uno a las cuevas, otros al parlamento y otros a la carretera
1. Unos a las cuevas, otros al Parlamento y otros a la
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COMIENDO TIERRA
JUAN CARLOS MONEDERO
18 DE JUNIO DE 2023
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Si propugnamos la fraternidad, ¿por qué nos la pasamos
peleándonos entre nosotros?
Si participar activamente en un partido transformador es formar
parte de una aventura guiada por la fraternidad, ¿por qué la
historia de la militancia de izquierda es una historia siempre
trufada de confrontaciones, odios, escaramuzas e incluso
horrores? No debiera extrañar en la derecha (en España hemos
visto cómo incluso han tirado de pistola para solventar cuitas y
quién sabe si Pablo Casado no hubiera terminado, como tanto
testigo de la corrupción, no pudiendo ser testigo de nada si hubiera
perseverado en sus críticas). Pero en la izquierda, ¿no se trata de
dejar el mundo mejor que como lo hemos encontrado? ¿Y de
verdad que alguien cree que se mejora empeorándolo en ninguna
forma, aunque sea purgando a tu compañero?
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Decía la expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner que el
mejor lugar para un joven es "estar militando en una organización
política".
Uno imagina la juventud como ese lugar de entrega y generosidad y
entiende la bondad de esa propuesta. Hay una mística de lo colectivo que
solo se aprende conviviendo juntos y juntas en organizaciones cuyos
objetivos son más grandes que el egoísmo individualista. La organización
de la clase obrera coincidió con tiempo de guerras.
Militante viene de militans, el que se prepara para la guerra. Como
expresión de quien se adhiere a una organización y sus fines -políticos,
culturales, teatrales, poéticos, feministas, ecologistas- es una palabra
mejorable. Pero no tenemos, de momento, otra.
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Pero no todo es tan sencillo. Cuando uno escucha a los vástagos del
Partido Popular ofreciendo, ya desde jovencitos, prebendas a los suyos -
recientemente copas y chupitos gratis en las discotecas para los que
tengan el carnet del PP, como ha defendido el secretario general de las
Nuevas Generaciones-, quizá habría que añadir que la virtud estaría en
militar en sitios donde la generosidad y el altruismo sean el objetivo, y no
en cualquier tipo de organización.
Los cachorros del PP podrían habernos sorprendido con propuestas para
frenar, pongamos que el calentamiento global o la vivienda juvenil.
Pero no: si eres del PP, en las discotecas todo será un poco más fácil.
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Pasarte la juventud en el Ku Klux Kan, en los Legionarios de
Cristo, en un partido de extrema derecha, en una
organización terraplanista o en la mafia, lejos de producir
conexiones neuronales pertinentes para una vida respetuosa
con los demás imagino que debe generar cortocircuitos e
incluso lesiones que se manifiestan después en las probadas
inhabilidades incluso para escribir unos pocos objetivos
políticos en una hoja de papel.
A las diferencias entre un conservador y un neoliberal hay
que ir añadiendo la inteligencia.
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No descarto que ofrecer copas gratis en las discotecas
tenga más éxito entre algunos jóvenes que un bono
cultural para ver cine o teatro, aunque estoy convencido
de que esos mismos jóvenes, cuando entren en la treintena
y vean las consecuencias de las políticas de "libertad contra
comunismo", pedirán cuentas a alguien.
Llegado el caso, seguro que la derecha intentará que el
cadáver del Cid redivivo, expresado en alguna presentadora
televisiva, le eche la culpa a la izquierda para que los
responsables se vayan de rositas.
No va a ser fácil engañar a tantos tanto tiempo, pero si la
izquierda no alegra esa cara -sin caer en la sonrisa hueca-
le van a comer otra vez el bocadillo.
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¿Qué no cuenta la ciencia política de los partidos políticos?
Es un hecho que la teoría de partidos políticos rara vez incorpora en
sus análisis las luchas internas fratricidas, algo que forma parte del
día a día de estas organizaciones y que, junto a la funcionarización,
al tiempo que expulsa a los militantes con el estómago más
delicado, contribuye a la desafección de la ciudadanía respecto de
los partidos.
Esas luchas, a veces motivadas por cuestiones ideológicas, por lo
común están atravesadas por desencuentros personales (que
pueden implicar lecturas diferentes de lo que hay que hacer, pero,
por lo general, nada que no se pudiera solventar hablando). Aún
menos estudia la academia los intereses mezquinos, los puñales,
las filtraciones y mentiras de por medio, que florecen,
especialmente en tiempos electorales, cuando los cuadros en busca
de un cargo compiten con otros compañeros de filas por recursos
que, por definición, son escasos.
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Los politólogos, cada vez más prescindibles, suelen preferir contar
votos -con rigor, esto es, sin la portentosa imaginación interesada
de José Félix Tezanos, el director del Centro de Investigaciones
Sociológicas-, y no terminan de entrar en las cocinas partidistas ni
en asuntos de ideas y modelos de democracia. No vaya a colárseles
la ideología y no prosperen en la academia. He escuchado a
profesores decir que palabras como "neoliberalismo" o
"capitalismo" son ideológicas, pretendiendo que "libre comercio"
o "economía de mercado" no lo son.
Muy al contrario, la historia de los partidos políticos y, con más
frecuencia, las biografías (y autobiografías) políticas, dedican
buena parte de sus páginas a arreglar cuentas con los propios, en
una historia de divergencias que termina en alguna suerte de
guerra civil, purgas, expulsiones, difamaciones, abandonos y
traiciones. Por supuesto, las autobiografías siempre mienten o, en
el mejor de los casos, exageran y silencian.
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Parece que la izquierda se pelea más que la derecha, pero no me
atrevería a decir que eso sea cierto.
Las terribles purgas de Stalin no tienen nada que envidiar a la
noche de los cuchillos largos (1934), donde Hitler no solo asesinó
al ala izquierda del nacional-socialismo, sino que también asesinó a
los conservadores que le veían como un advenedizo. Aznar purgó
bien y bien purgó Rajoy. Purgó, en consecuencia, Pablo Casado
antes de ser él mismo purgado (quién se acuerda de Soraya Sáenz
de Santamaría). Lo que hace mejor la derecha es solventar sus
asuntos de manera más discreta, pues cuenta con la amable
cortesía de los medios de comunicación, de los servicios de
inteligencia, de comisarios corruptos y de jueces.
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Es conocida la sentencia atribuida al expresidente italiano Gulio
Andreotti, de que "Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios,
enemigos, enemigos mortales y... compañeros de partido". Tampoco es
tan extraño. Con los adversarios políticos del campo contrario se choca en
las elecciones, en el Parlamento -con reglas tasadas- y en los debates,
además de que su existencia justifica la propia. Sin embargo, con los
propios, con los que se milita, se confronta tantas veces como se va a las
reuniones, son los que te conocen y te hacen más daño personal, los que
envidias y quienes te envidian, los que tienen los mismos argumentos
generales y similares lecturas. Son con quienes disputas los puestos
internos y los externos, y nunca odias tanto al candidato de otro partido
que te ha derrotado en las elecciones como al compañero que te ha
"robado" la candidatura a la Presidencia del país. A menudo, además,
fueron en algún momento amigos (e incluso amantes), lo que acentúa la
condición de "traición" con la que miras a tu compañero de militancia o de
espectro ideológico.
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El que gana, dirige; el que pierde, acompaña
Esas desavenencias solo las solventa la auctoritas del liderazgo máximo.
Por eso, cuando la pugna es en lo más alto, suele desembocar en que el
perdedor termina marchándose. Salvo que haya inteligencia política y, a
fuerza de desperdiciar recursos con esas salidas, se busquen fórmulas para
evitar las deserciones. El peronismo lo tiene muy claro cuando afirma que
"el que gana dirige, el que pierde acompaña".
En México se venía discutiendo ese comportamiento implacable de los
ganadores, que hacía que los que disputaban el puesto a presidente y
perdían terminaban teniendo que cambiar de partido. La idea de que "el
que gana no lo gana todo y el que pierde no lo pierde todo" la ha
aplicado el presidente López Obrador en la suerte de primarias para su
sucesión que tendrán lugar en agosto (en México no hay reelección),
garantizando ya a los que queden segundos, terceros y cuartos espacios
de dirección en el congreso, en el senado y en el gabinete. En vez de
desperdiciar liderazgos, incorporarlos.
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En España, Podemos lo intentó (para romper lo que había pasado en el PP
con Soraya Sáenz de Santamaría y en el PSOE con Eduardo Madina)
encargándole a Íñigo Errejón, el perdedor de Vistalegre II, que fuera el
cabeza de lista a la Comunidad de Madrid por la franja morada. Pero el líder
de Más País, mal lector del peronismo, decidió en secreto organizar su propio
partido, anunciándolo la víspera para que Podemos no tuviera tiempo de
organizar una alternativa.
Ese desencuentro persigue a Podemos, a Más País, a Más Madrid y a Sumar
hasta hoy, con resultados inciertos de cara a las elecciones del 23J. Las heridas
se curan o se gangrenan; raramente se olvidan. Los desencuentros airados
dentro de los partidos tienen casi siempre que ver con expectativas frustradas.
Esas expectativas pueden tener razones ideológicas o desencuentros en la
táctica y la estrategia, pero con mucha frecuencia tienen que ver con la
disputa por cargos de dirección en el partido, igual que con cargos
institucionales y con trabajos (remunerados) vinculados a la actividad del
partido. A través de estos asuntos materiales o ideológicos es por donde las
élites aprovechan para fraccionar a la izquierda, aislando a los menos
dispuestos a rebajar su crítica, confundiendo a los idealistas (a veces
haciéndoles romper "por la izquierda" alimentando su diferencia), comprando
a los oportunistas y negociando con los "realistas".
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Algo que no gestiona bien la izquierda, y es notable en los nuevos
partidos, son las relaciones humanas. Los partidos más asentados
tienen protocolos claros, no argumentan sobre comportamientos
morales o supuestas coherencias ideológicas (que es por donde se
enmascara el autoritarismo o, cuando menos, la soberbia). Hay
protocolos bien definidos y probados en el tiempo y que se aplican,
así como órganos que deliberan, discuten, se reúnen y votan. El
acoso a las fuerzas de la izquierda por parte de las élites suele tener
una victoria encubierta: convertir a esos partidos en fuerzas
obsesionadas por los enemigos exteriores e interiores, lo que les
lleva a cometer terribles horrores e, incluso, como en una profecía
autocumplida, dando la razón a los que te acosan. La convivencia
humana no es sencilla. Que se lo digan a una comunidad de vecinos
o al matrimonio. Los partidos son un horror... con la excepción de
cualquier alternativa política personalista. Y son aún peor cuando
en vez de muchos hay solo uno.
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De frentes amplios y partidos-movimiento: Sumar y Podemos
• En el siglo XXI, es prácticamente imposible que ninguna fuerza de
izquierda represente en solitario a una sociedad donde casi todo el mundo
tiene criterio, aunque equivocado, sobre muchísimas cosas. Contrasta el
desinterés por las cosas colectivas con la cantidad de "certezas" o
"intuiciones" que tiene mucha gente sobre la marcha de su sociedad (y ahí
caben los bien informados como los terraplanistas, conspiranoicos,
científicos convencidos de que nos fumigan, filósofos enamorados de sí
mismos, testigos de las armas de destrucción masiva o probos
ciudadanos que conocen a un inmigrante que cobra el bono social y tiene
un Porsche. O dos.).
Los partidos, que en la segunda mitad del siglo XX ayudaron a articular la
voluntad colectiva, tienen que volver a ayudar a conformarla. En su
pluralidad. En competencia con los medios de comunicación y las redes
sociales. Instrumentos de intermediación que, junto con los propios
errores de la izquierda, han llenado Europa de frustrados, egoístas,
atemorizados, negacionistas de evidencias y odiadores envidiosos.
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No creo que nadie aprenda hoy de la experiencia del fracaso de la
izquierda. Nadie escarmienta en cabeza ajena. Aunque, a veces, brilla un
rayo de luz. Es de una generosidad enorme que la dirección de Podemos,
en un momento de posible involución política en España, en vez de
mandar a Sumar a paseo (argumentos tenía), haya decidido, entre otras
cosas, asumir el veto a parte de sus principales cuadros, aceptar puestos
de salida que pueden perfectamente no serlo y desaparecer
prácticamente de Andalucía, Catalunya, Madrid y Comunidad Valenciana
(donde otras fuerzas, además, se presentan con sus propias siglas). No es
nada fácil para una fuerza de izquierda justificar que, cuando la caverna
ataca a sus líderes políticos, la opción es retirarles el apoyo, aun más en
el fragor de las redes celebrando "la derrota" o con los miembros de la
"izquierda ganadora"-o sus periodistas estrella- jugando a humillar. No ha
debido ser nada fácil para la dirección de Podemos permitir que partidos
que, a día de hoy, tienen un solo diputado estén en la lista de Madrid por
delante de la secretaria general de Podemos, que ha tenido, como
Unidas Podemos, 35 diputados en la anterior legislatura.
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La alternativa podía estar llena de dignidad, pero demasiada gente no la
habría entendido. Al menos ahora. Esa generosidad le permite a
Podemos, y en concreto a Ione Belarra e Irene Montero, intentar la
reconstrucción de la franja morada después de las elecciones del 23 de
julio.
La izquierda se la juega en los diagnósticos. Ojalá la academia brindara una
mirada no ideológica que fuera respetada por la sociedad. Aunque, como
digo, cuando vemos a filósofos que en vez de amar la verdad se aman a sí
mismos y sus cacofonías, a politólogos que siguen defendiendo el
bipartidismo, a economistas que, pese a fallar en el 100% de sus
predicciones, siguen cobrando por jugar a adivinos o a sociólogos
alquilándose para que las encuestas digan lo que interesa a sus pagadores,
la esperanza se diluye.
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El momento más luminoso de Podemos fue cuando había
diferentes opiniones en su seno y, tras debatirse todos los puntos
de vista, salía como consenso la síntesis más virtuosa.
Cuando termine la campaña electoral, donde Podemos tiene que
darlo todo apoyando a Sumar y a Yolanda Díaz, deberá empezar a
dedicarle tiempo a organizarse como partido-movimiento.
No repetir el error de juntar cuadros institucionales y cuadros del
partido, ganarse, a fuerza de argumentar y debatir, que las ideas del
partido sean las que expone la dirigencia y no las que vengan de
fuera, recorrer todo el país pueblo a pueblo, escuchar a los círculos
como la parte más democrática de la organización, interceder en las
disputas en los territorios sin expulsar a nadie, aprender a desterrar
la soberbia y a decir "me he equivocado".
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Movimiento Sumar, aunque quiera constituirse en partido, no va a
poder ir más allá de ser una coalición electoral (el frente amplio que
venimos defendiendo). A día de hoy no tiene ni cuadros ni liderazgos
ni estructura ni cohesión ideológica. Las partes territoriales de Sumar
han demostrado, además, que su principal interés está precisamente
en los territorios. Si ayuda a lograr repetir los 35 diputados de Unidas
Podemos, bienvenido sea.
Pero Podemos, la fuerza que nació de las calles y mejor representó
aquella indignación tiene que recuperar la frescura que ha perdido
habitando las instituciones. Porque no es verdad que el ciclo de
impugnación se haya acabado: lo que pasa es que lo está reclamando
la extrema derecha. Vamos a tener, con cierta urgencia, que volver a
mandar a las cuevas a los neandertales de la derecha y de la extrema
derecha. Que se creen con derecho a decir estupideces y a contarnos
que tienen derecho a decirlas. Y recordarle al PSOE que con miedos,
te devoran. Toca ahora ganar las elecciones y seguir luego trabajando
de otra manera, con una previa crítica que atraviese a toda la
formación, pero con la misma determinación.