3. AUTOR:
Joan Miró i Ferrà (1893-1983).
Fue un pintor catalán que comenzó a pintar a finales del siglo XIX
dentro del fauvismo, para pasar posteriormente al cubismo,
pasando también por el arte negro o el neocubismo, recalando
luego en el surrealismo, bagaje que le sirvió para crear un lenguaje
con un estilo curioso de un acusado candor. Dentro del surrealismo,
representa la corriente abstracta del mismo.
Bajo un aparente aspecto de hombre ordenado y cuidadoso que
llevó una vida metódica, pulcra y austera, se esconde y plantea un
fondo rebelde contra el arte efectista e intelectual. Progresivamente
Miró va a ir configurando un lenguaje depurado a base de signos
que constituyen un sistema de lenguaje, que no se circunscribe
solamente al movimiento surrealista, sino que va a ir progresando y
complicándose, para hacerse después reiterativo y expresivo.
4.
5. CRONOLOGÍA:
1924-1925
La pintó en París durante el invierno de
1924-1925, en el estudio que el escultor
Pablo Gargallo poseía en la calle Blomet y
que éste le cedía durante sus ausencias.
14. TEMA:
Miro intentó plasmar las alucinaciones que le
producían pasar hambre. No es que pintara lo
que veía en sueños sino que el hambre le
provocaba una especie de trance parecido al
que experimentan los orientales. Entonces
realizaba dibujos preparatorios del plan general
de la obra, para saber en qué sitio debía colocar
cada cosa. Después de haber meditado mucho
lo que se proponía hacer comenzó a pintar y
sobre la marcha introducía todos los cambios
que creía convenientes.
15. DESCRIPCIÓN:Un autómata que está tocando la guitarra y un arlequín con bigotes tienen los
papeles principales. A su alrededor aparecen gatos jugando con unas bolas de
lanas, unos pájaros ponen huevos de donde salen mariposas o unos peces
voladores se van a la búsqueda de los cometas. También se ve como un insecto
se escapa de un dado o un mapamundi espera sobre la mesa, así como una
escalera que tiene una oreja humana enorme proyecta un ojo minúsculo entre los
barrotes.
El ojo, adoptado como emblema para señalar la presencia del hombre, será una
constante en la producción artística de Miró y aquí aparece por toda la tela, pues
se abren unos ojos sobre los cubos, los cilindros y los conos.
A través de una ventana que se abre al exterior se advierte un azul del cielo con
una pirámide de color negro, que Miró dijo ser la Torre Eiffel, una especie de llama
roja, de compleja identificación, y un sol. En la obra se aprecia una clara tendencia
por parte del pintor a llenar toda la superficie del cuadro con muchos elementos,
con juguetes fabulosos, curiosos animales o criaturas semihumanas. Esta
composición abigarrada, según el autor, se debe a las alucinaciones causadas por
el hambre. Él mismo comentaba que en esta pintura "intentaba plasmar las
alucinaciones que me producía el hambre que pasaba. No es que pintase lo que
veía en los sueños como entonces propugnaban Bretón y los suyos, sino que el
hambre me provocaba una especie de tránsito parecido al que experimentaban
los orientales".
16. En la tela se encuentran ya los signos predilectos del lenguaje mi-roniano que
se repetirán en obras posteriores, como la escalera, símbolo de la huida y la
evasión, pero también de la elevación; los animales y, sobre todo, los insectos,
que siempre le interesaron mucho. O la esfera, a la derecha de la composición,
una representación del globo terrestre; en palabras del artista: "ya entonces me
obsesionaba una idea: ¡He de conquistar el mundo!". Asimismo, el ojo y la
oreja provienen de Tierra labrada, su primera obra de transición del realismo a
lo onírico e imaginario.
Esta obra supuso la plena aceptación del artista en el grupo surrealista de
París, dirigido por André Bretón, que, incluso llegaría a afirmar que Joan Miró,
con su gran imaginación, era el más surrealista de todos ellos, aunque el pintor
catalán nunca se sintió como tal.
Un dibujo preparatorio conservado en La Fundación Miró de Barcelona pone
de manifiesto la preocupación del artista por la composición de todos y cada
uno de los motivos, aparentemente dispuestos de forma inconexa y arbitraria,
pero que en cambio siguen una estructuración completamente tradicional. En
este cuadro reelabora elementos figurativos aparecidos en obras de Pieter
Bruegel y de El Bosco, donde se asiste también a esta invasión de criaturas
simbólicas.
Como La masía, el Carnaval del Arlequín es una obra detallista que exige
una lectura detenida. Los colores, sobre todo los primarios, obedecen también
a esta lectura detallada y participan igualmente de la unidad armónica del
cuadro aportando más dinamismo a la obra.
17. SIMBOLISMO:
Escalera: Simboliza la huída. Es un elemento que empieza a usar aquí pero que
empleará en muchas de sus obras.
Insectos: Otros elementos que se repiten en su obra son los insectos, que le
interesaban mucho.
Globo: Es la representación del globo terráqueo, idea que le obsesionaba en ese
momento a Miró.
Triángulo: El triángulo negro representa la Torre Eiffel.
Metamorfosis: Miró observa elementos de la naturaleza pero no los plasma en sus
cuadros tal y como son, ni tan siquiera como los ve él. Lo que hace es un proceso de
metamorfosis para crear formas diferentes. Por eso sus obras tienen siempre
parecidos elementos, que se han convertido en el referente de su arte.
Arlequín: Aunque no encontramos una jerarquía establecida en el cuadro, por el título
sabemos que Arlequín es el protagonista. Porta sombrero, bigote,...
Carnaval: La escena es un carnaval, donde las apariencias pueden transformarse para
ver otra que hay debajo. Por eso, las formas tan extrañas tienen un simbolismo
concreto. Este cuadro, según el propio Miró, fue realizado cuando sufría
alucinaciones por el hambre.
18. VALORACIÓN:
Nos encontramos con un lenguaje poético de signos que sugieren ensoñación, ingenuidad,
fantasía y ambigüedad también. Este cuadro tan ambiguo, aparentemente comprensible y a la vez
hermético, tiene cierta vivencia poética y un fondo inalcanzable. El propio Miró dijo, refiriéndose a los
dibujos preparatorios de esta pintura, que le fueron inspirados por “los terribles delirios del hambre”.
Aparecen representados una serie de elementos que se van a repetir posteriormente en otras
obras, como las escaleras que pueden servir tanto para reflejar la huída como para la ascensión, o los
insectos (parecen fascinarle), su gato, la esfera oscura (el globo terráqueo), etc.
Este camino de libertad del ensueño, de lo onírico, lleva a la creación de un mundo fantasioso y
característico. El propio André Bretón dijo de Miró que era el más surrealista de todos ellos. Entre sus
signos mezcla miniaturas de objetos reales con signos inventados, como una guitarra o un dado que,
a la vez se complementan perfectamente con grafismos convencionales. Aquí vemos en notaciones
musicales, en un pentagrama, el reflejo del lenguaje de la guitarra junto a la que aparecen. Los
objetos que se distribuyen por el espacio dan sensación de flotar al estar colocados no en una
superficie, sino en una habitación en la que el suelo y la pared están realizados con perfecta
perspectiva. Una ventana abierta al exterior nos muestra un paisaje típicamente mironiano.
Sus figuras alargadas, agusanadas y ameboides resbalan y flotan en este espacio irreal entre
objetos y animales. Todo está lleno de vida en el movimiento de esta obra, trabajada con una técnica
verdaderamente miniaturista y meticulosa creada con gran sensibilidad y un extraordinario gusto
innato, que casa perfectamente con el ambiente festivo que debe acompañar al carnaval.
La fantasía de colores que aparece en esta obra es prácticamente insuperable, destacando
siempre por su utilización de los colores primarios, el azul, el amarillo y el rojo, utilizando además el
blanco y el negro. Precisamente son los colores los que nos mueven a través de las diferentes figuras
del cuadro, pero sin una dirección marcada por el artista, sino por el propio espectador.