R. Spaemann, «La ética como doctrina de la vida lograda»
La Tibieza. Ética Décimo.
1. La tibieza es la situación espiritual de quien no quiere emplearse a fondo en la lucha interior y
prefiere permanecer cómodamente en la mediocridad. El nombre de esta situación –verdadera
enfermedad espiritual- procede del texto del Apocalipsis: «Al ángel de la iglesia de Laodicea
escríbele: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios: Conozco
tus obras, que no eres frio ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no
caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3, 14-16). La tibieza es, por tanto, un estado
intermedio entre el calor del fervor espiritual y el frío del pecado mortal, una especie de letargo
espiritual donde el tibio se conforma con el mínimo esfuerzo necesario para que no se apague en
él la gracia divina, sin empeñarse por crecer en ella, sin querer dar frutos de santidad. En el
estado de tibieza la voluntad está floja, sin energías, y el corazón se hace poco a poco insensible
al amor de Dios. La tibieza es, verdaderamente, una grave enfermedad del amor que, a la larga,
conduce al abandono del combate espiritual y a la pérdida de la gracia divina.
Una de las causas de la tibieza es el afecto al pecado venial deliberado, lo que demuestra que al
tibio no le interesa amar a Dios, sino su propio provecho, material y espiritual. Santo Tomás de
Aquino define la tibieza como «una forma de la tristeza que hace al hombre lento para los
ejercicios del espíritu a causa de la fatiga corporal que comportan» [Summa, I, c. 63, a. 2,
respuesta a la objeción 2a], y, siguiendo las enseñanzas de san Gregorio Magno, enseña que la
tibieza tiene «seis hijas»: 1) La falta de esperanza, en forma de desaliento ante las cosas de
Dios, y como cierta incapacidad para llevar una vida interior rica y exigente. 2) Una imaginación
incontrolada. El tibio da rienda suelta a la imaginación, y se refugia en ella para encontrar allí, en
falsas hazañas y triunfos, la felicidad ficticia, que no sabe encontrar en lo ordinario vivido cara a
Dios. 3) Torpor y pereza mental para lo sobrenatural, es decir, un sopor espiritual que hace
decaer totalmente el deseo del bien. 4) Pusilanimidad. El ánimo del tibio se apoca, se
empequeñece ante cualquier empresa sobrenatural. Da lugar a pecados de omisión y deja
pasar, sin corresponder, muchas gracias del Espíritu Santo. 5) Rencor y espíritu crítico contra
aquellas personas que sí luchan por ser mejores; es la irritada oposición y enfado de quien, no
queriendo cambiar su mala conducta, se justifica diciendo que son los otros los equivocados.
Son rechazadas estas personas buenas que alientan con su ejemplo y palabra a reemprender el
camino
Considerad la amenaza que intima Dios a las almas tibias: Ni eres frío, ni caliente: ojalá fueras
frío o caliente: más porque eres tibio, que ni eres frío, ni caliente, te comenzaré a vomitar de mi
boca [Neque frigidus es, neque calidus; utinam frigidus esses, aut calidus: sed quia
tepidus es, nec frigidus nec calidus, incipiam te evomere ex ore meo]. Sí, vale más en
alguna manera ser frio, privado de la gracia de Dios, que tibio; porque el que es frio, puede ser
despertado por los remordimientos de su conciencia, y mudar de vida; pero el que es tibio, se
duerme en sus defectos sin pensar ni siquiera en corregirse, y casi no da esperanza alguna de
remedio.
Belda, Manuel 2006. Guiados por el espíritu de Dios:
Curso de teología espiritual. Madrid: Ediciones Palabra