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RESÚMENES Y ANÁLISIS
DE ALGUNOS LIBROS DE
AUTOSUPERACIÓN
(LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA)
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Índice
Juan Salvador Gaviota
Cambio de ritmo
Exceso de equipaje
Autoliberaión interior
El arte de hablar en público
Vivir, amar y aprender
Kybalión
Rinoceronte
La conquista de la felicidad
Ilusiones
¿Quién se ha llevado mi queso?
La india misteriosa
No se preocupe
El alquimista
Uno
Padre rico, padre pobre
El caballero de armadura oxidada
Yo me he llevado tu queso
Triunfar, querer, poder
En busca de la paz interior
El mundo es tuyo, pero tienes que ganártelo
El Arte de Amar
Ética para Amador
Amar o depender
Deshojando Margaritas
JUAN SALVADOR GAVIOTA
(Richard Bach)
“Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach. Argumento: Juan Salvador Gaviota,
una joven gaviota es expulsada de la bandada porque se rebeló contra las
normas establecidas, las cuales no posibilitaban su realización, su
autodeterminación, su autonomía y su libertad. Debió dejar a su “familia” por
roto con lo establecido, con lo convencional, con lo rutinario, por hacer lo que
los demás hacían por hacer, sin preguntarse por qué lo hacían y si podrían
hacer algo mejor. Tuvo que abandonar la bandada porque sólo obedecía a sus
reglas, ya que se sabía en lo cierto. En su destierro conoció a otras gaviotas, que
con su experiencia le enseñaron a vivir intensamente, a encontrarle sentido a su
vida, a valorar la amistad y autodeterminarse. Sus mensajes son: 1. Ansia de
libertad. 2. Búsqueda de la perfección. 3. Derecho de ser lo que se quiere. 4.
Búsqueda de sentido de la vida. 5. Bondad y amor.
Algunos apartes del libro:
“*- ¿Por qué, Juan, por qué? –preguntaba su madre- ¿Por qué te resulta tan
difícil ser como el resto de la bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos
razantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres
más que hueso y plumas! *- No me importa ser sólo hueso y plumas, mamá.
Sólo pretendo saber qué puede hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo
saberlo. *Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla.
*Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas.
*Hay tanto que aprender. *El tema fue la velocidad... *...contento de ser como
soy: una pobre y limitada gaviota. *Soy una gaviota como cualquier otra
gaviota, y volaré como tal. *Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar... *¡Hay
una razón para vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos
descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos
ser libres! ¡Podremos a prender a volar! *Ponerse en el centro significaba gran
vergüenza o gran honor. *Sólo quiero compartir lo que he encontrado, y
mostrar esos nuevos horizontes que nos están esperando. *La irresponsabilidad
se paga. La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido
para comer y vivir el mayor tiempo posible. *Durante mil años hemos luchado
por las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para
aprender; para descubrir; ¡para ser libres! *Su único pesar no era la soledad,
sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al
volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver. *Aprendió a dormir en el aire
fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa atravesando
ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. *Aprendió a volar y no se arrepintió
del precio que había pagado. *Juan descubrió que el aburrimiento y el miedo y
la ira, son las razones por las que la vida y la ira, son las razones por las que la
vida de una gaviota es corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo
por cierto una vida larga y buena. *En el cielo, pensó, no debería haber
limitaciones. *Tú eres una gaviota en un millón. *La meta de la vida es
encontrar esa perfección y reflejarla. *El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El
cielo consiste en ser perfecto. *Empezarás a papal el cielo, Juan, en el momento
en que palpes la perfecta velocidad. La perfección no tiene límites. La perfecta
velocidad, hijo mío, es estar allí. *Las gaviotas que desprecian la perfección por
el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente. Las que se
olvidan de viajar, no llegan a ninguna, y lo hacen lentamente. Las que se
olviden de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante.
*Para volar tan rápido como el pensamiento y cualquier sitio que exista, debes
empezar por saber que ya has llegado... *Tú no necesitaste fe para volar, lo que
necesitaste fue comprender lo que era el vuelo. *¡Soy una gaviota perfecta y sin
limitaciones! *Siempre resulta cuando se sabe lo que se hace. *Soy yo quien
debe aprender de vosotros. *Estarás preparado para subir y comprender el
significado de la bondad y el amor. *Si nuestra amistad depende de cosas como
el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero
supera el espacio, y nos quedará sólo un aquí. Supera el tiempo, y nos quedará
sólo un ahora. *Si hay alguien que pueda mostrarle a uno en la tierra cómo ver a
mi millas de distancia, ése será Juan... *... y supo, con experimentada facilidad,
que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo,
sin limitación alguna. *¡Volar es tanto más importante que un simple aletear de
aquí para allá! *¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden
imaginar la gloria que alcanzarán si realmente aprendiéramos a volar!
*Debemos rechazar todo lo que nos limite. *Rompe las cadenas de tu
pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. *Somos libres de ir
donde queremos y de ser lo que somos. *Tienes la libertad de ser tú mismo, tu
verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. *La
libertad es la misma esencia de su ser; todo aquello que impida esa libertad
deber ser eliminado. *La única ley verdadera es aquella que conduce a la
libertad. *El problema consiste en que debemos intentar la superación de
nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. *¿Por qué será que no hay nada
más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo
puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando. *No creas lo
que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento,
descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar”.
CAMBIO DEL RITMO
(Stephan Rechtschaffen)
El autor hace énfasis en la importancia de vivir el aquí y el ahora, concebir el
tiempo de otra manera a la tradicional y cambiar el ritmo de la vida que
llevamos para ser felices.
Nos pregunta si disponemos de tiempo suficiente para vivir nuestra vida.
Considera que “el tiempo y el alma se vuelven términos equivalentes”.
Advierte que “ser consciente del tiempo tiene que ver con una vida plena.
Cuando podamos vivir de una manera plena el instante presente, entonces
habremos adquirido conciencia del tiempo, y esto nos elevará por sobre el
tiempo del reloj, hacia la libertad del tiempo. Tener conciencia del tiempo
implica reencontrarnos con nuestros sentidos... enfrentarnos cara a cara con
nosotros mismos y estar verdaderamente presentes en cada instante de nuestra
vida. La administración del tiempo propuesta es individual: vivir la vida desde
el ahora. El tiempo en sí mismo no existe; es sólo una medición de la distancia que
alcanza a cubrir un objeto que se desplaza en el espacio, tal como lo planteara Albert
Einstein. El tiempo no existe; el ahora, sí. Sentimos el presente. El tiempo
presente sólo se percibe individualmente”. Según Tomás Moore, “el tiempo sólo
es una faceta de la vida, y la vida es el regalo del tiempo. Querer tiempo es
querer vida, querer la oportunidad de vivir plenamente”.
El aquí y el ahora son importantes para el autor. “Si somos conscientes del
ahora, si lo sentimos, estamos en el flujo del tiempo. El tiempo, simplemente, es.
En este instante, ahora mismo”. Por eso es bueno crear tiempo. “Crear tiempo
es estar presentes, aquí en este instante, con más frecuencia. Creamos tiempo
cada vez que regresamos en la conciencia del presente. Crear tiempo es cuestión
de sentirse vivo y auténtico”.
Esta dinámica nos dice que es necesario cambiar de ritmo. “Cambiar de ritmo es
el método para sentir el tiempo con todo nuestro ser, con todos nuestros
sentidos, nuestros sentimientos y con el corazón. Cuando aprendemos a
transformar el tiempo, a acomodarlo, nuestras relaciones se vuelven más
gratificantes; el tiempo que pasamos solos, más enriquecedor; envejecer, más
satisfactorio; el trabajo, más fructífero, y el estrés y la ansiedad, menos
paralizantes. Llevamos el tiempo como esposas en nuestras manos y nos
movemos a su ritmo inexorable. Debemos aprender a manejar a la vez un
tiempo distinto, si queremos disfrutar de la vida”.
Debemos aprender a controlar el tiempo, porque “si no aprendemos a controlar
el tiempo de nuestras vidas, de manera consciente, el estrés será cada vez más
grave. Estamos a merced del bombardeo de mensajes con los que nuestra
sociedad nos incita a ir más rápido, a hacer y producir más, a comprar más y,
sobre todo, a nunca quedarnos tranquilos, para poder así experimentar el hecho
de vivir y estar vivos. Mientras no aprendamos a controlar el tiempo de manera
consciente, la vida se nos seguirá escapando y, no podremos notar ni la belleza
ni lo que ocurre a nuestro alrededor. Sólo nos quedará la impresión de que algo
hace falta, de que nos perdimos de algo. Tenemos que aprender a hacer que el
tiempo transcurra más despacio. Necesitamos detenernos, darnos cuenta de las
cosas, establecernos de verdad en nuestra vida y prestar atención a cada
instante, en vez de vivir corriendo”.
Es importante resonar al mismo ritmo. “Resonancia es el proceso mediante el
cual el ritmo de nuestros órganos y signos se sincronizan entre sí. En 1965
Cristian Huyyens descubrió que los cuerpos en movimiento tienden a la
resonancia; es decir, a vibrar al mismo tiempo. “Un cuchillo no es bueno ni malo,
pero quien lo tome en sus manos por la hoja, con toda seguridad está cometiendo un
error”. RENE DEAMUL. Para volver a resonar a nuestro propio ritmo, debemos
resonar con ritmos distintos de los de la sociedad, y la mejor manera es empezar
a resonar con el ritmo de cada uno”.
Afirma que “debemos ser proactivos y no reactivos”. Además, resalta la
importancia del comprender. “La comprensión es imposible si no estamos
serenos; la serenidad sólo existe cuando el tiempo transcurre despacio”. Por eso
nos aconseja lo siguiente: “¿Le preocupa el futuro? ¡Instálese en el presente!”.
Hay que transformar el tiempo. “Transformar el tiempo significa estar
cambiando nuestros ritmos constantemente, aminorándolo o acelerándolo para
sentirnos siempre presentes y en el transcurso del tiempo. En un mundo en el
cual “más rápido” es sinónimo de “mejor”, la capacidad de cambiar el ritmo es
fundamental, si queremos salir adelante en los asuntos de la vida cotidiana.
Con el sólo hecho de saber que podemos cambiar nuestro ritmo hará que
nuestras horas transcurran con menos ansiedad, nuestros días con menos estrés
y nuestra vida con más plenitud. El “tiempo mental” es cuando somos
hiperactivos para eludir el sufrimiento que nos producen los sentimientos
dolorosos. Con esto pretendemos evitar sentir lo que nos ocurre, para eludir
caer en el tiempo emocional. A medida que el ritmo de la sociedad se acelere,
permaneceremos cada vez más en el tiempo mental y dispondremos de cada
vez menos tiempo para procesar nuestros sentimientos. Esto podrá inundar
nuestra sociedad de reacciones emocionales equivocadas, y aumentar la
violencia y la irritabilidad. Si no desaceleramos lo suficiente para poder
experimentar de manera consciente nuestras emociones, el equilibrio entre el
tiempo mental y el emocional será cada vez más precario”.
Reviste gran importancia vivir el momento. “Como no sabemos estar en el
momento, en lugar de serenidad y contento, sentimos ansiedad y culpa. Estar
presentes es algo que va más allá de la mente y de las emociones. Es
simplemente ser conscientes del derecho de existir. Debemos sentir,
experimentar las emociones y sensaciones tal como llegan y cuando llegan: lo
que sea que sintamos en este momento. Habitualmente eludimos los
sentimientos del presente. Si sentimos dolor, queremos eludirlo y no nos gusta
el presente tal como es. Aprender a aceptar el presente tal como es, nos abre la
puerta hacia las dimensiones plenas de la vida. Nuestra sociedad capitalista,
industrializada, consumista y de éxito nos adormece, y no nos permite vivir el
momento, el ahora. Esta realidad nos impide participar del tiempo emocional.
Participar del tiempo emocional, estar en él, significa no estar simplemente de
cuerpo entero cuando estamos con nuestros seres queridos, sino estar también
emocionalmente presente. Significa estar en capacidad de entender, de apreciar
y compartir lo que él tenga para decir y ofrecer, recibiendo tanto de él como
usted sea capaz de entregarle. Significa ser capaz no sólo de escuchar las
palabras que alguien dice sino el significado y el tono de la emoción que
subyace en ellas. Significa ser capaz de interactuar con otra persona, de estar
con esa persona, sin estar pensando en otra cosa. Significa ser capaz no sólo de
sentir furia contra su jefe, resentimiento hacia su esposa, indignación ante sus
seres queridos, sino también disfrutar del elogio de los demás, amar la
compañía de su cónyuge, sentir placer y orgullo con la sinceridad y franqueza
de quienes amamos. Si no entendemos nuestras emociones del pasado, estamos
condenados a revivirlas, haciéndonos imposible, por tanto, vivir el presente”.
Vivir el aquí y el ahora nos libra de las tensiones. “En el presente no existe el
estrés. Cuando aceptamos que ahora sea, lo que es, aunque estemos cansados, o
asustados, o dolidos, no tenemos por qué agregar el estrés. Puede ser que no
seamos felices, pero estamos abiertos a la realidad de lo que la vida es en ese
momento del tiempo, y no estamos permitiendo que el estrés nos haga aún más
daño. Nuestra vida cambia favorablemente cuando somos capaces de aminorar
la marcha, de extender el momento y de hacernos plenamente presentes en cada
instante de la vida. Si nos permitimos estar verdaderamente en este momento,
en el ahora, y quedarse simplemente con lo que este momento es, el estrés
desaparece”.
Debemos tratar de eternecer los momentos. “Si no aprendemos a dilatar cada
momento y a mirar de frente lo que ese instante nos ofrece la vida se nos pasará
volando hacia su fin inexorable. Para ser capaces de habitar en el tiempo de la
emoción y el sentimiento, tenemos que dilatar cada instante, meterle una cuña y
hacer palanca para poder entrar en él y movernos allí, sintiendo todo lo que
ocurre. La mayoría tenemos miedo de lo que el instante puede depararnos, y
por tanto lo eludimos. No es fácil estar en el instante; si lo fuera, viviríamos
felices y contentos en el presente todo el tiempo. De hecho, cambiar nuestras
tendencias y hábitos requiere mucho esfuerzo y coraje, al igual que minimizar
el impacto de la resonancia que nos rodea y resistir a la gente que nos impulsa a
ir más rápido. Significa aceptar nuestros apuros y aceptarnos a nosotros
mismos. Infortunadamente, la mayoría de las personas sólo reconocemos la
importancia y al realidad específica del ahora cuando nos vemos frente a frente
con una enfermedad incurable o catastrófica. Afrontar nuestra condición mortal
puede provocar una vivencia del presente que simplemente no valorábamos
antes. Sin lugar a dudas todos hemos experimentado un estado de conciencia
plena. Pero debemos aprender a experimentarlo en las cosas más comunes y
elementales de la vida; en realidad, en todo lo que hacemos”.
El presente nos permite vivir a conciencia. “Si perdemos el instante presente,
perdemos la vida. La vida sólo se vive en el presente. La simple capacidad de prestarle
atención al mundo a medida que lo vamos encontrando, puede ser la piedra angular para
llevar una vida plena y que valga la pena vivir. DAVID WHYTE. Debemos tomar
conciencia del tiempo y sentir el ritmo y el transcurso particulares de cada
instante. Si no estamos conscientes del ritmo particular de cada instante, es que
nos arrastra la corriente de la vida y terminamos marchando al ritmo que nos
imponen desde afuera. En principio, el cambio de ritmo es un ejercicio que nos
obliga, como lo indica su nombre, a cambiar nuestro ritmo para resonar al
unísino con el ritmo externo de cada instante, o a sintonizarnos con nuestro
propio ritmo y optar por permanecer en él. Infortunadamente, lo que suele
ocurrir la mayor parte del tiempo, si no estamos conscientes del ritmo particular
de cada instante, es que nos arrastra la corriente y terminamos marchando al
ritmo que nos imponen desde afuera. Es como si viviéramos siempre en ese
estado de confusión que experimentamos cuando suena la alarma del
despertador y, a pesar de no saber muy bien ni siquiera quiénes somos, nos
vamos levantando como respondiendo a una orden”.
El cambio de ritmo tiene muchas implicaciones. “Para cambiar de ritmo,
demarcar fronteras temporales, honrar lo común y corriente, crear tiempo para
la espontaneidad, hacer lo que queremos hacer y crear retiros temporales.
Todos los aspectos de la vida son potencialmente ricos y plenos. No es lo que se
haga sin o cómo se hace lo que importa. Si dejamos a un lado las cosas en
apariencia intrascendentes, dejamos a un lado el presente. Y cuando este dejar a
un lado se convierte en nuestra pauta habitual de conducta, lo más probable es
que también dejemos a un lado los momentos extraordinarios, incapaces de
extraerles su esencia debido a nuestra prisa por avanzar. Si, en cambio,
desarrollamos la capacidad de hacernos presentes en los hechos ordinarios de
nuestra vida, empezaremos a valorar la vida misma, su experiencia cotidiana.
Las grandes aventuras resonarían con mucha más profundidad, pues habremos
aprendido a estar despiertos en el presente cualquiera que sea el caso”.
Muchas veces tenemos miedo al cambio. “Estamos cómodos con nuestra vida;
de manera que, aunque que nos parece atractiva la idea de hacer cambios, su
posibilidad real en verdad nos asusta. La rutina conduce a la pasividad interior;
la repetición puede llevar a un estado en que muy rara vez sentimos realmente
el presente, sin tomar conciencia del entorno ni de nosotros mismos. El tiempo
espontáneo nos permite romper la rutina y entrar renovados en una experiencia
novedosa de verdad. Es posible que nos asuste algo la incertidumbre, o que nos
dé miedo la posibilidad de aburrirnos, pero es una oportunidad como ninguna
para hacernos en verdad presentes en vez de estar comparando lo que es con lo
que hubiera podido ser. Decidir que no tenemos suficiente tiempo, o permitir
que alguien o algo decidan por nosotros, es sólo una manera de poner
resistencia. Todos podemos hacerlo, sin importar lo ocupados que estemos o
qué tan compulsivos seamos al distribuir nuestro día. Debemos tomar en serio
la necesidad de tener tiempo para nosotros mismos; de lo contrario, nos
convertiremos en máquinas al servicio de nuestro jefe, de nuestra familia y del
ritmo lineal. Y se nos pasará la vida sin darnos cuenta. En nuestra, cuando
estamos absorbidos por el trabajo, las preocupaciones, las relaciones y el estrés,
estamos demasiado llenos para reflexionar. Sin embargo, la reflexión cura
profundamente, y la necesitamos para poder evaluar dónde estamos y dónde
quisiéramos estar. Sólo es posible reflexionar cuando nuestro ritmo es lo
suficientemente lento como para que podamos pensar y sentir, sin que los
acontecimientos ni las demás personas nos distraigan”.
La soledad no debe preocuparnos. “Le tememos a la soledad, pero necesitamos
de ella para la contemplación y la reflexión. Cambiar de ritmo es encontrar
calma y sentimientos de paz. Nos asusta la soledad por los sentimientos que
pueden surgir antes de que alcancemos la calma y tememos enfrentarnos a
nosotros mismos desprovistos de nuestro estar haciendo. El tiempo a solas nos
conduce al espíritu".
Compartir nos permite cambiar de ritmo. "Para entrar verdaderamente en total
comunicación con otra persona, es menester que dediquemos tiempo a estar con
ella, pues el tiempo es el núcleo de cualquier relación. La única manera de
llegar a compartir un ritmo es compartiendo el tiempo juntos de manera
concentrada, con la atención de ambos puesta en el mismo punto. Una vez que
lo encontremos, resonamos al mismo ritmo y sabemos por instinto que nuestro
compañero está con nosotros. Sin embargo, con frecuencia nos relacionamos
sólo con los aspectos más superficiales de la otra para comprender demasiado
tarde que aquello no era más que máscaras detrás de las cuales está el
verdadero ser: la hermosura puede no ser lo que la hermosura es; el encanto
puede esconder inseguridad o rabia; un título puede esconder inseguridad o
rabia; un título dice poco o nada sobre el valor intrínseco de una persona. La
máscara por lo general se parece a la función que desempeñemos en la
sociedad: médico, abogado, maestro, policía, madre, padre, presidente de la
junta y directiva de una empresa. Pero si no nos tomamos la molestia y el
tiempo para ver detrás de la máscara, los ritmos que vamos a encontrar son los
ritmos de la sociedad, no los ritmos auténticos del interior de cada persona.
Pero las relaciones que se sustentan en la atracción sexual están condenadas a
fracasar, si lo que queremos es conquistar el objeto de nuestro amor en vez de
buscar una verdadera unión, una comunión que sólo es posible cuando el yo y
tu desaparecen para convertirse en un verdadero nosotros”.
Estar presentes es fundamental para vivir mejor. “Una relación sólo puede ser
auténtica cuando no forma parte de una fantasía, cuando estamos presentes con
la otra persona y sabemos quién es él o ella. Al fin y al cabo, nos encontramos
aquí, sin saber cómo ni por qué, compartiendo este planeta, cada uno yendo
detrás un momento a reconocer y saludar a otro ser humano puede ser hermoso
y profundamente significativo para todos. Con toda seguridad este
comportamiento ayudaría a sanar la confusión y la alienación que imperan en
nuestra sociedad hoy. En todas sus relaciones, superficiales o íntimas, siempre
dedique tiempo a desacelerar. Estar presente en el instante con otra persona es
el mejor regalo que se le puede dar al alma humana”.
En la vida es importante planificar para el futuro en el presente. “Muchas
personas no planifican; simplemente van dondequiera que la vida les lleve.
Dichas personas suelen sufrir de angustia y de miedo. La vida, les parece, suele
conducirlos a la infelicidad y al caos. Si, por el contrario, fueran capaces de
darle dirección a su vida, muchas de sus angustias y temores desaparecerían
automáticamente. Subyace tras esto el mismo principio de ser dueños de
nuestro tiempo, o dejar que el tiempo sea nuestro amo y señor. Saber qué
constituye lo importante es fundamental al hacer planes. Con frecuencia, sin
embargo, las crisis nos distraen; también el deseo de no pensar sino de hacer,
impulsados por los trajines de la vida cotidiana, que hacen difícil ver qué es lo
importante”.
Hay que distinguir entre lo urgente y lo importante. “La urgencia tiene que ver
con acontecimientos que nos llegan desde afuera y que exigen nuestra atención
inmediata: crisis y dilemas que hay que atender ahora. Lo importante hace
referencia a las cosas que trascienden lo inmediato y están en línea con la
orientación general que hemos escogido en cualquier aspecto de nuestra vida.
Para que sea posible planificar con eficacia, para poder dedicar nuestro tiempo
a lo que es importante y no meramente urgente, debemos desacelerar, cambiar
de ritmo, mantener las interrupciones a raya, crear fronteras, ser plenamente
conscientes a concentrarnos en los asuntos a largo plazo. Es la mejor manera de
evitar problemas futuros y reducir así el tiempo que vamos a necesitar para
resolver la crisis. Cuando hagamos nuestros planes para el futuro, también
nosotros debemos dar un paso atrás, cambiar de ritmo y separar lo urgente de
lo importante. De lo contrario, no estaremos preparados para un futuro en el
que fuerzas inesperadas nos obligarán a no actuar sino a reaccionar. Si estamos
preparados, estaremos en mejores condiciones para aprovechar las
oportunidades que nos salgan al camino”.
El ritmo social está socavando la democracia. “Los procesos democráticos
requieren pensar, debatir argumentar, sintetizar; es decir, necesitan tiempo.
Para entender la verdad de un asunto, es menester oír a las dos partes, sus
razones y sus argumentos; tener acceso a los datos y los hechos; estudiar,
sopesar, rumiar. Para ponderar a un hablante, debemos escuchar sus ideas,
hacer preguntas perspicaces, analizar su sinceridad, entender las implicaciones
de lo que tiene para decir. La verdadera revolución es un sincero respeto a las
diferencias de los demás. La violencia prospera porque es una manera de sentir.
Atrapados en la violencia televisada, desesperados por una dosis rápida de
algo, por una gratificación inmediata, necesitados del estímulo (que crea
adicción) del riesgo, cada vez más recurrimos a los puños, las porras, los
cuchillos, las armas de fuego. Y ya ni siquiera las blandimos al aire en señal de
amenaza cuando alguien se nos cruza en el camino, sino que disparamos”.
EXCESO DE EQUIPAJE
(Judith Sills)
Liberarse de uno mismo
El exceso de equipaje son las cosas que ignoramos sobre nosotros mismos y que
obstaculizan nuestro camino. Nosotros no sabemos cuáles son, pero los demás
sí. El exceso de equipaje ocasiona miedos, es una carga inútil; genera temor al
cambio, al riesgo, al fracaso y al rechazo. Entonces nos quedamos en donde estamos así
nos hagamos daño, así suframos. El exceso de equipaje nos mantiene encadenados.
Mientras no nos liberemos seremos infelices. El exceso de equipaje es una carga
absurda. Muchas veces el exceso de equipaje es impuesto desde afuera, por los
demás. El exceso de equipaje ocasiona tristeza y angustia. No podemos ver el exceso
de equipaje porque estamos preocupados con el peso de la carga que los demás
nos impusieron y nos imponen: necesidad de tener razón, sentimiento de
superioridad, temor al rechazo, necesidad de teatralizar o dramatizar y necesidad de
alimentar ira. Nuestra personalidad determina el equipaje que llevamos. El
exceso de equipaje no permite la liberación de uno mismo. El exceso de
equipaje se encuentra en los siguientes planos: 1. Comportamiento: malos
hábitos, apegos, drogas, vicios, etc. 2. Cognoscitivo: falsos valores, creencias,
temores, supersticiones, etc. 3. Emocional: resentimientos, venganzas, iras,
secretos, etc.
El precio que hay que pagar por ser quienes somos.
Nuestro equipaje es el resultado directo de las cualidades personales que hemos
cultivado. Emana directamente de todas las cualidades de la persona. Es el
producto de los anhelos predominantes que moldean la personalidad. Nuestra
personalidad individual está construida alrededor de un núcleo complicado de
motivaciones, necesidades, anhelos e instintos. En cada uno hay unas pasiones
predominantes, las cuales proporcionan en gran medida el combustible que
mueve a la personalidad. En la medida en que dominan la personalidad,
ayudan a desarrollar cualidades muy claras; al mismo tiempo, contribuyen a
desarrollar el equipaje. Una pasión predominante es una necesidad apremiante.
La necesidad de ejercer control, de autoestimación, de seguridad, de apego y de
justicia son las pasiones predominantes en el exceso de equipaje. La pasión
predominante puede ser tan abrumadora y tan y tan urgente que nos obligue a
satisfacerla, incluso a expensas de nuestro éxito y nuestra satisfacción. Las
pasiones personales predominantes probablemente sean una combinación de
nuestra herencia genética y bioquímica, de nuestro ambiente de intimidad y de
nuestro ambiente ampliado. La causa del equipaje está en la herencia y el medio
ambiente. Para aligerar el peso del equipaje es necesario aprender poco a poco,
paso a paso, a resistir al apremio de las pasiones predominantes. El exceso de
equipaje es lo que desconocemos de nosotros mismos, lo que no hemos logrado
ver y que siempre está obstaculizando nuestro camino. Para liberarnos del
exceso de equipaje debemos cambiar lo que vemos, lo que pensamos y lo que
hacemos.
La necesidad de tener razón
Tener razón es importante porque produce una sensación deliciosa de triunfo y
de validez, pero la necesidad de tenerla siempre se convierte en un equipaje
muy pesado cuando es la fuerza impulsora en lugar de una simple preferencia.
Esa necesidad mina la energía, convierte el esparcimiento en trabajo, paraliza el
criterio e interviene el amor. El peligro de la necesidad de tener razón es que
nunca aflojamos, ni con nosotros mismos ni con los demás. El cuerpo paga un
precio por la presión intensa de producir. Vivir para tener razón no es tan
importante como vivir. La necesidad de tener razón obstaculiza la capacidad de
tomar decisiones. En esa necesidad subyacen el perfeccionismo, la dilación y la
impulsividad. La alternativa de no decidir implica dejar que la vida lo haga por
usted. Hay que aflojar. Aflojar es combatir la necesidad de tener razón.
Entonces habrá menos tensión emocional y podremos concentrarnos en las
cosas importantes de la vida. Si necesitamos el control, agotamos la energía
física y mental la causa de la tensión que procede la lucha por organizar el caos.
El mayor precio que se paga por la necesidad de tener razón es el agotamiento
que produce la lucha constante. Podemos mejorar si nos relajamos,
visualizamos y meditamos.
El sentimiento de superioridad
El sentido de superioridad es el equipaje más sutil y a la vez más costoso. De
todos los equipajes es el más incómodo. Puede ser un el equipaje al cual nos
aferramos con mayor fuerza. La superioridad le imprime a toda relación íntima
el sabor amargo del desprecio, la decepción o la incertidumbre fatal. Construye
imágenes desproporcionadas de logros sin aportar los materiales de
construcción necesarios para la realización. En el fondo, el sentido de
superioridad nos obliga a vivir en un mundo de fantasía porque la vida real es
demasiado pálida en comparación.
Dentro de la persona que se siente superior vive un ser pequeño e inseguro, un
tipo que se preocupa por ser lo suficientemente bueno. La superioridad es un
sentimiento relativo. Sólo se es superior con respecto a otra persona. Es una
superficie quebradiza. Se desmorona con la crítica y tarda mucho tiempo en
recuperar su antigua forma. Es una cuestión externa. Un sentido fuerte de
superioridad tiende a hacernos sentir negativos hacia los demás. Cuando nos
enfrentamos con nuestra superioridad vemos, cara a cara, al “tipito” que se
oculta en el fondo, y nos asustamos. El sentimiento de superioridad hace
vulnerable a quienes son “superiores” a los demás, dificulta vivir como persona
madura y convierte la vida en una desilusión. La superioridad es una sensación
mágica de bienestar, una forma placentera de inflar desmesuradamente el ego,
pero lo hace vulnerable a los golpes de los celos, la envidia y la inferioridad. La
superioridad se puede perforar fácilmente. Y lo deja vulnerable a los tres
venenos psicológicos: 1). La envidia. La apasionada sensación de infelicidad de
saber que otro tiene algo que usted no tiene. ¡Y usted lo desea! 2). Los celos. El
odio perverso y angustiante que se apodera de su espíritu cuando teme que otra
persona desee de alguien (o algo) que es suyo, y que podría obtenerlo. 3). La
inferioridad. El temor secreto que se oculta tras la idea de que usted es especial.
Sentir que, en realidad, no es sobresaliente y no vale nada. La superioridad se
demuestra en la competición mental que siempre tiene lugar entre usted y el
resto del mundo. En garras de la envidia nos tornamos mezquinos y negativos,
siempre estamos dispuestos a degradar a los demás, a abandonar una relación
porque envidiamos a la otra persona por su trabajo. La envidia empequeñece el
espíritu, y ese espíritu mezquino es el que proyectamos sobre el mundo y
contra nosotros mismos.
El poder destructor de la envidia está en que hace que nos desvaloricemos. Es
un golpe directo contra el mérito propio que estamos tan ansiosos de
demostrar. La envidia es una forma de autocrítica. Dice: “Lo que tengo, lo que soy,
no es lo suficientemente bueno. Para sentirme bien necesito lo que usted tiene”.
Los celos son uno de los tormentos más grandes que uno puede sufrir.
Destruyen la concentración porque nos obligan a concentrarnos exclusivamente
en pensamientos deprimentes de traición y en visiones horripilantes de
pérdida. Una vez que los celos invaden una relación amorosa es difícil, si no
imposible, borrarlos. Los celos son el enemigo absoluto del amor, pero para
quienes tienen el equipaje de la superioridad son prácticamente la consecuencia
de haberse enamorado. Sienten que no pueden evitarlos. Como “aman”
profundamente, temen que una persona superior se lleve el objeto de su amor.
Eso les produce una angustia paralizante y venenosa que a la larga puede
destruir precisamente la relación que tanto deseaban conservar.
La inferioridad es una enfermedad del espíritu que siempre está presente. Nos
hace tambalear a cada paso, susurra incertidumbre bajo la máscara de
confianza. Nos aleja del riesgo y del deseo de logro porque la inferioridad hace
sentir la certeza del fracaso. Es la explicación que esgrimimos para justificar lo
que no tenemos, lo que no somos, lo que no deseamos hacer. Crea una
sensación de inutilidad. La inferioridad acosa porque nuestra autoestimación es
inestable. Nosotros, en lugar de fortalecerla interiormente, recurrimos a tapar
los daños con una concha externa de superioridad.
La mejor manera de protegerse de los celos, la envidia y la inferioridad es con
una autoestimación sólida y realista. Pero no es posible sentirse
verdaderamente a gusto con uno mismo sin antes sacrificar la sensación
abrumadora de satisfacción que produce el ego inflado.
Tenemos la convicción profunda y motivadora de que estamos destinados a
hacer grandes cosas algún día, pero deseamos madurar porque no queremos
enfrentar las consecuencias. Su insistencia en ser el mejor le aumenta las
posibilidades de llegar a serlo y de recibir lo mejor de los demás, pero muchas
las decepciones que debe soportar en la vida por tratar de mantener esas altas
normas de desempeño.
Si llevamos en hombros la carga de la superioridad, es lógico que la mayoría de
las experiencias de la vida serán decepcionantes. La mayoría de las personas
que conozcamos no nos interesarán. Las fiestas no serán divertidas. Los
momentos de gloria dejarán algo que desear. “No fue como había imaginado”. “No
fue todo lo que podrá haber sido”.
¿Quiénes gozan más de la vida? Los que somos demasiado tontos para ser
exigentes o somos demasiado simples para tener altas normas. Nuestras normas
son tan bajas que para nosotros todas las personas son agradables. Sin el
beneficio del ojo discriminador de la superioridad nos sentimos a gusto con casi
todo, incluso con nosotros mismos.
Ser superior, ser exigente, tener altas normas, equivale a acrecentar al máximo
la posibilidad de sentirse mal. Tener normas bajas, peor aún, no tener normas,
equivale a tomar cada experiencia como llega, a apreciar lo que ofrece, sin
juzgar, sin comentar, sin medir o comparar con ella lo que uno vale. Con esta
actitud usted nunca tendrá la ocasión de sentirse superior. En cambio, tendrá
más oportunidades de ser feliz.
Lo que usted necesita para reducir la envidia, los celos y la inferioridad, para
sentirse cómodo con el ego desinflado de la edad adulta, para eliminar la
negatividad por la autoestimación. En el fondo de la auténtica autoestimación
está la imagen real de sus cualidades y defectos. En un principio, puede ser un
trago amargo porque nuestro verdadero yo nunca es tan grandioso como la
persona que somos en la fantasía.
El temor al rechazo
La expresión temor al rechazo es un “cliché” (frase hecha) cultural, un concepto
tan trillado que ya no transmite la angustia que encierra. El temor al rechazo no
es simplemente el espasmo que se siente en el estómago antes de pedir un favor
o de invitar a alguien a salir. En estas situaciones, la posibilidad de un rechazo
sólo produce parálisis temporal, y casi todos acabamos por poner el pecho y
lanzarnos, aunque sea con torpeza, a insinuar lo del favor o a hacer la
invitación, hasta que obtenemos lo que deseamos, o nos rechazan y nos vemos
obligados a esperar otro momento más propicio.
Pero no es posible evitar la posibilidad del rechazo, a menos que evitemos la
vida misma. Eso es precisamente lo que hace que la persona que teme al
rechazo: trata de esconderse en un mundo pequeño, seguro y conocido en el
cual casi desaparece la posibilidad de que la rechacen puesto que ya ha sido
aceptada en él. Eliminada la posibilidad, no tiene que temerla ni sufrir los
horribles efectos secundarios de ese temor. Con eso pone fin a un estado
interior muy desagradable, pero al precio de una vida.
El temor al rechazo genera resentimiento. Entonces reniega, suspende las
relaciones con otra persona y se deprime. Su resentimiento escapa en forma de
comentarios hirientes. Gotea en forma de suspiros o de un aire de melancolía.
No dice: “Estoy furioso porque me dejaste esperando”, sino pone mala cara y dice
que casi se muere de calor mientras esperaba. Se muestra reservado, distraído,
hace comentarios negativos sobre otros temas, esperando que alguien se dé
cuenta y e qué le pasa. Pero aunque se lo pregunten directamente, no responde.
Prefiere cambiar de tema. Deja de visitar a un amigo que hirió sus sentimientos,
o decide que, en realidad, nunca le agradó su compañero de oficina. Luego
razona que no debe hablar sobre el asunto con quien lo ofendió porque sólo
empeoraría las cosas, él no vale la pena, es imposible hablar con él. Cuando no
puede suspender las relaciones con alguien que lo hirió, lo insultó o lo ofendió,
usted tiende a volcar la ira hacia adentro. En lugar de estallar con un padre, o
un hijo, o un amigo que ha sido cruel o desconsiderado, se entrega durante días
al abatimiento, repitiéndose una y otra vez cuán triste o desespera es su
situación en la vida. Cuando una persona teme al rechazo, su vida es gobernada
por una sola regla: “Haré lo que desee con mi vida mientras no haga enojar a nadie”.
La mujer o el hombre que teme al rechazo tiene una razón mucho más clara
para creer que no debe solicitar lo que desea: no pidiendo evita correr el riesgo
de recibir una negativa.
Evitar es la palabra que siempre repite, su principal manera de enfrentar las
cosas, su estrategia para vivir. Si evita el riesgo no podrá fallar. Si no expresa su
opinión, no podrá ofender a nadie. Si evita la búsqueda no será rechazado. Pero
si evita todo eso, tampoco podrá sentirse bien con usted mismo.
Si el peso del temor al rechazo, sólo se siente realmente bien con usted mismo
cuando es aceptado. La imagen que usted tiene de usted mismo se forma en el
momento en que la ve reflejada en los ojos de otra persona. Como es natural,
desarrollará muchas técnicas para complacer a los demás. Hará muchas cosas
bellas por otras personas, y sentirá placer y satisfacción al hacerlas.
Es mucho el bien que eso produce, pero falta algo. Usted tiende a medir lo que
es y lo que vale según la medida del aprecio de los demás por lo que usted
hace. Y ahí está el problema, porque la gente rara vez aprecia lo que recibe en la
medida en que usted aprecia lo que da. Esta diferencia puede causar una herida
muy honda en su autoestima.
Aunque no estemos deprimidos, esa necesidad de evitar carcome nuestra
autodestrucción. Tiendemos a ceder, a seguir la corriente y a no ver motivos
para luchar. Siempre tratamos de complacer a los demás, pero ellos no tratan de
complacernos a nosotros en igual medida. Así las cosas, ¿cómo podríamos tener
una sensación firme de todo nuestro ser?
En lugar de un sentido sólido de su identidad, nos quedan tan sólo algo que
hemos dado en llamar “baja autoestimación”. Poco a poco, día tras día, relación
por relación, la actitud de evitar las cosas crea en nosotros un malestar con uno
mismo. Y ni siquiera debemos ser rechazados para sentirnos así. Lo único que
tenemos que hacer es preocuparnos porque no somos lo suficientemente
buenos, enterrar la incertidumbre bajo una amable máscara de sacrificio. Claro
está que sabe cuánta incertidumbre hemos ocultado. Ese temor al rechazado, de
por sí, nos hace sentir mal con nosotros mismos. Y al sentirnos mal con nosotros
mismos seremos más dados a pensar que los demás piensan mal de uno y, por
lo tanto, nos rechazan. Como es natural, trataremos de escondernos más
adentro de nuestra cárcel.
El remedio para vencer el temor al rechazo es aplicar nuestro mundo. La
persona apasionada por la seguridad se convierte en experta en la materia, pero
en el camino puede pierde la capacidad de correr riesgos. Correr riesgos
implica que eliminemos deliberadamente la necesidad de tener seguridad y así
despejar el camino para salir de la prisión emocional. Significa que quizá
tengamos que sacrificar la sensación de comodidad, de contento y de
complacencia para hacer algo que nos produzca extrañeza e incluso desagrado
(sólo para demostrarnos que podemos hacerlo).
Para erradicar el temor al rechazo hay que correr riesgos. Para reducir el temor
al rechazo es preciso que corramos el riesgo de un rechazo, y punto. Si es un
temor infundado, el temor desaparecerá apenas nos arriesguemos, porque nos
daremos cuenta de que el rechazo, aquello que tememos, no ocurre siempre.
Nunca gozaremos del beneficio de ese aprendizaje si no corremos el riesgo.
Correrlo también reducirá el temor, incluso si éste es justificado. Cuando ocurre
el rechazo, y es algo inevitable en la vida, el dolor no es tan devastador ni la
humillación tan temible, como uno los imaginó. Infortunadamente, no se puede
aprender a tolerar el dolor del rechazo sin sentido en la práctica.
Arriesgarse hoy mismo. Ahora mismo. Dejemos de esperar ese día que nunca
llegará. Si no nos arriesgamos ahora mismo, cuando llegue el momento en que
nos veamos forzados a hacerlo, sufriremos inmensamente al darnos cuenta de
todo el tiempo que perdimos en la vida alejados del mundo por culpa de un
temor exagerado.
El sufrimiento producido por el temor al rechazo es muy real; pero el deseo de
obtener lo que deseamos sin correr el riesgo de ser rechazados es pura fantasía.
El temor produce sufrimiento porque reduce la vida a la más mínima expresión.
Con el tiempo nos sentimos sofocados e insatisfechos de vivir en el mismo sitio,
aferrados al mismo trabajo que sabemos hacer con los ojos cerrados y a las
personas a quienes ya no les interesamos o que no nos necesitan. Entonces
adormecemos la insatisfacción con la fantasía: “Algún día... cuando conozca a la
persona apropiada, cuando los niños hayan crecido, cuando me gane la lotería, cuando
me gradué... llevaré la vida que sé que puedo llevar, sin correr el riesgo del sufrimiento,
la humillación, el pánico de fracasar”.
Todo camino hacia una meta es como una montaña que debemos escalar. Son
muchas las personas que se la pasan escondidas en un valle al pie de la montaña,
soñando con la vida de la cima. Los que están allá arriba no llegaron por haber tenido
menos fracasos en el camino sino porque estaban dispuestos a soportar más caídas. La
meta no es evitar el rechazo, sino reducir la frecuencia con que sucede. La meta
es reducir el temor a ese rechazo. El temor es el equipaje. El rechazo mismo es
sólo parte del camino que lleva a la cima.
A todos se nos hace el camino más largo por el peso del equipaje que cargamos
y porque las personas a quienes amamos, con quienes trabajamos y de quienes
dependemos también llevan su propio equipaje. Si tememos el rechazo,
pensemos que eso no es lo único que nos detiene en el camino. Tal vez creamos
que la manera de evitar el rechazo es controlando todas las situaciones. Si eso es
así, la necesidad de tener razón puede ser otro obstáculo. Es probable que la
manera de evitar el rechazo sea aferrándonos a la idea de que estamos por
encima del resto del mundo, en cuyo caso es el sentimiento de superiordad el
que no nos permite avanzar.
Cualquiera que sea el resto del equipaje, si tememos el rechazo probablemente
necesitamos demasiado de los demás. Necesitamos su aprobación y, desde
luego, su aceptación. Si no le diéramos demasiada importancia a eso, el rechazo
no sería una amenaza tan grande. Pero además del visto bueno de los demás,
necesitamos también amor, atención, admiración, apoyo. Necesitamos una
unión, y a veces hacemos hasta lo imposible por lograrla.
Necesidad de teatralizar
La persona que teatraliza afirma, por ejemplo, que “Si realmente me amaras..., no
me dejarías hablando sola; me dejarías hacer lo que deseo; sabrías lo que quiero de
cumpleaños, y no tendrías que preguntarme; te pondrías de mi lado y no del lado de los
niños; intercederías por mi con tu familia; me dejarías estar acostado; te preocuparías
por mí; me dirías que me amas, me felicitarías y me dirías cosas amables; me
mimarías...”.
La manera inconsciente de evaluar la vida a toda hora gira alrededor de una
sola cosa: lo que sentimos. Los sentimientos son a la vez una fuente de
información y la razón para reaccionar a esa información y manejarla de una
manera o de otra.
Los sentimientos dirigen nuestros actos. Si no se controlan los sentimientos que
creemos que son imposibles de controlar, y entonces nos dejamos controlar por
ellos. Son nuestra brújula. Nos dicen lo que está bien, lo que está mal, lo que es
absolutamente necesario y lo que es intolerable.
La síntesis de todo es que si nos sentimos desorientados. No sabemos qué hacer.
En cierta forma, no sabemos quiénes somos. Pasamos la vida midiendo la
temperatura de nuestras emociones para actuar conforme al resultado de esa
medida.
Siempre sabemos cómo nos sentimos porque nuestras sensaciones son más
intensas que las de los demás. Emocionalmente, somos como un vehículo
acelerado. Aunque esté detenido ante un semáforo, el motor continúa
funcionando aunque no aceleremos. A veces debemos pisar el freno para
mantenerlo bajo control. Cuantas más revoluciones mayor cantidad de
combustible emocional inunda nuestro sistema. Sabemos cómo nos sentimos
porque hacemos hasta lo imposible por crear situaciones que provoquen
sensaciones. En otras palabras, a falta de otra manera de evocar sentimientos,
recurrimos al drama.
Una parte nuestra siempre está orientada a sentir (sentir más, querer sentir,
preguntarse cómo nos sentimos) hasta que los sentimientos son tan fuertes que
ya no tenemos que preguntarnos más. Cuando esa capacidad de sentir está a
nuestro servicio, nos convierte la vida en una fuente de dicha de la cual no
disfrutamos de los demás. Pero cuando son los demás quienes viven para estar
al servicio de esa emoción, el resultado es un caos.
¿Qué es lo que pretendemos conseguir con toda esta emoción? ¿Cuál es el
motor de nuestra expresividad si no la fuerza abrumadora de nuestros
sentimientos? Lo que buscamos es contacto. La necesidad predominante
alrededor de la cual está organizada nuestra personalidad es el deseo intenso de
apego. El apego viene en mil y un sabores, pero, en el fondo, el tema es el
mismo: para nosotros, el apego representa una conexión profundamente
emocional con la gente. El apego es una pasión predominante.
Minuto a minuto, tratamos inconscientemente de conectarnos con las personas
que hay a nuestro alrededor exigiéndoles su atención. Para nosotros nunca hay
suficiente atención, como nunca es demasiado el aire que respiramos. El
colorido, la calidez, el atractivo físico y la energía son como faros de éxito que
atraen la atención de los demás. Cuando alguien nos mira, le sonreímos,
estamos de acuerdo con los demás, dejamos notar el aprecio, la recompensa es
una emoción profunda. El contacto hace que la lectura de nuestro medidor de
sentimientos sea excelente.
La pasión por el apego es tan poderosa que todos los rompimientos, hasta lo
más triviales e incluso los que han deseado, son terribles para uno. La
separación produce un dolor intenso. Echamos de menos los personajes de un
buen libro durante horas después de haberlo terminado. Si no sale al aire el
programa favorito de televisión, nos sentimos defraudados. Separarnos de la
familia o de los amigos, aunque temporalmente, es desgarrador. Y romper una
relación definitivamente, aunque haya sido infeliz en ella, puede resultarnos
intolerable.
Puede llegar incluso a no querer deshacernos de algo que nos hace mal. Un
amante nos rechaza, y nos dedicamos a leer y releer las cartas, aunque nos
duelan. Cuando un suceso nos produce un sentimiento intensamente negativo,
nos aferramos a él. Preferimos sentir algo que no sentir nada. Y mantenemos
automáticamente nuestros apegos en lugar de desprendernos y seguir adelante.
La persona que tiene la necesidad de teatralizar, el apego le permite manejar
con mayor facilidad su intensidad emocional porque siempre tiene a su lado a
alguien que le ayuda a poner en orden en sus sentimientos. Sólo tiene que
establecer una conexión para expresar sus sentimientos sobre cualquier cosa. La
otra persona puede entonces ayudarle a analizar esos sentimientos, a considerar
lo que debe hacer, sugerir alternativas que usted pudo haber pesado por alto
porque la fuerza de sus sentimientos le impidió ver las opciones. Además, la
atención que le presta la puede hace sentir mejor. Esa persona atenta puede
escuchar y comprender como se siente usted. El apego es un bálsamo para su
tormentoso estado interior porque la hace sentir amada o importante, o
poderosa, o mejor aún, las tres cosas. La pasión por el apego es la fuente de su
fuerza y de lo que les aporta a los demás. Pero, desde luego, también es el
origen de su equipaje.
El equipaje teatral implica que crea inconscientemente conflicto y crisis o se
hace la víctima para atraer la atención y establecer una conexión emocional.
Crea situaciones peligrosas o dramáticas porque: a). Desea que la marea de sus
emociones permanezca siempre alta. Es el estado interior que más conoce y con
el cual se siente mejor, de manera que trata de restablecerlo automáticamente; o
b). El torrente de sus emociones es tan automático y poderoso que lo empuja
hacia situaciones intensas en las cuales puede descargar parte de la energía
emocional que tiene acumulada. Busca situaciones en las cuales pueda gritar,
llorar, caminar de un lado para el otro, reír o aliviar de alguna otra manera su
tormenta interior.
Si la vida se torna demasiado estable, prosaica o predecible para generar
emociones, usted entonces se encarga de crear estímulos iniciando batallas
familiares, escogiendo un cónyuge imposible, arriesgando su empleo,
infringiendo las normas sociales, sólo para lograr un sentimiento intenso fuera
de usted. Usted puede convertir la vida cotidiana en toda una experiencia
impenitente, pero muchas veces es usted quien paga el costo de esa chispa.
La persona que actúa impulsada por sus sentimientos omite el paso de
especular acerca de las consecuencias y asumir la responsabilidad de sus actos.
Si las consecuencias son negativas, se siente víctima. “¿Por qué todo tiene que
pasarme a mí?”
Otro riesgo de actuar sin reflexionar se ve muy a las claras en nuestra cultura.
Lo que produce placer momentáneo suele dejar una larga cadena de
sufrimientos: comer o beber desenfrenadamente de vez en cuando. Gastar
impulsivamente para disfrutar de ese placer a expensas de la estabilidad
económica. Ceder a un impulso sexual para luego sentir sólo remordimiento,
vergüenza, o en el peor de los casos, contraer una enfermedad. Descargar los
sentimientos en un acceso de ira sin pensar en las consecuencias futuras para la
relación.
Todos estos problemas emanados de la imposibilidad de controlar los impulsos
son consecuencia de las decisiones teatrales que se toman cediendo a las
emociones. Y todos dejan sufrimiento una vez desvanecido el momento de
placer.
Si usted es una persona que teatraliza, lo más probable es que también sea un
manantial de ternura, alegría y afabilidad. El problema es que también crea
conflicto, catástrofe y confusión, cada uno de los cuales hace que su vida sea
más dura de lo que debe ser.
El impacto del equipaje teatral se puede reducir aprendiendo, mediante pasos
pequeños pero importantes, la manera de moderar el tono y reflexionar antes
de actuar.
El remedio contra la teatralización es moderar el tono y reflexionar. Moderar el
tono significa tomar la decisión consciente de controlar la intensidad de los
sentimientos. Significa básicamente que usted debe dominar sus excesos
emocionales para poder escuchar la voz su pensamiento. Cuanto más tiempo
dedique a pensar, juzgar, decidir, más oportunidad tendrá de desarrollar esa
capacidad.
Nada de esto implica un cambio fundamental de su pasión por el apego. Su
apego emocional hacia la gente siempre será la motivación esencial de su vida.
Pero si reduce su necesidad de dramatizar, las relaciones que formará con los
demás serán muy distintas. El drama hace que sus relaciones sean más
tormentosas y agitadas de que deben ser. Sus desbordamientos emocionales
crean más dependencia de la necesaria. Y la urgencia de sus apegos hace que su
relación con usted mismo (con sus metas, con su espíritu, con su identidad) sea
más débil de lo que podrá ser.
Al controlar conscientemente su inclinación a dramatizar, usted podrá: *Escoger
mejor a las personas a las que se apega. No reaccionará sólo basándose en sus
sentimientos hacia ellas sino que también se detendrá a considerar lo que
piensa de ellas. *Resistir algunas veces la necesidad de formar apegos, dejando
espacio para desarrollar confianza en usted mismo y, con ella, si
autoestimación. *Cuestionar las interpretaciones emocionales que hace de lo
que sucede a su alrededor. *Dar, además, un tercer paso en el proceso que
gobierna su vida en este momento de sentir y actuar. Ese paso intermedio será
pensar; y una vez que reflexione, el hecho de actuar o no actuar será producto
de una decisión pensada y no de una urgencia impulsiva.
El drama es producto de la emoción. Cuando usted aprenda a aprender menos
de sus reacciones emocionales, la tendencia a dramatizar disminuirá. Y al
dramatizar menos y pensar más las cosas, se sentirá mejor. Se sentirá mejor
porque su vida será menos tempestuosa. Actuará menos impulsivamente al
disminuir la velocidad durante el tiempo suficiente como para considera las
consecuencias. Sufrirá menos porque es menos fácil sentirse herido cuando se
pueden ver las cosas desde el punto de vista de otra persona. Y se sentirá mejor
con usted mismo porque podrá demostrar, paso a paso, poco a poco, que puede
ser dueño de su propia vida.
Realizar drama también es fuente de entusiasmo y emoción. Los demás
tenemos la suerte de tener a alguien como usted, y usted tiene la fortuna de
tener acceso a un plano emocional que le está negado a la mayoría. Su
intensidad y calidez hacen de la vida una experiencia más rica y más vivida. No
tiene por qué perder jamás su amor por el color de la vida ni su capacidad para
imprimir ese color. Lo único que debe hace es matizar sus excesos emocionales
y abrirle espacio a un criterio más sólido. Cuando lo haga, se verá premiado con
menos relaciones amorosas angustiantes y con más amor, menos altibajos
agotadores y más felicidad. Es cierto que tendrá más responsabilidad. Pero con
ella vendrá la convicción embriagadora de que pueda manejarla. Esa es la mejor
sensación de todas.
A medida que se desarrolle el sentido de su yo y pueda dejar de lado la
necesidad de hacer teatro, estará listo para hacer frente a la que puede ser su
última pieza de equipaje. Si el respecto y el amor a uno mismo son la mejor
sensación, la ira es la peor. Si usted todavía sufre y siente el veneno de una
herida vieja, vivirá en medio de una tormenta emocional que obstaculizará todo
lo que trate de lograr.
La ira no afecta sólo a la persona que lleva un equipaje teatral. La ira puede ser
el equipaje de todos nosotros, sin importar nuestra personalidad ni las pasiones
que predominen en cada uno. Todos somos vulnerables a las heridas. A veces,
sin darnos cuenta, permitimos que el dolor de esa herida gobierne los demás
aspectos de nuestra vida.
Alimentar la ira
La ira en sí es una parte normal y necesaria de la experiencia humana, una señal
de supervivencia que nos hace saber que algo amenaza nuestro bienestar; sin
embargo, es fácil pasar por alto el precio que se paga por la ira cuando ésta se
considera sana e inevitable. La ira es normal, hasta cierto punto. Pasado ese
punto, no es otra cosa que sufrimiento para todos. La ira se convierte en exceso
de equipaje cuando uno es tan sensible, tan vulnerable, que nos sentimos
ofendidos en todo momento, o no puede curar las heridas del pasado y éstas se
convierten en un tema predominante en su vida.
El equipaje de la ira difiere un poco de los demás excesos de equipaje. Como los
demás, lo más probable es que determinado tipo de personalidad sea irascible.
Pero a diferencia de los demás equipajes, la ira podría ser una carga para
cualquier persona si su herida es lo suficientemente profunda. La
susceptibilidad aumenta por efecto del otro equipaje. En estos casos específicos:
Cuando la persona necesita tener razón le es difícil olvidar una injusticia pasada
porque perdonar un error es como equivocarse usted mismo. Para usted no hay
términos medios. Si la tratan injustamente, le da rabia. Si se le quita la rabia es
porque reconoce que no procedió bien al reaccionar con rabia. Además, no sabe
perdonar sus propios errores. Por lo tanto, le es más difícil concederle el
beneficio de la duda a alguien que lo haya herido.
Cuando necesita sentirse superior, lo más probable es que quede atrapado en
un ataque de ira cuando su ego reciba un golpe. Por ejemplo, si un amigo sale
con una exnovia suya, podría ser el fin de esa amistad. El hecho de que usted ya
no la quiera no quiere decir que ella deba irse con él. No importa que el golpe
que le dieron a su ego no haya sido intencional. Si lo hace sentir degradado,
alguien tiene que pagar eso de alguna manera.
Cuando el individuo teme al rechazo sus arranques de ira serán directamente
proporcionales a su abnegación. Cuando sepulta para conservar una relación
importante, la ira se va acumulando como lo harían los intereses en un banco
psíquico.
Cuando el sujeto teatraliza descubre que la furia satisface con mucha facilidad
sus necesidades. Al cultivar esa furia puede tener acceso al drama cuando
quiera. Eso hará que le sea muy difícil separarse de su ira. Como la dependencia
y el apego son una parte importante de su equipaje, lo más probable es que se
deje seducir por la ira cuando alguien importante no cuide bien de él. Un
cónyuge o una madre que le produce una desilusión o lo abandona puede
desencadenar una amargura que llenará todos sus pensamientos, sus decisiones
y sus sueños durante el resto de su vida.
Cualquiera de nosotros puede llegar a albergar la rabia durante más tiempo del
necesario porque el resto de nuestro equipaje no nos permite sanar cuando la
lesión emocional es seria. Sin embargo, el equipaje de la ira es más común en el
hombre o la mujer cuyo radar psicológico siempre está con piloto automático,
explotando continuamente el mundo para ver de dónde viene la ofensa. Como
es natural, es enorme la frecuencia con que esa persona se siente ofendida. Tal
vez usted se reconozca en la siguiente descripción.
La ira mina el cuerpo, el espíritu y el pensamiento. Al aferrarse a la ira la
persona se hace más daño a ella misma del que podrían haber soñado sus
enemigos. En esencia, su equipaje completa lo que ellos hayan podido iniciar.
La ira enferma físicamente. Si la furia se acumula durante mucho tiempo,
aumentan las probabilidades de desarrollar cáncer, enfermedades cardiacas,
urticaria, úlcera, colitis, hipertensión, dolor de cabeza.
Por desgracia, la furia también enferma emocionalmente. El pago de mantener
la ira se desembolsa directamente de la capacidad de amar. La ira es algo que se
siente a cambio de la felicidad, la satisfacción, la tranquilidad o el contento. El
sentimiento de odio es tóxico es sí. En realidad, lo único que hace esa sensación
maligna es crear hábito con el tiempo. No mejora ni se vuelve más agradable ni
más fácil. Pero es tanto el tiempo que lleva furioso que olvida cómo es sentirse
bien, y por eso tolera mejor estado.
La ira se propaga. Comienza con la nuera que la criticó, y termina abarcando a
la nieta que más se parece a ella. Se origina con el amigo que sedujo a su esposa,
pero se extiende a todos los demás que se negaron a darle la espalda a ese
amigo por su crimen. En todos los casos en que hay equipaje de ira existe
siempre la posibilidad de que otra relación sea arrastrada en el torbellino.
El precio que se paga por alimentar la ira es demasiado alto. La ira enferma
física y emocionalmente, y mengua el amor y la tranquilidad. Además amenaza
toda nueva relación porque cada persona se convierte en posible blanco de su
equipaje.
El remedio para dejar de alimentar la ira es perdonar. Perdone, y podrá sanar,
progresar, reducir los riesgos de salud y aligerar del espíritu. Perdone, y podrá
superar la sensación de carencia porque el perdón abre un mundo de
posibilidades para satisfacer las necesidades. Perdone, podrá restablecer la
armonía en su hogar, devolverles a sus relaciones esa alegría que había
olvidado que podría existir. Perdone, y libere toda la energía que está
consumiendo en repasar viejas heridas, imaginar el desquite, anhelar justicia.
Perdone, y libere la parte suya que estaba atada por la ira para que puede ser
mucho, mucho más.
Perdonar es liberar al espíritu de la carga de ira que ha venido acarreando.
Como la carga de ira y de dolo llega muy hondo, el proceso de perdonar se
convierte en una lucha interior. Si toma consciencia de esa lucha, podrá avanzar
mucho más en el camino.
Perdonar es aflojar, y aflojar es el mejor antídoto para superar los obstáculos
internos. El problema no está tanto en el equipaje como en el hecho de aferrarse
a él. Es preciso aflojar en lo que se refiere a la necesidad de tener razón, la
sensación de ser superiores. Nos aferramos con tenacidad al temor al rechazo, al
deseo de reatralizar, y es necesario aflojar.
Sin embargo, eso no es fácil. Nos aferramos a todas esas cosas porque nos son
familiares, porque calman nuestras angustias. En resumidas cuentas, nos
aferramos porque estando el equipaje estrechamente relacionado con nuestras
cualidades, confundimos lo uno con lo otro.
Si usted es de los que necesitan tener razón, debe deshacerse de sus excesos de
equipaje, recordando que ha trabajado suficiente, ha hecho suficiente y sabe
suficiente. Cuando crea que sabe suficiente no tendrá necesidad de saberlo
todo. Si usted se siente superior puede poner fin a la competición cuando se
convenza de que vale lo suficiente. No es el mejor, tampoco el peor, pero es lo
suficientemente importante. Si teme el rechazo podría desafiar al mundo si
estuviera protegido por la creencia de que es lo suficientemente fuerte. Y no
tendría que evitar todos los riesgos, protegerse de todos los peligros, si pudiera
concentrar su atención en esta verdad: “Yo estoy lo suficientemente seguro”. Si
usted teatraliza podrá dominar sus excesos con mayor facilidad cuando crea
que es lo suficientemente amado. Tiene suficiente apoyo, suficiente atención.
No necesita crear una crisis para atraer más. Si usted alimenta la ira podrá
aligerar sus cargas emocionales aceptando la idea del suficiente. Esta hace algo
más que recordarle que ha llevado su ira durante demasiado tiempo y que es
hora de dejarla ir. Se refiere a todas las injusticias que se ha experimentado, la
forma en que ha sufrido heridas, abusos o desilusiones. Porque no importa
cuánto haya recibido, siempre hay algo que nunca llegó. Lo cual significa que
todo el mundo tiene razones para estar furioso, y algunas personas más que
otras. Para quienes, con razón o no, tiene el espíritu atrapado en la ira, el
suficiente es una manera de decir: “No obtuve todo. Ni siquiera lo que me
correspondencia en justicia. Pero obtuve suficiente”.
AUTOLIBERACION INTERIOR
(Antony de Mello)
Un excelente libro. El autor, sacerdote jesuita y psicólogo, influenciado por
Jesús y Buda, nos muestra cómo nosotros estamos adormecidos y nos indica
cómo despertar. El adormecimiento, los apegos y la programación cultural nos
generan sufrimiento y nos hacen infelices. “Sólo despiertos podemos acercarnos
a la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad”.
Si uno tiene resentimientos, temores, miedos, apegos; si se aferra a lo
transitorio; si no acepta la realidad como es, vive lamentándose por el pasado,
no vive intensamente el presente, no disfruta del aquí y del ahora, y se aterra
ante el futuro es que está dormido. Para despertar hay que tener “la capacidad
de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido”.
Despertar significa “movernos fuera de los esquemas que tenemos”; es
desprogramarnos, desapegarnos, liberarnos de lo que nos esclaviza. “Nos
hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y preferimos dormir para no
descubrir que la libertad supone lo nuevo”. Es importante despertar, porque “la
gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad”.
Como vivimos dormidos, somos controlados por el consumismo, la política, el
poder, el trabajo y el ocio. Por vivir adormecidos no somos capaces de meternos
en la batalla de la vida, con el corazón en paz, ya que ésta es la única manera de
vivir auténticamente. ¡Cuántos adormecidos mueren sin haber vivido
realmente!
La programación hace que actuemos como robots: “a tal pregunta, tal respuesta;
a tal contrariedad, tal reacción”. Necesitamos despertar, porque la
programación, que nos impide la libertad y la felicidad, nos fue impuesta desde
el nacimiento. “Estamos programados desde niños por las conveniencias
sociales, por una mal llamada educación y por lo cultural”. El endiosamiento
del poder, del éxito, de los halagos... es producto de nuestra programación.
“Desgastamos la vida en tonterías que nada valen... Intentar impresionar a la
gente, buscar riquezas, honores prestigio... ¿para qué sirve eso?” Como cada
uno tiene su forma peculiar de reaccionar e interpretar, “cuando una persona
programada te ofende sin motivo, tan programado estás tú como ella, por
dejarte ofender, porque las dos reacciones son igual de absurdas e irreales”.
Nosotros somos quienes debemos elegir las reacciones “frente a las cosas,
situaciones y personas, no los hábitos ni tu cultura”. La persona programada
quiere tener siempre la razón y ser dueña de la verdad; es dogmática. Esto le
genera un desgaste inútil de energías, de vida. La programación no nos deja ser
auténticos, nosotros mismos. “Vivir libremente, siendo dueño de uno mismo, es
no dejarse llevar ni por persona ni por situación alguna. Saber que nadie tiene el
poder sobre uno ni sobre sus decisiones”. Como estamos programados nos
dejamos pensar por las ideologías, por las religiones, por las doctrinas políticas,
por los medios de “comunicación”, por las corrientes de izquierda o de derecha;
es decir, no pensamos por nosotros mismos; otros piensan por nosotros. Hay
que desprogramarnos porque somos víctimas de nuestra propia programación.
El libro nos invita a cuestionarlo todo, a no tragar entero. “Hay que cuestionarlo
todo, atentos a descubrir las verdades que pueda haber, separándolas de las que
no lo son”. Si nos dejamos manipular por el condicionamiento cultural, sin
cuestionar nada, nos convertimos en autómatas. Para tener criterio propio hay
que cuestionar las verdades de los demás. “Hay que ver las verdades,
analizarlas y ponerlas a prueba, una vez cuestionadas”. El autor nos advierte
que hay que cuestionarlo todo, inclusive su libro. “Cuidado con aceptar las
cosas que digo sin analizarlas sinceramente, desde tu centro que no te puede
engañar. No hay que tragar entero nada –sólo conseguirás una nueva
programación encima de la que tienes-, sino cuestionarlo, analizar esto y lo
opuesto”.
Los temores y los miedos, que son aprendidos, nos impiden ser libres, volar, ser
felices. “Prefieres volver al nido antes de volar porque tienes miedo, y el miedo
es algo conocido y la felicidad no”. Los miedos impiden que amemos en
libertad, nos hacen apegar de las personas y no posibilitan que nos
aventuremos más allá de nuestro entorno para buscar nuevos horizontes y
nuevos senderos.
La obra nos habla del amor en toda su esencia y grandiosidad, distinguiéndolo
del enamoramiento, que “sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas”.
El enamoramiento, contrario al amor verdadero, “supone una manipulación de
la verdad, de la otra persona, para que sienta y desee lo mismo que tú y así
poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle”. No debemos amar
con deseos y apegos, porque generan dependencia. “Depender de otra persona
para tu propia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro...” No
debemos depender de los demás, porque “el tener una dependencia de otra
persona para estar alegre o triste es ir contra la corriente de la realidad, pues la
felicidad y la alegría no pueden venirme de afuera, ya que están dentro de mí”.
Cuando amemos no debemos apegarnos de quien amemos: novia, esposa,
padres, hermanos, amigos..., porque el apego causa sufrimiento. Si amamos en
libertad, respetando la autonomía y la libertad del otro, estaremos amando
realmente; lo contrario no es amor, es una especie de amor enfermizo. “El apego
se fomenta porque tú te haces la ilusión de que tienes que conseguir la felicidad
buscándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te
producen felicidad, por miedo a perderlas. Pero como esto no es así, en cuanto
te fallan, vienen la infelicidad, la desilusión y la angustia. Si amamos
verdaderamente sabremos dar... Cuando hacemos favores, si los hiciéramos sin
llevar cuenta, no esperaríamos luego agradecimiento...” Si hacemos algo con
amor seremos felices haciéndolo, sin esperar recompensa.
Como todo tiene su dinámica, no debemos forzar los acontecimientos. “Las
cosas sólo serán cuando deban ser, por mucha prisa que te des”. Esa prisa que
tenemos por llegar, no se sabe a dónde, pero cuanto antes, nos impide vivir a
plenitud nuestro aquí y nuestro ahora, nuestro presente.
Los juicios de los demás no deben preocuparnos. Uno es lo que es,
independiente de lo que los demás quieran que uno sea y piensen de uno. “Los
juicios que las personas hacen de ti no expresan mucho más de sus formas, de
su programación, que de ti”. Los miedos son responsables del temor al qué
dirán. “Solemos reaccionar ante las imágenes que nos reflejan los otros. Vemos
en el otro lo que estamos deseando ver (lo idealizamos), o ponemos en él
nuestros miedos (lo rechazamos), y así nos impedimos conocer al otro en su
realidad.
En síntesis, el libro es un llamado a vivir intensamente, a través del
conocimiento de sí mismo, de la reflexión, del despertar, de la
desprogramación, del desapego, del valor, del amor, del perdón, de la libertad,
de la autonomía, de la sabiduría... Estar despierto, es decir, vivir a plenitud,
implica perdonar, aceptar y responder ante todo con amor. “La vida es algo que
pasa mientras tú estás ocupado haciendo cosas”, nos advierte sabiamente el
autor.
EL ARTE DE HABLAR EN PUBLICO
(Andre Siegried)
El Arte de Hablar en Público, de Andre Siegried (francés). Muy regular, muy
elemental. El autor nos dice que “se habla para conmover, para persuadir o
para enseñar”. Para conmover es importante la pasión. “Hay que convencerse
de que la fuente principal de la oratoria es la pasión”. En la elocuencia es
importante el texto inteligible, “pero lo esencial es la corriente que se establece
entre los que hablan y los que escuchan”. No se debe olvidar que la “verdadera
elocuencia consiste en decir todo lo necesario, y no decir más que lo necesario”.
El hablante “deseoso de convencer mediante sus argumentos, no puede dejar a
las cosas, a los acontecimientos, sus proporciones exactas, ya que se trata de
exhibirlas a una luz favorable a la tesis sostenida”. Cuando se quiere persuadir,
“el objeto es modificar la opinión, la convicción de los oyentes”. El autor nos
advierte que “el orador puede ser brillante, pero no será completo si trata de
persuadir; se hará aplaudir, pero no convencerá”. Cuando se habla para
enseñar las condiciones cambian: ya no es la elocuencia lo que importa sino la
limpidez de la palabra. “La limpidez que se dispensa, debe estar enteramente
libre de pasión”. En la enseñanza hay que hacer comprender, interesar y
seducir. No es relevante agradar, conmover o persuadir, hemos de hacernos
“seguir por la inteligencia despiertas y advertidas... La claridad resultará, ya
sea de la precisión del estilo, ya de la precisión de un plan bien construido, de
una exposición que se desarrolla lógicamente.. El que enseña revela las leyes de
la contemplación, es decir, en lo que puede, y sólo se preocupa de la verdad con
el único cuidado de descubrirla y de exponerla, sin tener siquiera que
preguntarse qué es lo que harán los otros”. Es importante respetar la verdad
para ser escuchado. También cita algunas personas francesas buenas en el arte
de la retórica. Al final da algunas reglas, sin que llamen mucho la atención,
sobre lo esencial en el discurso, el plan, el exordio, el modo de llevar el discurso,
el contacto y cómo acabar.
VIVIR, AMAR Y APRENDER
(Leo Buscaglia)
El amor, como elemento modificador de la conducta
El autor llama la atención porque no nos preguntamos ¿Quién soy yo?, ¿Para
qué estoy aquí? ¿Cuál es mi responsabilidad como hombre? Nuestros padres y
la sociedad nos enseñan a amar de forma inapropiada. Como éstos y aquélla no
son perfectos, aprendemos mal a amar. Es por eso que debemos olvidar esa
forma de amar y aprender una auténtica manera de amar. La educación ofrece
conocimientos, pero fracasa al enseñar comportamientos del individuo como
ser humano. La realidad no es una jaula donde nos han encerrado. Afuera hay
cosas interesantes que debemos ver, así hay cosas que no vemos, palpamos,
sentimos o entendemos. “La vida es un banquete y la mayoría de tontos se mueren de
hambre”, decía un filósofo. Aprender es bueno, porque cada vez que
aprendemos nos renovamos. La persona que ama se ama a sí misma. Si quienes
enseñan a amar son neuróticos, egoístas, celosos o posesivos, así enseñan a
amar. Tenemos que ser seres individuales, únicos. La persona que ama no se
contenta sólo con ser única, con desarrollar su individualidad y lucha por
mantenerla. Desea ser la más grande, porque sabe que esto es algo que puede
dar a los demás. “Meditamos mucho menos de lo que sabemos. Sabemos mucho menos
de lo que amamos. Amamos mucho menos de lo que existe. Y, hasta cierto punto, somos
mucho menos de lo que somos”, nos dice R. D. Laing. Por su parte, Fuelle nos pide
que “volvamos a nosotros mismos”. Tenemos posibilidades de ver, sentir, tocar y
oler, como jamás hemos soñado tener. Pero hemos olvidado cómo hacerlo.
Debemos madurar, cambiar. Pero no debemos pensar que madurar es aislarnos
y no necesitar de nadie. ¡Qué maravilloso es sentirse necesitado! ¡Y qué grande
necesitar y poder decirle a otro “te necesito”! Aunque nos necesitamos unos a
otros, todo lo que tenemos en nuestra propia persona. Por eso debemos hacer
de nosotros mismos la persona más gentil, tierna, maravillosa y admirable que
podamos. Así sobreviremos mejor. Cuando reconocemos la importancia de
recuperar nuestro respeto, el amor a uno mismo, y darse cuenta de que todo
procede de uno mismo, es entonces cuando uno puede darse a los demás. Si
nuestro entorno no es agradable, rompamos con él y procurémonos otro nuevo.
Esto nos ayuda a retornar hacia nosotros mismos. “Puede que no sea competente ni
excelente, pero estoy presente”, sostiene Michelle.
El amor, según Saint-Exupéry, “es el proceso de dirigir a otro gentilmente hacía sí
mismo”. La persona que ama se siente libre de etiquetas. A veces el lenguaje
condiciona y manipula. Cuando uno ama domina las palabras y no permite que
las palabras lo dominen a uno. Debemos descubrir qué significan las palabras,
construir conceptos, y no esperar que los demás lo digan. Una persona que ama es
espontánea, capaz de decir lo que piensa y siente. El ser que ama ha de volver a la
espontaneidad, volver a tocar al otro, sostenerle, pensar en él, cuidar de él. Estamos tan
influidos por la gente que nos dice cómo hemos de ser, que hemos olvidado
quiénes somos. Hay que vivir intensamente la vida, reír, amar, abrazar, ser
feliz... ¡Qué triste llegar al abismo de la muerte y ver que nunca se ha vivido
nada!
Muchas veces nos entregamos a satisfacer necesidades superfluas, olvidando
las necesidades de ser vistos, de que nos conozcan, de que se nos tenga en
cuenta; de realizarnos, de disfrutar de nuestro mundo, de ver la maravilla
continua de la vida, de notar cuán maravilloso es estar vivo. Nos hemos
olvidado de nosotros mismos y de los demás. No nos miramos ni miramos a los
demás, no les escuchamos, no les tocamos, ¡está prohibido! “Estamos tan
próximos y, sin embargo, nos morimos de pura soledad”.
Llegar a ser uno mismo.
“El amor es un proceso de querer conducirte a ti mismo, a lo que eres, a tu
individualidad, a tu belleza íntima”. Uno tiene que ser uno mismo, y no lo que los
demás quieren que seamos. No debemos culpar a quienes nos socializaron.
Ellos sólo nos enseñaron lo que sabían. Debemos creer en el cambio; debemos
saber que es posible o, de lo contrario no lo podríamos enseñar, pues la
educación es un proceso constante de cambio. Cada vez que aprendamos algo
nuevo, nos convertimos en algo nuevo.
Siempre estamos en constante cambio. La vida es cambio. Si nos molesta el
ambiente que nos rodea, si somos desgraciados, si estamos solos, si no sentimos
lo que ocurre, debemos cambiar de escenario. Aprender nos permite cambiar.
Todos enseñamos y aprendemos. Cuando alguien nos pregunta algo que no
sabemos, deberíamos responder: “No conozco la respuesta, pero vamos a
encontrarla juntos”.
Para aprender, para cambiar y para llegar a ser, el hombre necesita en
definitiva, la libertad. Debemos ser libres para aprender. Necesitamos ser libres
para crear. Hay que trabajar duro para lograr el cambio. “Yo existo, soy, estoy
aquí, me estoy realizando, hago mi vida y nadie más la hace por mí”.
Es muy bueno aprender, estudiar, conocer, saber. Cada libro nos lleva a otros
libros. ¡Hay tantas cosas que leer, ver, tocar, sentir! Y cada una de ellas nos
convierte en una persona diferente. ¿Somos nosotros en realidad lo que somos o
somos los que estamos aprendiendo y lo que la gente nos ha dicho que somos?
“Para volver a ti mismo habrás de decidir hasta cierto punto lo que quieres llegar a ser.
Si nos entregamos a la tarea de saber quiénes somos, ésta será la actividad más
apasionante que hayamos realizado en toda nuestra vida”.
A los seres humanos no hay que descalificarlos, porque pueden interiorizar
valores negativos. Hay que decirles y hacerlos sentir que son los mejores. “¡Eres
estupendo!” Eso los hará sentir bien.
El amor se aprende en la sociedad, en las relaciones humanas. Cada uno debe
hacer de sí mismo la persona más grandiosa, maravilloso y con gran capacidad.
Las personas no son objetos, son seres humanos, y como tal hay que tratarlos.
Somos frágiles, vulnerables, sensibles y fácilmente propensos al dolor.
Amar implica decir: “Te amaré pase lo que pase. Te amaré aunque seas imbécil,
aunque tropieces y caigas, aunque te equivoques, aunque de comportes como cualquier
ser humano; de todas maneras te amaré”. Necesitamos ser amados, ser notados, ser
tocados; necesitamos que nos manifiesten el cariño. Debemos saber escuchar, no
imponernos a los demás ni imponerles nuestro sistema de valores. Es muy
importante escuchar. A veces es bueno amar el silencio.
Nos han enseñado que sólo cuenta la perfección. Por eso cuentan los
aparentemente perfectos. La sociedad nos impone modelos erróneos de
perfección. Así no seamos perfectos, también valemos, también contamos. El
hecho de que no hagamos las cosas con perfección no implica que no podamos
hacerlas lo mejor que podamos.
Hay que ser auténticos y actuar con espontaneidad. Ser uno mismo. Es fácil ser
uno mismo; lo difícil es ser lo que los demás pretenden que seamos. Hay que
descubrir nuestro yo, quiénes somos y actuar como somos. Debemos decir:
“Aquí estoy yo. Tomadme por lo que soy, con todas mis debilidades, con toda mi
estupidez, etc. Si no pueden, déjenme solo”.
Allí donde está la luz (A la búsqueda de la propia identidad).
Debemos compartir, porque si compartimos tenemos más para compartir. No
debemos alardearnos de lo que creemos saber, porque en realidad es poco lo
que sabemos. Debemos poner en duda todo lo que escuchemos, porque sólo
podemos quedarnos con lo que creamos que es bueno para nosotros; lo demás
ignorémoslo. Amar es compartir. El amor no se enseña, se aprende. Si uno
desea hacer las cosas de manera distinta, es necesario aprender, desaprender y
aprender nuevamente. No nos podemos lamentar si no aprendimos a amar.
“La gente primero, las cosas después”. Ese debe ser nuestro lema de vida. Si
amamos realmente, daremos lo mejor de nosotros. “Y eso significa desarrollar
todo lo maravilloso que hay dentro de si, como un ser humano único”. Como no hay
fronteras para nosotros, seremos apasionantes. Siempre tendremos algo que
compartir. Muchas de las respuestas que buscamos dentro de nosotros mismos.
“Lo fundamental no está fuera. Está dentro de uno mismo”. Nadie nos enseña a
buscar en nuestro interior, porque no hay clases para aprender a vivir y amar.
“Si quieres encontrar la vida, has de mirar en tu interior”. Según los sabios
orientales, “las búsquedas fuera de uno mismo no tienen validez. Le extravían a uno.
Si quieres respuestas sobre ti, las respuestas están dentro, no fuera”. Aprendemos
cosas sin importancia, y lo verdaderamente importante de la vida lo ignoramos.
Por eso nos sabemos quiénes somos. “¿Eres de verdad el tú tuyo? ¿O eres el tú que
otros te han dicho que eres?”. Los demás nos dicen lo que somos, y esto no nos
conviene para saber quiénes somos en realidad. Muchas veces, las opiniones de
nuestros padres contribuyen a programarnos. Sus juicios nos etiquetan.
Si nos creemos dueños de la verdad, no podemos aprender lo que nos permite
cambiar. “El cúmulo de conocimientos no es la sabiduría. La sabiduría consiste en la
aplicación de los conocimientos y de la experiencia. La sabiduría es darse cuenta de que
no sabes nada y decir: Mi espíritu está abierto. Donde quiera que me halle no he hecho
más que empezar. Me falta por conocer más de cien veces lo que sé. Este es el comienzo
de la sabiduría”.
Como estamos dedicados a la búsqueda del placer sensorial, esté donde esté,
descuidamos cosas demasiado importantes en nuestro aprendizaje para vivir
plenamente. “El placer es un gran profesor, pero ¡también lo es la desesperación! La
esperanza es buena maestra, ¡pero de igual modo lo es la desilusión! La vida es buena
profesora, pero también la muerte”. Por vivir pendientes de atesorar dinero nos
perdemos el presente. Quienes saben amar viven su aquí y su ahora. No
debemos vivir lamentándonos por el pasado y preocupados por el mañana.
Vivamos el presente. “¡Hay todo un universo de cosas por descubrir y encontrar!”.
Hay que perdonar y olvidar. Quienes no viven plenamente no aman y no
perdonan.
Hay que vivir auténticamente para no temer a la muerte. “¡Oh, Señor, haber
llegado al umbral de la muerte, sin haber vivido en absoluto”, nos decía Henry
Thoreau. Por eso hay que vivir la vida intensamente. “¡Dejamos pasar tantas cosas
maravillosas que hay a nuestro alrededor!”. Quien ama de verdad, sabe dar. “Doy
amor porque te amo, no porque espere que me lo devuelvas. Si doy con la expectativa de
recibir algo a cambio, estoy seguro que seré desdichado”. Según Buda, si no
esperamos nada lo tendremos todo. “Ama porque quieres amar. Da porque quieres
dar”. Vivimos y amamos porque lo deseamos. Porque debemos hacerlo. Muchos
no saben qué quieren de la vida. Leo Rosten nos dice que “el objetivo de la vida se
reduce simplemente a contar para algo, a importar, a hacer alguna señal que indique en
definitiva hemos vivido. Acaso sea eso lo fundamental”. Según éste, lo esencial es: 1.
Conocimiento acertado, para disponer de las herramientas necesarias para
nuestro viaje. 2. Sabiduría, para asegurarse que estamos empleando el
conocimiento para poder descubrir nuestra situación, nuestro presente. 3.
Compasión, para aceptar a los demás –cuyos caminos pueden ser distintos a los
nuestros- con amabilidad y comprensión, puesto que caminaremos a su lado o
en su cercanía al recorrer nuestro propio camino. 4. Armonía, para poder
aceptar el flujo natural de la vida. 5. Creatividad, para ayudarte a comprender y
reconocer las nuevas alternativas y caminos desconocidos a lo lardo de la vida.
6. Fortaleza, para alzarnos contra el miedo y seguir adelante a despecho de la
incertidumbre, sin garantías ni recompensas. 7. Paz, para mantenernos
centrados. 8. Alegría, para mantenernos gozosos, risueños y danzarines durante
el camino. 9. Amor, para que sea nuestra guía permanente hacia el máximo
nivel de conciencia de que el hombre es capaz. 10. Unidad, que nos devuelve a
donde empezamos, al lugar donde estamos con nosotros mismos y con todas
las cosas. Saber amar es saber vivir. “Vivir con amor es vivir la vida, y vivir la vida
es vivir con amor”.
Lo esencial resulta invisible
Algo que nos despersonaliza es nuestra envoltura exterior. “Muchos han llegado a
perderse en lo que podríamos llamar envoltura exterior. La envoltura exterior la forman
el coleccionismo de las cosas u objetos más caros, más grandes y mejores. Ahora que
disponemos de la mayoría de las cosas que necesitamos para nuestra comodidad,
comprobamos que no nos han llevado muy lejos. Aún estamos sustancialmente solos,
muchos están perdidos y la mayoría, desconcertados”. Desde niños debemos saber
que no somos lo que poseemos. Debemos saber quiénes y qué somos, y esto
debemos enseñarlo a los niños. “Toda persona enseña en todo momento y, en
consecuencia, resulta imperativo que todos nosotros, como educadores que somos,
sepamos lo que es esencial, podemos saber también lo que es factible. Lo asombroso de
todo esto es que lo esencial es vasto y maravilloso, mientras que lo visible al ojo humano
resulta limitado y minúsculo”. ¿Qué es lo verdaderamente fundamental o esencial
en la vida humana? ¿Nuestro cuerpo? ¿Nuestra mente? ¿Nuestros brazos?
¿Nuestras piernas? ¿Nuestros dedos? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es mi yo?
Hay que conocernos y conocer a los demás. “Cuando empezamos de verdad a
conocer el hombre, no podemos evitar amarlo por ser tan diferente y único. Si niegas la
entrada de un solo hombre en tu vida, nunca encontrarás su propia individualidad en
nadie más”. Si nos conocemos bien, podremos conocer nuestra esencia. “Sólo
cuando uno ha llegado a conocer bien la esencia de sí mismo, puede entonces ser capaz
de decidir lo que es esencial en relación con los demás. Y la verdad es que demasiado a
menudo nosotros, los educadores, tendemos a ver a los niños bajo la óptica de su aspecto
puramente externo, como componentes de piezas diversas. Tendemos a dividirles en
trozos y considerarles incluso como piezas y partes de nosotros mismos”. En la
búsqueda de lo esencial muchos se equivocan, porque las personas solamente
usan los ojos para ver lo esencial, “sin darse cuenta de que los ojos son el órgano
más impreciso, inconsciente y peligroso que tenemos en el cuerpo. En realidad, le están
mirando, pero al mismo tiempo le están pasando por alto”. La auténtica esencia de las
personas resulta invisible a los ojos.
¿Qué nos impide contemplar lo esencial? 1. Nuestro aprendizaje y nuestra
mente rígida, inmutable. Por la percepción selectiva sólo vemos una pequeña
parte de las cosas de nuestro entorno. Vemos sólo lo que nos interesa ver,
ignorando grandes detalles que no son tan evidentes. Muchas veces las palabras
nos encasillan y no nos permitan captar las esencias. “Creemos plenamente que lo
que percibimos como realidad es todo lo que hay... En nuestro ignorante y limitado
mundo, creemos que no hay más que lo que vemos”. 2. Nuestro ego, que
consideramos como esencial. El ego o el yo no lo hemos construido nosotros,
sino los demás. “La gente os ha dicho qué deberías ser, cómo deberías moveros, cómo
deberíais oler, y cómo deberías hacer casi todo lo que hacéis”. Por eso debemos dejar
nuestro ego y salir de él. Sólo así entran los nuevos mensajes. “El yo levanta
enormes murallas en torno a sí mismo para autoprotegerse y las llama realidad. Todo lo
que sea considerado real por el yo encarcelado no puede atravesar esa muralla y la nueva
percepción se ve rechazada. Así, la mayor parte de la gente continúa su camino por la
vida viendo lo que quieren ver, oyendo lo que quieren oír, oliendo lo que quieren oler, y
todo lo demás permanece absolutamente invisible. Todo está presente, todo lo que
tenemos que hacer para verlo es dejarlo entrar, tocarlo, paladearlo, masticarlo, abrazarlo
(eso es lo más hermoso), experimentarlo como lo que es, no como lo que somos”. 3.
Nuestra apatía. Desde el momento en que nacemos nos encontramos
programados para convertirnos en seres humanos, pero siempre marcados por
la influencia de la cultura, de nuestros padres y educadores. “Lo peor de todo es
que llegamos a estar tan atrapados por este aprendizaje, que empezamos a identificarlo
con nosotros mismos. Primero somos nosotros, y más tarde amontonamos miles de cosas
que en realidad no nos son propias, sino que más bien pertenecen a nuestras familias,
cultura, amigos, etc. Asumimos todas esas cosas que más adelante se convierten en lo
que somos, en nuestra propia identidad. Y seremos capaces de morir por defender ese yo.
Nos volvemos apáticos, para evitar enfrentarnos con el reto que supone una nueva
identidad”. 4. Nuestros modelos de perfección. “Nos pasamos toda la vida tratando
de hacer que el mundo exterior encaje con nuestra concepción de lo que es perfecto”. Si
no nos salen las cosas bien, de acuerdo nuestro ideal de perfección, nos
sentimos mal. “El día es muy malo si no transcurre del modo que queríamos, y es
perfecto si nos sale todo a pedir de boca. Tales expectativas se refuerzan a sí mismas.
Cierran toda posibilidad de que nos llegue nada nuevo, si ese algo se corresponde con
nuestras aficiones o preferencias”. 5. Nuestras limitaciones. “Donde quiera que
vayamos, nos toparemos con limitaciones. Pero incluso todo esto puede cambiar. Puedes
modificar tu programación interna, algo muy fácil de hacer, si bien debes tomar la
decisión de hacerlo. De repente, desde este preciso momento, dice a ti mismo: Voy a
empezar a sentir las cosas. ¡Voy a comenzar a paladear los alimentos, a conocer la gente,
a contemplar el cielo, a olfatear el aire, a sentirlo todo! Voy a notar mi cuerpo, llegar a
conocer los sentimientos de los demás, tocar a mis vecinos, tener plena conciencia de sí
mismo, de mis cambios y de mi ser. Es algo atroz que, habiendo tanto, nos sintamos
satisfechos con poco. Nos complacemos con una pequeña parcela, y nos sentimos
contentos creyendo que eso es todo cuanto existe”. 6. Nuestros cuerpos físicos. Si
bien nuestro cuerpo es el vehículo de nuestra esencia, no podemos hacer un
culto a su físico. No es nuestro cuerpo lo fundamental. Es muy importante, pero
también lo son nuestros pensamientos y nuestras ideas. 7. Nuestra incesante
actividad física y mental. Según Paul Reps, “pensamos cinco o seis cosas distintas a
la vez, nos preparamos para mantenernos siempre tensos. Vemos cómo por doquier se
forma a la gente en la tensión. En ninguna parte se enseña la quietud y la felicidad.
¡Pobre hombre, creado para ayudar a todas las criaturas, no puede ni ayudarse a sí
mismo!”. Frecuentemente atiborramos nuestra mente de pensamientos que nos
saturan. “Nos vamos a la cama con la cabeza atiborrada de cosas y no encontramos
modo de desalojarlas, impidiéndonos dormir”. Esto nos produce tensión. Entonces es
importante poner nuestra mente en blanco por momentos para liberarnos de la
tensión que nos produce ese caos de pensamientos. Para encontrarnos a nosotros
mismos, debemos perdernos antes a nosotros mismos. “La única garantía que hay no es
otra que tú mismo. Ni más ni menos”. No nos podemos volver esclavos de nada, ni
siquiera del dinero. Según Buda, cuando dejemos de ansiar cosas, entonces lo
tendremos todo. Debemos hacer pausas y reflexionar sobre la forma en que
pensamos y vivimos. El vivir insaciables nos impide vivir plenamente. “Cuanto
más se tiene, más se desea tener. Nunca se tiene bastante de algo que valga. Jamás se
pone bastante atención ni bastante esfuerzo en el propio empeño. La búsqueda de la
propia satisfacción nos tiene permanentemente ocupados. Por mucho que se reciba,
nunca es suficiente hasta que uno se siente harto”. Debemos aprender de nuestras
experiencias. “Sufrir sin aprender del sufrimiento es una insigne estolidez. La vida es
en realidad, para la mayoría de nosotros, un esforzarse por alcanzar un agradable estado
homeostático”.
¿Qué es lo que somos? No somos nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestras ideas
programadas, nuestra educación, nuestra entidad física, nuestras sensaciones,
nuestras percepciones, nuestra fuerza, nuestros sentimientos. Somos en parte
todas estas cosas, pero ¡somos mucho más! Si somos adictos a estas cosas,
siempre permaneceremos en ellas. En todo momento estamos escogiendo por
nosotros mismos, pero ¿escogemos por nosotros mismos? “El cuerpo y el espíritu
contienen miles de posibilidades, de entre las cuales puedes construir muchos yos. Pero
sólo en una de ellas se da una armonía entre el elector y el elegido; sólo hay una que no
hallarás hasta que te hayas liberado de todos esos sentimientos superfluos y posibilidades
de ser y de hacer, con los que andas jugueteando sin curiosidad, sin deseo de conocer, sin
anhelo impaciente, y te impiden profundizar en el experimento del misterio de la vida,
en la conciencia del talento a ti confiado y en el milagro de ti, que es auténticamente tu
yo”. Para entrar en contacto con nosotros mismos, debemos conocer, vivir el
presente y ser diferentes.
Levantar puentes, no barreras
Así como el puente llena un vacío, un paso sobre una depresión u obstáculo,
debemos tender un puente hacia nosotros mismos. No debemos querer ser otro
o como los demás; debemos ser nosotros mismos. “Cuando caigas en la cuenta de
esta verdad, estarás sobre el buen camino”. Es demasiado importante ser uno
mismo y vivir intensamente la existencia. “Yo no deseo ser sino lo que soy, un ser
humano. Me gusta mi condición de ser humano”. Todo comienza en nosotros y el
puente que nos lleva a los demás, si somos nosotros mismos. “Cuanto más y más
crezca, podré darte más de mí. Aprendo para poder enseñarte más. Me esfuerzo por
lograr la sabiduría, a fin de estimular tu verdad. Me hago más sensible y conocedor para
poder aceptar tu sensibilidad y conocimientos. Lucho por interpretar mi condición
humana para poder entenderte mejor cuando me reveles que eres humano y nada más
que humano. Vivo en una continua admiración por la vida para poder permitirte,
también, que goces de la vida. Lo que haga por mí, lo hago por ti. Y lo que hagas por ti,
hazlo por mí, para que jamás haya egoísmo. Todo lo que hayas aprendido, lo has
aprendido por alguien de tu entorno... Salid de vosotros mismos e introducíos en el
nosotros. Es el medio más hermoso de verse a un mismo y ayudar a los demás a verse a
sí mismos. De ahí procede la fuerza. Así pues, tened primero un puente hacía sí mismos,
pero no os detengáis en eso. El paso siguiente e inmediato es tender un puente hacia los
demás”. Nuestra autoestima es uno de los aspectos más importantes de nuestra
vida. “Me gusto de verdad. No me gusta sólo lo que soy, sino que me gusta el misterio y
la fuerza potencial que hay en mí”.
Hay que construir puentes hacia los demás. No es necesario estar siempre en
posesión de la razón. Tampoco debemos ser en exceso perfeccionistas. Un texto
humanista nos recuerda lo siguiente: “Si tuviera que vivir de nuevo mi vida,
trataría de equivocarme más veces en esta ocasión. No trataría de ser tan perfecto. Me
relajaría más. Me haría más flexible. Sería más necio de lo que he sido esta vez. En
efecto, no me tomaría tan en serio tantas cosas. Sería más alocado, menos aséptico.
Aprovecharía más oportunidades, haría más tentativas, escalaría más montañas,
nadaría en más ríos, contemplaría más puestas de sol, iría a más sitios de los que he ido.
Tomaría más helados y menos alubias. Tendría más preocupaciones reales y menos
imaginarias. Fíjense: yo era una de esas personas que viven en medio de la profilaxis e
higiene absolutas, hora tras hora y día tras día. ¡Vaya! He tenido mis momentos felices
y, si volviera a vivir, tendría muchos más de los que tuve. En realidad, no trataría de
tener sino esos hermosos momentos uno tras otro. He sido una de esas personas que no
iban a parte alguna sin un termómetro, una botella de agua caliente, un elixir para
gargarismos, un impermeable y un paracaídas. Si hubiera de repetir mi existencia,
viajaría más ligero la próxima vez. Si tuviera que repetir de nuevo mi vida, saldría antes
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  • 1. RESÚMENES Y ANÁLISIS DE ALGUNOS LIBROS DE AUTOSUPERACIÓN (LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA) https://www.bing.com/images/search?view=detailV2&ccid=ymgjNJZX&id=C998D95F3428DB7376FBAB087A58E4FE1C713D48&thi d=OIP.ymgjNJZXNj4gr3fjcE9tTQFkCv&q=PERSONAS+EXITOSAS&simid=608046764048846503&selectedIndex=62&ajaxhist=0
  • 2. Índice Juan Salvador Gaviota Cambio de ritmo Exceso de equipaje Autoliberaión interior El arte de hablar en público Vivir, amar y aprender Kybalión Rinoceronte La conquista de la felicidad Ilusiones ¿Quién se ha llevado mi queso? La india misteriosa No se preocupe El alquimista Uno Padre rico, padre pobre El caballero de armadura oxidada Yo me he llevado tu queso Triunfar, querer, poder En busca de la paz interior El mundo es tuyo, pero tienes que ganártelo El Arte de Amar Ética para Amador Amar o depender Deshojando Margaritas
  • 3. JUAN SALVADOR GAVIOTA (Richard Bach) “Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach. Argumento: Juan Salvador Gaviota, una joven gaviota es expulsada de la bandada porque se rebeló contra las normas establecidas, las cuales no posibilitaban su realización, su autodeterminación, su autonomía y su libertad. Debió dejar a su “familia” por roto con lo establecido, con lo convencional, con lo rutinario, por hacer lo que los demás hacían por hacer, sin preguntarse por qué lo hacían y si podrían hacer algo mejor. Tuvo que abandonar la bandada porque sólo obedecía a sus reglas, ya que se sabía en lo cierto. En su destierro conoció a otras gaviotas, que con su experiencia le enseñaron a vivir intensamente, a encontrarle sentido a su vida, a valorar la amistad y autodeterminarse. Sus mensajes son: 1. Ansia de libertad. 2. Búsqueda de la perfección. 3. Derecho de ser lo que se quiere. 4. Búsqueda de sentido de la vida. 5. Bondad y amor. Algunos apartes del libro: “*- ¿Por qué, Juan, por qué? –preguntaba su madre- ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos razantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas! *- No me importa ser sólo hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puede hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo. *Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y cómo conseguirla. *Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas. *Hay tanto que aprender. *El tema fue la velocidad... *...contento de ser como soy: una pobre y limitada gaviota. *Soy una gaviota como cualquier otra gaviota, y volaré como tal. *Y le resultó grato dejar ya de pensar, y volar... *¡Hay una razón para vivir! Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección, inteligencia y habilidad. ¡Podremos ser libres! ¡Podremos a prender a volar! *Ponerse en el centro significaba gran vergüenza o gran honor. *Sólo quiero compartir lo que he encontrado, y mostrar esos nuevos horizontes que nos están esperando. *La irresponsabilidad se paga. La vida es lo desconocido y lo irreconocible, salvo que hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo posible. *Durante mil años hemos luchado por las cabezas de los peces, pero ahora tenemos una razón para vivir; para aprender; para descubrir; ¡para ser libres! *Su único pesar no era la soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y a ver. *Aprendió a dormir en el aire fijando una ruta durante la noche a través del viento de la costa atravesando ciento cincuenta kilómetros de sol a sol. *Aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado. *Juan descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es corta, y al desaparecer aquellas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena. *En el cielo, pensó, no debería haber limitaciones. *Tú eres una gaviota en un millón. *La meta de la vida es
  • 4. encontrar esa perfección y reflejarla. *El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto. *Empezarás a papal el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. La perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí. *Las gaviotas que desprecian la perfección por el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente. Las que se olvidan de viajar, no llegan a ninguna, y lo hacen lentamente. Las que se olviden de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante. *Para volar tan rápido como el pensamiento y cualquier sitio que exista, debes empezar por saber que ya has llegado... *Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo. *¡Soy una gaviota perfecta y sin limitaciones! *Siempre resulta cuando se sabe lo que se hace. *Soy yo quien debe aprender de vosotros. *Estarás preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor. *Si nuestra amistad depende de cosas como el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un ahora. *Si hay alguien que pueda mostrarle a uno en la tierra cómo ver a mi millas de distancia, ése será Juan... *... y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna. *¡Volar es tanto más importante que un simple aletear de aquí para allá! *¿Son ciegos acaso? ¿Es que no pueden ver? ¿Es que no pueden imaginar la gloria que alcanzarán si realmente aprendiéramos a volar! *Debemos rechazar todo lo que nos limite. *Rompe las cadenas de tu pensamiento, y romperás también las cadenas de tu cuerpo. *Somos libres de ir donde queremos y de ser lo que somos. *Tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. *La libertad es la misma esencia de su ser; todo aquello que impida esa libertad deber ser eliminado. *La única ley verdadera es aquella que conduce a la libertad. *El problema consiste en que debemos intentar la superación de nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. *¿Por qué será que no hay nada más difícil en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo puede probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando. *No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la manera de volar”. CAMBIO DEL RITMO (Stephan Rechtschaffen) El autor hace énfasis en la importancia de vivir el aquí y el ahora, concebir el tiempo de otra manera a la tradicional y cambiar el ritmo de la vida que llevamos para ser felices. Nos pregunta si disponemos de tiempo suficiente para vivir nuestra vida. Considera que “el tiempo y el alma se vuelven términos equivalentes”. Advierte que “ser consciente del tiempo tiene que ver con una vida plena. Cuando podamos vivir de una manera plena el instante presente, entonces
  • 5. habremos adquirido conciencia del tiempo, y esto nos elevará por sobre el tiempo del reloj, hacia la libertad del tiempo. Tener conciencia del tiempo implica reencontrarnos con nuestros sentidos... enfrentarnos cara a cara con nosotros mismos y estar verdaderamente presentes en cada instante de nuestra vida. La administración del tiempo propuesta es individual: vivir la vida desde el ahora. El tiempo en sí mismo no existe; es sólo una medición de la distancia que alcanza a cubrir un objeto que se desplaza en el espacio, tal como lo planteara Albert Einstein. El tiempo no existe; el ahora, sí. Sentimos el presente. El tiempo presente sólo se percibe individualmente”. Según Tomás Moore, “el tiempo sólo es una faceta de la vida, y la vida es el regalo del tiempo. Querer tiempo es querer vida, querer la oportunidad de vivir plenamente”. El aquí y el ahora son importantes para el autor. “Si somos conscientes del ahora, si lo sentimos, estamos en el flujo del tiempo. El tiempo, simplemente, es. En este instante, ahora mismo”. Por eso es bueno crear tiempo. “Crear tiempo es estar presentes, aquí en este instante, con más frecuencia. Creamos tiempo cada vez que regresamos en la conciencia del presente. Crear tiempo es cuestión de sentirse vivo y auténtico”. Esta dinámica nos dice que es necesario cambiar de ritmo. “Cambiar de ritmo es el método para sentir el tiempo con todo nuestro ser, con todos nuestros sentidos, nuestros sentimientos y con el corazón. Cuando aprendemos a transformar el tiempo, a acomodarlo, nuestras relaciones se vuelven más gratificantes; el tiempo que pasamos solos, más enriquecedor; envejecer, más satisfactorio; el trabajo, más fructífero, y el estrés y la ansiedad, menos paralizantes. Llevamos el tiempo como esposas en nuestras manos y nos movemos a su ritmo inexorable. Debemos aprender a manejar a la vez un tiempo distinto, si queremos disfrutar de la vida”. Debemos aprender a controlar el tiempo, porque “si no aprendemos a controlar el tiempo de nuestras vidas, de manera consciente, el estrés será cada vez más grave. Estamos a merced del bombardeo de mensajes con los que nuestra sociedad nos incita a ir más rápido, a hacer y producir más, a comprar más y, sobre todo, a nunca quedarnos tranquilos, para poder así experimentar el hecho de vivir y estar vivos. Mientras no aprendamos a controlar el tiempo de manera consciente, la vida se nos seguirá escapando y, no podremos notar ni la belleza ni lo que ocurre a nuestro alrededor. Sólo nos quedará la impresión de que algo hace falta, de que nos perdimos de algo. Tenemos que aprender a hacer que el tiempo transcurra más despacio. Necesitamos detenernos, darnos cuenta de las cosas, establecernos de verdad en nuestra vida y prestar atención a cada instante, en vez de vivir corriendo”. Es importante resonar al mismo ritmo. “Resonancia es el proceso mediante el cual el ritmo de nuestros órganos y signos se sincronizan entre sí. En 1965 Cristian Huyyens descubrió que los cuerpos en movimiento tienden a la resonancia; es decir, a vibrar al mismo tiempo. “Un cuchillo no es bueno ni malo,
  • 6. pero quien lo tome en sus manos por la hoja, con toda seguridad está cometiendo un error”. RENE DEAMUL. Para volver a resonar a nuestro propio ritmo, debemos resonar con ritmos distintos de los de la sociedad, y la mejor manera es empezar a resonar con el ritmo de cada uno”. Afirma que “debemos ser proactivos y no reactivos”. Además, resalta la importancia del comprender. “La comprensión es imposible si no estamos serenos; la serenidad sólo existe cuando el tiempo transcurre despacio”. Por eso nos aconseja lo siguiente: “¿Le preocupa el futuro? ¡Instálese en el presente!”. Hay que transformar el tiempo. “Transformar el tiempo significa estar cambiando nuestros ritmos constantemente, aminorándolo o acelerándolo para sentirnos siempre presentes y en el transcurso del tiempo. En un mundo en el cual “más rápido” es sinónimo de “mejor”, la capacidad de cambiar el ritmo es fundamental, si queremos salir adelante en los asuntos de la vida cotidiana. Con el sólo hecho de saber que podemos cambiar nuestro ritmo hará que nuestras horas transcurran con menos ansiedad, nuestros días con menos estrés y nuestra vida con más plenitud. El “tiempo mental” es cuando somos hiperactivos para eludir el sufrimiento que nos producen los sentimientos dolorosos. Con esto pretendemos evitar sentir lo que nos ocurre, para eludir caer en el tiempo emocional. A medida que el ritmo de la sociedad se acelere, permaneceremos cada vez más en el tiempo mental y dispondremos de cada vez menos tiempo para procesar nuestros sentimientos. Esto podrá inundar nuestra sociedad de reacciones emocionales equivocadas, y aumentar la violencia y la irritabilidad. Si no desaceleramos lo suficiente para poder experimentar de manera consciente nuestras emociones, el equilibrio entre el tiempo mental y el emocional será cada vez más precario”. Reviste gran importancia vivir el momento. “Como no sabemos estar en el momento, en lugar de serenidad y contento, sentimos ansiedad y culpa. Estar presentes es algo que va más allá de la mente y de las emociones. Es simplemente ser conscientes del derecho de existir. Debemos sentir, experimentar las emociones y sensaciones tal como llegan y cuando llegan: lo que sea que sintamos en este momento. Habitualmente eludimos los sentimientos del presente. Si sentimos dolor, queremos eludirlo y no nos gusta el presente tal como es. Aprender a aceptar el presente tal como es, nos abre la puerta hacia las dimensiones plenas de la vida. Nuestra sociedad capitalista, industrializada, consumista y de éxito nos adormece, y no nos permite vivir el momento, el ahora. Esta realidad nos impide participar del tiempo emocional. Participar del tiempo emocional, estar en él, significa no estar simplemente de cuerpo entero cuando estamos con nuestros seres queridos, sino estar también emocionalmente presente. Significa estar en capacidad de entender, de apreciar y compartir lo que él tenga para decir y ofrecer, recibiendo tanto de él como usted sea capaz de entregarle. Significa ser capaz no sólo de escuchar las palabras que alguien dice sino el significado y el tono de la emoción que subyace en ellas. Significa ser capaz de interactuar con otra persona, de estar
  • 7. con esa persona, sin estar pensando en otra cosa. Significa ser capaz no sólo de sentir furia contra su jefe, resentimiento hacia su esposa, indignación ante sus seres queridos, sino también disfrutar del elogio de los demás, amar la compañía de su cónyuge, sentir placer y orgullo con la sinceridad y franqueza de quienes amamos. Si no entendemos nuestras emociones del pasado, estamos condenados a revivirlas, haciéndonos imposible, por tanto, vivir el presente”. Vivir el aquí y el ahora nos libra de las tensiones. “En el presente no existe el estrés. Cuando aceptamos que ahora sea, lo que es, aunque estemos cansados, o asustados, o dolidos, no tenemos por qué agregar el estrés. Puede ser que no seamos felices, pero estamos abiertos a la realidad de lo que la vida es en ese momento del tiempo, y no estamos permitiendo que el estrés nos haga aún más daño. Nuestra vida cambia favorablemente cuando somos capaces de aminorar la marcha, de extender el momento y de hacernos plenamente presentes en cada instante de la vida. Si nos permitimos estar verdaderamente en este momento, en el ahora, y quedarse simplemente con lo que este momento es, el estrés desaparece”. Debemos tratar de eternecer los momentos. “Si no aprendemos a dilatar cada momento y a mirar de frente lo que ese instante nos ofrece la vida se nos pasará volando hacia su fin inexorable. Para ser capaces de habitar en el tiempo de la emoción y el sentimiento, tenemos que dilatar cada instante, meterle una cuña y hacer palanca para poder entrar en él y movernos allí, sintiendo todo lo que ocurre. La mayoría tenemos miedo de lo que el instante puede depararnos, y por tanto lo eludimos. No es fácil estar en el instante; si lo fuera, viviríamos felices y contentos en el presente todo el tiempo. De hecho, cambiar nuestras tendencias y hábitos requiere mucho esfuerzo y coraje, al igual que minimizar el impacto de la resonancia que nos rodea y resistir a la gente que nos impulsa a ir más rápido. Significa aceptar nuestros apuros y aceptarnos a nosotros mismos. Infortunadamente, la mayoría de las personas sólo reconocemos la importancia y al realidad específica del ahora cuando nos vemos frente a frente con una enfermedad incurable o catastrófica. Afrontar nuestra condición mortal puede provocar una vivencia del presente que simplemente no valorábamos antes. Sin lugar a dudas todos hemos experimentado un estado de conciencia plena. Pero debemos aprender a experimentarlo en las cosas más comunes y elementales de la vida; en realidad, en todo lo que hacemos”. El presente nos permite vivir a conciencia. “Si perdemos el instante presente, perdemos la vida. La vida sólo se vive en el presente. La simple capacidad de prestarle atención al mundo a medida que lo vamos encontrando, puede ser la piedra angular para llevar una vida plena y que valga la pena vivir. DAVID WHYTE. Debemos tomar conciencia del tiempo y sentir el ritmo y el transcurso particulares de cada instante. Si no estamos conscientes del ritmo particular de cada instante, es que nos arrastra la corriente de la vida y terminamos marchando al ritmo que nos imponen desde afuera. En principio, el cambio de ritmo es un ejercicio que nos obliga, como lo indica su nombre, a cambiar nuestro ritmo para resonar al unísino con el ritmo externo de cada instante, o a sintonizarnos con nuestro
  • 8. propio ritmo y optar por permanecer en él. Infortunadamente, lo que suele ocurrir la mayor parte del tiempo, si no estamos conscientes del ritmo particular de cada instante, es que nos arrastra la corriente y terminamos marchando al ritmo que nos imponen desde afuera. Es como si viviéramos siempre en ese estado de confusión que experimentamos cuando suena la alarma del despertador y, a pesar de no saber muy bien ni siquiera quiénes somos, nos vamos levantando como respondiendo a una orden”. El cambio de ritmo tiene muchas implicaciones. “Para cambiar de ritmo, demarcar fronteras temporales, honrar lo común y corriente, crear tiempo para la espontaneidad, hacer lo que queremos hacer y crear retiros temporales. Todos los aspectos de la vida son potencialmente ricos y plenos. No es lo que se haga sin o cómo se hace lo que importa. Si dejamos a un lado las cosas en apariencia intrascendentes, dejamos a un lado el presente. Y cuando este dejar a un lado se convierte en nuestra pauta habitual de conducta, lo más probable es que también dejemos a un lado los momentos extraordinarios, incapaces de extraerles su esencia debido a nuestra prisa por avanzar. Si, en cambio, desarrollamos la capacidad de hacernos presentes en los hechos ordinarios de nuestra vida, empezaremos a valorar la vida misma, su experiencia cotidiana. Las grandes aventuras resonarían con mucha más profundidad, pues habremos aprendido a estar despiertos en el presente cualquiera que sea el caso”. Muchas veces tenemos miedo al cambio. “Estamos cómodos con nuestra vida; de manera que, aunque que nos parece atractiva la idea de hacer cambios, su posibilidad real en verdad nos asusta. La rutina conduce a la pasividad interior; la repetición puede llevar a un estado en que muy rara vez sentimos realmente el presente, sin tomar conciencia del entorno ni de nosotros mismos. El tiempo espontáneo nos permite romper la rutina y entrar renovados en una experiencia novedosa de verdad. Es posible que nos asuste algo la incertidumbre, o que nos dé miedo la posibilidad de aburrirnos, pero es una oportunidad como ninguna para hacernos en verdad presentes en vez de estar comparando lo que es con lo que hubiera podido ser. Decidir que no tenemos suficiente tiempo, o permitir que alguien o algo decidan por nosotros, es sólo una manera de poner resistencia. Todos podemos hacerlo, sin importar lo ocupados que estemos o qué tan compulsivos seamos al distribuir nuestro día. Debemos tomar en serio la necesidad de tener tiempo para nosotros mismos; de lo contrario, nos convertiremos en máquinas al servicio de nuestro jefe, de nuestra familia y del ritmo lineal. Y se nos pasará la vida sin darnos cuenta. En nuestra, cuando estamos absorbidos por el trabajo, las preocupaciones, las relaciones y el estrés, estamos demasiado llenos para reflexionar. Sin embargo, la reflexión cura profundamente, y la necesitamos para poder evaluar dónde estamos y dónde quisiéramos estar. Sólo es posible reflexionar cuando nuestro ritmo es lo suficientemente lento como para que podamos pensar y sentir, sin que los acontecimientos ni las demás personas nos distraigan”.
  • 9. La soledad no debe preocuparnos. “Le tememos a la soledad, pero necesitamos de ella para la contemplación y la reflexión. Cambiar de ritmo es encontrar calma y sentimientos de paz. Nos asusta la soledad por los sentimientos que pueden surgir antes de que alcancemos la calma y tememos enfrentarnos a nosotros mismos desprovistos de nuestro estar haciendo. El tiempo a solas nos conduce al espíritu". Compartir nos permite cambiar de ritmo. "Para entrar verdaderamente en total comunicación con otra persona, es menester que dediquemos tiempo a estar con ella, pues el tiempo es el núcleo de cualquier relación. La única manera de llegar a compartir un ritmo es compartiendo el tiempo juntos de manera concentrada, con la atención de ambos puesta en el mismo punto. Una vez que lo encontremos, resonamos al mismo ritmo y sabemos por instinto que nuestro compañero está con nosotros. Sin embargo, con frecuencia nos relacionamos sólo con los aspectos más superficiales de la otra para comprender demasiado tarde que aquello no era más que máscaras detrás de las cuales está el verdadero ser: la hermosura puede no ser lo que la hermosura es; el encanto puede esconder inseguridad o rabia; un título puede esconder inseguridad o rabia; un título dice poco o nada sobre el valor intrínseco de una persona. La máscara por lo general se parece a la función que desempeñemos en la sociedad: médico, abogado, maestro, policía, madre, padre, presidente de la junta y directiva de una empresa. Pero si no nos tomamos la molestia y el tiempo para ver detrás de la máscara, los ritmos que vamos a encontrar son los ritmos de la sociedad, no los ritmos auténticos del interior de cada persona. Pero las relaciones que se sustentan en la atracción sexual están condenadas a fracasar, si lo que queremos es conquistar el objeto de nuestro amor en vez de buscar una verdadera unión, una comunión que sólo es posible cuando el yo y tu desaparecen para convertirse en un verdadero nosotros”. Estar presentes es fundamental para vivir mejor. “Una relación sólo puede ser auténtica cuando no forma parte de una fantasía, cuando estamos presentes con la otra persona y sabemos quién es él o ella. Al fin y al cabo, nos encontramos aquí, sin saber cómo ni por qué, compartiendo este planeta, cada uno yendo detrás un momento a reconocer y saludar a otro ser humano puede ser hermoso y profundamente significativo para todos. Con toda seguridad este comportamiento ayudaría a sanar la confusión y la alienación que imperan en nuestra sociedad hoy. En todas sus relaciones, superficiales o íntimas, siempre dedique tiempo a desacelerar. Estar presente en el instante con otra persona es el mejor regalo que se le puede dar al alma humana”. En la vida es importante planificar para el futuro en el presente. “Muchas personas no planifican; simplemente van dondequiera que la vida les lleve. Dichas personas suelen sufrir de angustia y de miedo. La vida, les parece, suele conducirlos a la infelicidad y al caos. Si, por el contrario, fueran capaces de darle dirección a su vida, muchas de sus angustias y temores desaparecerían automáticamente. Subyace tras esto el mismo principio de ser dueños de
  • 10. nuestro tiempo, o dejar que el tiempo sea nuestro amo y señor. Saber qué constituye lo importante es fundamental al hacer planes. Con frecuencia, sin embargo, las crisis nos distraen; también el deseo de no pensar sino de hacer, impulsados por los trajines de la vida cotidiana, que hacen difícil ver qué es lo importante”. Hay que distinguir entre lo urgente y lo importante. “La urgencia tiene que ver con acontecimientos que nos llegan desde afuera y que exigen nuestra atención inmediata: crisis y dilemas que hay que atender ahora. Lo importante hace referencia a las cosas que trascienden lo inmediato y están en línea con la orientación general que hemos escogido en cualquier aspecto de nuestra vida. Para que sea posible planificar con eficacia, para poder dedicar nuestro tiempo a lo que es importante y no meramente urgente, debemos desacelerar, cambiar de ritmo, mantener las interrupciones a raya, crear fronteras, ser plenamente conscientes a concentrarnos en los asuntos a largo plazo. Es la mejor manera de evitar problemas futuros y reducir así el tiempo que vamos a necesitar para resolver la crisis. Cuando hagamos nuestros planes para el futuro, también nosotros debemos dar un paso atrás, cambiar de ritmo y separar lo urgente de lo importante. De lo contrario, no estaremos preparados para un futuro en el que fuerzas inesperadas nos obligarán a no actuar sino a reaccionar. Si estamos preparados, estaremos en mejores condiciones para aprovechar las oportunidades que nos salgan al camino”. El ritmo social está socavando la democracia. “Los procesos democráticos requieren pensar, debatir argumentar, sintetizar; es decir, necesitan tiempo. Para entender la verdad de un asunto, es menester oír a las dos partes, sus razones y sus argumentos; tener acceso a los datos y los hechos; estudiar, sopesar, rumiar. Para ponderar a un hablante, debemos escuchar sus ideas, hacer preguntas perspicaces, analizar su sinceridad, entender las implicaciones de lo que tiene para decir. La verdadera revolución es un sincero respeto a las diferencias de los demás. La violencia prospera porque es una manera de sentir. Atrapados en la violencia televisada, desesperados por una dosis rápida de algo, por una gratificación inmediata, necesitados del estímulo (que crea adicción) del riesgo, cada vez más recurrimos a los puños, las porras, los cuchillos, las armas de fuego. Y ya ni siquiera las blandimos al aire en señal de amenaza cuando alguien se nos cruza en el camino, sino que disparamos”. EXCESO DE EQUIPAJE (Judith Sills) Liberarse de uno mismo El exceso de equipaje son las cosas que ignoramos sobre nosotros mismos y que obstaculizan nuestro camino. Nosotros no sabemos cuáles son, pero los demás
  • 11. sí. El exceso de equipaje ocasiona miedos, es una carga inútil; genera temor al cambio, al riesgo, al fracaso y al rechazo. Entonces nos quedamos en donde estamos así nos hagamos daño, así suframos. El exceso de equipaje nos mantiene encadenados. Mientras no nos liberemos seremos infelices. El exceso de equipaje es una carga absurda. Muchas veces el exceso de equipaje es impuesto desde afuera, por los demás. El exceso de equipaje ocasiona tristeza y angustia. No podemos ver el exceso de equipaje porque estamos preocupados con el peso de la carga que los demás nos impusieron y nos imponen: necesidad de tener razón, sentimiento de superioridad, temor al rechazo, necesidad de teatralizar o dramatizar y necesidad de alimentar ira. Nuestra personalidad determina el equipaje que llevamos. El exceso de equipaje no permite la liberación de uno mismo. El exceso de equipaje se encuentra en los siguientes planos: 1. Comportamiento: malos hábitos, apegos, drogas, vicios, etc. 2. Cognoscitivo: falsos valores, creencias, temores, supersticiones, etc. 3. Emocional: resentimientos, venganzas, iras, secretos, etc. El precio que hay que pagar por ser quienes somos. Nuestro equipaje es el resultado directo de las cualidades personales que hemos cultivado. Emana directamente de todas las cualidades de la persona. Es el producto de los anhelos predominantes que moldean la personalidad. Nuestra personalidad individual está construida alrededor de un núcleo complicado de motivaciones, necesidades, anhelos e instintos. En cada uno hay unas pasiones predominantes, las cuales proporcionan en gran medida el combustible que mueve a la personalidad. En la medida en que dominan la personalidad, ayudan a desarrollar cualidades muy claras; al mismo tiempo, contribuyen a desarrollar el equipaje. Una pasión predominante es una necesidad apremiante. La necesidad de ejercer control, de autoestimación, de seguridad, de apego y de justicia son las pasiones predominantes en el exceso de equipaje. La pasión predominante puede ser tan abrumadora y tan y tan urgente que nos obligue a satisfacerla, incluso a expensas de nuestro éxito y nuestra satisfacción. Las pasiones personales predominantes probablemente sean una combinación de nuestra herencia genética y bioquímica, de nuestro ambiente de intimidad y de nuestro ambiente ampliado. La causa del equipaje está en la herencia y el medio ambiente. Para aligerar el peso del equipaje es necesario aprender poco a poco, paso a paso, a resistir al apremio de las pasiones predominantes. El exceso de equipaje es lo que desconocemos de nosotros mismos, lo que no hemos logrado ver y que siempre está obstaculizando nuestro camino. Para liberarnos del exceso de equipaje debemos cambiar lo que vemos, lo que pensamos y lo que hacemos. La necesidad de tener razón Tener razón es importante porque produce una sensación deliciosa de triunfo y de validez, pero la necesidad de tenerla siempre se convierte en un equipaje muy pesado cuando es la fuerza impulsora en lugar de una simple preferencia. Esa necesidad mina la energía, convierte el esparcimiento en trabajo, paraliza el
  • 12. criterio e interviene el amor. El peligro de la necesidad de tener razón es que nunca aflojamos, ni con nosotros mismos ni con los demás. El cuerpo paga un precio por la presión intensa de producir. Vivir para tener razón no es tan importante como vivir. La necesidad de tener razón obstaculiza la capacidad de tomar decisiones. En esa necesidad subyacen el perfeccionismo, la dilación y la impulsividad. La alternativa de no decidir implica dejar que la vida lo haga por usted. Hay que aflojar. Aflojar es combatir la necesidad de tener razón. Entonces habrá menos tensión emocional y podremos concentrarnos en las cosas importantes de la vida. Si necesitamos el control, agotamos la energía física y mental la causa de la tensión que procede la lucha por organizar el caos. El mayor precio que se paga por la necesidad de tener razón es el agotamiento que produce la lucha constante. Podemos mejorar si nos relajamos, visualizamos y meditamos. El sentimiento de superioridad El sentido de superioridad es el equipaje más sutil y a la vez más costoso. De todos los equipajes es el más incómodo. Puede ser un el equipaje al cual nos aferramos con mayor fuerza. La superioridad le imprime a toda relación íntima el sabor amargo del desprecio, la decepción o la incertidumbre fatal. Construye imágenes desproporcionadas de logros sin aportar los materiales de construcción necesarios para la realización. En el fondo, el sentido de superioridad nos obliga a vivir en un mundo de fantasía porque la vida real es demasiado pálida en comparación. Dentro de la persona que se siente superior vive un ser pequeño e inseguro, un tipo que se preocupa por ser lo suficientemente bueno. La superioridad es un sentimiento relativo. Sólo se es superior con respecto a otra persona. Es una superficie quebradiza. Se desmorona con la crítica y tarda mucho tiempo en recuperar su antigua forma. Es una cuestión externa. Un sentido fuerte de superioridad tiende a hacernos sentir negativos hacia los demás. Cuando nos enfrentamos con nuestra superioridad vemos, cara a cara, al “tipito” que se oculta en el fondo, y nos asustamos. El sentimiento de superioridad hace vulnerable a quienes son “superiores” a los demás, dificulta vivir como persona madura y convierte la vida en una desilusión. La superioridad es una sensación mágica de bienestar, una forma placentera de inflar desmesuradamente el ego, pero lo hace vulnerable a los golpes de los celos, la envidia y la inferioridad. La superioridad se puede perforar fácilmente. Y lo deja vulnerable a los tres venenos psicológicos: 1). La envidia. La apasionada sensación de infelicidad de saber que otro tiene algo que usted no tiene. ¡Y usted lo desea! 2). Los celos. El odio perverso y angustiante que se apodera de su espíritu cuando teme que otra persona desee de alguien (o algo) que es suyo, y que podría obtenerlo. 3). La inferioridad. El temor secreto que se oculta tras la idea de que usted es especial. Sentir que, en realidad, no es sobresaliente y no vale nada. La superioridad se demuestra en la competición mental que siempre tiene lugar entre usted y el resto del mundo. En garras de la envidia nos tornamos mezquinos y negativos,
  • 13. siempre estamos dispuestos a degradar a los demás, a abandonar una relación porque envidiamos a la otra persona por su trabajo. La envidia empequeñece el espíritu, y ese espíritu mezquino es el que proyectamos sobre el mundo y contra nosotros mismos. El poder destructor de la envidia está en que hace que nos desvaloricemos. Es un golpe directo contra el mérito propio que estamos tan ansiosos de demostrar. La envidia es una forma de autocrítica. Dice: “Lo que tengo, lo que soy, no es lo suficientemente bueno. Para sentirme bien necesito lo que usted tiene”. Los celos son uno de los tormentos más grandes que uno puede sufrir. Destruyen la concentración porque nos obligan a concentrarnos exclusivamente en pensamientos deprimentes de traición y en visiones horripilantes de pérdida. Una vez que los celos invaden una relación amorosa es difícil, si no imposible, borrarlos. Los celos son el enemigo absoluto del amor, pero para quienes tienen el equipaje de la superioridad son prácticamente la consecuencia de haberse enamorado. Sienten que no pueden evitarlos. Como “aman” profundamente, temen que una persona superior se lleve el objeto de su amor. Eso les produce una angustia paralizante y venenosa que a la larga puede destruir precisamente la relación que tanto deseaban conservar. La inferioridad es una enfermedad del espíritu que siempre está presente. Nos hace tambalear a cada paso, susurra incertidumbre bajo la máscara de confianza. Nos aleja del riesgo y del deseo de logro porque la inferioridad hace sentir la certeza del fracaso. Es la explicación que esgrimimos para justificar lo que no tenemos, lo que no somos, lo que no deseamos hacer. Crea una sensación de inutilidad. La inferioridad acosa porque nuestra autoestimación es inestable. Nosotros, en lugar de fortalecerla interiormente, recurrimos a tapar los daños con una concha externa de superioridad. La mejor manera de protegerse de los celos, la envidia y la inferioridad es con una autoestimación sólida y realista. Pero no es posible sentirse verdaderamente a gusto con uno mismo sin antes sacrificar la sensación abrumadora de satisfacción que produce el ego inflado. Tenemos la convicción profunda y motivadora de que estamos destinados a hacer grandes cosas algún día, pero deseamos madurar porque no queremos enfrentar las consecuencias. Su insistencia en ser el mejor le aumenta las posibilidades de llegar a serlo y de recibir lo mejor de los demás, pero muchas las decepciones que debe soportar en la vida por tratar de mantener esas altas normas de desempeño. Si llevamos en hombros la carga de la superioridad, es lógico que la mayoría de las experiencias de la vida serán decepcionantes. La mayoría de las personas que conozcamos no nos interesarán. Las fiestas no serán divertidas. Los
  • 14. momentos de gloria dejarán algo que desear. “No fue como había imaginado”. “No fue todo lo que podrá haber sido”. ¿Quiénes gozan más de la vida? Los que somos demasiado tontos para ser exigentes o somos demasiado simples para tener altas normas. Nuestras normas son tan bajas que para nosotros todas las personas son agradables. Sin el beneficio del ojo discriminador de la superioridad nos sentimos a gusto con casi todo, incluso con nosotros mismos. Ser superior, ser exigente, tener altas normas, equivale a acrecentar al máximo la posibilidad de sentirse mal. Tener normas bajas, peor aún, no tener normas, equivale a tomar cada experiencia como llega, a apreciar lo que ofrece, sin juzgar, sin comentar, sin medir o comparar con ella lo que uno vale. Con esta actitud usted nunca tendrá la ocasión de sentirse superior. En cambio, tendrá más oportunidades de ser feliz. Lo que usted necesita para reducir la envidia, los celos y la inferioridad, para sentirse cómodo con el ego desinflado de la edad adulta, para eliminar la negatividad por la autoestimación. En el fondo de la auténtica autoestimación está la imagen real de sus cualidades y defectos. En un principio, puede ser un trago amargo porque nuestro verdadero yo nunca es tan grandioso como la persona que somos en la fantasía. El temor al rechazo La expresión temor al rechazo es un “cliché” (frase hecha) cultural, un concepto tan trillado que ya no transmite la angustia que encierra. El temor al rechazo no es simplemente el espasmo que se siente en el estómago antes de pedir un favor o de invitar a alguien a salir. En estas situaciones, la posibilidad de un rechazo sólo produce parálisis temporal, y casi todos acabamos por poner el pecho y lanzarnos, aunque sea con torpeza, a insinuar lo del favor o a hacer la invitación, hasta que obtenemos lo que deseamos, o nos rechazan y nos vemos obligados a esperar otro momento más propicio. Pero no es posible evitar la posibilidad del rechazo, a menos que evitemos la vida misma. Eso es precisamente lo que hace que la persona que teme al rechazo: trata de esconderse en un mundo pequeño, seguro y conocido en el cual casi desaparece la posibilidad de que la rechacen puesto que ya ha sido aceptada en él. Eliminada la posibilidad, no tiene que temerla ni sufrir los horribles efectos secundarios de ese temor. Con eso pone fin a un estado interior muy desagradable, pero al precio de una vida. El temor al rechazo genera resentimiento. Entonces reniega, suspende las relaciones con otra persona y se deprime. Su resentimiento escapa en forma de comentarios hirientes. Gotea en forma de suspiros o de un aire de melancolía. No dice: “Estoy furioso porque me dejaste esperando”, sino pone mala cara y dice que casi se muere de calor mientras esperaba. Se muestra reservado, distraído,
  • 15. hace comentarios negativos sobre otros temas, esperando que alguien se dé cuenta y e qué le pasa. Pero aunque se lo pregunten directamente, no responde. Prefiere cambiar de tema. Deja de visitar a un amigo que hirió sus sentimientos, o decide que, en realidad, nunca le agradó su compañero de oficina. Luego razona que no debe hablar sobre el asunto con quien lo ofendió porque sólo empeoraría las cosas, él no vale la pena, es imposible hablar con él. Cuando no puede suspender las relaciones con alguien que lo hirió, lo insultó o lo ofendió, usted tiende a volcar la ira hacia adentro. En lugar de estallar con un padre, o un hijo, o un amigo que ha sido cruel o desconsiderado, se entrega durante días al abatimiento, repitiéndose una y otra vez cuán triste o desespera es su situación en la vida. Cuando una persona teme al rechazo, su vida es gobernada por una sola regla: “Haré lo que desee con mi vida mientras no haga enojar a nadie”. La mujer o el hombre que teme al rechazo tiene una razón mucho más clara para creer que no debe solicitar lo que desea: no pidiendo evita correr el riesgo de recibir una negativa. Evitar es la palabra que siempre repite, su principal manera de enfrentar las cosas, su estrategia para vivir. Si evita el riesgo no podrá fallar. Si no expresa su opinión, no podrá ofender a nadie. Si evita la búsqueda no será rechazado. Pero si evita todo eso, tampoco podrá sentirse bien con usted mismo. Si el peso del temor al rechazo, sólo se siente realmente bien con usted mismo cuando es aceptado. La imagen que usted tiene de usted mismo se forma en el momento en que la ve reflejada en los ojos de otra persona. Como es natural, desarrollará muchas técnicas para complacer a los demás. Hará muchas cosas bellas por otras personas, y sentirá placer y satisfacción al hacerlas. Es mucho el bien que eso produce, pero falta algo. Usted tiende a medir lo que es y lo que vale según la medida del aprecio de los demás por lo que usted hace. Y ahí está el problema, porque la gente rara vez aprecia lo que recibe en la medida en que usted aprecia lo que da. Esta diferencia puede causar una herida muy honda en su autoestima. Aunque no estemos deprimidos, esa necesidad de evitar carcome nuestra autodestrucción. Tiendemos a ceder, a seguir la corriente y a no ver motivos para luchar. Siempre tratamos de complacer a los demás, pero ellos no tratan de complacernos a nosotros en igual medida. Así las cosas, ¿cómo podríamos tener una sensación firme de todo nuestro ser? En lugar de un sentido sólido de su identidad, nos quedan tan sólo algo que hemos dado en llamar “baja autoestimación”. Poco a poco, día tras día, relación por relación, la actitud de evitar las cosas crea en nosotros un malestar con uno mismo. Y ni siquiera debemos ser rechazados para sentirnos así. Lo único que tenemos que hacer es preocuparnos porque no somos lo suficientemente buenos, enterrar la incertidumbre bajo una amable máscara de sacrificio. Claro está que sabe cuánta incertidumbre hemos ocultado. Ese temor al rechazado, de
  • 16. por sí, nos hace sentir mal con nosotros mismos. Y al sentirnos mal con nosotros mismos seremos más dados a pensar que los demás piensan mal de uno y, por lo tanto, nos rechazan. Como es natural, trataremos de escondernos más adentro de nuestra cárcel. El remedio para vencer el temor al rechazo es aplicar nuestro mundo. La persona apasionada por la seguridad se convierte en experta en la materia, pero en el camino puede pierde la capacidad de correr riesgos. Correr riesgos implica que eliminemos deliberadamente la necesidad de tener seguridad y así despejar el camino para salir de la prisión emocional. Significa que quizá tengamos que sacrificar la sensación de comodidad, de contento y de complacencia para hacer algo que nos produzca extrañeza e incluso desagrado (sólo para demostrarnos que podemos hacerlo). Para erradicar el temor al rechazo hay que correr riesgos. Para reducir el temor al rechazo es preciso que corramos el riesgo de un rechazo, y punto. Si es un temor infundado, el temor desaparecerá apenas nos arriesguemos, porque nos daremos cuenta de que el rechazo, aquello que tememos, no ocurre siempre. Nunca gozaremos del beneficio de ese aprendizaje si no corremos el riesgo. Correrlo también reducirá el temor, incluso si éste es justificado. Cuando ocurre el rechazo, y es algo inevitable en la vida, el dolor no es tan devastador ni la humillación tan temible, como uno los imaginó. Infortunadamente, no se puede aprender a tolerar el dolor del rechazo sin sentido en la práctica. Arriesgarse hoy mismo. Ahora mismo. Dejemos de esperar ese día que nunca llegará. Si no nos arriesgamos ahora mismo, cuando llegue el momento en que nos veamos forzados a hacerlo, sufriremos inmensamente al darnos cuenta de todo el tiempo que perdimos en la vida alejados del mundo por culpa de un temor exagerado. El sufrimiento producido por el temor al rechazo es muy real; pero el deseo de obtener lo que deseamos sin correr el riesgo de ser rechazados es pura fantasía. El temor produce sufrimiento porque reduce la vida a la más mínima expresión. Con el tiempo nos sentimos sofocados e insatisfechos de vivir en el mismo sitio, aferrados al mismo trabajo que sabemos hacer con los ojos cerrados y a las personas a quienes ya no les interesamos o que no nos necesitan. Entonces adormecemos la insatisfacción con la fantasía: “Algún día... cuando conozca a la persona apropiada, cuando los niños hayan crecido, cuando me gane la lotería, cuando me gradué... llevaré la vida que sé que puedo llevar, sin correr el riesgo del sufrimiento, la humillación, el pánico de fracasar”. Todo camino hacia una meta es como una montaña que debemos escalar. Son muchas las personas que se la pasan escondidas en un valle al pie de la montaña, soñando con la vida de la cima. Los que están allá arriba no llegaron por haber tenido menos fracasos en el camino sino porque estaban dispuestos a soportar más caídas. La meta no es evitar el rechazo, sino reducir la frecuencia con que sucede. La meta
  • 17. es reducir el temor a ese rechazo. El temor es el equipaje. El rechazo mismo es sólo parte del camino que lleva a la cima. A todos se nos hace el camino más largo por el peso del equipaje que cargamos y porque las personas a quienes amamos, con quienes trabajamos y de quienes dependemos también llevan su propio equipaje. Si tememos el rechazo, pensemos que eso no es lo único que nos detiene en el camino. Tal vez creamos que la manera de evitar el rechazo es controlando todas las situaciones. Si eso es así, la necesidad de tener razón puede ser otro obstáculo. Es probable que la manera de evitar el rechazo sea aferrándonos a la idea de que estamos por encima del resto del mundo, en cuyo caso es el sentimiento de superiordad el que no nos permite avanzar. Cualquiera que sea el resto del equipaje, si tememos el rechazo probablemente necesitamos demasiado de los demás. Necesitamos su aprobación y, desde luego, su aceptación. Si no le diéramos demasiada importancia a eso, el rechazo no sería una amenaza tan grande. Pero además del visto bueno de los demás, necesitamos también amor, atención, admiración, apoyo. Necesitamos una unión, y a veces hacemos hasta lo imposible por lograrla. Necesidad de teatralizar La persona que teatraliza afirma, por ejemplo, que “Si realmente me amaras..., no me dejarías hablando sola; me dejarías hacer lo que deseo; sabrías lo que quiero de cumpleaños, y no tendrías que preguntarme; te pondrías de mi lado y no del lado de los niños; intercederías por mi con tu familia; me dejarías estar acostado; te preocuparías por mí; me dirías que me amas, me felicitarías y me dirías cosas amables; me mimarías...”. La manera inconsciente de evaluar la vida a toda hora gira alrededor de una sola cosa: lo que sentimos. Los sentimientos son a la vez una fuente de información y la razón para reaccionar a esa información y manejarla de una manera o de otra. Los sentimientos dirigen nuestros actos. Si no se controlan los sentimientos que creemos que son imposibles de controlar, y entonces nos dejamos controlar por ellos. Son nuestra brújula. Nos dicen lo que está bien, lo que está mal, lo que es absolutamente necesario y lo que es intolerable. La síntesis de todo es que si nos sentimos desorientados. No sabemos qué hacer. En cierta forma, no sabemos quiénes somos. Pasamos la vida midiendo la temperatura de nuestras emociones para actuar conforme al resultado de esa medida. Siempre sabemos cómo nos sentimos porque nuestras sensaciones son más intensas que las de los demás. Emocionalmente, somos como un vehículo acelerado. Aunque esté detenido ante un semáforo, el motor continúa
  • 18. funcionando aunque no aceleremos. A veces debemos pisar el freno para mantenerlo bajo control. Cuantas más revoluciones mayor cantidad de combustible emocional inunda nuestro sistema. Sabemos cómo nos sentimos porque hacemos hasta lo imposible por crear situaciones que provoquen sensaciones. En otras palabras, a falta de otra manera de evocar sentimientos, recurrimos al drama. Una parte nuestra siempre está orientada a sentir (sentir más, querer sentir, preguntarse cómo nos sentimos) hasta que los sentimientos son tan fuertes que ya no tenemos que preguntarnos más. Cuando esa capacidad de sentir está a nuestro servicio, nos convierte la vida en una fuente de dicha de la cual no disfrutamos de los demás. Pero cuando son los demás quienes viven para estar al servicio de esa emoción, el resultado es un caos. ¿Qué es lo que pretendemos conseguir con toda esta emoción? ¿Cuál es el motor de nuestra expresividad si no la fuerza abrumadora de nuestros sentimientos? Lo que buscamos es contacto. La necesidad predominante alrededor de la cual está organizada nuestra personalidad es el deseo intenso de apego. El apego viene en mil y un sabores, pero, en el fondo, el tema es el mismo: para nosotros, el apego representa una conexión profundamente emocional con la gente. El apego es una pasión predominante. Minuto a minuto, tratamos inconscientemente de conectarnos con las personas que hay a nuestro alrededor exigiéndoles su atención. Para nosotros nunca hay suficiente atención, como nunca es demasiado el aire que respiramos. El colorido, la calidez, el atractivo físico y la energía son como faros de éxito que atraen la atención de los demás. Cuando alguien nos mira, le sonreímos, estamos de acuerdo con los demás, dejamos notar el aprecio, la recompensa es una emoción profunda. El contacto hace que la lectura de nuestro medidor de sentimientos sea excelente. La pasión por el apego es tan poderosa que todos los rompimientos, hasta lo más triviales e incluso los que han deseado, son terribles para uno. La separación produce un dolor intenso. Echamos de menos los personajes de un buen libro durante horas después de haberlo terminado. Si no sale al aire el programa favorito de televisión, nos sentimos defraudados. Separarnos de la familia o de los amigos, aunque temporalmente, es desgarrador. Y romper una relación definitivamente, aunque haya sido infeliz en ella, puede resultarnos intolerable. Puede llegar incluso a no querer deshacernos de algo que nos hace mal. Un amante nos rechaza, y nos dedicamos a leer y releer las cartas, aunque nos duelan. Cuando un suceso nos produce un sentimiento intensamente negativo, nos aferramos a él. Preferimos sentir algo que no sentir nada. Y mantenemos automáticamente nuestros apegos en lugar de desprendernos y seguir adelante.
  • 19. La persona que tiene la necesidad de teatralizar, el apego le permite manejar con mayor facilidad su intensidad emocional porque siempre tiene a su lado a alguien que le ayuda a poner en orden en sus sentimientos. Sólo tiene que establecer una conexión para expresar sus sentimientos sobre cualquier cosa. La otra persona puede entonces ayudarle a analizar esos sentimientos, a considerar lo que debe hacer, sugerir alternativas que usted pudo haber pesado por alto porque la fuerza de sus sentimientos le impidió ver las opciones. Además, la atención que le presta la puede hace sentir mejor. Esa persona atenta puede escuchar y comprender como se siente usted. El apego es un bálsamo para su tormentoso estado interior porque la hace sentir amada o importante, o poderosa, o mejor aún, las tres cosas. La pasión por el apego es la fuente de su fuerza y de lo que les aporta a los demás. Pero, desde luego, también es el origen de su equipaje. El equipaje teatral implica que crea inconscientemente conflicto y crisis o se hace la víctima para atraer la atención y establecer una conexión emocional. Crea situaciones peligrosas o dramáticas porque: a). Desea que la marea de sus emociones permanezca siempre alta. Es el estado interior que más conoce y con el cual se siente mejor, de manera que trata de restablecerlo automáticamente; o b). El torrente de sus emociones es tan automático y poderoso que lo empuja hacia situaciones intensas en las cuales puede descargar parte de la energía emocional que tiene acumulada. Busca situaciones en las cuales pueda gritar, llorar, caminar de un lado para el otro, reír o aliviar de alguna otra manera su tormenta interior. Si la vida se torna demasiado estable, prosaica o predecible para generar emociones, usted entonces se encarga de crear estímulos iniciando batallas familiares, escogiendo un cónyuge imposible, arriesgando su empleo, infringiendo las normas sociales, sólo para lograr un sentimiento intenso fuera de usted. Usted puede convertir la vida cotidiana en toda una experiencia impenitente, pero muchas veces es usted quien paga el costo de esa chispa. La persona que actúa impulsada por sus sentimientos omite el paso de especular acerca de las consecuencias y asumir la responsabilidad de sus actos. Si las consecuencias son negativas, se siente víctima. “¿Por qué todo tiene que pasarme a mí?” Otro riesgo de actuar sin reflexionar se ve muy a las claras en nuestra cultura. Lo que produce placer momentáneo suele dejar una larga cadena de sufrimientos: comer o beber desenfrenadamente de vez en cuando. Gastar impulsivamente para disfrutar de ese placer a expensas de la estabilidad económica. Ceder a un impulso sexual para luego sentir sólo remordimiento, vergüenza, o en el peor de los casos, contraer una enfermedad. Descargar los sentimientos en un acceso de ira sin pensar en las consecuencias futuras para la relación.
  • 20. Todos estos problemas emanados de la imposibilidad de controlar los impulsos son consecuencia de las decisiones teatrales que se toman cediendo a las emociones. Y todos dejan sufrimiento una vez desvanecido el momento de placer. Si usted es una persona que teatraliza, lo más probable es que también sea un manantial de ternura, alegría y afabilidad. El problema es que también crea conflicto, catástrofe y confusión, cada uno de los cuales hace que su vida sea más dura de lo que debe ser. El impacto del equipaje teatral se puede reducir aprendiendo, mediante pasos pequeños pero importantes, la manera de moderar el tono y reflexionar antes de actuar. El remedio contra la teatralización es moderar el tono y reflexionar. Moderar el tono significa tomar la decisión consciente de controlar la intensidad de los sentimientos. Significa básicamente que usted debe dominar sus excesos emocionales para poder escuchar la voz su pensamiento. Cuanto más tiempo dedique a pensar, juzgar, decidir, más oportunidad tendrá de desarrollar esa capacidad. Nada de esto implica un cambio fundamental de su pasión por el apego. Su apego emocional hacia la gente siempre será la motivación esencial de su vida. Pero si reduce su necesidad de dramatizar, las relaciones que formará con los demás serán muy distintas. El drama hace que sus relaciones sean más tormentosas y agitadas de que deben ser. Sus desbordamientos emocionales crean más dependencia de la necesaria. Y la urgencia de sus apegos hace que su relación con usted mismo (con sus metas, con su espíritu, con su identidad) sea más débil de lo que podrá ser. Al controlar conscientemente su inclinación a dramatizar, usted podrá: *Escoger mejor a las personas a las que se apega. No reaccionará sólo basándose en sus sentimientos hacia ellas sino que también se detendrá a considerar lo que piensa de ellas. *Resistir algunas veces la necesidad de formar apegos, dejando espacio para desarrollar confianza en usted mismo y, con ella, si autoestimación. *Cuestionar las interpretaciones emocionales que hace de lo que sucede a su alrededor. *Dar, además, un tercer paso en el proceso que gobierna su vida en este momento de sentir y actuar. Ese paso intermedio será pensar; y una vez que reflexione, el hecho de actuar o no actuar será producto de una decisión pensada y no de una urgencia impulsiva. El drama es producto de la emoción. Cuando usted aprenda a aprender menos de sus reacciones emocionales, la tendencia a dramatizar disminuirá. Y al dramatizar menos y pensar más las cosas, se sentirá mejor. Se sentirá mejor porque su vida será menos tempestuosa. Actuará menos impulsivamente al disminuir la velocidad durante el tiempo suficiente como para considera las
  • 21. consecuencias. Sufrirá menos porque es menos fácil sentirse herido cuando se pueden ver las cosas desde el punto de vista de otra persona. Y se sentirá mejor con usted mismo porque podrá demostrar, paso a paso, poco a poco, que puede ser dueño de su propia vida. Realizar drama también es fuente de entusiasmo y emoción. Los demás tenemos la suerte de tener a alguien como usted, y usted tiene la fortuna de tener acceso a un plano emocional que le está negado a la mayoría. Su intensidad y calidez hacen de la vida una experiencia más rica y más vivida. No tiene por qué perder jamás su amor por el color de la vida ni su capacidad para imprimir ese color. Lo único que debe hace es matizar sus excesos emocionales y abrirle espacio a un criterio más sólido. Cuando lo haga, se verá premiado con menos relaciones amorosas angustiantes y con más amor, menos altibajos agotadores y más felicidad. Es cierto que tendrá más responsabilidad. Pero con ella vendrá la convicción embriagadora de que pueda manejarla. Esa es la mejor sensación de todas. A medida que se desarrolle el sentido de su yo y pueda dejar de lado la necesidad de hacer teatro, estará listo para hacer frente a la que puede ser su última pieza de equipaje. Si el respecto y el amor a uno mismo son la mejor sensación, la ira es la peor. Si usted todavía sufre y siente el veneno de una herida vieja, vivirá en medio de una tormenta emocional que obstaculizará todo lo que trate de lograr. La ira no afecta sólo a la persona que lleva un equipaje teatral. La ira puede ser el equipaje de todos nosotros, sin importar nuestra personalidad ni las pasiones que predominen en cada uno. Todos somos vulnerables a las heridas. A veces, sin darnos cuenta, permitimos que el dolor de esa herida gobierne los demás aspectos de nuestra vida. Alimentar la ira La ira en sí es una parte normal y necesaria de la experiencia humana, una señal de supervivencia que nos hace saber que algo amenaza nuestro bienestar; sin embargo, es fácil pasar por alto el precio que se paga por la ira cuando ésta se considera sana e inevitable. La ira es normal, hasta cierto punto. Pasado ese punto, no es otra cosa que sufrimiento para todos. La ira se convierte en exceso de equipaje cuando uno es tan sensible, tan vulnerable, que nos sentimos ofendidos en todo momento, o no puede curar las heridas del pasado y éstas se convierten en un tema predominante en su vida. El equipaje de la ira difiere un poco de los demás excesos de equipaje. Como los demás, lo más probable es que determinado tipo de personalidad sea irascible. Pero a diferencia de los demás equipajes, la ira podría ser una carga para cualquier persona si su herida es lo suficientemente profunda. La susceptibilidad aumenta por efecto del otro equipaje. En estos casos específicos:
  • 22. Cuando la persona necesita tener razón le es difícil olvidar una injusticia pasada porque perdonar un error es como equivocarse usted mismo. Para usted no hay términos medios. Si la tratan injustamente, le da rabia. Si se le quita la rabia es porque reconoce que no procedió bien al reaccionar con rabia. Además, no sabe perdonar sus propios errores. Por lo tanto, le es más difícil concederle el beneficio de la duda a alguien que lo haya herido. Cuando necesita sentirse superior, lo más probable es que quede atrapado en un ataque de ira cuando su ego reciba un golpe. Por ejemplo, si un amigo sale con una exnovia suya, podría ser el fin de esa amistad. El hecho de que usted ya no la quiera no quiere decir que ella deba irse con él. No importa que el golpe que le dieron a su ego no haya sido intencional. Si lo hace sentir degradado, alguien tiene que pagar eso de alguna manera. Cuando el individuo teme al rechazo sus arranques de ira serán directamente proporcionales a su abnegación. Cuando sepulta para conservar una relación importante, la ira se va acumulando como lo harían los intereses en un banco psíquico. Cuando el sujeto teatraliza descubre que la furia satisface con mucha facilidad sus necesidades. Al cultivar esa furia puede tener acceso al drama cuando quiera. Eso hará que le sea muy difícil separarse de su ira. Como la dependencia y el apego son una parte importante de su equipaje, lo más probable es que se deje seducir por la ira cuando alguien importante no cuide bien de él. Un cónyuge o una madre que le produce una desilusión o lo abandona puede desencadenar una amargura que llenará todos sus pensamientos, sus decisiones y sus sueños durante el resto de su vida. Cualquiera de nosotros puede llegar a albergar la rabia durante más tiempo del necesario porque el resto de nuestro equipaje no nos permite sanar cuando la lesión emocional es seria. Sin embargo, el equipaje de la ira es más común en el hombre o la mujer cuyo radar psicológico siempre está con piloto automático, explotando continuamente el mundo para ver de dónde viene la ofensa. Como es natural, es enorme la frecuencia con que esa persona se siente ofendida. Tal vez usted se reconozca en la siguiente descripción. La ira mina el cuerpo, el espíritu y el pensamiento. Al aferrarse a la ira la persona se hace más daño a ella misma del que podrían haber soñado sus enemigos. En esencia, su equipaje completa lo que ellos hayan podido iniciar. La ira enferma físicamente. Si la furia se acumula durante mucho tiempo, aumentan las probabilidades de desarrollar cáncer, enfermedades cardiacas, urticaria, úlcera, colitis, hipertensión, dolor de cabeza. Por desgracia, la furia también enferma emocionalmente. El pago de mantener la ira se desembolsa directamente de la capacidad de amar. La ira es algo que se
  • 23. siente a cambio de la felicidad, la satisfacción, la tranquilidad o el contento. El sentimiento de odio es tóxico es sí. En realidad, lo único que hace esa sensación maligna es crear hábito con el tiempo. No mejora ni se vuelve más agradable ni más fácil. Pero es tanto el tiempo que lleva furioso que olvida cómo es sentirse bien, y por eso tolera mejor estado. La ira se propaga. Comienza con la nuera que la criticó, y termina abarcando a la nieta que más se parece a ella. Se origina con el amigo que sedujo a su esposa, pero se extiende a todos los demás que se negaron a darle la espalda a ese amigo por su crimen. En todos los casos en que hay equipaje de ira existe siempre la posibilidad de que otra relación sea arrastrada en el torbellino. El precio que se paga por alimentar la ira es demasiado alto. La ira enferma física y emocionalmente, y mengua el amor y la tranquilidad. Además amenaza toda nueva relación porque cada persona se convierte en posible blanco de su equipaje. El remedio para dejar de alimentar la ira es perdonar. Perdone, y podrá sanar, progresar, reducir los riesgos de salud y aligerar del espíritu. Perdone, y podrá superar la sensación de carencia porque el perdón abre un mundo de posibilidades para satisfacer las necesidades. Perdone, podrá restablecer la armonía en su hogar, devolverles a sus relaciones esa alegría que había olvidado que podría existir. Perdone, y libere toda la energía que está consumiendo en repasar viejas heridas, imaginar el desquite, anhelar justicia. Perdone, y libere la parte suya que estaba atada por la ira para que puede ser mucho, mucho más. Perdonar es liberar al espíritu de la carga de ira que ha venido acarreando. Como la carga de ira y de dolo llega muy hondo, el proceso de perdonar se convierte en una lucha interior. Si toma consciencia de esa lucha, podrá avanzar mucho más en el camino. Perdonar es aflojar, y aflojar es el mejor antídoto para superar los obstáculos internos. El problema no está tanto en el equipaje como en el hecho de aferrarse a él. Es preciso aflojar en lo que se refiere a la necesidad de tener razón, la sensación de ser superiores. Nos aferramos con tenacidad al temor al rechazo, al deseo de reatralizar, y es necesario aflojar. Sin embargo, eso no es fácil. Nos aferramos a todas esas cosas porque nos son familiares, porque calman nuestras angustias. En resumidas cuentas, nos aferramos porque estando el equipaje estrechamente relacionado con nuestras cualidades, confundimos lo uno con lo otro. Si usted es de los que necesitan tener razón, debe deshacerse de sus excesos de equipaje, recordando que ha trabajado suficiente, ha hecho suficiente y sabe suficiente. Cuando crea que sabe suficiente no tendrá necesidad de saberlo
  • 24. todo. Si usted se siente superior puede poner fin a la competición cuando se convenza de que vale lo suficiente. No es el mejor, tampoco el peor, pero es lo suficientemente importante. Si teme el rechazo podría desafiar al mundo si estuviera protegido por la creencia de que es lo suficientemente fuerte. Y no tendría que evitar todos los riesgos, protegerse de todos los peligros, si pudiera concentrar su atención en esta verdad: “Yo estoy lo suficientemente seguro”. Si usted teatraliza podrá dominar sus excesos con mayor facilidad cuando crea que es lo suficientemente amado. Tiene suficiente apoyo, suficiente atención. No necesita crear una crisis para atraer más. Si usted alimenta la ira podrá aligerar sus cargas emocionales aceptando la idea del suficiente. Esta hace algo más que recordarle que ha llevado su ira durante demasiado tiempo y que es hora de dejarla ir. Se refiere a todas las injusticias que se ha experimentado, la forma en que ha sufrido heridas, abusos o desilusiones. Porque no importa cuánto haya recibido, siempre hay algo que nunca llegó. Lo cual significa que todo el mundo tiene razones para estar furioso, y algunas personas más que otras. Para quienes, con razón o no, tiene el espíritu atrapado en la ira, el suficiente es una manera de decir: “No obtuve todo. Ni siquiera lo que me correspondencia en justicia. Pero obtuve suficiente”. AUTOLIBERACION INTERIOR (Antony de Mello) Un excelente libro. El autor, sacerdote jesuita y psicólogo, influenciado por Jesús y Buda, nos muestra cómo nosotros estamos adormecidos y nos indica cómo despertar. El adormecimiento, los apegos y la programación cultural nos generan sufrimiento y nos hacen infelices. “Sólo despiertos podemos acercarnos a la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad”. Si uno tiene resentimientos, temores, miedos, apegos; si se aferra a lo transitorio; si no acepta la realidad como es, vive lamentándose por el pasado, no vive intensamente el presente, no disfruta del aquí y del ahora, y se aterra ante el futuro es que está dormido. Para despertar hay que tener “la capacidad de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido”. Despertar significa “movernos fuera de los esquemas que tenemos”; es desprogramarnos, desapegarnos, liberarnos de lo que nos esclaviza. “Nos hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y preferimos dormir para no descubrir que la libertad supone lo nuevo”. Es importante despertar, porque “la gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad”. Como vivimos dormidos, somos controlados por el consumismo, la política, el poder, el trabajo y el ocio. Por vivir adormecidos no somos capaces de meternos en la batalla de la vida, con el corazón en paz, ya que ésta es la única manera de vivir auténticamente. ¡Cuántos adormecidos mueren sin haber vivido realmente! La programación hace que actuemos como robots: “a tal pregunta, tal respuesta; a tal contrariedad, tal reacción”. Necesitamos despertar, porque la
  • 25. programación, que nos impide la libertad y la felicidad, nos fue impuesta desde el nacimiento. “Estamos programados desde niños por las conveniencias sociales, por una mal llamada educación y por lo cultural”. El endiosamiento del poder, del éxito, de los halagos... es producto de nuestra programación. “Desgastamos la vida en tonterías que nada valen... Intentar impresionar a la gente, buscar riquezas, honores prestigio... ¿para qué sirve eso?” Como cada uno tiene su forma peculiar de reaccionar e interpretar, “cuando una persona programada te ofende sin motivo, tan programado estás tú como ella, por dejarte ofender, porque las dos reacciones son igual de absurdas e irreales”. Nosotros somos quienes debemos elegir las reacciones “frente a las cosas, situaciones y personas, no los hábitos ni tu cultura”. La persona programada quiere tener siempre la razón y ser dueña de la verdad; es dogmática. Esto le genera un desgaste inútil de energías, de vida. La programación no nos deja ser auténticos, nosotros mismos. “Vivir libremente, siendo dueño de uno mismo, es no dejarse llevar ni por persona ni por situación alguna. Saber que nadie tiene el poder sobre uno ni sobre sus decisiones”. Como estamos programados nos dejamos pensar por las ideologías, por las religiones, por las doctrinas políticas, por los medios de “comunicación”, por las corrientes de izquierda o de derecha; es decir, no pensamos por nosotros mismos; otros piensan por nosotros. Hay que desprogramarnos porque somos víctimas de nuestra propia programación. El libro nos invita a cuestionarlo todo, a no tragar entero. “Hay que cuestionarlo todo, atentos a descubrir las verdades que pueda haber, separándolas de las que no lo son”. Si nos dejamos manipular por el condicionamiento cultural, sin cuestionar nada, nos convertimos en autómatas. Para tener criterio propio hay que cuestionar las verdades de los demás. “Hay que ver las verdades, analizarlas y ponerlas a prueba, una vez cuestionadas”. El autor nos advierte que hay que cuestionarlo todo, inclusive su libro. “Cuidado con aceptar las cosas que digo sin analizarlas sinceramente, desde tu centro que no te puede engañar. No hay que tragar entero nada –sólo conseguirás una nueva programación encima de la que tienes-, sino cuestionarlo, analizar esto y lo opuesto”. Los temores y los miedos, que son aprendidos, nos impiden ser libres, volar, ser felices. “Prefieres volver al nido antes de volar porque tienes miedo, y el miedo es algo conocido y la felicidad no”. Los miedos impiden que amemos en libertad, nos hacen apegar de las personas y no posibilitan que nos aventuremos más allá de nuestro entorno para buscar nuevos horizontes y nuevos senderos. La obra nos habla del amor en toda su esencia y grandiosidad, distinguiéndolo del enamoramiento, que “sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas”. El enamoramiento, contrario al amor verdadero, “supone una manipulación de la verdad, de la otra persona, para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle”. No debemos amar con deseos y apegos, porque generan dependencia. “Depender de otra persona
  • 26. para tu propia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro...” No debemos depender de los demás, porque “el tener una dependencia de otra persona para estar alegre o triste es ir contra la corriente de la realidad, pues la felicidad y la alegría no pueden venirme de afuera, ya que están dentro de mí”. Cuando amemos no debemos apegarnos de quien amemos: novia, esposa, padres, hermanos, amigos..., porque el apego causa sufrimiento. Si amamos en libertad, respetando la autonomía y la libertad del otro, estaremos amando realmente; lo contrario no es amor, es una especie de amor enfermizo. “El apego se fomenta porque tú te haces la ilusión de que tienes que conseguir la felicidad buscándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te producen felicidad, por miedo a perderlas. Pero como esto no es así, en cuanto te fallan, vienen la infelicidad, la desilusión y la angustia. Si amamos verdaderamente sabremos dar... Cuando hacemos favores, si los hiciéramos sin llevar cuenta, no esperaríamos luego agradecimiento...” Si hacemos algo con amor seremos felices haciéndolo, sin esperar recompensa. Como todo tiene su dinámica, no debemos forzar los acontecimientos. “Las cosas sólo serán cuando deban ser, por mucha prisa que te des”. Esa prisa que tenemos por llegar, no se sabe a dónde, pero cuanto antes, nos impide vivir a plenitud nuestro aquí y nuestro ahora, nuestro presente. Los juicios de los demás no deben preocuparnos. Uno es lo que es, independiente de lo que los demás quieran que uno sea y piensen de uno. “Los juicios que las personas hacen de ti no expresan mucho más de sus formas, de su programación, que de ti”. Los miedos son responsables del temor al qué dirán. “Solemos reaccionar ante las imágenes que nos reflejan los otros. Vemos en el otro lo que estamos deseando ver (lo idealizamos), o ponemos en él nuestros miedos (lo rechazamos), y así nos impedimos conocer al otro en su realidad. En síntesis, el libro es un llamado a vivir intensamente, a través del conocimiento de sí mismo, de la reflexión, del despertar, de la desprogramación, del desapego, del valor, del amor, del perdón, de la libertad, de la autonomía, de la sabiduría... Estar despierto, es decir, vivir a plenitud, implica perdonar, aceptar y responder ante todo con amor. “La vida es algo que pasa mientras tú estás ocupado haciendo cosas”, nos advierte sabiamente el autor. EL ARTE DE HABLAR EN PUBLICO (Andre Siegried) El Arte de Hablar en Público, de Andre Siegried (francés). Muy regular, muy elemental. El autor nos dice que “se habla para conmover, para persuadir o
  • 27. para enseñar”. Para conmover es importante la pasión. “Hay que convencerse de que la fuente principal de la oratoria es la pasión”. En la elocuencia es importante el texto inteligible, “pero lo esencial es la corriente que se establece entre los que hablan y los que escuchan”. No se debe olvidar que la “verdadera elocuencia consiste en decir todo lo necesario, y no decir más que lo necesario”. El hablante “deseoso de convencer mediante sus argumentos, no puede dejar a las cosas, a los acontecimientos, sus proporciones exactas, ya que se trata de exhibirlas a una luz favorable a la tesis sostenida”. Cuando se quiere persuadir, “el objeto es modificar la opinión, la convicción de los oyentes”. El autor nos advierte que “el orador puede ser brillante, pero no será completo si trata de persuadir; se hará aplaudir, pero no convencerá”. Cuando se habla para enseñar las condiciones cambian: ya no es la elocuencia lo que importa sino la limpidez de la palabra. “La limpidez que se dispensa, debe estar enteramente libre de pasión”. En la enseñanza hay que hacer comprender, interesar y seducir. No es relevante agradar, conmover o persuadir, hemos de hacernos “seguir por la inteligencia despiertas y advertidas... La claridad resultará, ya sea de la precisión del estilo, ya de la precisión de un plan bien construido, de una exposición que se desarrolla lógicamente.. El que enseña revela las leyes de la contemplación, es decir, en lo que puede, y sólo se preocupa de la verdad con el único cuidado de descubrirla y de exponerla, sin tener siquiera que preguntarse qué es lo que harán los otros”. Es importante respetar la verdad para ser escuchado. También cita algunas personas francesas buenas en el arte de la retórica. Al final da algunas reglas, sin que llamen mucho la atención, sobre lo esencial en el discurso, el plan, el exordio, el modo de llevar el discurso, el contacto y cómo acabar. VIVIR, AMAR Y APRENDER (Leo Buscaglia) El amor, como elemento modificador de la conducta El autor llama la atención porque no nos preguntamos ¿Quién soy yo?, ¿Para qué estoy aquí? ¿Cuál es mi responsabilidad como hombre? Nuestros padres y la sociedad nos enseñan a amar de forma inapropiada. Como éstos y aquélla no son perfectos, aprendemos mal a amar. Es por eso que debemos olvidar esa forma de amar y aprender una auténtica manera de amar. La educación ofrece conocimientos, pero fracasa al enseñar comportamientos del individuo como ser humano. La realidad no es una jaula donde nos han encerrado. Afuera hay cosas interesantes que debemos ver, así hay cosas que no vemos, palpamos, sentimos o entendemos. “La vida es un banquete y la mayoría de tontos se mueren de hambre”, decía un filósofo. Aprender es bueno, porque cada vez que aprendemos nos renovamos. La persona que ama se ama a sí misma. Si quienes enseñan a amar son neuróticos, egoístas, celosos o posesivos, así enseñan a amar. Tenemos que ser seres individuales, únicos. La persona que ama no se
  • 28. contenta sólo con ser única, con desarrollar su individualidad y lucha por mantenerla. Desea ser la más grande, porque sabe que esto es algo que puede dar a los demás. “Meditamos mucho menos de lo que sabemos. Sabemos mucho menos de lo que amamos. Amamos mucho menos de lo que existe. Y, hasta cierto punto, somos mucho menos de lo que somos”, nos dice R. D. Laing. Por su parte, Fuelle nos pide que “volvamos a nosotros mismos”. Tenemos posibilidades de ver, sentir, tocar y oler, como jamás hemos soñado tener. Pero hemos olvidado cómo hacerlo. Debemos madurar, cambiar. Pero no debemos pensar que madurar es aislarnos y no necesitar de nadie. ¡Qué maravilloso es sentirse necesitado! ¡Y qué grande necesitar y poder decirle a otro “te necesito”! Aunque nos necesitamos unos a otros, todo lo que tenemos en nuestra propia persona. Por eso debemos hacer de nosotros mismos la persona más gentil, tierna, maravillosa y admirable que podamos. Así sobreviremos mejor. Cuando reconocemos la importancia de recuperar nuestro respeto, el amor a uno mismo, y darse cuenta de que todo procede de uno mismo, es entonces cuando uno puede darse a los demás. Si nuestro entorno no es agradable, rompamos con él y procurémonos otro nuevo. Esto nos ayuda a retornar hacia nosotros mismos. “Puede que no sea competente ni excelente, pero estoy presente”, sostiene Michelle. El amor, según Saint-Exupéry, “es el proceso de dirigir a otro gentilmente hacía sí mismo”. La persona que ama se siente libre de etiquetas. A veces el lenguaje condiciona y manipula. Cuando uno ama domina las palabras y no permite que las palabras lo dominen a uno. Debemos descubrir qué significan las palabras, construir conceptos, y no esperar que los demás lo digan. Una persona que ama es espontánea, capaz de decir lo que piensa y siente. El ser que ama ha de volver a la espontaneidad, volver a tocar al otro, sostenerle, pensar en él, cuidar de él. Estamos tan influidos por la gente que nos dice cómo hemos de ser, que hemos olvidado quiénes somos. Hay que vivir intensamente la vida, reír, amar, abrazar, ser feliz... ¡Qué triste llegar al abismo de la muerte y ver que nunca se ha vivido nada! Muchas veces nos entregamos a satisfacer necesidades superfluas, olvidando las necesidades de ser vistos, de que nos conozcan, de que se nos tenga en cuenta; de realizarnos, de disfrutar de nuestro mundo, de ver la maravilla continua de la vida, de notar cuán maravilloso es estar vivo. Nos hemos olvidado de nosotros mismos y de los demás. No nos miramos ni miramos a los demás, no les escuchamos, no les tocamos, ¡está prohibido! “Estamos tan próximos y, sin embargo, nos morimos de pura soledad”. Llegar a ser uno mismo. “El amor es un proceso de querer conducirte a ti mismo, a lo que eres, a tu individualidad, a tu belleza íntima”. Uno tiene que ser uno mismo, y no lo que los demás quieren que seamos. No debemos culpar a quienes nos socializaron. Ellos sólo nos enseñaron lo que sabían. Debemos creer en el cambio; debemos
  • 29. saber que es posible o, de lo contrario no lo podríamos enseñar, pues la educación es un proceso constante de cambio. Cada vez que aprendamos algo nuevo, nos convertimos en algo nuevo. Siempre estamos en constante cambio. La vida es cambio. Si nos molesta el ambiente que nos rodea, si somos desgraciados, si estamos solos, si no sentimos lo que ocurre, debemos cambiar de escenario. Aprender nos permite cambiar. Todos enseñamos y aprendemos. Cuando alguien nos pregunta algo que no sabemos, deberíamos responder: “No conozco la respuesta, pero vamos a encontrarla juntos”. Para aprender, para cambiar y para llegar a ser, el hombre necesita en definitiva, la libertad. Debemos ser libres para aprender. Necesitamos ser libres para crear. Hay que trabajar duro para lograr el cambio. “Yo existo, soy, estoy aquí, me estoy realizando, hago mi vida y nadie más la hace por mí”. Es muy bueno aprender, estudiar, conocer, saber. Cada libro nos lleva a otros libros. ¡Hay tantas cosas que leer, ver, tocar, sentir! Y cada una de ellas nos convierte en una persona diferente. ¿Somos nosotros en realidad lo que somos o somos los que estamos aprendiendo y lo que la gente nos ha dicho que somos? “Para volver a ti mismo habrás de decidir hasta cierto punto lo que quieres llegar a ser. Si nos entregamos a la tarea de saber quiénes somos, ésta será la actividad más apasionante que hayamos realizado en toda nuestra vida”. A los seres humanos no hay que descalificarlos, porque pueden interiorizar valores negativos. Hay que decirles y hacerlos sentir que son los mejores. “¡Eres estupendo!” Eso los hará sentir bien. El amor se aprende en la sociedad, en las relaciones humanas. Cada uno debe hacer de sí mismo la persona más grandiosa, maravilloso y con gran capacidad. Las personas no son objetos, son seres humanos, y como tal hay que tratarlos. Somos frágiles, vulnerables, sensibles y fácilmente propensos al dolor. Amar implica decir: “Te amaré pase lo que pase. Te amaré aunque seas imbécil, aunque tropieces y caigas, aunque te equivoques, aunque de comportes como cualquier ser humano; de todas maneras te amaré”. Necesitamos ser amados, ser notados, ser tocados; necesitamos que nos manifiesten el cariño. Debemos saber escuchar, no imponernos a los demás ni imponerles nuestro sistema de valores. Es muy importante escuchar. A veces es bueno amar el silencio. Nos han enseñado que sólo cuenta la perfección. Por eso cuentan los aparentemente perfectos. La sociedad nos impone modelos erróneos de perfección. Así no seamos perfectos, también valemos, también contamos. El hecho de que no hagamos las cosas con perfección no implica que no podamos hacerlas lo mejor que podamos.
  • 30. Hay que ser auténticos y actuar con espontaneidad. Ser uno mismo. Es fácil ser uno mismo; lo difícil es ser lo que los demás pretenden que seamos. Hay que descubrir nuestro yo, quiénes somos y actuar como somos. Debemos decir: “Aquí estoy yo. Tomadme por lo que soy, con todas mis debilidades, con toda mi estupidez, etc. Si no pueden, déjenme solo”. Allí donde está la luz (A la búsqueda de la propia identidad). Debemos compartir, porque si compartimos tenemos más para compartir. No debemos alardearnos de lo que creemos saber, porque en realidad es poco lo que sabemos. Debemos poner en duda todo lo que escuchemos, porque sólo podemos quedarnos con lo que creamos que es bueno para nosotros; lo demás ignorémoslo. Amar es compartir. El amor no se enseña, se aprende. Si uno desea hacer las cosas de manera distinta, es necesario aprender, desaprender y aprender nuevamente. No nos podemos lamentar si no aprendimos a amar. “La gente primero, las cosas después”. Ese debe ser nuestro lema de vida. Si amamos realmente, daremos lo mejor de nosotros. “Y eso significa desarrollar todo lo maravilloso que hay dentro de si, como un ser humano único”. Como no hay fronteras para nosotros, seremos apasionantes. Siempre tendremos algo que compartir. Muchas de las respuestas que buscamos dentro de nosotros mismos. “Lo fundamental no está fuera. Está dentro de uno mismo”. Nadie nos enseña a buscar en nuestro interior, porque no hay clases para aprender a vivir y amar. “Si quieres encontrar la vida, has de mirar en tu interior”. Según los sabios orientales, “las búsquedas fuera de uno mismo no tienen validez. Le extravían a uno. Si quieres respuestas sobre ti, las respuestas están dentro, no fuera”. Aprendemos cosas sin importancia, y lo verdaderamente importante de la vida lo ignoramos. Por eso nos sabemos quiénes somos. “¿Eres de verdad el tú tuyo? ¿O eres el tú que otros te han dicho que eres?”. Los demás nos dicen lo que somos, y esto no nos conviene para saber quiénes somos en realidad. Muchas veces, las opiniones de nuestros padres contribuyen a programarnos. Sus juicios nos etiquetan. Si nos creemos dueños de la verdad, no podemos aprender lo que nos permite cambiar. “El cúmulo de conocimientos no es la sabiduría. La sabiduría consiste en la aplicación de los conocimientos y de la experiencia. La sabiduría es darse cuenta de que no sabes nada y decir: Mi espíritu está abierto. Donde quiera que me halle no he hecho más que empezar. Me falta por conocer más de cien veces lo que sé. Este es el comienzo de la sabiduría”. Como estamos dedicados a la búsqueda del placer sensorial, esté donde esté, descuidamos cosas demasiado importantes en nuestro aprendizaje para vivir plenamente. “El placer es un gran profesor, pero ¡también lo es la desesperación! La esperanza es buena maestra, ¡pero de igual modo lo es la desilusión! La vida es buena profesora, pero también la muerte”. Por vivir pendientes de atesorar dinero nos perdemos el presente. Quienes saben amar viven su aquí y su ahora. No debemos vivir lamentándonos por el pasado y preocupados por el mañana.
  • 31. Vivamos el presente. “¡Hay todo un universo de cosas por descubrir y encontrar!”. Hay que perdonar y olvidar. Quienes no viven plenamente no aman y no perdonan. Hay que vivir auténticamente para no temer a la muerte. “¡Oh, Señor, haber llegado al umbral de la muerte, sin haber vivido en absoluto”, nos decía Henry Thoreau. Por eso hay que vivir la vida intensamente. “¡Dejamos pasar tantas cosas maravillosas que hay a nuestro alrededor!”. Quien ama de verdad, sabe dar. “Doy amor porque te amo, no porque espere que me lo devuelvas. Si doy con la expectativa de recibir algo a cambio, estoy seguro que seré desdichado”. Según Buda, si no esperamos nada lo tendremos todo. “Ama porque quieres amar. Da porque quieres dar”. Vivimos y amamos porque lo deseamos. Porque debemos hacerlo. Muchos no saben qué quieren de la vida. Leo Rosten nos dice que “el objetivo de la vida se reduce simplemente a contar para algo, a importar, a hacer alguna señal que indique en definitiva hemos vivido. Acaso sea eso lo fundamental”. Según éste, lo esencial es: 1. Conocimiento acertado, para disponer de las herramientas necesarias para nuestro viaje. 2. Sabiduría, para asegurarse que estamos empleando el conocimiento para poder descubrir nuestra situación, nuestro presente. 3. Compasión, para aceptar a los demás –cuyos caminos pueden ser distintos a los nuestros- con amabilidad y comprensión, puesto que caminaremos a su lado o en su cercanía al recorrer nuestro propio camino. 4. Armonía, para poder aceptar el flujo natural de la vida. 5. Creatividad, para ayudarte a comprender y reconocer las nuevas alternativas y caminos desconocidos a lo lardo de la vida. 6. Fortaleza, para alzarnos contra el miedo y seguir adelante a despecho de la incertidumbre, sin garantías ni recompensas. 7. Paz, para mantenernos centrados. 8. Alegría, para mantenernos gozosos, risueños y danzarines durante el camino. 9. Amor, para que sea nuestra guía permanente hacia el máximo nivel de conciencia de que el hombre es capaz. 10. Unidad, que nos devuelve a donde empezamos, al lugar donde estamos con nosotros mismos y con todas las cosas. Saber amar es saber vivir. “Vivir con amor es vivir la vida, y vivir la vida es vivir con amor”. Lo esencial resulta invisible Algo que nos despersonaliza es nuestra envoltura exterior. “Muchos han llegado a perderse en lo que podríamos llamar envoltura exterior. La envoltura exterior la forman el coleccionismo de las cosas u objetos más caros, más grandes y mejores. Ahora que disponemos de la mayoría de las cosas que necesitamos para nuestra comodidad, comprobamos que no nos han llevado muy lejos. Aún estamos sustancialmente solos, muchos están perdidos y la mayoría, desconcertados”. Desde niños debemos saber que no somos lo que poseemos. Debemos saber quiénes y qué somos, y esto debemos enseñarlo a los niños. “Toda persona enseña en todo momento y, en consecuencia, resulta imperativo que todos nosotros, como educadores que somos, sepamos lo que es esencial, podemos saber también lo que es factible. Lo asombroso de todo esto es que lo esencial es vasto y maravilloso, mientras que lo visible al ojo humano resulta limitado y minúsculo”. ¿Qué es lo verdaderamente fundamental o esencial
  • 32. en la vida humana? ¿Nuestro cuerpo? ¿Nuestra mente? ¿Nuestros brazos? ¿Nuestras piernas? ¿Nuestros dedos? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es mi yo? Hay que conocernos y conocer a los demás. “Cuando empezamos de verdad a conocer el hombre, no podemos evitar amarlo por ser tan diferente y único. Si niegas la entrada de un solo hombre en tu vida, nunca encontrarás su propia individualidad en nadie más”. Si nos conocemos bien, podremos conocer nuestra esencia. “Sólo cuando uno ha llegado a conocer bien la esencia de sí mismo, puede entonces ser capaz de decidir lo que es esencial en relación con los demás. Y la verdad es que demasiado a menudo nosotros, los educadores, tendemos a ver a los niños bajo la óptica de su aspecto puramente externo, como componentes de piezas diversas. Tendemos a dividirles en trozos y considerarles incluso como piezas y partes de nosotros mismos”. En la búsqueda de lo esencial muchos se equivocan, porque las personas solamente usan los ojos para ver lo esencial, “sin darse cuenta de que los ojos son el órgano más impreciso, inconsciente y peligroso que tenemos en el cuerpo. En realidad, le están mirando, pero al mismo tiempo le están pasando por alto”. La auténtica esencia de las personas resulta invisible a los ojos. ¿Qué nos impide contemplar lo esencial? 1. Nuestro aprendizaje y nuestra mente rígida, inmutable. Por la percepción selectiva sólo vemos una pequeña parte de las cosas de nuestro entorno. Vemos sólo lo que nos interesa ver, ignorando grandes detalles que no son tan evidentes. Muchas veces las palabras nos encasillan y no nos permitan captar las esencias. “Creemos plenamente que lo que percibimos como realidad es todo lo que hay... En nuestro ignorante y limitado mundo, creemos que no hay más que lo que vemos”. 2. Nuestro ego, que consideramos como esencial. El ego o el yo no lo hemos construido nosotros, sino los demás. “La gente os ha dicho qué deberías ser, cómo deberías moveros, cómo deberíais oler, y cómo deberías hacer casi todo lo que hacéis”. Por eso debemos dejar nuestro ego y salir de él. Sólo así entran los nuevos mensajes. “El yo levanta enormes murallas en torno a sí mismo para autoprotegerse y las llama realidad. Todo lo que sea considerado real por el yo encarcelado no puede atravesar esa muralla y la nueva percepción se ve rechazada. Así, la mayor parte de la gente continúa su camino por la vida viendo lo que quieren ver, oyendo lo que quieren oír, oliendo lo que quieren oler, y todo lo demás permanece absolutamente invisible. Todo está presente, todo lo que tenemos que hacer para verlo es dejarlo entrar, tocarlo, paladearlo, masticarlo, abrazarlo (eso es lo más hermoso), experimentarlo como lo que es, no como lo que somos”. 3. Nuestra apatía. Desde el momento en que nacemos nos encontramos programados para convertirnos en seres humanos, pero siempre marcados por la influencia de la cultura, de nuestros padres y educadores. “Lo peor de todo es que llegamos a estar tan atrapados por este aprendizaje, que empezamos a identificarlo con nosotros mismos. Primero somos nosotros, y más tarde amontonamos miles de cosas que en realidad no nos son propias, sino que más bien pertenecen a nuestras familias, cultura, amigos, etc. Asumimos todas esas cosas que más adelante se convierten en lo que somos, en nuestra propia identidad. Y seremos capaces de morir por defender ese yo. Nos volvemos apáticos, para evitar enfrentarnos con el reto que supone una nueva identidad”. 4. Nuestros modelos de perfección. “Nos pasamos toda la vida tratando de hacer que el mundo exterior encaje con nuestra concepción de lo que es perfecto”. Si
  • 33. no nos salen las cosas bien, de acuerdo nuestro ideal de perfección, nos sentimos mal. “El día es muy malo si no transcurre del modo que queríamos, y es perfecto si nos sale todo a pedir de boca. Tales expectativas se refuerzan a sí mismas. Cierran toda posibilidad de que nos llegue nada nuevo, si ese algo se corresponde con nuestras aficiones o preferencias”. 5. Nuestras limitaciones. “Donde quiera que vayamos, nos toparemos con limitaciones. Pero incluso todo esto puede cambiar. Puedes modificar tu programación interna, algo muy fácil de hacer, si bien debes tomar la decisión de hacerlo. De repente, desde este preciso momento, dice a ti mismo: Voy a empezar a sentir las cosas. ¡Voy a comenzar a paladear los alimentos, a conocer la gente, a contemplar el cielo, a olfatear el aire, a sentirlo todo! Voy a notar mi cuerpo, llegar a conocer los sentimientos de los demás, tocar a mis vecinos, tener plena conciencia de sí mismo, de mis cambios y de mi ser. Es algo atroz que, habiendo tanto, nos sintamos satisfechos con poco. Nos complacemos con una pequeña parcela, y nos sentimos contentos creyendo que eso es todo cuanto existe”. 6. Nuestros cuerpos físicos. Si bien nuestro cuerpo es el vehículo de nuestra esencia, no podemos hacer un culto a su físico. No es nuestro cuerpo lo fundamental. Es muy importante, pero también lo son nuestros pensamientos y nuestras ideas. 7. Nuestra incesante actividad física y mental. Según Paul Reps, “pensamos cinco o seis cosas distintas a la vez, nos preparamos para mantenernos siempre tensos. Vemos cómo por doquier se forma a la gente en la tensión. En ninguna parte se enseña la quietud y la felicidad. ¡Pobre hombre, creado para ayudar a todas las criaturas, no puede ni ayudarse a sí mismo!”. Frecuentemente atiborramos nuestra mente de pensamientos que nos saturan. “Nos vamos a la cama con la cabeza atiborrada de cosas y no encontramos modo de desalojarlas, impidiéndonos dormir”. Esto nos produce tensión. Entonces es importante poner nuestra mente en blanco por momentos para liberarnos de la tensión que nos produce ese caos de pensamientos. Para encontrarnos a nosotros mismos, debemos perdernos antes a nosotros mismos. “La única garantía que hay no es otra que tú mismo. Ni más ni menos”. No nos podemos volver esclavos de nada, ni siquiera del dinero. Según Buda, cuando dejemos de ansiar cosas, entonces lo tendremos todo. Debemos hacer pausas y reflexionar sobre la forma en que pensamos y vivimos. El vivir insaciables nos impide vivir plenamente. “Cuanto más se tiene, más se desea tener. Nunca se tiene bastante de algo que valga. Jamás se pone bastante atención ni bastante esfuerzo en el propio empeño. La búsqueda de la propia satisfacción nos tiene permanentemente ocupados. Por mucho que se reciba, nunca es suficiente hasta que uno se siente harto”. Debemos aprender de nuestras experiencias. “Sufrir sin aprender del sufrimiento es una insigne estolidez. La vida es en realidad, para la mayoría de nosotros, un esforzarse por alcanzar un agradable estado homeostático”. ¿Qué es lo que somos? No somos nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestras ideas programadas, nuestra educación, nuestra entidad física, nuestras sensaciones, nuestras percepciones, nuestra fuerza, nuestros sentimientos. Somos en parte todas estas cosas, pero ¡somos mucho más! Si somos adictos a estas cosas, siempre permaneceremos en ellas. En todo momento estamos escogiendo por nosotros mismos, pero ¿escogemos por nosotros mismos? “El cuerpo y el espíritu contienen miles de posibilidades, de entre las cuales puedes construir muchos yos. Pero sólo en una de ellas se da una armonía entre el elector y el elegido; sólo hay una que no
  • 34. hallarás hasta que te hayas liberado de todos esos sentimientos superfluos y posibilidades de ser y de hacer, con los que andas jugueteando sin curiosidad, sin deseo de conocer, sin anhelo impaciente, y te impiden profundizar en el experimento del misterio de la vida, en la conciencia del talento a ti confiado y en el milagro de ti, que es auténticamente tu yo”. Para entrar en contacto con nosotros mismos, debemos conocer, vivir el presente y ser diferentes. Levantar puentes, no barreras Así como el puente llena un vacío, un paso sobre una depresión u obstáculo, debemos tender un puente hacia nosotros mismos. No debemos querer ser otro o como los demás; debemos ser nosotros mismos. “Cuando caigas en la cuenta de esta verdad, estarás sobre el buen camino”. Es demasiado importante ser uno mismo y vivir intensamente la existencia. “Yo no deseo ser sino lo que soy, un ser humano. Me gusta mi condición de ser humano”. Todo comienza en nosotros y el puente que nos lleva a los demás, si somos nosotros mismos. “Cuanto más y más crezca, podré darte más de mí. Aprendo para poder enseñarte más. Me esfuerzo por lograr la sabiduría, a fin de estimular tu verdad. Me hago más sensible y conocedor para poder aceptar tu sensibilidad y conocimientos. Lucho por interpretar mi condición humana para poder entenderte mejor cuando me reveles que eres humano y nada más que humano. Vivo en una continua admiración por la vida para poder permitirte, también, que goces de la vida. Lo que haga por mí, lo hago por ti. Y lo que hagas por ti, hazlo por mí, para que jamás haya egoísmo. Todo lo que hayas aprendido, lo has aprendido por alguien de tu entorno... Salid de vosotros mismos e introducíos en el nosotros. Es el medio más hermoso de verse a un mismo y ayudar a los demás a verse a sí mismos. De ahí procede la fuerza. Así pues, tened primero un puente hacía sí mismos, pero no os detengáis en eso. El paso siguiente e inmediato es tender un puente hacia los demás”. Nuestra autoestima es uno de los aspectos más importantes de nuestra vida. “Me gusto de verdad. No me gusta sólo lo que soy, sino que me gusta el misterio y la fuerza potencial que hay en mí”. Hay que construir puentes hacia los demás. No es necesario estar siempre en posesión de la razón. Tampoco debemos ser en exceso perfeccionistas. Un texto humanista nos recuerda lo siguiente: “Si tuviera que vivir de nuevo mi vida, trataría de equivocarme más veces en esta ocasión. No trataría de ser tan perfecto. Me relajaría más. Me haría más flexible. Sería más necio de lo que he sido esta vez. En efecto, no me tomaría tan en serio tantas cosas. Sería más alocado, menos aséptico. Aprovecharía más oportunidades, haría más tentativas, escalaría más montañas, nadaría en más ríos, contemplaría más puestas de sol, iría a más sitios de los que he ido. Tomaría más helados y menos alubias. Tendría más preocupaciones reales y menos imaginarias. Fíjense: yo era una de esas personas que viven en medio de la profilaxis e higiene absolutas, hora tras hora y día tras día. ¡Vaya! He tenido mis momentos felices y, si volviera a vivir, tendría muchos más de los que tuve. En realidad, no trataría de tener sino esos hermosos momentos uno tras otro. He sido una de esas personas que no iban a parte alguna sin un termómetro, una botella de agua caliente, un elixir para gargarismos, un impermeable y un paracaídas. Si hubiera de repetir mi existencia, viajaría más ligero la próxima vez. Si tuviera que repetir de nuevo mi vida, saldría antes