El documento narra la historia de una mujer llamada Ana que se siente atraída por un hombre que ve tomando café en una cafetería. Ana comienza a observarlo y a prepararse cuidadosamente cada día para verse bien cuando lo vea. Sin embargo, cuando finalmente se presenta al hombre, resulta ser un periodista que ha estado observando a los empleados de su oficina para escribir un artículo, y no tenía ningún interés romántico en Ana.
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Fruto de la provocada y estúpida seducción
No soporto verle ahí todos los días, apoyado en la farola que algún día al ayuntamiento
se le ocurrió instalar. Su aire petulante, engreído, con su mirada altiva siempre altanera
y ridícula me enerva y me enoja comprobar que esa incomodidad producida por su
presencia a primera hora de la mañana se mantiene viva durante todo el asqueroso día.
Recuerdo la primera vez que coincidí con él, en la cafetería del barrio tomando un café
y leyendo la prensa del día. Su aspecto era diferente, la de hombre deseoso de
conocimiento, ansioso de cultura, con sus gafas de lectura prestaba atención al
contenido de las hojas del diario. Le observaba, incluso para mí en aquel momento tenía
una apariencia interesante, seductora, algo diferente que a muchas mujeres nos podría
cautivar. Se había dejado crecer la barba sólo un poco, lo suficiente para resultar
atractivo sin parecer abandonado. Había dejado apoyada en la silla una gabardina de
marca, muy bien doblada y sobre ella un pañuelo, como quien no quiere pararse en su
posición, sin detalle pero al mismo tiempo con premeditación.
Durante varios días coincidí con él en la cafetería y prácticamente todos, o al menos los
que yo recuerdo, su presencia se hacía notar de alguna forma ante el resto de los café
clientes.
Comencé a observarle, creo que en alguna ocasión fue consciente de ello. Coincidía con
él al cambiar de posición la vista sobre el periódico cuando pasaba sus páginas, parecía
obsesivo, pero al cambiar de hoja y mirar al frente ahí estaba él, siempre él. Su
presencia continua y reiterada no me parecía desagradable, ni mucho menos, todo lo
contrario.
Cuando regresaba del café al trabajo, aún permanecía en mi memoria. ¿Qué tenía aquel
hombre, aparte de su presencia seductora, que tan sólo coincidiendo con él en el café
conseguía producirme una inquietud exagerada y placentera? No era la primera vez que
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un varón con esa capacidad de seducción se acercaba a la misma cafetería que yo, ¿o
quizás sí?
Trabajaba en una revista dedicada a viajes y vacaciones. Generalmente no me dejaba
engatusar por aspectos arrogantes, desmesurados ni exagerados, prefería lo sencillo, lo
básico con un toque original. Aquel hombre, ¿qué tenía aquel hombre?
Un día, en principio como otro cualquiera, al llegar a las oficinas de la revista una
compañera de trabajo comentó con una sonrisa irónica:
-
Ana, ¿Qué te pasa últimamente que has cambiado de perfume y te maquillas
mucho más? – con un tono de voz suficientemente alto, con exageradas subidas
y bajadas para llamar la atención sobre el resto de la sección.
-
¿Yo?, ¿a mi?, nada, no me pasa nada – contesté fríamente intentando finalizar la
conversación.
-
Pues cualquiera lo diría, incluso estás más guapa – sonreía de forma irónica.
-
Bueno, a ver, el cambio de estación, ropa nueva, no sé – dije repitiendo el tono
de voz de se acabó.
-
Tú sabrás, pero algo te pasa. ¿No es cierto, chicos? – continuaba indagando al
mismo tiempo que esperaba la conformidad del resto de periodistas.
Nadie comentaba nada, más por discreción que por desconocimiento, lo pude observar
en sus caras. El rumor de que alguien en el café alegraba la vista a una compañera era
tan habitual que todos, incluso la mujer de la limpieza, conocían el atractivo del
elegante y sugerente caballero.
Es más, en alguna ocasión habían hecho coincidir mi hora del café con la presencia de
algún trabajador enviado por el resto, oculto entre las hojas del periódico local, para
conseguir algún rumor más que engrosase el conseguido hasta ahora, más contenido
para cotillear, más chicha. Aquel personaje, compañero de trabajo después en la oficina,
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colaborador en la redacción de artículos, con el que había coincidido en las duras tardes
de horas extraordinarias, no se había parado en detalles y tenía el periódico al revés,
seguro de forma deliberada y estudiada, para así darle mayor intensidad al momento y a
la posterior comunicación detallada y detenida a sus compañeros.
-
Deberías estar trabajando o haciendo algo productivo. No me puedo creer que
lleguéis a esto.
-
No te pongas así, es una broma, no es para tanto. Ya sabes, muchas horas de
trabajo y algo hay que hacer para entretenerse. Pero, ¿es él?
-
Espero que no se vuelva a repetir y que me dejéis tomar el café en paz.
Alguna tarde al llegar a casa después de comer me había acercado a una tienda de moda
italiana que traía de los mercadillos con más movimiento de Roma, Venecia, Florencia
y otras ciudades italianas, después de formar parte de los escaparates de las tiendas mas
cotizadas en las calles más céntricas. La propietaria era una buena amiga.
-
No sé exactamente qué necesito, a ver si me puedes ayudar – le dije a Paloma,
dueña de la tienda.
-
Dime primero qué pretendes, cuál es tu intención, para qué quieres lo que te vas
a llevar.
-
Bien, a ver, no quiero llamar la atención, lo sabes, pero sí un pequeño cambio en
mi forma de vestir. Sueles acertar en lo que me sugieres cuando vengo aquí, pero
esta vez es diferente.
-
No pretendo ser indiscreta Ana, pero, ¿te has enamorado? Esa cara, esa
expresión, esa forma de explicar lo que necesitas.
-
Ni yo sé lo que está pasando. Pero, vamos a centrarnos. A ver, necesito algo para
la hora del café, por la mañana en el trabajo, diferente a lo que tengo en mis
armarios, un pantalón con un poco de talle, o quizás una falda que no sea
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demasiado corta, o también un traje pero no demasiado entallado para que no me
sienta excesiva.
-
Lo mejor es que te pruebes lo que te vaya sacando. Vete a los vestuarios, yo me
acerco ahora. Dame unos minutos. Vete desnudando y relájate un poco porque
quien quiera que sea, te tiene loquita.
Después de no sé cuantas faldas más o menos largas, pantalones con diferentes cortes,
sus camisas correspondientes de diferentes colores y vestidos de mil y una formas,
decidí para lo que pretendía la mejor opción era una falda entallada negra muy sencilla
por la rodilla, la camisa blanca con escote redondo y la chaqueta haciendo juego.
Ahora sólo me faltaban los zapatos negros de tacón no demasiado alto para no tentar la
posibilidad de caer y hacer el ridículo delante de él, ni demasiado bajos para que
resaltasen mis abultadas nalgas con la falda entallada que me había comprado para
conseguir mi propósito. Pero, ¿qué pretendía?, ni yo lo sabía, era orgullo, simplemente
orgullo que me hacía querer estar a su altura. ¿O era algo más?
Me colocaba delante del espejo del pasillo de mi casa y daba unos pasos intentando
imaginarme estar en la cafetería, desplazándome entre las mesas y sillas para llegar a la
de siempre, en la que solía sentarme y tomar el café. Después de tres o cuatro pasos
hacia delante, movía la cadera hacia un lado como para evitar tropezar con una silla que
aparecía en el desarrollo de mi recorrido, cinco y seis más, una mesa impedía continuar
y debería realizar un giro de ciento ochenta grados hacia atrás para intentarlo por otra
dirección, al mismo tiempo que subía las manos en posición cambio de postura con las
manos juntas de frente que hacían la maniobra más coqueta e interesante. Todo
inmensamente calculado, o era lo que yo pretendía. Incluso me dejaba llevar por la
música de fondo que salía de los altavoces del equipo de música de casa, con Tina
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Turner de fondo, toda una mujer que representaba esa fortaleza y seguridad que las
mujeres deseamos tener en estos casos.
Tanta era mi obstinación en la idea de demostrar seguridad para parecer más bella que a
diario cuando cruzaba un semáforo por las calles simulaba entrar en la cafetería una vez
más con paso firme y seguro, tan concentrada en la situación que me cruzaba con
vecinos y no les saludaba.
-
Buenos días Ana – me dijo el vecino del cuarto que trabajaba en una asesoría
muy próxima a mi casa – ¿te encuentras bien?, te veo ausente.
-
Sí, claro, Buenos días Juan, gracias, no te preocupes, mucho trabajo – respondí
intentando salir de esa inmensa estupidez en la que estaba inmersa desde que me
había cruzado con ese varón en la cafetería.
Al mismo tiempo que caminaba, me dejaba reflejar en los cristales de los escaparates de
las largas calles para observarme detenidamente y después poner en duda cualquier
elemento en mi aspecto para conseguir trastornarme durante un buen rato. Cuando
descubría algo en mi que me gustaba me paraba delante del expositor fingiendo estar
interesada en algo que allí se mostraba y disfrutaba pensando “has acertado, hoy estás
estupenda”, hasta que yo misma me daba cuenta de que el escaparate estaba vacío, no
había nada que ver e intentaba recuperar el paso hacia delante procurando hacer
invisible mi rubor, el aturdimiento en el que entraba una y otra vez, la cara sonrojada y
acalorada y el cuerpo encogido. “Ya está, ya es suficiente. Déjalo ya”, me decía una y
otra vez.
En el supermercado en el que realizaba las compras habituales, una pequeña tienda que
se había resistido al paso del tiempo, la mujer que me cobraba me decía:
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-
Ha cambiado la dieta, ya no se lleva lo mismo. Claro, ahora se llevan las mujeres
delgadas, no es lo mismo que antes. Pero yo le digo señorita, no hay nada más
rico que un buen cocido con chorizo y patata de verdad.
Se aproximaba el día, o al menos lo que había fijado como el día para entrar en la
cafetería con el vestuario que había elegido para estar a la altura de la situación y
conseguir que aquel varón se fijase en mí. Había ensayado lo indecible, el proceso de
concentración había llegado a ser tan intenso que posponer la situación sólo podía
llevar a cometer fallos y excesos poco naturales, ¿o ya había llegado a serlo?
-
Cariño, ese bolso que utilizas para llevar todos tus trastos está un poco pasado de
temporada, ¿no crees? – me dijo mi madre un día comiendo con ella.
-
¿Tú crees?, quizás en la tienda que hace esquina cerca de tu casa con
complementos tengan algo que pueda sustituirlo. Mañana procuraré pasar por
ahí.
-
No dejas de sorprenderme cielo. Nunca has hecho caso ninguno de mis
sugerencias. Vistes como siempre te ha apetecido, no tienes gusto ninguno. Pero
esto desde muy pequeña. Algo te debe estar pasando. Desconozco de qué se
trata, pero algo te ocurre.
Ya había sido suficiente, todos los que formaban parte de mi vida a diario eran
conscientes de que algo estaba sucediendo y todo esto se estaba convirtiendo en algo
enfermizo, psicótico, neurótico e ilógico. Se acabó, mañana mismo será el día indicado.
Así hice, llegué al trabajo completamente preparada intentando evitar comentarios
irónicos y observaciones o conclusiones fuera de lugar. Tan pronto entré en el edificio,
me dirigí directamente a mi oficina después de un corto “buenos días”.
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Cualquiera hubiese dicho que lo había preparado, pero no fue así. Mis compañeros no
me prestaron demasiada atención. Como era habitual los últimos días de redacción antes
de llevar la revista a imprenta eran agotadores, lo que yo agradecí.
Llegó la hora del café y como todos los días a las 11.00 estaba saliendo de la oficina
hacia la cafetería que está situada en la calle paralela, en donde me encontraría al varón
deseado.
Al entrar en la cafetería pude observar que el caballero estaba acompañado. Como es
habitual, me dirigí hacia mi asiento, pero esta vez con los pasos calculados, con el andar
preparado y con los gestos meditados. ¿Cuántas veces había preparado ese momento?
Innumerables, ni yo era consciente.
Me senté en la silla y como siempre cogí la prensa. Al ir pasando las hojas para su
lectura coincidí mi vista con la suya, como era habitual. Pero en una de las páginas él
permaneció mirándome un buen rato, no había sido como las veces anteriores, un te veo
porque te tengo enfrente. ¿Había conseguido lo que pretendía?, ¿se había fijado en mí
porque me había notado diferente, especial?
Me sentía triunfadora. Aquel hombre interesante, bien vestido, culto o aparentemente
culto, seductor y muchos más calificativos que podría añadir, finalmente se había fijado
en mí.
Repitió la misma mirada en varias ocasiones, incluso con un gesto de interés y yo me
sentí alagada, más atractiva aún, segura, vencedora. ¡Qué placer!
En un momento dado me levanté para ir al servicio y lucir de nuevo los modelitos que
me había comprado. Cuando abandoné la silla y pasé por delante de la mesa del
caballero, pude observar al otro hombre con el que estaba sentado.
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Hola Ana – me dijo el Director de la revista – No sabía que venías a tomar el
café aquí. Manuel, te voy a presentar a Ana, una compañera más. Siéntate con
nosotros.
-
Estupendo. No la conocía, es la primera vez que la veo, no había coincidido con
ella antes. Es bueno tratar con posibles compañeros de la profesión. Siempre se
aprende de otros periodistas.
-
Ana, Manuel es un colaborador de la revista. Viene a realizar un reportaje pero
en esta ocasión sobre las personas que trabajamos en prensa. Se pasará unos días
observando, tomando nota de actitudes, comportamientos, gustos, para así
darnos a conocer al lector. ¿Qué te parece? Podrías ser tu una de las elegidas.
Bueno, os voy a dejar que tengo mucho que hacer. Te veo después Ana.
Aprovecha este momento Manuel, Ana es una periodista muy colaboradora.
Me había estado observando varias semanas antes sin decirme absolutamente nada. Es
más, había dicho a mi jefe que era la primera vez que me veía. Había tenido tiempo para
observar la transformación de una mujer seducida por un físico preparado, calculado y
con un propósito. Y lo que es peor, lo había conseguido. Había percibido el
comportamiento de otros compañeros de profesión colaborando en los ridículos
objetivos de una mujer. Yo le había ayudado. Aquel artículo que en su momento saldría
a la revista hablaría de mi estupidez y todos, incluso la señora de la limpieza, serían
conscientes de que uno de elegidos o protagonistas era yo. En aquel momento me
levanté y me fui. No regresaría a esa cafetería, no quería saber nada más.
No soporto verle ahí, con ese aire engreído y petulante, apoyado a la farola que un día al
ayuntamiento se le ocurrió instalar delante de las oficinas con aspecto de conocerte
bastante más de lo que podrías imaginar. Lo detesto.
SEUDÓNIMO: Aviadora