurrección, que el Señor le dijo a sus discípulos que se quedaran en Jerusalén hasta que fueran “investidos de poder desde lo alto” (Lc 24.49). Sabía que sin el poder del Espíritu no serían competentes para realizar lo que les había encomendado. El mismo Espíritu que descendió sobre ellos, es el que mora en el corazón de cada creyente. Nos selló como hijos de Dios desde el día en que fuimos salvos, y no hay nada que podamos hacer para romper ese sello. Desde ese día, el Espíritu Santo ha obrado en nuestra vida, para que podamos llegar a ser la persona que Dios desea y para que alcancemos lo que ha preparado para nosotros. Es al sentirnos incompetentes, que se nos da el privilegio de depender del poder de la tercera persona de la Trinidad, el del Espíritu Santo.
Hubo una ocasión en el ministerio de Jesús, en el que fue seguido por más de cinco mil personas, las cuales se encontraron hambrientas y sin alimento alguno. Pero un muchacho ofreció lo poco que tenía, cinco panes y dos peces. A pesar de que eso no era mucho, Jesús lo multiplicó, para poder alimentar a toda esa multitud. El Señor no necesita mucho para hacer grandes maravillas. Puede hacer uso de las habilidades, talentos y dones que nos ha dado. El apóstol Pablo no era la persona ideal para ser usada por Dios, pues había sido enemigo de la Iglesia. Pero una vez que Jesús cambió su corazón, vino a ser el más grande evangelista de su época. Somos incompetentes al juzgar nuestra capacidad, pues nos evaluamos de acuerdo a lo que somos, a la manera en la que lucimos, a lo que poseemos y a otros aspectos humanos. Pero Dios nos ve tal y como podemos llegar a ser si nos rendimos a su voluntad. Él se deleita en recibir lo poco que podemos ofrecerle y así hacer aquello que ha decidido para nuestra vida. Es por eso que no debemos compararnos con otros. Su plan es único para cada uno de nosotros.
El orgullo nos impide producir frutos. Es al depender solamente del poder de Dios, que podemos alcanzar las metas que ha dispuesto para nuestra vida. El Señor sabe lo que desea de nosotros, y tiene el poder para transformarnos de acuerdo a su propósito. La clave para ser usados por Dios es la humildad —el reconocimiento de que somos incompetentes y debemos obedecer la voluntad de nuestro Padre celestial.
Si no somos competentes por nosotros mismos y Dios cumple su propósito en nuestra vida, toda la gloria debe ser dada solo a Él. Es al ser insuficientes que recordamos que separados del Señor nada somos.
Nos será imposible preocuparnos si confiamos en el poder del Señor. Si nos sentimos incompetentes, debemos poner esos sentimientos en las manos de Dios, quien nos dará la quietud y el contentamiento que necesitamos. Eso es lo que nos promete en Juan 14.27, donde nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.