En ese cuadro que se representaba en la mente del apóstol Pablo: Ve a nuestro Señor Jesucristo desfilando triunfante por todo el mundo, y él se ve a sí mismo en la comitiva victoriosa. Es un triunfo que Pablo estaba seguro de que nada ni nadie podía detener, y es que eso es maravilloso, cuando estamos ligados a Cristo Jesús, es imposible perder.
Santa Luisa de Marillac nos muestra: Los escollos a evitar
Entrada triunfal
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ENTRADA TRIUNFAL
Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de
nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a
éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas
cosas, ¿quién es suficiente?
(2 Corintios 2:14-16 RV1960)
14 Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de
nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. (2 Cor. 2:14)
El apóstol nos presenta aquí una escena simbólica, que es dramática y grandiosa al mismo
tiempo, él está indicando que la predicación del evangelio es como una entrada triunfal, ¡y cuán
grandioso es esto!
Cuando uno de los emperadores romanos o alguno de sus grandes generales salía a la guerra
más allá de sus fronteras, ya fuese a algún país de Europa, el Lejano Oriente o en África, el
máximo honor que se le podía otorgar a un general romano victorioso era un triunfo, sin
embargo; para que se le concediera tenía que cumplir ciertas condiciones:
1. Haber sido el comandante general del ejército.
2. La campaña tenía que haberse terminado completamente,
3. La región pacificada,
4. Regresar la tropa victoriosa a Roma.
5. Haber caído en combate al menos cinco mil enemigos.
6. Haber conquistado un nuevo territorio, y no solamente resistido o repelido algún ataque.
7. Y la victoria tenía que haberse ganado contra un enemigo extranjero, no en una guerra
civil.
En un triunfo, el desfile del general victorioso marchaba por las calles de Roma hasta el
Capitolio. Primero iban los oficiales del estado y el senado; luego, la banda de trompetas;
después, el botín que se había tomado a la tierra conquistada. (Por ejemplo, cuando el general
Tito conquistó Jerusalén, el candelabro de los siete brazos, la mesa de oro de los panes de la
proposición, y las trompetas de oro se llevaron por las calles de Roma). Después venían
cuadros pintados de la tierra conquistada y modelos de las ciudadelas y barcos. Luego iba el
toro blanco para el sacrificio que se había de ofrecer. Además del ejército victorioso y los ya
mencionados, había dos grupos más. Primero, estaban los reyes o jefes que voluntariamente se
habían rendido a las fuerzas romanas; a este grupo se le había perdonado la vida y ellos
marchaban libres delante del carro del vencedor para luego volver a sus patrias, muchas veces
para asumir su puesto anterior, pero al servicio del imperio romano. El otro grupo era el que
había resistido; los de este grupo caminaban detrás del carro, cargados de cadenas porque
estaban sentenciados a morir, después venía el general en persona, en una carroza tirada por
cuatro corceles, vestido de una túnica de púrpura bordada en oro con hojas de palma sobre la
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que llevaba una toga purpúrea decorada con estrellas de oro. Llevaba en la mano un cetro de
marfil coronado con el águila romana, y un esclavo sostendría sobre su cabeza la corona de
Júpiter. Detrás de él marchaba toda su familia; y por último, todo su ejército con sus
condecoraciones, gritando ¡lo triunfe!, su grito de victoria. Cuando un desfile avanzaba por las
calles, todas decoradas y engalanadas, entre la multitud que aclamaba, aquello suponía un día
tan singular que tal vez no se repitiera en toda una generación. Se dice que a veces la entrada
triunfal comenzaba en horas de la mañana y continuaba hasta entrada la noche; y en otras
ocasiones comenzaba en horas de la tarde, para durar durante toda la noche.
Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús. En ese cuadro que
se representaba en la mente del apóstol Pablo: Ve a nuestro Señor Jesucristo desfilando
triunfante por todo el mundo, y él se ve a sí mismo en la comitiva victoriosa. Es un triunfo que
Pablo estaba seguro de que nada ni nadie podía detener, y es que eso es maravilloso, cuando
estamos ligados a Cristo Jesús, es imposible perder.
Y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Aquí se refiere
a ese suave aroma que se desprendía del incienso que era quemado, el apóstol nos dice que en
todo lugar al que iba triunfaba. Pero, un momento Pablo, sabemos que has tenido un éxito
maravilloso en Éfeso, pero no te fue muy bien en Atenas. ¿Piensas que has triunfado en ambos
lugares? Y Pablo nos responde, ¡claro que sí¡:
a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros
manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Pero; ¿Cómo es posible hablar de triunfo
cuando no hubo muchos, quizás ninguno que se hubiera vuelto a Cristo? ¿Estás obteniendo
victoria allí? Y Pablo dice: “Por supuesto, que sí”, Así como el ser llevado en triunfo por el
hombre es la suerte más miserable, así el ser llevado por Dios es la más gloriosa que podrá
tocarle a uno. [Trench.] Los únicos triunfos verdaderos nuestros son los triunfos de Dios en
nosotros. Las únicas victorias verdaderas nuestras vienen cuando somos derrotados por él.
[Alford]. Así como el triunfo se comunica al ojo, así el olor a las narices; de modo que todos
los sentidos sienten el poder del evangelio de Cristo.
15 Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, . . . (2 Cor. 2:15a)
¿Pablo está diciendo que nosotros somos un grato olor? ¡Por supuesto que sí! La entrada triunfal
llevaba gente al frente que iban a ser liberados; luego, en la parte posterior, iban los que serían
ejecutados. Todo esto forma la entrada triunfal. Y, ¿cómo puede ser esto?:
15 Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden;
. . . (2 Cor. 2:15). Los que se pierden – es decir, los que serán juzgados – forman parte también
de la entrada triunfal. Luego, continúa:
16 a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y
para estas cosas, ¿quién es suficiente? (2 Cor. 2:16) Él está diciendo: Y para estas cosas,
¿quién es suficiente? Él no lo dice aquí, sino que se siente abrumado por ello. El privilegio
más grande que tenemos en este tiempo y lugar, es que el mundo nos escucha, este es el tiempo
oportuno para predicar la Palabra de Dios, tenemos a nuestro alcance muchas maneras para
hacerlo, una de ellas es aprovechar las redes sociales, el Internet, la radio, etc. No hay nada que
pueda superar eso. No tengo ninguna duda que Dios nos ha abierto esa puerta (“y he aquí, he
puesto frente a ti una puerta abierta (la cual nadie puede cerrar)” (Léa Apo. 3:8), no es