Jesús se dirige a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Dedicación del Templo. En su camino, discute con los fariseos, argumentando que como Hijo de Dios enviado por el Padre no está blasfemando. Apoyándose en las Escrituras, señala que si estas llaman "dioses" a jueces a quienes Dios dirigió, cómo podría él blasfemar al decir que es Hijo de Dios. Los fariseos querían arrestarlo pero no pudieron, pues todavía no había llegado la hora para que
3. Reflexión:
Probablemente a principios de diciembre del año 20, Jesús sale de Perea y se
dirige a celebrar la fiesta de la Dedicación del Templo en Jerusalén, cuya
historia es la siguiente: Cuando Alejandro Magno muere, su reino fue
dividido. Uno de sus generales, Seleuco, quedó en posesión de Siria y fundo
la dinastía seleúcida. Los reyes de esta dinastía muchas veces intentaron
dominar Palestina. Antíoco IV Epifanes (175-164 a. C.), entró en Jerusalén,
saqueó el templo de sus tesoros sagrados, destruyó libros santos, profanó el
culto de Dios.
Tres años más tarde, Judas Macabeo purificó el Templo, celebró su dedicación
por ocho días y determinó que esa fiesta se siguiese celebrando todos los años.
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6. El Señor dice que él conoce a sus ovejas y que ellas lo conocen. Jesús nos
conoce por nuestro nombre, sabe cuáles son nuestras virtudes y defectos,
conoce las enfermedades y heridas de nuestra alma y quiere curarlas.
Jesús señala que sus ovejas le siguen. Es admirable el cariño y fidelidad
conque las ovejas siguen a su pastor. A su lado estarán protegidas y podrán
tener pastos verdes y fuentes cristalinas. Cada una de ellas le puede cantar a
Jesús la Canción de la Oveja, que es el Salmo 22.
Jesús seguirá diciendo: “Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae hacia mí” (Jn
6, 44). El Padre Dios atraía poderosamente al pueblo judío a través de toda la
vida de Cristo, sus enseñanzas, sus milagros. Es necesario señalar que el Padre
atrae pero no fuerza, no coacciona, no obliga contra la libertad del hombre.
El hombre es libre y puede rechazar todo influjo de gracia de Dios y cerrarse
al don de la fe.
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8. Esto quiere decir que aún en los momentos más amargos y obscuros pueden
estar seguros que en ellos se cumple las palabras “BRAZOS ETERNOS NOS
SOSTIENEN”. Conocerán la serenidad de Dios. Podremos perder la vida pero
nunca se perderá nuestra alma
Jesús finalmente nos dice: “El Padre y yo somos una sola cosa”. La profundidad
de esta afirmación es inmensa, porque nos revela el misterio de su persona y
descorre el velo que cubría el misterio de la misma identidad de naturaleza en el
Padre y el Hijo. Misterio de Dios en sí mismo. Por esta revelación sabemos que
Dios no es un Dios solitario, sino que son tres personas: Padre, Hijo y Espíritu
Santo subsisten en la misma naturaleza divina. Son “una sola cosa” en cuanto a
la divinidad, pero son tres personas distintas que subsisten en la misma y única
esencia divina. Es decir: Tres personas distintas pero un solo Dios, que se
caracterizan por su infinito y mutuo amor en una entrega total. Toda la historia
de la creación y de la redención tiene su origen en este misterio de amor.
9. El que ha visto a
Jesús, el Hijo Eterno
de Dios, ha visto al
Padre, porque el
está en el Padre y el
Padre está en él.
Jesucristo es el Rey
del Universo y Señor
de Señores, pero es
al mismo tiempo
nuestro Salvador y
nuestro más grande
amigo, que nos ama
con amor infinito.
¡AMALO!
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11. Jesús les respondió: “¿No está escrito en vuestra
Ley: ´Yo he dicho: dioses sois´? Si llama dioses a
aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios –y
no puede fallar la Escritura-, ¿cómo decís que aquel
a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo,
blasfema por haber dicho: “Yo soy Hijo de Dios”? Si
no hago las cosas de mi Padre, no me creáis, y así
sabréis y conoceréis que el Padre esta en mí y yo en
el Padre.”
Querían prenderle, pero se les escapó de las
manos.
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15. Jesús añade otro argumento más contra los fariseos, basado
en la Escritura, que llega a llamar “dioses” e “hijos del
Altísimo” a los jueces de Israel, cuya función era solucionar
los pleitos y en muchos casos cometían arbitrariedades e
injusticias en el desempeño de sus funciones. Dios les
señala su culpa al recordarles su
elevada dignidad. (Salmo 82,6). Jesús apoyándose en esta sentencia de la Escritura
les arguye: “Si (la Escritura) llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de
Dios –y no puede fallar la Escritura-, ¿cómo decís que aquel a quién el Padre ha
santificado y enviado al mundo, blasfema por haber dicho: ´Yo soy Hijo de Dios´?”.
Apoyado en esto el Señor Jesús argumenta contra los fariseos. El ha sido santificado y
enviado al mundo por el Padre y al decir que es Hijo de Dios no está blasfemando
porque él ha probado varias veces que viene del Padre, que ha sido enviado por él, y
que antes que Abraham existiese ya existía él junto a su Padre; por tanto, tiene
derecho a llamarse “Hijo de Dios”.
16. En otras oportunidades Jesús ha puesto
como prueba de su testimonio que él no
busca su gloria, como lo buscaban los
judíos, sino solamente la gloria de su Padre
y el hacer su voluntad. Cristo ha sido
consagrado por el Padre desde el momento
de la Encarnación para llevar a efecto la
obra de mayor servicio y gloria de su Padre,
la obra de la Redención.
Finalmente, Cristo finaliza la primera parte de esta controversia con los judíos
diciendo: “Yo y mi Padre somos una sola cosa” y ahora termina toda la discusión
con otra sentencia similar a la anterior: “El Padre está en mí y yo estoy en el
Padre.”
HIJO DE
DIOS
“Yo y mi Padre somos
una sola cosa”
17. Jesucristo es el Hijo de Dios en el sentido estricto de la
palabra, el Hijo que comparte la misma naturaleza que el
Padre, el Hijo que es “una sola cosa” con su Padre.
Existe en él una identidad consustancial con su Padre,
por eso Jesús les repetía que sus palabras y sus obras eran
obras y palabras del Padre. Los fariseos nunca
comprendieron ni aceptaron la divinidad de Cristo.
Como consecuencia de estas palabras de Jesús los escribas
y fariseos “querían prenderle, pero se les escapó de las
manos” porque no había llegado la hora en que él mismo
entregaría su vida, por la Redención de todos los
hombres.
Fuente: Meditaciones de Fernando Basabe, S.J.