Es necesario desarrollar y vivir el amor a la verdad y al conocimiento como una aspiración natural más allá del entorno cultural y religioso. El amor a la verdad parte de la legítima aspiración por desarrollar el propio discernimiento y comprensión del mundo y de uno mismo".
1. "Es necesario desarrollar y vivir el amor a la verdad y al conocimiento como una aspiración natural
más allá del entorno cultural y religioso. El amor a la verdad parte de la legítima aspiración por
desarrollar el propio discernimiento y comprensión del mundo y de uno mismo".
(Declaración de principios en torno a una ética universal)
Todo ser humano ama naturalmente la verdad. Nadie quiere caminar por la vida a ciegas sin
distinguir ni reconocer la verdadero de lo falso o, cuando menos, lo que nos hace bien de lo que
nos daña.
Una de sus expresiones más elementales es la necesidad de autenticidad, el rechazo de lo falso,
de lo que a veces con medias verdades tiene como intención el engaño. Sinceridad, autenticidad,
fidelidad a la verdad son valores sobre los que se alzan pilares sólidos en la construcción de la
sociedad y de uno mismo.
En un nivel más profundo, se manifiesta como la necesidad de caminar por la vida con sentido y
con coherencia. De alguna manera, es cierto que despertamos a un segundo nacimiento interno
cuando surge en nosotros la necesidad de sentido.
El amor a la verdad lleva consigo el deseo de saber y aprender. Es amor al conocimiento como
proyección de la natural curiosidad del niño y de su no menos natural capacidad de asombro, que
busca comprender el mundo, indagarlo, experimentarlo, a la vez que se descubre a sí mismo. Este
impulso es natural reflejo de la necesidad de autonomía que trata de llevarnos a nuestra propia
realización humana en libertad, dotándonos de discernimiento y criterio. Es el despertar de la razón
que, como guía interna, trata de permitirnos vivir con profundidad y sentido, alejándose de la
simple sumisión ciega a unas fuerzas, ya se entiendan "naturales o "sobrenaturales".
El que ama intensamente, busca la verdad y no se conforma con la ausencia de respuestas, ni con
la incapacidad propia para encontrarlas, no se resigna y en su empeño trata de superar sus
limitaciones.
Ciertamente, como diría Sócrates con tanta insistencia, el problema no es la ignorancia, sino la
falta de interés por saber; no es no poseer alguna certeza, sino la carencia de impulso hacia ella,
pues este abandono nos pone a merced de la esclavitud de la ignorancia y sus mercaderes.
Cuando al ser humano se le anula su natural tendencia hacia el saber (que muestra la necesidad
de querer valerse por sí mismo), ciertamente se le esclaviza en la peor prisión, la de la oscuridad
mental, la ignorancia. Pero, continuando con Sócrates, la forma más grave de ignorancia no es la
del que no sabe, sino la de quien carece de interés por aprender (ya sea por sumisión, pasotismo o
vanidad de creer que uno ya sabe lo que hay que saber).
Falso es también el amor a la verdad que se manifiesta como una actitud contemplativa en la
lejanía y no se expresa en un impulso de conquista y completura que nos mueve a la aventura, a la
conquista de lo que amamos y que nos falta.