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KILIMA
KILIMA
KILIMA
Marz.96 / Dic.05
34 – 67
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INTRODUCCIÓN
A medida que iba conociendo la realidad africana, me iba dando cuenta de las
graves necesidades que padecían sus gentes, a algunas de las cuales nadie
prestaba atención, como era el caso de los discapacitados físicos, consecuencias en
general, de la poliomielitis.
No sé por qué razón, me sentí fuertemente interpelado por su situación y me
pareció que debía intentar hacer cuanto estuviera de mi parte para mejorar su
estado. Pero, ¿cómo conseguir nada sin disponer de unos fondos?.
Aproveché las vacaciones para sensibilizar algunas personas sobre este
problema y conseguí que un buen grupo me ayudara a llevar a cabo esta labor que
me parecía de gran importancia. Lo que me interesaba era poder crear un centro en
el que fueran atendidos y disponer de unos fondos que me facilitaran su
mantenimiento.
Así nació el Centro KILIMA CHA KITUMAINI cuya traducción significa “La
Colina de la Esperanza”. Se llama “colina” porque está en un alto y el nombre en
swahili responde a la situación política del momento, puesto que estaba prohibido
todo nombre occidental o de advocación religiosa. Tampoco estaba permitido
bautizarse utilizando los nombres de Pedro, María, etc. Todo debía rezumar “color
zaireño”, era la época de la autenticidad.
El grupo de colaboradores que surgió como fruto de mis contactos, charlas,
visitas a parroquias, etc., se comprometía a ayudarme fielmente en la medida de sus
posibilidades, no de una vez por todas, sino mensualmente. De ésta manera, este
grupo aseguró la continuidad del Centro y me parecía que por mi parte estaba
obligado a tenerles al corriente, no sólo del avance de los trabajos sino también de
todo tipo de incidencias que estaban relacionadas con el Centro.
4
Ese fue el motivo que me movió a sacar esta pequeña publicación, para que
todo el mundo estuviera al corriente de cómo se empleaba el dinero, de los avances
de las obras y de los sucesos relacionados con el mundo de los discapacitados. Al
mismo tiempo, podría servir para agradecer a todos los que están metidos en este
grupo, ya que el mantenimiento de su compromiso a través de tantos años, ha hecho
posible el funcionamiento del Centro.
A medida que pasaba el tiempo, veía que hablar de lo mismo es no sólo
cansino sino que resultaba repetitivo y decidí abrir el horizonte e incluir en la
revistilla algunos sucesos del entorno, comentarios sobre la situació n política, usos y
costumbres de los congoleños, etc. Lo importante es mantener viva la llama y hacer
que la relación del Centro con los colaboradores sea lo más fluida posible.
Xabier
KILIMA Nº1 diciembre 1985.
Queridos amigos:
Suelen decir que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Por eso, cada vez
que voy de vacaciones, procuro mostraros la marcha de nuestro Centro, para que
viendo apreciéis vuestra obra, os sintáis vinculados a ella y constatéis el progreso
que de año en año vamos realizando con el esfuerzo de todos.
Precisamente, para que estéis más al corriente de nuestra andadura, me
gustaría tener más relación con vosotros, enviaros, por ejemplo, una circular de vez
en cuando, relatándoos los pormenores de la vida de cada día, nuestras aventuras y
desventuras, nuestros éxitos y fracasos, nuestros gozos y penas, nuestras
esperanzas y limitaciones. Voy a procurar que así sea y éste podría ser el primer
número.
De esta forma quiero evitar el que mi único contacto con vosotros se limite a la
felicitación navideña, para que mi carta no sea una más de la muchas que os llegan
por estas fechas, unas sinceras y otras de mero compromiso, y nadie pueda pensar
que mi agradecimiento y mis deseos de paz, felicidad,... sea n simples fórmulas de
rutina muy propios del momento.
Os recordamos con frecuencia, aun sin conoceros a todos personalmente. Los
niños en sus oraciones suelen decir: “por nuestros padrinos, para que Dios...”. No
podemos olvidar a quienes nos proporcionan el sustento cotidiano y los medios para
combatir las consecuencias de la invalidez producidas por la polio.
5
Este año hemos comenzado el curso con 107 (niños y niñas) y 11 madres con
sus retoños minusválidos que han venido para recibir atención sanitaria, y tratar de
enderezar sus maltrechos cuerpos, para que el año próximo puedan incorporarse al
pelotón de los mayores e iniciar su formación intelectual. Otras tantas están a la
espera de que se libre un hueco para venir con sus hijos que sufren el mismo ma l.
Hasta ahora habíamos podido admitir a todos los que se presentaban, pero a
partir del curso 86-87, habrá que preparar el cartelito que diga: “No hay entradas”.
Tenemos todavía dos pequeños dormitorios pero no los podemos emplear porque
uno se ha transformado en clase de costura y el otro en almacén de alimentos.
En el taller de costura nos ocurre lo mismo. El número de alumnos supera la
capacidad de acogida de la sala. Nos hemos visto obligados a acondicionar otros
locales que en un principio estaban destinados a fines distintos. Pensábamos que
habíamos construido un complejo grandioso y, en poco tiempo, sin anuncios en los
periódicos ni en la televisión, nos hemos quedado cortos y empezamos a tener una
sensación de asfixia.
Esta situación nos obliga a pensar seriamente en la construcción de un nuevo
edificio pero las arcas no nos permiten afrontar los gastos de semejante proyecto.
He solicitado ayuda a varios organismos. En la próxima carta os escribiré el
resultado. Mientras tanto, que cada cual ponga una vela a su santo preferido y que
“aiga” suerte.
Ultimamente hemos contratado los servicios de un fisioterapeuta y un relojero,
con lo cual ascienden a 19 el personal contratado por el Centro: 4 religiosas, 2
cocineras, 2 vigilantes nocturnos, 2 maestros de costura, 6 maestros de la escuela
primaria, un técnico para la fabricación de muletas, bastones, etc., y los dos antes
citados.
Todo el personal esta pagado por el Centro, menos los seis maestros de la
escuela primaria que reciben su sueldo del estado, pero son tan mal retribuidas que
nos vemos obligados a darles un sobresueldo para que puedan comer en sus casas y
no se queden dormidos sobre el pupitre a la hora de impartir sus clases.
Durante mis vacaciones, me he encontrado siempre con gente dispuesta a
regalarme material, máquinas, herramientas para el Centro. Con gran pena de mi
parte, me veía obligado a rechazarlo porque no conocía una forma para hacerlos
llegar con seguridad. Lo intenté varias veces inútilmente.
Una de las veces 500 Kg. de telas, piezas, accesorios, hilos, etc., se
evaporaron en el camino. Solo llegaron a mis manos 28 Kg. A pesar de las
reclamaciones, no conseguí más que perder el tiempo, la paciencia y la alegría.
Desde el año pasado, he encontrado un medio seguro y ba rato. Lo único que
tengo que pagar es el transporte Bilbao - Amberes. Desde allí hasta la puerta del
Centro de Minusválidos no tengo que preocuparme ni de transportes, ni de aduanas,
etc. He enviado dos cajones de 800 Kg. de peso y han llegado intactos, g racias a la
intervención de un belga, que es un entusiasta del Centro y ha conseguido que la
empresa en la que trabaja se haga cargo de cuanto viene destinado a los
minusválidos. Pero se jubila dentro de unos meses, tal vez un año.
Quiero aprovechar el tiempo que le queda. Os envío una lista larga, muy larga
de material que sería de gran utilidad, tanto para el mantenimiento de los edificios y
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talleres, como para el esparcimiento y recreo de los niños. No os pido que lo
compréis, hacéis más que de sobra con vuestra participación constante en el
mantenimiento de este Centro. Quién tenga posibilidad de conseguir algunas de
estas cosas, por su trabajo o por sus amistades, puede depositarlas en la
Delegación de Misiones, Bailén 7 y 9 Tels.: 4 15 15 49 y 4 15 46 18. (piso segundo).
De toda la relación que os envío, algunas cosas se pueden encontrar aquí, pero el
recibirlo de vosotros me permite dedicar mi atención en resolver otros problemas.
Taller de costura: máquinas de coser y de hacer punto. Telas, hilos de máquina y de
bordar, botones, cremalleras, elásticos, puntillas,....
Taller de ortopedia: remaches, hebillas de sandalias, clavos de 2, 3, 4 cm., Tuercas
de 4 cm. de largo y 8mm. de diámetro y sus tornillos. Cuero, cola, accesorios para
taladro: brocas, cepillos, alicates, gubias,....
Material de mantenimiento: interruptores, enchufes, cerraduras,...
Material de oficina: Marcadores, grapadoras, papel celo, folios para multicopista o
fotocopias,....
Varios: Medicinas, azadas, rodamientos para el molino: 62206, 6206.
Para los niños: material de atletismo: pesos discos, jabalinas, balones, pelotas de
tenis,...
Instrumentos musicales: guitarras, armónicas, melódicas, flautas. Juguetes sencillos
(sin pilas y no bélicos), muñecas, parchís, damas, coches, arq uitecturas,....
Hasta hace casi dos años, el Centro estaba dirigido por las religiosas
Misioneras Dominicas, pero por motivos ajenos a su voluntad, se vieron obligadas a
marcharse a otra provincia. En su lugar vinieron las religiosas de San José. Es una
congregación totalmente Zaireña, de reciente fundación. Son dinámicas, trabajadoras
y los minusválidos se han acostumbrado fácilmente a ellas.
Por iniciativa propia, han decidido que van a predicar en todas las parroquias
de Likasi (19), para concienciar a la gente del problema de los minusválidos y tratar
de buscar la mejor manera de reinserción social, una vez que éstos hayan terminado
sus estudios y tengan que volver a su familia, a su barrio, a su ambiente.
No nos faltan proyectos, nos sobra ilusión, aunque nos damos cuenta de
nuestras limitaciones humanas y financieras. Somos realistas y andamos con
pasitos cortos para no tropezar, pero estoy seguro que con vuestra compañía
podemos llegar muy lejos.
Durante estas fiestas de Navidad, tratemos de ser mejores, de ser hermanos
los unos de los otros, porque “aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no
nazca en tu corazón... habrá nacido en vano”.
Celebremos la Navidad sin temor, porque el Señor no vino a juzgar a nadie, no
nació para condenar. Por eso apareció en el mundo como un niño. Tenemos motivos
para el júbilo, la alegría y la fiesta: Dios se ha hecho hombre y ha venido a habitar
entre nosotros.
KILIMA Nº 2 agosto 86
Queridos amigos:
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Hoy os llega el Nº2 de la “revista” KILIMA, la revista más informal para gente
formidable. Voy a tener que escribir a un espacio, porque después de tanto tiempo
transcurrido, hay mucho de qué hablar.
A mediados de enero aterricé por estas tierras con la intención de pasarme
unas pocas semanas, pensando en mi ingenuidad, que la avalancha de prendas,
material y artículos varios, como respuesta a mi llamada en el primer número de
KILIMA, iba a inundar la Procura Diocesana. No quería que los que allí trabajaban,
estuvieran de uñas contra mí porque les iba a faltar sitio incluso para colocar sus
gabardinas. Por eso me presenté yo mismo para la recogida, embalaje, envío, etc.
En la delegación todo estaba en calma, la borrasca no había llegado y el
hombre del tiempo ni siquiera predecía tormenta. Hubo alguna que otra llamada
telefónica pero sin consecuencias. Pasaban los días y tenía la impresión de las
cartas no habían llegado y pensando en lo que tantas veces se dice por ahí; “¿o s
llega el dinero?” ”¿No se queda gran parte en manos del personal administrativo en
lugar de enviarlo todo?”. Sentía necesidad de gritar: “Mi caso es distinto, yo mismo
llevo las mercancías sin miedo a que se extravíen en el camino.
Transcurrió el primer mes sin que nada se presentase. Tuve que comenzar a
comprar las cosas más imprescindibles: remaches, hebillas, azadas, material de
ferretería, hilos,...y me gasté lo que tenía, comprando un poco de todo.
Por aquellas fechas yo debía tener una cara de dar lástima, según decían; pero
no fue eso lo que motivó que una docena poco más o menos de bilbaínos, unos por
amistad, otros por compromiso cristiano, otros porque son colaboradores del Centro
y otros por solidaridad con el Tercer Mundo, se movilizaron a tope. Preguntaron a
sus amistades, en los comercios donde regularmente hacen sus compras,
descubrieron direcciones y el material fue llegando. También el grupo de Madrid se
puso en pié de guerra y entre todos se pudieron llenar tres cajones con un peso ne to
aproximado de unos 2.000 Kg. El Centro podría continuar. Objetivo cumplido.
De mi estancia en Bilbao dependía en parte la continuidad del Centro y lo que
yo pedía era algo que cada uno hubiera podido proporcionarme sin grandes gastos,
únicamente dando a conocer de lo que se trataba en los distintos comercios donde
habitualmente sois clientes. A mi modo de ver se trataba de cosas muy sencillas,
corrientes, y no demasiado caras: juguetes, hilos, papel, lápices de colores, clavos,
herramientas de trabajo, telas, botones...
Yo os agradezco vuestra cuota mensual que nos permite seguir funcionando,
pero fue una pena ese ¿desinterés? ¿olvido? ¿pensar que ya habrá quien lo haga?,
que me obligó a gastarme los ahorros en cosas que podían haber salido
generosamente de gente de buena voluntad.
Algunos se molestaron porque no quise coger ropa usada o juguetes un poco
estropeados, al fin de cuentas son “para niños pobres”. Si, es cierto, pero hacer más
de 10.000 Km. de transporte para regalar un coche al que le falta una rueda o un
pantalón que está muy bien pero que no cierra la cremallera, o una camisa que ha
perdido el color, creo que no merece la pena. Que uno que reciba una cosa que
viene de tan lejos, sepa descubrir en esa cosa no un deshecho de una sociedad que
vive en la “abundancia”, sino una muestra de amor y espíritu de compartir lo que
tenemos con aquellos que no lo tienen.
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No estoy molesto, ¡sólo faltaría eso!, porque vosotros sois el cordón umbilical
que da vida a esta criatura, pero me gustaría que la próxima vez, si es que habrá
otra “próxima vez”, lo tomarais como algo personal, como un compromiso, como una
acción que nos empuja a molestarnos, a dar a conocer, a buscar más colaboradores,
porque lo que tú no hagas, seguramente que no habrá otro que lo haga por ti. Y
entre todos vamos a tratar de implantar el Reino de Dios, dando de comer al
hambriento, vestir al desnudo, consolar al triste,...
Al poco de mi regreso, comenzamos los preparativos para visita del cirujano
traumatólogo Belga, el Dr. Albassir, profesor de la Universidad de Lieja, que se
había ofrecido a venir para operar gratuitamente a cuantos minusválidos le
presentáramos. Iba a permanecer dos semanas y se comprometía a efectuar 40
operaciones. La dificultad estaba en encontrar las camas necesarias ya que en el
internado no hay ninguna de sobra.
Los Lion’s Club de Likasi fueron los que habían planeado toda la operación y
ellos fueron los que se pusieron en movimiento inmediatamente. Se presentaron con
un camión cargado de camas en perfectas condiciones. Eran de una clínica
holandesa que había recibido otras mejores y se desprendía de éstas. Estaban en
perfectas condiciones: eran 30. Faltaban 10 y no había quien tuviera más. Así es que
a los más pequeños del internado los metimos de dos en dos en cada cama hasta
librar las que faltaban y cumplir con el número solicitado. Tuvimos que desalojar la
sala de reeducación para acomodar todas las camas porque no teníamos otro local
donde colocarlas.
Los Lion’s se pusieron en contacto con la dirección del hospital de la empresa
minera para que se efectuaran en ella las operaciones y cuando los enfermos
estuvieran fuera de peligro del efecto de la anestesia, ingresarían en nuestro Centro
para recibir en él todos los cuidados postoperatorios hasta su total curación.
El Doctor llegó el lunes por la tarde y sin quitarse la corbata se puso a pasar
consulta. Sin que apareciera la noticia en los periódicos ni se anunciara por la
radio, todo el mundo estaba enterado de la llegada del cirujano. Había ve nido
mucha gente de Kolwezi (180 Km) y de Lubumbashi (120Km) para entrevistarse con
él. Cojos, mancos, lisiados, válidos y minusválidos se apelotonaban ante la puerta de
entrada de la sala de reeducación y no había forma de atravesar la barrera. Nadie
quería ceder su sitio por miedo a perder la plaza y quedarse rezagado. Ni a mí me
dejaban paso.
Fue difícil poner orden y ni la monja ni nadie conseguía ponerles en fila para
que desbloquearan la puerta y pudieran entrar y salir la gente, que como yo, venía a
saludar al médico o a recibir órdenes suyas para ponerse de acuerdo sobre los
enfermeros que deberían atender a los pacientes.
Cuando ya eligió los cuatro casos con los que iba a comenzar la jornada del
día siguiente, despidió a los demás hasta la próxi ma tarde. Muchos eran de Likasi,
pero las distancias son grandes. Algunos no tenían dinero para coger un taxi y ya no
circulaban los “autobuses urbanos”. Sus casas se encuentran a unos 7 o 10 Km. de
distancia. A los de Kolwezi y Lubumbashi les dejaron dormir en la sala de
reeducación.
Entre las cuatro monjas que atienden el Centro, no había ninguna enfermera;
Hay una aficionada, que vale para poner una inyección en caso de apuro, pero unos
cuidados postoperatorios son algo serio para que puedan depender de la habilidad
9
de una “banderillera”. Varias señoras europeas, enfermeras tituladas pero que no
ejercen, se ofrecieron para vigilar los enfermos haciendo turnos de día y noche.
Esto se iba arreglando. El hospital está cerca del Centro, a unos 500 m. El médico
comenzaba a trabajar a las 8 de la mañana. Por la tarde la ambulancia nos traía las
víctimas enfundadas en sus camisolas de operados y con las piernas en su mayoría
escayoladas. Lloros, inyecciones, exámenes de la herida. Aquello iba en serio.
Por la tarde llegaba la baraúnda, esperando camelar al médico. Tuvimos que
colocar en la puerta a un trabajador con blusa nueva a modo de uniforme y una
estaca larga en la mano, para que los recalcitrantes. “oyesen por la espalda” o “por
la cabeza” (según dónde se les diera) lo que sus oídos no eran capaces de entender.
Durante dos semanas, menos los sábados y los domingos, tuvimos la misma
murga. La sala de reeducación se había convertido en auténtico hospital: Camas
levantadas de un lado, piernas colgando, mercuriocromo abundante en las escasas
carnes de los pacientes, gritos de dolor, sueros gota a gota... 46 personas pudieron
ser intervenidas, algunas varias veces. Todos han salido encantados. Algunos no
eran poliomielíticos, pero por deformaciones del pie, tenían que usar bastones. Han
salido andando por su propio pie, tiesos, con pantalón nuevo, queriendo olvidar que
durante un tiempo habían sido minusválidos.
Lo mejor nos ha ocurrido con una chica preciosa (ahora), antes horrorosa, de
unos 17 años, que vino andando auténticamente de culo y con los músculos
totalmente separados para poder desplazarse, tendiendo que adoptar una postura
impúdica e indecente. Era muy alegre y en cuanto se le pasó el miedo de estar fuera
de casa por primera vez, nos hicimos muy amigos. Ha sido la última en salir. Ha
tardado tres meses y medio y a pesar de todo tiene aún una pierna escayolada.
Los últimos días ella había permanecido sola en el Centro acompañada
únicamente de su madre, pero sus hermanos venían a visi tarla y a enseñarla a andar
con las muletas. Anteriormente habíamos tenido problemas con la madre. Se
escapaba del Centro y agarraba cada melopea impresionante. Después se metía con
todo el mundo, insultaba, amenazaba, ridiculizaba, etc. las demás pers onas que se
encontraban allá para cuidar de sus hijos o hermanos, se sentían molestos. Las
cosas se iban poniendo cada vez peor y un día tuvimos que despacharla para evitar
que llegaran a las manos.
Apareció al cabo de dos semanas humilde y pesarosa de su mal
comportamiento, con los ojos inundados de lágrimas y sollozando sin poder apenas
hablar, de lo que sufría al estar separada de su hija que nadie como ella sabía
cuidarla. Las monjas se apiadaron ante tanto llanto y la permitieron que volviera.
Efectuó un cambio radical, se convirtió en la mujer más ejemplar, trabajadora,
callada, alegre, bromista, etc. y así todos los días sin poner mala cara, hasta que
las mojas decidieron que por el momento no había más que hacer por la hija y las
despidieron hasta que llegara el momento de que se le quitara la escayola.
Un día que me vio su madre, cuando ya la hija había comenzado a dar los
primeros pasos, me vino de lejos, medio de rodillas, echándose polvo por la cabeza
y por los hombros. Yo no oía lo que decía y pensaba que le había dado al porrón.
Cuando ya pude entender lo que decía quedé emocionado. Quería agradecerme por
cuanto había hecho por su hija. “Jamás hubiera pensado –decía- que mi hija pudiera
andar. Dios es grande y tiene misericordia de los pobres, ante El no somos más que
polvo y barro. Tú has hecho posible el milagro, tu eres mi Dios el la tierra. Que Dios
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te bendiga eternamente”. Y seguía postrada a mis pies echándose polvo del camino
sobre su cuerpo para mostrar su pequeñez.
Me quedé sin saber qué decir. Yo miraba para mis adentros y me sentía
avergonzado por las alabanzas de aquella mujer. Por una parte, eran el cirujano y
las monjas los que habían efectuado el “milagro” y por otra, me veía yo mismo más
como diablo que como Dios, más aflora en mí el pecado que la gracia. Después de
un largo silencio en el que yo rumiaba todos esos pensamientos, le di las gracias y
le aconsejé que así como yo había sido la mano de Dios para hacerla feliz, ella, en
reconocimiento, hiciera otro tanto con aquellas personas con las que se encontraría
en su vida abrumadas por el dolor, el hambre o el sufrimiento. Que la mano de Dios
continuara trabajando a través de nuestras actitudes y de nuestras disposiciones. Le
di la bendición y la despedí aconsejándola que dejara de echarse más polvo sobre su
cuerpo porque ya estaba bien pringada.
Tan bien habían sido recibidos y tan a gusto se encontraban en esta casa, que
les pareció que tendrían que llevar algún objeto del Centro como “recuerdo”. El
hermano mayor se cogió ocho mantas y unos juguetes de los niños, y la madre un
cartón lleno de alubias. Ya sabíamos que en su casa pasan mucha hambre porque
no hay nadie que trabaje pero que intenten satisfacer su apetito a nuestra cuenta, no
nos pareció un buen procedimiento para agradecer nuestros desvelos después de
haberse pasado tres meses y medio comidos, atendidos y cuidados sin pagar un real
porque conocíamos la situación precaria de la familia pero no queríamos que la niña
quedara minusválida por falta de medios económicos de la familia.
Nadie se dio cuenta de este “exceso de cariño”, si no fuera porque al día
siguiente la policía se presentó con cuatro mantas que las había cogido en el
mercado a un chico que las estaba vendiendo y quería saber si las recono cíamos.
Todas nuestras ropas del Centro estaban marcadas, precisamente para evitar
“despistes”. Efectivamente, eran las nuestras. Le metieron al chaval en la cárcel y
no sabemos lo que le habrán hecho. Estoy casi seguro que no durmió muchos días
en su celda.
El gasto que tuvimos de medicinas, alcohol, vendas, escayolas, jabón, etc. fue
mucho mayor de lo que habíamos previsto. Tan es así que al cabo de una semana,
ya no temíamos los robos porque los armarios estaban vacíos. Tuvimos la suerte de
que el hospital nos proporcionó cuanto nos hizo falta y así pudimos llegar a la
operación 46. En adelante, los antibióticos, anti -inflamatorios, vitaminas, pomadas
de masaje, habrá que buscarlas donde fuera, porque desde ahora en adelante el
cirujano de aquí, que trabajó con el Sr. Albassir, ha decidido continuar por su cuenta
y para ello hemos preparado un dormitorio con 15 camas transformándolo en sala
hospital.
Esto no da más de sí. Dentro de poco recibiréis otro número de KILIMA. Esto
va en serio.
Kilima Nº 3 Octubre 86
Queridos amigos:
11
Como os decía en el número anterior, esto va en serio y aquí tenéis la prueba.
No puedo garantizaros un ritmo fijo. A veces pasarán dos meses, a veces cuatro,
todo dependerá del tiempo, del humor y de los acontecimientos, pero recibiréis una
información detallada de los sucesos más importantes del Centro.
Es una pena que la fotocopiadora de la empresa donde me hacen
gratuitamente este trabajo, sea un modelo entrado en años y no acierte a reproducir
con exactitud las fotografías. Aparecen manchas blanquinegras en las que se
adivina de lo que se trata, pero se pierde lo más importante: la expresión de las
caras, el gesto, el detalle. ¡Qué le vamos a hacer!, a pesar de sus deficiencias nos
permite comunicarnos, mantener la amistad y la ilusión de trabajar conjuntamente
por una causa que merece la pena y a mí me parece que esto es lo más importante.
Ya hemos comenzado el año escolar 86-87. ¡¡¡ Estamos a tope!!!. Hace tiempo
que hemos puesto el cartelito de “No hay entradas”, pero la gente sigue
presentándose con la esperanza de que a pesar del anuncio, a lo mejor hay una
forma de encontrar un hueco, un rinconcito donde colocar aunque s ea una estera
para que su hijo fuera admitido. En el internado hemos “metido” 106 alumnos
minusválidos después de haber juntado las camas al máximo.
Por si esto fuera poco, hemos preparado un local con 15 camas para que el
cirujano del hospital que trabajó con el Dr. Albassir, pueda continuar dicha
experiencia.
Todas las camas están ocupadas y ya han pasado por el quirófano, al parecer
satisfactoriamente. Los enfermos están acompañados de sus respectivas madres y a
ninguna de ellas le falta su churumbel a la espalda. De esta forma, el berrear de los
bebés rompe con la monotonía del traqueteo de las muletas y pone una nota de calor
hogareño que disminuye la sequedad del régimen austero de todo internado.
Tenemos una lista de más de 70 personas que esperan su turno. Algunos vienen de
muy lejos. Uno de los operados es Mbuji-Maji (1.800 Km) y otro de Kalemie (900
Km) y cada día siguen presentándose nuevos casos.
Nunca habíamos pensado en instalar un hospital en el Centro, con laboratorio,
rayos X y sala de operaciones, pero sin querer estamos dando los primeros pasos,
puesto que los enfermos son trasladados al Centro inmediatamente después de la
operación y aquí reciben todos los cuidados postoperatorios y las sesiones de
rehabilitación.
Me puse a hacer números y cayeron por tierra todas mis ambiciones, porque
por pequeño que fuera, los gastos de mantenimiento, salarios, medicinas, etc.,
superan los cinco millones. Yo creo que nos harían falta siete millones por año. No
es nada, sobre todo si tenemos en cuenta el servicio que prestaría a la gente.
Entonces sí vendrían de toda la geografía zaireña, pero supera con mucho nuestras
posibilidades y digo “nuestras” porque os incluyo a todos vosotros. En otro número
hablaremos de las cotizaciones, gastos, entradas y salidas para que tengáis una
idea exacta de cómo andamos.
Lo que temo es que un día el hospital que nos atiende, al ser privado, -
pertenece a la empresa minera -, se canse de todo lo que molestamos y nos cierre
las puertas. Entonces caerá todo abajo y volveremos a aceptar únicamente lo casos
fáciles que pueden ser corregidos a base de escayolas sucesivas, enderezando sus
miembros poco a poco y obligarles a hacer mucha gimnasia y masajes para que
queden lo más derechos posible. Así comenzamos, y viendo cómo anda la empresa,
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no me extrañaría que volviéramos a los orígenes, teniendo que abandonar a tantos
cuya única esperanza de curación es nuestro Centro tal como funciona últimamente.
Pero lo que yo quería contaros esta vez, no era el comienzo del curso, sino una
fiesta que dimos hace unas semanas, que por llamarla de alguna manera, la
llamamos “Día de Acción de Gracias”. Se trataba de agradecer de forma oficial y
solemne a cuantos han colaborado en la construcción y mantenimiento de este
Centro. Nunca habíamos celebrado nada hasta ahora, ni la puesta de la primera
piedra ni su inauguración. No me gusta la publicidad y rehuyo los honores porque si
he hecho algo, no es debido a mis propios méritos, sino a la suerte que he tenido de
conocer gente tan entusiasta que me empuja a hacer aquello que yo solo sería
incapaz de realizar.
Es la primera vez, desde que comencé a trabajar con los minusválidos allá por
el año 74, que metemos un poco de ruido y organizamos un acto oficial, sin banda de
música ni gigantes y cabezudos, pero con invitaciones y programa de fiestas, para
aquellos que nos ayudan a solucionar los problemas de cada día: averías,
abastecimiento, medicinas, etc., y también para todas las autoridades civiles y
militares de la plaza. (Aunque luego ninguna de ellas estuvo presente).
La finalidad no era darnos a conocer ni mostrar lo mucho y bien que
trabajamos, sino agradeceros a vosotros porque os lo merecéis, lo mismo que a los
que nos echan una mano diariamente y también a tantos y tantos anónimos que por
medio de los diferentes organismos de ayuda al Tercer Mundo, saben desprenderse
del fruto de su trabajo para compartirlo con aquellos que tienen más necesidad. Es
una pena que las distancias sean tan grandes que hayan impedido vuestra presencia
en esta fiesta.
Comenzamos el día con una misa celebrada a las 9 de la mañana en el salón
de actos. Yo estaba emocionado recordando cómo empecé y a dónde he llegado.
Miraba a los presentes pero mi pensamiento estaba muy lejos. Me acordé de todo s
vosotros, que seguís día tras día manteniendo vuestro compromiso y haciendo que el
oxígeno no nos falte para que el Centro siga funcionando.
Rezaba por aquellos con los que comenzamos esta obra y ahora nos ayudan
desde el cielo: José Telleria, Julio Arranz, Marcos Ugarriza, Jesús Intxaurraga, M.
Berta Intxausti, M. Goya Basabe, Margarita Berganza, Germán Fuentes, Jesús
García Vicuña, Felisa Uriarte, Ramona Blanco y tal vez otros de los que no haya
recibido notificación. (Cuando ocurra la defunción de alguno de los suscriptores,
comunicádmelo por favor, para que desde aquí pueda unirme a vuestras oraciones).
Tuve en cuenta los diferentes organismos que nos han ayudado en la
construcción de los edificios: Misereor, Manos Unidas, Amigos del Tercer Mundo,
Santa Infancia del Vaticano, Nederland Comité Voor Kinder.
Pensaba en los presentes, especialmente en los zaireños, para que tomaran
conciencia de que no era una obra de europeos con fines propios o de propaganda,
sino una obra subsidiaria, dadas las deficiencias del Estado, las necesidades del
país y de las que debieran sentirse responsables, ya que está en juego el porvenir
de sus hijos minusválidos.
Después de la misa hubo cantos, bailes, ejercicios gimnásticos y una
representación teatral, todo ello realizado por los minusválidos. La función terminó a
las 11:30 h. A la salida nos esperaba un grupo de acróbatas locales que realizaron
13
unos números increíbles de contorsionismo y saltos mortales dignos del mejor de los
circos. Los nuestros, a pesar de sus muletas y de sus piernas tiesas, no se
quedaron atrás, incluso algunos de ellos fueron contratados por los acróbatas para
trabajar en la misma “troupe”.
La mayor parte de los europeos que asistieron al acto trajeron algún regalo
para los críos. El director de la cervecera nos ofreció dos barriles de cerveza para
“refrescar” a los asistentes y festejar con los críos. Para los más pequeños trajo
varias cajas de limonadas. Sus respectivas señoras vinieron bien cargadas de
panecillos, galletas, caramelos y todas clase de chucherías. Los chavales se
olvidaron de la comida, que ese día era de gala, y asaltaron como salvajes la mesa
donde estaban las golosinas comiendo a manos llenas, sin tiempo para saborearlas.
Era como una carrera contra-reloj. Muchos de ellos no volverán a probarlas hasta el
año que viene si es que de nuevo organizamos un festejo parecido. Me gustaría que
esta fiesta quedara incluida para siempre en el calendario escolar.
Hubo que prohibirles que terminaran todo en el momento, porque por una parte
era tal su ansia por comer que no sacaban gusto, y por otra parte, temíamos las
consecuencias que podrían acarrearles.
No les gustó la medida. Hubo disgustos, broncas y malas caras, pero para
entonces ya había tres chicos junto al barril de cerveza que mostraban cierta
dificultad en la locución y no acertaban a manejar las muletas con seguridad. La
medida preventiva fue comprendida al día siguiente, porque fueron pocos los que
pudieron dormir de un tirón y se pasaron la noche haciendo fila en los servicios.
Por la tarde tenían programados partidos de fútbol, atletismo, concursos, etc.,
pero ninguno se encontraba con ánimos. Menos mal que no tuvimos visitantes,
porque hubiéramos quedado en ridículo. Permanecían tumbados al sol. Apenas si
tenían ganas de hablar. j Habían comido más de la cuenta, lo cual es mucho decir,
porque tienen unos intestinos de una elasticidad sorprendente, pero estaban
“inflados” Habían engullido lo que tantas veces habían deseado pero no habían
tenido ocasión de probar. Unos cinco o seis enfermaron como consecuencia de la
hartada, pero a los tres días estaban como nuevos.
Para algunos de los zaireños que asistieron al acto, era el primer contacto que
tenían con el Centro. Quedaron impresionados tanto del número de los minusválidos
como de su desenvoltura y prometieron ayudarnos en lo que pudieran.
Uno de ellos ha agilizado toda la tramitación para que el minibus que habíamos
pedido hace más de un año, y cuyo “dossier” se iba empolvando de despacho en
despacho, llegara al que tenía posibilidad de conceder su acuerdo; y al poco tiempo
nos llegó el vehículo. Es un SAVIEM SG2 retirado ya de la empresa, muy entrado en
kilómetros, pero que todavía anda. Solamente, que dada su edad y lo mucho que ha
trabajado, es un tanto reacio a ponerse en movimiento y hay que emplear todos los
trucos imaginables para que se decida a andar, incluso provocarle echándole un
chorrito de gasolina en el filtro para que se caliente de verdad. Entonces arranca
con furia y todavía le quedan fuerzas para acarrear con las mercancías que le
cargamos sobre sus espaldas. Es de gasoil. No sé si encontraremos una fórmula
para domesticarle en los pocos años de vida que le quedan.
Cuántas veces me habéis dicho “no nos des la tabarra con tus “graci as”. Es
verdad, puedo parecer pesado y soltarlo a destiempo, pero es que me faltan palabras
para expresar mi estado de ánimo. Sé también que no soy yo quien debiera
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agradeceros, pero estos niños que reciben vuestro apoyo, están tan lejos, que no
pueden veros y sienten no conoceros. Incluso pienso, apurando más las cosas, que
tampoco son los niños quienes debieran agradeceros, sino el Padre, porque habéis
sido atentos y fieles a su palabra y queréis mostrar con vuestro gesto las
convicciones que lleváis dentro, aunque no siempre seamos tan fieles como
quisiéramos.
Pero son mis manos las que cogen el dinero y reciben el paquete, mis ojos
quienes ven el trabajo que estáis haciendo, mis oídos quienes escuchan vuestras
innumerables ideas de cómo ayudar más y mejor, etc. Soy yo, en resumidas
cuentas, el que recibe el primer testimonio de vuestro amor, comprensión,
generosidad, etc., por eso os digo “gracias” en su nombre y no me atrevo a decir
nada en nombre del Padre. Ya os lo dirá El mismo.
Pienso muchas veces en vosotros, no solamente con motivo de la fiesta. Creo
que son más los días que vivo “junto” que “separado u olvidado de vosotros”.
Cualquier acontecimiento de la vida me hace pensar en vosotros, vivo unido en una
constante Comunión de los Santos, aunque a algunos os parezca una expresión un
tanto anticuada.
Kilima nº 4 Diciembre -86
Queridos amigos:
Desde hacía años tenía ganas de realizar una excursión con los minusválidos.
La mayor parte de ellos jamás han salido del límite de sus casas, por miedo,
vergüenza... Ahora que ya se desplazan con las muletas, recorren más mundo, pero
aún cuando se desplazaban a gatas, no se alejaban de la puerta de su casa para no
arriesgarse a sufrir las experiencias desagradables que habían tenido que soportar
en otras ocasiones.
Precisamente, para que veáis el poco mundo que conocen, os voy a contar lo
que me ocurrió al comienzo del año escolar:
Entre los ciento y pico pensionistas del internado, había una chavala de 12
años, simpatiquísima, vivaracha, alegre, trabajadora – era la primera de la clase -,
pero por esas cosas misteriosas que ocurren desgraciadamente en el mundo, tenía
un cáncer en una pierna y tuvieron que cortársela. Es por eso que vino a vivir con
nosotros.
No regresó al término de las vacaciones de verano. El mal había continuado
cebándose en ella y ya la tenía sentenciada. Al principio ni me di cuenta de su
ausencia. Son tantos..., hasta que una de las niñas me habló de la gravedad de su
estado. Quise ir a visitarla, pero aunque conocía el barrio no sabía exactamente la
dirección.
Muy cerca de su casa, vive una joven minusválida de nuestro Centro que se
ofreció a acompañarnos. En cuanto llegamos al barrio le pregunté el camino que
deberíamos seguir entre aquel entramado de callejuelas. Me indicó sin dudarlo la
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primera que teníamos delante. Me alegré de haber traído la guía porque nos iba a
ahorrar mucho tiempo. Eramos el acontecimiento del barrio porque por aquellos
parajes no transitan muchos vehículos y todas la chiquillería nos seguía, intentando
subirse al parachoques o correr agarrados al coche. En una de éstas, la calle quedó
cortada por el monte y no se podía seguir más adelante. Ella se quedó s in habla y
yo me sentí molesto por semejante engaño, pero luego me di cuenta que no tenía
motivos para ello.
Di marcha atrás, en una calle, estrecha y llena de agujeros. Cogimos otra
dirección. Ahora me aseguró que ésta sí que era la buena y por una “avenida” con
unos pedruscos enormes que amenazaban el cárter y las cubiertas del coche, con un
sol y un polvo que se habían encariñado con nosotros y no querían separarse ni un
momento, continuamos rodando de aquí para allá ante la extrañeza de la gente que
se preguntaba si no había caminos más idóneos para pasear.
Me cansé de seguir las instrucciones de la pobre chavala, que no estaba
violenta por el trastorno que nos ocasionaba, sino más bien por el temor a la bronca
que en cualquier momento le iba a caer encima. Cansado de tantas vueltas, me bajé
del coche y sin hacer más caso de sus orientaciones, pregunté la dirección a un
grupo de hombres que estaban tranquilamente tomando la fresca a la sombra de un
árbol. Estábamos recorriendo justamente la parte opuesta.
Por fin, llegamos a la casa que nos habían indicado. Nuestra acompañante dio
un grito de alegría: “Es aquí”. Bajamos del coche, nos acercamos a la puerta de la
casa y no había nadie. Por allí cerca andaba un chaval, le preguntamos si conocía a
la enferma y con gran satisfacción de todos nos respondió afirmativamente. Pero
nos extrañó encontrar la casa cerrada y al preguntarle el motivo, nos contestó que
esa no era la casa, sino la que estaba al otro lado de la calle. Otra plancha.
Dimos la media vuelta. La minusválida no sabía hacia dónde mirar, a cualquier
sitio menos a nuestras caras. Nos había asegurado que ella había estado varias
veces en esa casa.
¡Qué alegría cuando la pequeña nos vio entrar en su casa!. Era feliz. El
párroco de este barrio, el santanderino Manuel Gutiérrez, la había bautizado y
llevado la primera comunión. Dos semanas más tarde recibiría la confirmación de
manos del Vicario. Se la notaba cansada, pero no paró de hablar con la monja y con
cada uno de nosotros. Nos contaba todas las pequeñas picias que había hecho en
nuestro internado. Por un momento se olvidó de sus males. Nos despedimos de ella
y la prometimos volver al domingo siguiente acompañados de todas sus amigas.
Efectivamente, al domingo siguiente, 15 minusválidas tuvieron el coraje de andar
siete kilómetros ida y otros tantos de vueltas, para visitar a su amiga. Hoy la
tenemos en el coro de los querubines desde donde seguirá velando por la marcha
del Centro.
Este largo paréntesis no era más que para mostrar la soledad de muchos de
estos minusválidos. Nuestra guía vivía a menos de 50 metros de esta casa y no
sabía por dónde se llegaba. En general, estos niños no conocen nada que no esté
en un círculo muy reducido del lugar en el que viven. Hay quienes son más
espabilados y corretean sin parar, pero muchos de ellos no han tenido oportunidad
de conocer otros lugares, de los que únicamente han oído citar los nombres. Por
eso tenía ganas de organizar una excursión. A través del belga que me soluciona
todas las papeletas, conseguimos que la empresa minera nos concediera un gran
autobús con 80 asientos y 20 plazas de pie.
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El autobús tenía prevista su llegada a las 7 de la mañana. Para las cinco, ya
se oía el traqueteo de las muletas por los pasillos del Centro. La comida estaba
preparada. No sé en qué consistía el menú, pero al menos llevábamos dos peroles
grandes de arroz cocido y un cartón con vasos de plástico. Cada chaval tenía que
llevar su cuchara o tenedor, el instrumento de “trabajo” que mejor manejara.
A la hora fijada llegó el impresionante autobús, marca americana, que todos
conocen por el BIRD BLEU “el pájaro azul”, aunque está pintado de rojo. Todos
querían ser los primeros en coger plaza, pero los que antes llegaron a la puerta
fueron los más torpes y no podían subir los escalones del autobús. Tuvieron que
colocarse dos maestros, uno a cada lado de la puerta y levantarles en volandas. Así
y todo no se podía correr, porque los que subían se desplazaban con dificultad por el
pasillo del autobús y a la hora de sentarse se agravaba el problema porque no
podían hacerlo con las piernas estiradas a causa de sus prótesis. Tenían que
descalzarse, dejar los aparatos bajo el asiento, hacer sitio para otras personas y así
sucesivamente. En total, cuando ya conseguimos acoplarnos, hicimos el recuento:
110 minusválidos, 6 maestros, 3 empleados, 3 monjas, 4 escayolados y dos curas.
Yo viajaba de pie junto a la puerta. j Los mayores, como en todas partes se
reservaron las últimas plazas y al poco de ponerse en marcha, comenzó la serenata
que iba a durar hasta el término del viaje. Para esta primera excursión nos
habíamos propuesto: llegar hasta el aeropuerto, subir a un avión y visitar un Zoo.
Unos 280 Kms. Antes de subir al autobús se les advirtió repetidamente que “lo que
tuvieran que hacer, lo hicieran antes de ponerse en movimiento”.
Pero entre tantos, es imposible que todos se enteren de los avisos. Tal vez
eran sinceros en ese momento, pero como algunos tienen unas pelvis tan deformes,
no sé si el coxis les presiona la vejiga o es la cabeza del fémur lo que les impide una
retención prolongada. A la media hora de marcha, ya empezaron los primeros gritos
de auxilio, pidiendo que parara el autobús. Pero una cosa era parar el coche y otra
sacarles de donde estaban. Había dos soluciones, o desalojar el autobús hasta
llegar donde se encontraba el plañidero, puesto que íbamos como sardinas en lata, -
pero corríamos el peligro de que todo el mundo tuviera los mismos síntomas al abrir
la puerta -, o segunda solución, sacarlos por los aires sostenidos por los brazos de
los que se encontraban delante. Optamos por la segunda, para desanimar a
aquellos que hubieran tenido la tentación de aprovecharse de la parada. Qué caras
de satisfacción cuando tocaban tierra firme y podían desalojar el contenido.
Hubo dos o tres más que se apuntaron a la operación. La última cría, que no
estaba acostumbrada a andar por los aires y en cuanto llegó donde se encontraba
una monja junto a la puerta, la pobre sintió tal sensación de seguridad, que no pudo
contenerse más... inundando a la monja, que en un principio se llevó un buen susto,
pero luego me miró, se rió y dijo: “a esta no le ha dado tiempo”. Después de este
pequeño percance continuamos el viaje.
Al cabo de dos horas y cuarto llegamos al aeropuerto. Nos esperaba una
azafata – porque éste era un viaje muy organizado -, que nos llevó hasta uno de los
extremos, donde quedan estacionadas las avionetas. No les llamó demasiado la
atención. En una de esas oímos un gran ruido, llegaba un cargo DC8. Aquello fue
otra cosa, querían ir hasta la misma pista para verlo mejor.
Cuando pedimos todas las autorizaciones para realizar esta visita, nos avisaron
que a las 11:45h llegaría el avión procedente de Bruselas y que una vez finalizadas
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todas las formalidades podríamos subir a bordo para visitarlo. Todos le esperaban
con ansiedad y miraban por todas partes a medida que se acercaba la hora para ver
quién era el primero en descubrirlo.
Por fin apareció solemnemente por encima de la pista con un ruido
ensordecedor, el DC 10 esperado. Si en aquel momento hubiera habido un
terremoto, no nos hubiéramos enterado. Nuestros ojos estaban absortos por aquella
masa metálica que era capaz de volar y quería ponerse en tierra. Las ruedas, los
intermitentes, el ruido, el volumen, aterrorizaban y admiraban al mismo tiempo.
Sentían miedo, pero no querían perderse un detalle de lo que ocurría. Yo tenía
a dos fuertemente agarrados a mis pantalones. Las ruedas tocaron tierra, salió una
humareda, pensaron que aquello iba a arder; a alguno se le escapó un grito mientras
los demás seguían atónitos la escena. Se disipó el humo, se perdió el avión en la
inmensidad de la pista. Permanecieron todos en silencio como si hubiera alguna
trampa en todo ello. A los pocos minutos vieron aparecer el CD 10 de cara,
lentamente, orgulloso, desafiante, dirigiéndose pausadamente al lugar del
estacionamiento.
En ese momento, todo el mundo comenzó a gritar y a correr para acercarse al
aparato y verlo de cerca en pleno movimiento. Pero por bien que manejaran las
muletas, estábamos demasiado lejos, además tampoco les dejaban acercarse hasta
que se desocupara el avión. Abrieron las puertas, comenzaron a bajar los pasajeros,
a descargar los bultos. Era algo increíble que una cosa tan pequeña como suele
parecer cuando sobrevuela nuestro Centro, pueda adquirir proporciones semejantes
y tener tanta cabida.
Cuando se hubo desalojado por completo, nuestra chavalería, en un alarde de
fuerza y rapidez, se presentó en la escalerilla como si estuvieran en su casa,
dispuestos a subir en cuanto les dieran la señal. La azafata, como medida de
precaución, les dividió en varios grupos, de forma que no podía subir el segundo sin
que hubiera bajado el primero. A pesar de que llevo años con los minusválidos,
pensaba que no podrían subir las empinadísimas escalerillas. No hubo problemas,
los que tenían más dificultad para manejar las muletas, las dejaron en tierra y
subieron arrastrándose por la barandilla. Una vez arriba, se apoyaban en los
respaldos de los asientos y se pasearon sin ninguna dificultad.
Únicamente tuvimos que subir a tres que tienen enormes dificultades incluso en
terreno llano y a algún pequeño que ya estaba cansado de tantas idas y venidas y ya
no podía ni menear el trasero pero tenía una ilusión enorme de subir al avión. Una
vez dentro, daban una vuelta completa. Iban pasando sin pararse por el pasillo
izquierdo, continuaban por detrás de las cocinas donde les obsequiaron con una
coca-cola y volvían por el pasillo derecho hasta el puesto de pilotaje. Allí daban la
media vuelta y ganaban la puerta. Fue una pena que las azafatas que se
encontraban en el interior no interrumpieron su comida para explicar alguna cosa, el
cine, el salvavidas, etc. A la salida, en cuanto asomaban a la plataforma de la
escalerilla comenzaban a saludar a parientes y amigos imaginarios y uno de los
maestros aprovechaba la ocasión para sacar unas fotos a los que estuvieran
dispuestos a comprarlas luego. Todos aprovecharon para sentarse en las butacas
del avión y permanecer un rato mirando a la lejanía como si estuvieran volando y
trataran de localizar algún objeto extraño en el horizonte.
Fue una pena que no vimos ningún despegue. Después de tantas emociones,
teníamos un hambre como para comernos un elefante. No sé si era porque sabían
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que íbamos a comer o por las ganas de ver otras cosas, la verdad es que se
instalaron en el autobús antes que nunca y a los pocos minutos ya estabamos en
marcha camino a Lubumbashi .
Nos dirigimos directamente al Seminario Menor, regentado por un sacerdote
catalán, José Coves, una persona amabilísima, atenta y dispuesta siempre a hacer
favores. Cuando se enteró que íbamos a Lubumbashi, nos “obligó” a visitar su
seminario, donde nos había preparado comida caliente para todos. El, feliz viendo la
alegría de los niños y yo avergonzado porque llevábamos nuestra comida y no quiso
que la sacáramos ni aceptó participar en los gastos a pesar de que tampoco anda
sobrado de existencias. Dar de comer a 130 personas no es ninguna broma. El
menú consistió en harina de maíz cocida y sardinas en lata con tomate. Incluso
compró un buñuelo para cada uno de postre. Una comida de fiesta.
Allí descansamos un poco, hicimos lo necesario para evitar posteriores pa radas
intempestivas y fuimos a visitar el Zoo. El Zoo es del tiempo de los belgas. Se ve
que antiguamente estaba muy bien preparado, con innumerables paseos, cantidad de
jaulas y recintos, hoy en día están abandonados en su mayoría, pero todavía quedan
algunas fieras que hicieron las delicias de la cuadrilla: leones, cocodrilos, osos,
monos, pájaros y algunas serpientes.
Los pequeños y aquellos que tenían más dificultad para desplazarse,
comenzaban a dar muestras de cansancio, incluso algunos de ellos es taban tan
rendidos que ni se bajaron del autobús cuando llegamos al Zoo. Ya eran las cuatro y
media y decidimos regresar. Pero siempre hay descontentos a los que les parece
poco y querían que diésemos unas vueltas por Lubumbashi. No hicimos caso de las
quejas y tomamos dirección de Likasi.
Habían pasado un día inolvidable, la primera vez que salían “al extranjero”.
Volvían agotados. Los pequeños y algunos mayores se quedaron dormidos a los
pocos kilómetros de emprender el regreso y se despertaban de vez en cuando para
cambiar de postura y asegurarse al mismo tiempo que no habían perdido la cuchara
con la que habían salido por la mañana del internado. Llegamos de noche. Al día
siguiente tuvieron vacación para que descansaran de las emociones y pidiera n seguir
saboreando los descubrimientos que habían hecho y que se iban completando con
los comentarios de los demás.
Durante muchos días, en el Centro no se habló más que del DC 10, de lo que
era el avión, de cómo llevaba los asientos, etc. Aquello ha quedado grabado en sus
memorias.
Este número va a palo seco, sin ningún documento gráfico que amenice su
lectura. Saqué un rollo de fotos durante el viaje, pero por despiste mío se
estropearon todas.
Y para terminar, más noticias. En el Centro estamos atravesando un mal
momento. La directora se ve obligada a guardar un largo reposo y ha marchado a
descansar a otra misión. Yo mismo vuelvo a Bilbao, porque me he quedado sin voz y
ya llevo varios meses sin que encuentre un curandero eficaz que me devuelva la
posibilidad de enfadarme y echar una bronca de vez en cuando.
Os deseamos a todos unas Felices Navidades, llenas de paz, alegría y
esperanza, y con el ánimo de que el próximo número pueda estar lleno de buenas
noticias para todos
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KILIMA Nº 5 Junio 1987
Queridos amigos:
Este número debía de haber salido hace tiempo, aunque solo fuera para
deciros que mis cuerdas vocales están totalmente afinadas y que mis sufridos
feligreses tienen que seguir aguantando los rollos semanales mientras ruegan a
todos los santos y a algunos de sus espíritus para que mi recuperación sea segura
pero lenta, de forma que no pueda enzarzarme demasiado en mis sermones y sean
éstos de una brevedad razonable.
A mi regreso me encontré con el Dr. Albassir. Había sacrificado de nuevo 15
días de sus vacaciones para trabajar a tope por el bien de los minusválidos. Durante
su estancia ha efectuado 64 operaciones sobre 32 pacientes.
Sin embargo, enseguida me di cuenta de que esta segunda vuelta no había
sido tan apoteósica como su primera llegada. El año pasado, como era la primera
experiencia de este género que se realizaba en Likasi y patrocinada por los Lion’s
Club, todo el mundo se desvivió para que su estancia entre nosotros fuera un
verdadero éxito.
Nos trajeron sábanas, mantas, camas de recuperación de una clínica
holandesa, comida, etc. Todos los atardeceres el Centro parecía un lugar de feria.
Señores que venían con caramelos para los pacientes, otras que traían ropa para los
más necesitados y todas querían saber si podían hacer más por ellos. Las que eran
enfermeras, aunque ya no estaban en activo, se brindaron para hacer turnos y
ayudar a la religiosa que entre tanto ruido y tanto sabelotodo, no se atrevía a abrir la
boca.
Todo eran, también, atenciones con el cirujano. La sala de operaciones estaba
a punto para comenzar a trabajar en cuanto ordenase. Los enfermeros, alineados
como para pasar revista. Bastaba con abrir la boca para obtener toda clase de
medicinas. Era de locura. Se marcharon emocionados, prometiéndonos firmemente
que volverían el próximo año.
Y efectivamente, han vuelto, pero se han encontrado con un panorama
totalmente distinto. La sala de operaciones no estaba preparada, el director del
hospital estaba ausente aunque conocía la fecha de su llegada, los enfermeros le
pusieron mala cara porque durante quince días les haría trabajar en serio. Las
medicinas llegaron con cuentagotas.
La gente hizo como que no se había enterado de su presencia. Nadie ha
pasado a visitar a los operados, ni a traerles algún regalito para endulzar sus penas.
Solamente una familia se interesó por el médico y la despedida de este año ha
sido más emotiva pero bajo otro aspecto. Iban tristes, desilusionados de la frialdad
que han sentido en todo momento, pero cada vez más contentos del trabajo que
realizan en el Centro, dispuestos a seguir viniendo siempre y cuando les permitan
seguir operando en el hospital.
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¿Qué es lo que había pasado? Pocos días antes de la llegada del Dr. Albassir
la empresa Gecamines, de la que son todos empleados había repartido unas cuantas
cartas de despido entre el personal europeo. Según los rumores, había otro buen
fajo de despidos preparados y cada cual temía que su nombre estuviera incluido
entre ellos. La gente estaba muy nerviosa, la mayoría de ellos con los 50 bien
cumplidos, hacía promesas a la Sta. Rita para que no se encontrara entre los
apuntados en la lista negra. Esto hacía que hubiera un ambiente enrarecido, nada
propenso a la euforia, cada cual vivía su problema sin ganas de interesarse por los
demás, ni de ocuparse de los enfermos, como lo habían hecho anteriormente.
Entre los que han quedado sin trabajo, está el médico belga Dr. Joannes, que
atendía a nuestros minusválidos, nos decía lo que había que hacer en cada caso,
preparaba a los enfermos para la llegada del Dr. Albassir y operaba él mismo los
casos más sencillos.
Teníamos un trabajo sin descanso, porque es una persona con auténtica
vocación médica. Para él no contaban las horas pasadas en el hospital o en la sala
de operaciones.
Cuando terminaba con sus obligaciones, al atardecer o a veces por la noche,
venía a nuestro Centro para hacerse cargo de los minusválidos. Había una larga
lista de espera que estaban pendientes de que se librara una cama para ser ocupada
por ellos. Guardamos sus nombres y sus direcciones por si en un futuro tuviéramos
la dicha de llamarles.
Antes de abandonar el hospital habló con un cirujano zaireño para que
continuara con el trabajo que estaba realizando. El nue vo cirujano ha terminado
algunos casos de Dr. Albassir que requerían cuidados posteriores, pero no se
muestra muy animado para seguir la trayectoria de su predecesor.
Tenemos cada vez más dificultades a la hora de llevar nuestros niños al
laboratorio para que les efectúen algunos análisis y lo mismo en la sala de
radiografía cuando tienen necesidad de alguna placa. En un principio les admitían
con cariño, pero como su número ha crecido, les miran con mala cara a pesar de que
tenemos todos los permisos del director. Nadie quiere matarse trabajando,
especialmente si no les damos buenas propinas, y en más de una ocasión nos los
devuelven sin haberles atendido y tienen que volver por la tarde o al día siguiente.
Ahora, la sala que empleábamos como enfermería está vacía. Ya no hay más
operados ni operables. El enfermero que habíamos contratado para el cuidado de
todos ellos, está sin trabajo. Le hemos mandado al hospital para que haga prácticas
de laboratorio y no se pase el día jugando al parchís con los niños del Centro.
A primeros de año, cuando estuve en Bilbao por motivos de salud, Medicus
Mundi me regaló el material e instrumental necesario para instalar un pequeño
laboratorio. Salió del puerto del Abra a mediados de marzo. Espero que llegue
aproximadamente a finales de Julio.
Entonces, todo esto ¿no va a servir para nada?. De momento no sabemos
como puede evolucionar esta situación. El Dr. Albassir, que se ha encariñado con el
Centro, me insiste en que edifique un pequeño hospital y no tenga que depender de
nadie. Bastantes de los que por una razón u otra tienen relación con el Centro, son
de la misma opinión.
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De momento no creo que pueda ser realizable. Hace falta mucho dinero para
construir y cada vez está más difícil el conseguirlo, lo sé p or lo que me ha costado el
obtenerlo para el nuevo edificio que vamos a empezar a construir. Además hace
falta muchísimo más dinero para equiparlo y una bolsa sin fondo para mantenerlo.
Si cada uno de vosotros se comprometiera, sin hacer trampas, a relle nar un boleto
de La Primitiva para el Centro Kilima, quién sabe si el Espíritu Santo no soplaría la
bolita en el momento oportuno para que se adjudicara el premio. Lo digo en bromas
porque bastantes cosas más importantes tiene el Espíritu que arreglar, si n meterse a
comprar ladrillos y pintar paredes.
En espera de un mejor empleo o utilidad, el laboratorio podría ser abierto al
público, y aunque no podríamos hacer muchas clases de análisis, procuraríamos que
el trabajo fuera eficaz y verdadero, porque si algo hay que no marcha en el hospital
de la empresa, es precisamente el laboratorio. Hay desgana, envidias, tribalismo y
dejadez, entre los operarios y los resultados no ofrecen seguridad. Cuando se trata
de un caso delicado conviene enviar las muestras cambiando los nombres para ver si
coinciden los resultados.
Lo que pasa en el hospital, es un reflejo de lo que acontece en otros órdenes.
No me quiero meter por otros derroteros para que no digan que publico panfletos
subversi vos.
Estamos sufriendo un revés, pero estoy seguro que de una u otra forma, se
solucionará. Es una situación pasajera. Por eso, ninguno de los que trabajamos en
el Centro nos encontramos desanimados. Nuestra actitud es de búsqueda: cómo
continuar haciendo el bien a estos pobres de entre los pobres. La solución tal vez
esté en el próximo número o en el siguiente. ¿Quién sabe? Prueba de que no
estamos desanimados, es que estamos metidos de lleno en la construcción del
edificio que hacía años habíamos previsto como acabamiento o finalización de todo
el conjunto.
Este año siete minusválidos se despiden del Centro. Han terminado su
formación profesional y con lo que han ganado el último año – con el tanto por ciento
que se les da por prenda confeccionada -, han podido comprarse una máquina de
coser. Hasta ahora hemos hecho todo lo que estaba de nuestra parte para
solucionar sus problemas. Ahora son ellos los que tendrán que enfrentarse a la vida.
No lo tienen fácil.
KILIMA Nº 6 Septiembre 1987
Queridos amigos:
Aunque no he recibido ningún comentario tengo la impresión que más de uno,
leyendo el número anterior, habrá pensado que me encuentro desanimado. No es
cierto. Sucedió que estaba intranquilo porque pasaban los días y no había enviado
ninguna noticia. Quería anunciaros en ella el comienzo de las obras de ampliación
del Centro, pero no conseguía ponerme de acuerdo con los contratistas, porque ellos
pedían mucho y yo ofrecía poco.
Así iban pasando las semanas y los meses, hasta que un día decidí echar el
cerrojo a la puerta con el propósito de no salir de casa sin haber terminado el
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número. Creo que la inspiración me pilló en horas bajas y salió un artículo
pesimista, lloricón y depresivo. Espero que esta vez las musas sean favorables y
pueda aportaros una brisa agradable para suavizar los calores finales del verano y
mitigar la dureza del trabajo cotidiano.
Aquí todo el mundo se ha ido de vacaciones. En el pensionado no queda
nadie. Solamente una niña de 12 años abandonada por su familia y otra de su
misma edad, tuberculosa, que pidió quedarse con nosotros porque en su casa se
come con suerte y no todos los días sonríe la fortuna.
Hasta las monjas se han marchado de ejercicios espirituales. Me han dejado
solo. Únicamente tengo a mi alrededor 23.000 feligreses incluyendo a los miembros
de las mil y una sectas que pululan por el barrio. Acostumbrado al bullicio, peleas y
partidos de fútbol, la soledad y el silencio produce tristeza y decaimiento. Es el
momento de desinfectar los dormitorios, arreglar puertas y ventanas, cambiar alguna
cañería agujereada, limpiar los desagües de los aseos y pintar en la medida que lo
permita el presupuesto.
El Centro se nos ha quedado pequeño. Los mayores no tienen donde estudiar.
Los minusválidos de corta edad que vienen acompañados de algún familiar no tienen
donde dormir. Nos falta sitio para poner unas camas. De momento, los peq ueños
duermen de dos en dos en las camas, mientras sus madres se extienden por el suelo
lo más cerca posible de sus hijos. Todo ello nos obliga a construir un edificio más
porque cada año aumenta el número de solicitudes para el ingreso en nuestro
Centro.
No ha sido fácil reunir lo necesario para llevar a cabo esta ampliación. Había
que elaborar los planos, preparar los presupuestos, solicitar ayuda a organismos
nacionales e internacionales, esperar que lleguen los presupuestos de los que se
dignan contestar, estudiar sus indicaciones o contraindicaciones, recomenzar todo
el proyecto siguiendo sus instrucciones, visitarles durante mis vacaciones, esperar,
esperar, esperar. Pero al fin, después de tres años de laboriosas gestiones, he
reunido lo que nos hacía falta gracias a la colaboración de Manos Unidas, del
Gobierno Vasco a través de la comisión Justicia y Paz de Misereor (Alemania).
Una vez superado el escollo económico, había que hacer frente a la elección
del contratista que debería efectuar los trabajos. No son muchos lo que trabajan en
esta zona, pero el ritmo de Africa nos ha contagiado a todos y no se llega a un
acuerdo sin regatear, mostrarse como enfadado, volver a insistir, hacer ademán de
sacar el talonario de cheques, fijar una cita para el día siguiente, descubirle
“confidencialmente” la cifra propuesta por otro contratista – normalmente falsa –
para obligarle a bajar la suya, hacer ver como que el contrincante ofrece mejores
garantías, etc. Estas escaramuzas suelen durar unos tres meses al cabo de los
cuales se firma un papel cuando se ha llegado a un acuerdo definitivo y se dan por
concluidos los prolegómenos.
Se me ofrecían tres posibilidades para llevar a cabo esta ampliación.
Entenderme con un contratista belga, con un italiano o con un zaireño. Cada cual
presenta sus ventajas e inconvenientes.
El contratista belga dispone de los medios normales para realizar cualquier
trabajo de construcción. Tiene además una pequeña industria de derivados del
cemento y fabrica tubos, bloques, baldosas, codos, etc. Dispone de mucha mano de
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obra, tiene camiones, hormigoneras, andamios, etc. El único inconveniente que
tiene, es que al sentirse el más fuerte, sus tarifas son más elevadas.
El italiano es muy buen constructor, pero toda su maquinaria es de tercera,
cuarta o quinta mano. Ninguno de sus camiones tiene batería. A cada sitio que
llegan para cargar o descargar, se encuentran ante el dilema: parar o no parar el
motor. Si no paran el motor se les termina el gasoil que el patrón (el italiano), les ha
racionado con cuentagotas antes de salir de casa para que no le roben por el
camino. Si paran, no pueden arrancar si no es llamando a todo el vecindario para
que le ayuden a empujar. No tiene un solo vehículo en regla.
Hace unas semanas hemos tenido la policía de tráfico de Lubumbashi poniendo
un poco de orden en el caos circulatorio de Likasi y haciendo al menos por unos días
que el código fuera respetado. Paraban todos los vehículos para exigir que les
mostraran el carnet de conducir, el seguro, el triángulo, la rueda de repuesto, el
funcionamiento de los intermitentes, etc.
Durante las dos semanas que permanecieron consiguieron paralizar la
circulación. No se veían por las calles más que algunos coches privados. Los taxis,
autobuses, camionetas o vehículos de transporte habían desaparecido por faltarles
algún requisito imprescindible. Todos los camiones del italiano estaban escondidos
en su garaje esperando que pasara el chaparrón. Mientras tanto, las obras, paradas.
Tiene de bueno que es una persona que nunca se enfada. Para él, jamás hay
problemas aunque las obras vayan con tres meses de retraso o no encuentre los
materiales para su trabajo. El no morirá de infarto, pero probablemente sí lo agarre
quién tenga que discutir con él. Las hormigoneras, la herramienta, los trabajadores,
todos rezuma años, abandono, roña. Es mucho más económico que el anterior,
trabaja bien, pero necesita mucho más tiempo que el primero.
Luego están los contratistas locales, zaireños, que son muy buenos albañiles y
muy capaces de edificar una casa o levantar una iglesia, pero para los que el tiempo
no cuenta. Muchos de ellos no disponen de camiones para el transporte o si los
tienen se encuentran en peores condiciones que los del italiano. Parecen má s bien
máquinas para producir ruido y humo. Las cubiertas gastadas, el parachoques
colgando, la carrocería inclinada hacia un lado. Como la bomba de gasolina no
funciona, uno va sentado sobre el motor con el bidón de cinco litros del que sale una
goma que va a parar al carburador como si le estuvieran poniendo un gota a gota
que alargara por un tiempo el estado agónico del sufrido carruaje.
Empiezan el trabajo con muchas ínfulas. Al poco tiempo se ven obligados a
parar porque se les ha terminado el cemento y no tienen dinero para comprarlo.
Habían tenido ocasión de comprar pescado con el dinero que se les avanzó para el
comienzo de las obras y no desperdiciaron la ocasión para redondear el negocio.
Hay que esperar que vendan el pescado, recuperen el di nero y compren el cemento
si es que todavía se encuentra.
Luego, se olvidan de pasar el pedido de las puertas y ventanas y cuando llega
el momento de colocarlas se dan cuenta que aún no las tienen. La prisa no cuenta,
es un concepto que no han asimilado y sigue siendo extranjero a su cultura. El
trabajo quedará bien realizado, pero si el belga lo efectúa en seis meses y el italiano
en diez, los nativos necesitan casi los veinte.
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La batalla estaba entre los dos primeros. Personalmente me inclinaba por e l
belga, pero su presupuesto era un 20% más caro que el del italiano. Después de
varias semanas de tensión, siguiendo lo que os decía más arriba, he conseguido
arreglarme con él por el mismo precio que el que me proponía el italiano. Las obras
que ya han comenzado y para mediados de febrero creo que podrán estar
terminadas. A esto no lo considero un triunfo, sino una muestra de la pelea
cotidiana para llevar adelante el Centro.
Dentro de unos días estarán todos los minusválidos de vuelta. Las vacacione s
tocan a su fin. No hemos tenido tiempo suficiente para hacer todas las reparaciones
que hubiéramos deseado, pero el Centro ha cogido un aspecto coquetón, recién
pintado, con duchas donde llega el agua y una cocina limpia de cucarachas y
ratoncitos que se disputaban la comida de los chavales.
A pesar de que la vida está cada vez más difícil para los que tienen que vivir
de unos salarios inamovibles, hemos mantenido la tarifa de años anteriores, para
que nadie se vea privado de la enseñanza y cuidados sanitarios por falta de medios
económicos.
Por 500 ptas. trimestrales, el niño es atendido, alimentado e incluso todos los
gastos de hospitalización, operaciones (si hicieran falta), medicinas, etc., están
incluidos en este precio. Los gastos reales son muy superiores, pero gracias a
vuestra colaboración, a los envíos de mercancías y géneros de Bilbao y Madrid, y lo
que aquí sudamos para sacar la pesetilla, hacemos que entre todos el Centro
funcione y siga atendiendo a todos estos de los que nadie se ocupa .
Este año habrá muchos niños que se verán obligados a abandonar la escuela
por no poder comprar los cuadernos exigidos por los maestros. En general, cada
familia tiene cuatro o cinco hijos en la escuela y los precios han subido de tal
manera que el conjunto del material escolar, sin contar con el uniforme: cuadernos,
bicis, matrícula, etc., superan con mucho el salario que recibe el cabeza de familia.
Todo el mundo quiere estudiar, obtener un certificado, un diploma, que le
permita alcanzar metas superiores donde no se conozca el hambre y la miseria. La
escuela parece el camino mágico que conduce a la felicidad. Se privarán de la
comida, se endeudarán durante años, recurrirán a toda la parentela con tal de seguir
adelante escalando la dura pendiente que conduce a la universidad. Sin embargo,
muy pocos de entre ellos obtendrán la plaza deseada.
KILIMA NO. 7 Diciembre 1987
Queridos amigos:
Ya que estamos próximos a las fiestas Navideñas, voy a hablaros de la llegada
de los “Reyes Magos” al Centro Kilima. Aquí no tenemos un día fijo para recibirles.
No es el 6 de enero. Llegan por sorpresa, inopinadamente, en forma de unos
cajones enormes procedentes de Bilbao. No les vemos a ellos pero vislumbrarnos
las manos de tantos melchores y gaspares llenando ilusionados la caja con la que
harán felices a estos niños que no han oído hablar de Baltasar, San Nicolás, el Papá
Noel, el árbol de Navidad, el Olentxero o el Niño Jesús repartiendo juguetes.
Nunca les han comprado uno y se lo han tenido que fabricar ellos mismos: la
muñeca con trapos viejos, el coche con alambre, trozos de madera y chatarra; el
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balón con papel y cuerdas o cortezas de ciertos árboles cuando no se consigue una
cuerda,... Pero no sólo de juguetes vive el Centro, sino de otras muchas cosas
necesarias para el trabajo cotidiano. Todo esto nos llega en estos mini -
contenedores.
Preparar un envío no es tarea fácil. Hay que comprar cosas, visitar mucha
gente, “exponer las necesidades” sin cansarse, echar mucha cara, contar con buenos
amigos y pensar continuamente en aquellos que dejarán de recibir ayuda si yo no me
muevo lo suficiente, y del Zaire no se puede venir todos los días.
Después hay que encontrar un carpintero para que fabrique la caja, que
normalmente tiene unas dimensiones considerables: 2,00 de largo, por 1,20 de
ancho y otro tanto de alto. Hay que buscar un almacén o un taller donde se pueda
depositar, sin molestar demasiado y que disponga de una grúa pa ra poder izarlo
sobre un camión una vez preparado. Recoger todas las cosas diseminadas en
distintos puntos de Bilbao, Guipúzcoa y Madrid. Clavar, escribir la dirección, buscar
un camión para que lo lleve al puerto, preparar todo el papeleo, permisos, seg uros,
etc.
Hay que moverse mucho, pasarse las vacaciones correteando de un lado para
otro. Eso me ha permitido conocer muchísima gente buena, deseosa de hacer algo
por los demás, dispuestos a sacrificar su tiempo, su trabajo o su dinero, para
comprar cosas, preparar el envío, orientarme y ayudarme a resolver los pequeños
problemas que surgen a lo largo de esta operación.
Desgraciadamente, los medios de comunicación hablan sobre todo de muertes,
atracos, asesinatos, desastres, etc. Resulta desagradable leer un periódico porque
parece que en el mundo no ocurren más que sucesos tristes.
Debieran descubrir el lado bueno de las personas y las buenas acciones
realizadas aquí y allá para animarnos a ser más humanos, salir de nuestras propias
fronteras y encauzar la capacidad de bondad, generosidad y entrega que llevan
dentro muchísimas personas, que al no encontrar un canal donde desarrollar sus
facultades, echan a perder todo ese potencial que les hubiera permitido ser más
sensibles a los problemas ajenos, conocer mejor la realidad de otras personas o
situaciones, y solidarizarnos con otras causas. Me estoy alargando demasiado; lo
único que quería decir es que si se publicaran las “buenas obras” en vez de las
malas, mejor nos iría a todos.
Aproximadamente, a los cinco meses de su salida del puerto bilbaíno llega el
cajón a casa. Yo no me entero de nada; ni recibo un papel, ni sé lo que pasa en la
aduana. Un belga, “el enlace”, muy entusiasta del Centro, se encarga de todo,
incluso de enviármelo en un camión y ponérmelo a la puerta de casa.
La caja pesa cerca de una tonelada. Es imposible bajarla del vehículo. Se
abre allí mismo y se va destripando su contenido. Allí sale de todo como del
sombrero de un prestidigitador: zapatos, juguetes, hilos, lanas, ropa s, botones, telas,
medicinas, y un sin fin de cosas difíciles de enumerar en su totalidad.
En el momento de la llegada del camión no se ve un alma por los alrededores.
Cada uno está ocupado en su trabajo: los niños en la escuela; los obreros, unos en
el molino y otros en el campo; los enfermos haciendo ejercicios de recuperación. A
los pocos segundos todos los obreros se encuentran rodeando el camión. El molino
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parado, las azadas tiradas en los maizales. Vienen a echarme una mano – a gusto
echarían las dos – para ayudarme a vaciarlo.
La curiosidad es superior a sus fuerzas. Necesitan ver, tocar, admirar el
contenido. Saben que viene de Europa, palabra mágica sinónimo de “felicidad”,
“progreso”, “bienestar”. Sus ojos son como objetivos de cámaras fotográficas que
van captando instantáneas de cuanto descubren y lo retienen en la memoria durante
años. Una vez terminado el trabajo alargarán la jornada haciendo comentarios de
cuanto han contemplado y admirando o criticando lo que ese día les ha caído en
suerte.
Siempre hay algo que les viene bien: unos zapatos para el hijo, unos
pantalones para ellos mismos, un vestido para la mujer, los cartones, los plásticos,
los clavos y la madera de la caja para fabricar una puerta o un armario. Siempre
tienen algo que pedir y en ese momento llegan tantas cosas que es imposible
negarles. Ellos lo saben, por eso, cada vez que llega el camión con el precioso
cargamento, no sé cómo se enteran porque algunos están lejos del garaje, que es
donde se efectúa la descarga, pero parece que han tenido una premonición y se
personan con mayor prontitud que cuando tienen que presentarse por las mañanas
para iniciar la jornada laboral.
Pero eso no es todo. Cuando estamos en plena operación aparecen todos los
críos de la escuela – minusválidos y sanos - que forman parte del círculo en torno al
camión y van coreando con sus exclamaciones cada objeto que es sacado de la caja
y a los que ellos van dando un destino según su imaginación o se quedan
boquiabiertos con la esperanza de que también ellos podrán gozar de las maravillas
que descubren a medida que van apareciendo las cosas a la luz del día. “Esto es
para el taller”, “Mira, ruedas de carretilla”, “Mira, muñecas, ¿esas son para nosotros?
¿Cuándo las vas a repartir?”. Y los trabajadores conscientes de su papel de
protagonistas levantan en alto cada cosa que sacan entre vítores y aclamaciones de
la muchedumbre infantil.
Yo quería trabajar con discreción, sin ruido, a pequeños pasos, para que nadie
se diera cuenta. Algunos intentan subir al camión para ver más en directo. La
mayor parte se contenta con arremolinarse en torno al montón de objetos que se van
apilando en el suelo. No hay forma de trabajar. Sin querer me tropiezo con un crío
o una muleta que se interfiere en mi camino cuando trato de ir depositando lo que
me dan los del camión. Me obligan a dar gritos y empujones y si la voz no está en
forma, unos coscorrones certeros sustituyen las palabras.
Se origina un amago de escapada general ante las amenazas reales, pero solo
se retiran unos metros para volver a avanzar lentamente mientras van estudiando
mis reacciones. A los cinco minutos, ya están otra vez donde antes, empujándose
unos a otros para ocupar la primera fila. Ya pueden tocar el silbato para volver a
clase, que allí no se mueve nadie. Ni los maestros tienen ganas de continuar con
sus lecciones y desde una distancia prudencial supervisan el vaciado de la caja con
la ilusión o la esperanza de llevar algún regalo para sus casas.
El Centro se paraliza hasta que no se haya marchado el camión, y cerrado con
llave el garaje para que no haya ningún despistado que se lleve lo que no le toca.
Entonces, unas veces con alegría de que recibirán lo que se les ha prometido y otras
con la tristeza de no haber conseguido lo que querían, cada cual vuelve al trabajo, al
campo, al molino, a la escuela y continúa la vida normal en el Centro.
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Cada envío es el fruto de la colaboración de muchas personas. Desde la que
me ofrece unas madejas de lana o unos retales, hasta los innumerables rollos de tela
que me regala un taller de confección. Neumáticos, máquinas de coser, tijeras,
papel, material de despacho, herramientas, velomotor para el trabajo pastoral... y
hasta alguna caja de vino para compensar los malos tragos o celebra r las Navidades,
llegan en estas cajas sorpresa que rondan los 1.000 Kgs.
Como os decía en un principio, es un trabajo ímprobo, agotador, el organizar el
envío, pero qué satisfacción produce el día de recibirlo. Es un auténtico regalo de
Reyes. Su contenido tiene mucho valor para nosotros y nos permite mejorar la
comida con la venta de algunos artículos, tener material de trabajo suficiente sin
necesidad de gastar el dinero que necesitamos para otros fines, repartir la alegría
entre estos niños minusválidos con la distribución de muñecas, juguetes y artículos
de deporte, consolidar las posibilidades del Centro para que pueda seguir
atendiendo a los más necesitados.
Todo esto y más es lo que se consigue con estos cajones que nos llegan desde
Bilbao. Desde el año 1985 hemos recibido 6 envíos y me acaban de comunicar que
están en camino tres cajas procedentes e Madrid. El “enlace”, el que me permite
este medio de transporte seguro y económico, ha prolongado por dos años más el
contrato con la empresa. Esto nos permitirá enviar algún otro cajón y ayudar de esta
forma a robustecer la situación económica del Centro.
Me siento mimado por tantas atenciones que recibo de vuestra parte. Poco
puedo hacer a cambio para mostrar mi agradecimiento. La revista Kilima nos seguirá
uniendo aún cuando no salga de forma regular. Mis oraciones y mi recuerdo hacia
vosotros son constantes, unas veces solo, otras veces con los niños pedimos para
que Dios os de paz en medio de este mundo tan agitado y hostil.
KILIMA Nº 8 MAYO 1988
Queridos amigos:
En el Kilima de junio del año pasado, os comentaba que el futuro se nos
presentaba difícil y que no lo veíamos con claridad después del despido del médico
que nos atendía. A primeros de ese mismo año, Medicus Mundi nos había ofrecido
un pequeño laboratorio con el fin de equipar mejor el Centro, depender menos del
hospital y poder preparar en casa a los que debían ser operados.
Dadas las circunstancias, parecía que ese laboratorio no iba a cumplir ninguna
finalidad puesto que se había cerrado para nosotros la posibilidad de realizar nuevas
operaciones en bien de los minusválidos. Por otra parte, era un remordimiento de
conciencia arrinconar ese material y que caducaran inútilmente esos productos
cuando hay tantos bacilos incontrolados que se pasean impunemente atacando a
niños y ancianos.
El enfermero que ayudaba al médico en las consultaciones y cuidados
postoperatorios, se había quedado sin trabajo. En lugar de tenerlo desocupado,
pensamos que podría aprender a hacer análisis en el hospital. No teníamos ningún
plan de futuro, incluso ignorábamos si más adelante tendríamos necesidad de él,
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pero le enviamos para que no estuviera ocioso y pudiera completar su formación
médica, facilitándole de esta forma la posibilidad de encontrar un trabajo posterior.
Por otra parte, nuestros queridos feligreses que son unos expertos en el arte
de lloriquear y ablandar las vísceras con sus lamentos y plañidos, hacía tiempo que
nos pedían que abriéramos un dispensario porque en el hosp ital de la empresa, que
es el mejor que existe en muchos kilómetros a la redonda, nos les atendían
debidamente y se pasaban mañanas enteras en la cola para decirles, cuando llegaba
su turno, que la medicina prescrita por el médico se había terminado.
Estábamos hechos un lío. Teníamos muchas dudas sobre su utilidad y
conveniencia. Buscábamos consejo.
Allá por el mes de diciembre llegaron unos alemanes que nos habían ayudado
en varias ocasiones y querían conocer el Centro y saber cómo se habían empleado
los fondos que nos habían concedido. Durante los tres días que permanecieron con
nosotros hablamos de todo y entre los puntos que tocamos salió a relucir el asunto
del laboratorio.
Se echaban las manos a la cabeza y nos describieron un panorama aterrador:
nuestros diagnósticos estarían muchas veces equivocados, pondríamos en peligro
sus vidas, seríamos perseguidos en justicia, la labor asistencial de la Iglesia se vería
ridiculizada, etc. Nos hacía falta un personal altamente competente, de lo contrario
las consecuencias de nuestras torpezas serían irreparables.
Como sus afirmaciones eran tan categóricas y parecían conocer tan bien los
problemas del Tercer Mundo, me sentía avergonzado de haber tenido semejantes
pensamientos. Tenía la impresión de ser el reo que siente sobre sus espaldas las
miradas iracundas de todos los de la sala mientras el fiscal lo está machacando
cruelmente con sus acusaciones. Pero al mismo tiempo me preguntaba para mis
adentros si habían visitado los ambulatorios que funcionan por e stas latitudes y que
rinden un servicio a la población aunque no tienen ni agua para lavarse las manos.
Mientras tanto el enfermero había terminado su aprendizaje y se esforzaba por
descubrir cualquier microbio por mucho que se escondiera. Las quejas de la gente
iban en aumento. Deberían exponer su situación a las autoridades de la empresa,
pero tiene miedo a que hubiera algún tipo de represalias sobre los denunciantes y
prefieren calentarle los cascos al cura para que lo diga claramente en sus homilías o
busque otra solución para sus problemas.
Cansado de oír el mismo disco, con más vergüenza que otra cosa, me acerqué
un día a la Delegación de Sanidad para preguntar qué requisitos se necesitaban para
abrir un ambulatorio. Me quedé viendo visiones. No necesitaba más que la
autorización del alcalde, la supervisión de un médico y una persona capacitada para
el servicio de medicina.
Eso estaba hecho. Así es que, con todos los permisos en regla,
desempolvamos el microscopio, limpiamos las probetas y tubos d e ensayo, pusimos
la centrifugadora sobre la mesa, conseguimos un viejo trasto para esterilizar que
fundía los plomos si estaba mucho tiempo encendido, alineamos los tarros y los
reactivos en las estanterías y anunciamos solemnemente en la iglesia la
inauguración de un ambulatorio donde podrían efectuarse los análisis más corrientes
y recibir un tratamiento médico.
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La noticia fue recibida con un gran suspiro de satisfacción. Pensaba que la
gente acudiría en tromba desde el día siguiente, pero no apareció ni un solo paciente
y así pasaron varios días. El primero en caer en nuestras manos fue precisamente un
sacerdote bilbaíno que venía de una misión en la selva y se encontraba enfermo. Le
llevamos inmediatamente al laboratorio y descubrieron que tenía fiebres palúdicas o
malaria, como lo denominamos más corrientemente entre nosotros. La gente
permanecía a la expectativa. Querían probar en pellejo ajeno nuestros conocimientos
médicos y nuestras técnicas curativas.
Tímidamente aparecieron los primeros enfermos. Gente que se sentía mal y a
la que en el hospital, a pesar de consultas y más consultas, no llegaban a curar:
unas veces porque les prescribían una serie de medicinas sin ningún análisis previo;
otras, porque el que trabajaba en el laboratorio o bien había confundido los nombres
y daba a uno los resultados de otro, o bien porque estaba tan borracho que no
acertaba a aplicar los ojos sobre el binocular de forma que escribía los resultados a
bulto, o bien porque se encontraba tan cansado que se agotaba so lamente de mirar
la pila de papeles por rellenar y con frecuencia respondía a todo diciendo:
“negativo”. No exagero.
Eso desorienta totalmente al paciente porque él se siente enfermo y, si no se
descubre la causa, interpreta que lo que le pasa no es una enfermedad normal sino
que alguien los está debilitando para aprovecharse de su fuerza vital. En ese caso
hay que recurrir lo antes posible al adivino para que ponga al descubierto al
malhechor y neutrali zar sus fuerzas maléficas.
Los que quieren agotar antes todos los caminos en lugar de meterse de lleno
por la vía tradicional, acuden a nuestro Centro para ser examinados de nuevo y
ponerse en tratamiento.
Hasta ahora hemos tenido mucha suerte. Bastantes casos que no han podido
ser resueltos con anterioridad, han sido curados en nuestro ambulatorio. Lo cual nos
ha subido muchos puntos en la opinión de nuestros parroquianos. Incluso enfermos
con malaria cerebral, a los que había que atarlos en la cama porque estaban
prácticamente locos, han salido por su propio pie, débiles por los días pasados en
cama, pero sonrientes y cuerdos.
También nos llegan enfermos terminales en busca de un milagrito. Se dan
cuenta de que sus días están contados, pero mantienen aún la esperanza de que tal
vez en el ambulatorio de los curas “como están mas cerca de Dios” que el resto de
los mortales, sus inyecciones y pastillas pueden tener una fuerza superior a la
normal y obrar maravillas como en los tiempos de Jesús.
Ayer llegó una mujer que apenas podía andar. Se había escap ado del hospital
porque después de ocho meses de permanencia, su estado de salud empeoraba
paulatinamente. Lo que ignoraba la pobre mujer es que estaba irremisiblemente
cogida por el Sida y solamente un milagro podría curarla. Tal vez era eso lo que
buscaba, pero desgraciadamente mis virtudes están poco desarrolladas y mis
escasos méritos no me dan derecho a manejar fuerzas extraordinarias con las que
dominar los fenómenos de la naturaleza. A lo sumo, algún diablillo de poca monta
sale corriendo asustado por mis latinajos cuando trato de liberar a alguna persona
que se siente cogida por algún espíritu malo. Lo sentí mucho porque veía su
angustia, pero no pude hacer por ella otra cosa, que conducirla en coche a su casa
porque estaba agotada y era incapaz de dar un paso.
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Por el momento no hay grandes aglomeraciones. El promedio diario es de unas
30 personas que pasan por el laboratorio y unas 40 por el dispensario. No es mucho.
Pensaba que vendrían más, pero hay que tener en cuenta que los servicios del
hospital son gratuitos y nuestro dispensario es de pago. Las medicinas son muy
caras. Algunos antibióticos cuestan el salario mensual de un trabajador. Quisiéramos
atender a todos, especialmente a los más pobres. Por eso, quien tuviera amigos
entre los médicos, farmacéuticos, laboratorios, etc., podría enviarnos lo recogido a
Misiones Diocesanas C/Bailén 7-2º 48003 – Bilbao. (Que las medicinas no caduquen
antes de 1.990) El transporte tarda unos cuatro o cinco meses).
Para atender debidamente a los pacientes, hemos tenido que contratar nuevo
personal, con lo cual ahora trabaja uno en el laboratorio, dos enfermeros para las
consultaciones y el tratamiento y una religiosa para la parte administrativa. Es gente
bien preparada por lo que dicen los médicos, pero son muy atrevidos y piensan que
pueden curar todo. Cada poco tiempo tengo que recordarles que no admitan casos
graves porque no somos más que una cuadrilla con buena voluntad pero con pocos
medios y menos conocimientos.
El fisioterapeuta se nos ha marchado a la francesa. No le hemos visto el pelo
desde antes de Navidad. Hacía mucho que nos había mostrado su intención de
dedicarse al estraperlo para hacerse rico, pero por aquel entonces no tenía dinero
para empezar el “negocio”. No sabemos si se dedica a vi sitar a nuestra vecina
Zambia, o al tráfico de diamantes. Su lugar ha sido ocupado por un chico que no
tiene título pero con mucha más práctica que el anterior porque ha trabajado en un
centro como el nuestro.
KILIMA Nº 9 JULIO 1988
Queridos amigos,
Una vez más podemos lanzar las campanas al vuelo porque también este
número va cargado de buenas noticias: hemos terminado un nuevo edificio, ha
llegado el Dr. Albassir, nos puede caer el “gordo” de un momento a otro, … Pero
vayamos por partes, que todo no ha salido tan fácilmente y conviene conocer la
génesis de cada historia ya que no se llega a la tierra prometida sin atravesar el Mar
Rojo.
En el número 5 de junio del año pasado, os hablaba de la elección del
contratista y del comienzo de las obras. Al final me decidí por el belga, que era un
poco más caro que los demás pero disponía de todo lo necesario para la
construcción. Luego resultó que no tenía todo sino casi todo.
El primer problema se presentó cuando hubo que empezar a colocar las
puertas y las ventanas. No aparecían por ninguna parte. Fuimos a la fábrica donde
habíamos hecho el pedido y constataron que se había producido un “fallo humano”,
es decir, habían perdido la nota de encargo. Enseguida nos hicieron rellenar otros
papeles y dieron las órdenes oportunas para que todo se pusiera en movimiento. La
entrevista se desarrolló con caras de fiesta, sonrisas y chistes, como diciendo “aquí
estamos para sacarle de apuros. Con nosotros hará usted un buen negocio.”
Más que eso me preocupaban las chapas galvanizadas para cubrir el tejado.
Estábamos en plena época de lluvias. Los muros habían alcanzado la altura fijada y
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esperaban aburridos que se les cubriera con decencia para tapar la desnudez de sus
paredes.
El contratista aparecía cada mañana recitando lamentaciones e improperios.
No había forma de acercarse porque era tal el calor que despedía, que peligraba ser
abrasado por su ira. Incluso pienso que esa era la razón por la que las lluvias nos
respetaran, ya que este año se presentaba anormalmente seco. Las nubes se iban
difuminando y su humedad se evaporaba en la medida que se acercaban al Centro y
en la medida que sentían la incandescenci a del contratista.
Las habíamos encargado en agosto. La fábrica importa los rollos de Africa de l
Sur. Ellos disponen únicamente de máquinas para cortarlas y plegarlas. Habíamos
pagado un tercio por adelantado para facilitarles la compra de la materia prima.
Hacía tiempo que había transcurrido el tiempo fijado por ellos mismos. Envié varias
cartas que nunca recibieron respuesta. Fui varias veces a la fábrica (se encuentra a
120 km) a protestar personalmente por el incumplimiento de sus compromisos. Todo
era inútil.
Cada vez que aparecía en el recinto de la empresa tenía la impresión de asistir
a un acto de la misma pieza teatral cuyo título podría ser: “No corras tanto, que te
caes”. Los actores se ponían en movimiento: los que hacían de dependientes, el
encargado, el jefe de ventas, los obreros, etc., todos aparecían por allá, unos dando
órdenes a grandes voces, otros hablando de la incapacidad del personal con el que
tenían que trabajar, otros amenazando con sanciones a los responsables del retraso,
pero todos con caras serias y asegurándome que se debía a un pequeño trastorno
fácilmente solucionab le para la semana siguiente.
¡Cómo debían reírse de mí en cuanto daba la vuelta y abandonaba el local!
Sabían por experiencia cotidiana que todo lo que habían dicho era pura comedia sin
ningún nexo de realidad.
Además me daba la impresión de que cuando cerraba la puerta y salía a la
calle, comenzaban los comentarios y las risas y se concertaban para el siguiente
acto proponiendo al que tendrían que echarle la bronca en cuanto apareciera la
próxima vez.
Cuando les llamaba por teléfono lo tenían más fácil. Si el pedido no llegaba era
porque el camión estaba ocupado, habían sufrido un corte de luz, el encargado
estaba enfermo o el patrón había salido urgentemente para Kinshasa, pero estaría
de vuelta dentro de dos o tres días. El final de la entrevista era siempre el mismo:
“No se preocupe, hombre, que la semana viene aparecemos con las chapas en su
casa”.
Así pasaron tres meses en los que nuestro contratista aparecía unas veces
pálido como si estuviera a punto de sufrir un mareo y otras, con un color ro jo
violáceo rayando el infarto, porque no llegaban las chapas y en sus prisas por
terminar rápido y cobrar cuanto antes la pasta, había comenzado a pintar los
interiores sin que el edificio estuviera cubierto. Las chapas no llegaron sino que
fuimos a buscarlas y poco faltó para que nos echaran una bronca por haber tardado
24 horas en pasar a recogerlas desde que nos anunciaron que ya estaban listas.
Su colocación nos llevó mucho tiempo. Los colores del contratista se iban
haciendo más normales en la medida que avanzaban poniendo el tejado. Tuvimos
mucha suerte porque apenas llovió, aunque la época de las lluvias estaba muy
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avanzada. Me alegraba por el edificio pero temía por la cosecha de maíz que es vital
para que los jugos gástricos de nuestros feligreses no se declaren en huelga.
Más de una vez pasó por mi cabeza la idea de hacer unas rogativas porque la
situación se estaba acercando al estado de alerta roja, pero me decía para mis
adentros: “Y si Dios escucha nuestro llanto y descarga sobre nosotros los embalses
celestiales, me estropea el revocado, se me va la pintura, el contratista se pone loco
y no termino las obras”. Esperé hasta que comenzaron a colocar las primeras chapas
y anuncié las rogativas en la iglesia.
Cada uno debía venir con un puñado de tierra de su campo. Ese día, hasta
nuestros rivales, la infinidad de sectas que pululan en la parroquia, tuvieron que
cerrar sus puertas por traslado. Efectivamente, estaban todos en la Iglesia Católica y
los que no se atrevieron por aquello del qué dirán, como los pastores, profetas y
otras jerarquías internas, enviaron a sus hijos o a los del vecino con una bolsa de
plástico llena de tierra. Cuando se trata de asegurar el cocido cotidiano no se hacen
ascos a las bendiciones, vengan de la mano que sea, entonces se caen las barreras
sentimentales, doctrinales, los prejuicios y los tabúes.
Paso de lado los detalles de la ceremonia y no me meto a juzgar si hay relación
de causa a efecto entre las rogativas y las lluvias, pero lo cierto es que este año
hemos tenido la mejor cosecha desde que comenzamos la campaña agrícola hace
seis años. Al cabo de pocos días llegaron los ansiados chaparrones cuando
solamente nos faltaban por cubrir unos 60 metros cuadrados y pudimos terminar todo
sin mayores incidentes.
Pero no era el único mal que nos atormentaba durante este tiempo. En todos
los años que yo llevo en esta parroquia, que son un buen montón, nunca nos había
faltado el agua. Las restricciones comenzaron de forma muy esporádica el año
pasado y se iban haciendo cada vez más frecuentes a lo largo del presente. Pero no
todos tenemos el mismo espíritu de resignación ante los males que nos acosan.
En nuestra vecindad vive un médico al que solamente le llegaba el chorrito de
agua a altas horas de la madrugada. Había escrito infinidad de cartas de protesta sin
resultado alguno. Alguna persona malévola tuvo la infeliz ocurrencia de insinuarle
que nosotros éramos los responsables de lo que ocurría porque habíamos puesto
una cañería pirata a partir de la conducción general, que pasa rozando nuestros
edificios, con el fin de suministrarnos abundantemente el agua.
El pobre médico, que es un buen profesional, pero miope de modales, nos
denunció a todos los sitios posibles sin tener la amabilidad de visitarnos primer o
para cerciorarse de la exactitud de la información. Pero es que al buen hombre,
excelente profesional como digo, pero un tanto estrecho de espíritu, se le ponían los
pelos de punta cada vez que llegaba a su casa después de una intensa jornada de
trabajo, se metía en la ducha, abría el grifo y en lugar de sentir el frescor del agua
recorriendo su sudoroso cuerpo, oía unos ligeros silbidos como de burla, producto
del aire encerrado en las cañerías en el momento de recobrar su libertad.
Pero lo que peor le sentaba es que, vestido con un meyba y una toalla sobre
los hombros, se acercaba al seto a ver lo que pasaba al otro lado, y al ver con qué
alegría nuestros albañiles seguían haciendo el mortero y el agua sobrante
deslizándose perezosamente colina abajo, le sacaba de sus casillas, cogía el
teléfono encolerizado e incordiaba a todo aquel que pensaba podría hacer algo para
arreglar tan injusta situación. Su obsesión, su ceguera, sus enfermizos
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Kilima 1 - Diciembre 1985 -- Kilima 67 Diciembre -2005

  • 2. 2
  • 3. 3 INTRODUCCIÓN A medida que iba conociendo la realidad africana, me iba dando cuenta de las graves necesidades que padecían sus gentes, a algunas de las cuales nadie prestaba atención, como era el caso de los discapacitados físicos, consecuencias en general, de la poliomielitis. No sé por qué razón, me sentí fuertemente interpelado por su situación y me pareció que debía intentar hacer cuanto estuviera de mi parte para mejorar su estado. Pero, ¿cómo conseguir nada sin disponer de unos fondos?. Aproveché las vacaciones para sensibilizar algunas personas sobre este problema y conseguí que un buen grupo me ayudara a llevar a cabo esta labor que me parecía de gran importancia. Lo que me interesaba era poder crear un centro en el que fueran atendidos y disponer de unos fondos que me facilitaran su mantenimiento. Así nació el Centro KILIMA CHA KITUMAINI cuya traducción significa “La Colina de la Esperanza”. Se llama “colina” porque está en un alto y el nombre en swahili responde a la situación política del momento, puesto que estaba prohibido todo nombre occidental o de advocación religiosa. Tampoco estaba permitido bautizarse utilizando los nombres de Pedro, María, etc. Todo debía rezumar “color zaireño”, era la época de la autenticidad. El grupo de colaboradores que surgió como fruto de mis contactos, charlas, visitas a parroquias, etc., se comprometía a ayudarme fielmente en la medida de sus posibilidades, no de una vez por todas, sino mensualmente. De ésta manera, este grupo aseguró la continuidad del Centro y me parecía que por mi parte estaba obligado a tenerles al corriente, no sólo del avance de los trabajos sino también de todo tipo de incidencias que estaban relacionadas con el Centro.
  • 4. 4 Ese fue el motivo que me movió a sacar esta pequeña publicación, para que todo el mundo estuviera al corriente de cómo se empleaba el dinero, de los avances de las obras y de los sucesos relacionados con el mundo de los discapacitados. Al mismo tiempo, podría servir para agradecer a todos los que están metidos en este grupo, ya que el mantenimiento de su compromiso a través de tantos años, ha hecho posible el funcionamiento del Centro. A medida que pasaba el tiempo, veía que hablar de lo mismo es no sólo cansino sino que resultaba repetitivo y decidí abrir el horizonte e incluir en la revistilla algunos sucesos del entorno, comentarios sobre la situació n política, usos y costumbres de los congoleños, etc. Lo importante es mantener viva la llama y hacer que la relación del Centro con los colaboradores sea lo más fluida posible. Xabier KILIMA Nº1 diciembre 1985. Queridos amigos: Suelen decir que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Por eso, cada vez que voy de vacaciones, procuro mostraros la marcha de nuestro Centro, para que viendo apreciéis vuestra obra, os sintáis vinculados a ella y constatéis el progreso que de año en año vamos realizando con el esfuerzo de todos. Precisamente, para que estéis más al corriente de nuestra andadura, me gustaría tener más relación con vosotros, enviaros, por ejemplo, una circular de vez en cuando, relatándoos los pormenores de la vida de cada día, nuestras aventuras y desventuras, nuestros éxitos y fracasos, nuestros gozos y penas, nuestras esperanzas y limitaciones. Voy a procurar que así sea y éste podría ser el primer número. De esta forma quiero evitar el que mi único contacto con vosotros se limite a la felicitación navideña, para que mi carta no sea una más de la muchas que os llegan por estas fechas, unas sinceras y otras de mero compromiso, y nadie pueda pensar que mi agradecimiento y mis deseos de paz, felicidad,... sea n simples fórmulas de rutina muy propios del momento. Os recordamos con frecuencia, aun sin conoceros a todos personalmente. Los niños en sus oraciones suelen decir: “por nuestros padrinos, para que Dios...”. No podemos olvidar a quienes nos proporcionan el sustento cotidiano y los medios para combatir las consecuencias de la invalidez producidas por la polio.
  • 5. 5 Este año hemos comenzado el curso con 107 (niños y niñas) y 11 madres con sus retoños minusválidos que han venido para recibir atención sanitaria, y tratar de enderezar sus maltrechos cuerpos, para que el año próximo puedan incorporarse al pelotón de los mayores e iniciar su formación intelectual. Otras tantas están a la espera de que se libre un hueco para venir con sus hijos que sufren el mismo ma l. Hasta ahora habíamos podido admitir a todos los que se presentaban, pero a partir del curso 86-87, habrá que preparar el cartelito que diga: “No hay entradas”. Tenemos todavía dos pequeños dormitorios pero no los podemos emplear porque uno se ha transformado en clase de costura y el otro en almacén de alimentos. En el taller de costura nos ocurre lo mismo. El número de alumnos supera la capacidad de acogida de la sala. Nos hemos visto obligados a acondicionar otros locales que en un principio estaban destinados a fines distintos. Pensábamos que habíamos construido un complejo grandioso y, en poco tiempo, sin anuncios en los periódicos ni en la televisión, nos hemos quedado cortos y empezamos a tener una sensación de asfixia. Esta situación nos obliga a pensar seriamente en la construcción de un nuevo edificio pero las arcas no nos permiten afrontar los gastos de semejante proyecto. He solicitado ayuda a varios organismos. En la próxima carta os escribiré el resultado. Mientras tanto, que cada cual ponga una vela a su santo preferido y que “aiga” suerte. Ultimamente hemos contratado los servicios de un fisioterapeuta y un relojero, con lo cual ascienden a 19 el personal contratado por el Centro: 4 religiosas, 2 cocineras, 2 vigilantes nocturnos, 2 maestros de costura, 6 maestros de la escuela primaria, un técnico para la fabricación de muletas, bastones, etc., y los dos antes citados. Todo el personal esta pagado por el Centro, menos los seis maestros de la escuela primaria que reciben su sueldo del estado, pero son tan mal retribuidas que nos vemos obligados a darles un sobresueldo para que puedan comer en sus casas y no se queden dormidos sobre el pupitre a la hora de impartir sus clases. Durante mis vacaciones, me he encontrado siempre con gente dispuesta a regalarme material, máquinas, herramientas para el Centro. Con gran pena de mi parte, me veía obligado a rechazarlo porque no conocía una forma para hacerlos llegar con seguridad. Lo intenté varias veces inútilmente. Una de las veces 500 Kg. de telas, piezas, accesorios, hilos, etc., se evaporaron en el camino. Solo llegaron a mis manos 28 Kg. A pesar de las reclamaciones, no conseguí más que perder el tiempo, la paciencia y la alegría. Desde el año pasado, he encontrado un medio seguro y ba rato. Lo único que tengo que pagar es el transporte Bilbao - Amberes. Desde allí hasta la puerta del Centro de Minusválidos no tengo que preocuparme ni de transportes, ni de aduanas, etc. He enviado dos cajones de 800 Kg. de peso y han llegado intactos, g racias a la intervención de un belga, que es un entusiasta del Centro y ha conseguido que la empresa en la que trabaja se haga cargo de cuanto viene destinado a los minusválidos. Pero se jubila dentro de unos meses, tal vez un año. Quiero aprovechar el tiempo que le queda. Os envío una lista larga, muy larga de material que sería de gran utilidad, tanto para el mantenimiento de los edificios y
  • 6. 6 talleres, como para el esparcimiento y recreo de los niños. No os pido que lo compréis, hacéis más que de sobra con vuestra participación constante en el mantenimiento de este Centro. Quién tenga posibilidad de conseguir algunas de estas cosas, por su trabajo o por sus amistades, puede depositarlas en la Delegación de Misiones, Bailén 7 y 9 Tels.: 4 15 15 49 y 4 15 46 18. (piso segundo). De toda la relación que os envío, algunas cosas se pueden encontrar aquí, pero el recibirlo de vosotros me permite dedicar mi atención en resolver otros problemas. Taller de costura: máquinas de coser y de hacer punto. Telas, hilos de máquina y de bordar, botones, cremalleras, elásticos, puntillas,.... Taller de ortopedia: remaches, hebillas de sandalias, clavos de 2, 3, 4 cm., Tuercas de 4 cm. de largo y 8mm. de diámetro y sus tornillos. Cuero, cola, accesorios para taladro: brocas, cepillos, alicates, gubias,.... Material de mantenimiento: interruptores, enchufes, cerraduras,... Material de oficina: Marcadores, grapadoras, papel celo, folios para multicopista o fotocopias,.... Varios: Medicinas, azadas, rodamientos para el molino: 62206, 6206. Para los niños: material de atletismo: pesos discos, jabalinas, balones, pelotas de tenis,... Instrumentos musicales: guitarras, armónicas, melódicas, flautas. Juguetes sencillos (sin pilas y no bélicos), muñecas, parchís, damas, coches, arq uitecturas,.... Hasta hace casi dos años, el Centro estaba dirigido por las religiosas Misioneras Dominicas, pero por motivos ajenos a su voluntad, se vieron obligadas a marcharse a otra provincia. En su lugar vinieron las religiosas de San José. Es una congregación totalmente Zaireña, de reciente fundación. Son dinámicas, trabajadoras y los minusválidos se han acostumbrado fácilmente a ellas. Por iniciativa propia, han decidido que van a predicar en todas las parroquias de Likasi (19), para concienciar a la gente del problema de los minusválidos y tratar de buscar la mejor manera de reinserción social, una vez que éstos hayan terminado sus estudios y tengan que volver a su familia, a su barrio, a su ambiente. No nos faltan proyectos, nos sobra ilusión, aunque nos damos cuenta de nuestras limitaciones humanas y financieras. Somos realistas y andamos con pasitos cortos para no tropezar, pero estoy seguro que con vuestra compañía podemos llegar muy lejos. Durante estas fiestas de Navidad, tratemos de ser mejores, de ser hermanos los unos de los otros, porque “aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón... habrá nacido en vano”. Celebremos la Navidad sin temor, porque el Señor no vino a juzgar a nadie, no nació para condenar. Por eso apareció en el mundo como un niño. Tenemos motivos para el júbilo, la alegría y la fiesta: Dios se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros. KILIMA Nº 2 agosto 86 Queridos amigos:
  • 7. 7 Hoy os llega el Nº2 de la “revista” KILIMA, la revista más informal para gente formidable. Voy a tener que escribir a un espacio, porque después de tanto tiempo transcurrido, hay mucho de qué hablar. A mediados de enero aterricé por estas tierras con la intención de pasarme unas pocas semanas, pensando en mi ingenuidad, que la avalancha de prendas, material y artículos varios, como respuesta a mi llamada en el primer número de KILIMA, iba a inundar la Procura Diocesana. No quería que los que allí trabajaban, estuvieran de uñas contra mí porque les iba a faltar sitio incluso para colocar sus gabardinas. Por eso me presenté yo mismo para la recogida, embalaje, envío, etc. En la delegación todo estaba en calma, la borrasca no había llegado y el hombre del tiempo ni siquiera predecía tormenta. Hubo alguna que otra llamada telefónica pero sin consecuencias. Pasaban los días y tenía la impresión de las cartas no habían llegado y pensando en lo que tantas veces se dice por ahí; “¿o s llega el dinero?” ”¿No se queda gran parte en manos del personal administrativo en lugar de enviarlo todo?”. Sentía necesidad de gritar: “Mi caso es distinto, yo mismo llevo las mercancías sin miedo a que se extravíen en el camino. Transcurrió el primer mes sin que nada se presentase. Tuve que comenzar a comprar las cosas más imprescindibles: remaches, hebillas, azadas, material de ferretería, hilos,...y me gasté lo que tenía, comprando un poco de todo. Por aquellas fechas yo debía tener una cara de dar lástima, según decían; pero no fue eso lo que motivó que una docena poco más o menos de bilbaínos, unos por amistad, otros por compromiso cristiano, otros porque son colaboradores del Centro y otros por solidaridad con el Tercer Mundo, se movilizaron a tope. Preguntaron a sus amistades, en los comercios donde regularmente hacen sus compras, descubrieron direcciones y el material fue llegando. También el grupo de Madrid se puso en pié de guerra y entre todos se pudieron llenar tres cajones con un peso ne to aproximado de unos 2.000 Kg. El Centro podría continuar. Objetivo cumplido. De mi estancia en Bilbao dependía en parte la continuidad del Centro y lo que yo pedía era algo que cada uno hubiera podido proporcionarme sin grandes gastos, únicamente dando a conocer de lo que se trataba en los distintos comercios donde habitualmente sois clientes. A mi modo de ver se trataba de cosas muy sencillas, corrientes, y no demasiado caras: juguetes, hilos, papel, lápices de colores, clavos, herramientas de trabajo, telas, botones... Yo os agradezco vuestra cuota mensual que nos permite seguir funcionando, pero fue una pena ese ¿desinterés? ¿olvido? ¿pensar que ya habrá quien lo haga?, que me obligó a gastarme los ahorros en cosas que podían haber salido generosamente de gente de buena voluntad. Algunos se molestaron porque no quise coger ropa usada o juguetes un poco estropeados, al fin de cuentas son “para niños pobres”. Si, es cierto, pero hacer más de 10.000 Km. de transporte para regalar un coche al que le falta una rueda o un pantalón que está muy bien pero que no cierra la cremallera, o una camisa que ha perdido el color, creo que no merece la pena. Que uno que reciba una cosa que viene de tan lejos, sepa descubrir en esa cosa no un deshecho de una sociedad que vive en la “abundancia”, sino una muestra de amor y espíritu de compartir lo que tenemos con aquellos que no lo tienen.
  • 8. 8 No estoy molesto, ¡sólo faltaría eso!, porque vosotros sois el cordón umbilical que da vida a esta criatura, pero me gustaría que la próxima vez, si es que habrá otra “próxima vez”, lo tomarais como algo personal, como un compromiso, como una acción que nos empuja a molestarnos, a dar a conocer, a buscar más colaboradores, porque lo que tú no hagas, seguramente que no habrá otro que lo haga por ti. Y entre todos vamos a tratar de implantar el Reino de Dios, dando de comer al hambriento, vestir al desnudo, consolar al triste,... Al poco de mi regreso, comenzamos los preparativos para visita del cirujano traumatólogo Belga, el Dr. Albassir, profesor de la Universidad de Lieja, que se había ofrecido a venir para operar gratuitamente a cuantos minusválidos le presentáramos. Iba a permanecer dos semanas y se comprometía a efectuar 40 operaciones. La dificultad estaba en encontrar las camas necesarias ya que en el internado no hay ninguna de sobra. Los Lion’s Club de Likasi fueron los que habían planeado toda la operación y ellos fueron los que se pusieron en movimiento inmediatamente. Se presentaron con un camión cargado de camas en perfectas condiciones. Eran de una clínica holandesa que había recibido otras mejores y se desprendía de éstas. Estaban en perfectas condiciones: eran 30. Faltaban 10 y no había quien tuviera más. Así es que a los más pequeños del internado los metimos de dos en dos en cada cama hasta librar las que faltaban y cumplir con el número solicitado. Tuvimos que desalojar la sala de reeducación para acomodar todas las camas porque no teníamos otro local donde colocarlas. Los Lion’s se pusieron en contacto con la dirección del hospital de la empresa minera para que se efectuaran en ella las operaciones y cuando los enfermos estuvieran fuera de peligro del efecto de la anestesia, ingresarían en nuestro Centro para recibir en él todos los cuidados postoperatorios hasta su total curación. El Doctor llegó el lunes por la tarde y sin quitarse la corbata se puso a pasar consulta. Sin que apareciera la noticia en los periódicos ni se anunciara por la radio, todo el mundo estaba enterado de la llegada del cirujano. Había ve nido mucha gente de Kolwezi (180 Km) y de Lubumbashi (120Km) para entrevistarse con él. Cojos, mancos, lisiados, válidos y minusválidos se apelotonaban ante la puerta de entrada de la sala de reeducación y no había forma de atravesar la barrera. Nadie quería ceder su sitio por miedo a perder la plaza y quedarse rezagado. Ni a mí me dejaban paso. Fue difícil poner orden y ni la monja ni nadie conseguía ponerles en fila para que desbloquearan la puerta y pudieran entrar y salir la gente, que como yo, venía a saludar al médico o a recibir órdenes suyas para ponerse de acuerdo sobre los enfermeros que deberían atender a los pacientes. Cuando ya eligió los cuatro casos con los que iba a comenzar la jornada del día siguiente, despidió a los demás hasta la próxi ma tarde. Muchos eran de Likasi, pero las distancias son grandes. Algunos no tenían dinero para coger un taxi y ya no circulaban los “autobuses urbanos”. Sus casas se encuentran a unos 7 o 10 Km. de distancia. A los de Kolwezi y Lubumbashi les dejaron dormir en la sala de reeducación. Entre las cuatro monjas que atienden el Centro, no había ninguna enfermera; Hay una aficionada, que vale para poner una inyección en caso de apuro, pero unos cuidados postoperatorios son algo serio para que puedan depender de la habilidad
  • 9. 9 de una “banderillera”. Varias señoras europeas, enfermeras tituladas pero que no ejercen, se ofrecieron para vigilar los enfermos haciendo turnos de día y noche. Esto se iba arreglando. El hospital está cerca del Centro, a unos 500 m. El médico comenzaba a trabajar a las 8 de la mañana. Por la tarde la ambulancia nos traía las víctimas enfundadas en sus camisolas de operados y con las piernas en su mayoría escayoladas. Lloros, inyecciones, exámenes de la herida. Aquello iba en serio. Por la tarde llegaba la baraúnda, esperando camelar al médico. Tuvimos que colocar en la puerta a un trabajador con blusa nueva a modo de uniforme y una estaca larga en la mano, para que los recalcitrantes. “oyesen por la espalda” o “por la cabeza” (según dónde se les diera) lo que sus oídos no eran capaces de entender. Durante dos semanas, menos los sábados y los domingos, tuvimos la misma murga. La sala de reeducación se había convertido en auténtico hospital: Camas levantadas de un lado, piernas colgando, mercuriocromo abundante en las escasas carnes de los pacientes, gritos de dolor, sueros gota a gota... 46 personas pudieron ser intervenidas, algunas varias veces. Todos han salido encantados. Algunos no eran poliomielíticos, pero por deformaciones del pie, tenían que usar bastones. Han salido andando por su propio pie, tiesos, con pantalón nuevo, queriendo olvidar que durante un tiempo habían sido minusválidos. Lo mejor nos ha ocurrido con una chica preciosa (ahora), antes horrorosa, de unos 17 años, que vino andando auténticamente de culo y con los músculos totalmente separados para poder desplazarse, tendiendo que adoptar una postura impúdica e indecente. Era muy alegre y en cuanto se le pasó el miedo de estar fuera de casa por primera vez, nos hicimos muy amigos. Ha sido la última en salir. Ha tardado tres meses y medio y a pesar de todo tiene aún una pierna escayolada. Los últimos días ella había permanecido sola en el Centro acompañada únicamente de su madre, pero sus hermanos venían a visi tarla y a enseñarla a andar con las muletas. Anteriormente habíamos tenido problemas con la madre. Se escapaba del Centro y agarraba cada melopea impresionante. Después se metía con todo el mundo, insultaba, amenazaba, ridiculizaba, etc. las demás pers onas que se encontraban allá para cuidar de sus hijos o hermanos, se sentían molestos. Las cosas se iban poniendo cada vez peor y un día tuvimos que despacharla para evitar que llegaran a las manos. Apareció al cabo de dos semanas humilde y pesarosa de su mal comportamiento, con los ojos inundados de lágrimas y sollozando sin poder apenas hablar, de lo que sufría al estar separada de su hija que nadie como ella sabía cuidarla. Las monjas se apiadaron ante tanto llanto y la permitieron que volviera. Efectuó un cambio radical, se convirtió en la mujer más ejemplar, trabajadora, callada, alegre, bromista, etc. y así todos los días sin poner mala cara, hasta que las mojas decidieron que por el momento no había más que hacer por la hija y las despidieron hasta que llegara el momento de que se le quitara la escayola. Un día que me vio su madre, cuando ya la hija había comenzado a dar los primeros pasos, me vino de lejos, medio de rodillas, echándose polvo por la cabeza y por los hombros. Yo no oía lo que decía y pensaba que le había dado al porrón. Cuando ya pude entender lo que decía quedé emocionado. Quería agradecerme por cuanto había hecho por su hija. “Jamás hubiera pensado –decía- que mi hija pudiera andar. Dios es grande y tiene misericordia de los pobres, ante El no somos más que polvo y barro. Tú has hecho posible el milagro, tu eres mi Dios el la tierra. Que Dios
  • 10. 10 te bendiga eternamente”. Y seguía postrada a mis pies echándose polvo del camino sobre su cuerpo para mostrar su pequeñez. Me quedé sin saber qué decir. Yo miraba para mis adentros y me sentía avergonzado por las alabanzas de aquella mujer. Por una parte, eran el cirujano y las monjas los que habían efectuado el “milagro” y por otra, me veía yo mismo más como diablo que como Dios, más aflora en mí el pecado que la gracia. Después de un largo silencio en el que yo rumiaba todos esos pensamientos, le di las gracias y le aconsejé que así como yo había sido la mano de Dios para hacerla feliz, ella, en reconocimiento, hiciera otro tanto con aquellas personas con las que se encontraría en su vida abrumadas por el dolor, el hambre o el sufrimiento. Que la mano de Dios continuara trabajando a través de nuestras actitudes y de nuestras disposiciones. Le di la bendición y la despedí aconsejándola que dejara de echarse más polvo sobre su cuerpo porque ya estaba bien pringada. Tan bien habían sido recibidos y tan a gusto se encontraban en esta casa, que les pareció que tendrían que llevar algún objeto del Centro como “recuerdo”. El hermano mayor se cogió ocho mantas y unos juguetes de los niños, y la madre un cartón lleno de alubias. Ya sabíamos que en su casa pasan mucha hambre porque no hay nadie que trabaje pero que intenten satisfacer su apetito a nuestra cuenta, no nos pareció un buen procedimiento para agradecer nuestros desvelos después de haberse pasado tres meses y medio comidos, atendidos y cuidados sin pagar un real porque conocíamos la situación precaria de la familia pero no queríamos que la niña quedara minusválida por falta de medios económicos de la familia. Nadie se dio cuenta de este “exceso de cariño”, si no fuera porque al día siguiente la policía se presentó con cuatro mantas que las había cogido en el mercado a un chico que las estaba vendiendo y quería saber si las recono cíamos. Todas nuestras ropas del Centro estaban marcadas, precisamente para evitar “despistes”. Efectivamente, eran las nuestras. Le metieron al chaval en la cárcel y no sabemos lo que le habrán hecho. Estoy casi seguro que no durmió muchos días en su celda. El gasto que tuvimos de medicinas, alcohol, vendas, escayolas, jabón, etc. fue mucho mayor de lo que habíamos previsto. Tan es así que al cabo de una semana, ya no temíamos los robos porque los armarios estaban vacíos. Tuvimos la suerte de que el hospital nos proporcionó cuanto nos hizo falta y así pudimos llegar a la operación 46. En adelante, los antibióticos, anti -inflamatorios, vitaminas, pomadas de masaje, habrá que buscarlas donde fuera, porque desde ahora en adelante el cirujano de aquí, que trabajó con el Sr. Albassir, ha decidido continuar por su cuenta y para ello hemos preparado un dormitorio con 15 camas transformándolo en sala hospital. Esto no da más de sí. Dentro de poco recibiréis otro número de KILIMA. Esto va en serio. Kilima Nº 3 Octubre 86 Queridos amigos:
  • 11. 11 Como os decía en el número anterior, esto va en serio y aquí tenéis la prueba. No puedo garantizaros un ritmo fijo. A veces pasarán dos meses, a veces cuatro, todo dependerá del tiempo, del humor y de los acontecimientos, pero recibiréis una información detallada de los sucesos más importantes del Centro. Es una pena que la fotocopiadora de la empresa donde me hacen gratuitamente este trabajo, sea un modelo entrado en años y no acierte a reproducir con exactitud las fotografías. Aparecen manchas blanquinegras en las que se adivina de lo que se trata, pero se pierde lo más importante: la expresión de las caras, el gesto, el detalle. ¡Qué le vamos a hacer!, a pesar de sus deficiencias nos permite comunicarnos, mantener la amistad y la ilusión de trabajar conjuntamente por una causa que merece la pena y a mí me parece que esto es lo más importante. Ya hemos comenzado el año escolar 86-87. ¡¡¡ Estamos a tope!!!. Hace tiempo que hemos puesto el cartelito de “No hay entradas”, pero la gente sigue presentándose con la esperanza de que a pesar del anuncio, a lo mejor hay una forma de encontrar un hueco, un rinconcito donde colocar aunque s ea una estera para que su hijo fuera admitido. En el internado hemos “metido” 106 alumnos minusválidos después de haber juntado las camas al máximo. Por si esto fuera poco, hemos preparado un local con 15 camas para que el cirujano del hospital que trabajó con el Dr. Albassir, pueda continuar dicha experiencia. Todas las camas están ocupadas y ya han pasado por el quirófano, al parecer satisfactoriamente. Los enfermos están acompañados de sus respectivas madres y a ninguna de ellas le falta su churumbel a la espalda. De esta forma, el berrear de los bebés rompe con la monotonía del traqueteo de las muletas y pone una nota de calor hogareño que disminuye la sequedad del régimen austero de todo internado. Tenemos una lista de más de 70 personas que esperan su turno. Algunos vienen de muy lejos. Uno de los operados es Mbuji-Maji (1.800 Km) y otro de Kalemie (900 Km) y cada día siguen presentándose nuevos casos. Nunca habíamos pensado en instalar un hospital en el Centro, con laboratorio, rayos X y sala de operaciones, pero sin querer estamos dando los primeros pasos, puesto que los enfermos son trasladados al Centro inmediatamente después de la operación y aquí reciben todos los cuidados postoperatorios y las sesiones de rehabilitación. Me puse a hacer números y cayeron por tierra todas mis ambiciones, porque por pequeño que fuera, los gastos de mantenimiento, salarios, medicinas, etc., superan los cinco millones. Yo creo que nos harían falta siete millones por año. No es nada, sobre todo si tenemos en cuenta el servicio que prestaría a la gente. Entonces sí vendrían de toda la geografía zaireña, pero supera con mucho nuestras posibilidades y digo “nuestras” porque os incluyo a todos vosotros. En otro número hablaremos de las cotizaciones, gastos, entradas y salidas para que tengáis una idea exacta de cómo andamos. Lo que temo es que un día el hospital que nos atiende, al ser privado, - pertenece a la empresa minera -, se canse de todo lo que molestamos y nos cierre las puertas. Entonces caerá todo abajo y volveremos a aceptar únicamente lo casos fáciles que pueden ser corregidos a base de escayolas sucesivas, enderezando sus miembros poco a poco y obligarles a hacer mucha gimnasia y masajes para que queden lo más derechos posible. Así comenzamos, y viendo cómo anda la empresa,
  • 12. 12 no me extrañaría que volviéramos a los orígenes, teniendo que abandonar a tantos cuya única esperanza de curación es nuestro Centro tal como funciona últimamente. Pero lo que yo quería contaros esta vez, no era el comienzo del curso, sino una fiesta que dimos hace unas semanas, que por llamarla de alguna manera, la llamamos “Día de Acción de Gracias”. Se trataba de agradecer de forma oficial y solemne a cuantos han colaborado en la construcción y mantenimiento de este Centro. Nunca habíamos celebrado nada hasta ahora, ni la puesta de la primera piedra ni su inauguración. No me gusta la publicidad y rehuyo los honores porque si he hecho algo, no es debido a mis propios méritos, sino a la suerte que he tenido de conocer gente tan entusiasta que me empuja a hacer aquello que yo solo sería incapaz de realizar. Es la primera vez, desde que comencé a trabajar con los minusválidos allá por el año 74, que metemos un poco de ruido y organizamos un acto oficial, sin banda de música ni gigantes y cabezudos, pero con invitaciones y programa de fiestas, para aquellos que nos ayudan a solucionar los problemas de cada día: averías, abastecimiento, medicinas, etc., y también para todas las autoridades civiles y militares de la plaza. (Aunque luego ninguna de ellas estuvo presente). La finalidad no era darnos a conocer ni mostrar lo mucho y bien que trabajamos, sino agradeceros a vosotros porque os lo merecéis, lo mismo que a los que nos echan una mano diariamente y también a tantos y tantos anónimos que por medio de los diferentes organismos de ayuda al Tercer Mundo, saben desprenderse del fruto de su trabajo para compartirlo con aquellos que tienen más necesidad. Es una pena que las distancias sean tan grandes que hayan impedido vuestra presencia en esta fiesta. Comenzamos el día con una misa celebrada a las 9 de la mañana en el salón de actos. Yo estaba emocionado recordando cómo empecé y a dónde he llegado. Miraba a los presentes pero mi pensamiento estaba muy lejos. Me acordé de todo s vosotros, que seguís día tras día manteniendo vuestro compromiso y haciendo que el oxígeno no nos falte para que el Centro siga funcionando. Rezaba por aquellos con los que comenzamos esta obra y ahora nos ayudan desde el cielo: José Telleria, Julio Arranz, Marcos Ugarriza, Jesús Intxaurraga, M. Berta Intxausti, M. Goya Basabe, Margarita Berganza, Germán Fuentes, Jesús García Vicuña, Felisa Uriarte, Ramona Blanco y tal vez otros de los que no haya recibido notificación. (Cuando ocurra la defunción de alguno de los suscriptores, comunicádmelo por favor, para que desde aquí pueda unirme a vuestras oraciones). Tuve en cuenta los diferentes organismos que nos han ayudado en la construcción de los edificios: Misereor, Manos Unidas, Amigos del Tercer Mundo, Santa Infancia del Vaticano, Nederland Comité Voor Kinder. Pensaba en los presentes, especialmente en los zaireños, para que tomaran conciencia de que no era una obra de europeos con fines propios o de propaganda, sino una obra subsidiaria, dadas las deficiencias del Estado, las necesidades del país y de las que debieran sentirse responsables, ya que está en juego el porvenir de sus hijos minusválidos. Después de la misa hubo cantos, bailes, ejercicios gimnásticos y una representación teatral, todo ello realizado por los minusválidos. La función terminó a las 11:30 h. A la salida nos esperaba un grupo de acróbatas locales que realizaron
  • 13. 13 unos números increíbles de contorsionismo y saltos mortales dignos del mejor de los circos. Los nuestros, a pesar de sus muletas y de sus piernas tiesas, no se quedaron atrás, incluso algunos de ellos fueron contratados por los acróbatas para trabajar en la misma “troupe”. La mayor parte de los europeos que asistieron al acto trajeron algún regalo para los críos. El director de la cervecera nos ofreció dos barriles de cerveza para “refrescar” a los asistentes y festejar con los críos. Para los más pequeños trajo varias cajas de limonadas. Sus respectivas señoras vinieron bien cargadas de panecillos, galletas, caramelos y todas clase de chucherías. Los chavales se olvidaron de la comida, que ese día era de gala, y asaltaron como salvajes la mesa donde estaban las golosinas comiendo a manos llenas, sin tiempo para saborearlas. Era como una carrera contra-reloj. Muchos de ellos no volverán a probarlas hasta el año que viene si es que de nuevo organizamos un festejo parecido. Me gustaría que esta fiesta quedara incluida para siempre en el calendario escolar. Hubo que prohibirles que terminaran todo en el momento, porque por una parte era tal su ansia por comer que no sacaban gusto, y por otra parte, temíamos las consecuencias que podrían acarrearles. No les gustó la medida. Hubo disgustos, broncas y malas caras, pero para entonces ya había tres chicos junto al barril de cerveza que mostraban cierta dificultad en la locución y no acertaban a manejar las muletas con seguridad. La medida preventiva fue comprendida al día siguiente, porque fueron pocos los que pudieron dormir de un tirón y se pasaron la noche haciendo fila en los servicios. Por la tarde tenían programados partidos de fútbol, atletismo, concursos, etc., pero ninguno se encontraba con ánimos. Menos mal que no tuvimos visitantes, porque hubiéramos quedado en ridículo. Permanecían tumbados al sol. Apenas si tenían ganas de hablar. j Habían comido más de la cuenta, lo cual es mucho decir, porque tienen unos intestinos de una elasticidad sorprendente, pero estaban “inflados” Habían engullido lo que tantas veces habían deseado pero no habían tenido ocasión de probar. Unos cinco o seis enfermaron como consecuencia de la hartada, pero a los tres días estaban como nuevos. Para algunos de los zaireños que asistieron al acto, era el primer contacto que tenían con el Centro. Quedaron impresionados tanto del número de los minusválidos como de su desenvoltura y prometieron ayudarnos en lo que pudieran. Uno de ellos ha agilizado toda la tramitación para que el minibus que habíamos pedido hace más de un año, y cuyo “dossier” se iba empolvando de despacho en despacho, llegara al que tenía posibilidad de conceder su acuerdo; y al poco tiempo nos llegó el vehículo. Es un SAVIEM SG2 retirado ya de la empresa, muy entrado en kilómetros, pero que todavía anda. Solamente, que dada su edad y lo mucho que ha trabajado, es un tanto reacio a ponerse en movimiento y hay que emplear todos los trucos imaginables para que se decida a andar, incluso provocarle echándole un chorrito de gasolina en el filtro para que se caliente de verdad. Entonces arranca con furia y todavía le quedan fuerzas para acarrear con las mercancías que le cargamos sobre sus espaldas. Es de gasoil. No sé si encontraremos una fórmula para domesticarle en los pocos años de vida que le quedan. Cuántas veces me habéis dicho “no nos des la tabarra con tus “graci as”. Es verdad, puedo parecer pesado y soltarlo a destiempo, pero es que me faltan palabras para expresar mi estado de ánimo. Sé también que no soy yo quien debiera
  • 14. 14 agradeceros, pero estos niños que reciben vuestro apoyo, están tan lejos, que no pueden veros y sienten no conoceros. Incluso pienso, apurando más las cosas, que tampoco son los niños quienes debieran agradeceros, sino el Padre, porque habéis sido atentos y fieles a su palabra y queréis mostrar con vuestro gesto las convicciones que lleváis dentro, aunque no siempre seamos tan fieles como quisiéramos. Pero son mis manos las que cogen el dinero y reciben el paquete, mis ojos quienes ven el trabajo que estáis haciendo, mis oídos quienes escuchan vuestras innumerables ideas de cómo ayudar más y mejor, etc. Soy yo, en resumidas cuentas, el que recibe el primer testimonio de vuestro amor, comprensión, generosidad, etc., por eso os digo “gracias” en su nombre y no me atrevo a decir nada en nombre del Padre. Ya os lo dirá El mismo. Pienso muchas veces en vosotros, no solamente con motivo de la fiesta. Creo que son más los días que vivo “junto” que “separado u olvidado de vosotros”. Cualquier acontecimiento de la vida me hace pensar en vosotros, vivo unido en una constante Comunión de los Santos, aunque a algunos os parezca una expresión un tanto anticuada. Kilima nº 4 Diciembre -86 Queridos amigos: Desde hacía años tenía ganas de realizar una excursión con los minusválidos. La mayor parte de ellos jamás han salido del límite de sus casas, por miedo, vergüenza... Ahora que ya se desplazan con las muletas, recorren más mundo, pero aún cuando se desplazaban a gatas, no se alejaban de la puerta de su casa para no arriesgarse a sufrir las experiencias desagradables que habían tenido que soportar en otras ocasiones. Precisamente, para que veáis el poco mundo que conocen, os voy a contar lo que me ocurrió al comienzo del año escolar: Entre los ciento y pico pensionistas del internado, había una chavala de 12 años, simpatiquísima, vivaracha, alegre, trabajadora – era la primera de la clase -, pero por esas cosas misteriosas que ocurren desgraciadamente en el mundo, tenía un cáncer en una pierna y tuvieron que cortársela. Es por eso que vino a vivir con nosotros. No regresó al término de las vacaciones de verano. El mal había continuado cebándose en ella y ya la tenía sentenciada. Al principio ni me di cuenta de su ausencia. Son tantos..., hasta que una de las niñas me habló de la gravedad de su estado. Quise ir a visitarla, pero aunque conocía el barrio no sabía exactamente la dirección. Muy cerca de su casa, vive una joven minusválida de nuestro Centro que se ofreció a acompañarnos. En cuanto llegamos al barrio le pregunté el camino que deberíamos seguir entre aquel entramado de callejuelas. Me indicó sin dudarlo la
  • 15. 15 primera que teníamos delante. Me alegré de haber traído la guía porque nos iba a ahorrar mucho tiempo. Eramos el acontecimiento del barrio porque por aquellos parajes no transitan muchos vehículos y todas la chiquillería nos seguía, intentando subirse al parachoques o correr agarrados al coche. En una de éstas, la calle quedó cortada por el monte y no se podía seguir más adelante. Ella se quedó s in habla y yo me sentí molesto por semejante engaño, pero luego me di cuenta que no tenía motivos para ello. Di marcha atrás, en una calle, estrecha y llena de agujeros. Cogimos otra dirección. Ahora me aseguró que ésta sí que era la buena y por una “avenida” con unos pedruscos enormes que amenazaban el cárter y las cubiertas del coche, con un sol y un polvo que se habían encariñado con nosotros y no querían separarse ni un momento, continuamos rodando de aquí para allá ante la extrañeza de la gente que se preguntaba si no había caminos más idóneos para pasear. Me cansé de seguir las instrucciones de la pobre chavala, que no estaba violenta por el trastorno que nos ocasionaba, sino más bien por el temor a la bronca que en cualquier momento le iba a caer encima. Cansado de tantas vueltas, me bajé del coche y sin hacer más caso de sus orientaciones, pregunté la dirección a un grupo de hombres que estaban tranquilamente tomando la fresca a la sombra de un árbol. Estábamos recorriendo justamente la parte opuesta. Por fin, llegamos a la casa que nos habían indicado. Nuestra acompañante dio un grito de alegría: “Es aquí”. Bajamos del coche, nos acercamos a la puerta de la casa y no había nadie. Por allí cerca andaba un chaval, le preguntamos si conocía a la enferma y con gran satisfacción de todos nos respondió afirmativamente. Pero nos extrañó encontrar la casa cerrada y al preguntarle el motivo, nos contestó que esa no era la casa, sino la que estaba al otro lado de la calle. Otra plancha. Dimos la media vuelta. La minusválida no sabía hacia dónde mirar, a cualquier sitio menos a nuestras caras. Nos había asegurado que ella había estado varias veces en esa casa. ¡Qué alegría cuando la pequeña nos vio entrar en su casa!. Era feliz. El párroco de este barrio, el santanderino Manuel Gutiérrez, la había bautizado y llevado la primera comunión. Dos semanas más tarde recibiría la confirmación de manos del Vicario. Se la notaba cansada, pero no paró de hablar con la monja y con cada uno de nosotros. Nos contaba todas las pequeñas picias que había hecho en nuestro internado. Por un momento se olvidó de sus males. Nos despedimos de ella y la prometimos volver al domingo siguiente acompañados de todas sus amigas. Efectivamente, al domingo siguiente, 15 minusválidas tuvieron el coraje de andar siete kilómetros ida y otros tantos de vueltas, para visitar a su amiga. Hoy la tenemos en el coro de los querubines desde donde seguirá velando por la marcha del Centro. Este largo paréntesis no era más que para mostrar la soledad de muchos de estos minusválidos. Nuestra guía vivía a menos de 50 metros de esta casa y no sabía por dónde se llegaba. En general, estos niños no conocen nada que no esté en un círculo muy reducido del lugar en el que viven. Hay quienes son más espabilados y corretean sin parar, pero muchos de ellos no han tenido oportunidad de conocer otros lugares, de los que únicamente han oído citar los nombres. Por eso tenía ganas de organizar una excursión. A través del belga que me soluciona todas las papeletas, conseguimos que la empresa minera nos concediera un gran autobús con 80 asientos y 20 plazas de pie.
  • 16. 16 El autobús tenía prevista su llegada a las 7 de la mañana. Para las cinco, ya se oía el traqueteo de las muletas por los pasillos del Centro. La comida estaba preparada. No sé en qué consistía el menú, pero al menos llevábamos dos peroles grandes de arroz cocido y un cartón con vasos de plástico. Cada chaval tenía que llevar su cuchara o tenedor, el instrumento de “trabajo” que mejor manejara. A la hora fijada llegó el impresionante autobús, marca americana, que todos conocen por el BIRD BLEU “el pájaro azul”, aunque está pintado de rojo. Todos querían ser los primeros en coger plaza, pero los que antes llegaron a la puerta fueron los más torpes y no podían subir los escalones del autobús. Tuvieron que colocarse dos maestros, uno a cada lado de la puerta y levantarles en volandas. Así y todo no se podía correr, porque los que subían se desplazaban con dificultad por el pasillo del autobús y a la hora de sentarse se agravaba el problema porque no podían hacerlo con las piernas estiradas a causa de sus prótesis. Tenían que descalzarse, dejar los aparatos bajo el asiento, hacer sitio para otras personas y así sucesivamente. En total, cuando ya conseguimos acoplarnos, hicimos el recuento: 110 minusválidos, 6 maestros, 3 empleados, 3 monjas, 4 escayolados y dos curas. Yo viajaba de pie junto a la puerta. j Los mayores, como en todas partes se reservaron las últimas plazas y al poco de ponerse en marcha, comenzó la serenata que iba a durar hasta el término del viaje. Para esta primera excursión nos habíamos propuesto: llegar hasta el aeropuerto, subir a un avión y visitar un Zoo. Unos 280 Kms. Antes de subir al autobús se les advirtió repetidamente que “lo que tuvieran que hacer, lo hicieran antes de ponerse en movimiento”. Pero entre tantos, es imposible que todos se enteren de los avisos. Tal vez eran sinceros en ese momento, pero como algunos tienen unas pelvis tan deformes, no sé si el coxis les presiona la vejiga o es la cabeza del fémur lo que les impide una retención prolongada. A la media hora de marcha, ya empezaron los primeros gritos de auxilio, pidiendo que parara el autobús. Pero una cosa era parar el coche y otra sacarles de donde estaban. Había dos soluciones, o desalojar el autobús hasta llegar donde se encontraba el plañidero, puesto que íbamos como sardinas en lata, - pero corríamos el peligro de que todo el mundo tuviera los mismos síntomas al abrir la puerta -, o segunda solución, sacarlos por los aires sostenidos por los brazos de los que se encontraban delante. Optamos por la segunda, para desanimar a aquellos que hubieran tenido la tentación de aprovecharse de la parada. Qué caras de satisfacción cuando tocaban tierra firme y podían desalojar el contenido. Hubo dos o tres más que se apuntaron a la operación. La última cría, que no estaba acostumbrada a andar por los aires y en cuanto llegó donde se encontraba una monja junto a la puerta, la pobre sintió tal sensación de seguridad, que no pudo contenerse más... inundando a la monja, que en un principio se llevó un buen susto, pero luego me miró, se rió y dijo: “a esta no le ha dado tiempo”. Después de este pequeño percance continuamos el viaje. Al cabo de dos horas y cuarto llegamos al aeropuerto. Nos esperaba una azafata – porque éste era un viaje muy organizado -, que nos llevó hasta uno de los extremos, donde quedan estacionadas las avionetas. No les llamó demasiado la atención. En una de esas oímos un gran ruido, llegaba un cargo DC8. Aquello fue otra cosa, querían ir hasta la misma pista para verlo mejor. Cuando pedimos todas las autorizaciones para realizar esta visita, nos avisaron que a las 11:45h llegaría el avión procedente de Bruselas y que una vez finalizadas
  • 17. 17 todas las formalidades podríamos subir a bordo para visitarlo. Todos le esperaban con ansiedad y miraban por todas partes a medida que se acercaba la hora para ver quién era el primero en descubrirlo. Por fin apareció solemnemente por encima de la pista con un ruido ensordecedor, el DC 10 esperado. Si en aquel momento hubiera habido un terremoto, no nos hubiéramos enterado. Nuestros ojos estaban absortos por aquella masa metálica que era capaz de volar y quería ponerse en tierra. Las ruedas, los intermitentes, el ruido, el volumen, aterrorizaban y admiraban al mismo tiempo. Sentían miedo, pero no querían perderse un detalle de lo que ocurría. Yo tenía a dos fuertemente agarrados a mis pantalones. Las ruedas tocaron tierra, salió una humareda, pensaron que aquello iba a arder; a alguno se le escapó un grito mientras los demás seguían atónitos la escena. Se disipó el humo, se perdió el avión en la inmensidad de la pista. Permanecieron todos en silencio como si hubiera alguna trampa en todo ello. A los pocos minutos vieron aparecer el CD 10 de cara, lentamente, orgulloso, desafiante, dirigiéndose pausadamente al lugar del estacionamiento. En ese momento, todo el mundo comenzó a gritar y a correr para acercarse al aparato y verlo de cerca en pleno movimiento. Pero por bien que manejaran las muletas, estábamos demasiado lejos, además tampoco les dejaban acercarse hasta que se desocupara el avión. Abrieron las puertas, comenzaron a bajar los pasajeros, a descargar los bultos. Era algo increíble que una cosa tan pequeña como suele parecer cuando sobrevuela nuestro Centro, pueda adquirir proporciones semejantes y tener tanta cabida. Cuando se hubo desalojado por completo, nuestra chavalería, en un alarde de fuerza y rapidez, se presentó en la escalerilla como si estuvieran en su casa, dispuestos a subir en cuanto les dieran la señal. La azafata, como medida de precaución, les dividió en varios grupos, de forma que no podía subir el segundo sin que hubiera bajado el primero. A pesar de que llevo años con los minusválidos, pensaba que no podrían subir las empinadísimas escalerillas. No hubo problemas, los que tenían más dificultad para manejar las muletas, las dejaron en tierra y subieron arrastrándose por la barandilla. Una vez arriba, se apoyaban en los respaldos de los asientos y se pasearon sin ninguna dificultad. Únicamente tuvimos que subir a tres que tienen enormes dificultades incluso en terreno llano y a algún pequeño que ya estaba cansado de tantas idas y venidas y ya no podía ni menear el trasero pero tenía una ilusión enorme de subir al avión. Una vez dentro, daban una vuelta completa. Iban pasando sin pararse por el pasillo izquierdo, continuaban por detrás de las cocinas donde les obsequiaron con una coca-cola y volvían por el pasillo derecho hasta el puesto de pilotaje. Allí daban la media vuelta y ganaban la puerta. Fue una pena que las azafatas que se encontraban en el interior no interrumpieron su comida para explicar alguna cosa, el cine, el salvavidas, etc. A la salida, en cuanto asomaban a la plataforma de la escalerilla comenzaban a saludar a parientes y amigos imaginarios y uno de los maestros aprovechaba la ocasión para sacar unas fotos a los que estuvieran dispuestos a comprarlas luego. Todos aprovecharon para sentarse en las butacas del avión y permanecer un rato mirando a la lejanía como si estuvieran volando y trataran de localizar algún objeto extraño en el horizonte. Fue una pena que no vimos ningún despegue. Después de tantas emociones, teníamos un hambre como para comernos un elefante. No sé si era porque sabían
  • 18. 18 que íbamos a comer o por las ganas de ver otras cosas, la verdad es que se instalaron en el autobús antes que nunca y a los pocos minutos ya estabamos en marcha camino a Lubumbashi . Nos dirigimos directamente al Seminario Menor, regentado por un sacerdote catalán, José Coves, una persona amabilísima, atenta y dispuesta siempre a hacer favores. Cuando se enteró que íbamos a Lubumbashi, nos “obligó” a visitar su seminario, donde nos había preparado comida caliente para todos. El, feliz viendo la alegría de los niños y yo avergonzado porque llevábamos nuestra comida y no quiso que la sacáramos ni aceptó participar en los gastos a pesar de que tampoco anda sobrado de existencias. Dar de comer a 130 personas no es ninguna broma. El menú consistió en harina de maíz cocida y sardinas en lata con tomate. Incluso compró un buñuelo para cada uno de postre. Una comida de fiesta. Allí descansamos un poco, hicimos lo necesario para evitar posteriores pa radas intempestivas y fuimos a visitar el Zoo. El Zoo es del tiempo de los belgas. Se ve que antiguamente estaba muy bien preparado, con innumerables paseos, cantidad de jaulas y recintos, hoy en día están abandonados en su mayoría, pero todavía quedan algunas fieras que hicieron las delicias de la cuadrilla: leones, cocodrilos, osos, monos, pájaros y algunas serpientes. Los pequeños y aquellos que tenían más dificultad para desplazarse, comenzaban a dar muestras de cansancio, incluso algunos de ellos es taban tan rendidos que ni se bajaron del autobús cuando llegamos al Zoo. Ya eran las cuatro y media y decidimos regresar. Pero siempre hay descontentos a los que les parece poco y querían que diésemos unas vueltas por Lubumbashi. No hicimos caso de las quejas y tomamos dirección de Likasi. Habían pasado un día inolvidable, la primera vez que salían “al extranjero”. Volvían agotados. Los pequeños y algunos mayores se quedaron dormidos a los pocos kilómetros de emprender el regreso y se despertaban de vez en cuando para cambiar de postura y asegurarse al mismo tiempo que no habían perdido la cuchara con la que habían salido por la mañana del internado. Llegamos de noche. Al día siguiente tuvieron vacación para que descansaran de las emociones y pidiera n seguir saboreando los descubrimientos que habían hecho y que se iban completando con los comentarios de los demás. Durante muchos días, en el Centro no se habló más que del DC 10, de lo que era el avión, de cómo llevaba los asientos, etc. Aquello ha quedado grabado en sus memorias. Este número va a palo seco, sin ningún documento gráfico que amenice su lectura. Saqué un rollo de fotos durante el viaje, pero por despiste mío se estropearon todas. Y para terminar, más noticias. En el Centro estamos atravesando un mal momento. La directora se ve obligada a guardar un largo reposo y ha marchado a descansar a otra misión. Yo mismo vuelvo a Bilbao, porque me he quedado sin voz y ya llevo varios meses sin que encuentre un curandero eficaz que me devuelva la posibilidad de enfadarme y echar una bronca de vez en cuando. Os deseamos a todos unas Felices Navidades, llenas de paz, alegría y esperanza, y con el ánimo de que el próximo número pueda estar lleno de buenas noticias para todos
  • 19. 19 KILIMA Nº 5 Junio 1987 Queridos amigos: Este número debía de haber salido hace tiempo, aunque solo fuera para deciros que mis cuerdas vocales están totalmente afinadas y que mis sufridos feligreses tienen que seguir aguantando los rollos semanales mientras ruegan a todos los santos y a algunos de sus espíritus para que mi recuperación sea segura pero lenta, de forma que no pueda enzarzarme demasiado en mis sermones y sean éstos de una brevedad razonable. A mi regreso me encontré con el Dr. Albassir. Había sacrificado de nuevo 15 días de sus vacaciones para trabajar a tope por el bien de los minusválidos. Durante su estancia ha efectuado 64 operaciones sobre 32 pacientes. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que esta segunda vuelta no había sido tan apoteósica como su primera llegada. El año pasado, como era la primera experiencia de este género que se realizaba en Likasi y patrocinada por los Lion’s Club, todo el mundo se desvivió para que su estancia entre nosotros fuera un verdadero éxito. Nos trajeron sábanas, mantas, camas de recuperación de una clínica holandesa, comida, etc. Todos los atardeceres el Centro parecía un lugar de feria. Señores que venían con caramelos para los pacientes, otras que traían ropa para los más necesitados y todas querían saber si podían hacer más por ellos. Las que eran enfermeras, aunque ya no estaban en activo, se brindaron para hacer turnos y ayudar a la religiosa que entre tanto ruido y tanto sabelotodo, no se atrevía a abrir la boca. Todo eran, también, atenciones con el cirujano. La sala de operaciones estaba a punto para comenzar a trabajar en cuanto ordenase. Los enfermeros, alineados como para pasar revista. Bastaba con abrir la boca para obtener toda clase de medicinas. Era de locura. Se marcharon emocionados, prometiéndonos firmemente que volverían el próximo año. Y efectivamente, han vuelto, pero se han encontrado con un panorama totalmente distinto. La sala de operaciones no estaba preparada, el director del hospital estaba ausente aunque conocía la fecha de su llegada, los enfermeros le pusieron mala cara porque durante quince días les haría trabajar en serio. Las medicinas llegaron con cuentagotas. La gente hizo como que no se había enterado de su presencia. Nadie ha pasado a visitar a los operados, ni a traerles algún regalito para endulzar sus penas. Solamente una familia se interesó por el médico y la despedida de este año ha sido más emotiva pero bajo otro aspecto. Iban tristes, desilusionados de la frialdad que han sentido en todo momento, pero cada vez más contentos del trabajo que realizan en el Centro, dispuestos a seguir viniendo siempre y cuando les permitan seguir operando en el hospital.
  • 20. 20 ¿Qué es lo que había pasado? Pocos días antes de la llegada del Dr. Albassir la empresa Gecamines, de la que son todos empleados había repartido unas cuantas cartas de despido entre el personal europeo. Según los rumores, había otro buen fajo de despidos preparados y cada cual temía que su nombre estuviera incluido entre ellos. La gente estaba muy nerviosa, la mayoría de ellos con los 50 bien cumplidos, hacía promesas a la Sta. Rita para que no se encontrara entre los apuntados en la lista negra. Esto hacía que hubiera un ambiente enrarecido, nada propenso a la euforia, cada cual vivía su problema sin ganas de interesarse por los demás, ni de ocuparse de los enfermos, como lo habían hecho anteriormente. Entre los que han quedado sin trabajo, está el médico belga Dr. Joannes, que atendía a nuestros minusválidos, nos decía lo que había que hacer en cada caso, preparaba a los enfermos para la llegada del Dr. Albassir y operaba él mismo los casos más sencillos. Teníamos un trabajo sin descanso, porque es una persona con auténtica vocación médica. Para él no contaban las horas pasadas en el hospital o en la sala de operaciones. Cuando terminaba con sus obligaciones, al atardecer o a veces por la noche, venía a nuestro Centro para hacerse cargo de los minusválidos. Había una larga lista de espera que estaban pendientes de que se librara una cama para ser ocupada por ellos. Guardamos sus nombres y sus direcciones por si en un futuro tuviéramos la dicha de llamarles. Antes de abandonar el hospital habló con un cirujano zaireño para que continuara con el trabajo que estaba realizando. El nue vo cirujano ha terminado algunos casos de Dr. Albassir que requerían cuidados posteriores, pero no se muestra muy animado para seguir la trayectoria de su predecesor. Tenemos cada vez más dificultades a la hora de llevar nuestros niños al laboratorio para que les efectúen algunos análisis y lo mismo en la sala de radiografía cuando tienen necesidad de alguna placa. En un principio les admitían con cariño, pero como su número ha crecido, les miran con mala cara a pesar de que tenemos todos los permisos del director. Nadie quiere matarse trabajando, especialmente si no les damos buenas propinas, y en más de una ocasión nos los devuelven sin haberles atendido y tienen que volver por la tarde o al día siguiente. Ahora, la sala que empleábamos como enfermería está vacía. Ya no hay más operados ni operables. El enfermero que habíamos contratado para el cuidado de todos ellos, está sin trabajo. Le hemos mandado al hospital para que haga prácticas de laboratorio y no se pase el día jugando al parchís con los niños del Centro. A primeros de año, cuando estuve en Bilbao por motivos de salud, Medicus Mundi me regaló el material e instrumental necesario para instalar un pequeño laboratorio. Salió del puerto del Abra a mediados de marzo. Espero que llegue aproximadamente a finales de Julio. Entonces, todo esto ¿no va a servir para nada?. De momento no sabemos como puede evolucionar esta situación. El Dr. Albassir, que se ha encariñado con el Centro, me insiste en que edifique un pequeño hospital y no tenga que depender de nadie. Bastantes de los que por una razón u otra tienen relación con el Centro, son de la misma opinión.
  • 21. 21 De momento no creo que pueda ser realizable. Hace falta mucho dinero para construir y cada vez está más difícil el conseguirlo, lo sé p or lo que me ha costado el obtenerlo para el nuevo edificio que vamos a empezar a construir. Además hace falta muchísimo más dinero para equiparlo y una bolsa sin fondo para mantenerlo. Si cada uno de vosotros se comprometiera, sin hacer trampas, a relle nar un boleto de La Primitiva para el Centro Kilima, quién sabe si el Espíritu Santo no soplaría la bolita en el momento oportuno para que se adjudicara el premio. Lo digo en bromas porque bastantes cosas más importantes tiene el Espíritu que arreglar, si n meterse a comprar ladrillos y pintar paredes. En espera de un mejor empleo o utilidad, el laboratorio podría ser abierto al público, y aunque no podríamos hacer muchas clases de análisis, procuraríamos que el trabajo fuera eficaz y verdadero, porque si algo hay que no marcha en el hospital de la empresa, es precisamente el laboratorio. Hay desgana, envidias, tribalismo y dejadez, entre los operarios y los resultados no ofrecen seguridad. Cuando se trata de un caso delicado conviene enviar las muestras cambiando los nombres para ver si coinciden los resultados. Lo que pasa en el hospital, es un reflejo de lo que acontece en otros órdenes. No me quiero meter por otros derroteros para que no digan que publico panfletos subversi vos. Estamos sufriendo un revés, pero estoy seguro que de una u otra forma, se solucionará. Es una situación pasajera. Por eso, ninguno de los que trabajamos en el Centro nos encontramos desanimados. Nuestra actitud es de búsqueda: cómo continuar haciendo el bien a estos pobres de entre los pobres. La solución tal vez esté en el próximo número o en el siguiente. ¿Quién sabe? Prueba de que no estamos desanimados, es que estamos metidos de lleno en la construcción del edificio que hacía años habíamos previsto como acabamiento o finalización de todo el conjunto. Este año siete minusválidos se despiden del Centro. Han terminado su formación profesional y con lo que han ganado el último año – con el tanto por ciento que se les da por prenda confeccionada -, han podido comprarse una máquina de coser. Hasta ahora hemos hecho todo lo que estaba de nuestra parte para solucionar sus problemas. Ahora son ellos los que tendrán que enfrentarse a la vida. No lo tienen fácil. KILIMA Nº 6 Septiembre 1987 Queridos amigos: Aunque no he recibido ningún comentario tengo la impresión que más de uno, leyendo el número anterior, habrá pensado que me encuentro desanimado. No es cierto. Sucedió que estaba intranquilo porque pasaban los días y no había enviado ninguna noticia. Quería anunciaros en ella el comienzo de las obras de ampliación del Centro, pero no conseguía ponerme de acuerdo con los contratistas, porque ellos pedían mucho y yo ofrecía poco. Así iban pasando las semanas y los meses, hasta que un día decidí echar el cerrojo a la puerta con el propósito de no salir de casa sin haber terminado el
  • 22. 22 número. Creo que la inspiración me pilló en horas bajas y salió un artículo pesimista, lloricón y depresivo. Espero que esta vez las musas sean favorables y pueda aportaros una brisa agradable para suavizar los calores finales del verano y mitigar la dureza del trabajo cotidiano. Aquí todo el mundo se ha ido de vacaciones. En el pensionado no queda nadie. Solamente una niña de 12 años abandonada por su familia y otra de su misma edad, tuberculosa, que pidió quedarse con nosotros porque en su casa se come con suerte y no todos los días sonríe la fortuna. Hasta las monjas se han marchado de ejercicios espirituales. Me han dejado solo. Únicamente tengo a mi alrededor 23.000 feligreses incluyendo a los miembros de las mil y una sectas que pululan por el barrio. Acostumbrado al bullicio, peleas y partidos de fútbol, la soledad y el silencio produce tristeza y decaimiento. Es el momento de desinfectar los dormitorios, arreglar puertas y ventanas, cambiar alguna cañería agujereada, limpiar los desagües de los aseos y pintar en la medida que lo permita el presupuesto. El Centro se nos ha quedado pequeño. Los mayores no tienen donde estudiar. Los minusválidos de corta edad que vienen acompañados de algún familiar no tienen donde dormir. Nos falta sitio para poner unas camas. De momento, los peq ueños duermen de dos en dos en las camas, mientras sus madres se extienden por el suelo lo más cerca posible de sus hijos. Todo ello nos obliga a construir un edificio más porque cada año aumenta el número de solicitudes para el ingreso en nuestro Centro. No ha sido fácil reunir lo necesario para llevar a cabo esta ampliación. Había que elaborar los planos, preparar los presupuestos, solicitar ayuda a organismos nacionales e internacionales, esperar que lleguen los presupuestos de los que se dignan contestar, estudiar sus indicaciones o contraindicaciones, recomenzar todo el proyecto siguiendo sus instrucciones, visitarles durante mis vacaciones, esperar, esperar, esperar. Pero al fin, después de tres años de laboriosas gestiones, he reunido lo que nos hacía falta gracias a la colaboración de Manos Unidas, del Gobierno Vasco a través de la comisión Justicia y Paz de Misereor (Alemania). Una vez superado el escollo económico, había que hacer frente a la elección del contratista que debería efectuar los trabajos. No son muchos lo que trabajan en esta zona, pero el ritmo de Africa nos ha contagiado a todos y no se llega a un acuerdo sin regatear, mostrarse como enfadado, volver a insistir, hacer ademán de sacar el talonario de cheques, fijar una cita para el día siguiente, descubirle “confidencialmente” la cifra propuesta por otro contratista – normalmente falsa – para obligarle a bajar la suya, hacer ver como que el contrincante ofrece mejores garantías, etc. Estas escaramuzas suelen durar unos tres meses al cabo de los cuales se firma un papel cuando se ha llegado a un acuerdo definitivo y se dan por concluidos los prolegómenos. Se me ofrecían tres posibilidades para llevar a cabo esta ampliación. Entenderme con un contratista belga, con un italiano o con un zaireño. Cada cual presenta sus ventajas e inconvenientes. El contratista belga dispone de los medios normales para realizar cualquier trabajo de construcción. Tiene además una pequeña industria de derivados del cemento y fabrica tubos, bloques, baldosas, codos, etc. Dispone de mucha mano de
  • 23. 23 obra, tiene camiones, hormigoneras, andamios, etc. El único inconveniente que tiene, es que al sentirse el más fuerte, sus tarifas son más elevadas. El italiano es muy buen constructor, pero toda su maquinaria es de tercera, cuarta o quinta mano. Ninguno de sus camiones tiene batería. A cada sitio que llegan para cargar o descargar, se encuentran ante el dilema: parar o no parar el motor. Si no paran el motor se les termina el gasoil que el patrón (el italiano), les ha racionado con cuentagotas antes de salir de casa para que no le roben por el camino. Si paran, no pueden arrancar si no es llamando a todo el vecindario para que le ayuden a empujar. No tiene un solo vehículo en regla. Hace unas semanas hemos tenido la policía de tráfico de Lubumbashi poniendo un poco de orden en el caos circulatorio de Likasi y haciendo al menos por unos días que el código fuera respetado. Paraban todos los vehículos para exigir que les mostraran el carnet de conducir, el seguro, el triángulo, la rueda de repuesto, el funcionamiento de los intermitentes, etc. Durante las dos semanas que permanecieron consiguieron paralizar la circulación. No se veían por las calles más que algunos coches privados. Los taxis, autobuses, camionetas o vehículos de transporte habían desaparecido por faltarles algún requisito imprescindible. Todos los camiones del italiano estaban escondidos en su garaje esperando que pasara el chaparrón. Mientras tanto, las obras, paradas. Tiene de bueno que es una persona que nunca se enfada. Para él, jamás hay problemas aunque las obras vayan con tres meses de retraso o no encuentre los materiales para su trabajo. El no morirá de infarto, pero probablemente sí lo agarre quién tenga que discutir con él. Las hormigoneras, la herramienta, los trabajadores, todos rezuma años, abandono, roña. Es mucho más económico que el anterior, trabaja bien, pero necesita mucho más tiempo que el primero. Luego están los contratistas locales, zaireños, que son muy buenos albañiles y muy capaces de edificar una casa o levantar una iglesia, pero para los que el tiempo no cuenta. Muchos de ellos no disponen de camiones para el transporte o si los tienen se encuentran en peores condiciones que los del italiano. Parecen má s bien máquinas para producir ruido y humo. Las cubiertas gastadas, el parachoques colgando, la carrocería inclinada hacia un lado. Como la bomba de gasolina no funciona, uno va sentado sobre el motor con el bidón de cinco litros del que sale una goma que va a parar al carburador como si le estuvieran poniendo un gota a gota que alargara por un tiempo el estado agónico del sufrido carruaje. Empiezan el trabajo con muchas ínfulas. Al poco tiempo se ven obligados a parar porque se les ha terminado el cemento y no tienen dinero para comprarlo. Habían tenido ocasión de comprar pescado con el dinero que se les avanzó para el comienzo de las obras y no desperdiciaron la ocasión para redondear el negocio. Hay que esperar que vendan el pescado, recuperen el di nero y compren el cemento si es que todavía se encuentra. Luego, se olvidan de pasar el pedido de las puertas y ventanas y cuando llega el momento de colocarlas se dan cuenta que aún no las tienen. La prisa no cuenta, es un concepto que no han asimilado y sigue siendo extranjero a su cultura. El trabajo quedará bien realizado, pero si el belga lo efectúa en seis meses y el italiano en diez, los nativos necesitan casi los veinte.
  • 24. 24 La batalla estaba entre los dos primeros. Personalmente me inclinaba por e l belga, pero su presupuesto era un 20% más caro que el del italiano. Después de varias semanas de tensión, siguiendo lo que os decía más arriba, he conseguido arreglarme con él por el mismo precio que el que me proponía el italiano. Las obras que ya han comenzado y para mediados de febrero creo que podrán estar terminadas. A esto no lo considero un triunfo, sino una muestra de la pelea cotidiana para llevar adelante el Centro. Dentro de unos días estarán todos los minusválidos de vuelta. Las vacacione s tocan a su fin. No hemos tenido tiempo suficiente para hacer todas las reparaciones que hubiéramos deseado, pero el Centro ha cogido un aspecto coquetón, recién pintado, con duchas donde llega el agua y una cocina limpia de cucarachas y ratoncitos que se disputaban la comida de los chavales. A pesar de que la vida está cada vez más difícil para los que tienen que vivir de unos salarios inamovibles, hemos mantenido la tarifa de años anteriores, para que nadie se vea privado de la enseñanza y cuidados sanitarios por falta de medios económicos. Por 500 ptas. trimestrales, el niño es atendido, alimentado e incluso todos los gastos de hospitalización, operaciones (si hicieran falta), medicinas, etc., están incluidos en este precio. Los gastos reales son muy superiores, pero gracias a vuestra colaboración, a los envíos de mercancías y géneros de Bilbao y Madrid, y lo que aquí sudamos para sacar la pesetilla, hacemos que entre todos el Centro funcione y siga atendiendo a todos estos de los que nadie se ocupa . Este año habrá muchos niños que se verán obligados a abandonar la escuela por no poder comprar los cuadernos exigidos por los maestros. En general, cada familia tiene cuatro o cinco hijos en la escuela y los precios han subido de tal manera que el conjunto del material escolar, sin contar con el uniforme: cuadernos, bicis, matrícula, etc., superan con mucho el salario que recibe el cabeza de familia. Todo el mundo quiere estudiar, obtener un certificado, un diploma, que le permita alcanzar metas superiores donde no se conozca el hambre y la miseria. La escuela parece el camino mágico que conduce a la felicidad. Se privarán de la comida, se endeudarán durante años, recurrirán a toda la parentela con tal de seguir adelante escalando la dura pendiente que conduce a la universidad. Sin embargo, muy pocos de entre ellos obtendrán la plaza deseada. KILIMA NO. 7 Diciembre 1987 Queridos amigos: Ya que estamos próximos a las fiestas Navideñas, voy a hablaros de la llegada de los “Reyes Magos” al Centro Kilima. Aquí no tenemos un día fijo para recibirles. No es el 6 de enero. Llegan por sorpresa, inopinadamente, en forma de unos cajones enormes procedentes de Bilbao. No les vemos a ellos pero vislumbrarnos las manos de tantos melchores y gaspares llenando ilusionados la caja con la que harán felices a estos niños que no han oído hablar de Baltasar, San Nicolás, el Papá Noel, el árbol de Navidad, el Olentxero o el Niño Jesús repartiendo juguetes. Nunca les han comprado uno y se lo han tenido que fabricar ellos mismos: la muñeca con trapos viejos, el coche con alambre, trozos de madera y chatarra; el
  • 25. 25 balón con papel y cuerdas o cortezas de ciertos árboles cuando no se consigue una cuerda,... Pero no sólo de juguetes vive el Centro, sino de otras muchas cosas necesarias para el trabajo cotidiano. Todo esto nos llega en estos mini - contenedores. Preparar un envío no es tarea fácil. Hay que comprar cosas, visitar mucha gente, “exponer las necesidades” sin cansarse, echar mucha cara, contar con buenos amigos y pensar continuamente en aquellos que dejarán de recibir ayuda si yo no me muevo lo suficiente, y del Zaire no se puede venir todos los días. Después hay que encontrar un carpintero para que fabrique la caja, que normalmente tiene unas dimensiones considerables: 2,00 de largo, por 1,20 de ancho y otro tanto de alto. Hay que buscar un almacén o un taller donde se pueda depositar, sin molestar demasiado y que disponga de una grúa pa ra poder izarlo sobre un camión una vez preparado. Recoger todas las cosas diseminadas en distintos puntos de Bilbao, Guipúzcoa y Madrid. Clavar, escribir la dirección, buscar un camión para que lo lleve al puerto, preparar todo el papeleo, permisos, seg uros, etc. Hay que moverse mucho, pasarse las vacaciones correteando de un lado para otro. Eso me ha permitido conocer muchísima gente buena, deseosa de hacer algo por los demás, dispuestos a sacrificar su tiempo, su trabajo o su dinero, para comprar cosas, preparar el envío, orientarme y ayudarme a resolver los pequeños problemas que surgen a lo largo de esta operación. Desgraciadamente, los medios de comunicación hablan sobre todo de muertes, atracos, asesinatos, desastres, etc. Resulta desagradable leer un periódico porque parece que en el mundo no ocurren más que sucesos tristes. Debieran descubrir el lado bueno de las personas y las buenas acciones realizadas aquí y allá para animarnos a ser más humanos, salir de nuestras propias fronteras y encauzar la capacidad de bondad, generosidad y entrega que llevan dentro muchísimas personas, que al no encontrar un canal donde desarrollar sus facultades, echan a perder todo ese potencial que les hubiera permitido ser más sensibles a los problemas ajenos, conocer mejor la realidad de otras personas o situaciones, y solidarizarnos con otras causas. Me estoy alargando demasiado; lo único que quería decir es que si se publicaran las “buenas obras” en vez de las malas, mejor nos iría a todos. Aproximadamente, a los cinco meses de su salida del puerto bilbaíno llega el cajón a casa. Yo no me entero de nada; ni recibo un papel, ni sé lo que pasa en la aduana. Un belga, “el enlace”, muy entusiasta del Centro, se encarga de todo, incluso de enviármelo en un camión y ponérmelo a la puerta de casa. La caja pesa cerca de una tonelada. Es imposible bajarla del vehículo. Se abre allí mismo y se va destripando su contenido. Allí sale de todo como del sombrero de un prestidigitador: zapatos, juguetes, hilos, lanas, ropa s, botones, telas, medicinas, y un sin fin de cosas difíciles de enumerar en su totalidad. En el momento de la llegada del camión no se ve un alma por los alrededores. Cada uno está ocupado en su trabajo: los niños en la escuela; los obreros, unos en el molino y otros en el campo; los enfermos haciendo ejercicios de recuperación. A los pocos segundos todos los obreros se encuentran rodeando el camión. El molino
  • 26. 26 parado, las azadas tiradas en los maizales. Vienen a echarme una mano – a gusto echarían las dos – para ayudarme a vaciarlo. La curiosidad es superior a sus fuerzas. Necesitan ver, tocar, admirar el contenido. Saben que viene de Europa, palabra mágica sinónimo de “felicidad”, “progreso”, “bienestar”. Sus ojos son como objetivos de cámaras fotográficas que van captando instantáneas de cuanto descubren y lo retienen en la memoria durante años. Una vez terminado el trabajo alargarán la jornada haciendo comentarios de cuanto han contemplado y admirando o criticando lo que ese día les ha caído en suerte. Siempre hay algo que les viene bien: unos zapatos para el hijo, unos pantalones para ellos mismos, un vestido para la mujer, los cartones, los plásticos, los clavos y la madera de la caja para fabricar una puerta o un armario. Siempre tienen algo que pedir y en ese momento llegan tantas cosas que es imposible negarles. Ellos lo saben, por eso, cada vez que llega el camión con el precioso cargamento, no sé cómo se enteran porque algunos están lejos del garaje, que es donde se efectúa la descarga, pero parece que han tenido una premonición y se personan con mayor prontitud que cuando tienen que presentarse por las mañanas para iniciar la jornada laboral. Pero eso no es todo. Cuando estamos en plena operación aparecen todos los críos de la escuela – minusválidos y sanos - que forman parte del círculo en torno al camión y van coreando con sus exclamaciones cada objeto que es sacado de la caja y a los que ellos van dando un destino según su imaginación o se quedan boquiabiertos con la esperanza de que también ellos podrán gozar de las maravillas que descubren a medida que van apareciendo las cosas a la luz del día. “Esto es para el taller”, “Mira, ruedas de carretilla”, “Mira, muñecas, ¿esas son para nosotros? ¿Cuándo las vas a repartir?”. Y los trabajadores conscientes de su papel de protagonistas levantan en alto cada cosa que sacan entre vítores y aclamaciones de la muchedumbre infantil. Yo quería trabajar con discreción, sin ruido, a pequeños pasos, para que nadie se diera cuenta. Algunos intentan subir al camión para ver más en directo. La mayor parte se contenta con arremolinarse en torno al montón de objetos que se van apilando en el suelo. No hay forma de trabajar. Sin querer me tropiezo con un crío o una muleta que se interfiere en mi camino cuando trato de ir depositando lo que me dan los del camión. Me obligan a dar gritos y empujones y si la voz no está en forma, unos coscorrones certeros sustituyen las palabras. Se origina un amago de escapada general ante las amenazas reales, pero solo se retiran unos metros para volver a avanzar lentamente mientras van estudiando mis reacciones. A los cinco minutos, ya están otra vez donde antes, empujándose unos a otros para ocupar la primera fila. Ya pueden tocar el silbato para volver a clase, que allí no se mueve nadie. Ni los maestros tienen ganas de continuar con sus lecciones y desde una distancia prudencial supervisan el vaciado de la caja con la ilusión o la esperanza de llevar algún regalo para sus casas. El Centro se paraliza hasta que no se haya marchado el camión, y cerrado con llave el garaje para que no haya ningún despistado que se lleve lo que no le toca. Entonces, unas veces con alegría de que recibirán lo que se les ha prometido y otras con la tristeza de no haber conseguido lo que querían, cada cual vuelve al trabajo, al campo, al molino, a la escuela y continúa la vida normal en el Centro.
  • 27. 27 Cada envío es el fruto de la colaboración de muchas personas. Desde la que me ofrece unas madejas de lana o unos retales, hasta los innumerables rollos de tela que me regala un taller de confección. Neumáticos, máquinas de coser, tijeras, papel, material de despacho, herramientas, velomotor para el trabajo pastoral... y hasta alguna caja de vino para compensar los malos tragos o celebra r las Navidades, llegan en estas cajas sorpresa que rondan los 1.000 Kgs. Como os decía en un principio, es un trabajo ímprobo, agotador, el organizar el envío, pero qué satisfacción produce el día de recibirlo. Es un auténtico regalo de Reyes. Su contenido tiene mucho valor para nosotros y nos permite mejorar la comida con la venta de algunos artículos, tener material de trabajo suficiente sin necesidad de gastar el dinero que necesitamos para otros fines, repartir la alegría entre estos niños minusválidos con la distribución de muñecas, juguetes y artículos de deporte, consolidar las posibilidades del Centro para que pueda seguir atendiendo a los más necesitados. Todo esto y más es lo que se consigue con estos cajones que nos llegan desde Bilbao. Desde el año 1985 hemos recibido 6 envíos y me acaban de comunicar que están en camino tres cajas procedentes e Madrid. El “enlace”, el que me permite este medio de transporte seguro y económico, ha prolongado por dos años más el contrato con la empresa. Esto nos permitirá enviar algún otro cajón y ayudar de esta forma a robustecer la situación económica del Centro. Me siento mimado por tantas atenciones que recibo de vuestra parte. Poco puedo hacer a cambio para mostrar mi agradecimiento. La revista Kilima nos seguirá uniendo aún cuando no salga de forma regular. Mis oraciones y mi recuerdo hacia vosotros son constantes, unas veces solo, otras veces con los niños pedimos para que Dios os de paz en medio de este mundo tan agitado y hostil. KILIMA Nº 8 MAYO 1988 Queridos amigos: En el Kilima de junio del año pasado, os comentaba que el futuro se nos presentaba difícil y que no lo veíamos con claridad después del despido del médico que nos atendía. A primeros de ese mismo año, Medicus Mundi nos había ofrecido un pequeño laboratorio con el fin de equipar mejor el Centro, depender menos del hospital y poder preparar en casa a los que debían ser operados. Dadas las circunstancias, parecía que ese laboratorio no iba a cumplir ninguna finalidad puesto que se había cerrado para nosotros la posibilidad de realizar nuevas operaciones en bien de los minusválidos. Por otra parte, era un remordimiento de conciencia arrinconar ese material y que caducaran inútilmente esos productos cuando hay tantos bacilos incontrolados que se pasean impunemente atacando a niños y ancianos. El enfermero que ayudaba al médico en las consultaciones y cuidados postoperatorios, se había quedado sin trabajo. En lugar de tenerlo desocupado, pensamos que podría aprender a hacer análisis en el hospital. No teníamos ningún plan de futuro, incluso ignorábamos si más adelante tendríamos necesidad de él,
  • 28. 28 pero le enviamos para que no estuviera ocioso y pudiera completar su formación médica, facilitándole de esta forma la posibilidad de encontrar un trabajo posterior. Por otra parte, nuestros queridos feligreses que son unos expertos en el arte de lloriquear y ablandar las vísceras con sus lamentos y plañidos, hacía tiempo que nos pedían que abriéramos un dispensario porque en el hosp ital de la empresa, que es el mejor que existe en muchos kilómetros a la redonda, nos les atendían debidamente y se pasaban mañanas enteras en la cola para decirles, cuando llegaba su turno, que la medicina prescrita por el médico se había terminado. Estábamos hechos un lío. Teníamos muchas dudas sobre su utilidad y conveniencia. Buscábamos consejo. Allá por el mes de diciembre llegaron unos alemanes que nos habían ayudado en varias ocasiones y querían conocer el Centro y saber cómo se habían empleado los fondos que nos habían concedido. Durante los tres días que permanecieron con nosotros hablamos de todo y entre los puntos que tocamos salió a relucir el asunto del laboratorio. Se echaban las manos a la cabeza y nos describieron un panorama aterrador: nuestros diagnósticos estarían muchas veces equivocados, pondríamos en peligro sus vidas, seríamos perseguidos en justicia, la labor asistencial de la Iglesia se vería ridiculizada, etc. Nos hacía falta un personal altamente competente, de lo contrario las consecuencias de nuestras torpezas serían irreparables. Como sus afirmaciones eran tan categóricas y parecían conocer tan bien los problemas del Tercer Mundo, me sentía avergonzado de haber tenido semejantes pensamientos. Tenía la impresión de ser el reo que siente sobre sus espaldas las miradas iracundas de todos los de la sala mientras el fiscal lo está machacando cruelmente con sus acusaciones. Pero al mismo tiempo me preguntaba para mis adentros si habían visitado los ambulatorios que funcionan por e stas latitudes y que rinden un servicio a la población aunque no tienen ni agua para lavarse las manos. Mientras tanto el enfermero había terminado su aprendizaje y se esforzaba por descubrir cualquier microbio por mucho que se escondiera. Las quejas de la gente iban en aumento. Deberían exponer su situación a las autoridades de la empresa, pero tiene miedo a que hubiera algún tipo de represalias sobre los denunciantes y prefieren calentarle los cascos al cura para que lo diga claramente en sus homilías o busque otra solución para sus problemas. Cansado de oír el mismo disco, con más vergüenza que otra cosa, me acerqué un día a la Delegación de Sanidad para preguntar qué requisitos se necesitaban para abrir un ambulatorio. Me quedé viendo visiones. No necesitaba más que la autorización del alcalde, la supervisión de un médico y una persona capacitada para el servicio de medicina. Eso estaba hecho. Así es que, con todos los permisos en regla, desempolvamos el microscopio, limpiamos las probetas y tubos d e ensayo, pusimos la centrifugadora sobre la mesa, conseguimos un viejo trasto para esterilizar que fundía los plomos si estaba mucho tiempo encendido, alineamos los tarros y los reactivos en las estanterías y anunciamos solemnemente en la iglesia la inauguración de un ambulatorio donde podrían efectuarse los análisis más corrientes y recibir un tratamiento médico.
  • 29. 29 La noticia fue recibida con un gran suspiro de satisfacción. Pensaba que la gente acudiría en tromba desde el día siguiente, pero no apareció ni un solo paciente y así pasaron varios días. El primero en caer en nuestras manos fue precisamente un sacerdote bilbaíno que venía de una misión en la selva y se encontraba enfermo. Le llevamos inmediatamente al laboratorio y descubrieron que tenía fiebres palúdicas o malaria, como lo denominamos más corrientemente entre nosotros. La gente permanecía a la expectativa. Querían probar en pellejo ajeno nuestros conocimientos médicos y nuestras técnicas curativas. Tímidamente aparecieron los primeros enfermos. Gente que se sentía mal y a la que en el hospital, a pesar de consultas y más consultas, no llegaban a curar: unas veces porque les prescribían una serie de medicinas sin ningún análisis previo; otras, porque el que trabajaba en el laboratorio o bien había confundido los nombres y daba a uno los resultados de otro, o bien porque estaba tan borracho que no acertaba a aplicar los ojos sobre el binocular de forma que escribía los resultados a bulto, o bien porque se encontraba tan cansado que se agotaba so lamente de mirar la pila de papeles por rellenar y con frecuencia respondía a todo diciendo: “negativo”. No exagero. Eso desorienta totalmente al paciente porque él se siente enfermo y, si no se descubre la causa, interpreta que lo que le pasa no es una enfermedad normal sino que alguien los está debilitando para aprovecharse de su fuerza vital. En ese caso hay que recurrir lo antes posible al adivino para que ponga al descubierto al malhechor y neutrali zar sus fuerzas maléficas. Los que quieren agotar antes todos los caminos en lugar de meterse de lleno por la vía tradicional, acuden a nuestro Centro para ser examinados de nuevo y ponerse en tratamiento. Hasta ahora hemos tenido mucha suerte. Bastantes casos que no han podido ser resueltos con anterioridad, han sido curados en nuestro ambulatorio. Lo cual nos ha subido muchos puntos en la opinión de nuestros parroquianos. Incluso enfermos con malaria cerebral, a los que había que atarlos en la cama porque estaban prácticamente locos, han salido por su propio pie, débiles por los días pasados en cama, pero sonrientes y cuerdos. También nos llegan enfermos terminales en busca de un milagrito. Se dan cuenta de que sus días están contados, pero mantienen aún la esperanza de que tal vez en el ambulatorio de los curas “como están mas cerca de Dios” que el resto de los mortales, sus inyecciones y pastillas pueden tener una fuerza superior a la normal y obrar maravillas como en los tiempos de Jesús. Ayer llegó una mujer que apenas podía andar. Se había escap ado del hospital porque después de ocho meses de permanencia, su estado de salud empeoraba paulatinamente. Lo que ignoraba la pobre mujer es que estaba irremisiblemente cogida por el Sida y solamente un milagro podría curarla. Tal vez era eso lo que buscaba, pero desgraciadamente mis virtudes están poco desarrolladas y mis escasos méritos no me dan derecho a manejar fuerzas extraordinarias con las que dominar los fenómenos de la naturaleza. A lo sumo, algún diablillo de poca monta sale corriendo asustado por mis latinajos cuando trato de liberar a alguna persona que se siente cogida por algún espíritu malo. Lo sentí mucho porque veía su angustia, pero no pude hacer por ella otra cosa, que conducirla en coche a su casa porque estaba agotada y era incapaz de dar un paso.
  • 30. 30 Por el momento no hay grandes aglomeraciones. El promedio diario es de unas 30 personas que pasan por el laboratorio y unas 40 por el dispensario. No es mucho. Pensaba que vendrían más, pero hay que tener en cuenta que los servicios del hospital son gratuitos y nuestro dispensario es de pago. Las medicinas son muy caras. Algunos antibióticos cuestan el salario mensual de un trabajador. Quisiéramos atender a todos, especialmente a los más pobres. Por eso, quien tuviera amigos entre los médicos, farmacéuticos, laboratorios, etc., podría enviarnos lo recogido a Misiones Diocesanas C/Bailén 7-2º 48003 – Bilbao. (Que las medicinas no caduquen antes de 1.990) El transporte tarda unos cuatro o cinco meses). Para atender debidamente a los pacientes, hemos tenido que contratar nuevo personal, con lo cual ahora trabaja uno en el laboratorio, dos enfermeros para las consultaciones y el tratamiento y una religiosa para la parte administrativa. Es gente bien preparada por lo que dicen los médicos, pero son muy atrevidos y piensan que pueden curar todo. Cada poco tiempo tengo que recordarles que no admitan casos graves porque no somos más que una cuadrilla con buena voluntad pero con pocos medios y menos conocimientos. El fisioterapeuta se nos ha marchado a la francesa. No le hemos visto el pelo desde antes de Navidad. Hacía mucho que nos había mostrado su intención de dedicarse al estraperlo para hacerse rico, pero por aquel entonces no tenía dinero para empezar el “negocio”. No sabemos si se dedica a vi sitar a nuestra vecina Zambia, o al tráfico de diamantes. Su lugar ha sido ocupado por un chico que no tiene título pero con mucha más práctica que el anterior porque ha trabajado en un centro como el nuestro. KILIMA Nº 9 JULIO 1988 Queridos amigos, Una vez más podemos lanzar las campanas al vuelo porque también este número va cargado de buenas noticias: hemos terminado un nuevo edificio, ha llegado el Dr. Albassir, nos puede caer el “gordo” de un momento a otro, … Pero vayamos por partes, que todo no ha salido tan fácilmente y conviene conocer la génesis de cada historia ya que no se llega a la tierra prometida sin atravesar el Mar Rojo. En el número 5 de junio del año pasado, os hablaba de la elección del contratista y del comienzo de las obras. Al final me decidí por el belga, que era un poco más caro que los demás pero disponía de todo lo necesario para la construcción. Luego resultó que no tenía todo sino casi todo. El primer problema se presentó cuando hubo que empezar a colocar las puertas y las ventanas. No aparecían por ninguna parte. Fuimos a la fábrica donde habíamos hecho el pedido y constataron que se había producido un “fallo humano”, es decir, habían perdido la nota de encargo. Enseguida nos hicieron rellenar otros papeles y dieron las órdenes oportunas para que todo se pusiera en movimiento. La entrevista se desarrolló con caras de fiesta, sonrisas y chistes, como diciendo “aquí estamos para sacarle de apuros. Con nosotros hará usted un buen negocio.” Más que eso me preocupaban las chapas galvanizadas para cubrir el tejado. Estábamos en plena época de lluvias. Los muros habían alcanzado la altura fijada y
  • 31. 31 esperaban aburridos que se les cubriera con decencia para tapar la desnudez de sus paredes. El contratista aparecía cada mañana recitando lamentaciones e improperios. No había forma de acercarse porque era tal el calor que despedía, que peligraba ser abrasado por su ira. Incluso pienso que esa era la razón por la que las lluvias nos respetaran, ya que este año se presentaba anormalmente seco. Las nubes se iban difuminando y su humedad se evaporaba en la medida que se acercaban al Centro y en la medida que sentían la incandescenci a del contratista. Las habíamos encargado en agosto. La fábrica importa los rollos de Africa de l Sur. Ellos disponen únicamente de máquinas para cortarlas y plegarlas. Habíamos pagado un tercio por adelantado para facilitarles la compra de la materia prima. Hacía tiempo que había transcurrido el tiempo fijado por ellos mismos. Envié varias cartas que nunca recibieron respuesta. Fui varias veces a la fábrica (se encuentra a 120 km) a protestar personalmente por el incumplimiento de sus compromisos. Todo era inútil. Cada vez que aparecía en el recinto de la empresa tenía la impresión de asistir a un acto de la misma pieza teatral cuyo título podría ser: “No corras tanto, que te caes”. Los actores se ponían en movimiento: los que hacían de dependientes, el encargado, el jefe de ventas, los obreros, etc., todos aparecían por allá, unos dando órdenes a grandes voces, otros hablando de la incapacidad del personal con el que tenían que trabajar, otros amenazando con sanciones a los responsables del retraso, pero todos con caras serias y asegurándome que se debía a un pequeño trastorno fácilmente solucionab le para la semana siguiente. ¡Cómo debían reírse de mí en cuanto daba la vuelta y abandonaba el local! Sabían por experiencia cotidiana que todo lo que habían dicho era pura comedia sin ningún nexo de realidad. Además me daba la impresión de que cuando cerraba la puerta y salía a la calle, comenzaban los comentarios y las risas y se concertaban para el siguiente acto proponiendo al que tendrían que echarle la bronca en cuanto apareciera la próxima vez. Cuando les llamaba por teléfono lo tenían más fácil. Si el pedido no llegaba era porque el camión estaba ocupado, habían sufrido un corte de luz, el encargado estaba enfermo o el patrón había salido urgentemente para Kinshasa, pero estaría de vuelta dentro de dos o tres días. El final de la entrevista era siempre el mismo: “No se preocupe, hombre, que la semana viene aparecemos con las chapas en su casa”. Así pasaron tres meses en los que nuestro contratista aparecía unas veces pálido como si estuviera a punto de sufrir un mareo y otras, con un color ro jo violáceo rayando el infarto, porque no llegaban las chapas y en sus prisas por terminar rápido y cobrar cuanto antes la pasta, había comenzado a pintar los interiores sin que el edificio estuviera cubierto. Las chapas no llegaron sino que fuimos a buscarlas y poco faltó para que nos echaran una bronca por haber tardado 24 horas en pasar a recogerlas desde que nos anunciaron que ya estaban listas. Su colocación nos llevó mucho tiempo. Los colores del contratista se iban haciendo más normales en la medida que avanzaban poniendo el tejado. Tuvimos mucha suerte porque apenas llovió, aunque la época de las lluvias estaba muy
  • 32. 32 avanzada. Me alegraba por el edificio pero temía por la cosecha de maíz que es vital para que los jugos gástricos de nuestros feligreses no se declaren en huelga. Más de una vez pasó por mi cabeza la idea de hacer unas rogativas porque la situación se estaba acercando al estado de alerta roja, pero me decía para mis adentros: “Y si Dios escucha nuestro llanto y descarga sobre nosotros los embalses celestiales, me estropea el revocado, se me va la pintura, el contratista se pone loco y no termino las obras”. Esperé hasta que comenzaron a colocar las primeras chapas y anuncié las rogativas en la iglesia. Cada uno debía venir con un puñado de tierra de su campo. Ese día, hasta nuestros rivales, la infinidad de sectas que pululan en la parroquia, tuvieron que cerrar sus puertas por traslado. Efectivamente, estaban todos en la Iglesia Católica y los que no se atrevieron por aquello del qué dirán, como los pastores, profetas y otras jerarquías internas, enviaron a sus hijos o a los del vecino con una bolsa de plástico llena de tierra. Cuando se trata de asegurar el cocido cotidiano no se hacen ascos a las bendiciones, vengan de la mano que sea, entonces se caen las barreras sentimentales, doctrinales, los prejuicios y los tabúes. Paso de lado los detalles de la ceremonia y no me meto a juzgar si hay relación de causa a efecto entre las rogativas y las lluvias, pero lo cierto es que este año hemos tenido la mejor cosecha desde que comenzamos la campaña agrícola hace seis años. Al cabo de pocos días llegaron los ansiados chaparrones cuando solamente nos faltaban por cubrir unos 60 metros cuadrados y pudimos terminar todo sin mayores incidentes. Pero no era el único mal que nos atormentaba durante este tiempo. En todos los años que yo llevo en esta parroquia, que son un buen montón, nunca nos había faltado el agua. Las restricciones comenzaron de forma muy esporádica el año pasado y se iban haciendo cada vez más frecuentes a lo largo del presente. Pero no todos tenemos el mismo espíritu de resignación ante los males que nos acosan. En nuestra vecindad vive un médico al que solamente le llegaba el chorrito de agua a altas horas de la madrugada. Había escrito infinidad de cartas de protesta sin resultado alguno. Alguna persona malévola tuvo la infeliz ocurrencia de insinuarle que nosotros éramos los responsables de lo que ocurría porque habíamos puesto una cañería pirata a partir de la conducción general, que pasa rozando nuestros edificios, con el fin de suministrarnos abundantemente el agua. El pobre médico, que es un buen profesional, pero miope de modales, nos denunció a todos los sitios posibles sin tener la amabilidad de visitarnos primer o para cerciorarse de la exactitud de la información. Pero es que al buen hombre, excelente profesional como digo, pero un tanto estrecho de espíritu, se le ponían los pelos de punta cada vez que llegaba a su casa después de una intensa jornada de trabajo, se metía en la ducha, abría el grifo y en lugar de sentir el frescor del agua recorriendo su sudoroso cuerpo, oía unos ligeros silbidos como de burla, producto del aire encerrado en las cañerías en el momento de recobrar su libertad. Pero lo que peor le sentaba es que, vestido con un meyba y una toalla sobre los hombros, se acercaba al seto a ver lo que pasaba al otro lado, y al ver con qué alegría nuestros albañiles seguían haciendo el mortero y el agua sobrante deslizándose perezosamente colina abajo, le sacaba de sus casillas, cogía el teléfono encolerizado e incordiaba a todo aquel que pensaba podría hacer algo para arreglar tan injusta situación. Su obsesión, su ceguera, sus enfermizos