Como ya anunció Chesterton: “el hombre moderno sólo ensaya o intenta llegar a una conclusión”. Esta conclusión puede ser la resolución de sus utopías, y también de sus distopías. En el ensayo –como afirmaría Adorno- “se compone experimentando con el pensamiento” y, por supuesto, no apunta – o no debe apuntar- a una conclusión cerrada, dirá Luckacs. El primer ensayista, Montaigne, dialoga, como Rodó, con la cultura, especialmente con la clásica y renacentista. Se toma este diálogo como camino de conocimiento que no podrá desposeerse de un obligado escepticismo, al aceptarse que la verdad no es una realidad positiva. Pero, como escribiera Sor Juana Inés de la Cruz, “también es vicio el saber”. El saber -así- se reelabora en bálsamo, en conciencia mítica de una realidad justificada por la tradición.
PINTURA DEL RENACIMIENTO EN ESPAÑA (SIGLO XVI).ppt
Ariel o los paraísos perdidos de José Enrique Rodó
1. Ariel o los paraísos perdidos
de José Enrique Rodó
Como ya anunció Chesterton: “el hombre moderno sólo ensaya o
intenta llegar a una conclusión”. Esta conclusión puede ser la
resolución de sus utopías, y también de sus distopías. En el
ensayo –como afirmaría Adorno- “se compone experimentando
con el pensamiento” y, por supuesto, no apunta – o no debe
apuntar- a una conclusión cerrada, dirá Luckacs. El primer
ensayista, Montaigne, dialoga, como Rodó, con la cultura,
especialmente con la clásica y renacentista. Se toma este diálogo
como camino de conocimiento que no podrá desposeerse de un
obligado escepticismo, al aceptarse que la verdad no es una
realidad positiva. Pero, como escribiera Sor Juana Inés de la Cruz,
“también es vicio el saber”. El saber -así- se reelabora en
bálsamo, en conciencia mítica de una realidad justificada por la
tradición.
José Manuel Martínez Sánchez
¡Oh, qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh, mundo feliz, en el que vive gente así!
La Tempestad, Acto V,
William Shakespeare
2. I
La tradición literaria nos cuenta que Ariel es un espíritu servil del
mago Próspero en La Tempestad de William Shakespeare.
También es un personaje del poema de Pope The Rape Of The
Lock. Y es –además- un demonio de la mitología judeocristiana.
Ariel, nos explica José Enrique Rodó en su obra homónima, es
“genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de
Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu”. Rodó invoca a
Ariel como su numen: su inspiración deificada.
Coincide Rodó con Goethe –así lo afirma el primero- en que “sólo
es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas
día a día para sí”. En que cada generación debe conquistarse así
misma a través del bálsamo de su voluntad perseverante. Invoca
Rodó una juventud nueva, inspirada en los ímpetus pasados: la
Grecia clásica y todos los renacimientos postreros del espíritu
europeo. Para Rodó esa nueva conquista sugiere ‘esperanza’ y
‘entusiasmo’, ‘luz’ y ‘movimiento’: juventud. Considerarse
herederos y seguidores de esa tradición conlleva afirmar una
máxima: “Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita
que lleváis dentro de vosotros mismos”. Una máxima, advertimos,
idealizada. Pero una máxima que encamina a la acción, que busca
3. un efecto a partir de la causa. Una máxima que niega el hastío y el
ocio como efecto y los reafirma como causa –“optimismo
paradójico”- Un <<a partir de>> totalmente legítimo,
esperanzador e necesario.
II
“Dar a sentir lo hermoso es obra de misericordia”, este será uno
de los preceptos a seguir en este nuevo planteamiento donde el
artista adquiere un papel relevante: “En el alma del redentor, del
misionero, del filántropo, debe exigirse también entendimiento de
hermosura, hay necesidad de que colaboren ciertos elementos del
genio del artista”. Hay implícita en esta mirada un anhelo de
perfección. Un anhelo que no sabe introducirse en los principios
democráticos, y que contra ellos no conviene enfrentarse. Así
Rodó nos propone una “aristarquía de la moralidad y la cultura”
inserta en unos principios democráticos de las colectividades
humanas. En oposición a esto se situaría el espíritu mediocre o
espíritu de “americanismo”. Y para luchar contra ello Rodó opone
un europeísmo de raíz grecolatina. En Norteamérica “la
prosperidad es tan grande como su imposibilidad de satisfacer a
una mediana concepción del destino humano.” Sin embargo
queda el reino del pensamiento, algo que “conquistará, palmo a
palmo, por su propia espontaneidad, todo el espacio de que
necesite para afirmar y consolidar su reino, entre las demás
manifestaciones de la vida”.
4. III
Como ya anunció Chesterton: “el hombre moderno sólo ensaya o
intenta llegar a una conclusión”. Esta conclusión puede ser la
resolución de sus utopías, y también de sus distopías. En el
ensayo –como afirmaría Adorno- “se compone experimentando
con el pensamiento” y, por supuesto, no apunta – o no debe
apuntar- a una conclusión cerrada, dirá Luckacs. El primer
ensayista, Montaigne, dialoga, como Rodó, con la cultura,
especialmente con la clásica y renacentista. Se toma este diálogo
como camino de conocimiento que no podrá desposeerse de un
obligado escepticismo, al aceptarse que la verdad no es una
realidad positiva. Pero, como escribiera Sor Juana Inés de la Cruz,
“también es vicio el saber”. El saber -así- se reelabora en
bálsamo, en conciencia mítica de una realidad justificada por la
tradición.
Con Ariel se cierra el pensamiento hispanoamericano del siglo
XIX y se abre el del XX. Se abre como renacimiento, como un
mirar “con nuevos ojos el Universo”, tal como dirá José Martí que
hizo Emerson. Y este nuevo mirar sacude también en el Universo,
de forma paralela, especialmente en Europa: con mucha más
fuerza, incluso, desde el siglo XIX, incluso desde mucho antes.
5. IV
Para Rodó “Grecia es el alma joven” y “el entusiasmo es la
palanca omnipotente”. La fundación de la nueva América debe
cimentarse, según Rodó, en la cultura helenística. Establece una
distinción entre cristianismo primigenio y helenismo arcaico: el
cristianismo de Rodó es evangélico, arcaico, originario. Es el de
la acción bondadosa o “estética de la conducta”. Para él la
democracia –como después afirmó José Saramago- no es el punto
de llegada, sino el punto de partida. La democracia convierte a la
sociedad en algo mediocre: mediocracia. “La concepción
utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo
mediocre, como norma de la proporción social, componen,
íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse,
en Europa, el espíritu de americanismo.”, afirma Rodó en
acuerdo con Bourget. Para Rodó no debería tratar la democracia
de igualar a todos (“igualitarismo”) sino buscar en cada individuo
sus facetas virtuosas para educarlas y desarrollarlas.
Se ha identificado una ley moral que acepta positivamente el
sofisma de la igualdad absoluta. Uno de los dos polos que Rodó
habrá de renegar será, precisamente, el igualitarismo, y el otro, su
polo opuesto, una sociedad de escogidos. Ambas son erróneas. Y
la tercera vía, pues, propuesta como fin positivo, es una
democracia noble y justa, basada en la ya mencionada
“aristarquía”.
6. V
Seguidores de la tradición del arielismo fundada por Rodó
encontramos a dos merecidamente destacables. José Ingenieros y
Pedro Henríquez Ureña. Aunque no cuajó como modelo social sí
lo hizo –y estas dos figuras son un ejemplo de ello- como modelo
cultural, literario y estético.
En el año 1913 Ingenieros publica “El hombre mediocre”. Para
Ingenieros el hombre mediocre es aquel que se define por su
ausencia de características personales. Es decir –de manera
inversamente proporcional- cuanto menos se distinga de la
sociedad más mediocre se es. Para Ingenieros “la personalidad
individual comienza en el preciso punto donde nos diferenciamos
de los demás”. Lo opuesto a la mediocridad es el idealismo: todo
que corta el idealismo tiende a la mediocridad. Para alejarnos de
la mediocridad, de este modo, habremos de tender a la excelencia.
Y el entramado de esta excelencia o idealismo va unido a la
divinidad. Ingenieros pone como ejemplos de esta excelencia a
personajes como Sócrates, Cristo, Giordano Bruno, Helvecio,
Romeo, Werther, etc. En cierta forma es una religión estética de
mártires la que adora Ingenieros. Incidiría Helvecio en el
“entrenamiento del ciudadano”, en una coincidencia del interés
individual y el colectivo. Algo así como pensó el fascismo o el
7. comunismo.
Pero, como dirá Musset, “la juventud no se resignaba”. El ímpetu
idealista crece en la pugna contra la fría mediocridad. El joven
Romeo ama ardorosamente y no le importa el suicidio si con ello
reafirma puramente la idea bella de su amor. El no querer morir
<<ahí>>, en la aceptación del fracaso, o en la propia indiferencia,
vemos modos de la mediocridad. “Vive más el que ha sentido
mejor un ideal”, dirá Ingenieros.
VI
Desde siempre el arte y el pensamiento quieren dar una forma a la
experiencia, como sentenciaría Hegel. Esa forma podrá ser de
carácter social o estético: es decir, dependerá del contenido que
revele y de la manera de interpretarlo. Si creemos ver formas de
contenido social en contenidos puramente estéticos haremos algo
parecido a lo que hizo Don Quijote con los gigantes o fríos
molinos de La Mancha.
La mediocridad –para Ingenieros- llega en el momento en que
perdemos el motor de la búsqueda de un ideal: es así acaso que la
cordura de Don Quijote llegase causada por un cansancio vital
8. (psíquico y físico) propio de la senectud. La madurez –afirma
también Juan Carlos Onetti- simboliza la pérdida del paraíso. El
término de la adolescencia marca el comienzo de la mediocridad
o la decadencia. “La máxima desdicha de un hombre superior es
sobrevivirse así mismo: nivelándose con los demás”, dirá
Ingenieros.
Para Henríquez Ureña el ideal de justicia está antes que el ideal de
cultura. La justicia es anterior, y después, deberá prevalecer el
ideal de cultura. La Justicia se corresponde con la Democracia,
pero como en Rodó, sólo como punto de partida.
Murieron jóvenes los ideales de Romeo o los de la Revolución
Francesa, reservando su cumplimiento divino en esa región de lo
ideal que reserva a la realidad un “como si” (kantiano) realizable,
pero que nos impide actuar en lo individual de la experiencia y
sólo por medio de absolutos categóricos.
Escribió Huxley –autor de otro mundo feliz que se torna infeliz en
su tecnológica realización- en un ensayo llamado Las puertas de
la percepción que “Si las puertas de la percepción fueran
abiertas el hombre percibiría todas las cosas tal como son,
infinitas”. Pero, evidentemente, estas puertas, a pesar de su
flamante apariencia, nunca están completamente abiertas, y todo
corre el peligro de tornarse en “distopía” o lo que es peor, en
9. “utopía inverosímil”.
VII
Muchos filósofos se preguntan –como el Gonzalo de La
Tempestad- qué harían si fueran reyes. Se lo preguntaron Platón
o Moro, Nietzsche o Marx.
Posiblemente los filósofos no se tomaban en serio del todo. Pero a
veces el tiempo presente exige que los tomemos en serio. Con la
suficiente madurez que otorga la experiencia. El hombre, desde
que es hombre, aprende a vivir en la colectividad. El hombre se
hace así mismo desde y con los demás. Pero también desde sí, y
ese es el camino a no evitar para no sucumbir en la mediocridad o
inapetencia de ideales.
El hombre, la “masa” -como lo denominó Canetti y Ortega- se
alza en su decadencia (Spengler) en la decadencia de su tiempo:
en su lugar. Y busca reincorporarse con aires nuevos, con la
conciencia incluso de la tragedia de dar forma a su experiencia
(Simmel): la gran tragedia de la posmodernidad. El obligado mar
al que dieron los ríos las modernas contradicciones: el alma de la
mercancía, la reverencia y mitificación de la imagen: la
10. apariencia.
Las criaturas que soñó Hefesto carecían de “timós”, del aire vital:
de la excelencia o aliento de la inteligencia. El hombre autómata
fracasa en su éxito mundano, la parcela del pensamiento moldea
su tumba. Pero los sistemas se rigen idénticos bajo la sombra,
todavía más sepulcral, del capitalismo. Las formas han alcanzado
su cumbre en la impostura de la consecución de unos ideales. “El
hombre sin atributos” es el sujeto reinante, la pálida sombra que
considera un bien y una necesidad la esclavitud y el
sometimiento: como el joven Jacob Von Gunten que describió
Robert Walser en la sofisticada escuela Benjamenta.
El nuevo mundo de ahora, entonces, ¿debe ser el viejo mundo de
antes? ¿O la posibilidad de la utopía no está rota del todo en
términos de cumplimientos de nuevos ideales? ¿Puede renacer lo
no nacido? ¿Aquella reminiscencia platónica que todavía nos
pertenece? ¿Puede la utopía superar su discurso, individualizarse?
"Revista Ves Arte", 2009. ISSN: 1889-7282