Se adentraba un día Moisés en el desierto, sólo con su rebaño, cuando de pronto un fenómeno inusitado atrajo su atención y le detuvo: ahí había un espino, un zarzal, que se estaba quemando.
1. EL NOMBRE DE DIOS
Se adentraba un día Moisés
en el desierto, sólo con su
rebaño, cuando de pronto
un fenómeno inusitado
atrajo su atención y le
detuvo: ahí había un
espino, un zarzal, que se
estaba quemando.
2. El hombre del desierto sabe que es criminal
prender fuego a la escasa vegetación que ofrece el
desierto; sin embargo, algún loco o inconsciente
había encendido esa zarza en pleno desierto. Pero
era curioso advertir que, normalmente un espino
proporciona poca materia para las llamas, esa
zarza ardía y ardía, sin consumirse.
“Me acercaré y veré qué es este fenómeno tan
singular” –se dice Moisés- “y veré por que causa
no se consume la zarza”.
3. Pero entonces, mientras él se
llegaba al espino, una voz
soberana, imperativamente le
detuvo: “¡Moisés, Moisés! No
te acerques, porque la tierra
que estás pisando es
sagrada” (Ex. 3, 1-5). Era la
presencia de Dios que volvía
sacrosanto el lugar.
Dios quería asignar a Moisés una misión
trascendental. Él tendría que liberar al Pueblo de
Dios del cautiverio de Egipto: “He visto la aflicción
de mi Pueblo que está en Egipto y he escuchado su
clamor frente a sus opresores” (Ex 3,7).
4. Moisés tras muchas objeciones y dudas, acepta al
fin el grave encargo. Pero tiene una última
pregunta que formular:
“Supongamos que voy a los hijos de Israel y les
digo: ´El Dios de vuestros padres me ha enviado a
vosotros´.
Si me preguntaren. ´¿Cuál es su nombre?, ¿qué les
responderé?´. Dijo Dios a Moisés: YO SOY EL QUE
SOY. Y dijo así responderás a los hijos de Israel:
El ´Yo-Soy´ me ha enviado a vosotros.
5. Y todavía dijo Dios a Moisés:
Así hablarás a los hijos de Israel: Yahvéh, el Dios de
nuestros padres, El Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros.
Este es mi nombre para siempre jamás y éste es mi
memorial de generación en generación”. (Ex 3, 13-
15).
Así fue como Dios reveló a Moisés su nombre
propio y exclusivo. El se llama Yavé. Y así sería
reconocido por el pueblo de Israel y por los otros
pueblos vecinos, por todas las generaciones.
6. En otro relato paralelo del mismo suceso, que nos
cuenta la misma teofanía, se nos dice
expresamente:
“Luego habló Dios a Moisés y le dijo:
Yo soy Yavé. Me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob
con otros nombres; pero con mi nombre de ´Yavé
no fui conocido de ellos” (Ex 6, 2-3).
Era, pues, un privilegio y una confianza especial la
que Dios dispensaba a Moisés y, a través de él, al
pueblo de Israel: hacerle conocer su nombre.
Valoraremos más esta circunstancia si tenemos en
cuenta la importancia que los antiguos atribuían al
nombre.
7. Conocer el nombre de una divinidad era disponer
de una capacidad para poder invocarla y llamarla
cuando se tuviese necesidad. Era casi como tener
dominio sobre ella; sobre todo si se lo usaba en los
hechizos y conjuros.
Dios, el Dios de Israel, se llamaba Yavé. Esto en la
lengua hebrea original quiere decir: “El que es” o
bien: “El Yo-Soy”. Tal vez nos habla del ser íntimo
de Dios, el ser por esencia; y así lo entendieron los
antiguos. Modernamente se han presentado otras
interpretaciones. Como “el que está junto”, o sea,
“el que está con nosotros”, y nos ayuda y asiste.
8. Otros prefieren, dentro del mismo verbo “ser” o
“estar”, que sirve de base en hebreo para la
formación de la palabra Yavé, recurrir a otra
forma, y entonces entienden que el término
significa “el que hace ser” o “el que da el ser”, y
se referiría al Dios creador.
Lo que si sabemos es que la pronunciación
correcta es Yavé. La fórmula que muchas veces
se ha usado llamando a Dios como “Jehová” se
debe a un error cometido en los medios
cristianos que no sabían los secretos de la
escritura hebrea.
10. Tal forma se debe a las consonantes hebreas del
nombre de Dios YHVH se juntaron con las
vocales de otra palabra y sólo por una ignorancia
crasa ha podido usarse. Se ha eliminado ahora tal
designación al percatarse del grave error que
representa. Un hebreo jamás ha usado tal forma,
es decir, el nombre de Jehová. En el hebreo no
usaban las vocales escritas y como el nombre de
Dios era sagrado y no se le pronunciaba sino que se
empleaba otros nombres, se fue olvidando como
se escribía este nombre.
Dios se digno manifestar su nombre y pidió
respeto de El.
11. Fue particularmente
necesario conocer
este nombre cuando
otras divinidades se
presentaban como
rivales frente al Dios
verdadero.
Cuando se ha
comprendido que
Dios es único, el
nombre de “Dios”
sólo a Él le
corresponde de
derecho y sólo Él
basta.