Rosa reflexiona sobre el Día Internacional de la Mujer y los problemas que tuvo recientemente con su pareja. Compra una rosa para compensarla y escribe una nota para ella. Más tarde, su pareja le agradece antes de irse.
Sabina conoce a un hombre llamado Fruncís en un bar con amigos. Siente una conexión con él. Más tarde tienen una conversación íntima y él la invita a su casa, donde pasan la noche juntos. A la mañana siguiente conversan sobre la experiencia y él la elogia.
1. Ellas: Rosa y Sabina.
Rosa.
Según el calendario, era un día especial, el día internacional de la Mujer, yo
siempre lo he visto como aquella liberación trascendental que tuvo la fémina
por desatar aquellas cadenas que le atajaban los pies, pero no, resulta que es un
negocio consistente, en el que se ofrecen ramos de flores y no conversaciones de
la historia y el respeto hacia las bellas faldas de colores.
A pesar de eso, días antes había tenido problemas con ella, me había ido a
tomar con Fruncís, más que pasarme de tragos, pasarme de tragos! ¿De qué
hablo? siempre me paso del límite, ya es costumbre ser un libre oso sin bosque,
más que eso, había perdido la noción del tiempo jajaja mi amigo el tiempo,
tramposo.
Tenía que recompensarlo, así qué como si no la conociera, como si no luchara
contra la estupidez humana, regateé una rosa en el parque de las flores. Era una
bella rosa, estaba muy roja y sus pétalos estaban un poco abiertos y doblados en
las esquinas, de tallo muy alto y sin hojas en él.
Con la sonrisa pendeja que deja el ganar el duelo con el vendedor y la bella rosa
que estaba entre mis manos, fui caminando a coger la buseta, pensando frente
aquel vidrio astillado qué decirle cuando se la entregase, pensaba en escribirle,
en dejársela justo en la mesa, quizá en la cama, un par de metáforas y una
bonita decoración, sí, eso funcionará y las cosas no estarán tan frías esta noche.
¡PARADA !
El vale de la esquina, el que atiende en las maquinas a estas horas siempre
coloca Rocío Durcal, y no sé si espanta o parcha más a sus clientes borrachos,
2. uno que otro tarareo se me sale al pasar, pero es interrumpido por mis fuertes
latidos y mis pasos arrastrados, por supuesto estoy nervioso.
Ella estaba acostada, alimenté a los gatos y la acompañé.
Me es inevitable despertar a las 06:23am. Con la cafetera andando le escribí una
carta a tan tormenta mujer, encontré entre mis cosas unas hojas de colores, de
las cuales en tres me fallaba la inspiración, como si pensar en ella ya no me
trasladara a ese mundo perfecto que yo recordaba, esa fluidez de mis dedos
había desaparecido al tratar de escribirle.
Pero también con el primer sorbo de café y el ver sus cabellos enredarse en sus
dientes, me hizo recordar con tanta fuerza que podía dolerme el cuanto la
amaba, la amaba sin condenas, nunca como esclavo, siempre como ángel.
Toqué una de sus espinas y con sangre en mi alma, le escribí:
“Lo que pasa con las flores marchitas es que siempre podrás cortejar sus pétalos en las
hojas de los libros. Sé mi rosa natural y sé mi espina mortal”.
Ya se despertó, al parecer tiene pensado hacer algo, rápidamente se dirige al
baño y se escucha la ducha. Al salir, encontró el desayuno servido en la mesa,
al lado, aquella rosa de pétalos esquinados y una hoja de color envuelta en el
tallo.
Desayunó apresuradamente y cruzando la puerta dijo: - Gracias, yo también te
quiero-.
Si aún recuerdan, les dejé claro qué hacer parte de la sandez humana me
afectaba de manera directa, me creaba luchas internas de las cuales alguno de
los dos dentro de mí mismo resultaría herido. Como si fuera poco, aquella
mujer había hecho más que yo en mis constantes monólogos irracionales y mis
aíslas discusiones, había logrado derribar no tan solo a los dos, si no cada
participante dentro de mi ser que había estado luchando contra ella.
3. Aquella mujer me secó, y yo, como el oso sin bosque y de camino perdido que
siempre he sido, busco remojar en bares de salsa lo imperdible que queda de
mí.
Sabina.
Las noches en la academia se hacen cada vez más tedias, al finalizar mi turno
solo pienso en salir huyendo de ahí y comprar media caja de Lucky. Hoy he
quedado con Fruncís y sus amigos del trabajo en ir por unos tragos, lo estoy
esperando frente a la esquina del mar. Por cierto, mi gran amigo fruncís y yo
compartimos apartamento, sin pétalos de rosa y ni reclamos al tiempo.
Me extrañaba verlo llegar con aquella señorita, pues habíamos quedado en
encontrarnos un poco antes para fumarnos un par de cigarros y unos porros
antes del encuentro con sus compañeros. Los vi llegar emocionados, parecían
entenderse muy bien, yo estaba incómodo y mi silencio me delataba.
Que se conocían de antes, que los viejos amigos, las viejas salidas, los momentos
casuales, si no fuese estado presente en aquella escena diría que suena a un
reencuentro de dos ex penados inexistentes al resto del mundo. Encendí un leño
y dejé de parecer un idiota en medio de tres, ella sonrió y estirándome la mano
para rotárselo:- Me llamo Sabina.
Sabina, mujer bella de ojos pequeños, preocupados, de labios muy rosados y
mal gastados, se notaba precisa, muy risueña pero refrenada, entre humos se
soltaba al igual que cada fina hebra de su cabeza. Sentía en mí, cada vez que la
miraba aquella energía refulgente que brotaba de sus ojos, había algo en
aquella señorita que debía descubrir, coger aquel autobús que solo cruza una
vez e impregnarme a sus labios lo más sublime posible.
4. Me gustaba aquel lugar, de las paredes colgaban cuadros de grandes, mesas
antiguas y buena salsa. Los amigos de Fruncís resultaron estar muy
relacionados con mi campo, y por eso de que nunca falta la cerveza fría en la
mesa hasta las más absurdas conversaciones se vuelven interesantes hablarlas
en tonos altos.
Afuera del bar, en una pequeña mesa con su respectivo cenicero, me encontraba
conversando con la impredecible Sabina, quien era toda una mujer moldeada
pero un poco indispuesta a salir de su mente.
- Prefería que estuvieras sola. - Le dije. Después de haberme aclarado que
tenía un amante.
Aquella conversación centró toda duda ligera que tenía sobre esta señorita, era
notable que yo le gustaba, que quería seguir un rato más conmigo, no era de mi
mayor interés preocuparme por lo demás, la quería a ella, el color naranja de su
blusa dominaba, como si fuese sido algo intencional y todo el ambiente estaba
entregado. La invité a mi casa y fruncís me ayudó a conversarla.
Contarles con detalles lo que sucedió aquella noche, seria delatar a mis sentidos
y dejarlos desprotegidos frente a todos, incluyéndola. Pero puedo decirles que a
partir de ahora, creo en los caos marcadas en la piel repetidas veces y que estoy
en deuda de contarlos, pude ser una herida y contemplar lo bonito que se
curva su espalada cuando se acuna.
-Buenos días, Sabina.
- ¿Ya habías hecho esto antes?
-¿Qué?
- Amanecer con una desconocida.
5. - Tuviste la ocasión de demostrar que no eres una desconocida, eres una mujer,
una dama, y la buena reputación es conveniente dejarla caer a los pies de la
cama.
-El gran Sabina…
Priscila de Lunas.
08 Marzo.