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Daniel Cosío Villegas
El estilo
personal de gobernar
Cuadernos de Joaquín Mortiz
COSÍO VILLEGAS W EL ESTILO PERSONAL
N
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O
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o
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O
D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S
El estilo personal
de gobernar
M É X I C O , 1974
Primera edición, agosto de 1974
Segunda edición, septiembre de 1974
D. R. © Editorial Joaquín Mortiz, S. A.
Tabasco 106, México 7, D. F.
E X P L I C A C I Ó N
LA B U E N A acogida que ha tenido el ensayo El sistema
político mexicano. Las posibilidades de cambio, me ha
llevado a intentar completarlo con esta segunda parte,
cuyo título, El estilo personal de gobernar, parece reque-
rir una explicación inmediata.
En aquella primera parte (página 21) indiqué que las
dos piezas centrales de nuestra organización política son
un partido ""oficial", no único, pero sí predominante en
un grado abrumador, y un presidente de la República que
cuenta con facultades y recursos amplísimos, procedentes
de una gran variedad de circunstancias, lo mismo de or-
den jurídico que geográfico, económico, sicológico y has-
ta moral (páginas 22-30). Si a esto se agrega la creencia
general de que el partido político oficial es apenas "una
oficina más del Presidente", se admitirá que éste resulta
la pieza principal de nuestro sistema político, o su pieza
única, según dirían los observadores más extremosos.
Según se dijo en esa primera parte del ensayo (pági-
nas 30-35), a últimas fechas ha venido sosteniéndose que
si bien es verdad que alguna vez pudo calificarse de in-
menso el poder presidencial, no lo es ya; al contrario,
ahora resulta muy limitado. La explicación dada a seme-
jante idea, que parecen contradecir los sucesos diarios de
nuestra vida pública, es ésta. Precisamente porque el po-
der del Presidente fue alguna vez inmenso, y precisamen-
te porque lo ejercía de un modo personal e imprevisible,
los núcleos a quienes podía afectar más su ejercicio se
organizaron para inclinarlo a proteger y favorecer sus in-
tereses. Para fundar en la historia esa tesis, se señala el
hecho incontrovertible de que el progreso económico de
México de los últimos treinta años no ha favorecido de
modo particular a los miembros del partido oficial, cam-
pesinos, obreros o sectores medios, sino a los grandes ca-
pitanes de la industria, del comercio, de la banca y de la
agricultura comercial, todos ellos extraños al Partido y
a la familia revolucionaria. Se añade que aun dentro del
círculo de gobernantes, existen también fuertes grupos
opresores que luchan unos contra otros para alcanzar las
dádivas presidenciales. De allí que el poder del Presiden-
te no se ejerza, como en los viejos tiempos, con entera
libertad, puesto que no puede doblegar los intereses de
los grupos opresores, con la consecuencia de que ahora el
Presidente busca tímida, vacilantemente un curso medio
que a nadie lastime.
Hice algunas observaciones a esta idea (páginas 31-
35), que no pienso resumir aquí, pues ahora me interesa
destacar que el jefe del poder ejecutivo, con un poder
irrestriao, como se ha supuesto en general, o con un po-
der condicionado, como ahora se sostiene, es, de todos mo-
dos, la pieza principal, o única si se quiere, de nuestra
organización y de nuestra vida políticas. De lo contrario,
¿para qué y por qué iban a presionarlo los grupos opre-
sores?
LAS C O N S E C U E N C I A S de este hecho, a más de incon-
tables, sólo por rara excepción pueden favorecer la salud
pública del país. Por eso de tiempo atrás debieran haber-
nos conducido a mirarlas y estudiarlas con atención sos-
tenida. En este libro, sin embargo, no me propongo si-
quiera enumerarlas, sino que tomaré como punto de
partida de este ensayo una idea bastante obvia: puesto
que el presidente de México tiene un poder inmenso, es
inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente,
o sea que resulta fatal que la persona del Presidente le
dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible.
Es decir, que el temperamento, el caráaer, las simpatías
y las diferencias, la educación y la experiencia personales
influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por
lo tanto, en sus actos de gobierno.
Claro que esto es cierto de cualquier país de cualquier
tiempo y de todo tipo de gobierno; pero ya es significati-
vo que sea más acusado en las viejas monarquías absolu-
tas que en los estados democráticos modernos. Se dirá
que aun en éstos se advierte la relación persona-gobier-
no; una vez más, sin embargo, resulta significativo que
8
ese nexo sea más visible cuando se trata, no de una sim­
ple persona, sino de una gran personalidad, digamos
Churchill en el caso de Inglaterra o De Gaulle en el de
Francia. Aun así, no debe olvidarse que el primero per­
dió las elecciones que siguieron inmediatamente a la Gue­
rra, y que el segvmdo abdicó ai negársele el respaldo po­
pular que apetecía.
LAS R A Z O N E S , después de todo, son numerosas y cla­
ras. La más lejana y general es que las sociedades que
viven hoy dentro de un régimen democrático de gobier­
no, no son tan heterogéneas como la nuestra, y por eso
en aquéllas las diferencias personales son relativamente
menores. El caso típico es el de Estados Unidos: allí, el
rasero de la educación, de la prensa, del radio, de la tele­
visión y de una producción industrial en gran escala, tra­
tan de modelar un hombre standard. La razón más pró­
xima e importante, sin embargo, es que en países como
Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y Estados Unidos,
la tradición y las instituciones son más fuertes que el hom­
bre, y por lo tanto, son capaces de frenar con eficacia la
acción pública puramente personal. La situación es muy
otra en nuestro caso. Los hombres del Norte, igual Ca­
rranza que Obregón y Calles, son temperamentalmente
muy distintos de los del Centro, de un López Majeos o
de un Díaz Ordaz. Y es bien manifiesta la diferencia en­
tre Cárdenas, de vieja raigambre pueblerina, y Luis Eche­
verría, producto capitalino químicamente puro. Y de
abismal podía haberse calificado la separación que medió
entre Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada.
Más que nada, sin embargo, cuenta la debilidad de la
tradición y de las instituciones, que permite al hombre,
al individuo, desoírlas y hasta desafiarlas. Como en Mé­
xico no funciona la opinión pública, ni los partidos po­
líticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa,
ni el radio y la televisión, un presidente de la República
puede obrar, y obra, tranquilamente de un modo muy per­
sonal y aun caprichoso.
9
SI TODO eso fuera cierto, debiera convenirse en que re-
sulta una complicación más para estudiar y entender
nuestra vida pública. En efecto, se ha hablado del tempe-
ramento y del carácter como una de las determinantes
de la personalidad de nuestros presidentes; pero, ¿qué sig-
nifican exactamente una y otra palabra? Sabemos que
corresponden a realidades que podemos advertir en noso-
tros mismos y en nuestros semejantes más próximos; al
mismo tiempo, sentimos que nada fácil es medirlas o
apreciarlas. Los diccionarios definen temperamento como
"la constitución particular de cada individuo, que resulta
del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como
el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bi-
lis o la linfa". Y carácter, "el modo de ser peculiar y
privativo de cada persona por sus cualidades morales".
Nótese que ambas definiciones destacan que el tempera-
mento y el carácter son, en efecto, elementos definitorios
de la persona: el primero es "la constitución particular de
cada individuo", y el segundo, "el modo de ser peculiar
y privativo de cada persona". También resulta interesan-
te advertir que el temperamento es un dato biológico
mientras que el carácter es moral.
Todo esto no obsta para que aun en el supuesto de
que pudiera llegarse a discernir claramente el tempera-
mento y el carácter, es indudable que sólo estarían en
condiciones de hacerlo, en el primer caso, un médico, y
en el segundo, una persona que hubiera podido observar
a nuestros presidentes de manera larga y ceñida. Ahora
bien, como según he dicho más de una vez, nuestra vida
pública es estrictamente privada, en principio resulta poco
menos que imposible, no ya r.certar, sino definir con al-
gún fundamento cuál es el temperamento y qué carácter
tiene un presidente nuestro.
Cosa muy parecida ocurre tratándose de otro elemen-
to definitorio del que se habló antes: las simpatías y las
diferencias que cada hombre abriga, y que incluso pue-
den sublimarse al tener en sus manos un gran poder. De
nueva cuenta, sólo una persona que lo haya tratado por
10
largos años y de cerca podría aventurar una opinión. Se
dirá que tratándose de la educación, el cuarto elemento
definitorio, el terreno es más firme. Sí y no: primero,
porque la educación no se adquiere tan sólo en la escue-
la, sino en el hogar, en el círculo de amigos y conocidos
y en el hábito solitario de leer, de escribir y de meditar.
Pero aun tratándose de la educación escolar, es difícil pre-
cisar. Se ha puesto de moda anunciar el curriculum vitae
de los funcionarios a quienes se da un puesto de cierta
categoría. Aparte de que no es infrecuente advertir que
tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas,
¿qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se
ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional?
Sobrarían razones para tomar este dato como un mal pre-
sagio; pero, en todo caso, poco se adelanta porque no se
dan otros que permitan determinar si ese funcionario fue
un estudiante bueno, mediocre o malo. Y puede estarse
seguro de que las autoridades universitarias negarían el
acceso al expediente de un Presidente: de López Mateos,
digamos, nunca pudo averiguarse si se había recibido o no.
La última circunstancia definitoria de la personalidad
es la experiencia, es decir, lo que pueda enseñarle a un
individuo la vida que ha llevado. Hay gente que ha sido
un tanto escéptica en cuanto a la capacidad del hombre
para aprovechar de verdad las enseñanzas que la vida le
ofrece, en contraste con lo que ocurre con los animales.
Un perro o un gato que ve tirar a su amo una colilla de
cigarro y que pretende jugar con ella y se quema, jamás
volverá a cometer ese error. En cambio, muchos hombres
volverían a quemarse una y otra vez. De todos modos,
puede concederse que la experiencia algo le enseña al hom-
bre, de manera que quien ha tenido una vida difícil esta-
rá mejor preparado para lidiar con problemas difíciles.
D E C U A N T O se ha dicho hasta ahora cabe deducir que
es bien incierto calibrar con alguna seguridad la influen-
cia que tienen en una persona el temperamento, el ca-
rácter, los prejuicios, la educación y la experiencia. Sin
embargo, cabe aquí hacer una aclaración de suma impor-
11
rancia. Hay hombres que justamente por razón de su tem-
peramento, de su carácter, de sus prejuicios, de su educa-
ción y de su experiencia, cubren su personahdad con un
manto protector poco menos que impenetrable. Son los
introvertidos, los que viven para dentro. En el extremo
opuesto están los que del modo más natural enseñan
cuanto son, y cuanto quieren, y que, además, no pueden
ocultarlo aun si se propusieran hacerlo. Es claro que
mientras la tarea del observador es arriesgada en el pri-
mer caso, en el segundo se facilita hasta hacerse viable
Me parece cierto que el presidente Echeverría cae en este
segundo caso, a la inversa, digamos, de Benito Juárez,
Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas.
En todo caso, yo no pretendo apreciar los tres prime-
ros años de gobierno del presidente Echeverría partien-
do, como si dijéramos, de un "retrato hablado" sicológico
y moral suyo dibujado previamente, y, en consecuencia,
arbitrario. A la inversa, yo trato de apreciar ciertos actos
de gobierno sin considerar en absoluto ningún rasgo si-
cológico privativo del Presidente, y en otros casos, prime-
ro estudio esos actos, y, sobre todo, sus declaraciones ver-
bales y escritas, para determinar lo que hay de personal
en ellas. Lo cierto es que la gran moraleja del estudio
sería, por supuesto, la de que nuestro actual sistema po-
lítico propicia un estilo personal, y no institucional, de
gobierno, con todas las consecuencias que esto supone.
E L E N S A Y O tendrá un saldo crítico inevitable, pero no
de la persona de Luis Echeverría, sino del gobernante
que de un modo fatal gobierna personalmente. Abrigo la
esperanza de que algunos observadores estudien el estilo
personal de gobernar de otros presidentes para que mi
ensayo resulte así menos "personalista". Mientras tanto,
quisiera hacer esta declaración: por una serie de circuns-
tancias que no es el caso referir, durante un cuarto de si-
glo, o sea desde Manuel Ávila Camacho hasta Adolfo Ló-
pez Mateos, todos los presidentes fueron discípulos míos.
Nunca les pedí un favor ni me lo hicieron; pero siempre
tuve la certeza de que si un buen día era yo víaima de
12
alguna arbitrariedad o de alguna injusticia, responderían
en seguida a mi llamado. Como don Luis Echeverría se
ha permitido el lujo de llegar a la presidencia sin haber
pasado antes por mi cátedra, no ha habido entre él y yo
siquiera ese recuerdo afectivo de maestro-discípulo. A pe-
sar de esto, de ningún presidente de la República he re-
cibido tantas muestras de consideración y de respeto como
de él. No sólo eso, sino que desde que entramos en rela-
ciones, ambos nos empeñamos en trazar una clara distin-
ción entre las relaciones públicas y las relaciones perso-
nales, de modo que él puede considerarme un buen ami-
go, pero un mal escritor, y yo, a mi vez, puedo estimarlo
más como amigo que como gobernante. No hay, pues,
ni puede haber, un motivo personal que me haya guiado
a escribir este ensayo; su móvil único es un deseo fervien-
te de ayudar un poco al entendimiento de nuestra vida
pública.
N o ES éste, por supuesto, un estudio erudito. Por lo tan-
to, la bibliografía en que descansa es mínima. La princi-
cipal fuente es la publicación mensual El Gobierno
Mexicano, que informa sobre todas las aaividades del
Presidente, así como de sus pronunciamientos, y, en oca-
siones, los de sus interlocutores. Se cita así: EGM: 3,121-
125. El primer número se refiere al volumen y los dos
siguientes a las páginas. Con el propósito de evitar la sos-
pecha de que se distorsionan las declaraciones del Presi-
dente al citar de ellas sólo una palabra, una frase o un
párrafo, doy el número de la página inicial y de la termi-
nal, y no exclusivamente el de la página donde se halla la
palabra o frase citada, para que el leaor pueda compro-
bar que no ha habido distorsión alguna. Los dos únicos
periódicos que se citan son: Excélsior, con la abreviatura
EX, y El Nacional, con N A . El capitulillo sobre la
"Reforma Política" descansa en el libro La reforma po-
lítica del presidente Echeverría ( R P ) , editado por Cultu-
ra y Ciencia Política. Las cifras de las elecciones de dipu-
tados federales de 1973 son las publicadas oficialmente
por la Comisión Federal Electoral.
13
Una última aclaración. No he pretendido examinar
toda la obra de gobierno del presidente Echeverría, y me­
nos hacerlo por "ramos", es decir, Hacienda, Agricultu­
ra, Educación, etc. He elegido lo que me parece más lla­
mativo de su gestión.
D. C. V.
7-VÍÍ-74
14
I. EL A T E R R I Z A J E
A U N LOS más diestros comentaristas se resisten a inten-
tar un balance de los tres primeros años de gobierno del
presidente Echeverría. La resistencia crecería si se les pi-
diera anticipar cómo serán los tres restantes. Y ninguno,
desde luego, se arriesgaría a predecir la huella perdurable
que dejará este mandatario.
Dos razones principales explican esas actitudes. La pri-
mera es que poco a poco, pero con firmeza, se fue ani-
dando en los mexicanos el presentimiento de que no po-
día durar mucho tiempo más "el milagro mexicano", o sea-
el periodo de estabilidad política y de progreso económico
que se inician, respectivamente, en 1929 y 1946. Desde
luego, porque los milagros sólo se dan por milagro, y
después, porque aparecen y se esfuman calladamente. La
otra razón principal es que, también con lentitud pero
con firmeza, se fueron señalando las grandes fallas de
ese "milagro": una estabilidad política conseguida al pre-
cio de un monopolio cada vez más cerrado del poder po-
lítico y unos beneficios del progreso económico que se
distribuyen con hiriente inequidad, ya que mientras el
diez por ciento de las familias "acomodadas" se llevaba
la mitad del ingreso nacional, el cincuenta por ciento de
"las otras" familias apenas alcanzaba el catorce. La rebe-
lión estudiantil de agosto-septiembre de 1968, y su trá-
gico desenlace, la matanza de Tlatelolco, de octubre,
transformaron aquel presentimiento de que el país iba a
cambiar en la convicción de que debía hacerlo, y pronto.
C O I N C I D I E N D O con ese estado de ánimo, surgió la can-
didatura de don Luis Echeverría, una persona poco cono-
cida y que alcanzaba esa posición mediante la fórmula
tradicional del "Tapado", o sea que su selección, lejos de
haberse hecho a la luz del día y en la plaza pública, se
produjo dentro de la oscuridad y en el silencio del pasi-
llo o de la cámara real. Pero muy pronto comienza a
15
llamar la atención. Desde luego, con una sorprendente
locuacidad habla de todos los problemas nacionales, los
habidos y los por haber. Después, porque hace una cam-
paña electoral perseverante y de una extensión desusada,
de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más
remotos y desamparados del país. Sobre todo, sin embar-
go, porque, contrariando la regla tradicional de que el pre-
sidente entrante no comienza a liberarse de la tutela de
su antecesor hasta sentarse en el trono presidencial, Eche-
verría empezó a minar el poder de Díaz Ordaz desde la
iniciación de su campaña. Esto parecía indicar que es-
taba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto
al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del
país.
Lo D I C H O hasta aquí exige un afinamiento, ya que po-
dría creerse que el señor Echeverría subió al poder en
condiciones muy favorables por encarnar la esperanza de
cambio que sus gobernados abrigaban. La verdad es que
muchos de ellos preferían el statu quo, pues, como es ló-
gico suponerlo, sus beneficiarios no podían querer otra
cosa que la afirmación y la continuación de los viejos usos.
Estaban, desde luego, los hombres de negocios: a más de
ser por naturaleza conservadores, es decir, adversarios de
toda mudanza, en los últimos años habían intimado con
el gobierno hasta el punto de parecer sus únicos amigos.
Deben sumarse a los adversarios del cambio, de cualquier
cambio, muchos elementos del mundo político y burocrá-
tico oficial, sobre todo los encaramados en altas posicio-
nes del gobierno y del PRL
Pero aun pensando por ahora sólo en los mexicanos
partidarios del cambio, la simpatía, y en especial el apo-
yo al nuevo Presidente, fueron inciertos e ineficaces. El
mayor número de ellos carecía de todo poder político o
económico, de modo que su apoyo sólo podía ser "difu-
so", como lo llaman los politólogos, o sea latente, pero
no activo. Más importante aún, estos mexicanos no sabían
siquiera con vaguedad qué cambios debieran producirse,
cuándo, por quiénes, con qué métodos y mucho menos
16
los beneficios que legítimamente podían y debían espe-
rarse de ellos. Por su parte el candidato presidencial ha-
blaba una y otra vez de la necesidad de un cambio, pero
sin definir tampoco cuál era o podía ser. Por eso cabe
decir que el gobierno de Echeverría se inició bajo los aus-
picios de una típica "comedia de equivocaciones".
ÉSA, C O M O toda comedia, tuvo más de un acto. El pri-
mero puede identificarse con la campaña electoral, y su
nota dominante fue de confusión, es decir, "falta de or-
den, de concierto y de claridad". El candidato brincaba
con tanta prontitud y tan repetidamente de un lugar a
otro, que resultaba difícil seguir, no ya la pista ideológi-
ca, sino la simplemente geográfica. Al parecer, para lo-
grar esto último hubiera sido necesario acudir a un enor-
me mapa de la República y pinchar en él tachuelas con
cabezas de colores distintos, como hicieron durante las dos
guerras mundiales los estados mayores aliado y germáni-
co. Luego, como resultaba inevitable hablar en cada sitio
visitado, se produjo un torrente de declaraciones, impro-
visadas, muchas incompletas, vagas y aun contradictorias,
cosa perfectamente explicable, pues aun cuando el candi-
dato tenía tras de sí una larga carrera administrativa, su
experiencia previa, en el mejor de los casos, era tan sólo
política, de modo que resultaba precario su conocimiento
de las cuestiones económicas, sociales e internacionales.
A su tiempo se supo que los dirigentes de uno de nues-
tros grandes bancos, en parte por presentir que el señor
Echeverría podía resultar un gobernante singular, y en
otra mayor porque acababan de adquirir unas computado-
ras y no sabían exactamente en qué emplearlas, decidie-
ron ponerlas a trabajar en recoger todos los dichos del
candidato para que al final de la campaña pudiera vati-
cinarse cómo se proponía gobernar a la nación. Estos di-
rigentes, tras de guardarlos en secreto, han negado aira-
damente los resultados a quienes solicitaron conocerlos,
llegando a sostener que jamás se habían propuesto
siquiera hacer semejante cosa. A pesar de ello, ha tras-
17
cendido que las computadoras pasaron las de Caín, y que
el final fue un lienzo desdibujado y confuso.
E L S E G U N D O acto de la comedia comenzó el 1° de di-
ciembre de 1970, con la ceremonia de la toma de pose-
sión. No por la costosa remozada que se le dio al viejo
Auditorio Municipal; tampoco por la enorme cantidad ni
por la heterogeneidad de los invitados y la calidad excep-
cional de algunos; ni siquiera por la televisión indiscreta
que apuntaba repetidamente a María Félix, ataviada con
un fastuoso abrigo de leopardo y, para variar, a don Hen-
ry Ford III, o al pequeño islote de cuatro viejecitos indios
que visiblemente no acababan de explicarse cómo habían
caído en ese laberinto y se veían rodeados de tanta y tan
extraña gente. No por eso, sino por el discurso del noví-
simo Presidente.
Leído hoy, puede calificarse de notable ese documen-
to. Es gratamente breve y está desusadamente bien es-
crito. Y se encuentra muy bien armado: lo forman una
serie de párrafos de unas seis a doce líneas, en que se
plantea con sencilla claridad un problema o se pinta una
situación, para explicar en seguida, con moderada fran-
queza, lo que el Presidente piensa hacer para resolver tal
problema o mejorar semejante situación. Y están consi-
deradas allí todas las cuestiones, desde la desigual distri-
bución del ingreso nacional y la esclavitud del municipio
libre, hasta la integración económica de los países lati-
noamericanos o los deficientes servicios de la industria tu-
rística nacional.
Ya en los primerísimos párrafos se presenta la necesi-
dad y la voluntad del cambio. Por supuesto que cada uno
hubiera preferido expresarla con ideas y lenguaje propios;
pero puede aceptarse como perfectamente válida la elegi-
da por el Presidente:
Alentar las tendencias conservadoras que han surgido de
un largo periodo de estabilidad, equivaldría a negar la heren-
cia del pasado. Repudiar el conformismo y acelerar la evolu-
ción general, es, en cambio, mantener la energía de la Re-
volución.
18
Esta sentencia, claro, tiene su toquecillo demagógico; pero
rara vez se halla en el discurso una que sea demagogia
pura, como aquella de "iré tan lejos como el pueblo
quiera". Rara vez también se halla un pensamiento que
pudiera calificarse de redondamente equivocado, como sin
duda lo es el de que "el crecimiento demográfico no es
una amenaza, sino un desafío que pone a prueba nuestra
potencialidad creadora".
En la gran mayoría de los casos los planteamientos son
justos y equilibrados. Dígase, por ejemplo, el tan debati-
do problema de una economía mixta:
México no acepta que sus medios de producción sean ma-
nejados exclusivamente por organismos públicos; pero ha su-
perado también las teorías que dejaban por entero a las fuer-
zas privadas la promoción de la economía.
Asimismo el reconocimiento de que "la era que vivimos
está condicionada por el avance científico y tecnológico"-
en consecuencia, "cobra así nueva vigencia el principio se-
gún el cual se es libre por el saber".
Debe considerarse, en suma, como un documento no-
table por su claridad y por su moderación.
¿ P O R Q U É , entonces, resultaron nulos sus efectos, de
modo que la actitud de los mexicanos, igual de un bando
que de otro, siguió siendo la misma, y en gran parte con-
dicionada por la gira electoral? Múltiples son, por su-
puesto, las razones. Desde luego, una meramente física:
puesto en uno de los platillos de la balanza un solo dis-
curso, así sea muy sesudo, no puede pesar tanto, y menos
pesar más, que los mil y tantos dichos durante el periodo
electoral. Después, porcjue casi de un modo inevitable,
el discurso se limita a desaprobar la opción por una de
las dos soluciones extremas a un problema determinado,
pero sin indicar si la que se favorece estará más cerca de
uno que del otro extremo. Es incuestionable, por ejemplo,
que las dudas y los temores de los negociantes no quedan
despejados cuando se les dice que "México no acepta que
19
sus medios de producción sean manejados exclusivamente
por organismos públicos", pues no se contrariaría ese di-
cho presidencial si los organismos públicos acabaran por
manejar el noventa y nueve por ciento de esos llamados
impropiamente "medios de producción". Por su parte, los
buenos señores que quieren "socializar" todo, temerán
que el Presidente maniobre para dejarle a los organismos
públicos el manejo de una única empresa, digamos Pe-
mex, ya que todavía seguiría siendo válida la afirmación
de haber superado México "las teorías que dejaban por
entero a las fuerzas privadas la promoción de la eco-
nomía".
N o A Y U D Ó mucho a desvanecer las dudas y los temo-
res la presentación del equipo que acompañaría al nuevo
Presidente. Primero, sorprendió que, por desconocimiento
o por arrogancia, se anunciara también la designación,
entre otras, de los directores de los bancos de México y
Mexicano, instituciones éstas que tienen un consejo de
administración, único capacitado jurídicamente para nom-
brar y remover a sus directores. Se sabe de sobra, por su-
puesto, que todos los directores del Banco de México han
sido elegidos por iniciativa del presidente de la Repúbli-
ca; pero formalmente siempre ha sido el consejo de ad-
ministración el que propone y resuelve. Se dirá que enton-
ces se trata de una mera formalidad; pero es que en eso
suele consistir el respeto a las leyes, que nadie puede des-
airar, y menos un jefe de estado. El caso del Banco Me-
xicano resultó peor, pues hasta antes de ese anuncio, la
autoridad oficial no había revelado que el gobierno lo do-
minaba como accionista mayoritario.
Pensando en el gabinete mismo, desde luego se produ-
jo un pequeño equívoco. Cuando aceptó su candidatura,
don Luis Echeverría proclamó que lo hacía, no sólo en
nombre propio, sino en el de "toda una generación de
jóvenes" que irrumpía en el escenario político nacional.
El Presidente viaja por Sinaloa y Nayarit a los dos meses
escasos de haber tomado posesión, y allí repite esa idea:
"Esta generación, en cuyo nombre hemos llegado a la
20
presidencia. . .". ( E G M : 2, 245). Claro que la noción de
joven es bastante elástica, tanto, que se oye decir que lo
es quien cree serlo. Lo cierto fue que el mayor número
de miembros del gabinete caía entre los 45 y los 50 años,
que había tres mayores de 55 y otros tantos que pasaban
de los 65. Sólo uno tenía una edad propiamente de joven
(37). Pero es incuestionable que esta de la juventud, la
propia y la de sus colaboradores, es una de las ideas obse-
sivas del Presidente. Durante su octava "gira de trabajo",
por Querétaro, insiste en que muchos de sus colaborado-
res son jóvenes, y para probarlo, ejemplifica: el secretario
de Gobernación tiene treinta y seis años (tenía treinta y
siete), el de Relaciones cuarenta y seis (tenía cuarenta
y cinco), "de mi edad aproximadamente", agrega. Y esto
lo dice el Presidente el día justo en que celebraba sus cua-
renta y nueve años de edad, (EGM: 2, 235-236). Es ver-
dad que el Presidente se ha adjudicado una "primera ju-
ventud" ( E G M : 6,99-106) cuando tenía veinticuatro
años; de modo que debe suponerse que en esa celebración
hablaba de la segunda.
En cambio, impresionó favorablemente que no hereda-
ra de su antecesor ningún miembro del gabinete, así como
que sólo uno de los nuevos pudiera ser clasificado de "vie-
jo político". Es más: se admiró la decisión de excluir a
uno tan fuerte y experimentado como Corona del Rosal,
quien en otros tiempos habría sido ascendido de jefe de
un Departamento a secretario de estado. Así y todo, sub-
sistía el hecho de tratarse de un grupo de desconocidos,
sin importar que fueran jóvenes o viejos. De los diecinue-
ve que formaron el gabinete, el público apenas podía
reconocer, y eso con bastante incertidumbre, a menos de
la tercera parte, y alguno de ellos por cierta broma que
se hizo de él. De don Manuel Bernardo Aguirre por ejem-
plo, se refería que pocos días, antes de su nombramiento
confiaba a sus íntimos que en su ya larga existencia no
había tenido sino dos únicas ambiciones: llegar a secreta-
rio de Agricultura y acabar su educación primaria.
Pronto se hizo la prensa reflejo de la incertidumbre
creada por la presentación de ese equipo de trabajo. El
16 de enero de 1971 un periodista le hizo en Querétaro
21
la aturdida pregunta de con qué criterio había selecciona-
do a sus colaboradores. El Presidente, quizás sorprendido,
sintió la necesidad de dar una respuesta convincente:
Es natural que a lo largo de cinco lustros, desde los veinti-
cuatro años de edad, siempre con aspiraciones públicas, haya
sido yo un atento observador de la trayectoria de los hombres
dedicados a la política y a la administración... (EGM: 2,
2,35-237).
El público, por supuesto, no dejó de advertir la irrealidad
de semejante explicación, pues eso habría significado que
el Presidente le siguió la pista a su secretario particular
desde antes de nacer, a su secretario de Gobernación cuan-
do tenía doce años, dieciocho en el caso del de Relacio-
nes y veintidós en cuanto a los del Patrimonio, de Indus-
tria, Obras Públicas, Comunicaciones, etc. T a n resultó
insatisfactoria la explicación, que un día después, ya en la
capital, otro periodista repitió la pregunta de cómo había
seleccionado a los miembros de su gabinete. El Presidente
insistió entonces en que nunca había pensado en relacio-
nes de amistad; lejos de eso, aquilató "no solamente el va-
lor y el valer, los conocimientos y experiencia personal
de cada uno de ellos, sino también su eficacia potencial".
( E X : 18-/-71).
Por todo esto, sin duda, el nuevo gobierno se sintió
obligado a abultar los curricula de estos colaboradores. A
don Emilio O. Rabasa, por ejemplo, se le pinta así: "Sus
raíces familiares, son de honda raigambre internacionalis-
ta y diplomática." Aparte del pleonasmo de raíces y rai-
gambre y del disparate de creer que pueden heredarse bio-
lógicamente el internacionalismo y la diplomacia, ¿cuá-
les eran los hechos que el público conocía de este caso
particular? Es indudable que la referencia es al abuelo y
al padre de este señor Rabasa. D o n Emilio Rabasa no
fue internacionalista sino constitucionalista, y de diplomá-
tico no tuvo sino haber encabezado la delegación que en-
vió Victoriano Huerta a la Conferencia de Niágara Falls,
en la cual don Emilio hizo un papel más que decoroso.
El padre, don Óscar, puede tenerse como internacionalis-
22
ta, ya que fue durante varios años consultor jurídico de la
secretaría de Relaciones; pero no ha desempeñado pro-
piamente una misión diplomática, ni puede tomarse como
tal su repetida asistencia a la Comisión de Estupefacientes
de las Naciones Unidas. Los únicos hechos que el público
informado conocía eran éstos. Don Emilio O., siguiendo
el camino del abuelo, se especializó en derecho Constitu-
cional, de modo que sus estudios de doaorado culmina-
ron con una tesis de recepción sobre la Constitución de
1824. Pero al comenzar a ejercer, abandonó esa especia-
lidad para trabajar la legislación bancaria primero, des-
pués el derecho agrario y más tarde el derecho sanitario,
llamémoslo así. La otra actividad internacional que el pú-
blico conocía era que, siendo ya director del Banco Cine-
matográfico, don Emilio O. se trasladó a Hollywood para
presenciar la entrega de los Óscares.
Hubo otros brotes de entusiasmo puesto en los curricu-
la de los miembros del gabinete. A don Mario Moya Fa-
lencia se le pinta como "estudioso" {whatever that
means) del derecho constitucional, de la ciencia política
y de la filosofía. A don Hugo B. Margain, a más de
'experto en finanzas públicas y derecho tributario", como
poseedor de "un conocimiento profundo de las condicio-
nes políticas, económicas y sociales del país". A don Ho-
racio Flores de la Peña se le atribuye falsamente haber
sido "representante de México en la Organización de las
Naciones Unidas". En fin, aun de don Ignacio Ovalle, con
sus escasos veinticinco años, se le atribuye el que fuera
"un brillante estudiante" de la Facultad de Derecho y ha-
ber realizado "una importante labor ideológica en edicio-
nes y pronunciamientos" cuando pertenecía a la Dirección
Juvenil del PRI.
La verdad de las cosas es que los más próximos al es-
tado de joven ya habían comenzado su carrera burocráti-
ca, pero precisamente por esa juventud apenas estaban en
puestos secundarios. El peldaño más alto que había alcan-
zado don Mario Moya Falencia había sido la Dirección de
Cinematografía en Gobernación; el señor Rabasa, la di-
rección del Banco Cinematográfico; don Carlos Torres
Manzo, la jefatura del Departamento de Política Comer-
23
cial en la Secretaría de Industria; el médico Jorge Jimé-
nez Cantú, la gerencia de la Comisión Promotora de la
Conasupo; don Agustín Olachea Borbón, abogado de la
Dirección de Estudios Hacendarlos; y así consecutivamen-
te. Entonces, el salto que ahora habían pegado no dejaba
de ser mortal. ( E G M : 1,27-37).
Cabe decir, así, que los negociantes y buena parte de
la clase media alta (profesionistas, intelectuales, etc.) re-
cibieron ese gabinete con marcado escepticismo, por no
decir con clara desconfianza. Pero no faltó gente que apre-
ciara la ventaja de haber cortado al "viejo político", a
más de no encontrar razón alguna por la cual se le ne-
gara a los recién llegados el acceso a los puesto de mando,
si bien en el entendimiento de que el Presidente los ob-
servara para destituir a quienes resultaran incompetentes.
Muy pocos, pero algunos, hicieron la observación de que,
por desgracia, el nuevo gabinete seguía y ahondaba la
vieja tendencia (iniciada por el presidente Alemán) de
sustituir al hombre con experiencia e instinto políticos por
el "técnico". Es más: deploraron que el único político del
gabinete, don Manuel Bernardo Aguirre, no fuera preci-
samente el más contundente de los argumentos para de-
fender la tesis de que el político debe privar sobre el téc-
nico.
Puede decirse, en suma, que el gabinete no sirvió gran
cosa, o nada, para confiar algo más en el nuevo Presiden-
te. De hecho, al cumplir seis meses de gobierno, un pe-
riodista le pregunta si estaba satisfecho de la labor de sus
colaboradores, y responde modesta y optimistamente: "No,
no estoy satisfecho. Estoy profundamnetc insatisfecho to-
davía; pero pienso que estamos aprendiendo con nuestro
equipo de colaboradores. Pienso, además, que todos los
días aprendemos algo." ( E X : 22-Í^-71).
P o c o s , P E R O gente con experiencia y dotes de obser-
vación, advirtieron un rasgo sicológico del señor Echeve-
rría que los llenó de temor, aunque de inmediato no se
resolvieron a comentarlo siquiera en privado, guardándo-
lo en la intimidad como simple presentimiento. Desde el
24
primer instante —pensaron—, es decir, cuando en su casa
de San Jerónimo fue notificado de que los tres Sectores
del PRI lo habían escogido como candidato presidencial,
notaron el sorprendente aplomo con que se desempeñaba
don Luis Echeverría ante las cámaras de la televisión y
los micrófonos del radio. Esto parecía un punto favora-
ble, que empañó un tanto la rigidez del cuerpo, hecho
como de una sola pieza, de la cabeza a los pies, cual plan-
cha de mármol. Apenas si movía el antebrazo derecho
para subrayar lo que decía, como lo hace el profesor de
primeras letras que quiere estampar en sus discípulos el
alfabeto o la tabla de multiplicar. Pero no pasó mucho
tiempo sin que este secreto se hiciera público. Un perio-
dista describió la escena en que el Presidente anunció el
17 de diciembre de 1970 el alza del precio del azúcar:
" . . . seguía golpeando el escritorio con el puño; y de vez
en cuando señalaba con el dedo índice". ( E X : l-xii-10).
Un negociante con la apariencia de hombre ligero y
aun casquivano, fue distinguido por el candidato Echeve-
rría con la invitación a acompañarlo en tres tramos de su
gira electoral. Tuvo, pues, una mejor oportunidad de ob-
servarlo. Regresó muy impresionado: no cabía duda al-
guna de la salud y de la energía físicas del candidato, de
su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer
el bien. Y, sin embargo. . ., era un hombre muy pagado
de sí mismo, de sus ideas y de sus propósitos, de modo que
cree saberlo todo y, por lo tanto, serle innecesario con-
sultar o siquiera meditar él mismo.
Este negociante no se enteró de que al poco tiempo,
o, para ser exacto, el 27 de mayo de 1971, el Presidente
recordó haber comenzado a escribir artículos para El Na-
cional cuando tenía veinticuatro años, y que al releerlos
ahora, un cuarto de siglo después, comprobaba que su
"ideología" actual seguía estando "en perfecta armonía"
con la expuesta en ese diario. Que no fue ésa una decla-
ración casual, lo revela que dos semanas después la repi-
tió más elaborada y en una ocasión significativa. En efec-
to, lo visitan el 11 de junio, es decir, al día siguiente del
Corpus, cien dirigentes de la Confederación de Jóvenes
Mexicanos, para expresarle su "profunda preocupación"
25
por la agresión de que habían sido víctimas los estudian-
tes. El Presidente, sin referirse de modo concreto a esos
hechos, sostuvo la idea de que los jóvenes deberían lograr
un equilibrio entre un pensamiento crítico y una "actitud
serenamente reflexiva", y para ilustrar esa actitud se puso
de ejemplo:
.. .puedo decir que, habiendo releído artículos escritos hace
veinticinco años sobre lo que pensaba cuando yo tenía vein-
cuatro respecto de los problemas de la Revolución Mexicana
[y los comparó con] los discursos que ahora pronuncio, las dis-
posiciones que ahora firmo o las palabras que digo y el con-
tenido de esos artículos —inclusive la forma— hay una ínte-
gra afinidad. (EGM: 7,52-60).
Difícilmente puede dejar de sorprender que un hombre
crea que no han cambiado sus ideas en el transcurso de
veinticinco años, años que representan el paso de la ju-
ventud a la madurez, sin contar con que justamente du-
rante ese tiempo va escalando puestos de una responsabi-
lidad cada vez mayor hasta el de gobernante de un país
con cincuenta millones de habitantes.
Los artículos a que se refería el Presidente se publica-
ron en lo que quizás pueda considerarse la edad de oro de
El Nacional. A viejos pero perseverantes colaboradores,
tal Jesús Romero Flores, Rafael Heliodoro Valle, José
Mancisidor o Enrique Flores Magón, se sumaban jóvenes
como Ermilo Abreu Gómez, Raúl Noriega y Fernando
Benítez, que con el tiempo harían del periodismo una pro-
fesión. Pero su mayor brillo lo daban los emigrados es-
pañoles: Rafael Sánchez de Ocaña, Margarita Nelken,
Juan Rejano, etc. No puede dudarse de que aquel era un
buen lugar para iniciarse en el periodismo; asimismo, el
momento político, ya que comenzaba su presidencia Mi-
guel Alemán, que iba a cambiar el rumbo del país de un
modo señalado. Ha de convenirse, por último, que raro
ha sido el presidente de nuestro país que ha escrito algo
de su puño y letra. Todo esto no quita considerar que el
paso de nuestro Presidente por El Nacional resultó fu-
gaz. Debuta el 4 de enero de 1946; a la tercera semana
le falla su colaboración, aun cuando después su puntua-
26
lidad es completa. Sin embargo, la concluye el 14 de mar­
zo, con un total de nueve artículos.
El principal punto de interés es si las ideas y el estilo
actuales son tan idénticos a los presentados en El Nacio­
nal como lo afirma don Luis Echeverría, o siquiera tan
semejantes que pueda admitirse en su parte gruesa esa
afirmación. En cuanto al estilo, el juicio ha de ser un tan­
to vacilante, primero, porque la mayor parte de los tex­
tos de hoy son verbales e improvisados, y en cuanto a los
escritos, se ignora hasta qué punto son hijos legítimos, di­
gamos así, de la pluma personal del Presidente. A pesar
de ello, se notan similitudes importantes: párrafos muy
largos, con escasa puntuación y la frecuente inserción
de oraciones incidentales explicativas que opacan el senti­
do de la sentencia principal; el uso de dos o tres adjeti­
vos con un significado idéntico o muy parecido; el uso
equivocado de ciertas preposiciones, etc.
En cuanto a temas, dos únicos se tratan en esta serie:
la Universidad (tres artículos) y el que se titula "Revolu­
ción y Contra-Revolución". En el primero de aquellos se
advierte un prejuicio contra el siglo xix y el liberalismo
de aquella época que, a más de injustificado, ha subsistido
hasta el día de hoy. Véase este ejemplo:
Es una menguada idea liberal la de aceptar que el estu­
diante debe ser pobre para que, después de haber terminado
con serias dificultades su carrera profesional, esté en posibi­
lidad de enriquecerse como un premio a sus sacrificios. (NA:
4-/-46).
Casi sobra decir que no podría citarse el texto de un filó­
sofo, de un educador o de un gobernante "liberal" en que
se asiente semejante monstruosidad. En el segundo artícu­
lo se percibe una idea vigente todavía, a saber, que son
"malintencionados provocadores" los que alborotan la
Universidad para crearle problemas a los "gobiernos re­
volucionarios", ( N A : 11-/-46). El tercer artículo se refie­
re a las representaciones que el Teatro Estudiantil Autó­
nomo brindaba "frente al Hemiciclo a Juárez". El tema es
leve, pero da ocasión a este apotegma rotundo: "El éxito
27
inmediato [de ese Teatro] representa un indicio de la ac-
tual ineficacia funcional del teatro y del cinematógrafo."
( N A : 24-Í-46).
Los otros seis artículos son de mayor sustancia, y en
ellos se descubren ideas buenas que han durado hasta el
día de hoy. Digamos la de que las democracias latinoame-
ricanas son frágiles, no sólo por su escasa edad, sino por-
que en ellas "coexisten inclinaciones políticas de todo gé-
nero". Del mismo modo, que "los esfuerzos serios que
ahora se realizan para el mantenimiento de la paz se iden-
tifican con los movimientos populares orientados hacia la
transformación de las bases económicas y éticas de las de-
mocracias capitalistas". Un tercera idea acertada y que sub-
siste es ésta: "el conjunto de intereses individuales tendrá
que armonizarse, confundirse con los grandes y principa-
les intereses colectivos". Por último, es fundado el con-
traste que se pinta entre una democracia puramente
formal, que declara como su fin principal dar iguales
oportunidades a todos y cada uno de los miembros de una
sociedad, y las posibilidades reales y concretas de mejo-
ramiento de las mayorías, objetivo al cual debe endere-
zarse la acción pública y la acción del individuo.
En fin, se advierte también la subsistencia de cierto ro-
manticismo, que se agrava con el uso de palabras de un
significado vago o múltiple. Digamos la idea de un "pro-
grama general", que todos los países del Orbe empren-
derían para crear un "nuevo modelo subjetivo del hom-
bre y trazar [una] estructura social [capaz] de evitar que
los sectores sociales y los viejos intereses creados del fas-
cismo tornen a organizarse". Asimismo, la de "favorecer
la preminencia del factor racional". Y no muy lejana de la
irrealidad romántica, pero en la que el Presidente cree
aún hoy, es la de una fe, "de indispensable advenimien-
to", una "mística laica" que sustituya "las inclinaciones
religiosas de antaño". ( N A : 31-¿; 7, 14, 22, 28-K; A-iii-
A6).
De hecho, llevado por ese impulso recordatorio, el Pre-
sidente pudo haber aludido a sus primeros escritos publi-
cados de la revista México y la Universidad, que uno de
sus biógrafos aduladores califica de "plataforma del pen-
28
Sarniento literario". (Sierra: Luis Echeverría, 8).
Si nuestro negociante hubiera conocido todos estos da­
tos (es hombre de escasas lecturas) sentiría tener un nue­
vo argumento para la conclusión final a que llegó después
de las giras electorales: "Que no nos resulte un fanático,
un Savonarola, porque entonces habría que quemarlo en
la plaza pública."
29
II. LAS C O N S T A N T E S Y S O N A N T E S
E N M A N E R A alguna intento hacer aquí un análisis si-
cológico, y menos siquiátrico, de nuestro Presidente. Esto
requeriría una relación personal vieja, cercana y continua
que no he tenido, como que yo lo vi con mis propios
ojos por la primera vez alcanzados ya sus cincuenta años
de edad. Y requeriría también un conocimiento profesio-
nal especializado del que obviamente carezco. He inten-
tado, sí, lograr una impresión de cómo era cuando estu-
diaba derecho por si podía yo dar con una similitud o un
contraste; pero el resultado ha sido pobre y contradicto-
rio. Unos amigos suyos lo pintan como un ser más bien
callado, solitario, que rehuía el acompañamiento que no
fuera de unos cuantos. Otros, en cambio, lo retratan como
un "vacilador" o festivo, que se divertía asombrando a sus
amigos con pasearles por la nariz la última sensación li-
teraria, sólo para que al rato descubrieran que no la había
leído. Un tercer grupo lo describe como muy interesado
en los movimientos estudiantiles, pero sin participar en
ellos activamente. En fin, el cuarto lo recuerda con claras
inclinaciones magisteriales, pues con frecuencia convocaba
a sus íntimos para discutir un tema elegido por él, y cuyo
estudio repartía entre ellos, reservándose, por supuesto, el
papel de director de debates y de expositor de las conclu-
siones.
Es un hecho, sin embargo, que durante su larga ca-
rrera administrativa, incluso siendo ya secretario de Go-
bernación, es decir, la segunda figura política nacional,
fue distintamente reservado. Tanto, que más de una per-
sona está persuadida de que Díaz Ordaz, que lo tra-
tó a diario durante largos años se fue de espaldas
desde el primer día de la campaña al darse cuenta del
monstruo insospechado que había venido alimentando pa-
cientemente a lo largo de esos dieciocho años. Este hecho
apunta a dos conclusiones: primera, la ociosidad comple-
ta del sistema tapádico con que se escoge a nuestros pre-
sidentes; y la segunda, que la suma enorme de poder que
30
éstos adquieren en cuanto reposan en la silla presidencial
es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo
en otro diametralmente opuesto.
En todo caso, lo que aquí se persigue es descubrir y
apreciar las constantes sicológicas del Presidente, tal y
como las revelan sus actos de gobierno y sobre todo sus
expresiones verbales y escritas. El lector advertirá que
para ilustrar cada una de esas constantes uso varios ejem-
plos, pero no todos los que podría citar, porque entonces
se haría insufrible la lectura de este ensayo. Así, al lec-
tor que crea que valiéndome de una base pequeña de he-
chos he levantado una alta, altísima pirámide de con-
clusiones, le rogaría que usara los 36 volúmenes de la
publicación El Gobierno Mexicano, en donde encontrará,
diez, veinte, o cien ejemplos más de los que he presen-
tado aquí.
Sin duda la constante más sobresaliente es su extra-
ordinaria locuacidad, extraordinaria tanto midiéndola a la
luz de nuestras tradiciones como si se la mira en sí mis-
ma. De verdad puede asegurarse que los más de nuestros
presidentes fueron hombres de pocas palabras. Tal vez
alguien piense en las posibles excepciones, digamos, de
Iturbide o de Santa-Anna, y entre los recientes, Alvaro
Obregón; pero fueron excepciones, no de sustancia sino
de grado, y de un grado pequeño. Los verdaderamente tí-
picos han sido Juárez, Porfirio Díaz, Carranza y Lázaro
Cárdenas. Aun López Mateos, que en sus mocedades fue
campeón de oratoria y que alardeaba de mejorar un texto
escrito con la improvisación hecha al ir leyéndolo, se que-
da muy atrás del actual Presidente. De hecho, se tiene la
impresión de que para Echeverría hablar es una necesidad
fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable.
Ya es curioso que use siempre las palabras "reflexio-
nar" o "reflexión" en lugar de hablar, decir o declarar,
como si reflexionar no significara "considerar nueva y de-
tenidamente una cosa". O sea, que mientras para el co-
mún de los mortales la reflexión es un ejercicio callado,
para nuestro Presidente hablar es como se piensa o se re-
flexiona. No es así extraño que en la continua fricción de
los países poderosos con los pobres, le asigne a éstos el
31
noble papel "de hacer algunas reflexiones", es decir, de
hablar ( E G M : 1,49-53). Más claramente todavía: en la
celebración del Día del Médico de 1971, dice: ". . .he-
mos escuchado tres discursos que la han convertido [la
ceremonia] en una sesión de trabajo" (EGM: 11, 78-83).
Se le pide en diciembre de 1970 declarar inaugurada la
XII Asamblea General Ordinaria de la Federación de
Trabajadores del Distrito Federal, y en seguida dice que
semejante y simple papel "no me impide, como nunca lo
haré, aprovechar la oportunidad para hacerles algunas
reflexiones", es decir, de nuevo, hablar (EGM: 1,111-
115). Cuando poco tiempo después inaugura el IX
Congreso del Sindicato de Trabajadores de Educa-
ción, dice sin ambages que "no me voy a privar
del gusto. . . de dirigirles un breve saludo" (EGM: 2,
125-127). Y al inaugurar el Consejo Nacional de la Con-
federación Regional Obrera Mexicana, asegura que "no
me sentiría satisfecho si me limitara a ciunplir con hacer
la declaratoria de inauguración". No sólo eso, sino que,
en rigor, expone con franqueza un tesis que más tarde
repetirá una y otra vez, a saber, que hablar sobre los pro-
blemas es comenzar a resolverlos (EGM: 31,97-99). En
otra ocasión se le invita a concurrir, en su calidad cere-
monial de jefe del estado, a un acto de El Colegio Nacio-
nal, y concluido, se levanta para decir que supone que no
existe "una objeción protocolaria" para que él hable
( E G M : 4, 83-84). A unos médicos del Seguro Social les
explica que es muy importante para un presidente de la
República "detenerse. . . a charlar con distintos grupos
de mexicanos" (EGM: 7,91-93). Se le invita al acto pu-
ramente ceremonial de descubrir un mural de Rufino Ta-
mayo y se declara complacido de verse acompañado y de
"reflexionar" con la concurrencia acerca de la "gran deu-
da que tenemos con muchos artistas" ( E G M : 8,89-91).
En no pocas ocasiones ve que el auditorio, suponiendo
que la ceremonia ha terminado, comienza a desbandarse,
pero lo ataja pidiéndoles expresamente "si ustedes tuvie-
ran la paciencia de escucharme algunas reflexiones, se los
agradecería" (EGM: 8, 160-165). La escena se repite en
otras ocasiones, cuando el auditorio, ya en pie, se dispone
32
a salir del salón. Pide entonces: "si tuvieran la bondad,
señoras y señores, de tomar asiento y escucharme..."
( E G M : 13, 9-11; 20, 59-62). Hace una petición seme-
jante por cuarta vez, pero cree ahora necesario justifi-
carla: "no quedaría satisfecho" si dejara de hablar ( E G M :
26, 118-122). Y no tiene empacho en decirles a los di-
rigentes juveniles de la Confederación Nacional de Orga-
nizaciones Populares que le complace su visita "sobre todo
porque me da la oportunidad de hacer algunas reflexio-
nes" (EGM: 10, 182-187). Lo invitan a desayunar los ca-
ricaturistas de la prensa, y en seguida les dice: "si quieren
que platiquemos así, vamos pasando este micrófono para
hacernos algunas reflexiones" ( E G M : 26, 187-195). Al
celebrarse en 1973 el aniversario de la Constitución, se
designa al Procurador General de la República para ha-
blar "en representación de los tres poderes" federales;
pero al llegar a la Casa del Constituyente el Presidente no
puede contenerse y da salida a "las profundas reflexiones"
que le han inspirado siempre los redactores de la Cons-
titución (EGM: 27, 159-165).
No sólo se tiene la impresión de que hablar es para
Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de
que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas,
en realidad verdaderas revelaciones. Es más: llega uno a
imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo,
aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio.
Y si éste es restringido por el número o la homogeneidad
de sus componentes, pide que lo escuche otro más am-
plio, de hecho la Nación y aun el mundo entero. Desde
antes de tomar posesión, tenía pensado dar un decreto
para crear la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, y
cuando lo tiene listo, se traslada a Cuatro Ciénegas, y des-
de la Casa de Carranza declara que le pareció importante
"subrayar ante la faz de la Nación" el cuidado que debía
darse a esas zonas, y que por eso deseaba "difundirlo per-
sonalmente ante la faz de la Nación" ( E G M : 1, 127-
135). Una vez lo visitan algunos médicos jóvenes, resi-
dentes e internos de los hospitales oficiales, y desde luego
les pide que transmitan su mensaje "a todos los médicos
del país" (EGM: 10,238-242). De viaje alguna vez,
33
inaugura una escuela en Armería, poblado bien modesto
de Colima, y declara:
Esto lo digo aquí, en este rincón de México, en una escue-
la secundaria ejidal..., pero es igualmente válida para todas
las universidades y para todos los institutos técnicos.
Horas más tarde, la Universidad de Colima le ofrece un
auditorio un poco más amplio; pero apetece otro mayor.
Quisiera que mis palabras llegaran a los más lejanos y hu-
mildes hogares de los campesinos, a las familias de los pesca-
dores y a los obreros todos...
Insatisfecho, reclama un auditorio todavía más nutrido:
.. .desde aquí quisiéramos que nos escucharan todos los estu-
diantes de provincia, que nuestras palabras llegaron a todas
las universidades. . . y a todos los tecnológicos... ¡Yo se los
digo a ustedes! ... desde aquí me refiero a toda la juventud
de México. (EGM: .35,197-218).
También se advierte la prontitud del salto a la expre-
sión verbal viendo la sensibilidad extrema del Presidente
ante la naturaleza de su auditorio, pues aun cuando su
tono más persistente es de predicador o de maestro, reac-
ciona muy acorde con quienes le hablan o lo escuchan.
El secretario del Sindicato Nacional de Trabajadores de
Educación le dispara alguna vez un discurso donde afirma
que los maestros, "por la singular posición que la socie-
dad les ha encomendado, son un sensible barómetro de
todo cuanto acontece en el seno de esa misma sociedad".
El Presidente declara que le "llegan muy hondo y le com-
placen profundamente esas palabras", y se lanza a hacer
un discurso todavía más largo y más "conceptuoso". Re-
cibe a los compositores y les dice que "mucha de la poe-
sía viva, mucho del embeleso de la literatura y de la mú-
sica" se debe a ellos, y no a los "grandes poetas y escrito-
res" amigos suyos, que sin duda criticarán semejante
creencia ( E G M : 28, .39-42). En la entrega de los "Arie-
les" discernidos por la Academia Mexicana de Ciencias y
34
Artes Cinematográficas, se entusiasma, de modo que les
ofrece la receta:
.. .idear un argumento, exaltar a través de la fotografía la
belleza; derramar mucho del espíritu humano a través de la
actuación; hacer que se lean muchas obras literarias de cali-
dad que han sido adaptadas al cine, y que, de retorno a la
literatura, los espectadores puedan conocer o reconocer des-
pués de, en el cine, haberlas visto transformadas... (EGM:
28,104-110).
Y a los dirigentes de la Asociación Nacional de Charros
les revela que en el Sur de Estados Unidos "se mantienen
con un furor muy vivo" las tradiciones charras (EGM: 31,
11-12).
Por supuesto que sería sumamente instruaivo averiguar
las reacciones de quienes ven y escuchan al Presidente,
pues así se podría calibrar qué tan hondo calan sus prédi-
cas. Por desgracia, existen pocos textos, ya que, tratándose
siempre de ensalzarlo, los que se reproducen son los pro-
nimciamientos presidenciales. A algunos, sin duda, les
impresiona la anticipación de las citas que concede y la
puntualidad con que las respeta. Unos estudiantes vera-
cruzanos, por ejemplo, relatan conmovidos que el 28 de
enero de 1970 el entonces candidato les ofreció recibirlos
cada año en igual fecha, y que les había cumplido reli-
giosamente por tres veces consecutivas. Es más: "nos ga-
rantizó que no solamente en esa fecha podemos estar con
él, sino en todos los momentos en que sea necesaria la
identificación ideológica" ( E G M : 14,126-129), es decir,
cada vez que pierdan el rumbo, lo recobrarán acercándose
al Presidente. Apenas si ofrecen un interés costumbrista,
llamémosle así, las reacciones del mundo oficial. Digamos
el presidente de la Corte que en ocasión del II Informe lo
felicita "no sólo en su calidad de presidente de la Repú-
blica, sino. . . de jurista y universitario distinguido"
( E G M : 22,93-96). O cuando ese mismo personaje ase-
gura que "aun cuando por disposición constitucional los
poderes son tres, el gobierno es uno" (EGM: 26, 30-31).
El presidente del Tribunal de lo Contencioso del Distrito
más garbosamente le dice: ". . .hácese presente nuestro
35
voto de adhesión consciente y razonado a la poh'tica na-
cionalista de su régimen. . ." ( E G M : 26, 38-40). Tam-
bién de poco interés resultan las reacciones del interlocu-
tor priista. El secretario de la CNOP le confía que ese
sector espera que siga "la apasionada entrega de un hom-
bre que, de acuerdo con el proceso histórico del país, cum-
ple íntegramente con los ideales de la Revolución ( E G M .
26,27-30). En fin, no son menos pobres las reacciones
de la burocracia laborista: el presidente del Congreso del
Trabajo, un tanto criptográficamente, proclama que "el
cambio permite vigorizar las instituciones; la renovación
inyecta dinamismo; el reimplantamiento de las situacio-
nes inspira y mueve al encuentro de nuevos y mejores
caminos" (EGM: 26, 21-22).
Puede considerarse como imposible que un hombre,
así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con
un dominio magistral del idioma, pueda decir todos los
días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y lu-
minosas. En este caso particular resulta mucho más re-
moto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y
porque su lenguaje le ayuda poco. Según se apuntó ya,
tiende a expresarse en párrafos larguísimos, de quince o
veinte líneas sin más respiro que un par de comas. Ade-
más, están plagados de oraciones incidentales explicativas
que diluyen la fuerza que sin ellas podría tener el pensa-
miento principal. Por último, dañan sus expresiones el
frecuente uso equivocado de las preposiciones, pues como
la gramática enseña, éstas "denotan el régimen o relación
que entre sí tienen dos palabras o términos".
Esas fallas desafortunadas, sobrepuestas a la urgencia
de hablar, conducen de modo inevitable a sentencias cuyo
significado resulta oscuro o a expresiones archisabidas. A
las damas de Acción Social y Cultural que lo invitan a
festejar el Día de la Madre, les dice que "en este capítulo
de la solidaridad humana, como en muchos otros, el es-
fuerzo debe ser mantenido hasta lograr la cristalización de
las intenciones" (EGM: 2, 102). En otra ocasión se le
pregunta si no es lamentable que Cantinflas haya cambia-
do su viejo papel de "peladito" al de catrín, y responde:
"por ese camino de la sensibilidad popular ha llegado a
36
un grado de mayor profundidad en la conciencia de mu­
chos problemas" (EGM: 7,94-97). Unos arquitectos le
participan los resultados de un congreso reciente, y les
dice que si bien se conoce el número de habitaciones que
faltan en el país, "vivimos ahora unos días de cambio de
filosofía social y de cambio de naturalzea económica que
a partir de estos momentos nos están permitiendo la ini­
ciación del desarrollo de nuestros programas que, con esa
nueva filosofía, atienden a distintos aspectos a lo que debe
ser la habitación popular" (EGM: 18, 81-83). En la inau­
guración del XXVIII Congreso de la Confederación In­
ternacional de Autores y Compositores, explica que "el
artista es el receptáculo de las diversas influencias de la
sociedad en que vive, pero constituye a la vez un agente
decisivo en la confrontación del pensar y del sentir colec­
tivo" ( E G M : 23,89-91). A los dirigentes de la CNOP
les asegura que entender "el signo del tiempo. . . es lo
de más trascendencia porque contribuye al fortalecimien­
to de una ideología, de una actitud subjetiva que incide en
muchos problemas objetivos para una marcha nacional lú­
cida y sólida" (EGM: 18,55-60). Y a unos profesores
les expone toda una teoría:
Una observación detenida y minuciosa de los estímulos de
la conducta humana nos lleva a la conclusión de que hay
factores objetivos y otros subjetivos... que motivan la entrega
a una profesión o a una causa, y que la justicia tiene también
aspectos, así los tangibles como otros de gran subjetividad, en
una combinación compleja, múltiple y armónica como es el
espíritu humano (EGM: 30, 26-31).
Los industriales del estado de México reciben la sugeren­
cia de "la necesidad de que se conciba la zona metropo­
litana del país como un anillo un poco más elástico que
se desborde con agilidad en las fronteras del Distrito Fe­
deral" (EGM: 35, 110-116). Dos últimos ejemplos de cien
que podrían citarse. Nada menos que a los ministros de la
Corte les descubre que "la característica, quizás la funda­
mental de la vida social y de la existencia humana, es que
no existe la perfección ( E G M : 34,93-96). A los Econo­
mistas Revolucionarios les revela que "siempre he pen-
37
sado que son heterogéneos los factores que determinan la
vida nacional" (EGM: 13,64-76).
En este capítulo favorece al Presidente que varios de
sus colaboradores irunediatos y no pocos de los jerarcas
del PRI o de otros organismos expresan pensamientos to-
davía más inciertos. No vale la pena, por supuesto, citar
sino un par de ejemplos para ilustrar este punto. Un dis-
tinguido senador cavila hondamente sobre "¿hasta dónde
llega la política interna y dónde comienza la política ex-
terior? Pienso que hay una complementareidad en toda
acción política" ( E G M : 29, 322-336). El secretario de
Salubridad anuncia que el Presidente ha enviado al Con-
greso un nuevo Código Sanitario que "concibe a la salud,
no sólo como estado de ausencia de enfermedad, sino
como un desarrollo dinámico en que el hombre realiza
todas sus potencialidades sin más límite que el impuesto
para su marco genético" ( E G M : 27, 139-140). Por su-
puesto que semejante fantasía parte de la definición ofi-
cial propuesta por la Organización Mundial de la Salud
de las Naciones Unidas; pero ha sido transformada hasta
hacerla irreconocible, sobre todo cuando el propio funcio-
nario se extasía pintando este cuadro idílico al abrirse los
trabajos de la Primera Convención Nacional de la Salud:
Un nuevo concepto de la salud se perfila en la perspectiva
de nuestro desarrollo social, como transformación activa de
las potencias inmanentes en el hombre; como proliferación
y florecimiento de cualidades no manifestadas; como poder
de lucha y capacidad creativa; como poder para superar obs-
táculos y transformar circunstancias adversas en propicias, y,
así, conseguir mayores bienes en un ambiente más limpio,
más bello, seguro y prometedor. (EGM: 32,80-85).
O el secretario de Educación, que propone en Chiapas un
plan educativo "realista y autogenerado", es de suponerse
que quería decir que el plan se había inspirado en las ne-
cesidades propias o singulares de Chiapas (EGM: 8, 107-
115). Otra es, por supuesto, la reacción ante las obras,
y no simplemente ante las palabras del Presidente. Cuan-
do ha atacado con su brío peculiar algún problema an-
cestral y lo ha resuelto, la aprobación de la localidad be-
38
neficiada es de deslumbrada complacencia, como ha ocu-
rrido, digamos, en Chiapas y Quintana Roo.
Ahora un par de ejemplos de preposiciones perturba-
doras o innecesarias, así como de expresiones de una fo-
gosidad también perturbadora. Cuando se dice "difiero
con casi todas las personas que han hablado", no se sabe
si se quiso decir "concuerda con", pues se difiere "de".
Asimismo, cuando se dice "los egresados en las escuelas",
entra la duda de si no se quiso decir los "ingresados" en
las escuelas. Es inútil poner " . . . reflexionamos en que
el espíritu humano. . ." ( E G M : 30,59-60). Y no diga-
mos esta expresión: ". . .me es grato recibir la vigorosa
presencia de ustedes" (EGM: 14, 29-30).
Es en verdad excepcional hallar en los pronunciamien-
tos un párrafo limpio y aun hermoso, como este de su
discurso al inaugurar la LV Convención Internacional del
Club de Leones:
Han llegado ustedes a México provenientes de todas las
regiones del planeta. Distintas lenguas, nxxlos de vida, ideo-
logías y costumbres se congregan en torno a una filosofía
de la fraternidad y a una voluntad compartida de mejorar
la condición de sus semejantes. A nuestras acciones indivi-
duales deben corresponder conduaas nacionales e internacio-
nales. Si somos sensibles a la miseria y al abandono de un
hombre, de una mujer o de un niño, tendremos que serlo
con mayor razón ante el hambre y la ignorancia de un pueblo
o de muchos pueblos. (EGM: 19,128-130).
Lo mismo puede decirse del discurso que pronuncia al
entregar indemnizaciones a los ejidatarios expropiados de
sus tierras para construir la presa de Los Charcos, en Nau-
calpan. Pocas líneas le bastan para pintar con vigorosa
claridad el crecimiento monstruoso de los grandes centros
urbanos, la atracción irresistible que ejercen en el poblador
rural y los problemas casi insolubles que con todo ello se
crean ( E G M : 3. 25-28).
N A D A DE extraño tendría que estas imperfecciones ha-
bladas y escritas del Presidente tuvieran algo que ver con
39
otra de sus constantes sicológicas: la incapacidad de re-
posar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere
hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos,
las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en
que él cumple cuanto ofrece y lo cumple en el día, a la
hora y al minuto convenidos. Su campaña electoral causó
asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto
continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó
prácticamente a todos los rincones del país. Y ya en la
presidencia, sus escapadas semanarias a la provincia y su
prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos
allí donde están, es el primer paso necesario para resol-
verlos. Y también de aquí su desprecio infantil del hom-
bre "solitario" que clavado ante la mesa de su gabinete de
trabajo, pontifica sobre los males del país y sus remedios,
cuando jamás ha visto brotar el pus de la llaga. Por for-
tuna, ha extendido esas reflexiones a la burocracia oficial:
Muchas veces los indispensables escritorios y teléfonos nos
ocultan la realidad del país: frecuentemente nos burocratiza-
mos los funcionarios más destacados de la República; frecuen-
temente nos aislamos de nuestros conciudadanos por obra y
gracia de los muros de nuestras oficinas... (EGM: 1,127-
135).
A la segunda semana de haber tomado posesión llega
al pueblo de Súchil, donde lo reciben unos indígenas para
agradecerle las promesas de mejorar su condición, hechas
durante la campaña electoral. Reacciona de inmediato:
El programa duranguense está en marcha, y no habremos
de desatender el cumplimiento de ninguna de las promesas
formuladas.
Y para subrayar su credo, usa una frase que bien pudiera
convertirse en el motto de toda su acción gubernamental.
Dice: "Sobre la marcha, caminando, seguiremos poniendo
las ideas a caballo. . ." (EGM: 1, 260-279). Al pasar du-
rante su gira por Tototlán, conoce a Almendrita, una niña
de once años que oye al candidato ofrecer una presa en
beneficio del pueblo. En el tercer mes de su presidencia
40
se le presenta en Palacio a recordarle su ofrecimiento, y en
la conversación le pregunta qué querría ser de grande.
Almendrita le dice que actriz de teatro. En seguida toca
el timbre para encargarle a don Fausto Zapata que dé ór-
denes telefónicas al director del INBA a efecto de inscri-
birla en una escuela de arte dramático y concederle una
beca para hacer sus estudios (EGM: 3, 71). Poco tiempo
después viaja a Chiapas y tiene una "reunión de Trabajo"
que dura seis horas y en que intervienen más de treinta
personas, cada una de las cuales, por supuesto, hace alguna
petición. Los chiapanecos no se calman con el anuncio de
que en ese buen año de 1971 el gobierno federal inver-
tirá en el estado más de 2 000 millones de pesos. Enton-
ces, el Presidente propone una mesa redonda que estudie
"a fondo" cada una de esas peticiones y pueda él dictar
los acuerdos necesarios, acuerdos que "mañana mismo co-
nocerán todos los chiapanecos" (EGM:3,181-194). Du-
rante una visita que le hace, el director de la Comisión
Nacional de Energía Nuclear expresa su esperanza de que
alguna vez el Presidente pueda visitar las instalaciones de
la Comisión, y "suspendí algunas actividades para venir
desde luego" ( E G M : 12,69-71). Ante una comisión de
ejidatarios oaxaqueños interesados en la construcción de
la presa Cerro de Oro, ofrece que "esta misma semana se
comenzarán los trabajos", y para que nadie dude, agrega:
" . . . no habrá nada de lo aquí expuesto [en el decreto res-
pectivo], que es una promesa, que no se cumpla" ( E G M :
31, 115-118). El rector de la universidad de Querétaro le
somete unos planos para la reedificación de las instala-
ciones escolares, y tras echarles un vistazo, le pregunta:
"¿Cuándo se inaugura si se comienza mañana mismo?
Porque esto es lo importante, no comenzarlo, sino aca-
barlo" (EGM: 22, 146-147). Cuando inaugura los traba-
jos del V Congreso Internacional de Nefrología, un de-
legado extranjero expresa la esperanza de que alguna vez
se monte en México un instituto de esa especialidad. An-
tes de hacer la declaratoria de inauguración, el Presidente
dice: ". . .ya encomiendo al secretario de Salubridad que
haga los planos, y aproveche este Congreso para la fun-
dación de ese Instituto" (EGM: 33,43). Ante una reu-
41
nión de inspeaores de las Misiones Culturales de la Se-
cretaría de Educación, anuncia que "en un año duplica-
remos el número de las Misiones, y en dos, lo triplicare-
mos. . ." ( E G M : 26,107-115). Miembros de la Central
Campesina Independiente le exponen algunos problemas
durante una reunión de trabajo que "se prolonga hasta la
madrugada del día siguiente", pero como aun así no se
llega a definir la solución de todos, les pide que nombren
una comisión que a costa del gobierno permanezca en la
capital "hasta llegar a aclararlos" ( E G M : 32, 124-125).
EL SER humano es tremendamente complicado aun si se
trata de imo que, como Echeverría, parece transparente
dada su patente extroversión. Por eso, a las constantes
sicológicas ya indicadas, han de agregarse todavía otras
más. Desde luego la noción de tener por delante un tiem-
po interminable. Puede verse alguna justificación, si bien
remota, al hecho de que en vísperas de enviarse al Con-
greso la nueva Ley Federal Electoral, tenga con el secre-
tario de Gobernación un acuerdo "que se prolongó por
ocho horas y luego prosiguió de noche" ( E G M : 22,195).
Pero ya sorprende que a los dirigentes del Colegio Nacio-
nal de Arquitectos les ofrezca visitarlos para "escuchar
toda una tarde los trabajos que ustedes quieran exponer-
me y las ideas que ustedes quieran desarrollar" ( E G M :
4 , 9 ) .
A esta desconsideración del tiempo se asocia de un
modo natural un temperamento optimista. Poco después
de haberse subido los precios del azúcar, del tabaco, la
cerveza y los refrescos, que provoca un alza de numerosos
otros artículos, comenta:
Vivimos, no digo una época, no digo una temporada —y
quiero subrayarlo— [sino] unos días de encarecimiento de
artículos de primera necesidad... (EGM: 2,63-65).
A la semana siguiente, califica de "artificial" semejante
encarecimiento (EGM: 2,83-84). En abril de 1971 es-
cucha el informe del Consejo de Administración de los
42
Ferrocarriles Nacionales, y comenta: '". . .si así se conti­
núa trabajando, hemos encontrado el punto de arranque
para que en el presente sexenio sean rehabilitados los
ferrocarriles, considerando íntegramente el sistema"
(EGM: 5, 36-37). Pinta con gran claridad que los gran­
des conjuntos habitacionales resuelven "grandes proble­
mas, pero provocan graves desajustes"; deja su solución,
sin embargo, a la sociología, la antropología "y sobre
todo, a una buena voluntad para la solidaridad en cual­
quiera de sus formas" (EGM: 36,17-20). Tras inaugurar
la carretera Transpeninsular de Baja California, se le pre­
gunta cómo se superan las carencias, y contesta: "con ima­
ginación pero con esfuerzo" (EGM: 36,231-241). Sólo
una vez hace un vaticinio en apariencia pesimista, si bien
en realidad no lo es, pues expresado al iniciar su gobierno,
equivale en realidad a presentar el programa que se pro­
ponía realizar:
Sin pesimismo, con la serena y equilibrada previsión que
nos dan los conocimientos esenciales y básicos de la sociolo­
gía, de la economía y de la historia de México, podemos afir­
mar que si en este sexenio no logra el país... renovar sus
instalaciones ferrocarrileras, incrementar sus formas de pro­
ductividad, elevar la producción agropecuaria y los niveles de
vida de los campesinos, descentralizar la industria..., hacer
más fácil y humana la vida en las regiones áridas, incremen­
tar la producción pesquera..., desarrollar con éxito las fun­
ciones. .. del Instituto de Comercio Exterior, dar al Servicio
diplomático un nuevo sentido dinámico..., transformar el sis­
tema educativo..., y dar empleo a los egresados en las escue­
las. .., consolidar las nociones de solidaridad social de los
mexicanos, organizar el funcionamiento de los puertos, repi­
to, sin pesimismo..., podemos predecir que para el siguiente
sexenio habrá graves calamidades económicas para este país.
(EGM: 2,104).
A ESTAS constantes del tiempo sin fin y del optimismo,
deben sumarse dos más, íntimamente asociadas a ellas: la
juventud y la "pasión". De la noción juvenil se ha dicho
ya bastante en el capitulillo inicial de este ensayo, inclu­
sive las curiosas equivocaciones en que suele incurrir el
43
Presidente cuando baraja los datos de edad, de la suya y
de sus colaboradores. Queda, pues, aclarar otros aspectos
de esta constante.
Desde luego, su incansable insistencia en aducir como
prueba de buen gobierno el haber designado embajadores
jóvenes, entre los cuales "destaca" uno de 32 años, dos
que tienen un año más y que, por lo visto, nada destacan
ya, y otros que "apenas rebasan los 42" (EGM: 4,38-
42). Pasemos asimismo por alto que un periodista le pre-
gunta si alguna vez practicó un deporte, y responde que
nadaba "en la adolescencia", pero advirtiendo que la con-
testación resulta poco juvenil, añade: ". . .y estaba re-
cordando que poco después" se dedicó a los aparatos, al
fútbol americano, al frontenis, al golf y a la equitación
( E G M : 16,43-52). En diciembre de ese año declara que
tiene un grato recuerdo y un cariño especial a Ciudad Vic-
toria porque allí, "como modesto funcionario federal y
capitalino —muchacho capitalino—", pudo apreciar por
la primera vez los grandes valores que encierra la provin-
cia (EGM: 13, 182-183). Aun cuando no puede hacerse
un cálculo aritmético, eso parecería indicar que el Presi-
dente inició su carrera burocrática a los 14 años.
Más que esta comedia de equivocaciones con los años,
lo importante es que el Presidente considera a la juven-
tud como un instrumento necesario de cambio. A los dos
meses de gobierno declara en Nayarit que "esta genera-
ción en cuyo nombre hemos llegado a la presidencia, pien-
sa que no podría hacer realidad plena los principios y los
propósitos de la Revolución Mexicana si no instrumenta
un renovado sentido sociológico y económico la obra del
gobierno" (EGM: 2, 245). En la, universidad de San Luis
Potosí sostiene que el universitario puede ser "un ele-
mento esencial en la vida creativa" a condición de que
"conjugue las ideas con los hechos para transformar así
la realidad" (EGM: 4, 38-42). A los dirigentes de la
Confederación de Jóvenes Mexicanos les dice que sería
un grave error considerar a la juventud "como una simple
etapa cronológica, como un mero momento biológico";
es y debe ser un estado permanente de ánimo. . . una
conciencia activa para el cambio y el mejoramiento..."
44
( E G M : 5,108-123).
Pero a veces se le cruzan las viejas figuras revoluciona-
rias, y entonces se siente obligado a especular sobre la ju-
ventud frente a la vejez. Como ha declarado repetidamen-
te que adora la Constitución de 17 y venera religiosa-
mente a sus autores, al visitar el 5 de febrero de 1972 el
Museo-Casa Venustiano Carranza, donde lo aguardan los
constituyentes, todos ellos viejos de más de 80 años, deja
de calificar a la suya de joven, para llamarla una "genera-
ción intermedia. . . que observa con el mismo cuidado las
inquietudes de los jóvenes y las recomendaciones de los
viejos..." (EGM: 15,301-308). Y cuando en diciem-
bre de 1972 lo visitan los viejos dirigentes del partido
oficial, encabezados por Emilio Portes Gil, afirma que
... sí es posible la convivencia de las generaciones, no para
que los viejos vean a los jóvenes como inmaduros, y los jó-
venes a los viejos como carentes ya de un mensaje..., sino
como una continuidad que le dará a nuestra Patria una vigo-
rosa columna vertebral (EGM: 25, 44-50).
Al examinar la constante de la "pasión", debe tenerse
algún cuidado, pues parece que nuestro Presidente no
está seguro de los significados reconocidos de esta pala-
bra. En efecto, generalmente quiere decir, "lo contrario a
la acción", "estado pasivo en el sujeto", o "perturbación
desordenada del ánimo". Más bien parecería que debiera
usar la palabra "devoción", en el sentido de "amor, ve-
neración religiosos", o quizás mejor aún "fervor", que
significa "eficacia suma con que se hace una cosa". En
todo caso, el mismísimo 1° de diciembre de 1970 dice que
el entusiasmo popular con que ha sido recibido "me com-
promete a servir a mi país con una gran pasión" ( E G M :
7, 39). Al mandar su mensaje del año nuevo de 1971
a los dirigentes del PRI, les dice que no les desea felici-
dades, "sino angustia creadora" (EGM: 2,23). En oca-
sión de celebrarse el LV aniversario de la primera ley
agraria, sostiene que para no detener su curso, la Revo-
lución Mexicana necesita "una honda pasión creadora"
( E G M : 2, s.p.). En una visita que hace a la universidad
45
de Guanajuato, le disparan varios discursos y dice que,
"más que interesante, ha sido apasionante" escucharlos
( E G M : 3,195-215). Inspecciona las nuevas oficinas de
la Confederación Obrera Revolucionaria, felicita a sus di-
rigentes "principalmente por la pasión creadora" que re-
velan "todos los detalles" del flamante edificio ( E G M : 4,
43-47). A los estudiantes y profesores de la escuela
agrícola Antonio Narro los conmina: ". . .entreguémonos
a trabajar con pasión.. ." ( E G M : 6, 95-98). Declara a
los miembros del Congreso Juvenil de Aportación Cívica-
Política que le ha complacido "constatar con emoción la
doarina que flota en el ambiente" ( E G M : 14, 232-237).
A los dirigentes del PRI les repite que "debe haber siem-
pre una angustia creadora" para mejorar diariamente sus
tareas (EGM: 14, 11-24). Expuesta negativamente la
misma idea, les dice al grupo de viejos militares retirados
que
... a veces, en donde más esfuerzos se hicieron, en donde
más sangre se derramó, como que !a fatiga, o el cansancio,
o los intereses, hacen que se enseñoreen ciertas actitudes que
no están de acuerdo con nuestro movimiento social... (EGM:
24, 115-117).
Los miembros del Consejo de Administración del Banco
Nacional de Obras y Servicios Públicos reciben el con-
sejo de que "todo servicio debe ser prestado con pa-
sión. . ." ( E G M : 27, 93-97). Y los delegados de la Aso-
ciación Mexicana de Hoteles deben revelar "inconformi-
dad, una rebeldía creadora todos los días" (EGM: 28,
179-183). En una reunión de trabajo alaba "el corazón
ardoroso" de los guerrerenses (EGM: 31,190-201). A
los vecinos de Naucalpan les declara su interés en "la
emoción política" con que deben atenderse los servicios
que se ofrecen al público (EGM: 32,221-224). Y en
agosto de 1973, cuando los diputados de la XLVIII le-
gislatura se despiden de él, les dice:
... pero cuando cada minuto lo llenamos de pasión y de va-
lor..., sentimos que los años han pasado veloces (EGM: 33,
126-1.36).
46
Pocas dudas pueden caber de que una de las constan-
tes más constantes del Presidente Echeverría es esta de la
juventud como instrumento de cambio. Es verdad que a
veces, como acaba de verse, trata de condicionarla dicien-
do que debe entenderse la juventud no tan sólo como
tránsito cronológico o un hecho meramente biológico^
sino que a la simple edad ha de agregarse un espíritu re-
novador. Pero varias consideraciones y hechos numerosos
debilitan esas rectificaciones ocasionales. En ellas, por
ejemplo, no ha llegado a afirmar que puede haber "vie-
jos" con un espíritu renovador acusado y comprobado,
cosa susceptible de confirmarse históricamente. Tampoco
ha especulado sobre la tragedia que pinta de modo tan
maravilloso este refrán francés: "si los jóvenes supie-
ran. . . si los viejos pudieran". Porque, en efecto, puede
tenerse por seguro que en general al joven le falta, no ya
la experiencia, hecho en que casi siempre se piensa, sino
el reposo sin el cual la reflexión es imposible. Por otra
parte, al negarles el Presidente todo poder, los "viejos"
no han tenido ocasión de servir útilmente al país. Más
grave aún es la sospecha de que el horror al "viejo" que
tanto cultiva el Presidente, se origine en el santo y justi-
ficado horror, no al simplemente "viejo", sino al "polí-
tico viejo" que le tocó conocer en su vida pública ante-
rior, un hombre, este sí, detestable porque todo él está
hecho de maña, de doblez, de trucos, y no de ideas y me-
nos de ideales. Más grave aún es el hecho comprobable
de que el Presidente usa el haber nombrado embajador
a un mozalbete de 32 años para demostrar el acierto, di-
gamos, de su gestión financiera, o su apego a la libertad
de expresión. Tampoco ha considerado que al creársele a
un joven la idea de que real, positivamente puede ser
presidente de la República al día siguiente de cumplir 35
años de edad, y que le es dable llegar a secretario de es-
tado a los 20, se le incita a organizar toda su vida para
alcanzar esas metas ya asequibles, es decir, se le despierta
una ambición puramente política, a la que sacrificaría
la devoción al trabajo desinteresado, la reaitud de sus ac-
tos, la limpieza del pensamiento. En fin, se ha desconsi-
derado también que el no gastar el joven algún tiempo en
47
ascender gradualmente la escala de la estimación pública,
sino colocándolo de golpe en los puestos más encumbra-
dos de ella, en realidad se le condena a una muerte pre-
matura, o se le fuerza a pasarse con armas y bagajes ai
campo de los negocios privados. En efecto, si se les hace
a uno de los aspirantes actuales a la presidencia, conclui-
rían su mandato a los 45 ó 46 años de edad. ¿Qué diablos
harán en los 20 ó 25 que les quedan de vida?
Lo cierto es que ésta no es sólo una de las constantes
más constantes del Presidente, sino una de las destinadas
a tener más constantes efectos.
L A Ú L T I M A constante sicológica que cabe destacar es la
cortesía. De los gobernantes revolucionarios quizás pueda
decirse que con la sola excepción de uno, que puede cali-
ficarse de grosero, y otro de brusco, todos los demás han
sido corteses. Pero todos ellos han sido secones, y ningu-
no ha sabido combinar la cortesía con la cordialidad, ex-
ceptuando tal vez a López Mateos. Tampoco Echeverría es
cordial y su cortesía, además, es un tanto ceremoniosa. A
pesar de ello, no puede ponerse en duda que su cortesía es
genuina y que se empeña en ser amable con todo el mun-
do, y más aún con los desvalidos o los modestos.
48
III. V I S T A A O J O D E P Á J A R O
C O N V I E N E REVIVIR algunos recuerdos para situar me-
jor la apreciación general que se pretende hacer aquí de
algunos cambios importantes que el presidente Echeverría
ha intentado en sus tres primeros años de gobierno. A pe-
sar de sus antecedentes conservadores, no dejó de sor-
prender que don Manuel Ávila Camacho iniciara desde
el primer momento de su reinado una rectificación a la
obra y los procedimientos de su antecesor, el general Lá-
zaro Cárdenas. Lo hizo sin declararlo públicamente, y sus
actos no fueron bruscos y menos teatrales; antes bien, me-
didos. Miguel Alemán, que sube a la presidencia en 1946
sin liga alguna especial con Cárdenas, y, sobre todo, con
una filosofía económica y política muy distinta, consuma
claramente la rectificación.
Usando la jerga de los economistas latinoamericanos,
podría decirse que Cárdenas fue un "estructuralista" nato,
es decir, un hombre que creía que el verdadero progreso
económico, y por consiguiente la distribución equitativa
de sus frutos, no pueden conseguirse sin modificar antes
la estructura o la organización socioeconómica de un
país. Alemán, en cambio, personificó la creencia de que
no cabe repartir una riqueza inexistente, y que, por lo
tanto, lo primero es crearla y crearla en abundancia para
que algo le toque a todos. Dicho de otro modo. Cárdenas
se proponía empujar al país simultáneamente hacia una
mayor riqueza y hacia una sociedad más equilibrada. Ale-
mán, a la inversa, pensaba que, creada la riqueza, ven-
drían por sí solos el progreso social y aun el político. Se
propuso, en suma, hacer del desarrollo económico nacio-
nal la meta principal, por no decir la única, de la acción
del estado, del empresario, del obrero y del campesino.
Este camino trazado por Alemán fue recorrido duran-
te veinticuatro años por él mismo y por los tres sucesores
siguientes. En un momento dado, sin embargo, ocurrie-
ron dos fenómenos que crearon dudas sobre si ésa era la
ruta más acertada, y después, la aspiración, aun el apetito
49
de cambiarla. La primera duda brotó en el campo econó-
mico, al comenzar a publicarse estudios que, a pesar de
sus deficiencias técnicas, señalaban un hecho grueso, pero
que parecía incontrovertible: como ya se dijo, el ingreso
nacional se repartía del modo más inequitativo imagina-
ble, ya que el diez por ciento de las familias privilegiadas
se llevaba el cincuenta por ciento de ese ingreso, mien-
tras que el cincuenta por ciento de las "otras" familias ape-
nas alcanzaba el catorce. No pasó mucho tiempo sin que
brotara la duda política: la estabilidad de que el país
venía gozando desde 1929, y particularmente desde 1946,
se había conseguido a costa de un monopolio del poder
político cada vez más estrecho y cerrado.
Empero, estas dos dudas, la económica y la política, no
pasaban del ensayo erudito, del artículo, de la conferencia
o de la murmuración callejera; pero la rebelión estudian-
til de 1968 les dio un estado público espectacular. Pro-
dujo, además, un resultado patético y visible: el aislamien
to cabal en que vivió sus dos últimos años el gobierno de
Díaz Ordaz.
Así SE creó una atmósfera propicia a la creencia de que
era inevitable un cambio, que un grupo deseaba y otro
temía. Quizás los componentes principales del primero
pertenecían a lo que vagamente pueda llamarse la "clase
media ilustrada": estudiantes, profesores, intelectuales,
periodistas y algunos líderes obreros desplazados de sus
sindicatos. Más claramente, el grupo de los temerosos es-
taba formado por la iniciativa privada o los negociantes,
así como la alta burocracia administrativa y política, ex-
puesta a caer de su encumbramiento.
Según se ha dicho ya, en ese clima de apetito y de mie-
do al cambio surgió la candidatura presidencial de Luis
Echeverría. El hecho mismo de que fuera un hombre
poco conocido, y ciertamente no "calado", alentó la espe-
ranza de los unos y el temor de los otros. Muy pronto co-
menzó a singularizarse el candidato: dotado de una resis-
tencia física muy poco común, recorrió perseverantemente
el país entero escuchando quejas, viendo brotar proble-
50
mas a granel, palpando de continuo el atraso y la pobre-
za. Presumió, además, de hombre joven, y de serlo tam-
bién su equipo de trabajo irunediato. Esto parecía indicar
que, no teniendo viejas y macizas ligas con el pasado, ve-
ría las cosas con ojos nuevos y frescos, y que, por lo tan-
to, juzgaría natural la mudanza. Vino, en fin, la prédica
oficial del cambio, de modo que no parecía caber ya duda
de que lo habría.
Pero entonces se produjo un malentendimiento del
que no ha salido todavía la Nación. Esa clase media ilus-
trada, ni como grupo ni ninguno de sus miembros indi-
vidualmente considerado, definió qué cambios apetecía,
cómo proponía lograrlos, por qué y cuándo deberían hacer-
se y mucho menos los frutos perdurables que se espera-
ban del cambio. Los temerosos simplemente se agazapa-
ron y rogaron en silencio que no los hubiera o, en el peor
de los casos, que resultaran leves. No fueron suficiente-
mente listos para adelantarse a proponer el que menos los
afectara. Por su parte, ni el candidato, ni el Presidente re-
cién llegado, hicieron una clara definición de lo que se
proponían hacer. Reconoció, y explicó ese malentendi-
miento muy tardíamente, de hecho, un mes antes de ini-
ciar su tercer año de gobierno, cuando dijo:
Se habla mucho de cambios, y es preciso para ser conse-
cuente con una postura simplemente racional, que se diga ha-
cia dónde... es preciso perfilar las metas, señalar objetivos,
y esto es sólo posible con la comprensión de los hechos que
nos envuelven.
T O D O E S O acarreó la consecuencia lamentable de que
mientras un observador atento y equilibrado tiene que ad-
mitir que el presidente Echeverría ha introducido cam-
bios importantes y saludables, un gran número de mexi-
canos desconoce la existencia de ellos, y los pocos que la
admiten, los declaran puramente verbales. ¿Por qué esa
negación, por qué tal escepticismo? En muy buena medi-
da por la vida que ha llevado el mexicano desde tiempo
inmemorial: sus problemas son tantos, tan grandes y tan
51
arraigados, que su resolución sólo puede esperarse de un
ser dotado de poderes sobrenaturales, mas no del hombre,
débil, inconstante y egoísta. Esta larga y amarga experien-
cia ha hecho de él un creyente de los dioses y un descreí-
do de los hombres. Pero aun si el mexicano creyera des-
pués de ver y de palpar las obras de algunos hombres, en
el presente caso no puede ver porque varias de las cosas
que ha intentado el presidente Echeverría se ejecutan fue-
ra de la Capital, y sobre todo porque sus resultados no
serán palpables sino después de algunos años, después, a
buen seguro, de que su impulsor abandone la Silla.
T Ó M E S E C O M O ilustración de esto último lo que parece
ser uno de los puntales más salientes de toda la filosofía
echevérrica: el renacimiento económico, educativo, cívico
y cultural de la provincia. Desde muy temprano declara:
" . . . no dejamos pasar una semana antes de volver a la
provincia. Es allí donde las ideas mexicanas siguen en pie,
en forma permanente, alimentando lo mejor de nuestro
espíritu y delineando y acendrando lo mejor de la Pa-
tria" (EGM: 4,70-72). Más tarde habla de que seguirá
apoyando la descentralización de la enseñanza universita-
ria " . . . para que la provincia mexicana siga dando su
aportación ejemplar a la cultura y el progreso del país"
( E G M : 28, 317-342). Considera que en la provincia "la
gente está más cerca"; en ella es "donde los problemas
se ven con más claridad, donde es más fácil que las fami-
lias permanezcan unidas. . . y donde la vista de las mon-
tañas no es obstruida por altos muros de concreto" ( E G M .
31, 43-44). Poco se necesita argüir en favor de este pro-
pósito, pues si en el panorama nacional hay algo hirien-
te y abominable en grado sumo, es la macrocefalia del
Distrito Federal, que el dicho popular recogió desde hace
mucho tiempo expresivamente al decir que fuera de Mé-
xico todo es Cuautitlán.
A más de saludable, haber dado con ese propósito re-
presenta méritos excepcionales. Desde luego, ningún Pre-
sidente anterior lo sostuvo o siquiera lo enunció, cosa ex-
traña, ya que, por ejemplo, de 1910 a 1935 "los hombres
52
del Norte", provincianos y por siglos segregados del
"Centro", gobernaron a México. En marcado contraste,
Luis Echeverría inventa y sostiene el propósito de revivir
la provincia no obstante ser él un producto ciento veinti-
cinco por ciento capitalino, por su origen, su educación,
su residencia y su falta de sangre indígena.
SE DIRÁ que en política no basta enunciar propósitos,
pues en ella los hechos son lo único que cuenta; pero es
un hecho y no un dicho, y comprobable, que Echeverría
ha dedicado mucho de su tiempo y de su energía persona-
les al logro de ese fin, a más, por supuesto, de cuantiosos
recursos.
Desde luego, ha usado la idea vieja de la descentrali-
zación industrial para reanimar la economía provinciana,
pero con una diferencia respecto a sus antecesores. Por ex-
traño que parezca, en este caso no se ha limitado Echeve-
rría a predicar la necesidad imperiosa de semejante des-
centralización, sino que para lograrla ha ofrecido tenta-
dores estímulos crediticios y fiscales. Para concederlos, se
dividió la República en tres zonas, según su desarrollo in-
dustrial, desde la "altamente desarrollada" hasta aquella
otra en que "todavía es una mera promesa el desarrollo
industrial". Entonces, el estímulo fiscal va del 10 al 100
por ciento (EGM: 20, 109-110). Además, ha ordenado
construir parques o corredores industriales en varias regio-
nes del país. Al día siguiente de tomar posesión, el Pre-
sidente decretó crear en la Nacional Financiera un fidei-
comiso, con un capital inicial de 5 millones de pesos, para
determinar las poblaciones donde pudieran promoverse
conjuntos, parques o ciudades indu.striales ( E G M : 1, 159-
162). Como respuesta un tanto tardía, al año cinco go-
bernadores le sometieron el plan ambiciosísimo de cons-
truir un Corredor del Desarrollo Industrial que partiera
de Mazarían para terminar en Matamoros ( E G M : 10,
1.33 ). En seguida estimula la reunión del Primer Semina-
rio Nacional Técnico Estudiantil-Empresarial, que se ocu-
pa de la descentralización industrial ( E G M : 9,291-302).
Pronto se inicia la construcción de las Ciudades Indus-
53
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Daniel Cosío Villegas y el estilo personal de gobernar

  • 1. Daniel Cosío Villegas El estilo personal de gobernar Cuadernos de Joaquín Mortiz
  • 2. COSÍO VILLEGAS W EL ESTILO PERSONAL
  • 4. D A N I E L C O S Í O V I L L E G A S El estilo personal de gobernar M É X I C O , 1974
  • 5. Primera edición, agosto de 1974 Segunda edición, septiembre de 1974 D. R. © Editorial Joaquín Mortiz, S. A. Tabasco 106, México 7, D. F.
  • 6. E X P L I C A C I Ó N LA B U E N A acogida que ha tenido el ensayo El sistema político mexicano. Las posibilidades de cambio, me ha llevado a intentar completarlo con esta segunda parte, cuyo título, El estilo personal de gobernar, parece reque- rir una explicación inmediata. En aquella primera parte (página 21) indiqué que las dos piezas centrales de nuestra organización política son un partido ""oficial", no único, pero sí predominante en un grado abrumador, y un presidente de la República que cuenta con facultades y recursos amplísimos, procedentes de una gran variedad de circunstancias, lo mismo de or- den jurídico que geográfico, económico, sicológico y has- ta moral (páginas 22-30). Si a esto se agrega la creencia general de que el partido político oficial es apenas "una oficina más del Presidente", se admitirá que éste resulta la pieza principal de nuestro sistema político, o su pieza única, según dirían los observadores más extremosos. Según se dijo en esa primera parte del ensayo (pági- nas 30-35), a últimas fechas ha venido sosteniéndose que si bien es verdad que alguna vez pudo calificarse de in- menso el poder presidencial, no lo es ya; al contrario, ahora resulta muy limitado. La explicación dada a seme- jante idea, que parecen contradecir los sucesos diarios de nuestra vida pública, es ésta. Precisamente porque el po- der del Presidente fue alguna vez inmenso, y precisamen- te porque lo ejercía de un modo personal e imprevisible, los núcleos a quienes podía afectar más su ejercicio se organizaron para inclinarlo a proteger y favorecer sus in- tereses. Para fundar en la historia esa tesis, se señala el hecho incontrovertible de que el progreso económico de México de los últimos treinta años no ha favorecido de modo particular a los miembros del partido oficial, cam- pesinos, obreros o sectores medios, sino a los grandes ca- pitanes de la industria, del comercio, de la banca y de la agricultura comercial, todos ellos extraños al Partido y a la familia revolucionaria. Se añade que aun dentro del
  • 7. círculo de gobernantes, existen también fuertes grupos opresores que luchan unos contra otros para alcanzar las dádivas presidenciales. De allí que el poder del Presiden- te no se ejerza, como en los viejos tiempos, con entera libertad, puesto que no puede doblegar los intereses de los grupos opresores, con la consecuencia de que ahora el Presidente busca tímida, vacilantemente un curso medio que a nadie lastime. Hice algunas observaciones a esta idea (páginas 31- 35), que no pienso resumir aquí, pues ahora me interesa destacar que el jefe del poder ejecutivo, con un poder irrestriao, como se ha supuesto en general, o con un po- der condicionado, como ahora se sostiene, es, de todos mo- dos, la pieza principal, o única si se quiere, de nuestra organización y de nuestra vida políticas. De lo contrario, ¿para qué y por qué iban a presionarlo los grupos opre- sores? LAS C O N S E C U E N C I A S de este hecho, a más de incon- tables, sólo por rara excepción pueden favorecer la salud pública del país. Por eso de tiempo atrás debieran haber- nos conducido a mirarlas y estudiarlas con atención sos- tenida. En este libro, sin embargo, no me propongo si- quiera enumerarlas, sino que tomaré como punto de partida de este ensayo una idea bastante obvia: puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea que resulta fatal que la persona del Presidente le dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento, el caráaer, las simpatías y las diferencias, la educación y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por lo tanto, en sus actos de gobierno. Claro que esto es cierto de cualquier país de cualquier tiempo y de todo tipo de gobierno; pero ya es significati- vo que sea más acusado en las viejas monarquías absolu- tas que en los estados democráticos modernos. Se dirá que aun en éstos se advierte la relación persona-gobier- no; una vez más, sin embargo, resulta significativo que 8
  • 8. ese nexo sea más visible cuando se trata, no de una sim­ ple persona, sino de una gran personalidad, digamos Churchill en el caso de Inglaterra o De Gaulle en el de Francia. Aun así, no debe olvidarse que el primero per­ dió las elecciones que siguieron inmediatamente a la Gue­ rra, y que el segvmdo abdicó ai negársele el respaldo po­ pular que apetecía. LAS R A Z O N E S , después de todo, son numerosas y cla­ ras. La más lejana y general es que las sociedades que viven hoy dentro de un régimen democrático de gobier­ no, no son tan heterogéneas como la nuestra, y por eso en aquéllas las diferencias personales son relativamente menores. El caso típico es el de Estados Unidos: allí, el rasero de la educación, de la prensa, del radio, de la tele­ visión y de una producción industrial en gran escala, tra­ tan de modelar un hombre standard. La razón más pró­ xima e importante, sin embargo, es que en países como Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y Estados Unidos, la tradición y las instituciones son más fuertes que el hom­ bre, y por lo tanto, son capaces de frenar con eficacia la acción pública puramente personal. La situación es muy otra en nuestro caso. Los hombres del Norte, igual Ca­ rranza que Obregón y Calles, son temperamentalmente muy distintos de los del Centro, de un López Majeos o de un Díaz Ordaz. Y es bien manifiesta la diferencia en­ tre Cárdenas, de vieja raigambre pueblerina, y Luis Eche­ verría, producto capitalino químicamente puro. Y de abismal podía haberse calificado la separación que medió entre Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada. Más que nada, sin embargo, cuenta la debilidad de la tradición y de las instituciones, que permite al hombre, al individuo, desoírlas y hasta desafiarlas. Como en Mé­ xico no funciona la opinión pública, ni los partidos po­ líticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa, ni el radio y la televisión, un presidente de la República puede obrar, y obra, tranquilamente de un modo muy per­ sonal y aun caprichoso. 9
  • 9. SI TODO eso fuera cierto, debiera convenirse en que re- sulta una complicación más para estudiar y entender nuestra vida pública. En efecto, se ha hablado del tempe- ramento y del carácter como una de las determinantes de la personalidad de nuestros presidentes; pero, ¿qué sig- nifican exactamente una y otra palabra? Sabemos que corresponden a realidades que podemos advertir en noso- tros mismos y en nuestros semejantes más próximos; al mismo tiempo, sentimos que nada fácil es medirlas o apreciarlas. Los diccionarios definen temperamento como "la constitución particular de cada individuo, que resulta del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bi- lis o la linfa". Y carácter, "el modo de ser peculiar y privativo de cada persona por sus cualidades morales". Nótese que ambas definiciones destacan que el tempera- mento y el carácter son, en efecto, elementos definitorios de la persona: el primero es "la constitución particular de cada individuo", y el segundo, "el modo de ser peculiar y privativo de cada persona". También resulta interesan- te advertir que el temperamento es un dato biológico mientras que el carácter es moral. Todo esto no obsta para que aun en el supuesto de que pudiera llegarse a discernir claramente el tempera- mento y el carácter, es indudable que sólo estarían en condiciones de hacerlo, en el primer caso, un médico, y en el segundo, una persona que hubiera podido observar a nuestros presidentes de manera larga y ceñida. Ahora bien, como según he dicho más de una vez, nuestra vida pública es estrictamente privada, en principio resulta poco menos que imposible, no ya r.certar, sino definir con al- gún fundamento cuál es el temperamento y qué carácter tiene un presidente nuestro. Cosa muy parecida ocurre tratándose de otro elemen- to definitorio del que se habló antes: las simpatías y las diferencias que cada hombre abriga, y que incluso pue- den sublimarse al tener en sus manos un gran poder. De nueva cuenta, sólo una persona que lo haya tratado por 10
  • 10. largos años y de cerca podría aventurar una opinión. Se dirá que tratándose de la educación, el cuarto elemento definitorio, el terreno es más firme. Sí y no: primero, porque la educación no se adquiere tan sólo en la escue- la, sino en el hogar, en el círculo de amigos y conocidos y en el hábito solitario de leer, de escribir y de meditar. Pero aun tratándose de la educación escolar, es difícil pre- cisar. Se ha puesto de moda anunciar el curriculum vitae de los funcionarios a quienes se da un puesto de cierta categoría. Aparte de que no es infrecuente advertir que tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas, ¿qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional? Sobrarían razones para tomar este dato como un mal pre- sagio; pero, en todo caso, poco se adelanta porque no se dan otros que permitan determinar si ese funcionario fue un estudiante bueno, mediocre o malo. Y puede estarse seguro de que las autoridades universitarias negarían el acceso al expediente de un Presidente: de López Mateos, digamos, nunca pudo averiguarse si se había recibido o no. La última circunstancia definitoria de la personalidad es la experiencia, es decir, lo que pueda enseñarle a un individuo la vida que ha llevado. Hay gente que ha sido un tanto escéptica en cuanto a la capacidad del hombre para aprovechar de verdad las enseñanzas que la vida le ofrece, en contraste con lo que ocurre con los animales. Un perro o un gato que ve tirar a su amo una colilla de cigarro y que pretende jugar con ella y se quema, jamás volverá a cometer ese error. En cambio, muchos hombres volverían a quemarse una y otra vez. De todos modos, puede concederse que la experiencia algo le enseña al hom- bre, de manera que quien ha tenido una vida difícil esta- rá mejor preparado para lidiar con problemas difíciles. D E C U A N T O se ha dicho hasta ahora cabe deducir que es bien incierto calibrar con alguna seguridad la influen- cia que tienen en una persona el temperamento, el ca- rácter, los prejuicios, la educación y la experiencia. Sin embargo, cabe aquí hacer una aclaración de suma impor- 11
  • 11. rancia. Hay hombres que justamente por razón de su tem- peramento, de su carácter, de sus prejuicios, de su educa- ción y de su experiencia, cubren su personahdad con un manto protector poco menos que impenetrable. Son los introvertidos, los que viven para dentro. En el extremo opuesto están los que del modo más natural enseñan cuanto son, y cuanto quieren, y que, además, no pueden ocultarlo aun si se propusieran hacerlo. Es claro que mientras la tarea del observador es arriesgada en el pri- mer caso, en el segundo se facilita hasta hacerse viable Me parece cierto que el presidente Echeverría cae en este segundo caso, a la inversa, digamos, de Benito Juárez, Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas. En todo caso, yo no pretendo apreciar los tres prime- ros años de gobierno del presidente Echeverría partien- do, como si dijéramos, de un "retrato hablado" sicológico y moral suyo dibujado previamente, y, en consecuencia, arbitrario. A la inversa, yo trato de apreciar ciertos actos de gobierno sin considerar en absoluto ningún rasgo si- cológico privativo del Presidente, y en otros casos, prime- ro estudio esos actos, y, sobre todo, sus declaraciones ver- bales y escritas, para determinar lo que hay de personal en ellas. Lo cierto es que la gran moraleja del estudio sería, por supuesto, la de que nuestro actual sistema po- lítico propicia un estilo personal, y no institucional, de gobierno, con todas las consecuencias que esto supone. E L E N S A Y O tendrá un saldo crítico inevitable, pero no de la persona de Luis Echeverría, sino del gobernante que de un modo fatal gobierna personalmente. Abrigo la esperanza de que algunos observadores estudien el estilo personal de gobernar de otros presidentes para que mi ensayo resulte así menos "personalista". Mientras tanto, quisiera hacer esta declaración: por una serie de circuns- tancias que no es el caso referir, durante un cuarto de si- glo, o sea desde Manuel Ávila Camacho hasta Adolfo Ló- pez Mateos, todos los presidentes fueron discípulos míos. Nunca les pedí un favor ni me lo hicieron; pero siempre tuve la certeza de que si un buen día era yo víaima de 12
  • 12. alguna arbitrariedad o de alguna injusticia, responderían en seguida a mi llamado. Como don Luis Echeverría se ha permitido el lujo de llegar a la presidencia sin haber pasado antes por mi cátedra, no ha habido entre él y yo siquiera ese recuerdo afectivo de maestro-discípulo. A pe- sar de esto, de ningún presidente de la República he re- cibido tantas muestras de consideración y de respeto como de él. No sólo eso, sino que desde que entramos en rela- ciones, ambos nos empeñamos en trazar una clara distin- ción entre las relaciones públicas y las relaciones perso- nales, de modo que él puede considerarme un buen ami- go, pero un mal escritor, y yo, a mi vez, puedo estimarlo más como amigo que como gobernante. No hay, pues, ni puede haber, un motivo personal que me haya guiado a escribir este ensayo; su móvil único es un deseo fervien- te de ayudar un poco al entendimiento de nuestra vida pública. N o ES éste, por supuesto, un estudio erudito. Por lo tan- to, la bibliografía en que descansa es mínima. La princi- cipal fuente es la publicación mensual El Gobierno Mexicano, que informa sobre todas las aaividades del Presidente, así como de sus pronunciamientos, y, en oca- siones, los de sus interlocutores. Se cita así: EGM: 3,121- 125. El primer número se refiere al volumen y los dos siguientes a las páginas. Con el propósito de evitar la sos- pecha de que se distorsionan las declaraciones del Presi- dente al citar de ellas sólo una palabra, una frase o un párrafo, doy el número de la página inicial y de la termi- nal, y no exclusivamente el de la página donde se halla la palabra o frase citada, para que el leaor pueda compro- bar que no ha habido distorsión alguna. Los dos únicos periódicos que se citan son: Excélsior, con la abreviatura EX, y El Nacional, con N A . El capitulillo sobre la "Reforma Política" descansa en el libro La reforma po- lítica del presidente Echeverría ( R P ) , editado por Cultu- ra y Ciencia Política. Las cifras de las elecciones de dipu- tados federales de 1973 son las publicadas oficialmente por la Comisión Federal Electoral. 13
  • 13. Una última aclaración. No he pretendido examinar toda la obra de gobierno del presidente Echeverría, y me­ nos hacerlo por "ramos", es decir, Hacienda, Agricultu­ ra, Educación, etc. He elegido lo que me parece más lla­ mativo de su gestión. D. C. V. 7-VÍÍ-74 14
  • 14. I. EL A T E R R I Z A J E A U N LOS más diestros comentaristas se resisten a inten- tar un balance de los tres primeros años de gobierno del presidente Echeverría. La resistencia crecería si se les pi- diera anticipar cómo serán los tres restantes. Y ninguno, desde luego, se arriesgaría a predecir la huella perdurable que dejará este mandatario. Dos razones principales explican esas actitudes. La pri- mera es que poco a poco, pero con firmeza, se fue ani- dando en los mexicanos el presentimiento de que no po- día durar mucho tiempo más "el milagro mexicano", o sea- el periodo de estabilidad política y de progreso económico que se inician, respectivamente, en 1929 y 1946. Desde luego, porque los milagros sólo se dan por milagro, y después, porque aparecen y se esfuman calladamente. La otra razón principal es que, también con lentitud pero con firmeza, se fueron señalando las grandes fallas de ese "milagro": una estabilidad política conseguida al pre- cio de un monopolio cada vez más cerrado del poder po- lítico y unos beneficios del progreso económico que se distribuyen con hiriente inequidad, ya que mientras el diez por ciento de las familias "acomodadas" se llevaba la mitad del ingreso nacional, el cincuenta por ciento de "las otras" familias apenas alcanzaba el catorce. La rebe- lión estudiantil de agosto-septiembre de 1968, y su trá- gico desenlace, la matanza de Tlatelolco, de octubre, transformaron aquel presentimiento de que el país iba a cambiar en la convicción de que debía hacerlo, y pronto. C O I N C I D I E N D O con ese estado de ánimo, surgió la can- didatura de don Luis Echeverría, una persona poco cono- cida y que alcanzaba esa posición mediante la fórmula tradicional del "Tapado", o sea que su selección, lejos de haberse hecho a la luz del día y en la plaza pública, se produjo dentro de la oscuridad y en el silencio del pasi- llo o de la cámara real. Pero muy pronto comienza a 15
  • 15. llamar la atención. Desde luego, con una sorprendente locuacidad habla de todos los problemas nacionales, los habidos y los por haber. Después, porque hace una cam- paña electoral perseverante y de una extensión desusada, de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más remotos y desamparados del país. Sobre todo, sin embar- go, porque, contrariando la regla tradicional de que el pre- sidente entrante no comienza a liberarse de la tutela de su antecesor hasta sentarse en el trono presidencial, Eche- verría empezó a minar el poder de Díaz Ordaz desde la iniciación de su campaña. Esto parecía indicar que es- taba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del país. Lo D I C H O hasta aquí exige un afinamiento, ya que po- dría creerse que el señor Echeverría subió al poder en condiciones muy favorables por encarnar la esperanza de cambio que sus gobernados abrigaban. La verdad es que muchos de ellos preferían el statu quo, pues, como es ló- gico suponerlo, sus beneficiarios no podían querer otra cosa que la afirmación y la continuación de los viejos usos. Estaban, desde luego, los hombres de negocios: a más de ser por naturaleza conservadores, es decir, adversarios de toda mudanza, en los últimos años habían intimado con el gobierno hasta el punto de parecer sus únicos amigos. Deben sumarse a los adversarios del cambio, de cualquier cambio, muchos elementos del mundo político y burocrá- tico oficial, sobre todo los encaramados en altas posicio- nes del gobierno y del PRL Pero aun pensando por ahora sólo en los mexicanos partidarios del cambio, la simpatía, y en especial el apo- yo al nuevo Presidente, fueron inciertos e ineficaces. El mayor número de ellos carecía de todo poder político o económico, de modo que su apoyo sólo podía ser "difu- so", como lo llaman los politólogos, o sea latente, pero no activo. Más importante aún, estos mexicanos no sabían siquiera con vaguedad qué cambios debieran producirse, cuándo, por quiénes, con qué métodos y mucho menos 16
  • 16. los beneficios que legítimamente podían y debían espe- rarse de ellos. Por su parte el candidato presidencial ha- blaba una y otra vez de la necesidad de un cambio, pero sin definir tampoco cuál era o podía ser. Por eso cabe decir que el gobierno de Echeverría se inició bajo los aus- picios de una típica "comedia de equivocaciones". ÉSA, C O M O toda comedia, tuvo más de un acto. El pri- mero puede identificarse con la campaña electoral, y su nota dominante fue de confusión, es decir, "falta de or- den, de concierto y de claridad". El candidato brincaba con tanta prontitud y tan repetidamente de un lugar a otro, que resultaba difícil seguir, no ya la pista ideológi- ca, sino la simplemente geográfica. Al parecer, para lo- grar esto último hubiera sido necesario acudir a un enor- me mapa de la República y pinchar en él tachuelas con cabezas de colores distintos, como hicieron durante las dos guerras mundiales los estados mayores aliado y germáni- co. Luego, como resultaba inevitable hablar en cada sitio visitado, se produjo un torrente de declaraciones, impro- visadas, muchas incompletas, vagas y aun contradictorias, cosa perfectamente explicable, pues aun cuando el candi- dato tenía tras de sí una larga carrera administrativa, su experiencia previa, en el mejor de los casos, era tan sólo política, de modo que resultaba precario su conocimiento de las cuestiones económicas, sociales e internacionales. A su tiempo se supo que los dirigentes de uno de nues- tros grandes bancos, en parte por presentir que el señor Echeverría podía resultar un gobernante singular, y en otra mayor porque acababan de adquirir unas computado- ras y no sabían exactamente en qué emplearlas, decidie- ron ponerlas a trabajar en recoger todos los dichos del candidato para que al final de la campaña pudiera vati- cinarse cómo se proponía gobernar a la nación. Estos di- rigentes, tras de guardarlos en secreto, han negado aira- damente los resultados a quienes solicitaron conocerlos, llegando a sostener que jamás se habían propuesto siquiera hacer semejante cosa. A pesar de ello, ha tras- 17
  • 17. cendido que las computadoras pasaron las de Caín, y que el final fue un lienzo desdibujado y confuso. E L S E G U N D O acto de la comedia comenzó el 1° de di- ciembre de 1970, con la ceremonia de la toma de pose- sión. No por la costosa remozada que se le dio al viejo Auditorio Municipal; tampoco por la enorme cantidad ni por la heterogeneidad de los invitados y la calidad excep- cional de algunos; ni siquiera por la televisión indiscreta que apuntaba repetidamente a María Félix, ataviada con un fastuoso abrigo de leopardo y, para variar, a don Hen- ry Ford III, o al pequeño islote de cuatro viejecitos indios que visiblemente no acababan de explicarse cómo habían caído en ese laberinto y se veían rodeados de tanta y tan extraña gente. No por eso, sino por el discurso del noví- simo Presidente. Leído hoy, puede calificarse de notable ese documen- to. Es gratamente breve y está desusadamente bien es- crito. Y se encuentra muy bien armado: lo forman una serie de párrafos de unas seis a doce líneas, en que se plantea con sencilla claridad un problema o se pinta una situación, para explicar en seguida, con moderada fran- queza, lo que el Presidente piensa hacer para resolver tal problema o mejorar semejante situación. Y están consi- deradas allí todas las cuestiones, desde la desigual distri- bución del ingreso nacional y la esclavitud del municipio libre, hasta la integración económica de los países lati- noamericanos o los deficientes servicios de la industria tu- rística nacional. Ya en los primerísimos párrafos se presenta la necesi- dad y la voluntad del cambio. Por supuesto que cada uno hubiera preferido expresarla con ideas y lenguaje propios; pero puede aceptarse como perfectamente válida la elegi- da por el Presidente: Alentar las tendencias conservadoras que han surgido de un largo periodo de estabilidad, equivaldría a negar la heren- cia del pasado. Repudiar el conformismo y acelerar la evolu- ción general, es, en cambio, mantener la energía de la Re- volución. 18
  • 18. Esta sentencia, claro, tiene su toquecillo demagógico; pero rara vez se halla en el discurso una que sea demagogia pura, como aquella de "iré tan lejos como el pueblo quiera". Rara vez también se halla un pensamiento que pudiera calificarse de redondamente equivocado, como sin duda lo es el de que "el crecimiento demográfico no es una amenaza, sino un desafío que pone a prueba nuestra potencialidad creadora". En la gran mayoría de los casos los planteamientos son justos y equilibrados. Dígase, por ejemplo, el tan debati- do problema de una economía mixta: México no acepta que sus medios de producción sean ma- nejados exclusivamente por organismos públicos; pero ha su- perado también las teorías que dejaban por entero a las fuer- zas privadas la promoción de la economía. Asimismo el reconocimiento de que "la era que vivimos está condicionada por el avance científico y tecnológico"- en consecuencia, "cobra así nueva vigencia el principio se- gún el cual se es libre por el saber". Debe considerarse, en suma, como un documento no- table por su claridad y por su moderación. ¿ P O R Q U É , entonces, resultaron nulos sus efectos, de modo que la actitud de los mexicanos, igual de un bando que de otro, siguió siendo la misma, y en gran parte con- dicionada por la gira electoral? Múltiples son, por su- puesto, las razones. Desde luego, una meramente física: puesto en uno de los platillos de la balanza un solo dis- curso, así sea muy sesudo, no puede pesar tanto, y menos pesar más, que los mil y tantos dichos durante el periodo electoral. Después, porcjue casi de un modo inevitable, el discurso se limita a desaprobar la opción por una de las dos soluciones extremas a un problema determinado, pero sin indicar si la que se favorece estará más cerca de uno que del otro extremo. Es incuestionable, por ejemplo, que las dudas y los temores de los negociantes no quedan despejados cuando se les dice que "México no acepta que 19
  • 19. sus medios de producción sean manejados exclusivamente por organismos públicos", pues no se contrariaría ese di- cho presidencial si los organismos públicos acabaran por manejar el noventa y nueve por ciento de esos llamados impropiamente "medios de producción". Por su parte, los buenos señores que quieren "socializar" todo, temerán que el Presidente maniobre para dejarle a los organismos públicos el manejo de una única empresa, digamos Pe- mex, ya que todavía seguiría siendo válida la afirmación de haber superado México "las teorías que dejaban por entero a las fuerzas privadas la promoción de la eco- nomía". N o A Y U D Ó mucho a desvanecer las dudas y los temo- res la presentación del equipo que acompañaría al nuevo Presidente. Primero, sorprendió que, por desconocimiento o por arrogancia, se anunciara también la designación, entre otras, de los directores de los bancos de México y Mexicano, instituciones éstas que tienen un consejo de administración, único capacitado jurídicamente para nom- brar y remover a sus directores. Se sabe de sobra, por su- puesto, que todos los directores del Banco de México han sido elegidos por iniciativa del presidente de la Repúbli- ca; pero formalmente siempre ha sido el consejo de ad- ministración el que propone y resuelve. Se dirá que enton- ces se trata de una mera formalidad; pero es que en eso suele consistir el respeto a las leyes, que nadie puede des- airar, y menos un jefe de estado. El caso del Banco Me- xicano resultó peor, pues hasta antes de ese anuncio, la autoridad oficial no había revelado que el gobierno lo do- minaba como accionista mayoritario. Pensando en el gabinete mismo, desde luego se produ- jo un pequeño equívoco. Cuando aceptó su candidatura, don Luis Echeverría proclamó que lo hacía, no sólo en nombre propio, sino en el de "toda una generación de jóvenes" que irrumpía en el escenario político nacional. El Presidente viaja por Sinaloa y Nayarit a los dos meses escasos de haber tomado posesión, y allí repite esa idea: "Esta generación, en cuyo nombre hemos llegado a la 20
  • 20. presidencia. . .". ( E G M : 2, 245). Claro que la noción de joven es bastante elástica, tanto, que se oye decir que lo es quien cree serlo. Lo cierto fue que el mayor número de miembros del gabinete caía entre los 45 y los 50 años, que había tres mayores de 55 y otros tantos que pasaban de los 65. Sólo uno tenía una edad propiamente de joven (37). Pero es incuestionable que esta de la juventud, la propia y la de sus colaboradores, es una de las ideas obse- sivas del Presidente. Durante su octava "gira de trabajo", por Querétaro, insiste en que muchos de sus colaborado- res son jóvenes, y para probarlo, ejemplifica: el secretario de Gobernación tiene treinta y seis años (tenía treinta y siete), el de Relaciones cuarenta y seis (tenía cuarenta y cinco), "de mi edad aproximadamente", agrega. Y esto lo dice el Presidente el día justo en que celebraba sus cua- renta y nueve años de edad, (EGM: 2, 235-236). Es ver- dad que el Presidente se ha adjudicado una "primera ju- ventud" ( E G M : 6,99-106) cuando tenía veinticuatro años; de modo que debe suponerse que en esa celebración hablaba de la segunda. En cambio, impresionó favorablemente que no hereda- ra de su antecesor ningún miembro del gabinete, así como que sólo uno de los nuevos pudiera ser clasificado de "vie- jo político". Es más: se admiró la decisión de excluir a uno tan fuerte y experimentado como Corona del Rosal, quien en otros tiempos habría sido ascendido de jefe de un Departamento a secretario de estado. Así y todo, sub- sistía el hecho de tratarse de un grupo de desconocidos, sin importar que fueran jóvenes o viejos. De los diecinue- ve que formaron el gabinete, el público apenas podía reconocer, y eso con bastante incertidumbre, a menos de la tercera parte, y alguno de ellos por cierta broma que se hizo de él. De don Manuel Bernardo Aguirre por ejem- plo, se refería que pocos días, antes de su nombramiento confiaba a sus íntimos que en su ya larga existencia no había tenido sino dos únicas ambiciones: llegar a secreta- rio de Agricultura y acabar su educación primaria. Pronto se hizo la prensa reflejo de la incertidumbre creada por la presentación de ese equipo de trabajo. El 16 de enero de 1971 un periodista le hizo en Querétaro 21
  • 21. la aturdida pregunta de con qué criterio había selecciona- do a sus colaboradores. El Presidente, quizás sorprendido, sintió la necesidad de dar una respuesta convincente: Es natural que a lo largo de cinco lustros, desde los veinti- cuatro años de edad, siempre con aspiraciones públicas, haya sido yo un atento observador de la trayectoria de los hombres dedicados a la política y a la administración... (EGM: 2, 2,35-237). El público, por supuesto, no dejó de advertir la irrealidad de semejante explicación, pues eso habría significado que el Presidente le siguió la pista a su secretario particular desde antes de nacer, a su secretario de Gobernación cuan- do tenía doce años, dieciocho en el caso del de Relacio- nes y veintidós en cuanto a los del Patrimonio, de Indus- tria, Obras Públicas, Comunicaciones, etc. T a n resultó insatisfactoria la explicación, que un día después, ya en la capital, otro periodista repitió la pregunta de cómo había seleccionado a los miembros de su gabinete. El Presidente insistió entonces en que nunca había pensado en relacio- nes de amistad; lejos de eso, aquilató "no solamente el va- lor y el valer, los conocimientos y experiencia personal de cada uno de ellos, sino también su eficacia potencial". ( E X : 18-/-71). Por todo esto, sin duda, el nuevo gobierno se sintió obligado a abultar los curricula de estos colaboradores. A don Emilio O. Rabasa, por ejemplo, se le pinta así: "Sus raíces familiares, son de honda raigambre internacionalis- ta y diplomática." Aparte del pleonasmo de raíces y rai- gambre y del disparate de creer que pueden heredarse bio- lógicamente el internacionalismo y la diplomacia, ¿cuá- les eran los hechos que el público conocía de este caso particular? Es indudable que la referencia es al abuelo y al padre de este señor Rabasa. D o n Emilio Rabasa no fue internacionalista sino constitucionalista, y de diplomá- tico no tuvo sino haber encabezado la delegación que en- vió Victoriano Huerta a la Conferencia de Niágara Falls, en la cual don Emilio hizo un papel más que decoroso. El padre, don Óscar, puede tenerse como internacionalis- 22
  • 22. ta, ya que fue durante varios años consultor jurídico de la secretaría de Relaciones; pero no ha desempeñado pro- piamente una misión diplomática, ni puede tomarse como tal su repetida asistencia a la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas. Los únicos hechos que el público informado conocía eran éstos. Don Emilio O., siguiendo el camino del abuelo, se especializó en derecho Constitu- cional, de modo que sus estudios de doaorado culmina- ron con una tesis de recepción sobre la Constitución de 1824. Pero al comenzar a ejercer, abandonó esa especia- lidad para trabajar la legislación bancaria primero, des- pués el derecho agrario y más tarde el derecho sanitario, llamémoslo así. La otra actividad internacional que el pú- blico conocía era que, siendo ya director del Banco Cine- matográfico, don Emilio O. se trasladó a Hollywood para presenciar la entrega de los Óscares. Hubo otros brotes de entusiasmo puesto en los curricu- la de los miembros del gabinete. A don Mario Moya Fa- lencia se le pinta como "estudioso" {whatever that means) del derecho constitucional, de la ciencia política y de la filosofía. A don Hugo B. Margain, a más de 'experto en finanzas públicas y derecho tributario", como poseedor de "un conocimiento profundo de las condicio- nes políticas, económicas y sociales del país". A don Ho- racio Flores de la Peña se le atribuye falsamente haber sido "representante de México en la Organización de las Naciones Unidas". En fin, aun de don Ignacio Ovalle, con sus escasos veinticinco años, se le atribuye el que fuera "un brillante estudiante" de la Facultad de Derecho y ha- ber realizado "una importante labor ideológica en edicio- nes y pronunciamientos" cuando pertenecía a la Dirección Juvenil del PRI. La verdad de las cosas es que los más próximos al es- tado de joven ya habían comenzado su carrera burocráti- ca, pero precisamente por esa juventud apenas estaban en puestos secundarios. El peldaño más alto que había alcan- zado don Mario Moya Falencia había sido la Dirección de Cinematografía en Gobernación; el señor Rabasa, la di- rección del Banco Cinematográfico; don Carlos Torres Manzo, la jefatura del Departamento de Política Comer- 23
  • 23. cial en la Secretaría de Industria; el médico Jorge Jimé- nez Cantú, la gerencia de la Comisión Promotora de la Conasupo; don Agustín Olachea Borbón, abogado de la Dirección de Estudios Hacendarlos; y así consecutivamen- te. Entonces, el salto que ahora habían pegado no dejaba de ser mortal. ( E G M : 1,27-37). Cabe decir, así, que los negociantes y buena parte de la clase media alta (profesionistas, intelectuales, etc.) re- cibieron ese gabinete con marcado escepticismo, por no decir con clara desconfianza. Pero no faltó gente que apre- ciara la ventaja de haber cortado al "viejo político", a más de no encontrar razón alguna por la cual se le ne- gara a los recién llegados el acceso a los puesto de mando, si bien en el entendimiento de que el Presidente los ob- servara para destituir a quienes resultaran incompetentes. Muy pocos, pero algunos, hicieron la observación de que, por desgracia, el nuevo gabinete seguía y ahondaba la vieja tendencia (iniciada por el presidente Alemán) de sustituir al hombre con experiencia e instinto políticos por el "técnico". Es más: deploraron que el único político del gabinete, don Manuel Bernardo Aguirre, no fuera preci- samente el más contundente de los argumentos para de- fender la tesis de que el político debe privar sobre el téc- nico. Puede decirse, en suma, que el gabinete no sirvió gran cosa, o nada, para confiar algo más en el nuevo Presiden- te. De hecho, al cumplir seis meses de gobierno, un pe- riodista le pregunta si estaba satisfecho de la labor de sus colaboradores, y responde modesta y optimistamente: "No, no estoy satisfecho. Estoy profundamnetc insatisfecho to- davía; pero pienso que estamos aprendiendo con nuestro equipo de colaboradores. Pienso, además, que todos los días aprendemos algo." ( E X : 22-Í^-71). P o c o s , P E R O gente con experiencia y dotes de obser- vación, advirtieron un rasgo sicológico del señor Echeve- rría que los llenó de temor, aunque de inmediato no se resolvieron a comentarlo siquiera en privado, guardándo- lo en la intimidad como simple presentimiento. Desde el 24
  • 24. primer instante —pensaron—, es decir, cuando en su casa de San Jerónimo fue notificado de que los tres Sectores del PRI lo habían escogido como candidato presidencial, notaron el sorprendente aplomo con que se desempeñaba don Luis Echeverría ante las cámaras de la televisión y los micrófonos del radio. Esto parecía un punto favora- ble, que empañó un tanto la rigidez del cuerpo, hecho como de una sola pieza, de la cabeza a los pies, cual plan- cha de mármol. Apenas si movía el antebrazo derecho para subrayar lo que decía, como lo hace el profesor de primeras letras que quiere estampar en sus discípulos el alfabeto o la tabla de multiplicar. Pero no pasó mucho tiempo sin que este secreto se hiciera público. Un perio- dista describió la escena en que el Presidente anunció el 17 de diciembre de 1970 el alza del precio del azúcar: " . . . seguía golpeando el escritorio con el puño; y de vez en cuando señalaba con el dedo índice". ( E X : l-xii-10). Un negociante con la apariencia de hombre ligero y aun casquivano, fue distinguido por el candidato Echeve- rría con la invitación a acompañarlo en tres tramos de su gira electoral. Tuvo, pues, una mejor oportunidad de ob- servarlo. Regresó muy impresionado: no cabía duda al- guna de la salud y de la energía físicas del candidato, de su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer el bien. Y, sin embargo. . ., era un hombre muy pagado de sí mismo, de sus ideas y de sus propósitos, de modo que cree saberlo todo y, por lo tanto, serle innecesario con- sultar o siquiera meditar él mismo. Este negociante no se enteró de que al poco tiempo, o, para ser exacto, el 27 de mayo de 1971, el Presidente recordó haber comenzado a escribir artículos para El Na- cional cuando tenía veinticuatro años, y que al releerlos ahora, un cuarto de siglo después, comprobaba que su "ideología" actual seguía estando "en perfecta armonía" con la expuesta en ese diario. Que no fue ésa una decla- ración casual, lo revela que dos semanas después la repi- tió más elaborada y en una ocasión significativa. En efec- to, lo visitan el 11 de junio, es decir, al día siguiente del Corpus, cien dirigentes de la Confederación de Jóvenes Mexicanos, para expresarle su "profunda preocupación" 25
  • 25. por la agresión de que habían sido víctimas los estudian- tes. El Presidente, sin referirse de modo concreto a esos hechos, sostuvo la idea de que los jóvenes deberían lograr un equilibrio entre un pensamiento crítico y una "actitud serenamente reflexiva", y para ilustrar esa actitud se puso de ejemplo: .. .puedo decir que, habiendo releído artículos escritos hace veinticinco años sobre lo que pensaba cuando yo tenía vein- cuatro respecto de los problemas de la Revolución Mexicana [y los comparó con] los discursos que ahora pronuncio, las dis- posiciones que ahora firmo o las palabras que digo y el con- tenido de esos artículos —inclusive la forma— hay una ínte- gra afinidad. (EGM: 7,52-60). Difícilmente puede dejar de sorprender que un hombre crea que no han cambiado sus ideas en el transcurso de veinticinco años, años que representan el paso de la ju- ventud a la madurez, sin contar con que justamente du- rante ese tiempo va escalando puestos de una responsabi- lidad cada vez mayor hasta el de gobernante de un país con cincuenta millones de habitantes. Los artículos a que se refería el Presidente se publica- ron en lo que quizás pueda considerarse la edad de oro de El Nacional. A viejos pero perseverantes colaboradores, tal Jesús Romero Flores, Rafael Heliodoro Valle, José Mancisidor o Enrique Flores Magón, se sumaban jóvenes como Ermilo Abreu Gómez, Raúl Noriega y Fernando Benítez, que con el tiempo harían del periodismo una pro- fesión. Pero su mayor brillo lo daban los emigrados es- pañoles: Rafael Sánchez de Ocaña, Margarita Nelken, Juan Rejano, etc. No puede dudarse de que aquel era un buen lugar para iniciarse en el periodismo; asimismo, el momento político, ya que comenzaba su presidencia Mi- guel Alemán, que iba a cambiar el rumbo del país de un modo señalado. Ha de convenirse, por último, que raro ha sido el presidente de nuestro país que ha escrito algo de su puño y letra. Todo esto no quita considerar que el paso de nuestro Presidente por El Nacional resultó fu- gaz. Debuta el 4 de enero de 1946; a la tercera semana le falla su colaboración, aun cuando después su puntua- 26
  • 26. lidad es completa. Sin embargo, la concluye el 14 de mar­ zo, con un total de nueve artículos. El principal punto de interés es si las ideas y el estilo actuales son tan idénticos a los presentados en El Nacio­ nal como lo afirma don Luis Echeverría, o siquiera tan semejantes que pueda admitirse en su parte gruesa esa afirmación. En cuanto al estilo, el juicio ha de ser un tan­ to vacilante, primero, porque la mayor parte de los tex­ tos de hoy son verbales e improvisados, y en cuanto a los escritos, se ignora hasta qué punto son hijos legítimos, di­ gamos así, de la pluma personal del Presidente. A pesar de ello, se notan similitudes importantes: párrafos muy largos, con escasa puntuación y la frecuente inserción de oraciones incidentales explicativas que opacan el senti­ do de la sentencia principal; el uso de dos o tres adjeti­ vos con un significado idéntico o muy parecido; el uso equivocado de ciertas preposiciones, etc. En cuanto a temas, dos únicos se tratan en esta serie: la Universidad (tres artículos) y el que se titula "Revolu­ ción y Contra-Revolución". En el primero de aquellos se advierte un prejuicio contra el siglo xix y el liberalismo de aquella época que, a más de injustificado, ha subsistido hasta el día de hoy. Véase este ejemplo: Es una menguada idea liberal la de aceptar que el estu­ diante debe ser pobre para que, después de haber terminado con serias dificultades su carrera profesional, esté en posibi­ lidad de enriquecerse como un premio a sus sacrificios. (NA: 4-/-46). Casi sobra decir que no podría citarse el texto de un filó­ sofo, de un educador o de un gobernante "liberal" en que se asiente semejante monstruosidad. En el segundo artícu­ lo se percibe una idea vigente todavía, a saber, que son "malintencionados provocadores" los que alborotan la Universidad para crearle problemas a los "gobiernos re­ volucionarios", ( N A : 11-/-46). El tercer artículo se refie­ re a las representaciones que el Teatro Estudiantil Autó­ nomo brindaba "frente al Hemiciclo a Juárez". El tema es leve, pero da ocasión a este apotegma rotundo: "El éxito 27
  • 27. inmediato [de ese Teatro] representa un indicio de la ac- tual ineficacia funcional del teatro y del cinematógrafo." ( N A : 24-Í-46). Los otros seis artículos son de mayor sustancia, y en ellos se descubren ideas buenas que han durado hasta el día de hoy. Digamos la de que las democracias latinoame- ricanas son frágiles, no sólo por su escasa edad, sino por- que en ellas "coexisten inclinaciones políticas de todo gé- nero". Del mismo modo, que "los esfuerzos serios que ahora se realizan para el mantenimiento de la paz se iden- tifican con los movimientos populares orientados hacia la transformación de las bases económicas y éticas de las de- mocracias capitalistas". Un tercera idea acertada y que sub- siste es ésta: "el conjunto de intereses individuales tendrá que armonizarse, confundirse con los grandes y principa- les intereses colectivos". Por último, es fundado el con- traste que se pinta entre una democracia puramente formal, que declara como su fin principal dar iguales oportunidades a todos y cada uno de los miembros de una sociedad, y las posibilidades reales y concretas de mejo- ramiento de las mayorías, objetivo al cual debe endere- zarse la acción pública y la acción del individuo. En fin, se advierte también la subsistencia de cierto ro- manticismo, que se agrava con el uso de palabras de un significado vago o múltiple. Digamos la idea de un "pro- grama general", que todos los países del Orbe empren- derían para crear un "nuevo modelo subjetivo del hom- bre y trazar [una] estructura social [capaz] de evitar que los sectores sociales y los viejos intereses creados del fas- cismo tornen a organizarse". Asimismo, la de "favorecer la preminencia del factor racional". Y no muy lejana de la irrealidad romántica, pero en la que el Presidente cree aún hoy, es la de una fe, "de indispensable advenimien- to", una "mística laica" que sustituya "las inclinaciones religiosas de antaño". ( N A : 31-¿; 7, 14, 22, 28-K; A-iii- A6). De hecho, llevado por ese impulso recordatorio, el Pre- sidente pudo haber aludido a sus primeros escritos publi- cados de la revista México y la Universidad, que uno de sus biógrafos aduladores califica de "plataforma del pen- 28
  • 28. Sarniento literario". (Sierra: Luis Echeverría, 8). Si nuestro negociante hubiera conocido todos estos da­ tos (es hombre de escasas lecturas) sentiría tener un nue­ vo argumento para la conclusión final a que llegó después de las giras electorales: "Que no nos resulte un fanático, un Savonarola, porque entonces habría que quemarlo en la plaza pública." 29
  • 29. II. LAS C O N S T A N T E S Y S O N A N T E S E N M A N E R A alguna intento hacer aquí un análisis si- cológico, y menos siquiátrico, de nuestro Presidente. Esto requeriría una relación personal vieja, cercana y continua que no he tenido, como que yo lo vi con mis propios ojos por la primera vez alcanzados ya sus cincuenta años de edad. Y requeriría también un conocimiento profesio- nal especializado del que obviamente carezco. He inten- tado, sí, lograr una impresión de cómo era cuando estu- diaba derecho por si podía yo dar con una similitud o un contraste; pero el resultado ha sido pobre y contradicto- rio. Unos amigos suyos lo pintan como un ser más bien callado, solitario, que rehuía el acompañamiento que no fuera de unos cuantos. Otros, en cambio, lo retratan como un "vacilador" o festivo, que se divertía asombrando a sus amigos con pasearles por la nariz la última sensación li- teraria, sólo para que al rato descubrieran que no la había leído. Un tercer grupo lo describe como muy interesado en los movimientos estudiantiles, pero sin participar en ellos activamente. En fin, el cuarto lo recuerda con claras inclinaciones magisteriales, pues con frecuencia convocaba a sus íntimos para discutir un tema elegido por él, y cuyo estudio repartía entre ellos, reservándose, por supuesto, el papel de director de debates y de expositor de las conclu- siones. Es un hecho, sin embargo, que durante su larga ca- rrera administrativa, incluso siendo ya secretario de Go- bernación, es decir, la segunda figura política nacional, fue distintamente reservado. Tanto, que más de una per- sona está persuadida de que Díaz Ordaz, que lo tra- tó a diario durante largos años se fue de espaldas desde el primer día de la campaña al darse cuenta del monstruo insospechado que había venido alimentando pa- cientemente a lo largo de esos dieciocho años. Este hecho apunta a dos conclusiones: primera, la ociosidad comple- ta del sistema tapádico con que se escoge a nuestros pre- sidentes; y la segunda, que la suma enorme de poder que 30
  • 30. éstos adquieren en cuanto reposan en la silla presidencial es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo en otro diametralmente opuesto. En todo caso, lo que aquí se persigue es descubrir y apreciar las constantes sicológicas del Presidente, tal y como las revelan sus actos de gobierno y sobre todo sus expresiones verbales y escritas. El lector advertirá que para ilustrar cada una de esas constantes uso varios ejem- plos, pero no todos los que podría citar, porque entonces se haría insufrible la lectura de este ensayo. Así, al lec- tor que crea que valiéndome de una base pequeña de he- chos he levantado una alta, altísima pirámide de con- clusiones, le rogaría que usara los 36 volúmenes de la publicación El Gobierno Mexicano, en donde encontrará, diez, veinte, o cien ejemplos más de los que he presen- tado aquí. Sin duda la constante más sobresaliente es su extra- ordinaria locuacidad, extraordinaria tanto midiéndola a la luz de nuestras tradiciones como si se la mira en sí mis- ma. De verdad puede asegurarse que los más de nuestros presidentes fueron hombres de pocas palabras. Tal vez alguien piense en las posibles excepciones, digamos, de Iturbide o de Santa-Anna, y entre los recientes, Alvaro Obregón; pero fueron excepciones, no de sustancia sino de grado, y de un grado pequeño. Los verdaderamente tí- picos han sido Juárez, Porfirio Díaz, Carranza y Lázaro Cárdenas. Aun López Mateos, que en sus mocedades fue campeón de oratoria y que alardeaba de mejorar un texto escrito con la improvisación hecha al ir leyéndolo, se que- da muy atrás del actual Presidente. De hecho, se tiene la impresión de que para Echeverría hablar es una necesidad fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable. Ya es curioso que use siempre las palabras "reflexio- nar" o "reflexión" en lugar de hablar, decir o declarar, como si reflexionar no significara "considerar nueva y de- tenidamente una cosa". O sea, que mientras para el co- mún de los mortales la reflexión es un ejercicio callado, para nuestro Presidente hablar es como se piensa o se re- flexiona. No es así extraño que en la continua fricción de los países poderosos con los pobres, le asigne a éstos el 31
  • 31. noble papel "de hacer algunas reflexiones", es decir, de hablar ( E G M : 1,49-53). Más claramente todavía: en la celebración del Día del Médico de 1971, dice: ". . .he- mos escuchado tres discursos que la han convertido [la ceremonia] en una sesión de trabajo" (EGM: 11, 78-83). Se le pide en diciembre de 1970 declarar inaugurada la XII Asamblea General Ordinaria de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal, y en seguida dice que semejante y simple papel "no me impide, como nunca lo haré, aprovechar la oportunidad para hacerles algunas reflexiones", es decir, de nuevo, hablar (EGM: 1,111- 115). Cuando poco tiempo después inaugura el IX Congreso del Sindicato de Trabajadores de Educa- ción, dice sin ambages que "no me voy a privar del gusto. . . de dirigirles un breve saludo" (EGM: 2, 125-127). Y al inaugurar el Consejo Nacional de la Con- federación Regional Obrera Mexicana, asegura que "no me sentiría satisfecho si me limitara a ciunplir con hacer la declaratoria de inauguración". No sólo eso, sino que, en rigor, expone con franqueza un tesis que más tarde repetirá una y otra vez, a saber, que hablar sobre los pro- blemas es comenzar a resolverlos (EGM: 31,97-99). En otra ocasión se le invita a concurrir, en su calidad cere- monial de jefe del estado, a un acto de El Colegio Nacio- nal, y concluido, se levanta para decir que supone que no existe "una objeción protocolaria" para que él hable ( E G M : 4, 83-84). A unos médicos del Seguro Social les explica que es muy importante para un presidente de la República "detenerse. . . a charlar con distintos grupos de mexicanos" (EGM: 7,91-93). Se le invita al acto pu- ramente ceremonial de descubrir un mural de Rufino Ta- mayo y se declara complacido de verse acompañado y de "reflexionar" con la concurrencia acerca de la "gran deu- da que tenemos con muchos artistas" ( E G M : 8,89-91). En no pocas ocasiones ve que el auditorio, suponiendo que la ceremonia ha terminado, comienza a desbandarse, pero lo ataja pidiéndoles expresamente "si ustedes tuvie- ran la paciencia de escucharme algunas reflexiones, se los agradecería" (EGM: 8, 160-165). La escena se repite en otras ocasiones, cuando el auditorio, ya en pie, se dispone 32
  • 32. a salir del salón. Pide entonces: "si tuvieran la bondad, señoras y señores, de tomar asiento y escucharme..." ( E G M : 13, 9-11; 20, 59-62). Hace una petición seme- jante por cuarta vez, pero cree ahora necesario justifi- carla: "no quedaría satisfecho" si dejara de hablar ( E G M : 26, 118-122). Y no tiene empacho en decirles a los di- rigentes juveniles de la Confederación Nacional de Orga- nizaciones Populares que le complace su visita "sobre todo porque me da la oportunidad de hacer algunas reflexio- nes" (EGM: 10, 182-187). Lo invitan a desayunar los ca- ricaturistas de la prensa, y en seguida les dice: "si quieren que platiquemos así, vamos pasando este micrófono para hacernos algunas reflexiones" ( E G M : 26, 187-195). Al celebrarse en 1973 el aniversario de la Constitución, se designa al Procurador General de la República para ha- blar "en representación de los tres poderes" federales; pero al llegar a la Casa del Constituyente el Presidente no puede contenerse y da salida a "las profundas reflexiones" que le han inspirado siempre los redactores de la Cons- titución (EGM: 27, 159-165). No sólo se tiene la impresión de que hablar es para Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas, en realidad verdaderas revelaciones. Es más: llega uno a imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo, aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio. Y si éste es restringido por el número o la homogeneidad de sus componentes, pide que lo escuche otro más am- plio, de hecho la Nación y aun el mundo entero. Desde antes de tomar posesión, tenía pensado dar un decreto para crear la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, y cuando lo tiene listo, se traslada a Cuatro Ciénegas, y des- de la Casa de Carranza declara que le pareció importante "subrayar ante la faz de la Nación" el cuidado que debía darse a esas zonas, y que por eso deseaba "difundirlo per- sonalmente ante la faz de la Nación" ( E G M : 1, 127- 135). Una vez lo visitan algunos médicos jóvenes, resi- dentes e internos de los hospitales oficiales, y desde luego les pide que transmitan su mensaje "a todos los médicos del país" (EGM: 10,238-242). De viaje alguna vez, 33
  • 33. inaugura una escuela en Armería, poblado bien modesto de Colima, y declara: Esto lo digo aquí, en este rincón de México, en una escue- la secundaria ejidal..., pero es igualmente válida para todas las universidades y para todos los institutos técnicos. Horas más tarde, la Universidad de Colima le ofrece un auditorio un poco más amplio; pero apetece otro mayor. Quisiera que mis palabras llegaran a los más lejanos y hu- mildes hogares de los campesinos, a las familias de los pesca- dores y a los obreros todos... Insatisfecho, reclama un auditorio todavía más nutrido: .. .desde aquí quisiéramos que nos escucharan todos los estu- diantes de provincia, que nuestras palabras llegaron a todas las universidades. . . y a todos los tecnológicos... ¡Yo se los digo a ustedes! ... desde aquí me refiero a toda la juventud de México. (EGM: .35,197-218). También se advierte la prontitud del salto a la expre- sión verbal viendo la sensibilidad extrema del Presidente ante la naturaleza de su auditorio, pues aun cuando su tono más persistente es de predicador o de maestro, reac- ciona muy acorde con quienes le hablan o lo escuchan. El secretario del Sindicato Nacional de Trabajadores de Educación le dispara alguna vez un discurso donde afirma que los maestros, "por la singular posición que la socie- dad les ha encomendado, son un sensible barómetro de todo cuanto acontece en el seno de esa misma sociedad". El Presidente declara que le "llegan muy hondo y le com- placen profundamente esas palabras", y se lanza a hacer un discurso todavía más largo y más "conceptuoso". Re- cibe a los compositores y les dice que "mucha de la poe- sía viva, mucho del embeleso de la literatura y de la mú- sica" se debe a ellos, y no a los "grandes poetas y escrito- res" amigos suyos, que sin duda criticarán semejante creencia ( E G M : 28, .39-42). En la entrega de los "Arie- les" discernidos por la Academia Mexicana de Ciencias y 34
  • 34. Artes Cinematográficas, se entusiasma, de modo que les ofrece la receta: .. .idear un argumento, exaltar a través de la fotografía la belleza; derramar mucho del espíritu humano a través de la actuación; hacer que se lean muchas obras literarias de cali- dad que han sido adaptadas al cine, y que, de retorno a la literatura, los espectadores puedan conocer o reconocer des- pués de, en el cine, haberlas visto transformadas... (EGM: 28,104-110). Y a los dirigentes de la Asociación Nacional de Charros les revela que en el Sur de Estados Unidos "se mantienen con un furor muy vivo" las tradiciones charras (EGM: 31, 11-12). Por supuesto que sería sumamente instruaivo averiguar las reacciones de quienes ven y escuchan al Presidente, pues así se podría calibrar qué tan hondo calan sus prédi- cas. Por desgracia, existen pocos textos, ya que, tratándose siempre de ensalzarlo, los que se reproducen son los pro- nimciamientos presidenciales. A algunos, sin duda, les impresiona la anticipación de las citas que concede y la puntualidad con que las respeta. Unos estudiantes vera- cruzanos, por ejemplo, relatan conmovidos que el 28 de enero de 1970 el entonces candidato les ofreció recibirlos cada año en igual fecha, y que les había cumplido reli- giosamente por tres veces consecutivas. Es más: "nos ga- rantizó que no solamente en esa fecha podemos estar con él, sino en todos los momentos en que sea necesaria la identificación ideológica" ( E G M : 14,126-129), es decir, cada vez que pierdan el rumbo, lo recobrarán acercándose al Presidente. Apenas si ofrecen un interés costumbrista, llamémosle así, las reacciones del mundo oficial. Digamos el presidente de la Corte que en ocasión del II Informe lo felicita "no sólo en su calidad de presidente de la Repú- blica, sino. . . de jurista y universitario distinguido" ( E G M : 22,93-96). O cuando ese mismo personaje ase- gura que "aun cuando por disposición constitucional los poderes son tres, el gobierno es uno" (EGM: 26, 30-31). El presidente del Tribunal de lo Contencioso del Distrito más garbosamente le dice: ". . .hácese presente nuestro 35
  • 35. voto de adhesión consciente y razonado a la poh'tica na- cionalista de su régimen. . ." ( E G M : 26, 38-40). Tam- bién de poco interés resultan las reacciones del interlocu- tor priista. El secretario de la CNOP le confía que ese sector espera que siga "la apasionada entrega de un hom- bre que, de acuerdo con el proceso histórico del país, cum- ple íntegramente con los ideales de la Revolución ( E G M . 26,27-30). En fin, no son menos pobres las reacciones de la burocracia laborista: el presidente del Congreso del Trabajo, un tanto criptográficamente, proclama que "el cambio permite vigorizar las instituciones; la renovación inyecta dinamismo; el reimplantamiento de las situacio- nes inspira y mueve al encuentro de nuevos y mejores caminos" (EGM: 26, 21-22). Puede considerarse como imposible que un hombre, así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con un dominio magistral del idioma, pueda decir todos los días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y lu- minosas. En este caso particular resulta mucho más re- moto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y porque su lenguaje le ayuda poco. Según se apuntó ya, tiende a expresarse en párrafos larguísimos, de quince o veinte líneas sin más respiro que un par de comas. Ade- más, están plagados de oraciones incidentales explicativas que diluyen la fuerza que sin ellas podría tener el pensa- miento principal. Por último, dañan sus expresiones el frecuente uso equivocado de las preposiciones, pues como la gramática enseña, éstas "denotan el régimen o relación que entre sí tienen dos palabras o términos". Esas fallas desafortunadas, sobrepuestas a la urgencia de hablar, conducen de modo inevitable a sentencias cuyo significado resulta oscuro o a expresiones archisabidas. A las damas de Acción Social y Cultural que lo invitan a festejar el Día de la Madre, les dice que "en este capítulo de la solidaridad humana, como en muchos otros, el es- fuerzo debe ser mantenido hasta lograr la cristalización de las intenciones" (EGM: 2, 102). En otra ocasión se le pregunta si no es lamentable que Cantinflas haya cambia- do su viejo papel de "peladito" al de catrín, y responde: "por ese camino de la sensibilidad popular ha llegado a 36
  • 36. un grado de mayor profundidad en la conciencia de mu­ chos problemas" (EGM: 7,94-97). Unos arquitectos le participan los resultados de un congreso reciente, y les dice que si bien se conoce el número de habitaciones que faltan en el país, "vivimos ahora unos días de cambio de filosofía social y de cambio de naturalzea económica que a partir de estos momentos nos están permitiendo la ini­ ciación del desarrollo de nuestros programas que, con esa nueva filosofía, atienden a distintos aspectos a lo que debe ser la habitación popular" (EGM: 18, 81-83). En la inau­ guración del XXVIII Congreso de la Confederación In­ ternacional de Autores y Compositores, explica que "el artista es el receptáculo de las diversas influencias de la sociedad en que vive, pero constituye a la vez un agente decisivo en la confrontación del pensar y del sentir colec­ tivo" ( E G M : 23,89-91). A los dirigentes de la CNOP les asegura que entender "el signo del tiempo. . . es lo de más trascendencia porque contribuye al fortalecimien­ to de una ideología, de una actitud subjetiva que incide en muchos problemas objetivos para una marcha nacional lú­ cida y sólida" (EGM: 18,55-60). Y a unos profesores les expone toda una teoría: Una observación detenida y minuciosa de los estímulos de la conducta humana nos lleva a la conclusión de que hay factores objetivos y otros subjetivos... que motivan la entrega a una profesión o a una causa, y que la justicia tiene también aspectos, así los tangibles como otros de gran subjetividad, en una combinación compleja, múltiple y armónica como es el espíritu humano (EGM: 30, 26-31). Los industriales del estado de México reciben la sugeren­ cia de "la necesidad de que se conciba la zona metropo­ litana del país como un anillo un poco más elástico que se desborde con agilidad en las fronteras del Distrito Fe­ deral" (EGM: 35, 110-116). Dos últimos ejemplos de cien que podrían citarse. Nada menos que a los ministros de la Corte les descubre que "la característica, quizás la funda­ mental de la vida social y de la existencia humana, es que no existe la perfección ( E G M : 34,93-96). A los Econo­ mistas Revolucionarios les revela que "siempre he pen- 37
  • 37. sado que son heterogéneos los factores que determinan la vida nacional" (EGM: 13,64-76). En este capítulo favorece al Presidente que varios de sus colaboradores irunediatos y no pocos de los jerarcas del PRI o de otros organismos expresan pensamientos to- davía más inciertos. No vale la pena, por supuesto, citar sino un par de ejemplos para ilustrar este punto. Un dis- tinguido senador cavila hondamente sobre "¿hasta dónde llega la política interna y dónde comienza la política ex- terior? Pienso que hay una complementareidad en toda acción política" ( E G M : 29, 322-336). El secretario de Salubridad anuncia que el Presidente ha enviado al Con- greso un nuevo Código Sanitario que "concibe a la salud, no sólo como estado de ausencia de enfermedad, sino como un desarrollo dinámico en que el hombre realiza todas sus potencialidades sin más límite que el impuesto para su marco genético" ( E G M : 27, 139-140). Por su- puesto que semejante fantasía parte de la definición ofi- cial propuesta por la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas; pero ha sido transformada hasta hacerla irreconocible, sobre todo cuando el propio funcio- nario se extasía pintando este cuadro idílico al abrirse los trabajos de la Primera Convención Nacional de la Salud: Un nuevo concepto de la salud se perfila en la perspectiva de nuestro desarrollo social, como transformación activa de las potencias inmanentes en el hombre; como proliferación y florecimiento de cualidades no manifestadas; como poder de lucha y capacidad creativa; como poder para superar obs- táculos y transformar circunstancias adversas en propicias, y, así, conseguir mayores bienes en un ambiente más limpio, más bello, seguro y prometedor. (EGM: 32,80-85). O el secretario de Educación, que propone en Chiapas un plan educativo "realista y autogenerado", es de suponerse que quería decir que el plan se había inspirado en las ne- cesidades propias o singulares de Chiapas (EGM: 8, 107- 115). Otra es, por supuesto, la reacción ante las obras, y no simplemente ante las palabras del Presidente. Cuan- do ha atacado con su brío peculiar algún problema an- cestral y lo ha resuelto, la aprobación de la localidad be- 38
  • 38. neficiada es de deslumbrada complacencia, como ha ocu- rrido, digamos, en Chiapas y Quintana Roo. Ahora un par de ejemplos de preposiciones perturba- doras o innecesarias, así como de expresiones de una fo- gosidad también perturbadora. Cuando se dice "difiero con casi todas las personas que han hablado", no se sabe si se quiso decir "concuerda con", pues se difiere "de". Asimismo, cuando se dice "los egresados en las escuelas", entra la duda de si no se quiso decir los "ingresados" en las escuelas. Es inútil poner " . . . reflexionamos en que el espíritu humano. . ." ( E G M : 30,59-60). Y no diga- mos esta expresión: ". . .me es grato recibir la vigorosa presencia de ustedes" (EGM: 14, 29-30). Es en verdad excepcional hallar en los pronunciamien- tos un párrafo limpio y aun hermoso, como este de su discurso al inaugurar la LV Convención Internacional del Club de Leones: Han llegado ustedes a México provenientes de todas las regiones del planeta. Distintas lenguas, nxxlos de vida, ideo- logías y costumbres se congregan en torno a una filosofía de la fraternidad y a una voluntad compartida de mejorar la condición de sus semejantes. A nuestras acciones indivi- duales deben corresponder conduaas nacionales e internacio- nales. Si somos sensibles a la miseria y al abandono de un hombre, de una mujer o de un niño, tendremos que serlo con mayor razón ante el hambre y la ignorancia de un pueblo o de muchos pueblos. (EGM: 19,128-130). Lo mismo puede decirse del discurso que pronuncia al entregar indemnizaciones a los ejidatarios expropiados de sus tierras para construir la presa de Los Charcos, en Nau- calpan. Pocas líneas le bastan para pintar con vigorosa claridad el crecimiento monstruoso de los grandes centros urbanos, la atracción irresistible que ejercen en el poblador rural y los problemas casi insolubles que con todo ello se crean ( E G M : 3. 25-28). N A D A DE extraño tendría que estas imperfecciones ha- bladas y escritas del Presidente tuvieran algo que ver con 39
  • 39. otra de sus constantes sicológicas: la incapacidad de re- posar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos, las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en que él cumple cuanto ofrece y lo cumple en el día, a la hora y al minuto convenidos. Su campaña electoral causó asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó prácticamente a todos los rincones del país. Y ya en la presidencia, sus escapadas semanarias a la provincia y su prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos allí donde están, es el primer paso necesario para resol- verlos. Y también de aquí su desprecio infantil del hom- bre "solitario" que clavado ante la mesa de su gabinete de trabajo, pontifica sobre los males del país y sus remedios, cuando jamás ha visto brotar el pus de la llaga. Por for- tuna, ha extendido esas reflexiones a la burocracia oficial: Muchas veces los indispensables escritorios y teléfonos nos ocultan la realidad del país: frecuentemente nos burocratiza- mos los funcionarios más destacados de la República; frecuen- temente nos aislamos de nuestros conciudadanos por obra y gracia de los muros de nuestras oficinas... (EGM: 1,127- 135). A la segunda semana de haber tomado posesión llega al pueblo de Súchil, donde lo reciben unos indígenas para agradecerle las promesas de mejorar su condición, hechas durante la campaña electoral. Reacciona de inmediato: El programa duranguense está en marcha, y no habremos de desatender el cumplimiento de ninguna de las promesas formuladas. Y para subrayar su credo, usa una frase que bien pudiera convertirse en el motto de toda su acción gubernamental. Dice: "Sobre la marcha, caminando, seguiremos poniendo las ideas a caballo. . ." (EGM: 1, 260-279). Al pasar du- rante su gira por Tototlán, conoce a Almendrita, una niña de once años que oye al candidato ofrecer una presa en beneficio del pueblo. En el tercer mes de su presidencia 40
  • 40. se le presenta en Palacio a recordarle su ofrecimiento, y en la conversación le pregunta qué querría ser de grande. Almendrita le dice que actriz de teatro. En seguida toca el timbre para encargarle a don Fausto Zapata que dé ór- denes telefónicas al director del INBA a efecto de inscri- birla en una escuela de arte dramático y concederle una beca para hacer sus estudios (EGM: 3, 71). Poco tiempo después viaja a Chiapas y tiene una "reunión de Trabajo" que dura seis horas y en que intervienen más de treinta personas, cada una de las cuales, por supuesto, hace alguna petición. Los chiapanecos no se calman con el anuncio de que en ese buen año de 1971 el gobierno federal inver- tirá en el estado más de 2 000 millones de pesos. Enton- ces, el Presidente propone una mesa redonda que estudie "a fondo" cada una de esas peticiones y pueda él dictar los acuerdos necesarios, acuerdos que "mañana mismo co- nocerán todos los chiapanecos" (EGM:3,181-194). Du- rante una visita que le hace, el director de la Comisión Nacional de Energía Nuclear expresa su esperanza de que alguna vez el Presidente pueda visitar las instalaciones de la Comisión, y "suspendí algunas actividades para venir desde luego" ( E G M : 12,69-71). Ante una comisión de ejidatarios oaxaqueños interesados en la construcción de la presa Cerro de Oro, ofrece que "esta misma semana se comenzarán los trabajos", y para que nadie dude, agrega: " . . . no habrá nada de lo aquí expuesto [en el decreto res- pectivo], que es una promesa, que no se cumpla" ( E G M : 31, 115-118). El rector de la universidad de Querétaro le somete unos planos para la reedificación de las instala- ciones escolares, y tras echarles un vistazo, le pregunta: "¿Cuándo se inaugura si se comienza mañana mismo? Porque esto es lo importante, no comenzarlo, sino aca- barlo" (EGM: 22, 146-147). Cuando inaugura los traba- jos del V Congreso Internacional de Nefrología, un de- legado extranjero expresa la esperanza de que alguna vez se monte en México un instituto de esa especialidad. An- tes de hacer la declaratoria de inauguración, el Presidente dice: ". . .ya encomiendo al secretario de Salubridad que haga los planos, y aproveche este Congreso para la fun- dación de ese Instituto" (EGM: 33,43). Ante una reu- 41
  • 41. nión de inspeaores de las Misiones Culturales de la Se- cretaría de Educación, anuncia que "en un año duplica- remos el número de las Misiones, y en dos, lo triplicare- mos. . ." ( E G M : 26,107-115). Miembros de la Central Campesina Independiente le exponen algunos problemas durante una reunión de trabajo que "se prolonga hasta la madrugada del día siguiente", pero como aun así no se llega a definir la solución de todos, les pide que nombren una comisión que a costa del gobierno permanezca en la capital "hasta llegar a aclararlos" ( E G M : 32, 124-125). EL SER humano es tremendamente complicado aun si se trata de imo que, como Echeverría, parece transparente dada su patente extroversión. Por eso, a las constantes sicológicas ya indicadas, han de agregarse todavía otras más. Desde luego la noción de tener por delante un tiem- po interminable. Puede verse alguna justificación, si bien remota, al hecho de que en vísperas de enviarse al Con- greso la nueva Ley Federal Electoral, tenga con el secre- tario de Gobernación un acuerdo "que se prolongó por ocho horas y luego prosiguió de noche" ( E G M : 22,195). Pero ya sorprende que a los dirigentes del Colegio Nacio- nal de Arquitectos les ofrezca visitarlos para "escuchar toda una tarde los trabajos que ustedes quieran exponer- me y las ideas que ustedes quieran desarrollar" ( E G M : 4 , 9 ) . A esta desconsideración del tiempo se asocia de un modo natural un temperamento optimista. Poco después de haberse subido los precios del azúcar, del tabaco, la cerveza y los refrescos, que provoca un alza de numerosos otros artículos, comenta: Vivimos, no digo una época, no digo una temporada —y quiero subrayarlo— [sino] unos días de encarecimiento de artículos de primera necesidad... (EGM: 2,63-65). A la semana siguiente, califica de "artificial" semejante encarecimiento (EGM: 2,83-84). En abril de 1971 es- cucha el informe del Consejo de Administración de los 42
  • 42. Ferrocarriles Nacionales, y comenta: '". . .si así se conti­ núa trabajando, hemos encontrado el punto de arranque para que en el presente sexenio sean rehabilitados los ferrocarriles, considerando íntegramente el sistema" (EGM: 5, 36-37). Pinta con gran claridad que los gran­ des conjuntos habitacionales resuelven "grandes proble­ mas, pero provocan graves desajustes"; deja su solución, sin embargo, a la sociología, la antropología "y sobre todo, a una buena voluntad para la solidaridad en cual­ quiera de sus formas" (EGM: 36,17-20). Tras inaugurar la carretera Transpeninsular de Baja California, se le pre­ gunta cómo se superan las carencias, y contesta: "con ima­ ginación pero con esfuerzo" (EGM: 36,231-241). Sólo una vez hace un vaticinio en apariencia pesimista, si bien en realidad no lo es, pues expresado al iniciar su gobierno, equivale en realidad a presentar el programa que se pro­ ponía realizar: Sin pesimismo, con la serena y equilibrada previsión que nos dan los conocimientos esenciales y básicos de la sociolo­ gía, de la economía y de la historia de México, podemos afir­ mar que si en este sexenio no logra el país... renovar sus instalaciones ferrocarrileras, incrementar sus formas de pro­ ductividad, elevar la producción agropecuaria y los niveles de vida de los campesinos, descentralizar la industria..., hacer más fácil y humana la vida en las regiones áridas, incremen­ tar la producción pesquera..., desarrollar con éxito las fun­ ciones. .. del Instituto de Comercio Exterior, dar al Servicio diplomático un nuevo sentido dinámico..., transformar el sis­ tema educativo..., y dar empleo a los egresados en las escue­ las. .., consolidar las nociones de solidaridad social de los mexicanos, organizar el funcionamiento de los puertos, repi­ to, sin pesimismo..., podemos predecir que para el siguiente sexenio habrá graves calamidades económicas para este país. (EGM: 2,104). A ESTAS constantes del tiempo sin fin y del optimismo, deben sumarse dos más, íntimamente asociadas a ellas: la juventud y la "pasión". De la noción juvenil se ha dicho ya bastante en el capitulillo inicial de este ensayo, inclu­ sive las curiosas equivocaciones en que suele incurrir el 43
  • 43. Presidente cuando baraja los datos de edad, de la suya y de sus colaboradores. Queda, pues, aclarar otros aspectos de esta constante. Desde luego, su incansable insistencia en aducir como prueba de buen gobierno el haber designado embajadores jóvenes, entre los cuales "destaca" uno de 32 años, dos que tienen un año más y que, por lo visto, nada destacan ya, y otros que "apenas rebasan los 42" (EGM: 4,38- 42). Pasemos asimismo por alto que un periodista le pre- gunta si alguna vez practicó un deporte, y responde que nadaba "en la adolescencia", pero advirtiendo que la con- testación resulta poco juvenil, añade: ". . .y estaba re- cordando que poco después" se dedicó a los aparatos, al fútbol americano, al frontenis, al golf y a la equitación ( E G M : 16,43-52). En diciembre de ese año declara que tiene un grato recuerdo y un cariño especial a Ciudad Vic- toria porque allí, "como modesto funcionario federal y capitalino —muchacho capitalino—", pudo apreciar por la primera vez los grandes valores que encierra la provin- cia (EGM: 13, 182-183). Aun cuando no puede hacerse un cálculo aritmético, eso parecería indicar que el Presi- dente inició su carrera burocrática a los 14 años. Más que esta comedia de equivocaciones con los años, lo importante es que el Presidente considera a la juven- tud como un instrumento necesario de cambio. A los dos meses de gobierno declara en Nayarit que "esta genera- ción en cuyo nombre hemos llegado a la presidencia, pien- sa que no podría hacer realidad plena los principios y los propósitos de la Revolución Mexicana si no instrumenta un renovado sentido sociológico y económico la obra del gobierno" (EGM: 2, 245). En la, universidad de San Luis Potosí sostiene que el universitario puede ser "un ele- mento esencial en la vida creativa" a condición de que "conjugue las ideas con los hechos para transformar así la realidad" (EGM: 4, 38-42). A los dirigentes de la Confederación de Jóvenes Mexicanos les dice que sería un grave error considerar a la juventud "como una simple etapa cronológica, como un mero momento biológico"; es y debe ser un estado permanente de ánimo. . . una conciencia activa para el cambio y el mejoramiento..." 44
  • 44. ( E G M : 5,108-123). Pero a veces se le cruzan las viejas figuras revoluciona- rias, y entonces se siente obligado a especular sobre la ju- ventud frente a la vejez. Como ha declarado repetidamen- te que adora la Constitución de 17 y venera religiosa- mente a sus autores, al visitar el 5 de febrero de 1972 el Museo-Casa Venustiano Carranza, donde lo aguardan los constituyentes, todos ellos viejos de más de 80 años, deja de calificar a la suya de joven, para llamarla una "genera- ción intermedia. . . que observa con el mismo cuidado las inquietudes de los jóvenes y las recomendaciones de los viejos..." (EGM: 15,301-308). Y cuando en diciem- bre de 1972 lo visitan los viejos dirigentes del partido oficial, encabezados por Emilio Portes Gil, afirma que ... sí es posible la convivencia de las generaciones, no para que los viejos vean a los jóvenes como inmaduros, y los jó- venes a los viejos como carentes ya de un mensaje..., sino como una continuidad que le dará a nuestra Patria una vigo- rosa columna vertebral (EGM: 25, 44-50). Al examinar la constante de la "pasión", debe tenerse algún cuidado, pues parece que nuestro Presidente no está seguro de los significados reconocidos de esta pala- bra. En efecto, generalmente quiere decir, "lo contrario a la acción", "estado pasivo en el sujeto", o "perturbación desordenada del ánimo". Más bien parecería que debiera usar la palabra "devoción", en el sentido de "amor, ve- neración religiosos", o quizás mejor aún "fervor", que significa "eficacia suma con que se hace una cosa". En todo caso, el mismísimo 1° de diciembre de 1970 dice que el entusiasmo popular con que ha sido recibido "me com- promete a servir a mi país con una gran pasión" ( E G M : 7, 39). Al mandar su mensaje del año nuevo de 1971 a los dirigentes del PRI, les dice que no les desea felici- dades, "sino angustia creadora" (EGM: 2,23). En oca- sión de celebrarse el LV aniversario de la primera ley agraria, sostiene que para no detener su curso, la Revo- lución Mexicana necesita "una honda pasión creadora" ( E G M : 2, s.p.). En una visita que hace a la universidad 45
  • 45. de Guanajuato, le disparan varios discursos y dice que, "más que interesante, ha sido apasionante" escucharlos ( E G M : 3,195-215). Inspecciona las nuevas oficinas de la Confederación Obrera Revolucionaria, felicita a sus di- rigentes "principalmente por la pasión creadora" que re- velan "todos los detalles" del flamante edificio ( E G M : 4, 43-47). A los estudiantes y profesores de la escuela agrícola Antonio Narro los conmina: ". . .entreguémonos a trabajar con pasión.. ." ( E G M : 6, 95-98). Declara a los miembros del Congreso Juvenil de Aportación Cívica- Política que le ha complacido "constatar con emoción la doarina que flota en el ambiente" ( E G M : 14, 232-237). A los dirigentes del PRI les repite que "debe haber siem- pre una angustia creadora" para mejorar diariamente sus tareas (EGM: 14, 11-24). Expuesta negativamente la misma idea, les dice al grupo de viejos militares retirados que ... a veces, en donde más esfuerzos se hicieron, en donde más sangre se derramó, como que !a fatiga, o el cansancio, o los intereses, hacen que se enseñoreen ciertas actitudes que no están de acuerdo con nuestro movimiento social... (EGM: 24, 115-117). Los miembros del Consejo de Administración del Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos reciben el con- sejo de que "todo servicio debe ser prestado con pa- sión. . ." ( E G M : 27, 93-97). Y los delegados de la Aso- ciación Mexicana de Hoteles deben revelar "inconformi- dad, una rebeldía creadora todos los días" (EGM: 28, 179-183). En una reunión de trabajo alaba "el corazón ardoroso" de los guerrerenses (EGM: 31,190-201). A los vecinos de Naucalpan les declara su interés en "la emoción política" con que deben atenderse los servicios que se ofrecen al público (EGM: 32,221-224). Y en agosto de 1973, cuando los diputados de la XLVIII le- gislatura se despiden de él, les dice: ... pero cuando cada minuto lo llenamos de pasión y de va- lor..., sentimos que los años han pasado veloces (EGM: 33, 126-1.36). 46
  • 46. Pocas dudas pueden caber de que una de las constan- tes más constantes del Presidente Echeverría es esta de la juventud como instrumento de cambio. Es verdad que a veces, como acaba de verse, trata de condicionarla dicien- do que debe entenderse la juventud no tan sólo como tránsito cronológico o un hecho meramente biológico^ sino que a la simple edad ha de agregarse un espíritu re- novador. Pero varias consideraciones y hechos numerosos debilitan esas rectificaciones ocasionales. En ellas, por ejemplo, no ha llegado a afirmar que puede haber "vie- jos" con un espíritu renovador acusado y comprobado, cosa susceptible de confirmarse históricamente. Tampoco ha especulado sobre la tragedia que pinta de modo tan maravilloso este refrán francés: "si los jóvenes supie- ran. . . si los viejos pudieran". Porque, en efecto, puede tenerse por seguro que en general al joven le falta, no ya la experiencia, hecho en que casi siempre se piensa, sino el reposo sin el cual la reflexión es imposible. Por otra parte, al negarles el Presidente todo poder, los "viejos" no han tenido ocasión de servir útilmente al país. Más grave aún es la sospecha de que el horror al "viejo" que tanto cultiva el Presidente, se origine en el santo y justi- ficado horror, no al simplemente "viejo", sino al "polí- tico viejo" que le tocó conocer en su vida pública ante- rior, un hombre, este sí, detestable porque todo él está hecho de maña, de doblez, de trucos, y no de ideas y me- nos de ideales. Más grave aún es el hecho comprobable de que el Presidente usa el haber nombrado embajador a un mozalbete de 32 años para demostrar el acierto, di- gamos, de su gestión financiera, o su apego a la libertad de expresión. Tampoco ha considerado que al creársele a un joven la idea de que real, positivamente puede ser presidente de la República al día siguiente de cumplir 35 años de edad, y que le es dable llegar a secretario de es- tado a los 20, se le incita a organizar toda su vida para alcanzar esas metas ya asequibles, es decir, se le despierta una ambición puramente política, a la que sacrificaría la devoción al trabajo desinteresado, la reaitud de sus ac- tos, la limpieza del pensamiento. En fin, se ha desconsi- derado también que el no gastar el joven algún tiempo en 47
  • 47. ascender gradualmente la escala de la estimación pública, sino colocándolo de golpe en los puestos más encumbra- dos de ella, en realidad se le condena a una muerte pre- matura, o se le fuerza a pasarse con armas y bagajes ai campo de los negocios privados. En efecto, si se les hace a uno de los aspirantes actuales a la presidencia, conclui- rían su mandato a los 45 ó 46 años de edad. ¿Qué diablos harán en los 20 ó 25 que les quedan de vida? Lo cierto es que ésta no es sólo una de las constantes más constantes del Presidente, sino una de las destinadas a tener más constantes efectos. L A Ú L T I M A constante sicológica que cabe destacar es la cortesía. De los gobernantes revolucionarios quizás pueda decirse que con la sola excepción de uno, que puede cali- ficarse de grosero, y otro de brusco, todos los demás han sido corteses. Pero todos ellos han sido secones, y ningu- no ha sabido combinar la cortesía con la cordialidad, ex- ceptuando tal vez a López Mateos. Tampoco Echeverría es cordial y su cortesía, además, es un tanto ceremoniosa. A pesar de ello, no puede ponerse en duda que su cortesía es genuina y que se empeña en ser amable con todo el mun- do, y más aún con los desvalidos o los modestos. 48
  • 48. III. V I S T A A O J O D E P Á J A R O C O N V I E N E REVIVIR algunos recuerdos para situar me- jor la apreciación general que se pretende hacer aquí de algunos cambios importantes que el presidente Echeverría ha intentado en sus tres primeros años de gobierno. A pe- sar de sus antecedentes conservadores, no dejó de sor- prender que don Manuel Ávila Camacho iniciara desde el primer momento de su reinado una rectificación a la obra y los procedimientos de su antecesor, el general Lá- zaro Cárdenas. Lo hizo sin declararlo públicamente, y sus actos no fueron bruscos y menos teatrales; antes bien, me- didos. Miguel Alemán, que sube a la presidencia en 1946 sin liga alguna especial con Cárdenas, y, sobre todo, con una filosofía económica y política muy distinta, consuma claramente la rectificación. Usando la jerga de los economistas latinoamericanos, podría decirse que Cárdenas fue un "estructuralista" nato, es decir, un hombre que creía que el verdadero progreso económico, y por consiguiente la distribución equitativa de sus frutos, no pueden conseguirse sin modificar antes la estructura o la organización socioeconómica de un país. Alemán, en cambio, personificó la creencia de que no cabe repartir una riqueza inexistente, y que, por lo tanto, lo primero es crearla y crearla en abundancia para que algo le toque a todos. Dicho de otro modo. Cárdenas se proponía empujar al país simultáneamente hacia una mayor riqueza y hacia una sociedad más equilibrada. Ale- mán, a la inversa, pensaba que, creada la riqueza, ven- drían por sí solos el progreso social y aun el político. Se propuso, en suma, hacer del desarrollo económico nacio- nal la meta principal, por no decir la única, de la acción del estado, del empresario, del obrero y del campesino. Este camino trazado por Alemán fue recorrido duran- te veinticuatro años por él mismo y por los tres sucesores siguientes. En un momento dado, sin embargo, ocurrie- ron dos fenómenos que crearon dudas sobre si ésa era la ruta más acertada, y después, la aspiración, aun el apetito 49
  • 49. de cambiarla. La primera duda brotó en el campo econó- mico, al comenzar a publicarse estudios que, a pesar de sus deficiencias técnicas, señalaban un hecho grueso, pero que parecía incontrovertible: como ya se dijo, el ingreso nacional se repartía del modo más inequitativo imagina- ble, ya que el diez por ciento de las familias privilegiadas se llevaba el cincuenta por ciento de ese ingreso, mien- tras que el cincuenta por ciento de las "otras" familias ape- nas alcanzaba el catorce. No pasó mucho tiempo sin que brotara la duda política: la estabilidad de que el país venía gozando desde 1929, y particularmente desde 1946, se había conseguido a costa de un monopolio del poder político cada vez más estrecho y cerrado. Empero, estas dos dudas, la económica y la política, no pasaban del ensayo erudito, del artículo, de la conferencia o de la murmuración callejera; pero la rebelión estudian- til de 1968 les dio un estado público espectacular. Pro- dujo, además, un resultado patético y visible: el aislamien to cabal en que vivió sus dos últimos años el gobierno de Díaz Ordaz. Así SE creó una atmósfera propicia a la creencia de que era inevitable un cambio, que un grupo deseaba y otro temía. Quizás los componentes principales del primero pertenecían a lo que vagamente pueda llamarse la "clase media ilustrada": estudiantes, profesores, intelectuales, periodistas y algunos líderes obreros desplazados de sus sindicatos. Más claramente, el grupo de los temerosos es- taba formado por la iniciativa privada o los negociantes, así como la alta burocracia administrativa y política, ex- puesta a caer de su encumbramiento. Según se ha dicho ya, en ese clima de apetito y de mie- do al cambio surgió la candidatura presidencial de Luis Echeverría. El hecho mismo de que fuera un hombre poco conocido, y ciertamente no "calado", alentó la espe- ranza de los unos y el temor de los otros. Muy pronto co- menzó a singularizarse el candidato: dotado de una resis- tencia física muy poco común, recorrió perseverantemente el país entero escuchando quejas, viendo brotar proble- 50
  • 50. mas a granel, palpando de continuo el atraso y la pobre- za. Presumió, además, de hombre joven, y de serlo tam- bién su equipo de trabajo irunediato. Esto parecía indicar que, no teniendo viejas y macizas ligas con el pasado, ve- ría las cosas con ojos nuevos y frescos, y que, por lo tan- to, juzgaría natural la mudanza. Vino, en fin, la prédica oficial del cambio, de modo que no parecía caber ya duda de que lo habría. Pero entonces se produjo un malentendimiento del que no ha salido todavía la Nación. Esa clase media ilus- trada, ni como grupo ni ninguno de sus miembros indi- vidualmente considerado, definió qué cambios apetecía, cómo proponía lograrlos, por qué y cuándo deberían hacer- se y mucho menos los frutos perdurables que se espera- ban del cambio. Los temerosos simplemente se agazapa- ron y rogaron en silencio que no los hubiera o, en el peor de los casos, que resultaran leves. No fueron suficiente- mente listos para adelantarse a proponer el que menos los afectara. Por su parte, ni el candidato, ni el Presidente re- cién llegado, hicieron una clara definición de lo que se proponían hacer. Reconoció, y explicó ese malentendi- miento muy tardíamente, de hecho, un mes antes de ini- ciar su tercer año de gobierno, cuando dijo: Se habla mucho de cambios, y es preciso para ser conse- cuente con una postura simplemente racional, que se diga ha- cia dónde... es preciso perfilar las metas, señalar objetivos, y esto es sólo posible con la comprensión de los hechos que nos envuelven. T O D O E S O acarreó la consecuencia lamentable de que mientras un observador atento y equilibrado tiene que ad- mitir que el presidente Echeverría ha introducido cam- bios importantes y saludables, un gran número de mexi- canos desconoce la existencia de ellos, y los pocos que la admiten, los declaran puramente verbales. ¿Por qué esa negación, por qué tal escepticismo? En muy buena medi- da por la vida que ha llevado el mexicano desde tiempo inmemorial: sus problemas son tantos, tan grandes y tan 51
  • 51. arraigados, que su resolución sólo puede esperarse de un ser dotado de poderes sobrenaturales, mas no del hombre, débil, inconstante y egoísta. Esta larga y amarga experien- cia ha hecho de él un creyente de los dioses y un descreí- do de los hombres. Pero aun si el mexicano creyera des- pués de ver y de palpar las obras de algunos hombres, en el presente caso no puede ver porque varias de las cosas que ha intentado el presidente Echeverría se ejecutan fue- ra de la Capital, y sobre todo porque sus resultados no serán palpables sino después de algunos años, después, a buen seguro, de que su impulsor abandone la Silla. T Ó M E S E C O M O ilustración de esto último lo que parece ser uno de los puntales más salientes de toda la filosofía echevérrica: el renacimiento económico, educativo, cívico y cultural de la provincia. Desde muy temprano declara: " . . . no dejamos pasar una semana antes de volver a la provincia. Es allí donde las ideas mexicanas siguen en pie, en forma permanente, alimentando lo mejor de nuestro espíritu y delineando y acendrando lo mejor de la Pa- tria" (EGM: 4,70-72). Más tarde habla de que seguirá apoyando la descentralización de la enseñanza universita- ria " . . . para que la provincia mexicana siga dando su aportación ejemplar a la cultura y el progreso del país" ( E G M : 28, 317-342). Considera que en la provincia "la gente está más cerca"; en ella es "donde los problemas se ven con más claridad, donde es más fácil que las fami- lias permanezcan unidas. . . y donde la vista de las mon- tañas no es obstruida por altos muros de concreto" ( E G M . 31, 43-44). Poco se necesita argüir en favor de este pro- pósito, pues si en el panorama nacional hay algo hirien- te y abominable en grado sumo, es la macrocefalia del Distrito Federal, que el dicho popular recogió desde hace mucho tiempo expresivamente al decir que fuera de Mé- xico todo es Cuautitlán. A más de saludable, haber dado con ese propósito re- presenta méritos excepcionales. Desde luego, ningún Pre- sidente anterior lo sostuvo o siquiera lo enunció, cosa ex- traña, ya que, por ejemplo, de 1910 a 1935 "los hombres 52
  • 52. del Norte", provincianos y por siglos segregados del "Centro", gobernaron a México. En marcado contraste, Luis Echeverría inventa y sostiene el propósito de revivir la provincia no obstante ser él un producto ciento veinti- cinco por ciento capitalino, por su origen, su educación, su residencia y su falta de sangre indígena. SE DIRÁ que en política no basta enunciar propósitos, pues en ella los hechos son lo único que cuenta; pero es un hecho y no un dicho, y comprobable, que Echeverría ha dedicado mucho de su tiempo y de su energía persona- les al logro de ese fin, a más, por supuesto, de cuantiosos recursos. Desde luego, ha usado la idea vieja de la descentrali- zación industrial para reanimar la economía provinciana, pero con una diferencia respecto a sus antecesores. Por ex- traño que parezca, en este caso no se ha limitado Echeve- rría a predicar la necesidad imperiosa de semejante des- centralización, sino que para lograrla ha ofrecido tenta- dores estímulos crediticios y fiscales. Para concederlos, se dividió la República en tres zonas, según su desarrollo in- dustrial, desde la "altamente desarrollada" hasta aquella otra en que "todavía es una mera promesa el desarrollo industrial". Entonces, el estímulo fiscal va del 10 al 100 por ciento (EGM: 20, 109-110). Además, ha ordenado construir parques o corredores industriales en varias regio- nes del país. Al día siguiente de tomar posesión, el Pre- sidente decretó crear en la Nacional Financiera un fidei- comiso, con un capital inicial de 5 millones de pesos, para determinar las poblaciones donde pudieran promoverse conjuntos, parques o ciudades indu.striales ( E G M : 1, 159- 162). Como respuesta un tanto tardía, al año cinco go- bernadores le sometieron el plan ambiciosísimo de cons- truir un Corredor del Desarrollo Industrial que partiera de Mazarían para terminar en Matamoros ( E G M : 10, 1.33 ). En seguida estimula la reunión del Primer Semina- rio Nacional Técnico Estudiantil-Empresarial, que se ocu- pa de la descentralización industrial ( E G M : 9,291-302). Pronto se inicia la construcción de las Ciudades Indus- 53