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LA EDUCACIÓN A LA LUZ DE LA FILOSOFÍA Y EL
                    HUMANISMO

                      Por Lácides Martínez Ávila

La educación ha sido, desde los tiempos antiguos, materia de
especial preocupación de los filósofos y humanistas en general.
Muy conocida es aquella frase de Pitágoras que dice: “Educad a los
niños y no será necesario castigar a los hombres”.

Especialmente a partir de Sócrates y de los sofistas, tiene lugar un
mayor interés filosófico por la educación. Sócrates afirmó: “Todo
cuanto suceda en la casa paterna se desenvolverá de acuerdo con
la educación de los hijos”. Los distintos discípulos de Sócrates se
refirieron en sus discursos, de una u otra forma, al tema de la
educación. Así, por ejemplo, Critón dijo: “Hijos: o no tenerlos, o
esforzarse en criarlos y educarlos”. Jenofonte aseveró: “A la
educación se deben las buenas costumbres, y puede ser tal su
influjo que éstas sean, por demás, las leyes en lo sucesivo”. El
cínico Crates de Tebas expresó: “¡Oh hombres! ¡adónde os
precipitáis afanados para acumular riquezas, al mismo tiempo que
descuidáis la educación de vuestros hijos, a quienes debéis
dejárselas!”. Y así, sucesivamente, los distintos filósofos de la
antigüedad solieron expresar ideas y conceptos sobre la educación.

Pero, por sobre todo, Platón dedicó considerable parte de su
quehacer filosófico a la educación, llegando a concebir todo un
sistema de la misma. En la “República” expone su teoría acerca de
qué tipo de educación debe recibir el hombre en determinada etapa
de su vida, y concluye que sólo aquellos que hayan logrado coronar
la última etapa --la dialéctica--, podrían consagrarse a la educación
de la juventud cuando cumplan los cincuenta años de edad. Tal era
la importancia que el célebre pensador ateniense daba a la labor
educativa.

Desde un comienzo los filósofos concibieron la educación como un
medio de hacer sabios a los hombres, entendiendo por sabio el
hombre virtuoso. Así, el fin de la educación sería, como lo dijera el
mismo Platón, el de proporcionar al cuerpo y al alma toda la
perfección de que son susceptibles. Pero, principalmente, la
educación tendría un fin espiritual, ya que sólo la educación del
espíritu haría hombres sabios.
El propio Platón, sin embargo, en las “Leyes”, imprime un matiz
político al fin de la educación y considera que éste debe ser el de la
formación moral de la persona dentro de las normas estatales y que
la educación de los hijos debe darse bajo la inspección del Estado.

Ya en la época helenístico-romana, la educación posee, en
términos generales, un carácter político, y su finalidad será la de
formar buenos ciudadanos, servidores del Estado. “¿Cómo
podemos beneficiar a nuestra patria que instruyendo y dirigiendo
virtuosamente a nuestra juventud?”, escribe Cicerón.

Puede decirse que por esta vía –la política-- la educación entró al
campo del pragmatismo y del utilitarismo, saliéndose de su
originaria función espiritual, purificadora, catártica, pues de todos es
sabido que el dominio y los intereses políticos son asaz variables y
relativos: cada sistema político suele acomodar la educación a sus
propios intereses y conveniencias.

Con el advenimiento, en los tiempos modernos, de la ciencia
positiva y de la consiguiente y cada vez mayor industrialización de
la sociedad, se acentuó aún más el carácter pragmático y utilitarista
de la educación. A partir de entonces, se ha hecho consistir el
objetivo esencial de la educación en el formar hacedores de
cosas, fabricadores de objetos materiales para el consumo o uso
humano. En otras palabras, se ha fijado el fin de la educación en el
trabajo. Se educa para enseñar a trabajar. En esto consiste, por
ejemplo, la llamada educación comunista: en hacer comprender al
individuo “el alto significado social del trabajo y que tenga
conciencia de su deber ante el pueblo”. He aquí un punto de
coincidencia entre el comunismo y el capitalismo: el tener la
educación como un método para producir técnicos y trabajadores.
En Colombia, esta tendencia ha encontrado eco desde hace
muchos años. Pero ha sido en los últimos tiempos cuando ha
tomado más cuerpo dentro de las políticas educativas oficiales.
Actualmente lo que predomina en los programas curriculares es el
objetivo de producir trabajadores, más que hombres de
pensamiento u hombres de bien, en el sentido ético y espiritual de
esta expresión. Dicho de otro modo, nuestro sistema educativo, hoy
por hoy, está orientado más a la capacitación profesional que a la
formación humanística. Se matiza este hecho con la consigna de
una “formación integral” que supuestamente cobija todos los
aspectos del ser o de la personalidad del alumno. Pero, en realidad,
lo que prevalece es una enseñanza de la capacitación técnica,
manual y hasta política, para habérselas con el medio material
circundante. Lo que se da, en realidad, es más bien, como lo dijera
alguien, un amaestramiento, en vez de una verdadera educación,
en el sentido auténtico y genuino de la palabra, esto es, una
educación que conduzca al individuo a su superación espiritual y al
afianzamiento de los más altos valores éticos y espirituales.

A mediados de 1994, se celebró en Cartagena una reunión de
ministros de educación americanos, y, entre los criterios generales
que allí se precisaron para la “modernización de los sistemas
educativos en América Latina”, está el de “desarrollar en toda la
población una mayor cultura científico-tecnológica, sustentada en
una actitud inquisitiva e indagatoria en el análisis y la resolución de
los problemas, con una dimensión participativa y pluralista en la
construcción del conocimiento y comprometida con el trabajo común
y con la necesidad de aportar para la transformación de la
sociedad”. Y, asimismo, se señaló como necesitad de la educación
superior: “impulsar en las instituciones universitarias una mayor
capacidad de producir ciencia y tecnología, que complemente el rol
de formación de profesionales”.

Esto nos demuestra el interés pragmático y utilitarista del Estado en
materia educativa, interés que, como ya se dijo, no es nuevo, sino
que ha predominado a lo largo del presente siglo. Ya en los
comienzos de éste, el caudillo político Rafael Uribe Uribe
aconsejaba a los redactores de la revista “Albores” de Manizales
(quienes le habían solicitado les colaborara con sus escritos) que
dejaran la revista, que dejaran la literatura y que se dedicaran a otro
oficio, y agregaba que, si los creyera más serios y más hombres de
aventura, les propondría que trabajasen en la resolución de
problemas industriales.
Tal parece ser también, hoy en día, la consigna de quienes
preparan e implantan los modelos educativos en el país, desde el
nivel primario hasta el nivel superior. No se trata de otra cosa que
de lo que podríamos llamar la deshumanización de la educación,
pues se pretende llevar ésta únicamente al campo de lo
tecnocientífico, olvidando que, si bien la ciencia y la técnica son
importantes –nadie lo niega--, tanto o más lo son las humanidades,
cuyo objeto fundamental es la esencia misma del hombre (como
“libertad que se piensa y que se hace”).
El humanista Eduardo Santa ve en esta tendencia, refiriéndola a la
educación superior, una finalidad política, que radica en hacer del
profesional un mero productor de bienes y servicios, completamente
deshumanizado y sin capacidad crítica, una especie de robot
adiestrado para servir sumisamente a los patrones establecidos.
“Deshumanizar la universidad, producir profesiona- les sin
conciencia, parece ser la consigna de los ‘nuevos bárbaros’ del
mundo tecnológico”.

Por su parte, el filósofo Danilo Cruz Vélez ha descrito la técnica
moderna como “una fuerza avasalladora” que, surgida del seno de
las ciencias exactas, ha invadido todos los ámbitos de la realidad:
no sólo la naturaleza inorgánica, sino también la vida orgánica, la
vida social, la vida anímica y aun la vida espiritual. Y hace fundadas
advertencias acerca de los diversos peligros a que esto puede
conducir a la humanidad. Entre los efectos más graves del imperio
de la técnica, según este pensador colombiano, tenemos el
empobrecimiento cognoscitivo del hombre y hasta de su propio ser:
“La ciencia en que se funda la técnica moderna –dice-- reduce lo
real a un sistema de magnitudes espaciales y temporales que dejan
por fuera las cualidades no cuantificables. Por lo demás, al
conocimiento que está al servicio de la técnica no le interesa el ser
de las cosas, sino cómo funcionan. El ser mismo del hombre
también se recorta y empobrece. Al desarrollarse en él,
predominantemente, su aptitud para la planeación y el cálculo y sus
habilidades manuales, tal como lo exige la técnica, su vida interior,
su actividad emocional, su fantasía creadora de mitos y su impulso
metafísico, se atrofian”.

Cómo el propósito del presente texto no es el de rechazar la
técnica, ni negar la serie de comodidades debidas a ella, fuerza es
aclarar que una educación auténtica no se opone, de ninguna
manera, a la enseñanza tecnocientífica, antes bien, la exige y la
promueve. Pero eso sí, jamás de los jamases la pondrá por encima
de la formación humanística y espiritual. Por el contrario, la
supeditará siempre a ésta.

Por tal razón, conceptuamos que un verdadero y deseable sistema
educativo en Colombia, sería aquel que destinase los nueve años
de la enseñanza básica primordialmente a inculcar y cimentar en el
menor valores éticos y humanísticos, haciendo mayor énfasis en los
deberes que en los derechos, a la inversa de lo que se hace
actualmente, cuando todo parece indicar que estamos viviendo la
cultura de los derechos (derechos del niño, derechos de la mujer,
derechos por aquí, derechos por allá, derechos y más derechos),
mientras que nadie parece ya acordarse de los deberes.
Justamente, durante el ciclo de educación básica, debería
hacérsele ver al niño que es mil veces preferible ser esclavo de los
deberes que de los derechos.

El hecho de que el ciclo de educación básica sea dedicado
fundamentalmente a la formación ético-humanística, no significa
que durante el mismo se deban desechar u omitir los demás tópicos
del saber. ¡De ninguna manera! Se le deberá suministrar al
estudiante una topografía general de las diversas áreas del
conocimiento, pero el eje del proceso educativo deberá ser, en esta
etapa, la formación humanística, ética y espiritual. Y ya en el ciclo
de la educación superior deberá, entonces sí, enseñarse –como
actualmente se hace--, las disciplinas especializadas, sean del
orden tecnocientífico o de cualquier otro orden, pero sin dejar de
lado, en modo alguno y bajo ningún pretexto, la formación
humanística, sea cual fuere el tipo de carrera o facultad. Lo
importante es que, al llegar a esta fase superior, el estudiante ya
traiga una sólida base axiológica, deontológica y filosófica que lo
haga resistente a los embates deshumanizante de la técnica
incontrolada.

Citemos, para concluir este análisis, lo que en sentido similar
sostuvo Aristóteles: “El valor de un hombre no está dado por lo que
tiene, ni por lo que hace, ni aun por lo que sabe, sino por lo que es
en sí mismo”. Es, pues, el ser y no el hacer lo que se debe cultivar,
desarrollar y perfeccionar en el niño o el adolescente a través de la
educación, para que pueda llegar a ser un verdadero hombre de
bien y de valía.

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  • 1. LA EDUCACIÓN A LA LUZ DE LA FILOSOFÍA Y EL HUMANISMO Por Lácides Martínez Ávila La educación ha sido, desde los tiempos antiguos, materia de especial preocupación de los filósofos y humanistas en general. Muy conocida es aquella frase de Pitágoras que dice: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Especialmente a partir de Sócrates y de los sofistas, tiene lugar un mayor interés filosófico por la educación. Sócrates afirmó: “Todo cuanto suceda en la casa paterna se desenvolverá de acuerdo con la educación de los hijos”. Los distintos discípulos de Sócrates se refirieron en sus discursos, de una u otra forma, al tema de la educación. Así, por ejemplo, Critón dijo: “Hijos: o no tenerlos, o esforzarse en criarlos y educarlos”. Jenofonte aseveró: “A la educación se deben las buenas costumbres, y puede ser tal su influjo que éstas sean, por demás, las leyes en lo sucesivo”. El cínico Crates de Tebas expresó: “¡Oh hombres! ¡adónde os precipitáis afanados para acumular riquezas, al mismo tiempo que descuidáis la educación de vuestros hijos, a quienes debéis dejárselas!”. Y así, sucesivamente, los distintos filósofos de la antigüedad solieron expresar ideas y conceptos sobre la educación. Pero, por sobre todo, Platón dedicó considerable parte de su quehacer filosófico a la educación, llegando a concebir todo un sistema de la misma. En la “República” expone su teoría acerca de qué tipo de educación debe recibir el hombre en determinada etapa de su vida, y concluye que sólo aquellos que hayan logrado coronar la última etapa --la dialéctica--, podrían consagrarse a la educación de la juventud cuando cumplan los cincuenta años de edad. Tal era la importancia que el célebre pensador ateniense daba a la labor educativa. Desde un comienzo los filósofos concibieron la educación como un medio de hacer sabios a los hombres, entendiendo por sabio el hombre virtuoso. Así, el fin de la educación sería, como lo dijera el mismo Platón, el de proporcionar al cuerpo y al alma toda la perfección de que son susceptibles. Pero, principalmente, la educación tendría un fin espiritual, ya que sólo la educación del espíritu haría hombres sabios.
  • 2. El propio Platón, sin embargo, en las “Leyes”, imprime un matiz político al fin de la educación y considera que éste debe ser el de la formación moral de la persona dentro de las normas estatales y que la educación de los hijos debe darse bajo la inspección del Estado. Ya en la época helenístico-romana, la educación posee, en términos generales, un carácter político, y su finalidad será la de formar buenos ciudadanos, servidores del Estado. “¿Cómo podemos beneficiar a nuestra patria que instruyendo y dirigiendo virtuosamente a nuestra juventud?”, escribe Cicerón. Puede decirse que por esta vía –la política-- la educación entró al campo del pragmatismo y del utilitarismo, saliéndose de su originaria función espiritual, purificadora, catártica, pues de todos es sabido que el dominio y los intereses políticos son asaz variables y relativos: cada sistema político suele acomodar la educación a sus propios intereses y conveniencias. Con el advenimiento, en los tiempos modernos, de la ciencia positiva y de la consiguiente y cada vez mayor industrialización de la sociedad, se acentuó aún más el carácter pragmático y utilitarista de la educación. A partir de entonces, se ha hecho consistir el objetivo esencial de la educación en el formar hacedores de cosas, fabricadores de objetos materiales para el consumo o uso humano. En otras palabras, se ha fijado el fin de la educación en el trabajo. Se educa para enseñar a trabajar. En esto consiste, por ejemplo, la llamada educación comunista: en hacer comprender al individuo “el alto significado social del trabajo y que tenga conciencia de su deber ante el pueblo”. He aquí un punto de coincidencia entre el comunismo y el capitalismo: el tener la educación como un método para producir técnicos y trabajadores. En Colombia, esta tendencia ha encontrado eco desde hace muchos años. Pero ha sido en los últimos tiempos cuando ha tomado más cuerpo dentro de las políticas educativas oficiales. Actualmente lo que predomina en los programas curriculares es el objetivo de producir trabajadores, más que hombres de pensamiento u hombres de bien, en el sentido ético y espiritual de esta expresión. Dicho de otro modo, nuestro sistema educativo, hoy por hoy, está orientado más a la capacitación profesional que a la formación humanística. Se matiza este hecho con la consigna de una “formación integral” que supuestamente cobija todos los aspectos del ser o de la personalidad del alumno. Pero, en realidad,
  • 3. lo que prevalece es una enseñanza de la capacitación técnica, manual y hasta política, para habérselas con el medio material circundante. Lo que se da, en realidad, es más bien, como lo dijera alguien, un amaestramiento, en vez de una verdadera educación, en el sentido auténtico y genuino de la palabra, esto es, una educación que conduzca al individuo a su superación espiritual y al afianzamiento de los más altos valores éticos y espirituales. A mediados de 1994, se celebró en Cartagena una reunión de ministros de educación americanos, y, entre los criterios generales que allí se precisaron para la “modernización de los sistemas educativos en América Latina”, está el de “desarrollar en toda la población una mayor cultura científico-tecnológica, sustentada en una actitud inquisitiva e indagatoria en el análisis y la resolución de los problemas, con una dimensión participativa y pluralista en la construcción del conocimiento y comprometida con el trabajo común y con la necesidad de aportar para la transformación de la sociedad”. Y, asimismo, se señaló como necesitad de la educación superior: “impulsar en las instituciones universitarias una mayor capacidad de producir ciencia y tecnología, que complemente el rol de formación de profesionales”. Esto nos demuestra el interés pragmático y utilitarista del Estado en materia educativa, interés que, como ya se dijo, no es nuevo, sino que ha predominado a lo largo del presente siglo. Ya en los comienzos de éste, el caudillo político Rafael Uribe Uribe aconsejaba a los redactores de la revista “Albores” de Manizales (quienes le habían solicitado les colaborara con sus escritos) que dejaran la revista, que dejaran la literatura y que se dedicaran a otro oficio, y agregaba que, si los creyera más serios y más hombres de aventura, les propondría que trabajasen en la resolución de problemas industriales. Tal parece ser también, hoy en día, la consigna de quienes preparan e implantan los modelos educativos en el país, desde el nivel primario hasta el nivel superior. No se trata de otra cosa que de lo que podríamos llamar la deshumanización de la educación, pues se pretende llevar ésta únicamente al campo de lo tecnocientífico, olvidando que, si bien la ciencia y la técnica son importantes –nadie lo niega--, tanto o más lo son las humanidades, cuyo objeto fundamental es la esencia misma del hombre (como “libertad que se piensa y que se hace”).
  • 4. El humanista Eduardo Santa ve en esta tendencia, refiriéndola a la educación superior, una finalidad política, que radica en hacer del profesional un mero productor de bienes y servicios, completamente deshumanizado y sin capacidad crítica, una especie de robot adiestrado para servir sumisamente a los patrones establecidos. “Deshumanizar la universidad, producir profesiona- les sin conciencia, parece ser la consigna de los ‘nuevos bárbaros’ del mundo tecnológico”. Por su parte, el filósofo Danilo Cruz Vélez ha descrito la técnica moderna como “una fuerza avasalladora” que, surgida del seno de las ciencias exactas, ha invadido todos los ámbitos de la realidad: no sólo la naturaleza inorgánica, sino también la vida orgánica, la vida social, la vida anímica y aun la vida espiritual. Y hace fundadas advertencias acerca de los diversos peligros a que esto puede conducir a la humanidad. Entre los efectos más graves del imperio de la técnica, según este pensador colombiano, tenemos el empobrecimiento cognoscitivo del hombre y hasta de su propio ser: “La ciencia en que se funda la técnica moderna –dice-- reduce lo real a un sistema de magnitudes espaciales y temporales que dejan por fuera las cualidades no cuantificables. Por lo demás, al conocimiento que está al servicio de la técnica no le interesa el ser de las cosas, sino cómo funcionan. El ser mismo del hombre también se recorta y empobrece. Al desarrollarse en él, predominantemente, su aptitud para la planeación y el cálculo y sus habilidades manuales, tal como lo exige la técnica, su vida interior, su actividad emocional, su fantasía creadora de mitos y su impulso metafísico, se atrofian”. Cómo el propósito del presente texto no es el de rechazar la técnica, ni negar la serie de comodidades debidas a ella, fuerza es aclarar que una educación auténtica no se opone, de ninguna manera, a la enseñanza tecnocientífica, antes bien, la exige y la promueve. Pero eso sí, jamás de los jamases la pondrá por encima de la formación humanística y espiritual. Por el contrario, la supeditará siempre a ésta. Por tal razón, conceptuamos que un verdadero y deseable sistema educativo en Colombia, sería aquel que destinase los nueve años de la enseñanza básica primordialmente a inculcar y cimentar en el menor valores éticos y humanísticos, haciendo mayor énfasis en los deberes que en los derechos, a la inversa de lo que se hace actualmente, cuando todo parece indicar que estamos viviendo la
  • 5. cultura de los derechos (derechos del niño, derechos de la mujer, derechos por aquí, derechos por allá, derechos y más derechos), mientras que nadie parece ya acordarse de los deberes. Justamente, durante el ciclo de educación básica, debería hacérsele ver al niño que es mil veces preferible ser esclavo de los deberes que de los derechos. El hecho de que el ciclo de educación básica sea dedicado fundamentalmente a la formación ético-humanística, no significa que durante el mismo se deban desechar u omitir los demás tópicos del saber. ¡De ninguna manera! Se le deberá suministrar al estudiante una topografía general de las diversas áreas del conocimiento, pero el eje del proceso educativo deberá ser, en esta etapa, la formación humanística, ética y espiritual. Y ya en el ciclo de la educación superior deberá, entonces sí, enseñarse –como actualmente se hace--, las disciplinas especializadas, sean del orden tecnocientífico o de cualquier otro orden, pero sin dejar de lado, en modo alguno y bajo ningún pretexto, la formación humanística, sea cual fuere el tipo de carrera o facultad. Lo importante es que, al llegar a esta fase superior, el estudiante ya traiga una sólida base axiológica, deontológica y filosófica que lo haga resistente a los embates deshumanizante de la técnica incontrolada. Citemos, para concluir este análisis, lo que en sentido similar sostuvo Aristóteles: “El valor de un hombre no está dado por lo que tiene, ni por lo que hace, ni aun por lo que sabe, sino por lo que es en sí mismo”. Es, pues, el ser y no el hacer lo que se debe cultivar, desarrollar y perfeccionar en el niño o el adolescente a través de la educación, para que pueda llegar a ser un verdadero hombre de bien y de valía.