1. Felicidad
Decir siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad es lo
que muchos psicólogos llaman el ‘sincericidio’. Existe información que
hay que compartir y otra que es mejor mantenerla en privado en aras de
la paz y la prevención de problemas.
La psicóloga Marisol Delgado, especialista en psicoterapia por la
European Federation of Psychologists Associations (EFPA) y con
consulta en Avilés, opina que “comerse demasiado la cabeza, lo que
llamamos rumiar o pensamiento circular, que no llega nunca a ninguna
conclusión, es una tarea bastante inútil. Pero lo que es todavía peor es
compartir eso con los demás, ya sean los amigos cercanos o la pareja,
porque nos resta credibilidad, nos aísla –a nadie le gusta estar al lado de
una persona así– y nos hace poco apetecibles socialmente. Está bien
compartir lo que sentimos y pensamos con otros, pero cuando esto se
hace de manera ininterrumpida se convierte en una tortura. La modalidad
más tóxica, la queja, es aún peor y los primeros perjudicados somos
nosotros mismos, empeñados en agrandar y hacerle un altar a lo
negativo de la vida”.
Las emociones positivas ensanchan y cimientan los repertorios
psicológicos, sociales y conductuales de las personas. Aunque las
emociones, tanto negativas como positivas, desempeñan papeles
importantes en nuestras vidas, tienen funciones diferentes. Las emociones
positivas están relacionadas con la capacidad de recuperación ante la
adversidad. El pensamiento positivo implica un replanteamiento positivo,
así como las actitudes positivas pueden motivarnos a participar en una
acción constructiva. Cuando las personas piensan que les ocurrirán cosas
buenas, son más propensas a esforzarse porque sienten que lo que hagan
marcará la diferencia en el logro de un buen resultado. El pensamiento
positivo proporciona bienestar y satisfacción con la vida. La buena vida es
feliz, saludable, productiva y con significado, implica más que la ausencia
de enfermedad, trastornos y problemas.