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El Dios del siervo sufriente
C
risto como el Mesías o ungido de Dios es el Siervo sufriente de la
profecía bíblica (Isa. 52: 13-53: 12). En el presente capítulo, sin em­
bargo, utilizamos la expresión «siervo sufriente» (con minúscula),
para referimos a Jeremías en el cumplimiento de su misión proféti-
ca como siervo enviado de Dios. Todos los hijos de Dios somos llamados a ser
«siervos sufrientes», a portar la cruz de Cristo y a participar de sus sufrimientos.
Se nos concede no solo que creamos en Cristo sino también el honroso privi­
legio de que padezcamos por él (véase Fil. 1: 29). De hecho, seremos «herede­
ros de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él»
(Rom. 8: 17).
Jeremías fue un siervo sufriente. Ante el Dios que lo había llamado y envia­
do exclamó: «¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que
yo, y me venciste! ¡Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí!»
(Jer. 20: 7). En estas palabras Jeremías declara que su oficio profético no fue
resultado de un deseo personal; no fue su propia elección; fue la iniciativa di­
vina que Jeremías quiso evitar pero no pudo. Reconoce también que, finalmen­
te, él cedió ante el llamamiento divino y que como consecuencia ahora sufre
por cuanto todos, en vez de aceptar su mensaje, se burlan y se ríen de él. Y
como sabemos y veremos, su sufrimiento no fue tan solo mental sino también
físico.
La vida de fe no es fácil. A los cristianos, el sufrimiento nos está asegurado
por cuanto «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padece­
rán persecución» (2 Tim. 3: 12). No obstante, nuestra fe en las promesas de
Dios, juntamente con nuestra visión del gran conflicto cósmico, nos ayudarán
a enfrentar las dificultades y a perseverar ante todo aquello que por ahora no
podamos entender.
54 • El Dios de Jeremías
Sacerdotes y profetas impíos
El hecho de que Dios envíe profetas a su pueblo demuestra su intención
amante de darles a conocer su voluntad a fin de que la sigan para su bendición,
evitando lo que le desagrada y conduce a la destrucción. Por eso Dios le dijo al
pueblo de Judá: «Envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde el prin­
cipio y sin cesar, para deciros: "¡No hagáis esta cosa abominable que yo abo­
rrezco!"». Pero ellos «no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su
maldad» (Jer. 44: 4, 5).
Los profetas enviados por Dios debieron ser ejemplos de obediencia y fide­
lidad para el pueblo. Pero lamentablemente no ocurrió así en Judá en la época
de Jeremías. Al contrario, los profetas, y también los sacerdotes, ¡fueron mode­
los de impiedad! Precisamente los dos grupos de líderes espirituales que se
esperaba que le hablaran por Dios al pueblo (los profetas) y por el pueblo a
Dios (los sacerdotes). Ambos grupos se habían corrompido. «Tanto el profeta
como el sacerdote son impíos; aun en mi casa hallé su maldad, dice Jehová»
(Jer. 23: 11).
El Dios de Jeremías, profeta fiel, describe la impiedad de los profetas de su
época, tanto en el reino del norte y su capital Samaría, como en el del sur y su
capital Jerusalén, en los siguientes términos:
«En los profetas de Samaría he visto desatinos: profetizaban en nombre de
Baal e hicieron errar a mi pueblo Israel. Y en los profetas de Jerusalén he visto
torpezas: cometen adulterios, andan con mentiras y fortalecen las manos de los
malos, para que ninguno se convierta de su maldad. Me son todos ellos como
Sodoma, y sus moradores como Gomorra. [...] De los profetas de Jerusalén
salió la impiedad sobre toda la tierra» (vers. 14, 15). Su ejemplo de maldad se
difundía desde la misma sede espiritual de la nación para contaminar toda la
tierra. Esto incluía a los sacerdotes: «Cosa espantosa y fea es hecha en el país:
los profetas profetizan mentira y los sacerdotes dominan por manos de ellos».
Y lo que es peor: «¡Y mi pueblo así lo quiere!» (Jer. 5: 30, 31). ¡Sacerdotes y
profetas impíos contaban con la complicidad del pueblo de Dios!
Tradicionalmente, los falsos líderes espirituales han actuado de maneras
que cumplen con las características del espíritu sectario reveladas en el Nuevo
Testamento.1Entre otras, estas incluyen las siguientes:
1. Enseñan doctrinas erróneas, destructoras, que blasfeman el camino de la
verdad y que, por lo tanto, niegan al Dios en cuyo nombre aseguran hablar.
Aquí hay una advertencia para nosotros. El apóstol Pedro escribe: «En el
pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos
5. El Dios del siervo sufriente • 55
maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo
de negar al mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destruc­
ción» (2 Ped. 2: 1, NVI).
2. Procuran hacer mercadería de los fieles para su beneficio y ganancia perso­
nales (vers. 3).
3. Tienen los ojos llenos de adulterio y seducen a las personas inconstantes
(vers. 14).
4. Sus enseñanzas prometen libertad pero ellos mismos viven en una corrup­
ción que los mantiene esclavizados (vers. 19).
5. Por haberse alejado de la pureza del evangelio terminarán apartándose de la
verdad y volviéndose a las fábulas (2 Tim. 4:4).
El liderazgo de sacerdotes, profetas, y reyes, como vimos en el capítulo anteri­
or, fue tenido por el Dios de Jeremías como grandemente responsable por la
suerte de Jerusalén y de toda la nación (véase Jer. 32: 32).
El Dios de Jeremías es un Dios que fortalece a sus siervos para enfrentar los
grandes desafíos que tienen que confrontar en el cumplimiento de su misión.
Le dijo a su siervo: «Yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como
columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los
reyes de Judá, sus autoridades [incluían a los profetas], sus sacerdotes y el pue­
blo déla tierra» (Jer. 1: 18). «Tú, pues, ciñe tu cintura, levántate y háblales todo
cuanto te mande. No te amedrentes delante de ellos, para que yo no te ame­
drente en su presencia» (vers. 17).
El Señor envió a Jeremías con una esperanza en su gran corazón de amor:
«Quizá escuchen y se vuelva cada uno de su mal camino; entonces me arrepen­
tiré yo del mal que pienso hacerles por la maldad de sus obras» (26: 3). ¡He
aquí un Dios dispuesto a perdonar! Sin embargo, «los sacerdotes, los profetas
y todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa de Jehová.
Y cuando terminó de hablar Jeremías todo lo que Jehová le había mandado
que hablara a todo el pueblo, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le
echaron mano, diciendo: "¡De cierto morirás!"» (vers. 7, 8). No hay duda, el
Dios de Jeremías era el Dios de un siervo sufriente.
Jeremías en el cepo
A Jeremías se le prohibió entrar a los predios del templo. El desafió la pro­
hibición y el sacerdote Pasur, airado, lo arrestó, lo hizo azotar, y lo puso en el
cepo. En tiempos antigüos los cepos eran instrumentos de castigo construidos
en madera. Había tres clases principales: Uno con dos agujeros para los pies,
56 • El Dios de Jeremías
otro con cuatro agujeros, dos para los pies y dos para las manos, y un tercero
de cinco agujeros, con uno más para la cabeza.2 Los cepos podían encontrarse
en las prisiones pero por lo general estaban colocados en lugares públicos para
vergüenza del reo y escarmiento de la población. El cepo con el que Jeremías
fue sujetado, de un día para otro, no podía haber sido más visible: estaba en
uno de los sitios de mayor flujo de transeúntes, la puerta superior de Benjamín,
y junto al lugar de mayor concurrencia en la ciudad, el templo del Señor (Jer.
2 0 : 2).
El sacerdote Pasur, hijo de Immer, era el oficial principal del templo, segun­
do en autoridad después del sumo sacerdote y, como tal, tenía gran influencia
con el rey Sedequías. Era su responsabilidad mantener la paz y el orden en el
templo y en Jerusalén. Jeremías era para él como «una piedra en el zapato» por
su continua predicación en contra del rey y de las autoridades del templo y
porque anunciaba la inminente destrucción de la ciudad y la caída de la nación
debido a su idolatría y corrupción. Jeremías tuvo que pasar por la pena del
cepo y la vergüenza que implicaba porque aquellos a quienes había sido envia­
do lo acusaron de ser un falso profeta. Pero su Dios lo vindicaría a su debido
tiempo.
El nombre de Pasur, posiblemente adoptado por él cuando recibió su posi­
ción como agente pacificador, significa «prosperidad», o «quietud por todas
partes». Cuando Jeremías fue liberado le dijo a Pasur que Dios le había cambia­
do el nombre por el de Magor-misabib, «terror por todas partes» (Jer. 20: 3), y
profetizó el desastre para él. Profetizó que Pasurvería a todos sus amigos morir
en batalla, que Judá, Jerusalén y su templo caerían y serían saqueados, y que
todos los judíos principales, incluyéndolo a él, serían llevados cautivos a Babi­
lonia, todo lo cual se cumplió.3
Como podemos ver, no había nada fádl en la misión de los profetas. De­
bían entregar el mensaje de Dios a pesar de que, por lo general, no era lo que
la gente quería escuchar, así que muy pocos mostraban disposición para reci­
birlo y frecuentemente era confrontado con desdén, burlas y aún amenazas.
Pero antes de juzgar a nuestros hermanos de la antigüedad, examinemos nues­
tra actitud hacia los mensajeros de Dios en la actualidad para que no sea la
misma. Podría serlo, aunque más «educada»; pueda ser que no reaccionemos
contra el predicador en su misma presencia pero lo hacemos en casa cuando
criticamos el sermón. El Dios de Jeremías nos trata hoy con el mismo amor y
paciencia con que trató a su pueblo de entonces.
5. El Dios del siervo sufriente • 57
Fuego en los huesos del profeta
El mensaje anterior, el que Jeremías le dirigió a Pasur, no era suyo sino que
provenía directamente de Dios. Pero el siguiente clamor de Jeremías brota de
su experiencia como humano. Se queja de que cada vez que tiene que procla­
mar un mensaje, ese mensaje es un anuncio de violencia y destrucción, no de
paz, y entonces exclama:
«Cada vez que hablo, es para gritar: "¡Violencia! ¡Violencia!". Por eso la
palabra del Señor no deja de ser para mí un oprobio y una burla. Si digo: "No
me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre", entonces su palabra en
mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho
todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más. Escucho a muchos decir
con soma: "¡Hay terror por todas partes!" y hasta agregan: "¡Demándenlo!
¡Vamos a denunciarlo!". Aun mis mejores amigos esperan que tropiece. Tam­
bién dicen: "Quizá lo podamos sedudr. Entonces lo venceremos y nos venga­
remos de él"» (Jer. 20: 8-10, NVI).
¡Cuán humano era Jeremías y cuán humanas sus palabras! Una de las nece­
sidades básicas de todo ser humano es la necesidad de aceptación. Idealmente,
esta necesidad debe ser satisfecha desde la niñez en el drculo amoroso del
hogar, pero todo parece indicar que eso no ocurrió en la experiencia de Jere­
mías. Desde su tierna juventud el fiel cumplimiento de su misión profética le
costó el rechazo de sus propios parientes y del pueblo en general. Cuando re­
cordaba la reacción negativa a sus mensajes aun de parte de sus «mejores ami­
gos», sufría e intentaba ceder a fin de poder obtener algo de aceptación, pero
no podía hacerlo; el mensaje divino era como un fuego ardiente que coma por
la médula de sus huesos, y siempre lo dominaba la fidelidad al cumplimiento
de su deber.
Es evidente que el gran conflicto cósmico entre el bien y el mal que rugía al
exterior de Jeremías, frecuentemente rugía también en su interior. Al parecer,
su lucha entre predicar o no predicar su mensaje fue experimentada también
por otros personajes bíblicos. Por ejemplo, el profeta Amos se preguntó, «Si el
león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová, el Señor, ¿quién no profetizará?»
(Amos 3: 8). Y el apóstol Pablo afirmó: «Si anuncio el evangelio, no tengo por
qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciara
el evangelio!» (1 Cor. 9: 16).
La experiencia de Jeremías nos abre una ventana que nos permite asomar­
nos al corazón de su Dios. Su llamado a los profetas y esa compulsión irresis­
tible, motivada por el Espíritu Santo, a ser fieles a la misión a la que son envia­
dos, revelan el amor del Dios de Jeremías por su pueblo. Nos muestra que Dios
quería salvarlos a pesar de la gravedad de sus pecados. Desde que el pecado
58 • El Dios de Jeremías
entró en el mundo fue el plan de Dios «salvar a los creyentes por medio de la
locura de la predicación» (1 Cor. 1: 21); así que sus hijos descarriados debían
oír la predicación para poder creer, invocar al Señor, y ser salvos. Porque, como
pregunta Pablo, «¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y
cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien
les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?» (Rom. 10: 14, 15).
Si Dios no impulsa a sus mensajeros y no los mueve con poder al cumpli­
miento de su deber, puede ser que esos mensajeros vivan vidas muy cómodas,
pero que su pueblo se pierda. Mas gracias sean dadas a Dios porque «el amor
de Cristo nos constriñe ["nos obliga", NVI]» (2 Cor. 5: 14) y porque él, quien
es el Jehová del Antiguo Testamento, aún hace entre nosotros la obra que hada
en los días de Jeremías.
¡Maldito el día!
El Registro Sagrado difiere de los escritos biográficos seculares, los cuales
comúnmente «maquillan» a sus héroes o personalidades prindpales, magnifi­
can sus virtudes y ocultan sus yerros y debilidades. La Biblia, en cambio, pre­
senta a sus personajes tal como son. Nos habla de sus fortalezas pero no oculta
sus defectos, independientemente de quiénes sean. Esta es una pmeba de su
inspiradón; de que Dios es su verdadero Autor y no meramente el ser humano.
El Dios de Jeremías es perfedo. Jeremías no lo era; y la Biblia así lo revela.
Jeremías 20: 14-18 es uno de esos pasajes en los cuales se presenta el estado
mental del profeta con relación a su situación personal. En el pasaje, Jeremías
maldice el día en que nació, pide que ese día no sea bendeddo y en su maldi­
ción incluye al hombre que dio a conocer la notida de su nacimiento. Desea
haber muerto en el vientre de su madre y lamenta haber sido dado a luz para
ver uabajo y dolor y para que sus días terminaran en vergüenza. Estas expresio­
nes nos muesUan que Jeremías no era un superhombre sino un ser humano
como cualquiera de nosoUos; que en ocasiones tenía que hacerle frente a la
presión de sus emodones y en su fragilidad humana no podía menos que dar­
le expresión a sus sentimientos. Consuela pensar que si este era el caso con un
profeta, entonces hay esperanza para nosotros.
Podemos notar que las expresiones de Jeremías en el pasaje aludido son
muy similares a las proferidas por Job; aunque Job se extiende más que Jere­
mías en sus imprecaciones. Pero hay una diferencia significativa entre los dos.
Job ignoraba la verdadera causa de sus padecimientos mientras que Jeremías
conocía el origen de los suyos: el llamado ineludible de Dios y la carga de la
5. El Dios del siervo sufriente • 59
misión que le había encomendado. El Dios de Jeremías entendía a su siervo, y
al preservarle su oficio, lo honró con la misma confianza con que había honra­
do a Job.
El Dios de Jeremías nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros
mismos y, sin embargo, nos ama. Cada vez que nos sintamos amedrentados
por las fortalezas que observamos en otras personas y confundidos por nues­
tras debilidades, recordemos al Dios de Jeremías. Nos comprende y no nos
condena sino que nos acepta como somos y perfecciona su poder en nuestra
debilidad (2 Cor. 12: 9). Así que, recordando al siervo sufriente Jeremías, po­
demos decir con Pablo: «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor
a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecucio­
nes, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (vers. 9, 10).
La conspiración contra Jeremías
El pueblo dijo: «Venid y preparemos un plan contra Jeremías, porque la
instrucción no le faltará al sacerdote ni el consejo al sabio ni la palabra al pro­
feta. Venid calumniémoslo y no atendamos a ninguna de sus palabras» (Jer. 18:
18). Esta conspiración contra Jeremías había de ser ejecutada en dos etapas. La
segunda es mencionada primero: el «plan contra Jeremías», que era quitarle la
vida. La primera fase, «calumniémoslo», es mencionada al final pero tenía
como propósito justificar la primera, mediante una campaña de difamación de
su nombre.
Que esto era lo que tenían en mente está claramente implícito en lo que los
líderes del plan le dicen a la población: que, aunque Jeremías muera, no van a
dejar de tener instrucción religiosa, de parte de los sacerdotes, ni van a dejar de
recibir consejos, de parte de los sabios, ni tampoco les van a faltar las palabras
de los profetas; así que, bien podían prescindir de él.
Y así lo entendió Jeremías y lo expresó en su oración al Señor cuando se
enteró del plan. Dijo: «Pero tú, Jehová, conoces todo su consejo contra mí para
darme muerte. No perdones su maldad ni borres su pecado de delante de tu ros­
tro. ¡Tropiecen ellos delante de ti, y haz así con ellos en el tiempo de tu enojo!»
(vers. 23). Nuevamente, la reacción del profeta es muy humana. En sinceridad
de corazón reacciona sentidamente al presentarle a su Dios este complot que
provenía de gentes que no solo eran sus parientes sino que decían querer reci­
bir «la instrucción del sacerdote» (la enseñanza de la ley), y oír «las palabras de
los profetas».
60 • El Dios de Jeremías
En casa del alfarero
Mediante la señal del alfarero el Dios de Jeremías se había propuesto prepa­
rarlo para que estuviera dispuesto a aceptar su voluntad como suprema, en su
propia vida y en la de su pueblo. Le dijo: «Levántate y desciende a casa del al­
farero, y allí te haré oír mis palabras» (vers. 2).
La alfarería es una de las artes manuales más antiguas de las tierras bíblicas.
En la Escritura se encuentran referencias tanto literales como figuradas al alfa­
rero y sus productos. En la antigüedad, como era el caso en los días de Jeremías,
los alfareros vivían en colonias en la parte baja de Jerusalén, en el vecindario de
Hebrón y la comarca circunvecina, donde el barro era abundante y donde pro­
bablemente estaban ubicadas las alfarerías reales (1 Crón. 4: 23).4
Obediente al mandato divino, Jeremías se levantó y descendió a casa del
alfarero y cuando llegó, encontró que estaba trabajando en el tomo. «Y la vasi­
ja de barro que él hada se echó a perder en sus manos, pero él volvió a hacer
otra vasija, según le paredó mejor hacerla» (Jer. 18:4). Partiendo de este hecho
accidental, Dios le recuerda a Jeremías que él está en el control, pues tiene el
poder no solo sobre la casa de Israel sino también sobre todas las nadones,
«para arrancar, derribar y destruir» o «para edificar y para plantar» según estas
reacdonen, ya sea persistiendo en la maldad o convirtiéndose de sus malos
caminos (vers. 5-11).
Luego, el Dios de Jeremías procede a instruirlo con declaradones que no so­
lamente contienen la verdad espiritual de que él es soberano, sino que también
incluyen principios que debemos tener en cuenta al interpretar las profecías.
La condicionalidad de algunas profecías
Un principio básico que ahora, al cierre de este capítulo, consideramos con
un poco más de amplitud, es el caráder condidonal de algunas profedas bíbli­
cas. Jeremías 18: 7-12 nos muestra, como otros pasajes de la Biblia, que aunque
Dios conoce el futuro y cuáles serán nuestras decisiones, ese conodmiento no
las determina; las determina nuestra libre decisión. De otra manera, Dios no le
rogaría al pecador que se arrepienta, y cuando le mega que lo haga, Dios adua­
na engañosamente y negaría su propio caráder, lo que no puede ser (2 Tim. 2:13;
Tito 1: 2).
La omnisapiencia de Dios abarca su conocimiento del pasado, del presente
y del futuro, lo cual significa que su omnisapiencia induye su presciencia. En
virtud de su presciencia Dios sabe tanto lo que ha de ocurrir como lo que no
ocurrirá. Pero la presdencia misma no es determinativa; no es lo que hace que
los eventos sucedan o no sucedan, lo cual se deriva más bien de la acdón direc­
5. El Dios del siervo sufriente • 61
ta de su voluntad.5 La presciencia divina no es incompatible con el libre albe­
drío de los seres humanos o con el libre ejercicio de la voluntad de ellos. El
hecho de que Dios conozca de antemano el curso de la vida de una persona no
es lo que determina la dirección que ella toma, lo cual es determinado por sus
decisiones personales y libres.
Los socinianos, grupo de creyentes de finales del siglo XVI, negaban la Tri­
nidad y la divinidad esencial de Jesucristo, no podían reconciliar la presciencia
divina con la libertad humana, y negaban que los actos libres y voluntarios de
los hombres pudieran ser conocidos de antemano por Dios. Muchos lectores
de la Biblia hoy, después de cuatrocientos años, tienen la misma dificultad;
piensan que el hecho de que Dios conozca anticipadamente las decisiones de
los seres humanos, es lo que determina cómo actuarán o quién se salvará y
quién no. Pero esto bíblicamente no es así.
Por ejemplo, los soldados que en la crucifixión de Cristo echaron suertes
sobre sus vestidos, obraron según su voluntad libre. Sin embargo, Dios sabía
de antemano que así procederían (Sal. 22:18). Lo mismo ocurre con las demás
predicciones relacionadas con el nacimiento, ministerio, pasión, muerte y re­
surrección de Cristo el Mesías.
Lo que Dios sabe es cómo cada ser humano ha de utilizar su libertad de
elección con respecto a la oferta de salvación que él les hace. Pero Dios no ac­
túa en contra de la voluntad de cada una de sus criaturas a quienes él mismo
dotó con la facultad de la libre elección (Deut. 30: 15, 19; Jos. 24: 15; Isa. 65: 12,
Jer. 6: 16; Luc. 13: 34). Dios llama a todos a la salvación, pero escoge a quienes
libremente deciden aceptar su ofrecimiento (Apoc. 3: 20).
Como humanos a menudo obramos con falta de sabiduría y tomamos de­
cisiones equivocadas porque no tenemos acceso a todos los hechos o a toda la
información. Si en esos casos hubiéramos sabido todo cuanto podía saberse,
hubiéramos actuado de otra manera. Con Dios es diferente. Él tiene acceso a
toda la información y conoce todos los hechos, de antemano. Por lo tanto, sus
decisiones son absolutamente sabias.
Uno puede conocer toda la teoría y no obstante obrar torpe o equivocada­
mente por falta de experiencia. Dios, en cambio, al conocer el fin desde el
principio, actúa con sabiduría absoluta. Este hecho debe inspiramos a orar con
confianza,6 con la seguridad de que él conoce perfectamente todas las cosas
(Mat. 6: 8) y que no nos dará nada que no sea bueno. Él es demasiado sabio
para damos todo lo que le pedimos y demasiado bueno para negamos algo
que sea para nuestro bien.
Otro ejemplo del principio que estamos analizando lo encontramos en las
palabras de Dios a Moisés antes de que su sucesor, Josué, introdujera al pueblo
de Israel en la tierra prometida:
62 • El Dios de Jeremías
«Entonces Jehová dijo a Moisés: "He aquí que vas a dormir con tus padres,
y este pueblo se levantará para prostituirse tras los dioses ajenos de la tierra
adonde va para vivir en medio de ella. Me dejará e invalidará el pacto que he
concertado con él. Pero aquel día se encenderá mi furor contra él, los abando­
naré y esconderé de ellos mi rostro; serán consumidos y vendrán sobre ellos
muchos males y angustias [...]; porque yo conozco lo que se proponen de an­
temano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles"» (Deut. 31: 16,
17,21).
Aunque Dios sabía de antemano que al entrar en Canaán su pueblo se pros­
tituiría tras los dioses paganos del lugar, es evidente que ese conocimiento no
fue lo que hizo que el pueblo se prostituyera; fue el mal uso del libre albedrío
de ellos. Dios también le anticipó a Moisés las consecuencias que el pueblo
cosecharía por su apostasía.
Aesta altura alguien puede hacerse la recurrente pregunta: Si Dios sabía que
el ser humano iba a pecar ¿por qué lo creó? Y la respuesta es: por amor. Pregun­
tamos a nosotros mismos lo siguiente nos ayudará a captar un poco mejor el
punto. Si nosotros, al traer hijos al mundo, sabemos que esos hijos, primero
nos desvelarán, y que al crecer, nos desobedecerán y de muchas maneras nos
traerán dolor, por decir lo menos, ¿por qué los procreamos? Y cuando por al­
guna razón no podemos procrear, ¿por qué no nos sentimos más felices sin
hijos, sino que estamos dispuestos a hacer e invertir lo que sea necesario para
traerlos al mundo, o para adoptarlos? La respuesta es: por amor. De esta mane­
ra, al procrear para amar y compartir lo que somos y tenemos, reflejamos el
amor de nuestro Creador.
La sabiduría de Dios está estrechamente relacionada con su omnisapiencia
y deriva de ella. La sabiduría implica no solamente que Dios sabe todas las
cosas sino que él hace un uso correcto de su conocimiento.7 La perfección, el
diseño, el orden y la belleza de la creación son evidencias tangibles de la sabi­
duría divina (Sal. 104: 24) así como también lo es el desenvolvimiento de los
hechos de la historia en favor del bien final de los hijos de su pueblo, indivi­
dual y colectivamente.
Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías
• El Dios de Jeremías está siempre dispuesto a perdonar, aun los peores peca­
dos, y listo a revertir la sentencia final de la paga del pecado, la muerte, si
nosotros estamos dispuestos a mejorar nuestros caminos (Jer. 18:11; Isa. 1:
18, 19).
5. El Dios del siervo sufriente • 63
• El Dios de Jeremías está dispuesto a proteger y preservar nuestras vidas en
cualquier lugar adonde tengamos que ir (Jer. 45: 5).
• ¿Estás sufriendo ante amenazas u otras situaciones apremiantes? Te tengo
buenas noticias: el Dios de Jeremías puede esconderte (Jer. 36: 26; Sal. 119:
114).
• El Dios de Jeremías proporciona fuerzas. Él es fortaleza y refugio en el tiem­
po de la aflicción (Jer. 16: 19; Sal. 18: 1-3).
• Él, que prueba a los justos, ve los pensamientos y el corazón de cada uno
(Jer. 20: 12).
• El Dios de Jeremías quiere estar siempre contigo, y conmigo, como estuvo
con él, como un poderoso gigante. Con él a nuestro lado, nuestros enemi­
gos no prevalecerán, serán avergonzados, pues él sabe libramos de la mano
de los malignos. ¡Alabado sea su nombre! (vers. 11, 13).
Referencias
1. Daniel Scarone, Credos contemporáneos (Medellín: Litografía Icolven, 1991), pp. 29, 30.
2. Ver Diccionario bíblico adventista, «Cepo».
3. Losch, p. 332.
4. NTVCDB, «Pottery, Potter».
5. Lewis Sperry Chafer, Systematic Theohgy, abridged ed. in 2 vols. (Wheaton, Illinois: Víctor
Books, 1984), t. 1, p. 142.
6. Millard J. Erickson, Christian Theology, unabridged, one-volume ed. (Grand Rapids, Michigan:
Baker, 1990), p. 276.
7. Chafer, t. 1, p. 144.

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Libro complementario | Capitulo 5 | El Dios del siervo sufriente | Escuela Sabática

  • 1. 5 El Dios del siervo sufriente C risto como el Mesías o ungido de Dios es el Siervo sufriente de la profecía bíblica (Isa. 52: 13-53: 12). En el presente capítulo, sin em­ bargo, utilizamos la expresión «siervo sufriente» (con minúscula), para referimos a Jeremías en el cumplimiento de su misión proféti- ca como siervo enviado de Dios. Todos los hijos de Dios somos llamados a ser «siervos sufrientes», a portar la cruz de Cristo y a participar de sus sufrimientos. Se nos concede no solo que creamos en Cristo sino también el honroso privi­ legio de que padezcamos por él (véase Fil. 1: 29). De hecho, seremos «herede­ ros de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él» (Rom. 8: 17). Jeremías fue un siervo sufriente. Ante el Dios que lo había llamado y envia­ do exclamó: «¡Me sedujiste, Jehová, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo, y me venciste! ¡Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí!» (Jer. 20: 7). En estas palabras Jeremías declara que su oficio profético no fue resultado de un deseo personal; no fue su propia elección; fue la iniciativa di­ vina que Jeremías quiso evitar pero no pudo. Reconoce también que, finalmen­ te, él cedió ante el llamamiento divino y que como consecuencia ahora sufre por cuanto todos, en vez de aceptar su mensaje, se burlan y se ríen de él. Y como sabemos y veremos, su sufrimiento no fue tan solo mental sino también físico. La vida de fe no es fácil. A los cristianos, el sufrimiento nos está asegurado por cuanto «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padece­ rán persecución» (2 Tim. 3: 12). No obstante, nuestra fe en las promesas de Dios, juntamente con nuestra visión del gran conflicto cósmico, nos ayudarán a enfrentar las dificultades y a perseverar ante todo aquello que por ahora no podamos entender.
  • 2. 54 • El Dios de Jeremías Sacerdotes y profetas impíos El hecho de que Dios envíe profetas a su pueblo demuestra su intención amante de darles a conocer su voluntad a fin de que la sigan para su bendición, evitando lo que le desagrada y conduce a la destrucción. Por eso Dios le dijo al pueblo de Judá: «Envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde el prin­ cipio y sin cesar, para deciros: "¡No hagáis esta cosa abominable que yo abo­ rrezco!"». Pero ellos «no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su maldad» (Jer. 44: 4, 5). Los profetas enviados por Dios debieron ser ejemplos de obediencia y fide­ lidad para el pueblo. Pero lamentablemente no ocurrió así en Judá en la época de Jeremías. Al contrario, los profetas, y también los sacerdotes, ¡fueron mode­ los de impiedad! Precisamente los dos grupos de líderes espirituales que se esperaba que le hablaran por Dios al pueblo (los profetas) y por el pueblo a Dios (los sacerdotes). Ambos grupos se habían corrompido. «Tanto el profeta como el sacerdote son impíos; aun en mi casa hallé su maldad, dice Jehová» (Jer. 23: 11). El Dios de Jeremías, profeta fiel, describe la impiedad de los profetas de su época, tanto en el reino del norte y su capital Samaría, como en el del sur y su capital Jerusalén, en los siguientes términos: «En los profetas de Samaría he visto desatinos: profetizaban en nombre de Baal e hicieron errar a mi pueblo Israel. Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas: cometen adulterios, andan con mentiras y fortalecen las manos de los malos, para que ninguno se convierta de su maldad. Me son todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra. [...] De los profetas de Jerusalén salió la impiedad sobre toda la tierra» (vers. 14, 15). Su ejemplo de maldad se difundía desde la misma sede espiritual de la nación para contaminar toda la tierra. Esto incluía a los sacerdotes: «Cosa espantosa y fea es hecha en el país: los profetas profetizan mentira y los sacerdotes dominan por manos de ellos». Y lo que es peor: «¡Y mi pueblo así lo quiere!» (Jer. 5: 30, 31). ¡Sacerdotes y profetas impíos contaban con la complicidad del pueblo de Dios! Tradicionalmente, los falsos líderes espirituales han actuado de maneras que cumplen con las características del espíritu sectario reveladas en el Nuevo Testamento.1Entre otras, estas incluyen las siguientes: 1. Enseñan doctrinas erróneas, destructoras, que blasfeman el camino de la verdad y que, por lo tanto, niegan al Dios en cuyo nombre aseguran hablar. Aquí hay una advertencia para nosotros. El apóstol Pedro escribe: «En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos
  • 3. 5. El Dios del siervo sufriente • 55 maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo de negar al mismo Señor que los rescató. Esto les traerá una pronta destruc­ ción» (2 Ped. 2: 1, NVI). 2. Procuran hacer mercadería de los fieles para su beneficio y ganancia perso­ nales (vers. 3). 3. Tienen los ojos llenos de adulterio y seducen a las personas inconstantes (vers. 14). 4. Sus enseñanzas prometen libertad pero ellos mismos viven en una corrup­ ción que los mantiene esclavizados (vers. 19). 5. Por haberse alejado de la pureza del evangelio terminarán apartándose de la verdad y volviéndose a las fábulas (2 Tim. 4:4). El liderazgo de sacerdotes, profetas, y reyes, como vimos en el capítulo anteri­ or, fue tenido por el Dios de Jeremías como grandemente responsable por la suerte de Jerusalén y de toda la nación (véase Jer. 32: 32). El Dios de Jeremías es un Dios que fortalece a sus siervos para enfrentar los grandes desafíos que tienen que confrontar en el cumplimiento de su misión. Le dijo a su siervo: «Yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus autoridades [incluían a los profetas], sus sacerdotes y el pue­ blo déla tierra» (Jer. 1: 18). «Tú, pues, ciñe tu cintura, levántate y háblales todo cuanto te mande. No te amedrentes delante de ellos, para que yo no te ame­ drente en su presencia» (vers. 17). El Señor envió a Jeremías con una esperanza en su gran corazón de amor: «Quizá escuchen y se vuelva cada uno de su mal camino; entonces me arrepen­ tiré yo del mal que pienso hacerles por la maldad de sus obras» (26: 3). ¡He aquí un Dios dispuesto a perdonar! Sin embargo, «los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa de Jehová. Y cuando terminó de hablar Jeremías todo lo que Jehová le había mandado que hablara a todo el pueblo, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo le echaron mano, diciendo: "¡De cierto morirás!"» (vers. 7, 8). No hay duda, el Dios de Jeremías era el Dios de un siervo sufriente. Jeremías en el cepo A Jeremías se le prohibió entrar a los predios del templo. El desafió la pro­ hibición y el sacerdote Pasur, airado, lo arrestó, lo hizo azotar, y lo puso en el cepo. En tiempos antigüos los cepos eran instrumentos de castigo construidos en madera. Había tres clases principales: Uno con dos agujeros para los pies,
  • 4. 56 • El Dios de Jeremías otro con cuatro agujeros, dos para los pies y dos para las manos, y un tercero de cinco agujeros, con uno más para la cabeza.2 Los cepos podían encontrarse en las prisiones pero por lo general estaban colocados en lugares públicos para vergüenza del reo y escarmiento de la población. El cepo con el que Jeremías fue sujetado, de un día para otro, no podía haber sido más visible: estaba en uno de los sitios de mayor flujo de transeúntes, la puerta superior de Benjamín, y junto al lugar de mayor concurrencia en la ciudad, el templo del Señor (Jer. 2 0 : 2). El sacerdote Pasur, hijo de Immer, era el oficial principal del templo, segun­ do en autoridad después del sumo sacerdote y, como tal, tenía gran influencia con el rey Sedequías. Era su responsabilidad mantener la paz y el orden en el templo y en Jerusalén. Jeremías era para él como «una piedra en el zapato» por su continua predicación en contra del rey y de las autoridades del templo y porque anunciaba la inminente destrucción de la ciudad y la caída de la nación debido a su idolatría y corrupción. Jeremías tuvo que pasar por la pena del cepo y la vergüenza que implicaba porque aquellos a quienes había sido envia­ do lo acusaron de ser un falso profeta. Pero su Dios lo vindicaría a su debido tiempo. El nombre de Pasur, posiblemente adoptado por él cuando recibió su posi­ ción como agente pacificador, significa «prosperidad», o «quietud por todas partes». Cuando Jeremías fue liberado le dijo a Pasur que Dios le había cambia­ do el nombre por el de Magor-misabib, «terror por todas partes» (Jer. 20: 3), y profetizó el desastre para él. Profetizó que Pasurvería a todos sus amigos morir en batalla, que Judá, Jerusalén y su templo caerían y serían saqueados, y que todos los judíos principales, incluyéndolo a él, serían llevados cautivos a Babi­ lonia, todo lo cual se cumplió.3 Como podemos ver, no había nada fádl en la misión de los profetas. De­ bían entregar el mensaje de Dios a pesar de que, por lo general, no era lo que la gente quería escuchar, así que muy pocos mostraban disposición para reci­ birlo y frecuentemente era confrontado con desdén, burlas y aún amenazas. Pero antes de juzgar a nuestros hermanos de la antigüedad, examinemos nues­ tra actitud hacia los mensajeros de Dios en la actualidad para que no sea la misma. Podría serlo, aunque más «educada»; pueda ser que no reaccionemos contra el predicador en su misma presencia pero lo hacemos en casa cuando criticamos el sermón. El Dios de Jeremías nos trata hoy con el mismo amor y paciencia con que trató a su pueblo de entonces.
  • 5. 5. El Dios del siervo sufriente • 57 Fuego en los huesos del profeta El mensaje anterior, el que Jeremías le dirigió a Pasur, no era suyo sino que provenía directamente de Dios. Pero el siguiente clamor de Jeremías brota de su experiencia como humano. Se queja de que cada vez que tiene que procla­ mar un mensaje, ese mensaje es un anuncio de violencia y destrucción, no de paz, y entonces exclama: «Cada vez que hablo, es para gritar: "¡Violencia! ¡Violencia!". Por eso la palabra del Señor no deja de ser para mí un oprobio y una burla. Si digo: "No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre", entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más. Escucho a muchos decir con soma: "¡Hay terror por todas partes!" y hasta agregan: "¡Demándenlo! ¡Vamos a denunciarlo!". Aun mis mejores amigos esperan que tropiece. Tam­ bién dicen: "Quizá lo podamos sedudr. Entonces lo venceremos y nos venga­ remos de él"» (Jer. 20: 8-10, NVI). ¡Cuán humano era Jeremías y cuán humanas sus palabras! Una de las nece­ sidades básicas de todo ser humano es la necesidad de aceptación. Idealmente, esta necesidad debe ser satisfecha desde la niñez en el drculo amoroso del hogar, pero todo parece indicar que eso no ocurrió en la experiencia de Jere­ mías. Desde su tierna juventud el fiel cumplimiento de su misión profética le costó el rechazo de sus propios parientes y del pueblo en general. Cuando re­ cordaba la reacción negativa a sus mensajes aun de parte de sus «mejores ami­ gos», sufría e intentaba ceder a fin de poder obtener algo de aceptación, pero no podía hacerlo; el mensaje divino era como un fuego ardiente que coma por la médula de sus huesos, y siempre lo dominaba la fidelidad al cumplimiento de su deber. Es evidente que el gran conflicto cósmico entre el bien y el mal que rugía al exterior de Jeremías, frecuentemente rugía también en su interior. Al parecer, su lucha entre predicar o no predicar su mensaje fue experimentada también por otros personajes bíblicos. Por ejemplo, el profeta Amos se preguntó, «Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová, el Señor, ¿quién no profetizará?» (Amos 3: 8). Y el apóstol Pablo afirmó: «Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciara el evangelio!» (1 Cor. 9: 16). La experiencia de Jeremías nos abre una ventana que nos permite asomar­ nos al corazón de su Dios. Su llamado a los profetas y esa compulsión irresis­ tible, motivada por el Espíritu Santo, a ser fieles a la misión a la que son envia­ dos, revelan el amor del Dios de Jeremías por su pueblo. Nos muestra que Dios quería salvarlos a pesar de la gravedad de sus pecados. Desde que el pecado
  • 6. 58 • El Dios de Jeremías entró en el mundo fue el plan de Dios «salvar a los creyentes por medio de la locura de la predicación» (1 Cor. 1: 21); así que sus hijos descarriados debían oír la predicación para poder creer, invocar al Señor, y ser salvos. Porque, como pregunta Pablo, «¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?» (Rom. 10: 14, 15). Si Dios no impulsa a sus mensajeros y no los mueve con poder al cumpli­ miento de su deber, puede ser que esos mensajeros vivan vidas muy cómodas, pero que su pueblo se pierda. Mas gracias sean dadas a Dios porque «el amor de Cristo nos constriñe ["nos obliga", NVI]» (2 Cor. 5: 14) y porque él, quien es el Jehová del Antiguo Testamento, aún hace entre nosotros la obra que hada en los días de Jeremías. ¡Maldito el día! El Registro Sagrado difiere de los escritos biográficos seculares, los cuales comúnmente «maquillan» a sus héroes o personalidades prindpales, magnifi­ can sus virtudes y ocultan sus yerros y debilidades. La Biblia, en cambio, pre­ senta a sus personajes tal como son. Nos habla de sus fortalezas pero no oculta sus defectos, independientemente de quiénes sean. Esta es una pmeba de su inspiradón; de que Dios es su verdadero Autor y no meramente el ser humano. El Dios de Jeremías es perfedo. Jeremías no lo era; y la Biblia así lo revela. Jeremías 20: 14-18 es uno de esos pasajes en los cuales se presenta el estado mental del profeta con relación a su situación personal. En el pasaje, Jeremías maldice el día en que nació, pide que ese día no sea bendeddo y en su maldi­ ción incluye al hombre que dio a conocer la notida de su nacimiento. Desea haber muerto en el vientre de su madre y lamenta haber sido dado a luz para ver uabajo y dolor y para que sus días terminaran en vergüenza. Estas expresio­ nes nos muesUan que Jeremías no era un superhombre sino un ser humano como cualquiera de nosoUos; que en ocasiones tenía que hacerle frente a la presión de sus emodones y en su fragilidad humana no podía menos que dar­ le expresión a sus sentimientos. Consuela pensar que si este era el caso con un profeta, entonces hay esperanza para nosotros. Podemos notar que las expresiones de Jeremías en el pasaje aludido son muy similares a las proferidas por Job; aunque Job se extiende más que Jere­ mías en sus imprecaciones. Pero hay una diferencia significativa entre los dos. Job ignoraba la verdadera causa de sus padecimientos mientras que Jeremías conocía el origen de los suyos: el llamado ineludible de Dios y la carga de la
  • 7. 5. El Dios del siervo sufriente • 59 misión que le había encomendado. El Dios de Jeremías entendía a su siervo, y al preservarle su oficio, lo honró con la misma confianza con que había honra­ do a Job. El Dios de Jeremías nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos y, sin embargo, nos ama. Cada vez que nos sintamos amedrentados por las fortalezas que observamos en otras personas y confundidos por nues­ tras debilidades, recordemos al Dios de Jeremías. Nos comprende y no nos condena sino que nos acepta como somos y perfecciona su poder en nuestra debilidad (2 Cor. 12: 9). Así que, recordando al siervo sufriente Jeremías, po­ demos decir con Pablo: «Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en insultos, en necesidades, en persecucio­ nes, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (vers. 9, 10). La conspiración contra Jeremías El pueblo dijo: «Venid y preparemos un plan contra Jeremías, porque la instrucción no le faltará al sacerdote ni el consejo al sabio ni la palabra al pro­ feta. Venid calumniémoslo y no atendamos a ninguna de sus palabras» (Jer. 18: 18). Esta conspiración contra Jeremías había de ser ejecutada en dos etapas. La segunda es mencionada primero: el «plan contra Jeremías», que era quitarle la vida. La primera fase, «calumniémoslo», es mencionada al final pero tenía como propósito justificar la primera, mediante una campaña de difamación de su nombre. Que esto era lo que tenían en mente está claramente implícito en lo que los líderes del plan le dicen a la población: que, aunque Jeremías muera, no van a dejar de tener instrucción religiosa, de parte de los sacerdotes, ni van a dejar de recibir consejos, de parte de los sabios, ni tampoco les van a faltar las palabras de los profetas; así que, bien podían prescindir de él. Y así lo entendió Jeremías y lo expresó en su oración al Señor cuando se enteró del plan. Dijo: «Pero tú, Jehová, conoces todo su consejo contra mí para darme muerte. No perdones su maldad ni borres su pecado de delante de tu ros­ tro. ¡Tropiecen ellos delante de ti, y haz así con ellos en el tiempo de tu enojo!» (vers. 23). Nuevamente, la reacción del profeta es muy humana. En sinceridad de corazón reacciona sentidamente al presentarle a su Dios este complot que provenía de gentes que no solo eran sus parientes sino que decían querer reci­ bir «la instrucción del sacerdote» (la enseñanza de la ley), y oír «las palabras de los profetas».
  • 8. 60 • El Dios de Jeremías En casa del alfarero Mediante la señal del alfarero el Dios de Jeremías se había propuesto prepa­ rarlo para que estuviera dispuesto a aceptar su voluntad como suprema, en su propia vida y en la de su pueblo. Le dijo: «Levántate y desciende a casa del al­ farero, y allí te haré oír mis palabras» (vers. 2). La alfarería es una de las artes manuales más antiguas de las tierras bíblicas. En la Escritura se encuentran referencias tanto literales como figuradas al alfa­ rero y sus productos. En la antigüedad, como era el caso en los días de Jeremías, los alfareros vivían en colonias en la parte baja de Jerusalén, en el vecindario de Hebrón y la comarca circunvecina, donde el barro era abundante y donde pro­ bablemente estaban ubicadas las alfarerías reales (1 Crón. 4: 23).4 Obediente al mandato divino, Jeremías se levantó y descendió a casa del alfarero y cuando llegó, encontró que estaba trabajando en el tomo. «Y la vasi­ ja de barro que él hada se echó a perder en sus manos, pero él volvió a hacer otra vasija, según le paredó mejor hacerla» (Jer. 18:4). Partiendo de este hecho accidental, Dios le recuerda a Jeremías que él está en el control, pues tiene el poder no solo sobre la casa de Israel sino también sobre todas las nadones, «para arrancar, derribar y destruir» o «para edificar y para plantar» según estas reacdonen, ya sea persistiendo en la maldad o convirtiéndose de sus malos caminos (vers. 5-11). Luego, el Dios de Jeremías procede a instruirlo con declaradones que no so­ lamente contienen la verdad espiritual de que él es soberano, sino que también incluyen principios que debemos tener en cuenta al interpretar las profecías. La condicionalidad de algunas profecías Un principio básico que ahora, al cierre de este capítulo, consideramos con un poco más de amplitud, es el caráder condidonal de algunas profedas bíbli­ cas. Jeremías 18: 7-12 nos muestra, como otros pasajes de la Biblia, que aunque Dios conoce el futuro y cuáles serán nuestras decisiones, ese conodmiento no las determina; las determina nuestra libre decisión. De otra manera, Dios no le rogaría al pecador que se arrepienta, y cuando le mega que lo haga, Dios adua­ na engañosamente y negaría su propio caráder, lo que no puede ser (2 Tim. 2:13; Tito 1: 2). La omnisapiencia de Dios abarca su conocimiento del pasado, del presente y del futuro, lo cual significa que su omnisapiencia induye su presciencia. En virtud de su presciencia Dios sabe tanto lo que ha de ocurrir como lo que no ocurrirá. Pero la presdencia misma no es determinativa; no es lo que hace que los eventos sucedan o no sucedan, lo cual se deriva más bien de la acdón direc­
  • 9. 5. El Dios del siervo sufriente • 61 ta de su voluntad.5 La presciencia divina no es incompatible con el libre albe­ drío de los seres humanos o con el libre ejercicio de la voluntad de ellos. El hecho de que Dios conozca de antemano el curso de la vida de una persona no es lo que determina la dirección que ella toma, lo cual es determinado por sus decisiones personales y libres. Los socinianos, grupo de creyentes de finales del siglo XVI, negaban la Tri­ nidad y la divinidad esencial de Jesucristo, no podían reconciliar la presciencia divina con la libertad humana, y negaban que los actos libres y voluntarios de los hombres pudieran ser conocidos de antemano por Dios. Muchos lectores de la Biblia hoy, después de cuatrocientos años, tienen la misma dificultad; piensan que el hecho de que Dios conozca anticipadamente las decisiones de los seres humanos, es lo que determina cómo actuarán o quién se salvará y quién no. Pero esto bíblicamente no es así. Por ejemplo, los soldados que en la crucifixión de Cristo echaron suertes sobre sus vestidos, obraron según su voluntad libre. Sin embargo, Dios sabía de antemano que así procederían (Sal. 22:18). Lo mismo ocurre con las demás predicciones relacionadas con el nacimiento, ministerio, pasión, muerte y re­ surrección de Cristo el Mesías. Lo que Dios sabe es cómo cada ser humano ha de utilizar su libertad de elección con respecto a la oferta de salvación que él les hace. Pero Dios no ac­ túa en contra de la voluntad de cada una de sus criaturas a quienes él mismo dotó con la facultad de la libre elección (Deut. 30: 15, 19; Jos. 24: 15; Isa. 65: 12, Jer. 6: 16; Luc. 13: 34). Dios llama a todos a la salvación, pero escoge a quienes libremente deciden aceptar su ofrecimiento (Apoc. 3: 20). Como humanos a menudo obramos con falta de sabiduría y tomamos de­ cisiones equivocadas porque no tenemos acceso a todos los hechos o a toda la información. Si en esos casos hubiéramos sabido todo cuanto podía saberse, hubiéramos actuado de otra manera. Con Dios es diferente. Él tiene acceso a toda la información y conoce todos los hechos, de antemano. Por lo tanto, sus decisiones son absolutamente sabias. Uno puede conocer toda la teoría y no obstante obrar torpe o equivocada­ mente por falta de experiencia. Dios, en cambio, al conocer el fin desde el principio, actúa con sabiduría absoluta. Este hecho debe inspiramos a orar con confianza,6 con la seguridad de que él conoce perfectamente todas las cosas (Mat. 6: 8) y que no nos dará nada que no sea bueno. Él es demasiado sabio para damos todo lo que le pedimos y demasiado bueno para negamos algo que sea para nuestro bien. Otro ejemplo del principio que estamos analizando lo encontramos en las palabras de Dios a Moisés antes de que su sucesor, Josué, introdujera al pueblo de Israel en la tierra prometida:
  • 10. 62 • El Dios de Jeremías «Entonces Jehová dijo a Moisés: "He aquí que vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará para prostituirse tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para vivir en medio de ella. Me dejará e invalidará el pacto que he concertado con él. Pero aquel día se encenderá mi furor contra él, los abando­ naré y esconderé de ellos mi rostro; serán consumidos y vendrán sobre ellos muchos males y angustias [...]; porque yo conozco lo que se proponen de an­ temano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles"» (Deut. 31: 16, 17,21). Aunque Dios sabía de antemano que al entrar en Canaán su pueblo se pros­ tituiría tras los dioses paganos del lugar, es evidente que ese conocimiento no fue lo que hizo que el pueblo se prostituyera; fue el mal uso del libre albedrío de ellos. Dios también le anticipó a Moisés las consecuencias que el pueblo cosecharía por su apostasía. Aesta altura alguien puede hacerse la recurrente pregunta: Si Dios sabía que el ser humano iba a pecar ¿por qué lo creó? Y la respuesta es: por amor. Pregun­ tamos a nosotros mismos lo siguiente nos ayudará a captar un poco mejor el punto. Si nosotros, al traer hijos al mundo, sabemos que esos hijos, primero nos desvelarán, y que al crecer, nos desobedecerán y de muchas maneras nos traerán dolor, por decir lo menos, ¿por qué los procreamos? Y cuando por al­ guna razón no podemos procrear, ¿por qué no nos sentimos más felices sin hijos, sino que estamos dispuestos a hacer e invertir lo que sea necesario para traerlos al mundo, o para adoptarlos? La respuesta es: por amor. De esta mane­ ra, al procrear para amar y compartir lo que somos y tenemos, reflejamos el amor de nuestro Creador. La sabiduría de Dios está estrechamente relacionada con su omnisapiencia y deriva de ella. La sabiduría implica no solamente que Dios sabe todas las cosas sino que él hace un uso correcto de su conocimiento.7 La perfección, el diseño, el orden y la belleza de la creación son evidencias tangibles de la sabi­ duría divina (Sal. 104: 24) así como también lo es el desenvolvimiento de los hechos de la historia en favor del bien final de los hijos de su pueblo, indivi­ dual y colectivamente. Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías • El Dios de Jeremías está siempre dispuesto a perdonar, aun los peores peca­ dos, y listo a revertir la sentencia final de la paga del pecado, la muerte, si nosotros estamos dispuestos a mejorar nuestros caminos (Jer. 18:11; Isa. 1: 18, 19).
  • 11. 5. El Dios del siervo sufriente • 63 • El Dios de Jeremías está dispuesto a proteger y preservar nuestras vidas en cualquier lugar adonde tengamos que ir (Jer. 45: 5). • ¿Estás sufriendo ante amenazas u otras situaciones apremiantes? Te tengo buenas noticias: el Dios de Jeremías puede esconderte (Jer. 36: 26; Sal. 119: 114). • El Dios de Jeremías proporciona fuerzas. Él es fortaleza y refugio en el tiem­ po de la aflicción (Jer. 16: 19; Sal. 18: 1-3). • Él, que prueba a los justos, ve los pensamientos y el corazón de cada uno (Jer. 20: 12). • El Dios de Jeremías quiere estar siempre contigo, y conmigo, como estuvo con él, como un poderoso gigante. Con él a nuestro lado, nuestros enemi­ gos no prevalecerán, serán avergonzados, pues él sabe libramos de la mano de los malignos. ¡Alabado sea su nombre! (vers. 11, 13). Referencias 1. Daniel Scarone, Credos contemporáneos (Medellín: Litografía Icolven, 1991), pp. 29, 30. 2. Ver Diccionario bíblico adventista, «Cepo». 3. Losch, p. 332. 4. NTVCDB, «Pottery, Potter». 5. Lewis Sperry Chafer, Systematic Theohgy, abridged ed. in 2 vols. (Wheaton, Illinois: Víctor Books, 1984), t. 1, p. 142. 6. Millard J. Erickson, Christian Theology, unabridged, one-volume ed. (Grand Rapids, Michigan: Baker, 1990), p. 276. 7. Chafer, t. 1, p. 144.