Marchaba el buen Jesús por un camino, en sus largas jornadas por el mundo, y era entrada la noche, cuando vino a posarse a sus pies un vagabundo, que le dijo con jubilo y llanto. “Eres Jesús, el Nazareno. ¡Cuánto te he buscado Señor, Para que hagas un grandísimo bien!” Y abriéndose el manto le mostró el cuerpo lleno de llagas.