Este documento discute las diferencias de género en salud y equidad. Señala que la salud afecta el bienestar de las personas y su capacidad para generar ingresos. Examina varios estudios que han utilizado diferentes indicadores para medir la salud y han encontrado que los hombres y mujeres tienen diferentes sensibilidades a factores como la nutrición, educación e infraestructura sanitaria. También discute cómo la participación laboral, roles de género y productividad afectan las diferencias en salud entre hombres y mujeres.
1. Salud y equidad por sexo
Hugo Gutiérrez
Obstetra. Policlínico Peruano Japonés
Actualmente la salud no sólo incrementa la capacidad de una persona de generar ingresos
para sí y para su familia. La salud afecta el bienestar también de un modo inmediato; es un
componente esencial de ese bienestar. Sin embargo, la literatura económica considera a la
salud como una variable realmente difícil de observar, y que sólo puede ser aproximada por
indicadores imperfectos y, además, sesgados hacia alguna de las múltiples dimensiones del
concepto de “salud. En este sentido se han utilizado los reportes personales de enfermedad o
incapacidad (Wolfe y Behrman, 1984; Pitt y Rosenzweig, 1985). Incluso a nivel más agregado,
se han utilizado valores promedios de las variables anteriores y, también, las tasas de
mortalidad o de supervivencia (Rosenzweig y Schultz, 1982; Pitt, Rosenzweig y Gibbons,
1995). Recientemente se han ensayado el uso de medidas antropométricas de talla o peso y
otros indicadores de salud asociados a la mujer (Ribeiro 1999 y Knaul 1999) Por otro lado,
tenemos diversos estudios que se han concentrado en evaluar los determinantes los insumos
de la salud y otros factores demográficos y sociales sobre las condiciones de salud de las
personas, y queda claro que los hombres y mujeres tienen diferentes sensibilidades en salud
ante variaciones en proteínas consumidas, alimentos, insumos médicos, educación, e
infraestructura sanitaria: Crémieux, Ouellette y Pilon (1999), Bishai (1996), Barrera (1990),
Behrman y Deolalikar (1987); Wolfe y Berhman (1984).
La asociación entre la participación laboral y la salud también ha sido evaluada por Wolfe y
Behrman (1984), Pitt, Rosenzweig y Hassan (1990) donde se verifica el impacto negativo de
una actividad laboral más exigente.
Los mismos autores encuentran también que la familia tiende a reforzar a los individuos con
mejores “dotaciones” de salud y, en especial, este refuerzo suele ser mayor para los
hombres. Pitt, Rosenzweig y Hassan atribuyen esta actitud a la mayor participación laboral de
los hombres, que consideran asociada a mejores dotaciones de salud y educación. En todo
caso, debe observarse que la educación tiene siempre un efecto indirecto sobre la salud, a
través de su impacto sobre la productividad laboral del individuo. Son numerosos los estudios
2. empíricos que reportan este impacto (Behrman y Birdsall, 1983; Behrman y Deolalikar, 1993;
Bliss y Stern, 1978; Boissiere, Knight y Sabot, 1985, Coppin, 1998; Falaris, 1995; Gastón y
Tenjo, 1992). Desde esta perspectiva, las diferencias entre la educación de hombres y
mujeres pueden explicar las diferencias en la salud a través de la sensibilidad de la inversión
familiar en la salud de sus miembros ante cambios de sus niveles de productividad.
Al comparar las diferencias en las condiciones de salud y la utilización de servicios de salud
entre hombres y mujeres, debe tenerse presente que estas últimas tienden a reportar sus
condiciones de salud con una mayor carga de subjetividad y, por tanto, la probabilidad de
distorsión en las estimaciones es mayor para ellas que para los hombres. En general, las
mujeres califican sus malestares como enfermedades con mayor facilidad que los hombres.
Esta tendencia ha sido bastante documentada por Butler, Burlhauser, Mitchell y Pincus,
(1987).
En cuanto a los insumos “tradicionales”, Sindelar (1982) explica que las mujeres
generalmente utilizan más cuidados médicos que los hombres. Ya sea midiendo la utilización
como los gastos monetarios o como cantidades físicas, las mujeres en promedio utilizan más
cuidados totales de salud y más de cada tipo de atención. Este hecho se verifica
históricamente y transversalmente en todos los países desarrollados y en desarrollo y persiste
aun después de controlar cuidados ginecológicos y obstétricos y la gravedad del problema
médico. En cuanto a los hábitos de vida, según Sindelar (1982), los hombres sufren más
frecuentemente y con mayor severidad pérdidas de salud atribuibles a elecciones de estilo de
vida. Desde esta perspectiva, deberían esperarse mejores índices de salud dentro de las
mujeres más aún cuando ellas tienen mayor interés por el cuidado de la salud.
Otro punto desarrollado por la literatura se refiere al papel de las mujeres en el hogar. Se
asocia la noción de diferentes roles entre hombres y mujeres a partir de las diferencias en el
costo de oportunidad de hombres y mujeres. Sindelar (1982) explica que, por su menor costo
de oportunidad, es probable que las mujeres encontrasen menos gravoso el dedicar su tiempo
a las consultas médicas necesarias. Sin embargo, señala que, también por la menor valoración
de su tiempo, es menor para las mujeres el costo de estar enfermas (e inactivas) y el costo de
otros bienes alternativos. Sindelar halla para los Estados Unidos un impacto positivo del costo
de oportunidad de las mujeres sobre su decisión de acudir a una consulta de salud.
El tema de la productividad laboral también es mencionado por Chatterjee (1990), quien
sugiere que la baja participación de las mujeres en el mercado laboral se debe al menos
parcialmente a su escasa salud, que reduce su productividad. Varios estudios recientes
documentan esta relación entre salud y productividad (Schultz y Tansel, 1997; Knaul, 1999;
Ribero,1999; Rizzo, Abbott y Pashko, 1999). En el caso peruano, Cortez (1999) señala a la
salud como determinante del salario por hora. En ese estudio, la productividad de las mujeres
resulta ligeramente más sensible a cambios de la salud que la productividad de los hombres.
Rosenzweig y Schultz (1982) encuentran en datos de la India respaldo a la hipótesis de que los
hogares invierten más en la salud de los niños que las niñas, para reforzar las señales del
mercado sobre su futura productividad. La brecha entre las tasas de mortalidad de niños y
niñas se expande cuando las tasas de actividad laboral de los hombres se elevan, y se reduce
cuando se elevan las tasas de las mujeres.
Otro aspecto referido al papel de la mujer en el hogar se refiere al de proveedora de
cuidados de salud para el resto de miembros (Barrera, 1990, Handa, 1999). En el caso de los
miembros adultos, Sindelar (1982) comenta que éstos encuentran en la madre de familia un
sustituto de bajo costo a la atención médica profesional. Igualmente, el estar casada tiene
para la mujer un efecto positivo sobre su utilización de servicios de salud. El análisis empírico
de Sindelar encuentra un impacto negativo del tamaño de la familia sobre la utilización de
servicios de salud, tanto para hombres como para mujeres. Tampoco el número de niños
obtiene un impacto positivo significativo sobre la decisión de consulta de las mujeres y, de
algún modo, se resta respaldo a la hipótesis de las externalidades.