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Ángeles y Mariposas
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Sonia Nievas y Carolina Varela
Depósito legal:
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ISBN: 978-1-926828-05-3
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el
mundo:
© 2010, Ediciones MUZA Inc. Canadá
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Agradecimientos
Antes que nada quiero dar gracias a Dios por
iluminar mi camino y hacerme sentir su presencia cada día
de mi vida.
A mis padres, por darme la vida y apoyarme en mi
educación junto a mis maestros, pues nunca hubiese
aprendido a leer y escribir.
A mis hermanos y amigos, por ser muchas veces mis
críticos literarios y soportarme cuando hablo de mis sueños
e ideas.
A los lectores, por seguir creyendo en la magia de
los libros y ser tan pacientes.
A mis dos amigas y colegas, Sonia Nievas y
Carolina Varela, por haberme brindado su ayuda. No
siempre se conoce a personas geniales y yo lo he hecho.
A los blogueros que han prestado su gigante ayuda
desinteresada para lo que fue una campaña de promoción
muy buena.
En fin, gracias a los que siempre me apoyan por
hacerme sentir bien con lo que hago y a los que no
creyeron en mí, por hacerme más fuerte.
Más allá de la ventana abierta, el aire de la mañana
está henchido de ángeles.
Richard Wilbur
ÍNDICE
Prólogo ....................................................................5
Capítulo Uno: Despertares ......................................6
Capítulo Dos: Amigos...........................................23
Capítulo Tres: Bastian...........................................39
Capítulo Cuatro: Noticias......................................57
Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas ..............84
Capítulo Seis: Salvada.........................................102
Capítulo Siete: Baile ...........................................120
Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable ....................134
Capítulo Nueve: Alas ..........................................146
Capítulo Diez: El Junco ......................................169
Capítulo Once: Tiempo.......................................184
Capítulo Doce: Palacio de Tul ............................193
Capítulo Catorce: Confrontación ........................227
Capítulo Quince: La Propuesta ...........................235
Epílogo: Decisión Final.......................................242
Acerca de.............................................................249
ÁNGELES Y MARIPOSAS
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Prólogo
Viví casi diecisiete años libre de problemas, sin
prestar atención a los demás, porque estaba encerrada en
una burbuja.
Me sentía aislada del mundo exterior, sin interés ni
ganas de cambiar ese estado. Tenía una coraza alrededor
que no me permitía ver que había algo más fuera del
mundo que me había creado en mi habitación.
Sin duda, haber venido a Puerto Azul cambió todo
completamente, ya que hizo que mi antigua vida cambiara
por completo.
Al poner un pie fuera de mi mundo inventado,
encontré a aquellos que estudiaban conmigo, la vida social
que se comenzaba a tejer, y con ésta, los dramas, las
peleas, la alegría y el amor.
Cuando en el camino pierdes lo que más aprecias
con el alma, cuando pareces quedarte sin respiración por el
dolor cortante, allí están ellos brillando: tus amigos y amor
prohibido. Ellos llenan ese vacío.
Sabía que estaba pecando mortalmente al
enamorarme. Aunque sentía que a él le pasaba lo mismo.
Me amaba, pero estaba rompiendo las reglas al hacerlo.
Entonces, sufría igual que yo: en silencio.
Tal vez cuando uno siente que es verdad en cada
célula del cuerpo, ese amor no es tan prohibido. Porque al
final de todo, es el amor el que nos lleva a tomar las
decisiones más difíciles.
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Capítulo Uno: Despertares
Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino
me perdería…
Anoche después de dar mil vueltas en la cama, en
una búsqueda interminable del sueño y cuando estuve
cerca de dormirme, repetí cinco veces esa oración que mi
madre me enseñó cuando era pequeña.
A pesar de que tenía dieciséis años, por alguna
extraña razón que no comprendía, la seguía diciendo.
Rezaba esa plegaria cada vez que me iba a dormir, con mis
dedos entrecruzados sobre el pecho, porque me hacía
sentir tranquila y protegida cuando las sombras de la
oscuridad se movían en la penumbra de mi habitación.
El hecho de saber que en algún momento de la
noche él estaba ahí, de pie a mi lado y cuidándome de todo
mal, hacía que olvidara los pequeños problemas de
adolescente solitaria que había tenido durante el día.
No tenía una imagen definida de mi ángel guardián,
porque él jugaba a las escondidas y no se dejaba ver. Tal
vez me estaba volviendo loca, pero las cosas se habían
tornado demasiado reales para mí. Al menos yo sí creía en
él.
El sueño de la noche de anterior fue igual de intenso
que los demás. Siempre pasaba lo mismo; era casi una
rutina que estaba obligada a vivir todas las noches, cuando
el silencio se apoderaba del mundo.
Me veía parada cerca de la ruta, nerviosa y con una
fuerte idea en la cabeza. Los autos que pasaban a gran
velocidad eran borrosos frente a mis ojos. El vestido
blanco y liviano que llevaba puesto comenzaba a flotar
cuando la brisa proveniente de un bosque cercano llegaba
hasta mí, acarreando hojas secas. Nadie parecía querer
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ayudarme o preguntarme si estaba bien, lo que me llevaba
a la conclusión de que era invisible para ellos.
En lo más profundo de mi ser estaba el sentimiento,
las ganas de querer dar un paso adelante, cerrar los ojos y
esperar al primer automóvil que quisiera quitarme la vida.
Lo que no entendía era el motivo que me llevaba a tomar
esa decisión. Yo sabía que nunca pensaba en esas cosas
horribles. Era como sentirme tentada a cometer el error.
Pero siempre en el instante en que estaba por tomar
la drástica decisión, alguien me tocaba el hombro
izquierdo. Me dejaba completamente paralizada, como
congelada. Por un lado parecía estática, pero mis sentidos
estaban más alerta que nunca. Podía oler los perfumes que
el viento llevaba. Los ruidos que llegaban hasta mis oídos
eran fuertes. Podía ver las cosas con mucha nitidez, a pesar
de que estaba oscuro.
Siempre giraba sobre mis pies lentamente, asustada,
para ver quién era el que estaba parado detrás de mí y allí
estaba él, pero un tanto más lejos. Aunque no podía
distinguir su cara ni sus ojos, sabía, porque lo sentía en
todo mi cuerpo que ya estaba acostumbrado a su presencia,
que era el mismo ser que me cuidaba por las noches.
Entonces entendía que mis sentidos eran mejores, pero el
de la vista me jugaba en contra cuando lo quería ver.
En el preciso momento en que me acercaba a
acariciar y mirar su rostro, alguien de la vida real me
impedía hacerlo y me devolvía a la vida. Tenía la
sensación de que era él quien no deseaba mostrarse, pero
cada vez estaba más segura de que era mi protector.
Me desperté dando un salto al escuchar los gritos de
papá, provenientes del piso de abajo.
“Amelie, Amelie es hora de levantarse”. ¿Lo había
dicho o gritado? Me puse la almohada en la cara, llena de
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rabia, porque otra vez alguien había interrumpido mi
sueño, en el momento más importante. No tenía
despertador sobre la mesa de luz, porque con los gritos de
mi familia tratando de despertarme todas las mañanas no
era necesario.
“Ya voy. Sólo un segundo más”, traté de decir y me
di cuenta de que mi voz se escuchaba áspera, seca y
cansada, debido a que no había podido pegar un ojo la
noche anterior. Esos sueños eran tan reales que me
cansaban demasiado. Tomaban toda la energía que tenía.
Luego no podía hacer más que levantarme, con finas líneas
rojas en mis ojos. Parecía salida de una película de terror,
una zombi, o algún monstruo de esa clase. Pero por suerte,
papá siempre se acordaba de comprarme unas gotas, que
hacían que la irritación se fuera en minutos, porque ni loca
saldría a la calle con esos ojos.
Salir a la calle era un decir, ya que no era una de mis
actividades preferidas, porque yo no era como las demás
chicas, no me interesaban las mismas cosas, porque las
consideraba banales.
Mis padres trataban de obligarme a que saliera a la
vida, pero a mí no me importaba demasiado. Tal vez se
reprochaban el hecho de que mi forma de ser tenía que ver
con el trabajo de papá. Una vez escuché a mi madre
culpándolo por mi personalidad. Hasta mi pequeña
hermana tenía más amigos que yo. El sólo hecho de tener
uno, era más de lo que yo tenía. Llegué a plantearme si era
así cómo quería vivir y supuse que la respuesta era: no.
Martina, mi hermana menor, entró corriendo y abrió
las ventanas, porque sabía que era la única forma en que
podía despertarme. Los rayos de sol que ingresaban,
quemaban mis ojos, que aún no habían sido expuestos a las
gotas. Entonces, no tenía otra solución que levantarme
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para empezar con mi rutinaria aburrida y antisocial vida, a
la cual estaba demasiado acostumbrada.
“¡Arriba remolona, es hora de levantarse!”, gritó mi
hermana, con la voz más aguda que haya podido escuchar
en una nena de seis años. A veces temía por los vidrios y
las cosas hechas de cristal que se encontraban en la casa.
Sabía que era de tonta, pero creía que los vidrios podían
estallar, como pasaba en las películas. ¿Todos tenían que
gritar en mi familia?
Luego de esa manera obligada de despertar,
dábamos paso a una cacería, en la que la perseguía hasta el
piso de abajo. Las cosquillas eran su punto débil. Entonces
cuando la tenía entre mis manos, la hacía reír por un
minuto completo y quedaba realmente agotada, dolorida de
tantas carcajadas que dejaba salir de su pequeño cuerpo.
Tal vez si alguien lo veía de afuera, yo parecía un
tanto infantil para mi edad, aunque dieciséis años no
significaba ser adulta. Sabía que había otras chicas que no
jugaban con sus hermanos, porque sus mentes estaban
ocupadas con otras cosas que no tenían que ver con niños.
A mí era lo que más me gustaba, pues los momentos que
compartía con Martina eran de lo mejor y también escasos,
ya que me la pasaba casi todo el día en el colegio de doble
turno.
“¡Amelie! Deja de hacerle cosquillas a tu hermana,
sabes que le hace mal”, era lo primero que decía mamá
cuando nos escuchaba corretear por el living. Tenía la idea
de que reír era perjudicial para la salud, pero yo pensaba
todo lo contrario. Cuando estaba triste, que pasaba muy a
menudo, me acordaba de cosas graciosas y me alegraba al
instante. Toda la mala energía se iba.
Mamá tenía un cerebro impresionante, al menos eso
es lo que yo creía. Mucha gente decía que las mujeres
podían hacer varias cosas a la vez. Yo era la excepción,
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porque era distraída y torpe con mis movimientos,
entonces era mejor hacer sólo una cosa bien (cuando
podía). Mamá era diferente y pensaba que al crecer, tal
vez, obtendría sus habilidades. A pesar de que estaba
haciendo miles de cosas al mismo tiempo, estaba
pendiente de cada sonido, se daba cuenta de todo lo que
pasaba a su alrededor y siempre tenía una respuesta para
todo.
Después de atacar a mi hermana y recibir el reto,
enseguida corría a la cocina donde estaba mamá, bajo la
mirada cómplice de mi padre. Esperaba cautelosamente
hasta que tuviera mil cosas más que hacer, así la
encontraba desprevenida y le hacía cosquillas por detrás.
Como ella estaba preparando nuestro desayuno, lo que
amaba hacer, utilizaba en su defensa los elementos a su
alcance como armas para el contraataque. Generalmente
eran tostadas, pero sabía que el día que me arrojara un
frasco de mermelada o una manzana grande por la cabeza,
me iba a arrepentir de atacarla. Y así eran y habían sido
mis despertares hasta ese día y pensaba, que así seguirían
siendo.
Luego frente al espejo del baño, mientras me
cepillaba los dientes con una pasta dental que papá nos
obligaba a usar y que a mí no me gustaba, recordaba lo
sucedido minutos atrás y no podía evitar reír de las
tonterías que hacía una chica, que ese año cumpliría
diecisiete.
Mi habitación parecía brillar con la luz solar que
entraba por la ventana, abierta de par en par. Me quedé
mirando todo, inmóvil, como si fuera la primera vez que lo
hacía.
Mi cuarto no había cambiado en nada, por varios
meses. El color durazno, que todos confundían con rosado,
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aún estaba en las paredes, contrastando con las blancas y
largas cortinas que llegaban hasta el suelo.
Mi amor o devoción por las mariposas se notaba.
Tenía unos cuantos móviles de ellas en varios lugares.
Algunas eran metálicas, otras de vidrio pintado, pero
mariposas en fin.
Al lado de la puerta estaba mi amada biblioteca, con
todos los libros que había leído y los que me faltaba leer,
definitivamente mi posesión más preciada, junto con las
mariposas móviles. La habitación era mi refugio cuando el
aburrimiento constante de mi vida se hacía presente.
Me puse unos jeans gastados, una camisa blanca de
mangas cortas con pequeños botones y entallada. Até mi
pelo ondulado en una cola, con una cinta azul y lo dejé
caer sobre mi hombro izquierdo. Tal vez la forma de
peinarme era anticuada, patética o “muy de princesa”, pero
me gustaba. Me hacía recordar a Kate Winslet en Titanic,
ya que mi pelo era colorado también. Odiaba que me
dijeran: “ahí va la colorada”, aunque tan poca gente se
acordaba de mí, o me prestaba atención, que no debía
preocuparme por eso.
Fue en ese momento, al sentir mi cabello reposar
sobre el hombro, que me acordé de la mano tibia en el
sueño, y como siempre que eso me pasaba, moví
lentamente los ojos hacia la ventana. Desde ella se podía
ver la parte superior de la catedral, las dos altas torres que
querían tocar las nubes. No sabía por qué, pero el escuchar
las campanas sonar a cada hora me daba escalofríos.
“¡Amelie! ¿Qué te dicen las palabras DESAYUNO
y COLEGIO?”, me gritó mamá desde el pie de las
escaleras, seguramente con mi taza de té ya en la mano,
enfatizando las dos primeras “obligaciones” de mi día.
“Además de que odio escucharlas, me tengo que
apurar”, le respondí en tono de burla, tomando el bolso con
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mis libros. Antes de salir, me aseguré de no olvidar nada,
porque eso me ocurría con frecuencia.
Mientras bajaba, al ver a mi madre esperándome, me
sentí como Rose en Titanic, bajando la gran escalera de
madera. Sí, por segunda vez y en los pocos minutos de
estar despierta, pensé en Titanic. ¿Qué tan patético podía
ser eso? No más patético que haberla visto cientos de
veces y conocer los diálogos de memoria, pero amaba esa
película.
En la mesa de desayuno de la cocina, todo pareció
ser normal, la misma imagen de siempre. Papá estaba
absorto en las noticias del diario y con la cara casi
escondida tras él. Mamá y mi hermana estaban hablando
de tarea escolar. Mamá también le daba respuestas a papá,
sobre las noticias que él le comentaba. Otra vez, la vi
haciendo varias cosas al mismo tiempo. La miré y sonreí,
ella también lo hizo.
Mientras comía una tostada con manteca y
mermelada de frutilla, me acordé de la historia de mi
nombre: Amelie. No era por ser arrogante, pero me
encantaba mi nombre.
Al parecer, a mamá le gustaba mucho una bailarina
que se llamaba así. Era bastante famosa, según decía.
Lamentablemente y en un mal salto, se rompió un tobillo y
nunca más pudo volver a bailar. Mi madre pensó que tal
vez podría hacer un poco de justicia poniéndome a mí ese
nombre. Como era de esperar, también me obligó a
estudiar danza clásica, aunque no le resultó. El traje y las
zapatillas especiales aún estaban guardados, ya que ni
Martina quiso usarlos. Las dos preferíamos jugar a la
pelota con papá, para decepción de ella y alegría de él, que
no tenía un hijo varón.
El colectivo rojo hizo sonar su bocina fuertemente
frente a la puerta de mi casa. Todos nos levantamos de un
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salto. Nos despedimos apresuradamente sin cruzar muchas
palabras. Martina y yo nos subimos de inmediato, porque
sabíamos que al conductor no le gustaba esperar.
Hacía casi un año nos habíamos mudado a Puerto
Azul, porque papá era político y consiguió ganar las
elecciones como intendente en esta ciudad, la que parecía
ser la más conveniente en todos los aspectos. Tuvimos que
dejar Santa María, en donde mi padre ejercía su cargo
porque empezaron a llegar, y volverse cada vez más
graves, amenazas y ataques por parte de sus opositores. El
día en que una nota en papel azul atado a una roca atravesó
la ventana de nuestro living rompiendo el vidrio en mil
pedazos, papá se puso paranoico con nuestra seguridad. La
nota decía: cuida mucho a tu familia. Llegué a odiar a los
tontos que hicieron eso, porque papá se obsesionó y
contrató dos guardaespaldas que custodiaban la casa casi
todo el día y me seguían a todos lados. Y fue así que me
convertí en una adolescente cerrada, protegida y que
confiaba más en los personajes y héroes de libros que en
las personas. Pero luego papá cambió, dejó de preocuparse
tanto y despidió a los guardaespaldas, por lo que di gracias
a Dios y nos mudamos de inmediato a la nueva ciudad.
Esta era más chica, tranquila. Los colegios eran muy
buenos, y mis padres creían que nos llevaríamos bien con
las personas porque estas eran amigables. Al menos eso,
ellos le demostraban a papá, lo apreciaban mucho, pero yo
creía que amarían a cualquier intendente nuevo que no
fuera un tirano como el anterior. Tuvimos que volver a
empezar. Otra vez me tuve que acostumbrar a las pocas
cosas que me alejaban de mi casa y mi habitación. Una de
las más terribles era el colegio y en su dirección iba ese
día.
Todavía no lograba llevarme bien con nadie ni tener
mejores amigos, a pesar de que faltaban dos meses para
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que terminaran las clases. Tampoco buscaba que los demás
se interesaran en mí. Estaba tan acostumbrada a ser
solitaria que sólo necesitaba hablar conmigo misma. Pero
tenía el presentimiento de que todo iba a cambiar pronto y
esa era una buena habilidad que tenía, porque estos
siempre resultaban ser verdad.
Todos los días me sentaba sola en el colectivo, cerca
de la ventana. Martina ya tenía sus amigas, así que me
abandonaba. Pero bueno, no podía arrastrarla a mi mundo
de “bicho raro”. Ella se bajaba unos minutos antes en su
escuela y venía corriendo a darme un beso, para desgracia
del conductor, que quería que se apresurara a bajar.
Después de recorrer la misma calle, el colectivo se
detuvo en el lugar que se detenía todos los días. Los demás
chicos de años inferiores, bajaron corriendo. Así que los
que aún estábamos arriba, oliendo el perfume de naranja
con el que el colectivero perfumaba el transporte, nos
quedamos atascados esperando a que ellos bajaran.
Sentí la mano de Leo en mi espalda. Él iba a mi
curso, se sentaba cerca y se notaba que le interesaba, pero
nunca nos decíamos más que: “hola” o “perdón”, en
momentos como esos en los que por un “descuido” suyo
me tocaba. Le sonreí, escondiendo mi rabia, bajé del
colectivo, cerré los ojos dos segundos, respiré hondo y
miré la puerta vidriada de entrada, como si fuese una
guillotina en la que estaba a punto de perder mi cabeza.
“A la selva otra vez Amelie, sé fuerte” me dije a mi
misma, resignada y empecé a avanzar sin ganas, esperando
que ya llegara el final del largo día.
El colegio parecía un típico centro educativo
norteamericano, sacado de una película, serie televisiva o
libro, porque no había visto en la ciudad otro igual.
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Las “clases” de chicos estaban bien marcadas,
visibles, todas estereotípicas, pero reales, lo que era difícil
de creer. Si uno no creía en estereotipos, con sólo vernos,
se haría creyente al instante.
Estaban las chicas populares, bellas, maquilladas
como para una fiesta, con ropa de marcas conocidas y
caras, usando celulares que ni siquiera estaban a la venta
en los negocios de la ciudad. Siempre caminaban rodeadas
por un séquito de otras chicas, que no les llegaban ni a los
talones, pero que de todos modos, trataban de alimentarse
de esa magia, que la realeza juvenil-estudiantil, parecía
tener. No sabía cόmo muchas aprobaban las materias con
sus reducidos intelectos, pero había que darles el mérito
por ello.
Luego estaban los deportistas, tal cual y como se
veían representados en algunas películas o series
televisivas. Preocupados por que la masa muscular de sus
cuerpos incrementara y por ganar el torneo de fútbol anual,
contra el Colegio Saint Mary’s, el enemigo eterno del
nuestro, el Highland. ¿Quién habrá pensado en los
nombres?
Las populares y deportistas siempre se llevaban
bien, era la naturaleza. Terminaban convirtiéndose en
novios antes de graduarse y se iban a estudiar juntos a la
universidad. Tal vez compartían la única neurona que
tenían, por eso se llevaban tan bien y soportaban su
arrogancia compartida.
Después existían los estudiosos, hambrientos de
desafíos, como de olimpiadas matemáticas para demostrar
cuánto sabían. No faltaban a ninguna clase, por más que el
mundo se estuviera destruyendo. AMABAN ser amigos de
sus profesores, trataban de conseguir sus teléfonos o
direcciones de correo electrónico, para sentirse un paso
más cerca de ellos, de la inteligencia superior. ¡Dios Mío!
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En el último lugar de todos, se encontraban los
solitarios, o sea yo, Nadia y Alexis (mis dos únicos
“especie” de amigos), la clase más rara e inferior de todo
el colegio. No sabía si estaba bien arrastrar a esos dos
chicos a mi clase, de la que era la líder, pero como nunca
los veía hablar con nadie más que ellos mismos, pensaba
que esa era su clasificación.
Los de mi clase eran los que amaban las novelas, a
diferencia de los otros que preferían los manuales, se
movían en grupos extremadamente reducidos, no tenían
vida social, pero sí disponían de tiempo de observación
para ponerse a hacer un profundo análisis de las clases
existentes en la escuela secundaria: Highland.
Al final, entre miradas de envidia, celos y rabia nos
movíamos todas las clases juntos, como una masa
uniforme por el pasillo, para ingresar a nuestras aulas a
soportar la cantidad de horas de estudio que nos esperaban.
El llegar a mi clase era siempre satisfactorio, porque
el pequeño detalle de ver el cartel blanco que decía
CUARTO AÑO, y saber que el aula del lado era el último
nivel, me ponía más que contenta. Sabía que era buena
alumna y aprobaría todas las materias.
“Sólo un año más en esta selva superficial y serás
libre, Amelie”, me dije con una sonrisa gigante imposible
de ocultar, mientras la señora Herrero con sus ojos fijos en
mí, prometió borrármela con alguna pregunta complicada
que me haría durante la clase.
“Buen día”, le dije solamente, acomodé la cinta de
mi cabello, dejé el bolso bajo el escritorio, que era todo
mío en el fondo del aula y me dispuse a “disfrutar” de un
día más, de mi cuarto año de escuela secundaria.
Como siempre, Leo estaba en el escritorio de la fila
siguiente, sólo un delgado pasillo separándonos, pero él
siempre estaba mirándome fijo, lo cual era MUY irritante.
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Hasta que la profesora le llamó la atención por estar
distraído. Me pregunté si no se animaba a decirme algo. O
sea, no era una tonta, porque podía darme cuenta de la
forma obsesiva en que me miraba. Tal vez no se animaba a
decirme algo, porque sabía que con sólo verme la cara la
respuesta sería: ¡NO!
Mis dos “amigos” se sentaban en el escritorio
delante del mío, pero no parecían verme ya que estaban
muy concentrados en su charla, bromas y risas cómplices.
No era que quería que me prestaran atención, pero tal vez
decirme de lo que se reían hubiera sido gracioso.
Igualmente no los culpaba, porque era yo la que no les
hablaba demasiado, a pesar de que nos sentábamos juntos
en el comedor.
No había que ser muy sensitivo para darse cuenta de
que además de esa “amistad” indestructible que los dos
tenían, iban a llegar al altar. Ella, en un hermoso vestido
blanco, moderno, con el que podría lucir su hermosa figura
y él, en un perfecto traje negro, que haría resaltar la
hermosa blancura de su rostro.
Luego de varias materias, mini recreos que te
dejaban con ganas de tener más tiempo libre, el timbre
largo se hizo escuchar, para decirnos que era hora de
almorzar. “¿Qué sucede?”, pregunté intrigada ante la fija
mirada de Nadia. No entendía por qué ella y Alexis
(empujado por ella) me miraban directo a los ojos, cuando
ya estábamos ubicados en el comedor, con comida en
nuestra mesa.
“Tus ojos”, me dijo ella, mientras él seguía muy
entretenido en su sándwich de jamón y queso.
“Olvidé ponerme las gotas”, fue lo primero que se
me ocurrió, lo más inmediato que apareció en mi mente.
Pero volví a la velocidad de la luz a ver las imágenes de mi
día y SÍ las había usado, así que no me quedó otra opción
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que indagar. Estábamos hablando más que de costumbre,
eso se podía ver.
“¿Qué pasa con mis ojos?”, pregunté dudosa,
creyendo que tal vez no había lavado bien mi cara en la
mañana, o que me había rayado con un marcador como
solía ocurrirme en mis descuidos.
“No exageres, Amelie. Es que con Alexis…”, dijo
ella, hundiendo su codo en el costado izquierdo de su
cuerpo, para que dejara su sándwich y asintiera.
“…Recién nos damos cuenta de que son muy lindos,
un color marrón o miel mejor dicho, un tanto más bello
que el color normal”, terminó acabando con todas mis
tontas ideas. ¿Qué más podía hacer que decir gracias?
“Muchas gracias”, fueron las dos únicas palabras
que pude lograr emitir, ya que nunca me sorprendía con un
comentario así. Superficial sí, pero nadie más que mis
padres se fijaba en lo bella que podía ser. A pesar de que
no era un buen tema para romper el hielo, me alegró que lo
hiciera. Las cosas estaban cambiando y yo estaba
empezando a sentirme bien al hablar con ellos.
“Quedan perfectos en tu cara. ¿Nunca nadie, además
de tus padres, te dijo que eras linda?”, dijo Nadia
bromeando, como si supiera lo que yo estaba pensando.
Ella creía que yo era linda. Justo ella, que parecía la
muñeca barbie más hermosa que tenía guardada en un
baúl. Tenía un cuerpo estupendo, sin necesidad de visitar
el gimnasio, como otras hacían todos los días. Su pelo era
rubio, lacio y caía perfecto sobre sus hombros, ojos azules
y alta como una modelo de pasarela.
“Sexy”, comentó Alexis lamiendo su dedo, en el que
había quedado un poco de mayonesa. Nadia aclaró su
garganta y a mí me pareció que el cometario, el adjetivo
“sexy”, de él hacia mí o al resto de mayonesa en su dedo
(no estaba segura), no le agradó a ella para nada.
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Miré a mi alrededor, al gran comedor del colegio.
Hasta en eso parecía extranjero. Había una gran barra de
comidas, donde podíamos elegir con qué deleitarnos día a
día. Y vi a todos los grupos, las clases que unas horas atrás
pude distinguir con tanta claridad. Todos formando parte
de mi vida. Era extraño lo que estaba sintiendo, pero no se
sentía para nada mal pertenecer a algo, por más malo que
me pareciera.
Observé a Nadia y Alexis, que hace unos pocos
meses, y a pesar de conocernos ya casi un año, me seguían
a todos lados. Soportaron mi ignorancia e indiferencia todo
ese tiempo. ¡Que mala había sido!
Los miré jugar y bromear del otro lado de nuestra
pequeña mesa, cerca del gran ventanal con vista al bosque.
“¿Por qué soy tan cerrada y egoísta? Les tengo que
dar la oportunidad. Es hora de salir de la crisálida,
Amelie. Hay que experimentar la metamorfosis”, me
alenté a mí misma, con metáforas referentes a mis amadas
mariposas.
“Gracias”, dije usando un tono de voz más alto que
el que debería haber usado. Los que estaban sentados en la
mesa cercana se dieron vuelta, miraron e hicieron una risa
de burla, lo que no me importó, porque tenía que decirlo.
“De nada. Pero, ¿a que viene eso?”, preguntó
Alexis, mientras otra vez, los dos me miraban como un
objeto de estudio, como una rareza. Pero tuve que darles la
razón, porque ellos no estaban pensando lo mismo que yo
en ese momento y no tenían ni una mínima idea del porqué
de mi agradecimiento.
“Expresarme abiertamente, no va mucho conmigo,
pero… les agradezco el haberme aceptado, soportado estos
meses y ser mis amigos”, finalmente pude decirlo, MIS
AMIGOS, que más que eso podían ser. Siempre habían
estado conmigo, apoyándome y golpeando al que se
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atrevía a jugarme bromas por ser la “nuevita” del lugar y
yo no reaccionaba.
La barbie inteligente y amante de los libros, que si
tuviera sólo una neurona, les quitaría el trono a las
populares, y el chico sin interés por los deportes pero con
hermoso cuerpo, que podía quitarle el puesto a los
musculosos deportistas, ERAN mis amigos, no había otra
palabra que lo describiera mejor.
“Sabes que siempre estaremos para lo que nos
necesites. Sólo debes hablar un poco más”, dijo Nadia,
tomando mi mano izquierda y apretándola fuertemente.
Eso fue mucho más de lo que esperaba.
“Sino, ¿para qué son los amigos?”, comentó Alexis
y tomó mi mano derecha. Bueno, eso sí que fue más que
demasiado, pero lo tenía que soportar.
“Patético”, dijo Gina, la chica más popular del
colegio, al pasar con su séquito uni-neuronal, con el brazo
de Augusto, el líder del equipo de fútbol, enroscado en su
cuello. Iban a nuestro curso pero no los registraba, a menos
que respondieran una tontería cuando algún profesor
preguntaba algo serio.
“Igual que tú”, dije para nosotros tres y
comenzamos a reír a carcajadas, mientras las fieras de la
selva superficial se alejaron de sus presas.
La hora del almuerzo había terminado más rápido
que de costumbre, pero fue el almuerzo más diferente que
había tenido.
Las materias de la tarde transcurrieron igual que
siempre, nada que ya no supiera, pero para quedar bien
ante los ojos de cada profesor pretendía tomar notas,
mientras sin sentido, escribía mi nombre miles de veces en
una hoja. También dibujaba mariposas de alas complicadas
y me tomaba todo el tiempo de pintarlas.
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La mirada de Leo, aún irritante sobre mí, me hizo
respirar hondo para calmarme y no levantarme a darle una
bofetada, así que bajé la vista a mis dibujos.
Luego mis deseos fueron escuchados. Había estado
pidiendo fuertemente y con todas mis energías, que la
tarde escolar terminara, cuando el sonido del timbre final
me dejó más que satisfecha, con una sensación de poder.
Como que si mis deseos se cumplían, si realmente así lo
quería.
Cuando estaba a punto de subir al colectivo, alguien
tomó fuertemente mi brazo. Era Nadia y no sabía qué era
lo que me venía a decir.
“Hey, pensábamos con Al…”, y señaló a Alexis en
el estacionamiento, así que supuse que ese era su apodo o
diminutivo, “…que tal vez querías venir a casa, a hacer el
trabajo de Historia y comer algo después. ¿Qué dices?”,
agregó ansiosa. Recordé que me había dicho que tenía que
dar oportunidades, poco a poco estaba saliendo a la vida.
Iba a responder positivamente.
“Claro. ¿Por qué no? Además necesito ayuda con la
primera guerra mundial”, comenté, sacando el celular del
bolsillo de mi bolso negro, que llevaba cruzado en mi
hombro. Le mandé un mensaje a mamá.
Me voy a hacer un trabajo de Historia con Nadia y
Alexis. Después vamos a comer algo en su casa. Vuelvo
más tarde. Enviar.
“No te preocupes por la vuelta. Al tiene auto,
nosotros te llevamos”, comentó ella abrazándome, como si
hace tiempo quería hacerlo. Y me sentí egoísta otra vez,
porque siempre les había mezquinado afecto, así que traté
de apretarla un poco para que el abrazo fuera caluroso.
Ella se rió de mi torpeza.
“Gracias, pero no quiero molestar. Puedo volver en
taxi, no hay problema”, le dije sonriendo un poco, tratando
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de no decepcionarla, mientras leía el mensaje de respuesta
de mamá.
BUENISIMO. Decía con letras mayúsculas que
denotaban sorpresa. Seguro estaba más que feliz, porque
su hija estaba empezando a tener vida social. Empecé a
reír por lo que estaba pensando y le mandé el siguiente
mensaje: los chicos me llevan en su auto después, nos
vemos, besos.
“¿Cuándo vas a entender que no eres una molestia
para nosotros?”, dijo ella con un tono de enojo en su voz,
pero tenía toda la razón. Hace unos minutos había
entendido que nada que viniera de mí, era molestia para
ellos, porque realmente yo les agradaba. Tenía que dejar
de pensar en que yo no podía caerle bien a nadie, ya que
ellos eran la prueba viviente.
“Bueno, iré y volveré a mi casa con ustedes. Ya se
los informé a mis padres, así que no hay vuelta atrás”, dije
amenazante mostrándole mi celular.
Nos acercamos a Alexis, quien abrió el baúl para mí,
indicándome que ese sería el lugar del auto que ocuparía.
Saqué la lengua en su dirección y se apresuró a abrirme la
puerta trasera. Nadia le dedicó una mirada cómplice y se
sentó en el asiento del acompañante. Era un Fiat Uno,
negro que brillaba, “tuneado”, con llantas plateadas, su
interior negro también y con un hermoso sistema de
música. Era más de lo que podía analizar técnicamente.
El celular sonó otra vez, un mensaje, esa vez de
papá.
BUENISIMO, SON DOS AMIGOS.
FELICITACIONES. No pude hacer más que tirarme en el
respaldo del suave asiento, riendo y más relajada que
nunca.
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Había despertado a otra vida. A una nueva vida con
amigos que eran geniales y divertidos, en la que por
primera vez, me sentía parte de algo más que una
habitación.
Escuché a los chicos reír, uniéndose a mí y
compartiendo mi felicidad. Cerré los ojos y le pedí a mi
ángel que me brindara siempre esos bellos despertares.
Capítulo Dos: Amigos
Llegamos a la casa de Nadia con el volumen de la
música en el auto lo más fuerte posible, así que temí que
en algún momento me llegaran a sangrar los oídos o la
nariz. Los demás no creían en esa teoría alocada y a mí
nunca me había pasado, pero sí tenía conocimiento de
casos de chicos a quienes le había sucedido.
“Amelie, es hora de bajar del auto. ¿Quieres
quedarte allí toda la tarde?”, dijo Alexis un tanto
impaciente, mientras Nadia me observaba fijamente. A eso
sí que no me podía acostumbrar, a sus miradas penetrantes
ante cualquier cosa que hacía o dejaba de hacer. Hiciera o
no hiciera algo, nunca pasaría desapercibida ante sus ojos
amistosos pero analizadores.
“Es hora de bajar de la nube en la que estoy
viviendo también”, pensé inmediatamente, porque si
quería mantenerlos en mi lista de seres queridos, era
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importante que viviera en el mundo real y no pareciera una
loca pensativa frente a sus ojos atónitos.
“Ya sé que es hora de bajar, pero es que el asiento es
tan cómodo”, dije y en ese segundo pensé que no podía
haber dicho algo mas patético que eso. ¿A quién más que a
la loca solitaria se le podía ocurrir una respuesta tan mala?
Aunque a pesar de mis juicios mentales, a Alexis le
encantó que hablara bien de su auto. Sabía que había cosas
más importantes que apreciar como el motor, el sistema de
música y otras maravillas de la ingeniería, pero al fin y al
cabo eso fue lo único que pude decir. Todavía no conocía
la técnica de volver al pasado para revertir situaciones
embarazosas.
También pensé que si tal vez podíamos reunirnos
más seguido, mi vida sería más fácil y menos aburrida. Por
primera vez estaba contenta de haber empezado a vivir en
el mundo real. Me llevaría tiempo acostumbrarme a las
bromas de Alexis, a los abrazos de oso de Nadia, pero no
podía ser tan terrible. Estaba acostumbrada a cosas malas
de verdad. ¿Cuáles eran esas cosas? No sabía, pues nunca
me pasaba nada “raro” en mi habitación, así que otra vez
me había mentido a mí misma pensando que sabía sobre
experiencias de la vida.
“Ah, ¿eres Amelie Roger no? Buen nombre y
apellido, me gusta”, comentó una mujer mientras
ingresábamos a la casa de color arena en su exterior.
Cuando la miré con detenimiento, sorprendida porque
sabía mi nombre completo, me di cuenta de que era la
réplica de Nadia. Entonces ella debía ser su madre. Tenían
la misma altura, color de pelo y la cara idéntica. Mi nueva
amiga era su copia, aunque mejor aún y eso ya era mucho
decir, porque su madre era hermosa.
“Soy Clara, la mamá de Nadia. ¿Cómo estas?”, me
saludó con un beso en la mejilla sin temor a mi reacción.
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Entonces recordé los abrazos despreocupados de su hija y
confirmé que se comportaban de la misma manera.
Clara me cayó bien desde el principio y encima
sabía mi nombre. Supuse que la ciudad no era lo
demasiado grande, que todos debían haber estado
comentando sobre mi familia, los nuevos residentes y
gobernantes de Puerto Azul.
“Bien, mi nombre es Amelie, aunque ya lo sabe.
Estoy bastante bien”, dije fingiendo una risa tonta,
mientras Nadia tiraba de mi mano para que subiéramos las
escaleras, como si no quisiera que me quedara a hablar con
su mamá.
“Me alegro de que mi hija tenga una amiga. Desde
que es chica pasa todo el día con Alexis. Ya les dije que
van a terminar siendo novios”, comentó Clara mientras
preparaba masa en la mesada de la cocina. Le dio una
mirada tierna a Alexis, tal vez la idea le gustaba, pero yo
creí que era para que no se sintiera mal después de haber
dicho que su hija sólo lo tenía a él como amigo. Eso me
llamó la atención, pero era verdad. Nadia nunca
frecuentaba a más personas. En eso éramos iguales, las dos
pensábamos que los varones eran más comprensivos y
protectores como amigos, tenían menos problemas, no
como las envidiosas mujeres que te sacarían los ojos si
vestías ropa mejor que ellas. Al menos, así eran las que
iban al colegio.
“Deja de decir esas cosas mamá. Llámanos cuando
las pizzas estén listas”, exclamó su hija un tanto sonrojada
y mordiéndose el labio inferior con los dientes superiores,
como si estuviera llena de rabia pasajera. Su madre siguió
cocinando sin prestarle demasiada atención.
“No te preocupes, mis papás dicen lo mismo cuando
ella va a casa”, dijo Al. Sí, había comenzado a pensar en él
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con su apodo. Miró a Nadia y sacudió su cabeza indicando
que era hora de seguir camino hacia el primer piso.
Atravesamos un pasillo para llegar a la habitación.
La casa era un tanto más chica que la mía, pero estaba
bellamente decorada. Me preguntaba de quién sería el
buen gusto, la elección de los bellos colores pastel de las
paredes, las cerámicas de los pisos, cortinas y adornos.
Me quedé parada en medio del corredor, mirando un
gran cuadro en blanco y negro que llamó mi atención por
completo. En él había un hombre joven, arrodillado en la
playa, con su cabeza hacia arriba y sus ojos cerrados. El
furioso océano de fondo en forma de olas y un gran par de
alas que salían de su espalda, así se completaba la imagen.
Cuando miré la base del mismo vi la firma del pintor. Era
una pintora mejor dicho:
Clara Herman.
Esa era su firma.
“Mamá lo hizo, es pintora desde hace mucho
tiempo. Tiene un negocio donde expone y vende sus
cuadros en el centro. Aunque este no es uno de los mejores
que ha pintado, en mi opinión. No sé, me parece tan
sombrío”, comentó Nadia como crítica de arte, tomándome
de la mano con fuerza para llevarme al cuarto donde ya
estaba Alexis. Al parecer no le gustaba decir que su mamá
hacía esos cuadros sorprendentes.
“¿Estás loca? Me parece que es muy bueno y no he
visto los otros. Es simplemente… her-mo-so”, dije, aunque
sin querer que se notaran las sílabas tan separadas. Era
sólo para poner énfasis, pues me parecía que la creación de
su madre era maravillosa.
“Un cuadro digno de estar en museos de arte”,
acoté. Además de apreciarlo artísticamente, me recordaba
el sentimiento de protección al rezar mi plegaria al ángel
de la guarda. Es más, eso era lo más importante que la
imagen despertaba en mí, el recuerdo del ser en mis
sueños.
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“Apuesto a que si le digo que te gusta mucho, te lo
envuelve y regala. Es tan buena mi mamá”, dijo Nadia
mientras ingresábamos a su cuarto.
“No podría aceptarlo si así fuera. ¿Sabes cuánto
puede llegar a costar un cuadro así? Mucho dinero”, le dije
pero pareció no escucharme. Al menos yo creía que esa
pintura era costosa.
Nadia se había quedado mirando a Alexis que estaba
reposando en la cama en una manera rara. Tenía mitad del
cuerpo sobre la cama y la otra mitad en el suelo, lo que no
me pareció nada cómodo, pero a él no le importaba y
cantaba mientras tanto.
Apenas entré, hice una inspección del lugar que
acababa de conocer, nunca había estado en habitaciones de
amigos, porque antes no tenía, así que quería ver las
diferencias.
La habitación de Nadia no era en nada parecida a la
mía. Las paredes estaban pintadas de color blanco y sin
adornos, excepto un gran espejo en una de las paredes.
Parecía el cuarto de una chica de universidad, madura.
Totalmente opuesto a mi aniñado espacio personal con
mariposas móviles.
En lo que coincidíamos era en el amor por los libros.
Ella también tenía una buena biblioteca que llegaba desde
el suelo al techo, de dura madera marrón, repleta y
alimentada por numerosos títulos. Allí habitaban clásicos
mundiales como también las últimas apariciones en la
literatura juvenil. Lentamente recorrí con mis ojos estante
por estante, observé los lomos de diferentes colores y sabía
que en algún momento tendría que pedirle algunos
prestados, porque había muchos que no había leído.
“Si quieres alguno de mis libros, te lo envuelvo para
regalo”, bromeó retomando el tópico “regalos”, las dos nos
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reímos de forma cómplice. Mi amigo no entendió el
porqué.
Luego Alexis comenzó a sacar los libros y
cuadernos de su mochila, mientras Nadia encendía la
computadora que estaba en el gran escritorio, alrededor del
cual había dispuesto tres sillas, para comenzar con el
trabajo de investigación sobre la primera guerra mundial.
“Tienen que lucirse con este trabajo”, había dicho
el profesor de Historia. Al menos, haríamos lo posible.
Entendí que tendríamos la preciada ayuda de
Internet, ya que a pesar de tener tantos libros, ella no tenía
ni uno de historia, más que el que Alexis había tomado de
la biblioteca del colegio y este no parecía tener mucha
información sobre el tema.
Las horas pasaron entre música, charla sobre
películas, libros, discos y… autos. Tuvimos que dejar que
Alexis hablara sobre algo que también le gustaba.
Charlamos sobre todos los temas existentes en nuestra
realidad, menos de las temibles armas usadas por los
países en la horrible guerra, no leímos una sola palabra que
tuviera que ver con historia mundial.
En un momento tuve que controlar mentalmente a
mi estόmago para que no me avergonzara ante ellos.
Supuse que mucho tiempo había pasado desde el almuerzo
en el comedor escolar y lo que comí en el recreo de las tres
de la tarde. La manzana ya no me satisfacía más, su poder
había terminado y tenía hambre.
“¡Chicos! Las pizzas están listas”, sonó la estridente
y oportuna voz de Clara Herman, llamándonos desde el
piso de abajo. Miré rápido un reloj negro que estaba sobre
la mesa de luz. Noté que eran las ocho y treinta de la
noche, lo que significaba que había pasado más de tres
horas y media fuera de casa. Alexis corrió como un rayo,
desapareciendo al instante ante el llamado.
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“Estoy muerto de hambre”, nos dijo, mientras me
interpuse entre la puerta y Nadia.
No sabía si con el poco tiempo de considerarnos
amigas, ya tenía el derecho de preguntar lo siguiente, pero
me animé y lo hice. Más que un golpe de ella no recibiría y
estaba dispuesta a arriesgarme. Después de todo, hacía casi
un año nos conocíamos, no importaba que no hubiéramos
sido tan íntimas antes.
“Nadia. Disculpa que te pregunte esto, pero, ¿Alexis
y tu son novios?”, pregunté, mirando rápidamente al
pasillo para asegurarme que él no estuviera detrás de mí.
No estaba, ya había desaparecido. Ella se quedó viéndome
con un aire de sospecha en la cara.
“No sé. ¿Por qué?, si lo quieres para ti, me aparto
del camino”, me dijo seriamente. El mundo pareció venirse
abajo. ¡Había arruinado el mejor momento de mi vida!
Siempre con mis estúpidas preguntas. Entendí que no
había tenido derecho a preguntarle eso.
“No, para nada. Disculpa, yo…”, traté de decir en
un tono de voz alto, nerviosa, pero la voz salía de mí en
forma de susurro, mientras el fuego en mi cara hizo que
me diera cuenta de que estaba sonrojada. COLORADA,
mejor dicho.
“Es broma, nena. Mira cόmo te pusiste. Perdón por
esta broma”, dijo en un tono de voz alto y riendo sin parar.
“La verdad es que hay algo más, mucho más que
amistad entre nosotros, pero no queremos hacer
declaraciones formales. Nos encanta la situación que
estamos viviendo. Sin rótulos ni etiquetas”, me dijo
abrazándome para que se me fuera la cara de espanto. Yo
aún no podía emitir sonido.
“¿Piensas que te lo regalaría tan fácilmente? Creo
que lo amo más que a nada en el mundo”, dijo mirándome
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a los ojos y supe que lo que decía era verdad. Lo que llevó
a que mis palabras trataran de ser disculpas y salieran
rápido de mi boca, de una vez por todas.
“Me gusta la pareja que hacen. Hoy DECLARO
FORMAL Y OFICIALMENTE que siempre, a pesar de
que nos conocemos hace un año, pensé en él como el
hermano varón que no tengo”, dije bromeando, usando
algunas de las palabras que ella había utilizado unos
segundos atrás. Me miró desconcertada, seguro pensando
en las tonterías que estaba diciendo.
“Lo sé, Amy. Además yo sé que te gusta Leo, que
no haces más que mirarlo en el aula. Deseas que ese
angosto pasillo no existiera y que sus manos estuviesen
juntas”, comentó ella burlándose, con la voz de una actriz
sacada de una película de los años cincuenta. Un
segundo… ¿Cómo me había llamado? Amy, eso había
dicho, con su innata habilidad de dar apodos a las
personas.
“Estás loca, el que me mira como obsesivo y
aprovecha cada movimiento cercano para tocarme es él.
Debería denunciarlo. Ah, por cierto ¿Amy va a ser mi
apodo?”, le dije bromeando, mientras comenzábamos a
andar por el pasillo iluminado por pequeños focos
amarillos en las paredes.
“Definitivamente, así te voy a llamar todos los días”,
dijo caminando detrás de mí con sus manos en mis
hombros, como si me manejara.
Cuando llegamos a la mitad del pasillo, hasta el
cuadro que su mamá había pintado, me quedé paralizada
otra vez, porque bajo la tenue luz pude ver cosas que antes
no había visto en el ángel.
Observé su perfecto rostro relajado y su hermoso
cuerpo. Las olas hechas de espuma blanca detrás de él,
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parecían querer atraparlo. Seguramente así debía lucir el
de mi sueño, que no me mostraba la cara.
“Hablando en serio, ¿tienes a alguien en vista?”. La
pregunta de Nadia me trajo a la realidad al instante. Sí,
tenía en ese preciso momento el ángel en mis ojos, “en
vista”, como ella había dicho. Repentinamente y sabiendo
que estaba en pecado mortal por lo que estaba pensando,
reprimí la idea que había abarcado todo el espacio de mi
pecadora cabeza. Tal vez que mi abuela me haya obligado
a ir a misa todos los domingos cuando era pequeña y
escuchar al sacerdote diciendo en sus sermones que todo
era pecado, me habían afectado el pensamiento.
“No, sólo amigos”, dije continuando mi camino y
escuché a Nadia agradecerme. Cuando en realidad me
refería a que podía ser sólo amiga del ser que estaba en mis
sueños, con las mismas alas que el de la pintura. Supe que
no podía tener otro sentimiento más que ese: AMISTAD,
nada más. No estaba bien pensar lo que había pensado
unos momentos atrás. Eliminé esa idea de mi mente lo más
pronto posible. Como en una computadora, apreté
rápidamente y sin dudar la tecla suprimir y luego lo borré
también de la papelera de reciclaje, para que ni un rastro
quedara.
Antes de que pudieran vernos bajar, escuché la voz
grave de un hombre diciendo: “Chicas, apúrense porque Al
se va a comer todo”, supuse que era el padre de Nadia. No
dejaría que Alexis se comiera todo, pues estaba muerta de
hambre. Tendríamos que pelear como dos perros por el
último hueso, lo que no se vería muy bien frente a esas
personas que acababa de conocer.
“Ella es Amy, papá. En realidad se llama Amelie,
pero yo le puse ese sobrenombre”, dijo riendo, siguiendo
con las presentaciones. Luego se sentó en una alta
banqueta cerca de la mesada, que estaba en el medio de la
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cocina. Siempre me habían gustado esas barras para
desayunar, almorzar o cenar, porque no había necesidad de
sentarse a una gran mesa en el comedor. Eran sólo ideas
que tenía.
“Hola, es un gusto conocerte. ¿Eres hija de Darío
Roger? ¿El nuevo intendente de Puerto Azul?”, expresó
sin preámbulos sus dos preguntas, mientras yo observaba
que ahora el cuadro estaba completo.
Los tres eran igual de lindos. Héctor, como luego
supe que se llamaba, Clara y Nadia, quien tenía un Ken
por novio. La familia de Barbie estaba completa, sólo
faltaba el auto último modelo en la entrada. Los padres de
Nadia eran muy jóvenes y eso se notaba en sus pieles, no
tenían ni una arruga.
“Sí, soy la hija del nuevo intendente”, dije bajando
mis ojos al suelo. Amaba a mi padre, pero no me gustaba
que me identificaran por su profesión o que me dieran
privilegios por ella. Además, la suya era una carrera no
muy bien vista por muchas personas. Por eso quería tener
la menor relación posible con la política. La experiencia
que tenía ya había sido bastante mala y casi me había
transformado a una loca solitaria.
“Se ve que es bueno tu papá. La gente habla muy
bien de su mandato en Santa María. Seguro lo van a
extrañar, pero por suerte nosotros lo tenemos en nuestra
ciudad”, dijo él alegremente tocando mi hombro, mientras
dejaba un plato en la pileta de la cocina. Me di cuenta de
que él y su mujer ya habían cenado. Seguro por estrictas
medidas establecidas por Nadia, para que no nos
molestaran.
“Sí, seguro que sí”, dije completamente convencida
de que esos que lo extrañarían eran unos pocos y me senté
junto a Alexis, pensando en la antigua ciudad en la que
habíamos vivido.
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Santa María era el triple de grande que Puerto Azul,
pero no sabía si era debido a la felicidad que sentía en ese
momento por pertenecer a algo, que la nueva ciudad me
pareció más bella.
En Santa María dejamos a mi abuela Lucía, con sus
cosas y sus perros. Tenía una vida de la que no quería
desprenderse, amigos, lugares conocidos y pertenecía a esa
ciudad.
“Definitivamente le debemos una visita”, pensé
mirando a mi alrededor, los muebles que decoraban la
casa. En realidad sentía que debíamos rescatarla, por si
algo llegaba a pasarle por ser madre de mi papá, pero no
había caso, ella no quería irse.
“Decíamos con Clara antes que bajaran…”, comentó
Alexis terminando de comer el hilo de queso que se había
estirado desde la porción de pizza hasta su boca.
“… que te pareces a Rose”, acotó. Me quedé
mirándolos fijamente, tragando apresuradamente el trozo
de pizza y tratando de digerirlo con un sorbo de agua fría.
Me habían dejado completamente perdida. No sabía a lo
que se referían y tenía que responder algo que no sonara
del todo tonto, lo que era difícil siendo yo.
“Como Rose de Titanic, dice Nadia que te gusta esa
película”, comentó Clara con su brazo sobre los hombros
de Héctor.
“Ah. Sí, Rose Dawson, Kate Winslet... pelirroja.
Somos parecidas”, fueron las palabras que logré hacer salir
de mi boca, mientras todos sonreían ante mi desconcierto.
“Es hermoso como te atas el pelo con esa cinta y lo
dejas caer sobre tu hombro izquierdo. Te ves hermosa,
como ella. No, más linda aún. Te da presencia y elegancia.
Podría usarte como modelo en uno de mis cuadros”, dijo
ella mirando a su marido, mientras este asentía con la
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cabeza. ¿Qué hice yo? Me sonrojé como cuando me
convertía en el centro de atención, entonces recordé
porque no me gustaba serlo.
“Por cierto, le conté a Amy que eras pintora, porque
se quedó como hipnotizada mirando el cuadro del pasillo.
La pintura del ángel”, dijo Nadia, otra vez dejándome sin
poder hablar, aunque la vergüenza había pasado un poco.
“Es her-mo-so, digno de estar en un museo de arte.
Esa fue su declaración oficial y formal”, dijo Nadia
bromeando, haciendo que me sonrojara otra vez más y
logré propiciarle un codazo en su lado derecho.
“No lo puedo creer. Esta nena tendría que ser mi
hija. Que no se hable más. Héctor, ayúdame a envolverlo
para que se lo lleve”, propuso Clara feliz por las palabras
que su hija le había dicho, que YO había dicho. Se acercó
y me besó en la frente.
“No es necesario que…”, fui interrumpida, mientras
Alexis y Nadia se reían de mí.
“Tengo otra copia en el negocio”, dijo con un grito
apresurándose al piso de arriba. No sabía si era verdad que
tenía una réplica o solo trataba de convencerme, pero sabía
que me iría con un hermoso regalo. Ya hasta había
pensado en esos segundos, en ponerlo en el espacio vacío
sobre la cabecera de mi cama. Lugar que nunca había sido
ocupado, ya que nunca había encontrado un cuadro que me
gustara. Bueno, la búsqueda había terminado sólo con
conocer a una persona.
“Te dije que te lo iba a regalar. Nunca la vi tan
feliz”, comentó Nadia comiendo otra porción de pizza al
igual que yo. Alexis jugaba con el control remoto,
haciendo un gran zapping de canales.
Yo había hecho feliz a alguien más según las
palabras de mi amiga. Aunque lo pude comprobar en la
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alegre cara de su madre. Era un día de logros para mí. Más
de lo que me esperaba cuando me levanté enojada por el
sueño interrumpido.
“La pasé genial. Gracias otra vez y perdón por no
haberles prestado tanta atención durante todo el año. Justo
cuando falta poco para que las clases terminen”, dije
mientras juntaba mis cosas, realmente arrepentida por todo
el tiempo perdido que ya quería recuperar.
“No importa, Amy. Este es el mejor momento para
ser amigos, justo cuando van a empezar las vacaciones.
Nos divertiremos a lo grande, HERMANA”, dijo Alexis
apretándome la cabeza con su gran mano. Me di cuenta en
el instante de que Nadia le había hablado de nuestra charla
en algún momento, cuando subí a buscar mis cosas a su
habitación. Rogué que no le hubiera dicho más que eso,
nada sobre mi interrogatorio acerca de su noviazgo. Ella
me guiñó un ojo y supuse que no lo había hecho, lo que me
dejó mas tranquila.
Cuando estábamos dentro del auto, Clara salió por la
puerta principal corriendo con el gran cuadro que me había
olvidado en el sofá del living y temí que se le fuera a volar
de sus manos delicadas. Me lo dio lentamente, estaba
envuelto en un fino y suave papel rosado e hice lo posible
para colocarlo a mi lado en el asiento sin estropearlo.
“Esperamos verte pronto, eres muy buena y me
alegra que seas amiga de Nadia”, dijo Clara besando mi
frente, me quedé congelada. No esperaba tanto amor de
una familia a la que recién conocía.
“Conduce con cuidado, Al. Mira que llevas a la hija
del intendente”, bromeó Héctor y por primera vez no me
importó que mencionara el trabajo de mi papá. Me parecía
que las bromas quedaban bien viniendo de él, así que no
podía reprochárselo.
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Los miré a los ojos llena de sinceridad, porque era lo
que sentía y lo que estaba corriendo por todo mi cuerpo
esa noche.
“Pasé la mejor noche de mi vida fuera de casa.
Gracias por hacerme sentir parte de su familia. Nos
vemos”, saludé ante sus miradas agradecidas.
“Siempre serás bienvenida aquí”, dijo Clara. Luego
los dos se marcharon hacia el interior de la casa.
“Bueno, después de tantos hasta luegos, es hora de
irse. Mañana tenemos que estar temprano en la escuela”,
dijo Alexis encendiendo el motor y apretando el acelerador
varias veces.
“Ah, por cierto, mi hermana no tendrá que soportar
más a Leo en el colectivo. De ahora en adelante te
buscaremos con Nadia por tu casa”, siguió diciendo
mientras ella se reía y lo besaba en la mejilla.
“Trato hecho”, dije contenta por lo que evitaría en el
transporte escolar. No me preocupaba Martina, porque ella
ya tenía sus amigos y se sentiría igual de protegida que yo.
Acepté la propuesta sin remordimientos.
Durante el trayecto a casa no hicimos más que
hablar de cosas que sucedían en la escuela. Alexis imitó a
varios profesores y compañeros demostrando que era
realmente bueno con las imitaciones. Me reí como nunca
antes lo había hecho, en grupo esta vez.
El auto se detuvo frente a mi casa. Enseguida
distinguí las figuras de mis padres y hermana, sus sombras
tras la cortina de la ventana del living, expectantes. Bajé
con mi cuadro y me acerqué a la ventana del lado de
Nadia.
“Declaro oficial y formalmente que somos a-mi-
gos”, dije con énfasis, separando la palabra en sílabas. Los
dos se rieron y Nadia me dio un beso, se me quedó
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mirando con los ojos llenos de algo que no me pude
explicar. Pero entendí que decían: “Por fin te animaste a
hablar, a vivir en la realidad y ser nuestra amiga”
“Nos vemos mañana en este mismo lugar, her-ma-
na”, dijo Alexis imitando mi voz y el auto se marchó de
repente.
Caminé con una felicidad enorme llenándome el
corazón, por el pequeño sendero con flores a ambos lados,
hasta llegar a la puerta. Sin duda el día había sido largo,
estaba cansada y casi no podía creer todo lo que había
pasado.
Apenas abrí la puerta, mamá, papá y Martina
gritaron: “Felicitaciones, ya tienes amigos”, no pude
hacer más que resignarme y escuchar sus bromas.
Los tres se quedaron sorprendidos con el regalo de
Clara. Mamá pensó en visitar su negocio para comprar
algunos y decorar nuestra casa. Tendríamos que llamarla
algún día para que nos diera consejos con la nuestra.
Porque desde que Nadia dijo que su mamá era pintora,
supe que era ella quien estaba detrás del buen gusto y
magnífica decoración de su hogar.
“Así que ahora eres amiga de la hija de Héctor
Herman. Mi amigo y segundo en mando en la
municipalidad”, papá dejó fluir las palabras. Salió de mi
garganta un grito de sorpresa que ni yo me esperaba.
Héctor no había dicho nada. Con razón hablaba así
de papá, eran amigos también. Nadia tampoco había dicho
nada y en ese momento sentí que era más igual que yo de
lo que pensaba. Seguramente, tampoco quería que los
demás se acercaran a ella porque alguien en su familia era
importante. Definitivamente era alguien con principios,
que siendo tan linda como era, con MUCHAS neuronas,
un padre político y con dinero, podía ser la Queen B
americana o la reina de las populares argentinas.
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Después de tanta charla subí las escaleras feliz.
Coloqué el cuadro sobre la cabecera de la cama tal cual y
como había pensado en casa de Nadia. Lo miré por varios
minutos con ojo crítico, lo recorrí con mis dedos para
poder sentir la textura del óleo.
Luego me cubrí la cabeza con la sábana y pensé que
desde ese momento la palabra “amigos”, que tanto había
estado repitiendo en voz alta y en silencio en mi mente,
tenía sentido de verdad.
Ellos eran mis amigos, los que me brindaron apoyo
desde el primer día en que me vieron. Los que reían
conmigo y se reían de mis torpezas. Los que con toda
humildad me ofrecieron a su familia desinteresadamente.
En ese instante, entendí el real y her-mo-so significado de
la palabra: AMIGOS. Cerré mis ojos, pensé en el cuadro y
dije:
Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día. No me dejes sola, sino
me perdería…
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Capítulo Tres: Bastian
El día me sorprendió con su claridad cuando aún
estaba en la cama. Las mariposas móviles que colgaban
cerca de la ventana producían una bella melodía metálica
al ser agitadas por la brisa fresca que ingresaba.
“¿Ventana abierta?”, me pregunté desconcertada.
No recordaba haberla abierto antes de irme a dormir.
Recordé cada uno de los pasos que había hecho antes de
cubrirme la cara con la sábana y no tenía imágenes de mí
abriendo la ventana. Seguramente, había quedado sin
traba, entonces el viento la empujó por la noche. O lo que
era más probable, era que en sueño, sonámbula, me haya
levantado a dejar ingresar el aire. Tal vez la habitación
había estado más caliente que de costumbre, ya que
Octubre se había tornado sumamente caluroso, como
nunca antes se había visto. Al menos eso decían los
habitantes del lugar y como era mi primer verano allí, no
tenía cόmo probarlo.
Seguí dando vueltas en la cama unas veces más, las
sábanas me producían una linda clase de escalofríos al
rozar mi piel. Aún estaba feliz por lo ocurrido ayer.
En un momento traté de recordar mi sueño, entonces
abrí los ojos para mirar hacia arriba. El cuadro que Clara
me había regalado me confirmó que otra vez había tenido
el mismo sueño. Había soñado con él una vez más. Esta
vez le pude poner una cara, ese bello rostro que la madre
de mi amiga había pintado. Tenía presente en la mente sus
ojos cerrados y esas alas gigantes que tanto me habían
llamado la atención.
De repente recordé que los chicos pasarían a
buscarme. Miré el reloj, eran las siete y cinco de la
mañana. Comenzábamos las clases a las ocho, así que
tenía tiempo de sobra para prepararme y desayunar algo.
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Además a Al, ya había comenzado a usar su apodo (así
como me acostumbraba a que el mío era Amy), no le
gustaba andar despacio en su auto tuneado, así que supe
que nunca llegaríamos tarde.
Volví a esconderme bajo las sábanas, esa vez no fue
para refugiarme de los rayos del sol que inundaban el
cuarto, sino para tenderle una trampa a la pequeña
Martina. Me quedé allí, inmóvil, pretendiendo estar
dormida y mirando hacia la puerta con ojos expectantes.
Unos minutos después pude ver su figura ingresando, lista
para comenzar con el ataque de cosquillas.
Se acercaba lentamente, con sus dos pequeñas pero
mortales manos estiradas. Cuando estuvo a punto de
tocarme, salté dando un grito: “BUUUU”. No supe cόmo
hizo para salir corriendo tan deprisa y desaparecer de la
habitación, pero se esfumó en un segundo. Tomé velocidad
para seguirla bajando las escaleras, donde la encontré y
comenzó nuestro ritual de risas.
“Te atrapé pequeña asesina”, le dije soltándola, ya
que no paraba de reírse y mamá volvió con su teoría sobre
las cosquillas malignas. Ese día no quise atacarla, porque
estaba cortando finas rodajas de pan con un cuchillo.
“Ya vas a ver lo que le va a pasar a tu cuadro
nuevo”, me dijo amenazante la pequeña, como siempre
hacía. Le saqué la lengua mientras ella se dirigía a
desayunar.
Luego de terminar de vestirme, me volví a peinar en
la forma que siempre hacía, usando la cinta. Si a varios
más que a mí les había gustado mi forma de peinarme, no
debería alejarme de lo seguro y hacerme cualquier otra
cosa ridícula en mi cabello. Me miré en el espejo, esa vez
más segura que nunca, por lo que no me reconocía a mí
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misma y no me vi para nada desagradable, es más, podía
llegar a decir que era “linda”.
Volví a bajar las escaleras para sentarme a
desayunar en la cocina. Papá ya no estaba, supuse que
tenía una reunión y mucho trabajo en la municipalidad,
porque se había marchado más temprano que de
costumbre. El diario que leía todos los días estaba doblado
sobre la silla que siempre ocupaba.
Las tres mujeres de la casa desayunamos solas esa
mañana. Aún eran las siete y media, así que había tiempo
para una conversación sobre la noche anterior. Todavía no
me conocía. ¿Yo queriendo contar lo que pasaba en mi
vida? Definitivamente estaba cambiando o
definitivamente, cosas estaban sucediendo, porque antes
nunca había tenido nada para contar.
“¿Cómo te fue con la vida social ayer?”, preguntó
mamá mirando a mi hermana y haciéndole una mueca.
Empezó ella la charla antes de que yo pudiera decir algo.
Seguro estaba más que intrigada por el cambio de su hija.
“No sé. Fue MUY raro, pero me sentí MUY bien,
como en casa, eso es lo extraño. No me preocupó que me
vieran comer, ni las tonterías que pude haber llegado a
decir. Me aceptaron tal cual soy”, respondí tomando un
poco de té y con la vista todavía puesta en Martina que se
limpiaba la boca.
“Amelie, me alegro por ti, hija. No sé por qué
piensas que eres rara. ¿Cómo no te van a aceptar? Eres
igual que los demás”, me dijo ella, untando una tostada
con mermelada de frutilla, luego me la alcanzó. No supe
qué decir, porque lo que mamá había dicho me dejó sin
habla. Era obvio que las madres siempre amaban a sus
hijos y para ellas eran los mejores, pero fue tan sincera y
amorosa cuando lo dijo, que no creí que hablaba de mí: la
tonta, antisocial y aburrida Amelie.
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“Además, les habrás caído más que bien. Clara te
regaló un cuadro. Eso es mucho para ser que apenas te
conoce. ¿No te parece?”, acotó, mordiendo una tostada.
Pensé en el bello rostro de Clara y supe que era igual de
buena que mi madre.
“Sí. Bastante, eso me dejó sorprendida. Y no sentí
que lo hicieran para quedar bien con la hija del intendente,
ni nada de eso. El ambiente ayer fue muy genuino, como si
siempre nos hubiésemos reunido a comer”, comenté
recordando la cantidad de besos y abrazos que había
recibido, a los que por cierto debía empezar a
acostumbrarme. No dejaba de recordármelo.
“¿Cómo se llama el chico que estaba con ustedes?
El que manejaba el auto”, preguntó Martina, parada al lado
de la silla y poniéndose el guardapolvo. Era tan
observadora esa niña.
“Se llama Alexis, pero le decimos Al. Es el hijo del
dueño del taller, creo. Muy buena persona también.
¿Sabes?...”, dije llevando mi taza a la pileta de la mesada.
“Ahora somos hermanos. Él dice que va a cuidar
que ningún chico con malas intenciones se me acerque”,
dije entre risas y recordando cόmo Alexis me había
empezado a decir: hermana.
“¿Por qué haría eso?”, interrogó mamá al lado mío,
con algo más escondido en el tono de su voz. Reformulé su
pregunta en mi cabeza, transformándola en la siguiente
oración afirmativa: “si quiere protegerte, es porque está
celoso, te quiere solo para él”, pensé. Eso NO era así,
para nada. Además yo no estaba interesada en nadie.
Ningún chico me llamaba la atención. Bueno, al menos
nadie real, sino uno que vivía en la “realidad” de mis
sueños. Enseguida vino a mí ese malestar, así que alejé la
idea otra vez como ayer. Me sentía tan mal por pensar esas
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cosas y tenía vergüenza de que Dios supiera, porque
seguro podía leer mi mente.
“Primero: no me gusta él, ni NADIE. Segundo: me
parece…”, aunque lo sabía, pero por respeto a mi amiga no
podía decirlo, “…creo que entre él y Nadia hay algo más
que amistad. Y por último, pero no menos importante, ayer
nos declaramos oficial y formalmente hermanos”, dije
mirándola a los ojos, asintiendo con la cabeza. Diciendo
palabras que sólo tenían sentido y provocaban gracia entre
nosotros tres solamente, porque era una clase de broma
interna. Recordé a Gina diciendo “patético” un día atrás y
esperé a que mamá lo dijera también, pero ella jamás
pensaría que éramos patéticos.
“Dejando de lado cualquier cosa que hayas pensado,
me alegra saber que forman parte de tu vida”, comentó ella
acariciándome el hombro.
“Tocan bocina y no es el colectivo”, gritó Martina
desde la ventana del living. Entonces, apresuradamente
tenía que contarle a mamá que ellos serían mi nuevo
transporte escolar. Me daba lástima dejar que Martina
viajara sola, pero se acostumbraría. Además, nunca me
prestaba atención en el colectivo cuando iba con sus
amiguitas.
“Ah, por cierto, ellos me pasarán a buscar para ir al
colegio de ahora en adelante”, le dije en un tono que no era
de petición de permiso, sino de afirmación.
“No hay problema. Martina tiene a sus amigas. En
eso te ganó”, comentó ella sonriente.
Las tres salimos de la casa. Subí al auto mientras mi
madre y hermana miraban desde la puerta.
“Hola señora. ¿Cómo está?”, saludó Nadia a mamá,
acomodando su cabellera rubia con la mano. Estaba más
Barbie que nunca antes.
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“Muy bien. Díganle a su amigo que maneje con
cuidado”, gritó mamá olvidando que él era hijo del
mecánico. No había duda que era uno de los chicos que
mejor y con más responsabilidad manejaba en Puerto
Azul. Aunque le gustaba la velocidad y tal vez a eso se
refería mamá, él conocía tanto su auto que nada podía
pasarnos. Desde que tenía un año andaba sobre ruedas.
“Todo bajo control señora. Chiquita, ¿no querés que
te llevemos a la escuela?”, ofreció Alexis, cosa que nunca
se me hubiera ocurrido pensar. En mi visión y por más que
amaba a Martina, era suicidio social tenerla hablando por
unos minutos frente a mis amigos. ¿Cuándo inventé la
regla? No sabía.
“No, gracias, prefiero ir con mis amigas. Nos
vemos, hermano”, dijo ella saludando, mientras corría
hacia el colectivo que se había estacionado detrás del auto.
Habló con tal madurez que los chicos se sorprendieron, eso
le pasaba a todos los que la escuchaban hablar, su mente
evolucionaba más rápido que su cuerpo.
¿Había escuchado bien? ¿Le había dicho hermano?
Me sonrojé inmediatamente.
“Sorry”, me disculpé y aprendí que tendría que
cerrar la boca delante de ella, porque no hacía más que
repetir todo lo que escuchaba a su alrededor y eso podría
causar problemas. ¿Y si se hubiera animado a preguntar si
él y Nadia eran novios? Me puse más roja. Al pudo verme
por el espejo retrovisor. ¿Cuándo dejaría de sonrojarme?
“No te preocupes. Me cae bien la mocosa. Así que
ahora tengo dos hermanas. ¿Quién lo hubiera pensado?”,
dijo con una risa en sus labios como si la idea le gustara,
ya que él era hijo único.
Nadia me estaba mirando, mientras sacudía su
cabeza como diciendo: “no puedes ser más tonta y
vergonzosa”.
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“Amy, deja de pedir perdón por tonterías”, me dijo
confirmando lo que creí que ella estaba pensando. Aunque
no lo dijo en tono agresivo. Esbozó una sonrisa y volvió su
cara hacia el frente.
El auto comenzó a alejarse. Las ventanas estaban
abiertas, el aire golpeaba mi cara, pero no me importaba.
Era una linda mezcla de felicidad y de sentirme viva lo que
atravesaba mi corazón.
La calle estaba más visible que nunca, porque el sol
se hacía más fuerte a medida pasaban los minutos. Las
personas, cada una de ellas, estaban haciendo lo que
hacían día a día, así que pensé que no era la única con
rutinas. Los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Los
niños caminaban hablando fuerte, algunos cantando,
vestidos con guardapolvos blancos. Los pájaros planeaban
en lo alto del cielo, como mirándonos a los que no
podíamos volar. ¿Podría mi ángel volar tan alto? Seguro
que sí.
A medida que avanzábamos, los rastros de
civilización comenzaban a perderse. El colegio quedaba
alejado de la ciudad, porque era tan grande que no habían
encontrado un lugar en el centro para edificarlo. Por eso
estaba retirado, cerca del bosque.
Gracias a Dios las populares y deportistas eran tan
superficiales que no habían ejercido su poder para sacarnos
de los ventanales del comedor. Almorzar allí, pudiendo
apreciar los pinos verdes y las aves sobrevolándolos, era lo
más mágico que había visto en la ciudad. A lo lejos
también se veía un cerro que no era tan alto. Me dije que
algún día tenía que ir a conocerlo de cerca y tomar unas
fotos desde arriba.
El Highland era un colegio privado y bastante caro
por cierto. Acudíamos allí no por decisión propia, sino por
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decisión de mis padres. Para nada estaba de acuerdo con la
idea de ir a un lugar tan caro, habiendo colegios públicos
en el centro que no tenían doble turno. Pero en ese
momento no me importó, ya que estaba feliz de ir al lugar
en el que había conocido a mis dos mejores amigos.
La mañana pasó lenta, monótona y sin ninguna
situación fuera de lo común. Sin duda, escuchar a Leo
queriendo pronunciar la palabra father con el acento
británico que la profesora de Inglés tenía, había sido lo
mas gracioso de la clase. Todos se habían reído de eso,
pero él no se avergonzaba y menos se sonrojaba. Ya
deseaba yo tener esa habilidad.
“¡Qué mal!”, exclamó Nadia, dándose vuelta para
mirarme y golpeando a Alexis por la espalda, para que
dejara de reírse. No lo había dicho con intenciones de
ofender o porque nosotros pronunciáramos mejor, cosa que
nunca podríamos hacer, sino por el hecho de que seguía
intentando en voz alta, a pesar de que la profesora ya había
cambiado de tema. Como tratando de mostrar una
habilidad con el idioma que no poseía.
Cuando sonó el timbre a las doce, todos nos
levantamos apresurados de la misma manera, sabiendo que
era hora de visitar el comedor. Una vez cada tanto se
escuchaba el rugido de algún estómago vacío y yo daba
gracias de que no era el mío. Por suerte ese día no sentía
tanta hambre.
Cuando llegamos mas distraídos que de costumbre,
todos estaban ocupando sus lugares. Aunque algo me
llamó la atención, un tumulto de chicas hablando en voz
alta y tratando de parecer interesantes, me hizo ponerme a
analizar la situación.
La mayoría de los que estaban ubicados eran los
varones que miraban con sus caras sorprendidas. Giré mi
vista hacia la barra de comidas y me di cuenta de que ahí
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estaban todas. Se veían indecisas, haciendo pedidos
innecesarios, como si tuvieran ganas de estar dos segundos
más en el lugar, porque había algo que querían seguir
viendo.
Gina y Augusto, pasaron con la bandeja plástica de
comida y ni siquiera me miraron. Parecía que él, la había
obligado a salir de la barra, por lo que podía apreciarse en
su cara.
“¿Qué está pasando aquí?”, preguntó Alexis
totalmente desconcertado. Seguro creyó que alguien se
había desmayado, o algo trágico había sucedido, como
solía pensar en esa clase de situaciones.
Mariana, una chica de quinto año, venía con su
bandeja cargada de alimentos y escuchó la pregunta de Al.
“Doris se jubiló ayer. Juan pasó a ser el dueño de la
barra y hay un nuevo ayudante. Es HOMBRE, por eso el
revuelo de las mujeres. ¿Dónde está nuestra dignidad
chicas?”, dijo indignada su pregunta retórica. Pero fue una
reacción muy de ella. Mariana era ABSOLUTAMENTE
feminista y no podía entender que las mujeres se
desesperaran de esa manera por un chico nuevo, le parecía
degradante. En cambio a mí me parecía reacción femenina
adolescente.
“Con razón. ¿Qué más podía ser? Si esas no comen
nada, no se iban a desesperar así por un nuevo plato de
comida”, dijo Alexis sacudiendo su cabeza y sonriendo. Al
parecer, era un comportamiento común en las chicas de la
ciudad o de todas las chicas del mundo, como ya había
pensado antes, aunque yo no me creía así.
Nos acercamos a la multitud lentamente, tratando de
atravesarlas como si fueran paredes de piedra, pero ellas
oponían resistencia.
“Permiso chicas. Sólo queremos pedir comida y
retirarnos a nuestro lugar. Así que por favor, den lugar y
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no las molestamos más. Después, pueden seguir mirando
como tontas al chico nuevo”, dijo Nadia con la voz tan
fuerte que todos se quedaron mirándola. Nunca creí que
fuera capaz de eso, pero sólo teníamos media hora para
comer y descansar, esperando el viernes que era el único
día que no teníamos doble turno. Entonces entendí sus
razones. Las demás se sonrojaron como yo hubiera hecho,
se retiraron protestando por lo bajo y matando a mi amiga
con la mirada, pero a ella no le importó. El chico nuevo no
podía hacer más que reírse complicemente con Juan, sólo
podía escucharlo porque todavía había unas chicas altas
frente a él.
Cuando el tumulto se dispersó, algún magnetismo
extraño hizo que mi cabeza se levantara, que una rara
sensación se apoderara de mi corazón por completo, que se
agitara mi respiración y me quedara viéndolo.
No se podía negar porque se habían quedado
mirándolo, hasta yo, que un segundo atrás creí no ser la
típica adolescente enamoradiza, me quedé observándolo
detenidamente.
Era como si hubiera salido de una revista de
modelos, pero era más perfecto. Era alto, su piel
extremadamente blanca, más que la de Alexis y eso ya era
mucho decir. Tenía el cabello muy negro, lacio y fino. Un
corte de pelo actual y moderno: no tan corto, irregular, con
un flequillo desmechado que caía sobre su ojo izquierdo.
Eso lo diferenciaba de todos los chicos del lugar, además
de otras cualidades.
Sus ojos, eso era lo que me había quedado viendo.
Ellos eran demasiado verdes, nadie parecía notar un
extraño brillo que tenían, pero yo sí. Era como si hubiera
usado un delineador sumamente negro en sus estilizadas y
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largas pestañas, porque los ojos resaltaban como dos
esmeraldas.
Estaba vestido con jeans gastados, una remera negra
que le quedaba ajustada. O realmente su cuerpo era
musculoso como para hacer que le quedara pegada al
cuerpo. Bueno, si uno miraba sus brazos se daba cuenta
que la remera no era ajustada, su cuerpo era grande.
Sus labios eran rojos, perfectos y simétricos, al igual
que sus dientes extraordinariamente blancos, y que
combinados hacían la sonrisa más maravillosa que había
visto en mi vida.
Parecía tener diecinueve años más o menos. Por eso
las chicas habían estado tan interesadas, ya que siempre
buscaban chicos más grandes y sus pobres compañeros se
desilusionaban al no tener oportunidad, cuando un nuevo
galán como estos aparecía. Pero era la regla general de las
mujeres, no había nada que hacerle.
Fue ahí que recordé su risa y luego una mirada
cómplice hacia su compañero de trabajo y me di cuenta de
que yo no le daría el gusto a ese nuevo, arrogante,
ayudante del comedor, de que pensara que yo era como las
otras.
“Ya estamos listos, te esperamos en nuestra mesa
cerca del ventanal”, dijo Nadia tocándome el hombro,
volviéndome a la realidad. Me di cuenta de que varios
minutos habían pasado mientras hacía mi observación del
recién llegado, porque Alexis ya tenía la bandeja llena. Los
dos se alejaron bromeando. Pude escuchar a Al imitando a
Leo.
“Father, father…”, decía, mientras ella le pedía que
siguiera con la imitación.
Rogué no decir una tontería, ahora que me habían
dejado sola frente a él. Rogué que no se hubiera dado
cuenta de mis ojos analizándolo unos segundos atrás,
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mientras él les servía comida a mis amigos. Nunca pensé
que el sólo hecho de mirar a alguien podría afectarme
tanto.
“¿Qué quieres comer?”, dijo humedeciendo sus
perfectos labios, trayéndome nuevamente a la realidad,
porque ya me había perdido en su belleza otra vez. Esperé
no haber tenido mis ojos abiertos como lechuza
sorprendida. Su voz era atrayente, tan dulce, pareja y sin
ninguna vibración horrible o característica particularmente
mala que pudiera llegar a irritar. Era todo perfecto.
“Sólo una manzana. Gracias”, pude decir
finalmente, cuando recuperé la respiración. Traté de quitar
mis ojos de su blanco rostro, pero era como un llamador
que hacía que mis ojos miraran a una sola dirección, hacia
donde estaba él.
“¿Nada más que una manzana? Ya veo, estas a dieta
como ellas”, dijo indicándome a las populares, que no le
sacaban los ojos de encima. ¡Qué mal! Me había incluido
en el grupo superficial.
“No, Dios me libre de ese castigo. Es sólo que… no
tengo hambre hoy”, dije ajustando la cinta en mi cabello
colorado. Sonrió por lo que yo había dicho.
Luego tomó un poco de pollo caliente y lo colocó en
un plato. Puso un envase de jugo de naranja y la manzana
que era lo único que le había pedido.
“No, está bien…”, quise decir pero me interrumpió,
dándome la bandeja. Tuve que tomarla porque era obvio
que la iba a dejar caer. Ya se había puesto arrogante o algo
por el estilo. No me gustaba para nada la idea de que me
diera órdenes silenciosas.
“Shhh”, me dijo para que no terminara la oración
anterior, me quedé estática acatando su reto y esperando
saber lo que estaba por decir.
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“Me gustan los desafíos y acaba de surgir uno. Me
voy a proponer que te alimentes bien, al menos de lunes a
jueves, durante el almuerzo. El fin de semana no puedo
controlarte, es una lástima, pero espero que no comas
comida chatarra”, me dijo usando su sonrisa mágica, que
parecía convencerme de hacer lo que NO quería hacer.
Decidí alejarme de una vez por todas.
A medio camino di media vuelta para volver a
mirarlo. Allí estaba, con el fondo oscuro de la pared
haciéndolo resaltar como una figura brillante.
“Gracias”, le dije, imprimiendo en mi tono de voz
una sensación que decía: TE ODIO.
Llegué a la mesa donde estaban mis amigos, con
todas las miradas del colegio puestas en mí. Seguro
estaban tratando de matarme o deseando producir rayos
aniquiladores con sus ojos, para castigarme por haber
tenido el “privilegio” de que el nuevo me hablara y
sonriera. Sentí las ganas de desaparecer bajo la tierra. Me
senté rápidamente entre el vidrio y Alexis, ya que al menos
quedaba menos expuesta que antes.
“¿Dónde esta nuestra dignidad chicas?”, bromeó
Nadia, repitiendo la pregunta retórica de Mariana. Alexis
no pudo contener la risa y devolvió al vaso el jugo que
recién había bebido. Ya era tan amiga de ellos que,
primero, no me iba a enojar por la broma de Nadia y,
segundo, no sentiría asco por los malos modales de Alexis.
“Shut up”, dije y me concentré en tratar de comer la
porción de pollo que… el chico sin nombre, me había
obligado a comer. Sería parte de su desafío, eso había
dicho.
“¿Planeaba engordarme como la bruja en Hansel y
Gretel para luego comerme?” ¡Que tonterías estaba
pensando!
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“Le podrías enseñar a pronunciar a Leo. El inglés es
lo tuyo amiga”, me dijo ella. Muy en el fondo o no tanto,
sabía que Nadia estaba tratando de que me interesara en
algún chico. Ella seguramente se imaginaba salir en pareja:
comidas y cine. Y por un momento, sentí que el repentino
interés que ¿tenía?, en el chico nuevo, no estaba del todo
mal. No era que quisiera darle el gusto a mi amiga y
menos al arrogante, pero al menos, él era alguien real que
me alejaría de esa rara sensación de malestar. Ni quise
acordarme del ángel en mi habitación, en el cuadro mejor
dicho. Eso sonaba mejor. Pero, ¿qué hacía pensando en ese
misterioso chico como posible novio? Si él sólo me había
hablado. Me estaba volviendo loca, mucha vida social me
estaba afectando. Además él era tan… arrogante.
“El nuevo se llama Bastian. Tiene un nombre raro.
Es huérfano y vive en la casa al lado de la catedral. Ayuda
al padre Tomás con la limpieza de todo el lugar y es su
ayudante en la misa los domingos, por eso le dan una
habitación en la casa de los curas”, comentó Alexis,
habiendo liquidado la completa y gigante hamburguesa de
su plato, más las papas fritas. Mi amigo nunca engordaba a
pesar de todo lo que ingería, así que podía comer feliz.
“Y después las que hablamos de más somos las
mujeres. Definitivamente el taller de tu papá es el mejor
lugar para obtener información”, dijo Nadia, recostándose
en el respaldar de la silla. Bebió su gaseosa y dirigió su
vista al bosque.
“Bueno, no es rumor. Él mismo estuvo hace unos
días allí. Llevó a reparar su auto viejo y le contó todo a
papá. No sé, algunos se creen que papá es psicólogo y los
tiene que escuchar. Seguramente ganaría más plata
escuchando que arreglando”, dijo Al, abollando mi caja de
jugo de naranja vacía. Nadia lo miró sonriente. Por alguna
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razón le festejaba todas sus bromas o descabelladas ideas.
Eso era amor realmente.
“Tiene lindo nombre”, se me escaparon las palabras.
De ninguna manera había querido hacerlas públicas. El
calor subió por mi cara y sabía que estaba ROJA.
“¿Solo su nombre amiga?”, preguntó Nadia
moviéndose como una víbora, sentada en su silla y
tratando de molestarme.
El timbre sonó de repente. El ruido de sillas
arrastradas por el suelo fue estremecedor. Todos
volvíamos a la normalidad, por suerte.
“Hora de volver a clases”, dijo Alexis guiñándome
un ojo y sacándome del compromiso de dar una respuesta,
a la no-retórica pregunta de Nadia. Es por eso que la llevó
unos pasos delante de mí imitando a Leo en la clase de
inglés, para distraerla del tópico anterior. Así se
comportaban los hermanos mayores, eso logré entender.
Antes de salir del comedor di una mirada hacia la
barra de comidas y confirmé mis sospechas. Sabía que su
mirada penetrante había estado posada en mí durante todo
el almuerzo. No era que eso me alegrara, porque detestaba
esa repentina insistencia suya, esa manera educada de
hacerme comer cosas que no quería, que se creyera el
modelo perfecto que realmente era, pero me hacía
preguntarme el porqué de esa mirada tan profunda sobre
mí.
Él sonrió, levantó su mano rápido y la dejó caer. Me
saludó, a mí, solo a mí. Ya no había más nadie en el lugar.
Fingí una sonrisa y apuré el paso para alcanzar a mis
amigos. Por más que tratara de callarla, mi cabeza no
dejaba de repetir: Bastian, Bastian, Bastian…
Las horas de la tarde pasaron más rápido que de
costumbre, ni siquiera tuve que desear que el timbre sonara
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porque este ya lo había hecho y ni cuenta me había dado.
Tampoco parecí entender que estaba en el estacionamiento
unos minutos después. Últimamente estaba tan perdida,
como si apareciera en diferentes lugares por arte de magia.
“Hey. ¿Vienes a casa hoy o dejamos la excusa de la
guerra mundial para mañana?”, preguntó Nadia haciendo
chasquear sus dedos fuertemente ante mis ojos. Alexis ya
estaba al volante. La verdad era que decíamos que íbamos
a hacer el trabajo de Historia, pero nos poníamos a charlar
y divertirnos. Algún día lo tendríamos que hacer bajo
presión y cerca del límite de tiempo.
“Sí, dejémoslo para otro día. Hoy tengo que hacer
algunas cosas: como ayudar a Martina un rato con la
tarea”, fue mi excusa para decirle que no sentía la
necesidad de ir a su casa. No podía creer que el recién
llegado me hubiera dejado fuera de mí. Definitivamente
me llamaba la atención algo en él, o sólo él. No había
podido dejar de pensar en su cara unas horas atrás en clase,
después del almuerzo. Por eso había pasado rápido el
tiempo, porque no dejé de pensar en él. Y así de distraída
para quien me viera desde afuera, pero completamente
pensativa en mi interior, viajé todo el camino a casa.
“¿Quién era ese chico?”. Ahora sería parte de su
reto, yo formando parte de su vida. Además, vivía cerca de
la catedral, a unas pocas cuadras de mi casa. Recordé las
campanas y los escalofríos volvieron.
“¿Segura que no quieres venir?”, preguntó Alexis
mirándome por el espejo, esperando la respuesta.
“Segura, nos vemos mañana, como chofer de mi
transporte escolar”, dije bromeando, cuando logré recobrar
mis sentidos. Besé a los dos rápidamente y bajé del auto.
“A la misma hora y en el mismo lugar”, gritó Al y
se alejaron a toda prisa. Le pedí a Dios que mantuviera
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intacta la habilidad de buen manejo de mi amigo, que nada
les sucediera y que llegaran a salvo a sus hogares.
Entré a la casa, donde todo estaba silencioso. No
había nadie más que yo y mi respiración. Sólo el gran reloj
del comedor se escuchaba andar. La atmósfera era
tenebrosa, sin ruidos, ni voces.
Subí las escaleras y tiré el bolso sobre la cama.
Seguro había estado haciendo planes en mi cabeza, planes
de investigación por los cuales había mentido por primera
vez a mis amigos, porque me dirigí a la laptop sobre mi
escritorio de vidrio. Impaciente le daba golpecitos para que
se apurara. Cuando todo había cargado, abrí primero el
programa de correo y Chat. Agregué a Nadia y Alexis a
mis contactos, ya que me habían escrito sus mails en la
carpeta durante matemática, marqué la cruz para cerrar el
programa.
Luego hice lo que había estado posponiendo. Abrí
Google y en la casilla para buscar escribí: Bastian. Tal vez
con la inocente idea de que iba a encontrar una foto o
información suya. Algo que lo hiciera más real.
Detenidamente seguí con mis ojos los resultados de
búsqueda, hasta que llegué a uno azul que decía: Bastian.
Significado del nombre. Hice clic sobre el título y me
mandó a una página negra, con letras blancas que solo
decía: Venerado por sobre los demás (Honoured above all
others) agregaba en inglés. De inmediato mi mente trajo
recuerdos de las chicas a su alrededor. ¿No era eso una
especie de veneración por sobre los demás chicos que iban
al colegio? Estaba claro que sí. Pero, ¿por qué?
¿Realmente estaba tan loca que podía creer que uno era
igual a la descripción de su nombre?
Me paré para pensar, caminé y me acerqué a la
ventana para ver la catedral, como si pudiera verlo a él. De
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56MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc
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repente apareció una ventana de Chat en mi computadora
portátil. No había cerrado la sesión.
No era ni Nadia ni Alexis, seguro no me habían
aceptado todavía. Era mi amigo: Nando de Venezuela, que
me estaba hablando. Rápidamente me senté a charlar con
el en inglés un rato, ya que estudiaba para ser profesor y a
mí me gustaba practicar.
Siempre era bueno hablar con él. Yo le contaba de
mi realidad y él de la suya. Ya hacía un año nos
conocíamos gracias a una sala de Chat en la que se podía
practicar el idioma, hasta que nos dimos cuenta de que los
dos hablábamos español.
Su nombre era Daniel Fernando y tenía dos
apellidos que no me acordaba en ese momento. Siempre le
decía que sonaba a nombre de galán de telenovela, por eso
el prefería que lo llamara Nando, ya que sus amigos
también lo molestaban con eso.
Era raro el hecho de que nos conocíamos tanto.
Habíamos visto algunas fotos de cada uno nada más, pero
sólo eso bastaba para saber que existíamos en la vida del
otro.
Cada tanto le prometía visitarlo en Venezuela. Él
decía que no había problema, que me esperaba con los
brazos abiertos. Entendí que tenía un amigo más, que eran
tres y no dos, como papá había escrito en el mensaje. Las
distancias no nos importaban en lo mas mínimo.
De todos modos e innegablemente esa tarde por más
distracciones que me quise crear, tal cual y como había
pasado a la salida del comedor, mi cabeza no hacía más
que repetir: Bastian, Bastian, Bastian…
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Capítulo Cuatro: Noticias
El miércoles me encontró desprevenida porque no lo
estaba buscando. Habían pasado tantas cosas los días
anteriores que parecía que el tiempo volaba, escapándose
de mí. Eso nunca sucedía en mi ex solitaria y aburrida
vida. En esa vida que había dejado atrás podía contar uno a
uno los segundos, minutos y horas, siguiendo las
interminables vueltas de las agujas del reloj. Los días
pasaban más lento que para las demás personas, pero eso
también había comenzado a cambiar.
Volví a despedir a mi familia al escuchar la bocina
de mi nuevo transporte escolar, que era más puntual de lo
que esperaba de mi amigo. Tomé el bolso apresuradamente
sin fijarme si llevaba las cosas necesarias. Después me
puse una campera liviana de algodón, pues parecía que el
calor se había alejado por unos días de la ciudad. Faltaban
quince minutos para las ocho y al salir de mi casa me di
cuenta de que en verdad estaba más fresco que ayer, debía
empezar a creer más en los pronósticos locales que en los
nacionales, que siempre erraban.
Entré al auto colocando mi bolso en el asiento al
lado mío. Nadia y Alexis se estaban besando, así que
pretendí no ver y tratar de que la situación fuera menos
incómoda, pero nunca sucedía eso cuando uno así lo
quería. De inmediato se ubicaron en sus lugares al sentir
mi presencia. Igualmente me alegraba de haberlos visto de
esa manera, porque ya no aguantaba más todo ese misterio
que querían crear y los besos en la mejilla. Con cada
segundo que pasaba, me podía dar cuenta de que se
amaban de verdad. Eso me llevó a pensar si algún día haría
lo mismo. Eliminé mis pensamientos una vez más, pues
era muy temprano como para preguntarme cosas a mí
misma.
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“¿Tengo una pregunta Amy?”, dijo Nadia girando
para mirarme. Ella me haría las preguntas al final. Sus ojos
azules estaban completamente abiertos. Alexis seguía
mirando hacia el frente, por lo que daba gracias. Muchas
veces por no perderse la conversación, giraba para verme
también. El miedo de chocar era inminente en mi cuerpo,
una defensa natural ante el peligro, suponía yo.
“Adelante. Estoy preparada para lo que sea, puedes
preguntar”, dije segura por fuera, aunque dudando mucho
en mi interior.
“¿Qué quería saber que todavía no le había
dicho?”. Si a esas horas de la mañana mi amiga ya tenía
ganas de pensar, era digno de admiración.
“Ya te dije que no exageres. Sólo quiero asegurarme
de que ayer no nos evadiste, para darnos tiempo para estar
juntos y no ser la tercera desubicada”, comentó ella,
estirándose para besarme la frente.
“Buen día”, agregó, ya que no nos habíamos
saludado como correspondía. Seguramente lo que la había
llevado a ese planteo fue mi incomodidad al verlos besarse
cuando subí al auto, no había otra opción más que esa.
“Para nada, sólo tenía cosas que hacer. Hoy me
tendrán con ustedes para seguir el trabajo de investigación.
Ahora somos la triple alianza, así que no me siento como
la tercera desubicada”, dije devolviéndole el beso, tocando
la cabeza de Alexis y usando sus propias palabras en forma
de broma.
“La triple alianza… eso me gusta. Buen nombre
para nuestro grupo. No en el sentido destructivo
obviamente”, comentó Al sonriente. Me pareció que tenía
razón, era un buen nombre.
Volví a mi clasificación mental de las clases
habitantes del Highland y pensé que de ahora en adelante
debíamos desaparecer de esa lista de solitarios, para ser la
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  • 1.
  • 2. Ángeles y Mariposas Matías Zitterkopf www.matiaszitterkopf.com.ar
  • 3. Diseño de Cubierta: Sonia Nievas y Carolina Varela Depósito legal: Biblioteca Nacional de Canadá ISBN: 978-1-926828-05-3 Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo: © 2010, Ediciones MUZA Inc. Canadá www.tulibreriavirtual.net Ninguna parte de esta publicación, incluído el diseño de la carátula, puede ser transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Tampoco podrá ser reproducida o almacenada con fines comerciales.
  • 4. Agradecimientos Antes que nada quiero dar gracias a Dios por iluminar mi camino y hacerme sentir su presencia cada día de mi vida. A mis padres, por darme la vida y apoyarme en mi educación junto a mis maestros, pues nunca hubiese aprendido a leer y escribir. A mis hermanos y amigos, por ser muchas veces mis críticos literarios y soportarme cuando hablo de mis sueños e ideas. A los lectores, por seguir creyendo en la magia de los libros y ser tan pacientes. A mis dos amigas y colegas, Sonia Nievas y Carolina Varela, por haberme brindado su ayuda. No siempre se conoce a personas geniales y yo lo he hecho. A los blogueros que han prestado su gigante ayuda desinteresada para lo que fue una campaña de promoción muy buena. En fin, gracias a los que siempre me apoyan por hacerme sentir bien con lo que hago y a los que no creyeron en mí, por hacerme más fuerte.
  • 5. Más allá de la ventana abierta, el aire de la mañana está henchido de ángeles. Richard Wilbur
  • 6. ÍNDICE Prólogo ....................................................................5 Capítulo Uno: Despertares ......................................6 Capítulo Dos: Amigos...........................................23 Capítulo Tres: Bastian...........................................39 Capítulo Cuatro: Noticias......................................57 Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas ..............84 Capítulo Seis: Salvada.........................................102 Capítulo Siete: Baile ...........................................120 Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable ....................134 Capítulo Nueve: Alas ..........................................146 Capítulo Diez: El Junco ......................................169 Capítulo Once: Tiempo.......................................184 Capítulo Doce: Palacio de Tul ............................193 Capítulo Catorce: Confrontación ........................227 Capítulo Quince: La Propuesta ...........................235 Epílogo: Decisión Final.......................................242 Acerca de.............................................................249
  • 7. ÁNGELES Y MARIPOSAS 5MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Prólogo Viví casi diecisiete años libre de problemas, sin prestar atención a los demás, porque estaba encerrada en una burbuja. Me sentía aislada del mundo exterior, sin interés ni ganas de cambiar ese estado. Tenía una coraza alrededor que no me permitía ver que había algo más fuera del mundo que me había creado en mi habitación. Sin duda, haber venido a Puerto Azul cambió todo completamente, ya que hizo que mi antigua vida cambiara por completo. Al poner un pie fuera de mi mundo inventado, encontré a aquellos que estudiaban conmigo, la vida social que se comenzaba a tejer, y con ésta, los dramas, las peleas, la alegría y el amor. Cuando en el camino pierdes lo que más aprecias con el alma, cuando pareces quedarte sin respiración por el dolor cortante, allí están ellos brillando: tus amigos y amor prohibido. Ellos llenan ese vacío. Sabía que estaba pecando mortalmente al enamorarme. Aunque sentía que a él le pasaba lo mismo. Me amaba, pero estaba rompiendo las reglas al hacerlo. Entonces, sufría igual que yo: en silencio. Tal vez cuando uno siente que es verdad en cada célula del cuerpo, ese amor no es tan prohibido. Porque al final de todo, es el amor el que nos lleva a tomar las decisiones más difíciles.
  • 8. ÁNGELES Y MARIPOSAS 6MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Capítulo Uno: Despertares Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino me perdería… Anoche después de dar mil vueltas en la cama, en una búsqueda interminable del sueño y cuando estuve cerca de dormirme, repetí cinco veces esa oración que mi madre me enseñó cuando era pequeña. A pesar de que tenía dieciséis años, por alguna extraña razón que no comprendía, la seguía diciendo. Rezaba esa plegaria cada vez que me iba a dormir, con mis dedos entrecruzados sobre el pecho, porque me hacía sentir tranquila y protegida cuando las sombras de la oscuridad se movían en la penumbra de mi habitación. El hecho de saber que en algún momento de la noche él estaba ahí, de pie a mi lado y cuidándome de todo mal, hacía que olvidara los pequeños problemas de adolescente solitaria que había tenido durante el día. No tenía una imagen definida de mi ángel guardián, porque él jugaba a las escondidas y no se dejaba ver. Tal vez me estaba volviendo loca, pero las cosas se habían tornado demasiado reales para mí. Al menos yo sí creía en él. El sueño de la noche de anterior fue igual de intenso que los demás. Siempre pasaba lo mismo; era casi una rutina que estaba obligada a vivir todas las noches, cuando el silencio se apoderaba del mundo. Me veía parada cerca de la ruta, nerviosa y con una fuerte idea en la cabeza. Los autos que pasaban a gran velocidad eran borrosos frente a mis ojos. El vestido blanco y liviano que llevaba puesto comenzaba a flotar cuando la brisa proveniente de un bosque cercano llegaba hasta mí, acarreando hojas secas. Nadie parecía querer
  • 9. ÁNGELES Y MARIPOSAS 7MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net ayudarme o preguntarme si estaba bien, lo que me llevaba a la conclusión de que era invisible para ellos. En lo más profundo de mi ser estaba el sentimiento, las ganas de querer dar un paso adelante, cerrar los ojos y esperar al primer automóvil que quisiera quitarme la vida. Lo que no entendía era el motivo que me llevaba a tomar esa decisión. Yo sabía que nunca pensaba en esas cosas horribles. Era como sentirme tentada a cometer el error. Pero siempre en el instante en que estaba por tomar la drástica decisión, alguien me tocaba el hombro izquierdo. Me dejaba completamente paralizada, como congelada. Por un lado parecía estática, pero mis sentidos estaban más alerta que nunca. Podía oler los perfumes que el viento llevaba. Los ruidos que llegaban hasta mis oídos eran fuertes. Podía ver las cosas con mucha nitidez, a pesar de que estaba oscuro. Siempre giraba sobre mis pies lentamente, asustada, para ver quién era el que estaba parado detrás de mí y allí estaba él, pero un tanto más lejos. Aunque no podía distinguir su cara ni sus ojos, sabía, porque lo sentía en todo mi cuerpo que ya estaba acostumbrado a su presencia, que era el mismo ser que me cuidaba por las noches. Entonces entendía que mis sentidos eran mejores, pero el de la vista me jugaba en contra cuando lo quería ver. En el preciso momento en que me acercaba a acariciar y mirar su rostro, alguien de la vida real me impedía hacerlo y me devolvía a la vida. Tenía la sensación de que era él quien no deseaba mostrarse, pero cada vez estaba más segura de que era mi protector. Me desperté dando un salto al escuchar los gritos de papá, provenientes del piso de abajo. “Amelie, Amelie es hora de levantarse”. ¿Lo había dicho o gritado? Me puse la almohada en la cara, llena de
  • 10. ÁNGELES Y MARIPOSAS 8MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net rabia, porque otra vez alguien había interrumpido mi sueño, en el momento más importante. No tenía despertador sobre la mesa de luz, porque con los gritos de mi familia tratando de despertarme todas las mañanas no era necesario. “Ya voy. Sólo un segundo más”, traté de decir y me di cuenta de que mi voz se escuchaba áspera, seca y cansada, debido a que no había podido pegar un ojo la noche anterior. Esos sueños eran tan reales que me cansaban demasiado. Tomaban toda la energía que tenía. Luego no podía hacer más que levantarme, con finas líneas rojas en mis ojos. Parecía salida de una película de terror, una zombi, o algún monstruo de esa clase. Pero por suerte, papá siempre se acordaba de comprarme unas gotas, que hacían que la irritación se fuera en minutos, porque ni loca saldría a la calle con esos ojos. Salir a la calle era un decir, ya que no era una de mis actividades preferidas, porque yo no era como las demás chicas, no me interesaban las mismas cosas, porque las consideraba banales. Mis padres trataban de obligarme a que saliera a la vida, pero a mí no me importaba demasiado. Tal vez se reprochaban el hecho de que mi forma de ser tenía que ver con el trabajo de papá. Una vez escuché a mi madre culpándolo por mi personalidad. Hasta mi pequeña hermana tenía más amigos que yo. El sólo hecho de tener uno, era más de lo que yo tenía. Llegué a plantearme si era así cómo quería vivir y supuse que la respuesta era: no. Martina, mi hermana menor, entró corriendo y abrió las ventanas, porque sabía que era la única forma en que podía despertarme. Los rayos de sol que ingresaban, quemaban mis ojos, que aún no habían sido expuestos a las gotas. Entonces, no tenía otra solución que levantarme
  • 11. ÁNGELES Y MARIPOSAS 9MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net para empezar con mi rutinaria aburrida y antisocial vida, a la cual estaba demasiado acostumbrada. “¡Arriba remolona, es hora de levantarse!”, gritó mi hermana, con la voz más aguda que haya podido escuchar en una nena de seis años. A veces temía por los vidrios y las cosas hechas de cristal que se encontraban en la casa. Sabía que era de tonta, pero creía que los vidrios podían estallar, como pasaba en las películas. ¿Todos tenían que gritar en mi familia? Luego de esa manera obligada de despertar, dábamos paso a una cacería, en la que la perseguía hasta el piso de abajo. Las cosquillas eran su punto débil. Entonces cuando la tenía entre mis manos, la hacía reír por un minuto completo y quedaba realmente agotada, dolorida de tantas carcajadas que dejaba salir de su pequeño cuerpo. Tal vez si alguien lo veía de afuera, yo parecía un tanto infantil para mi edad, aunque dieciséis años no significaba ser adulta. Sabía que había otras chicas que no jugaban con sus hermanos, porque sus mentes estaban ocupadas con otras cosas que no tenían que ver con niños. A mí era lo que más me gustaba, pues los momentos que compartía con Martina eran de lo mejor y también escasos, ya que me la pasaba casi todo el día en el colegio de doble turno. “¡Amelie! Deja de hacerle cosquillas a tu hermana, sabes que le hace mal”, era lo primero que decía mamá cuando nos escuchaba corretear por el living. Tenía la idea de que reír era perjudicial para la salud, pero yo pensaba todo lo contrario. Cuando estaba triste, que pasaba muy a menudo, me acordaba de cosas graciosas y me alegraba al instante. Toda la mala energía se iba. Mamá tenía un cerebro impresionante, al menos eso es lo que yo creía. Mucha gente decía que las mujeres podían hacer varias cosas a la vez. Yo era la excepción,
  • 12. ÁNGELES Y MARIPOSAS 10MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net porque era distraída y torpe con mis movimientos, entonces era mejor hacer sólo una cosa bien (cuando podía). Mamá era diferente y pensaba que al crecer, tal vez, obtendría sus habilidades. A pesar de que estaba haciendo miles de cosas al mismo tiempo, estaba pendiente de cada sonido, se daba cuenta de todo lo que pasaba a su alrededor y siempre tenía una respuesta para todo. Después de atacar a mi hermana y recibir el reto, enseguida corría a la cocina donde estaba mamá, bajo la mirada cómplice de mi padre. Esperaba cautelosamente hasta que tuviera mil cosas más que hacer, así la encontraba desprevenida y le hacía cosquillas por detrás. Como ella estaba preparando nuestro desayuno, lo que amaba hacer, utilizaba en su defensa los elementos a su alcance como armas para el contraataque. Generalmente eran tostadas, pero sabía que el día que me arrojara un frasco de mermelada o una manzana grande por la cabeza, me iba a arrepentir de atacarla. Y así eran y habían sido mis despertares hasta ese día y pensaba, que así seguirían siendo. Luego frente al espejo del baño, mientras me cepillaba los dientes con una pasta dental que papá nos obligaba a usar y que a mí no me gustaba, recordaba lo sucedido minutos atrás y no podía evitar reír de las tonterías que hacía una chica, que ese año cumpliría diecisiete. Mi habitación parecía brillar con la luz solar que entraba por la ventana, abierta de par en par. Me quedé mirando todo, inmóvil, como si fuera la primera vez que lo hacía. Mi cuarto no había cambiado en nada, por varios meses. El color durazno, que todos confundían con rosado,
  • 13. ÁNGELES Y MARIPOSAS 11MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net aún estaba en las paredes, contrastando con las blancas y largas cortinas que llegaban hasta el suelo. Mi amor o devoción por las mariposas se notaba. Tenía unos cuantos móviles de ellas en varios lugares. Algunas eran metálicas, otras de vidrio pintado, pero mariposas en fin. Al lado de la puerta estaba mi amada biblioteca, con todos los libros que había leído y los que me faltaba leer, definitivamente mi posesión más preciada, junto con las mariposas móviles. La habitación era mi refugio cuando el aburrimiento constante de mi vida se hacía presente. Me puse unos jeans gastados, una camisa blanca de mangas cortas con pequeños botones y entallada. Até mi pelo ondulado en una cola, con una cinta azul y lo dejé caer sobre mi hombro izquierdo. Tal vez la forma de peinarme era anticuada, patética o “muy de princesa”, pero me gustaba. Me hacía recordar a Kate Winslet en Titanic, ya que mi pelo era colorado también. Odiaba que me dijeran: “ahí va la colorada”, aunque tan poca gente se acordaba de mí, o me prestaba atención, que no debía preocuparme por eso. Fue en ese momento, al sentir mi cabello reposar sobre el hombro, que me acordé de la mano tibia en el sueño, y como siempre que eso me pasaba, moví lentamente los ojos hacia la ventana. Desde ella se podía ver la parte superior de la catedral, las dos altas torres que querían tocar las nubes. No sabía por qué, pero el escuchar las campanas sonar a cada hora me daba escalofríos. “¡Amelie! ¿Qué te dicen las palabras DESAYUNO y COLEGIO?”, me gritó mamá desde el pie de las escaleras, seguramente con mi taza de té ya en la mano, enfatizando las dos primeras “obligaciones” de mi día. “Además de que odio escucharlas, me tengo que apurar”, le respondí en tono de burla, tomando el bolso con
  • 14. ÁNGELES Y MARIPOSAS 12MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net mis libros. Antes de salir, me aseguré de no olvidar nada, porque eso me ocurría con frecuencia. Mientras bajaba, al ver a mi madre esperándome, me sentí como Rose en Titanic, bajando la gran escalera de madera. Sí, por segunda vez y en los pocos minutos de estar despierta, pensé en Titanic. ¿Qué tan patético podía ser eso? No más patético que haberla visto cientos de veces y conocer los diálogos de memoria, pero amaba esa película. En la mesa de desayuno de la cocina, todo pareció ser normal, la misma imagen de siempre. Papá estaba absorto en las noticias del diario y con la cara casi escondida tras él. Mamá y mi hermana estaban hablando de tarea escolar. Mamá también le daba respuestas a papá, sobre las noticias que él le comentaba. Otra vez, la vi haciendo varias cosas al mismo tiempo. La miré y sonreí, ella también lo hizo. Mientras comía una tostada con manteca y mermelada de frutilla, me acordé de la historia de mi nombre: Amelie. No era por ser arrogante, pero me encantaba mi nombre. Al parecer, a mamá le gustaba mucho una bailarina que se llamaba así. Era bastante famosa, según decía. Lamentablemente y en un mal salto, se rompió un tobillo y nunca más pudo volver a bailar. Mi madre pensó que tal vez podría hacer un poco de justicia poniéndome a mí ese nombre. Como era de esperar, también me obligó a estudiar danza clásica, aunque no le resultó. El traje y las zapatillas especiales aún estaban guardados, ya que ni Martina quiso usarlos. Las dos preferíamos jugar a la pelota con papá, para decepción de ella y alegría de él, que no tenía un hijo varón. El colectivo rojo hizo sonar su bocina fuertemente frente a la puerta de mi casa. Todos nos levantamos de un
  • 15. ÁNGELES Y MARIPOSAS 13MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net salto. Nos despedimos apresuradamente sin cruzar muchas palabras. Martina y yo nos subimos de inmediato, porque sabíamos que al conductor no le gustaba esperar. Hacía casi un año nos habíamos mudado a Puerto Azul, porque papá era político y consiguió ganar las elecciones como intendente en esta ciudad, la que parecía ser la más conveniente en todos los aspectos. Tuvimos que dejar Santa María, en donde mi padre ejercía su cargo porque empezaron a llegar, y volverse cada vez más graves, amenazas y ataques por parte de sus opositores. El día en que una nota en papel azul atado a una roca atravesó la ventana de nuestro living rompiendo el vidrio en mil pedazos, papá se puso paranoico con nuestra seguridad. La nota decía: cuida mucho a tu familia. Llegué a odiar a los tontos que hicieron eso, porque papá se obsesionó y contrató dos guardaespaldas que custodiaban la casa casi todo el día y me seguían a todos lados. Y fue así que me convertí en una adolescente cerrada, protegida y que confiaba más en los personajes y héroes de libros que en las personas. Pero luego papá cambió, dejó de preocuparse tanto y despidió a los guardaespaldas, por lo que di gracias a Dios y nos mudamos de inmediato a la nueva ciudad. Esta era más chica, tranquila. Los colegios eran muy buenos, y mis padres creían que nos llevaríamos bien con las personas porque estas eran amigables. Al menos eso, ellos le demostraban a papá, lo apreciaban mucho, pero yo creía que amarían a cualquier intendente nuevo que no fuera un tirano como el anterior. Tuvimos que volver a empezar. Otra vez me tuve que acostumbrar a las pocas cosas que me alejaban de mi casa y mi habitación. Una de las más terribles era el colegio y en su dirección iba ese día. Todavía no lograba llevarme bien con nadie ni tener mejores amigos, a pesar de que faltaban dos meses para
  • 16. ÁNGELES Y MARIPOSAS 14MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net que terminaran las clases. Tampoco buscaba que los demás se interesaran en mí. Estaba tan acostumbrada a ser solitaria que sólo necesitaba hablar conmigo misma. Pero tenía el presentimiento de que todo iba a cambiar pronto y esa era una buena habilidad que tenía, porque estos siempre resultaban ser verdad. Todos los días me sentaba sola en el colectivo, cerca de la ventana. Martina ya tenía sus amigas, así que me abandonaba. Pero bueno, no podía arrastrarla a mi mundo de “bicho raro”. Ella se bajaba unos minutos antes en su escuela y venía corriendo a darme un beso, para desgracia del conductor, que quería que se apresurara a bajar. Después de recorrer la misma calle, el colectivo se detuvo en el lugar que se detenía todos los días. Los demás chicos de años inferiores, bajaron corriendo. Así que los que aún estábamos arriba, oliendo el perfume de naranja con el que el colectivero perfumaba el transporte, nos quedamos atascados esperando a que ellos bajaran. Sentí la mano de Leo en mi espalda. Él iba a mi curso, se sentaba cerca y se notaba que le interesaba, pero nunca nos decíamos más que: “hola” o “perdón”, en momentos como esos en los que por un “descuido” suyo me tocaba. Le sonreí, escondiendo mi rabia, bajé del colectivo, cerré los ojos dos segundos, respiré hondo y miré la puerta vidriada de entrada, como si fuese una guillotina en la que estaba a punto de perder mi cabeza. “A la selva otra vez Amelie, sé fuerte” me dije a mi misma, resignada y empecé a avanzar sin ganas, esperando que ya llegara el final del largo día. El colegio parecía un típico centro educativo norteamericano, sacado de una película, serie televisiva o libro, porque no había visto en la ciudad otro igual.
  • 17. ÁNGELES Y MARIPOSAS 15MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Las “clases” de chicos estaban bien marcadas, visibles, todas estereotípicas, pero reales, lo que era difícil de creer. Si uno no creía en estereotipos, con sólo vernos, se haría creyente al instante. Estaban las chicas populares, bellas, maquilladas como para una fiesta, con ropa de marcas conocidas y caras, usando celulares que ni siquiera estaban a la venta en los negocios de la ciudad. Siempre caminaban rodeadas por un séquito de otras chicas, que no les llegaban ni a los talones, pero que de todos modos, trataban de alimentarse de esa magia, que la realeza juvenil-estudiantil, parecía tener. No sabía cόmo muchas aprobaban las materias con sus reducidos intelectos, pero había que darles el mérito por ello. Luego estaban los deportistas, tal cual y como se veían representados en algunas películas o series televisivas. Preocupados por que la masa muscular de sus cuerpos incrementara y por ganar el torneo de fútbol anual, contra el Colegio Saint Mary’s, el enemigo eterno del nuestro, el Highland. ¿Quién habrá pensado en los nombres? Las populares y deportistas siempre se llevaban bien, era la naturaleza. Terminaban convirtiéndose en novios antes de graduarse y se iban a estudiar juntos a la universidad. Tal vez compartían la única neurona que tenían, por eso se llevaban tan bien y soportaban su arrogancia compartida. Después existían los estudiosos, hambrientos de desafíos, como de olimpiadas matemáticas para demostrar cuánto sabían. No faltaban a ninguna clase, por más que el mundo se estuviera destruyendo. AMABAN ser amigos de sus profesores, trataban de conseguir sus teléfonos o direcciones de correo electrónico, para sentirse un paso más cerca de ellos, de la inteligencia superior. ¡Dios Mío!
  • 18. ÁNGELES Y MARIPOSAS 16MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net En el último lugar de todos, se encontraban los solitarios, o sea yo, Nadia y Alexis (mis dos únicos “especie” de amigos), la clase más rara e inferior de todo el colegio. No sabía si estaba bien arrastrar a esos dos chicos a mi clase, de la que era la líder, pero como nunca los veía hablar con nadie más que ellos mismos, pensaba que esa era su clasificación. Los de mi clase eran los que amaban las novelas, a diferencia de los otros que preferían los manuales, se movían en grupos extremadamente reducidos, no tenían vida social, pero sí disponían de tiempo de observación para ponerse a hacer un profundo análisis de las clases existentes en la escuela secundaria: Highland. Al final, entre miradas de envidia, celos y rabia nos movíamos todas las clases juntos, como una masa uniforme por el pasillo, para ingresar a nuestras aulas a soportar la cantidad de horas de estudio que nos esperaban. El llegar a mi clase era siempre satisfactorio, porque el pequeño detalle de ver el cartel blanco que decía CUARTO AÑO, y saber que el aula del lado era el último nivel, me ponía más que contenta. Sabía que era buena alumna y aprobaría todas las materias. “Sólo un año más en esta selva superficial y serás libre, Amelie”, me dije con una sonrisa gigante imposible de ocultar, mientras la señora Herrero con sus ojos fijos en mí, prometió borrármela con alguna pregunta complicada que me haría durante la clase. “Buen día”, le dije solamente, acomodé la cinta de mi cabello, dejé el bolso bajo el escritorio, que era todo mío en el fondo del aula y me dispuse a “disfrutar” de un día más, de mi cuarto año de escuela secundaria. Como siempre, Leo estaba en el escritorio de la fila siguiente, sólo un delgado pasillo separándonos, pero él siempre estaba mirándome fijo, lo cual era MUY irritante.
  • 19. ÁNGELES Y MARIPOSAS 17MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Hasta que la profesora le llamó la atención por estar distraído. Me pregunté si no se animaba a decirme algo. O sea, no era una tonta, porque podía darme cuenta de la forma obsesiva en que me miraba. Tal vez no se animaba a decirme algo, porque sabía que con sólo verme la cara la respuesta sería: ¡NO! Mis dos “amigos” se sentaban en el escritorio delante del mío, pero no parecían verme ya que estaban muy concentrados en su charla, bromas y risas cómplices. No era que quería que me prestaran atención, pero tal vez decirme de lo que se reían hubiera sido gracioso. Igualmente no los culpaba, porque era yo la que no les hablaba demasiado, a pesar de que nos sentábamos juntos en el comedor. No había que ser muy sensitivo para darse cuenta de que además de esa “amistad” indestructible que los dos tenían, iban a llegar al altar. Ella, en un hermoso vestido blanco, moderno, con el que podría lucir su hermosa figura y él, en un perfecto traje negro, que haría resaltar la hermosa blancura de su rostro. Luego de varias materias, mini recreos que te dejaban con ganas de tener más tiempo libre, el timbre largo se hizo escuchar, para decirnos que era hora de almorzar. “¿Qué sucede?”, pregunté intrigada ante la fija mirada de Nadia. No entendía por qué ella y Alexis (empujado por ella) me miraban directo a los ojos, cuando ya estábamos ubicados en el comedor, con comida en nuestra mesa. “Tus ojos”, me dijo ella, mientras él seguía muy entretenido en su sándwich de jamón y queso. “Olvidé ponerme las gotas”, fue lo primero que se me ocurrió, lo más inmediato que apareció en mi mente. Pero volví a la velocidad de la luz a ver las imágenes de mi día y SÍ las había usado, así que no me quedó otra opción
  • 20. ÁNGELES Y MARIPOSAS 18MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net que indagar. Estábamos hablando más que de costumbre, eso se podía ver. “¿Qué pasa con mis ojos?”, pregunté dudosa, creyendo que tal vez no había lavado bien mi cara en la mañana, o que me había rayado con un marcador como solía ocurrirme en mis descuidos. “No exageres, Amelie. Es que con Alexis…”, dijo ella, hundiendo su codo en el costado izquierdo de su cuerpo, para que dejara su sándwich y asintiera. “…Recién nos damos cuenta de que son muy lindos, un color marrón o miel mejor dicho, un tanto más bello que el color normal”, terminó acabando con todas mis tontas ideas. ¿Qué más podía hacer que decir gracias? “Muchas gracias”, fueron las dos únicas palabras que pude lograr emitir, ya que nunca me sorprendía con un comentario así. Superficial sí, pero nadie más que mis padres se fijaba en lo bella que podía ser. A pesar de que no era un buen tema para romper el hielo, me alegró que lo hiciera. Las cosas estaban cambiando y yo estaba empezando a sentirme bien al hablar con ellos. “Quedan perfectos en tu cara. ¿Nunca nadie, además de tus padres, te dijo que eras linda?”, dijo Nadia bromeando, como si supiera lo que yo estaba pensando. Ella creía que yo era linda. Justo ella, que parecía la muñeca barbie más hermosa que tenía guardada en un baúl. Tenía un cuerpo estupendo, sin necesidad de visitar el gimnasio, como otras hacían todos los días. Su pelo era rubio, lacio y caía perfecto sobre sus hombros, ojos azules y alta como una modelo de pasarela. “Sexy”, comentó Alexis lamiendo su dedo, en el que había quedado un poco de mayonesa. Nadia aclaró su garganta y a mí me pareció que el cometario, el adjetivo “sexy”, de él hacia mí o al resto de mayonesa en su dedo (no estaba segura), no le agradó a ella para nada.
  • 21. ÁNGELES Y MARIPOSAS 19MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Miré a mi alrededor, al gran comedor del colegio. Hasta en eso parecía extranjero. Había una gran barra de comidas, donde podíamos elegir con qué deleitarnos día a día. Y vi a todos los grupos, las clases que unas horas atrás pude distinguir con tanta claridad. Todos formando parte de mi vida. Era extraño lo que estaba sintiendo, pero no se sentía para nada mal pertenecer a algo, por más malo que me pareciera. Observé a Nadia y Alexis, que hace unos pocos meses, y a pesar de conocernos ya casi un año, me seguían a todos lados. Soportaron mi ignorancia e indiferencia todo ese tiempo. ¡Que mala había sido! Los miré jugar y bromear del otro lado de nuestra pequeña mesa, cerca del gran ventanal con vista al bosque. “¿Por qué soy tan cerrada y egoísta? Les tengo que dar la oportunidad. Es hora de salir de la crisálida, Amelie. Hay que experimentar la metamorfosis”, me alenté a mí misma, con metáforas referentes a mis amadas mariposas. “Gracias”, dije usando un tono de voz más alto que el que debería haber usado. Los que estaban sentados en la mesa cercana se dieron vuelta, miraron e hicieron una risa de burla, lo que no me importó, porque tenía que decirlo. “De nada. Pero, ¿a que viene eso?”, preguntó Alexis, mientras otra vez, los dos me miraban como un objeto de estudio, como una rareza. Pero tuve que darles la razón, porque ellos no estaban pensando lo mismo que yo en ese momento y no tenían ni una mínima idea del porqué de mi agradecimiento. “Expresarme abiertamente, no va mucho conmigo, pero… les agradezco el haberme aceptado, soportado estos meses y ser mis amigos”, finalmente pude decirlo, MIS AMIGOS, que más que eso podían ser. Siempre habían estado conmigo, apoyándome y golpeando al que se
  • 22. ÁNGELES Y MARIPOSAS 20MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net atrevía a jugarme bromas por ser la “nuevita” del lugar y yo no reaccionaba. La barbie inteligente y amante de los libros, que si tuviera sólo una neurona, les quitaría el trono a las populares, y el chico sin interés por los deportes pero con hermoso cuerpo, que podía quitarle el puesto a los musculosos deportistas, ERAN mis amigos, no había otra palabra que lo describiera mejor. “Sabes que siempre estaremos para lo que nos necesites. Sólo debes hablar un poco más”, dijo Nadia, tomando mi mano izquierda y apretándola fuertemente. Eso fue mucho más de lo que esperaba. “Sino, ¿para qué son los amigos?”, comentó Alexis y tomó mi mano derecha. Bueno, eso sí que fue más que demasiado, pero lo tenía que soportar. “Patético”, dijo Gina, la chica más popular del colegio, al pasar con su séquito uni-neuronal, con el brazo de Augusto, el líder del equipo de fútbol, enroscado en su cuello. Iban a nuestro curso pero no los registraba, a menos que respondieran una tontería cuando algún profesor preguntaba algo serio. “Igual que tú”, dije para nosotros tres y comenzamos a reír a carcajadas, mientras las fieras de la selva superficial se alejaron de sus presas. La hora del almuerzo había terminado más rápido que de costumbre, pero fue el almuerzo más diferente que había tenido. Las materias de la tarde transcurrieron igual que siempre, nada que ya no supiera, pero para quedar bien ante los ojos de cada profesor pretendía tomar notas, mientras sin sentido, escribía mi nombre miles de veces en una hoja. También dibujaba mariposas de alas complicadas y me tomaba todo el tiempo de pintarlas.
  • 23. ÁNGELES Y MARIPOSAS 21MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net La mirada de Leo, aún irritante sobre mí, me hizo respirar hondo para calmarme y no levantarme a darle una bofetada, así que bajé la vista a mis dibujos. Luego mis deseos fueron escuchados. Había estado pidiendo fuertemente y con todas mis energías, que la tarde escolar terminara, cuando el sonido del timbre final me dejó más que satisfecha, con una sensación de poder. Como que si mis deseos se cumplían, si realmente así lo quería. Cuando estaba a punto de subir al colectivo, alguien tomó fuertemente mi brazo. Era Nadia y no sabía qué era lo que me venía a decir. “Hey, pensábamos con Al…”, y señaló a Alexis en el estacionamiento, así que supuse que ese era su apodo o diminutivo, “…que tal vez querías venir a casa, a hacer el trabajo de Historia y comer algo después. ¿Qué dices?”, agregó ansiosa. Recordé que me había dicho que tenía que dar oportunidades, poco a poco estaba saliendo a la vida. Iba a responder positivamente. “Claro. ¿Por qué no? Además necesito ayuda con la primera guerra mundial”, comenté, sacando el celular del bolsillo de mi bolso negro, que llevaba cruzado en mi hombro. Le mandé un mensaje a mamá. Me voy a hacer un trabajo de Historia con Nadia y Alexis. Después vamos a comer algo en su casa. Vuelvo más tarde. Enviar. “No te preocupes por la vuelta. Al tiene auto, nosotros te llevamos”, comentó ella abrazándome, como si hace tiempo quería hacerlo. Y me sentí egoísta otra vez, porque siempre les había mezquinado afecto, así que traté de apretarla un poco para que el abrazo fuera caluroso. Ella se rió de mi torpeza. “Gracias, pero no quiero molestar. Puedo volver en taxi, no hay problema”, le dije sonriendo un poco, tratando
  • 24. ÁNGELES Y MARIPOSAS 22MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net de no decepcionarla, mientras leía el mensaje de respuesta de mamá. BUENISIMO. Decía con letras mayúsculas que denotaban sorpresa. Seguro estaba más que feliz, porque su hija estaba empezando a tener vida social. Empecé a reír por lo que estaba pensando y le mandé el siguiente mensaje: los chicos me llevan en su auto después, nos vemos, besos. “¿Cuándo vas a entender que no eres una molestia para nosotros?”, dijo ella con un tono de enojo en su voz, pero tenía toda la razón. Hace unos minutos había entendido que nada que viniera de mí, era molestia para ellos, porque realmente yo les agradaba. Tenía que dejar de pensar en que yo no podía caerle bien a nadie, ya que ellos eran la prueba viviente. “Bueno, iré y volveré a mi casa con ustedes. Ya se los informé a mis padres, así que no hay vuelta atrás”, dije amenazante mostrándole mi celular. Nos acercamos a Alexis, quien abrió el baúl para mí, indicándome que ese sería el lugar del auto que ocuparía. Saqué la lengua en su dirección y se apresuró a abrirme la puerta trasera. Nadia le dedicó una mirada cómplice y se sentó en el asiento del acompañante. Era un Fiat Uno, negro que brillaba, “tuneado”, con llantas plateadas, su interior negro también y con un hermoso sistema de música. Era más de lo que podía analizar técnicamente. El celular sonó otra vez, un mensaje, esa vez de papá. BUENISIMO, SON DOS AMIGOS. FELICITACIONES. No pude hacer más que tirarme en el respaldo del suave asiento, riendo y más relajada que nunca.
  • 25. ÁNGELES Y MARIPOSAS 23MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Había despertado a otra vida. A una nueva vida con amigos que eran geniales y divertidos, en la que por primera vez, me sentía parte de algo más que una habitación. Escuché a los chicos reír, uniéndose a mí y compartiendo mi felicidad. Cerré los ojos y le pedí a mi ángel que me brindara siempre esos bellos despertares. Capítulo Dos: Amigos Llegamos a la casa de Nadia con el volumen de la música en el auto lo más fuerte posible, así que temí que en algún momento me llegaran a sangrar los oídos o la nariz. Los demás no creían en esa teoría alocada y a mí nunca me había pasado, pero sí tenía conocimiento de casos de chicos a quienes le había sucedido. “Amelie, es hora de bajar del auto. ¿Quieres quedarte allí toda la tarde?”, dijo Alexis un tanto impaciente, mientras Nadia me observaba fijamente. A eso sí que no me podía acostumbrar, a sus miradas penetrantes ante cualquier cosa que hacía o dejaba de hacer. Hiciera o no hiciera algo, nunca pasaría desapercibida ante sus ojos amistosos pero analizadores. “Es hora de bajar de la nube en la que estoy viviendo también”, pensé inmediatamente, porque si quería mantenerlos en mi lista de seres queridos, era
  • 26. ÁNGELES Y MARIPOSAS 24MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net importante que viviera en el mundo real y no pareciera una loca pensativa frente a sus ojos atónitos. “Ya sé que es hora de bajar, pero es que el asiento es tan cómodo”, dije y en ese segundo pensé que no podía haber dicho algo mas patético que eso. ¿A quién más que a la loca solitaria se le podía ocurrir una respuesta tan mala? Aunque a pesar de mis juicios mentales, a Alexis le encantó que hablara bien de su auto. Sabía que había cosas más importantes que apreciar como el motor, el sistema de música y otras maravillas de la ingeniería, pero al fin y al cabo eso fue lo único que pude decir. Todavía no conocía la técnica de volver al pasado para revertir situaciones embarazosas. También pensé que si tal vez podíamos reunirnos más seguido, mi vida sería más fácil y menos aburrida. Por primera vez estaba contenta de haber empezado a vivir en el mundo real. Me llevaría tiempo acostumbrarme a las bromas de Alexis, a los abrazos de oso de Nadia, pero no podía ser tan terrible. Estaba acostumbrada a cosas malas de verdad. ¿Cuáles eran esas cosas? No sabía, pues nunca me pasaba nada “raro” en mi habitación, así que otra vez me había mentido a mí misma pensando que sabía sobre experiencias de la vida. “Ah, ¿eres Amelie Roger no? Buen nombre y apellido, me gusta”, comentó una mujer mientras ingresábamos a la casa de color arena en su exterior. Cuando la miré con detenimiento, sorprendida porque sabía mi nombre completo, me di cuenta de que era la réplica de Nadia. Entonces ella debía ser su madre. Tenían la misma altura, color de pelo y la cara idéntica. Mi nueva amiga era su copia, aunque mejor aún y eso ya era mucho decir, porque su madre era hermosa. “Soy Clara, la mamá de Nadia. ¿Cómo estas?”, me saludó con un beso en la mejilla sin temor a mi reacción.
  • 27. ÁNGELES Y MARIPOSAS 25MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Entonces recordé los abrazos despreocupados de su hija y confirmé que se comportaban de la misma manera. Clara me cayó bien desde el principio y encima sabía mi nombre. Supuse que la ciudad no era lo demasiado grande, que todos debían haber estado comentando sobre mi familia, los nuevos residentes y gobernantes de Puerto Azul. “Bien, mi nombre es Amelie, aunque ya lo sabe. Estoy bastante bien”, dije fingiendo una risa tonta, mientras Nadia tiraba de mi mano para que subiéramos las escaleras, como si no quisiera que me quedara a hablar con su mamá. “Me alegro de que mi hija tenga una amiga. Desde que es chica pasa todo el día con Alexis. Ya les dije que van a terminar siendo novios”, comentó Clara mientras preparaba masa en la mesada de la cocina. Le dio una mirada tierna a Alexis, tal vez la idea le gustaba, pero yo creí que era para que no se sintiera mal después de haber dicho que su hija sólo lo tenía a él como amigo. Eso me llamó la atención, pero era verdad. Nadia nunca frecuentaba a más personas. En eso éramos iguales, las dos pensábamos que los varones eran más comprensivos y protectores como amigos, tenían menos problemas, no como las envidiosas mujeres que te sacarían los ojos si vestías ropa mejor que ellas. Al menos, así eran las que iban al colegio. “Deja de decir esas cosas mamá. Llámanos cuando las pizzas estén listas”, exclamó su hija un tanto sonrojada y mordiéndose el labio inferior con los dientes superiores, como si estuviera llena de rabia pasajera. Su madre siguió cocinando sin prestarle demasiada atención. “No te preocupes, mis papás dicen lo mismo cuando ella va a casa”, dijo Al. Sí, había comenzado a pensar en él
  • 28. ÁNGELES Y MARIPOSAS 26MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net con su apodo. Miró a Nadia y sacudió su cabeza indicando que era hora de seguir camino hacia el primer piso. Atravesamos un pasillo para llegar a la habitación. La casa era un tanto más chica que la mía, pero estaba bellamente decorada. Me preguntaba de quién sería el buen gusto, la elección de los bellos colores pastel de las paredes, las cerámicas de los pisos, cortinas y adornos. Me quedé parada en medio del corredor, mirando un gran cuadro en blanco y negro que llamó mi atención por completo. En él había un hombre joven, arrodillado en la playa, con su cabeza hacia arriba y sus ojos cerrados. El furioso océano de fondo en forma de olas y un gran par de alas que salían de su espalda, así se completaba la imagen. Cuando miré la base del mismo vi la firma del pintor. Era una pintora mejor dicho: Clara Herman. Esa era su firma. “Mamá lo hizo, es pintora desde hace mucho tiempo. Tiene un negocio donde expone y vende sus cuadros en el centro. Aunque este no es uno de los mejores que ha pintado, en mi opinión. No sé, me parece tan sombrío”, comentó Nadia como crítica de arte, tomándome de la mano con fuerza para llevarme al cuarto donde ya estaba Alexis. Al parecer no le gustaba decir que su mamá hacía esos cuadros sorprendentes. “¿Estás loca? Me parece que es muy bueno y no he visto los otros. Es simplemente… her-mo-so”, dije, aunque sin querer que se notaran las sílabas tan separadas. Era sólo para poner énfasis, pues me parecía que la creación de su madre era maravillosa. “Un cuadro digno de estar en museos de arte”, acoté. Además de apreciarlo artísticamente, me recordaba el sentimiento de protección al rezar mi plegaria al ángel de la guarda. Es más, eso era lo más importante que la imagen despertaba en mí, el recuerdo del ser en mis sueños.
  • 29. ÁNGELES Y MARIPOSAS 27MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Apuesto a que si le digo que te gusta mucho, te lo envuelve y regala. Es tan buena mi mamá”, dijo Nadia mientras ingresábamos a su cuarto. “No podría aceptarlo si así fuera. ¿Sabes cuánto puede llegar a costar un cuadro así? Mucho dinero”, le dije pero pareció no escucharme. Al menos yo creía que esa pintura era costosa. Nadia se había quedado mirando a Alexis que estaba reposando en la cama en una manera rara. Tenía mitad del cuerpo sobre la cama y la otra mitad en el suelo, lo que no me pareció nada cómodo, pero a él no le importaba y cantaba mientras tanto. Apenas entré, hice una inspección del lugar que acababa de conocer, nunca había estado en habitaciones de amigos, porque antes no tenía, así que quería ver las diferencias. La habitación de Nadia no era en nada parecida a la mía. Las paredes estaban pintadas de color blanco y sin adornos, excepto un gran espejo en una de las paredes. Parecía el cuarto de una chica de universidad, madura. Totalmente opuesto a mi aniñado espacio personal con mariposas móviles. En lo que coincidíamos era en el amor por los libros. Ella también tenía una buena biblioteca que llegaba desde el suelo al techo, de dura madera marrón, repleta y alimentada por numerosos títulos. Allí habitaban clásicos mundiales como también las últimas apariciones en la literatura juvenil. Lentamente recorrí con mis ojos estante por estante, observé los lomos de diferentes colores y sabía que en algún momento tendría que pedirle algunos prestados, porque había muchos que no había leído. “Si quieres alguno de mis libros, te lo envuelvo para regalo”, bromeó retomando el tópico “regalos”, las dos nos
  • 30. ÁNGELES Y MARIPOSAS 28MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net reímos de forma cómplice. Mi amigo no entendió el porqué. Luego Alexis comenzó a sacar los libros y cuadernos de su mochila, mientras Nadia encendía la computadora que estaba en el gran escritorio, alrededor del cual había dispuesto tres sillas, para comenzar con el trabajo de investigación sobre la primera guerra mundial. “Tienen que lucirse con este trabajo”, había dicho el profesor de Historia. Al menos, haríamos lo posible. Entendí que tendríamos la preciada ayuda de Internet, ya que a pesar de tener tantos libros, ella no tenía ni uno de historia, más que el que Alexis había tomado de la biblioteca del colegio y este no parecía tener mucha información sobre el tema. Las horas pasaron entre música, charla sobre películas, libros, discos y… autos. Tuvimos que dejar que Alexis hablara sobre algo que también le gustaba. Charlamos sobre todos los temas existentes en nuestra realidad, menos de las temibles armas usadas por los países en la horrible guerra, no leímos una sola palabra que tuviera que ver con historia mundial. En un momento tuve que controlar mentalmente a mi estόmago para que no me avergonzara ante ellos. Supuse que mucho tiempo había pasado desde el almuerzo en el comedor escolar y lo que comí en el recreo de las tres de la tarde. La manzana ya no me satisfacía más, su poder había terminado y tenía hambre. “¡Chicos! Las pizzas están listas”, sonó la estridente y oportuna voz de Clara Herman, llamándonos desde el piso de abajo. Miré rápido un reloj negro que estaba sobre la mesa de luz. Noté que eran las ocho y treinta de la noche, lo que significaba que había pasado más de tres horas y media fuera de casa. Alexis corrió como un rayo, desapareciendo al instante ante el llamado.
  • 31. ÁNGELES Y MARIPOSAS 29MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Estoy muerto de hambre”, nos dijo, mientras me interpuse entre la puerta y Nadia. No sabía si con el poco tiempo de considerarnos amigas, ya tenía el derecho de preguntar lo siguiente, pero me animé y lo hice. Más que un golpe de ella no recibiría y estaba dispuesta a arriesgarme. Después de todo, hacía casi un año nos conocíamos, no importaba que no hubiéramos sido tan íntimas antes. “Nadia. Disculpa que te pregunte esto, pero, ¿Alexis y tu son novios?”, pregunté, mirando rápidamente al pasillo para asegurarme que él no estuviera detrás de mí. No estaba, ya había desaparecido. Ella se quedó viéndome con un aire de sospecha en la cara. “No sé. ¿Por qué?, si lo quieres para ti, me aparto del camino”, me dijo seriamente. El mundo pareció venirse abajo. ¡Había arruinado el mejor momento de mi vida! Siempre con mis estúpidas preguntas. Entendí que no había tenido derecho a preguntarle eso. “No, para nada. Disculpa, yo…”, traté de decir en un tono de voz alto, nerviosa, pero la voz salía de mí en forma de susurro, mientras el fuego en mi cara hizo que me diera cuenta de que estaba sonrojada. COLORADA, mejor dicho. “Es broma, nena. Mira cόmo te pusiste. Perdón por esta broma”, dijo en un tono de voz alto y riendo sin parar. “La verdad es que hay algo más, mucho más que amistad entre nosotros, pero no queremos hacer declaraciones formales. Nos encanta la situación que estamos viviendo. Sin rótulos ni etiquetas”, me dijo abrazándome para que se me fuera la cara de espanto. Yo aún no podía emitir sonido. “¿Piensas que te lo regalaría tan fácilmente? Creo que lo amo más que a nada en el mundo”, dijo mirándome
  • 32. ÁNGELES Y MARIPOSAS 30MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net a los ojos y supe que lo que decía era verdad. Lo que llevó a que mis palabras trataran de ser disculpas y salieran rápido de mi boca, de una vez por todas. “Me gusta la pareja que hacen. Hoy DECLARO FORMAL Y OFICIALMENTE que siempre, a pesar de que nos conocemos hace un año, pensé en él como el hermano varón que no tengo”, dije bromeando, usando algunas de las palabras que ella había utilizado unos segundos atrás. Me miró desconcertada, seguro pensando en las tonterías que estaba diciendo. “Lo sé, Amy. Además yo sé que te gusta Leo, que no haces más que mirarlo en el aula. Deseas que ese angosto pasillo no existiera y que sus manos estuviesen juntas”, comentó ella burlándose, con la voz de una actriz sacada de una película de los años cincuenta. Un segundo… ¿Cómo me había llamado? Amy, eso había dicho, con su innata habilidad de dar apodos a las personas. “Estás loca, el que me mira como obsesivo y aprovecha cada movimiento cercano para tocarme es él. Debería denunciarlo. Ah, por cierto ¿Amy va a ser mi apodo?”, le dije bromeando, mientras comenzábamos a andar por el pasillo iluminado por pequeños focos amarillos en las paredes. “Definitivamente, así te voy a llamar todos los días”, dijo caminando detrás de mí con sus manos en mis hombros, como si me manejara. Cuando llegamos a la mitad del pasillo, hasta el cuadro que su mamá había pintado, me quedé paralizada otra vez, porque bajo la tenue luz pude ver cosas que antes no había visto en el ángel. Observé su perfecto rostro relajado y su hermoso cuerpo. Las olas hechas de espuma blanca detrás de él,
  • 33. ÁNGELES Y MARIPOSAS 31MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net parecían querer atraparlo. Seguramente así debía lucir el de mi sueño, que no me mostraba la cara. “Hablando en serio, ¿tienes a alguien en vista?”. La pregunta de Nadia me trajo a la realidad al instante. Sí, tenía en ese preciso momento el ángel en mis ojos, “en vista”, como ella había dicho. Repentinamente y sabiendo que estaba en pecado mortal por lo que estaba pensando, reprimí la idea que había abarcado todo el espacio de mi pecadora cabeza. Tal vez que mi abuela me haya obligado a ir a misa todos los domingos cuando era pequeña y escuchar al sacerdote diciendo en sus sermones que todo era pecado, me habían afectado el pensamiento. “No, sólo amigos”, dije continuando mi camino y escuché a Nadia agradecerme. Cuando en realidad me refería a que podía ser sólo amiga del ser que estaba en mis sueños, con las mismas alas que el de la pintura. Supe que no podía tener otro sentimiento más que ese: AMISTAD, nada más. No estaba bien pensar lo que había pensado unos momentos atrás. Eliminé esa idea de mi mente lo más pronto posible. Como en una computadora, apreté rápidamente y sin dudar la tecla suprimir y luego lo borré también de la papelera de reciclaje, para que ni un rastro quedara. Antes de que pudieran vernos bajar, escuché la voz grave de un hombre diciendo: “Chicas, apúrense porque Al se va a comer todo”, supuse que era el padre de Nadia. No dejaría que Alexis se comiera todo, pues estaba muerta de hambre. Tendríamos que pelear como dos perros por el último hueso, lo que no se vería muy bien frente a esas personas que acababa de conocer. “Ella es Amy, papá. En realidad se llama Amelie, pero yo le puse ese sobrenombre”, dijo riendo, siguiendo con las presentaciones. Luego se sentó en una alta banqueta cerca de la mesada, que estaba en el medio de la
  • 34. ÁNGELES Y MARIPOSAS 32MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net cocina. Siempre me habían gustado esas barras para desayunar, almorzar o cenar, porque no había necesidad de sentarse a una gran mesa en el comedor. Eran sólo ideas que tenía. “Hola, es un gusto conocerte. ¿Eres hija de Darío Roger? ¿El nuevo intendente de Puerto Azul?”, expresó sin preámbulos sus dos preguntas, mientras yo observaba que ahora el cuadro estaba completo. Los tres eran igual de lindos. Héctor, como luego supe que se llamaba, Clara y Nadia, quien tenía un Ken por novio. La familia de Barbie estaba completa, sólo faltaba el auto último modelo en la entrada. Los padres de Nadia eran muy jóvenes y eso se notaba en sus pieles, no tenían ni una arruga. “Sí, soy la hija del nuevo intendente”, dije bajando mis ojos al suelo. Amaba a mi padre, pero no me gustaba que me identificaran por su profesión o que me dieran privilegios por ella. Además, la suya era una carrera no muy bien vista por muchas personas. Por eso quería tener la menor relación posible con la política. La experiencia que tenía ya había sido bastante mala y casi me había transformado a una loca solitaria. “Se ve que es bueno tu papá. La gente habla muy bien de su mandato en Santa María. Seguro lo van a extrañar, pero por suerte nosotros lo tenemos en nuestra ciudad”, dijo él alegremente tocando mi hombro, mientras dejaba un plato en la pileta de la cocina. Me di cuenta de que él y su mujer ya habían cenado. Seguro por estrictas medidas establecidas por Nadia, para que no nos molestaran. “Sí, seguro que sí”, dije completamente convencida de que esos que lo extrañarían eran unos pocos y me senté junto a Alexis, pensando en la antigua ciudad en la que habíamos vivido.
  • 35. ÁNGELES Y MARIPOSAS 33MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Santa María era el triple de grande que Puerto Azul, pero no sabía si era debido a la felicidad que sentía en ese momento por pertenecer a algo, que la nueva ciudad me pareció más bella. En Santa María dejamos a mi abuela Lucía, con sus cosas y sus perros. Tenía una vida de la que no quería desprenderse, amigos, lugares conocidos y pertenecía a esa ciudad. “Definitivamente le debemos una visita”, pensé mirando a mi alrededor, los muebles que decoraban la casa. En realidad sentía que debíamos rescatarla, por si algo llegaba a pasarle por ser madre de mi papá, pero no había caso, ella no quería irse. “Decíamos con Clara antes que bajaran…”, comentó Alexis terminando de comer el hilo de queso que se había estirado desde la porción de pizza hasta su boca. “… que te pareces a Rose”, acotó. Me quedé mirándolos fijamente, tragando apresuradamente el trozo de pizza y tratando de digerirlo con un sorbo de agua fría. Me habían dejado completamente perdida. No sabía a lo que se referían y tenía que responder algo que no sonara del todo tonto, lo que era difícil siendo yo. “Como Rose de Titanic, dice Nadia que te gusta esa película”, comentó Clara con su brazo sobre los hombros de Héctor. “Ah. Sí, Rose Dawson, Kate Winslet... pelirroja. Somos parecidas”, fueron las palabras que logré hacer salir de mi boca, mientras todos sonreían ante mi desconcierto. “Es hermoso como te atas el pelo con esa cinta y lo dejas caer sobre tu hombro izquierdo. Te ves hermosa, como ella. No, más linda aún. Te da presencia y elegancia. Podría usarte como modelo en uno de mis cuadros”, dijo ella mirando a su marido, mientras este asentía con la
  • 36. ÁNGELES Y MARIPOSAS 34MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net cabeza. ¿Qué hice yo? Me sonrojé como cuando me convertía en el centro de atención, entonces recordé porque no me gustaba serlo. “Por cierto, le conté a Amy que eras pintora, porque se quedó como hipnotizada mirando el cuadro del pasillo. La pintura del ángel”, dijo Nadia, otra vez dejándome sin poder hablar, aunque la vergüenza había pasado un poco. “Es her-mo-so, digno de estar en un museo de arte. Esa fue su declaración oficial y formal”, dijo Nadia bromeando, haciendo que me sonrojara otra vez más y logré propiciarle un codazo en su lado derecho. “No lo puedo creer. Esta nena tendría que ser mi hija. Que no se hable más. Héctor, ayúdame a envolverlo para que se lo lleve”, propuso Clara feliz por las palabras que su hija le había dicho, que YO había dicho. Se acercó y me besó en la frente. “No es necesario que…”, fui interrumpida, mientras Alexis y Nadia se reían de mí. “Tengo otra copia en el negocio”, dijo con un grito apresurándose al piso de arriba. No sabía si era verdad que tenía una réplica o solo trataba de convencerme, pero sabía que me iría con un hermoso regalo. Ya hasta había pensado en esos segundos, en ponerlo en el espacio vacío sobre la cabecera de mi cama. Lugar que nunca había sido ocupado, ya que nunca había encontrado un cuadro que me gustara. Bueno, la búsqueda había terminado sólo con conocer a una persona. “Te dije que te lo iba a regalar. Nunca la vi tan feliz”, comentó Nadia comiendo otra porción de pizza al igual que yo. Alexis jugaba con el control remoto, haciendo un gran zapping de canales. Yo había hecho feliz a alguien más según las palabras de mi amiga. Aunque lo pude comprobar en la
  • 37. ÁNGELES Y MARIPOSAS 35MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net alegre cara de su madre. Era un día de logros para mí. Más de lo que me esperaba cuando me levanté enojada por el sueño interrumpido. “La pasé genial. Gracias otra vez y perdón por no haberles prestado tanta atención durante todo el año. Justo cuando falta poco para que las clases terminen”, dije mientras juntaba mis cosas, realmente arrepentida por todo el tiempo perdido que ya quería recuperar. “No importa, Amy. Este es el mejor momento para ser amigos, justo cuando van a empezar las vacaciones. Nos divertiremos a lo grande, HERMANA”, dijo Alexis apretándome la cabeza con su gran mano. Me di cuenta en el instante de que Nadia le había hablado de nuestra charla en algún momento, cuando subí a buscar mis cosas a su habitación. Rogué que no le hubiera dicho más que eso, nada sobre mi interrogatorio acerca de su noviazgo. Ella me guiñó un ojo y supuse que no lo había hecho, lo que me dejó mas tranquila. Cuando estábamos dentro del auto, Clara salió por la puerta principal corriendo con el gran cuadro que me había olvidado en el sofá del living y temí que se le fuera a volar de sus manos delicadas. Me lo dio lentamente, estaba envuelto en un fino y suave papel rosado e hice lo posible para colocarlo a mi lado en el asiento sin estropearlo. “Esperamos verte pronto, eres muy buena y me alegra que seas amiga de Nadia”, dijo Clara besando mi frente, me quedé congelada. No esperaba tanto amor de una familia a la que recién conocía. “Conduce con cuidado, Al. Mira que llevas a la hija del intendente”, bromeó Héctor y por primera vez no me importó que mencionara el trabajo de mi papá. Me parecía que las bromas quedaban bien viniendo de él, así que no podía reprochárselo.
  • 38. ÁNGELES Y MARIPOSAS 36MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Los miré a los ojos llena de sinceridad, porque era lo que sentía y lo que estaba corriendo por todo mi cuerpo esa noche. “Pasé la mejor noche de mi vida fuera de casa. Gracias por hacerme sentir parte de su familia. Nos vemos”, saludé ante sus miradas agradecidas. “Siempre serás bienvenida aquí”, dijo Clara. Luego los dos se marcharon hacia el interior de la casa. “Bueno, después de tantos hasta luegos, es hora de irse. Mañana tenemos que estar temprano en la escuela”, dijo Alexis encendiendo el motor y apretando el acelerador varias veces. “Ah, por cierto, mi hermana no tendrá que soportar más a Leo en el colectivo. De ahora en adelante te buscaremos con Nadia por tu casa”, siguió diciendo mientras ella se reía y lo besaba en la mejilla. “Trato hecho”, dije contenta por lo que evitaría en el transporte escolar. No me preocupaba Martina, porque ella ya tenía sus amigos y se sentiría igual de protegida que yo. Acepté la propuesta sin remordimientos. Durante el trayecto a casa no hicimos más que hablar de cosas que sucedían en la escuela. Alexis imitó a varios profesores y compañeros demostrando que era realmente bueno con las imitaciones. Me reí como nunca antes lo había hecho, en grupo esta vez. El auto se detuvo frente a mi casa. Enseguida distinguí las figuras de mis padres y hermana, sus sombras tras la cortina de la ventana del living, expectantes. Bajé con mi cuadro y me acerqué a la ventana del lado de Nadia. “Declaro oficial y formalmente que somos a-mi- gos”, dije con énfasis, separando la palabra en sílabas. Los dos se rieron y Nadia me dio un beso, se me quedó
  • 39. ÁNGELES Y MARIPOSAS 37MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net mirando con los ojos llenos de algo que no me pude explicar. Pero entendí que decían: “Por fin te animaste a hablar, a vivir en la realidad y ser nuestra amiga” “Nos vemos mañana en este mismo lugar, her-ma- na”, dijo Alexis imitando mi voz y el auto se marchó de repente. Caminé con una felicidad enorme llenándome el corazón, por el pequeño sendero con flores a ambos lados, hasta llegar a la puerta. Sin duda el día había sido largo, estaba cansada y casi no podía creer todo lo que había pasado. Apenas abrí la puerta, mamá, papá y Martina gritaron: “Felicitaciones, ya tienes amigos”, no pude hacer más que resignarme y escuchar sus bromas. Los tres se quedaron sorprendidos con el regalo de Clara. Mamá pensó en visitar su negocio para comprar algunos y decorar nuestra casa. Tendríamos que llamarla algún día para que nos diera consejos con la nuestra. Porque desde que Nadia dijo que su mamá era pintora, supe que era ella quien estaba detrás del buen gusto y magnífica decoración de su hogar. “Así que ahora eres amiga de la hija de Héctor Herman. Mi amigo y segundo en mando en la municipalidad”, papá dejó fluir las palabras. Salió de mi garganta un grito de sorpresa que ni yo me esperaba. Héctor no había dicho nada. Con razón hablaba así de papá, eran amigos también. Nadia tampoco había dicho nada y en ese momento sentí que era más igual que yo de lo que pensaba. Seguramente, tampoco quería que los demás se acercaran a ella porque alguien en su familia era importante. Definitivamente era alguien con principios, que siendo tan linda como era, con MUCHAS neuronas, un padre político y con dinero, podía ser la Queen B americana o la reina de las populares argentinas.
  • 40. ÁNGELES Y MARIPOSAS 38MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Después de tanta charla subí las escaleras feliz. Coloqué el cuadro sobre la cabecera de la cama tal cual y como había pensado en casa de Nadia. Lo miré por varios minutos con ojo crítico, lo recorrí con mis dedos para poder sentir la textura del óleo. Luego me cubrí la cabeza con la sábana y pensé que desde ese momento la palabra “amigos”, que tanto había estado repitiendo en voz alta y en silencio en mi mente, tenía sentido de verdad. Ellos eran mis amigos, los que me brindaron apoyo desde el primer día en que me vieron. Los que reían conmigo y se reían de mis torpezas. Los que con toda humildad me ofrecieron a su familia desinteresadamente. En ese instante, entendí el real y her-mo-so significado de la palabra: AMIGOS. Cerré mis ojos, pensé en el cuadro y dije: Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes sola, sino me perdería…
  • 41. ÁNGELES Y MARIPOSAS 39MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Capítulo Tres: Bastian El día me sorprendió con su claridad cuando aún estaba en la cama. Las mariposas móviles que colgaban cerca de la ventana producían una bella melodía metálica al ser agitadas por la brisa fresca que ingresaba. “¿Ventana abierta?”, me pregunté desconcertada. No recordaba haberla abierto antes de irme a dormir. Recordé cada uno de los pasos que había hecho antes de cubrirme la cara con la sábana y no tenía imágenes de mí abriendo la ventana. Seguramente, había quedado sin traba, entonces el viento la empujó por la noche. O lo que era más probable, era que en sueño, sonámbula, me haya levantado a dejar ingresar el aire. Tal vez la habitación había estado más caliente que de costumbre, ya que Octubre se había tornado sumamente caluroso, como nunca antes se había visto. Al menos eso decían los habitantes del lugar y como era mi primer verano allí, no tenía cόmo probarlo. Seguí dando vueltas en la cama unas veces más, las sábanas me producían una linda clase de escalofríos al rozar mi piel. Aún estaba feliz por lo ocurrido ayer. En un momento traté de recordar mi sueño, entonces abrí los ojos para mirar hacia arriba. El cuadro que Clara me había regalado me confirmó que otra vez había tenido el mismo sueño. Había soñado con él una vez más. Esta vez le pude poner una cara, ese bello rostro que la madre de mi amiga había pintado. Tenía presente en la mente sus ojos cerrados y esas alas gigantes que tanto me habían llamado la atención. De repente recordé que los chicos pasarían a buscarme. Miré el reloj, eran las siete y cinco de la mañana. Comenzábamos las clases a las ocho, así que tenía tiempo de sobra para prepararme y desayunar algo.
  • 42. ÁNGELES Y MARIPOSAS 40MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Además a Al, ya había comenzado a usar su apodo (así como me acostumbraba a que el mío era Amy), no le gustaba andar despacio en su auto tuneado, así que supe que nunca llegaríamos tarde. Volví a esconderme bajo las sábanas, esa vez no fue para refugiarme de los rayos del sol que inundaban el cuarto, sino para tenderle una trampa a la pequeña Martina. Me quedé allí, inmóvil, pretendiendo estar dormida y mirando hacia la puerta con ojos expectantes. Unos minutos después pude ver su figura ingresando, lista para comenzar con el ataque de cosquillas. Se acercaba lentamente, con sus dos pequeñas pero mortales manos estiradas. Cuando estuvo a punto de tocarme, salté dando un grito: “BUUUU”. No supe cόmo hizo para salir corriendo tan deprisa y desaparecer de la habitación, pero se esfumó en un segundo. Tomé velocidad para seguirla bajando las escaleras, donde la encontré y comenzó nuestro ritual de risas. “Te atrapé pequeña asesina”, le dije soltándola, ya que no paraba de reírse y mamá volvió con su teoría sobre las cosquillas malignas. Ese día no quise atacarla, porque estaba cortando finas rodajas de pan con un cuchillo. “Ya vas a ver lo que le va a pasar a tu cuadro nuevo”, me dijo amenazante la pequeña, como siempre hacía. Le saqué la lengua mientras ella se dirigía a desayunar. Luego de terminar de vestirme, me volví a peinar en la forma que siempre hacía, usando la cinta. Si a varios más que a mí les había gustado mi forma de peinarme, no debería alejarme de lo seguro y hacerme cualquier otra cosa ridícula en mi cabello. Me miré en el espejo, esa vez más segura que nunca, por lo que no me reconocía a mí
  • 43. ÁNGELES Y MARIPOSAS 41MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net misma y no me vi para nada desagradable, es más, podía llegar a decir que era “linda”. Volví a bajar las escaleras para sentarme a desayunar en la cocina. Papá ya no estaba, supuse que tenía una reunión y mucho trabajo en la municipalidad, porque se había marchado más temprano que de costumbre. El diario que leía todos los días estaba doblado sobre la silla que siempre ocupaba. Las tres mujeres de la casa desayunamos solas esa mañana. Aún eran las siete y media, así que había tiempo para una conversación sobre la noche anterior. Todavía no me conocía. ¿Yo queriendo contar lo que pasaba en mi vida? Definitivamente estaba cambiando o definitivamente, cosas estaban sucediendo, porque antes nunca había tenido nada para contar. “¿Cómo te fue con la vida social ayer?”, preguntó mamá mirando a mi hermana y haciéndole una mueca. Empezó ella la charla antes de que yo pudiera decir algo. Seguro estaba más que intrigada por el cambio de su hija. “No sé. Fue MUY raro, pero me sentí MUY bien, como en casa, eso es lo extraño. No me preocupó que me vieran comer, ni las tonterías que pude haber llegado a decir. Me aceptaron tal cual soy”, respondí tomando un poco de té y con la vista todavía puesta en Martina que se limpiaba la boca. “Amelie, me alegro por ti, hija. No sé por qué piensas que eres rara. ¿Cómo no te van a aceptar? Eres igual que los demás”, me dijo ella, untando una tostada con mermelada de frutilla, luego me la alcanzó. No supe qué decir, porque lo que mamá había dicho me dejó sin habla. Era obvio que las madres siempre amaban a sus hijos y para ellas eran los mejores, pero fue tan sincera y amorosa cuando lo dijo, que no creí que hablaba de mí: la tonta, antisocial y aburrida Amelie.
  • 44. ÁNGELES Y MARIPOSAS 42MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Además, les habrás caído más que bien. Clara te regaló un cuadro. Eso es mucho para ser que apenas te conoce. ¿No te parece?”, acotó, mordiendo una tostada. Pensé en el bello rostro de Clara y supe que era igual de buena que mi madre. “Sí. Bastante, eso me dejó sorprendida. Y no sentí que lo hicieran para quedar bien con la hija del intendente, ni nada de eso. El ambiente ayer fue muy genuino, como si siempre nos hubiésemos reunido a comer”, comenté recordando la cantidad de besos y abrazos que había recibido, a los que por cierto debía empezar a acostumbrarme. No dejaba de recordármelo. “¿Cómo se llama el chico que estaba con ustedes? El que manejaba el auto”, preguntó Martina, parada al lado de la silla y poniéndose el guardapolvo. Era tan observadora esa niña. “Se llama Alexis, pero le decimos Al. Es el hijo del dueño del taller, creo. Muy buena persona también. ¿Sabes?...”, dije llevando mi taza a la pileta de la mesada. “Ahora somos hermanos. Él dice que va a cuidar que ningún chico con malas intenciones se me acerque”, dije entre risas y recordando cόmo Alexis me había empezado a decir: hermana. “¿Por qué haría eso?”, interrogó mamá al lado mío, con algo más escondido en el tono de su voz. Reformulé su pregunta en mi cabeza, transformándola en la siguiente oración afirmativa: “si quiere protegerte, es porque está celoso, te quiere solo para él”, pensé. Eso NO era así, para nada. Además yo no estaba interesada en nadie. Ningún chico me llamaba la atención. Bueno, al menos nadie real, sino uno que vivía en la “realidad” de mis sueños. Enseguida vino a mí ese malestar, así que alejé la idea otra vez como ayer. Me sentía tan mal por pensar esas
  • 45. ÁNGELES Y MARIPOSAS 43MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net cosas y tenía vergüenza de que Dios supiera, porque seguro podía leer mi mente. “Primero: no me gusta él, ni NADIE. Segundo: me parece…”, aunque lo sabía, pero por respeto a mi amiga no podía decirlo, “…creo que entre él y Nadia hay algo más que amistad. Y por último, pero no menos importante, ayer nos declaramos oficial y formalmente hermanos”, dije mirándola a los ojos, asintiendo con la cabeza. Diciendo palabras que sólo tenían sentido y provocaban gracia entre nosotros tres solamente, porque era una clase de broma interna. Recordé a Gina diciendo “patético” un día atrás y esperé a que mamá lo dijera también, pero ella jamás pensaría que éramos patéticos. “Dejando de lado cualquier cosa que hayas pensado, me alegra saber que forman parte de tu vida”, comentó ella acariciándome el hombro. “Tocan bocina y no es el colectivo”, gritó Martina desde la ventana del living. Entonces, apresuradamente tenía que contarle a mamá que ellos serían mi nuevo transporte escolar. Me daba lástima dejar que Martina viajara sola, pero se acostumbraría. Además, nunca me prestaba atención en el colectivo cuando iba con sus amiguitas. “Ah, por cierto, ellos me pasarán a buscar para ir al colegio de ahora en adelante”, le dije en un tono que no era de petición de permiso, sino de afirmación. “No hay problema. Martina tiene a sus amigas. En eso te ganó”, comentó ella sonriente. Las tres salimos de la casa. Subí al auto mientras mi madre y hermana miraban desde la puerta. “Hola señora. ¿Cómo está?”, saludó Nadia a mamá, acomodando su cabellera rubia con la mano. Estaba más Barbie que nunca antes.
  • 46. ÁNGELES Y MARIPOSAS 44MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Muy bien. Díganle a su amigo que maneje con cuidado”, gritó mamá olvidando que él era hijo del mecánico. No había duda que era uno de los chicos que mejor y con más responsabilidad manejaba en Puerto Azul. Aunque le gustaba la velocidad y tal vez a eso se refería mamá, él conocía tanto su auto que nada podía pasarnos. Desde que tenía un año andaba sobre ruedas. “Todo bajo control señora. Chiquita, ¿no querés que te llevemos a la escuela?”, ofreció Alexis, cosa que nunca se me hubiera ocurrido pensar. En mi visión y por más que amaba a Martina, era suicidio social tenerla hablando por unos minutos frente a mis amigos. ¿Cuándo inventé la regla? No sabía. “No, gracias, prefiero ir con mis amigas. Nos vemos, hermano”, dijo ella saludando, mientras corría hacia el colectivo que se había estacionado detrás del auto. Habló con tal madurez que los chicos se sorprendieron, eso le pasaba a todos los que la escuchaban hablar, su mente evolucionaba más rápido que su cuerpo. ¿Había escuchado bien? ¿Le había dicho hermano? Me sonrojé inmediatamente. “Sorry”, me disculpé y aprendí que tendría que cerrar la boca delante de ella, porque no hacía más que repetir todo lo que escuchaba a su alrededor y eso podría causar problemas. ¿Y si se hubiera animado a preguntar si él y Nadia eran novios? Me puse más roja. Al pudo verme por el espejo retrovisor. ¿Cuándo dejaría de sonrojarme? “No te preocupes. Me cae bien la mocosa. Así que ahora tengo dos hermanas. ¿Quién lo hubiera pensado?”, dijo con una risa en sus labios como si la idea le gustara, ya que él era hijo único. Nadia me estaba mirando, mientras sacudía su cabeza como diciendo: “no puedes ser más tonta y vergonzosa”.
  • 47. ÁNGELES Y MARIPOSAS 45MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Amy, deja de pedir perdón por tonterías”, me dijo confirmando lo que creí que ella estaba pensando. Aunque no lo dijo en tono agresivo. Esbozó una sonrisa y volvió su cara hacia el frente. El auto comenzó a alejarse. Las ventanas estaban abiertas, el aire golpeaba mi cara, pero no me importaba. Era una linda mezcla de felicidad y de sentirme viva lo que atravesaba mi corazón. La calle estaba más visible que nunca, porque el sol se hacía más fuerte a medida pasaban los minutos. Las personas, cada una de ellas, estaban haciendo lo que hacían día a día, así que pensé que no era la única con rutinas. Los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Los niños caminaban hablando fuerte, algunos cantando, vestidos con guardapolvos blancos. Los pájaros planeaban en lo alto del cielo, como mirándonos a los que no podíamos volar. ¿Podría mi ángel volar tan alto? Seguro que sí. A medida que avanzábamos, los rastros de civilización comenzaban a perderse. El colegio quedaba alejado de la ciudad, porque era tan grande que no habían encontrado un lugar en el centro para edificarlo. Por eso estaba retirado, cerca del bosque. Gracias a Dios las populares y deportistas eran tan superficiales que no habían ejercido su poder para sacarnos de los ventanales del comedor. Almorzar allí, pudiendo apreciar los pinos verdes y las aves sobrevolándolos, era lo más mágico que había visto en la ciudad. A lo lejos también se veía un cerro que no era tan alto. Me dije que algún día tenía que ir a conocerlo de cerca y tomar unas fotos desde arriba. El Highland era un colegio privado y bastante caro por cierto. Acudíamos allí no por decisión propia, sino por
  • 48. ÁNGELES Y MARIPOSAS 46MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net decisión de mis padres. Para nada estaba de acuerdo con la idea de ir a un lugar tan caro, habiendo colegios públicos en el centro que no tenían doble turno. Pero en ese momento no me importó, ya que estaba feliz de ir al lugar en el que había conocido a mis dos mejores amigos. La mañana pasó lenta, monótona y sin ninguna situación fuera de lo común. Sin duda, escuchar a Leo queriendo pronunciar la palabra father con el acento británico que la profesora de Inglés tenía, había sido lo mas gracioso de la clase. Todos se habían reído de eso, pero él no se avergonzaba y menos se sonrojaba. Ya deseaba yo tener esa habilidad. “¡Qué mal!”, exclamó Nadia, dándose vuelta para mirarme y golpeando a Alexis por la espalda, para que dejara de reírse. No lo había dicho con intenciones de ofender o porque nosotros pronunciáramos mejor, cosa que nunca podríamos hacer, sino por el hecho de que seguía intentando en voz alta, a pesar de que la profesora ya había cambiado de tema. Como tratando de mostrar una habilidad con el idioma que no poseía. Cuando sonó el timbre a las doce, todos nos levantamos apresurados de la misma manera, sabiendo que era hora de visitar el comedor. Una vez cada tanto se escuchaba el rugido de algún estómago vacío y yo daba gracias de que no era el mío. Por suerte ese día no sentía tanta hambre. Cuando llegamos mas distraídos que de costumbre, todos estaban ocupando sus lugares. Aunque algo me llamó la atención, un tumulto de chicas hablando en voz alta y tratando de parecer interesantes, me hizo ponerme a analizar la situación. La mayoría de los que estaban ubicados eran los varones que miraban con sus caras sorprendidas. Giré mi vista hacia la barra de comidas y me di cuenta de que ahí
  • 49. ÁNGELES Y MARIPOSAS 47MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net estaban todas. Se veían indecisas, haciendo pedidos innecesarios, como si tuvieran ganas de estar dos segundos más en el lugar, porque había algo que querían seguir viendo. Gina y Augusto, pasaron con la bandeja plástica de comida y ni siquiera me miraron. Parecía que él, la había obligado a salir de la barra, por lo que podía apreciarse en su cara. “¿Qué está pasando aquí?”, preguntó Alexis totalmente desconcertado. Seguro creyó que alguien se había desmayado, o algo trágico había sucedido, como solía pensar en esa clase de situaciones. Mariana, una chica de quinto año, venía con su bandeja cargada de alimentos y escuchó la pregunta de Al. “Doris se jubiló ayer. Juan pasó a ser el dueño de la barra y hay un nuevo ayudante. Es HOMBRE, por eso el revuelo de las mujeres. ¿Dónde está nuestra dignidad chicas?”, dijo indignada su pregunta retórica. Pero fue una reacción muy de ella. Mariana era ABSOLUTAMENTE feminista y no podía entender que las mujeres se desesperaran de esa manera por un chico nuevo, le parecía degradante. En cambio a mí me parecía reacción femenina adolescente. “Con razón. ¿Qué más podía ser? Si esas no comen nada, no se iban a desesperar así por un nuevo plato de comida”, dijo Alexis sacudiendo su cabeza y sonriendo. Al parecer, era un comportamiento común en las chicas de la ciudad o de todas las chicas del mundo, como ya había pensado antes, aunque yo no me creía así. Nos acercamos a la multitud lentamente, tratando de atravesarlas como si fueran paredes de piedra, pero ellas oponían resistencia. “Permiso chicas. Sólo queremos pedir comida y retirarnos a nuestro lugar. Así que por favor, den lugar y
  • 50. ÁNGELES Y MARIPOSAS 48MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net no las molestamos más. Después, pueden seguir mirando como tontas al chico nuevo”, dijo Nadia con la voz tan fuerte que todos se quedaron mirándola. Nunca creí que fuera capaz de eso, pero sólo teníamos media hora para comer y descansar, esperando el viernes que era el único día que no teníamos doble turno. Entonces entendí sus razones. Las demás se sonrojaron como yo hubiera hecho, se retiraron protestando por lo bajo y matando a mi amiga con la mirada, pero a ella no le importó. El chico nuevo no podía hacer más que reírse complicemente con Juan, sólo podía escucharlo porque todavía había unas chicas altas frente a él. Cuando el tumulto se dispersó, algún magnetismo extraño hizo que mi cabeza se levantara, que una rara sensación se apoderara de mi corazón por completo, que se agitara mi respiración y me quedara viéndolo. No se podía negar porque se habían quedado mirándolo, hasta yo, que un segundo atrás creí no ser la típica adolescente enamoradiza, me quedé observándolo detenidamente. Era como si hubiera salido de una revista de modelos, pero era más perfecto. Era alto, su piel extremadamente blanca, más que la de Alexis y eso ya era mucho decir. Tenía el cabello muy negro, lacio y fino. Un corte de pelo actual y moderno: no tan corto, irregular, con un flequillo desmechado que caía sobre su ojo izquierdo. Eso lo diferenciaba de todos los chicos del lugar, además de otras cualidades. Sus ojos, eso era lo que me había quedado viendo. Ellos eran demasiado verdes, nadie parecía notar un extraño brillo que tenían, pero yo sí. Era como si hubiera usado un delineador sumamente negro en sus estilizadas y
  • 51. ÁNGELES Y MARIPOSAS 49MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net largas pestañas, porque los ojos resaltaban como dos esmeraldas. Estaba vestido con jeans gastados, una remera negra que le quedaba ajustada. O realmente su cuerpo era musculoso como para hacer que le quedara pegada al cuerpo. Bueno, si uno miraba sus brazos se daba cuenta que la remera no era ajustada, su cuerpo era grande. Sus labios eran rojos, perfectos y simétricos, al igual que sus dientes extraordinariamente blancos, y que combinados hacían la sonrisa más maravillosa que había visto en mi vida. Parecía tener diecinueve años más o menos. Por eso las chicas habían estado tan interesadas, ya que siempre buscaban chicos más grandes y sus pobres compañeros se desilusionaban al no tener oportunidad, cuando un nuevo galán como estos aparecía. Pero era la regla general de las mujeres, no había nada que hacerle. Fue ahí que recordé su risa y luego una mirada cómplice hacia su compañero de trabajo y me di cuenta de que yo no le daría el gusto a ese nuevo, arrogante, ayudante del comedor, de que pensara que yo era como las otras. “Ya estamos listos, te esperamos en nuestra mesa cerca del ventanal”, dijo Nadia tocándome el hombro, volviéndome a la realidad. Me di cuenta de que varios minutos habían pasado mientras hacía mi observación del recién llegado, porque Alexis ya tenía la bandeja llena. Los dos se alejaron bromeando. Pude escuchar a Al imitando a Leo. “Father, father…”, decía, mientras ella le pedía que siguiera con la imitación. Rogué no decir una tontería, ahora que me habían dejado sola frente a él. Rogué que no se hubiera dado cuenta de mis ojos analizándolo unos segundos atrás,
  • 52. ÁNGELES Y MARIPOSAS 50MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net mientras él les servía comida a mis amigos. Nunca pensé que el sólo hecho de mirar a alguien podría afectarme tanto. “¿Qué quieres comer?”, dijo humedeciendo sus perfectos labios, trayéndome nuevamente a la realidad, porque ya me había perdido en su belleza otra vez. Esperé no haber tenido mis ojos abiertos como lechuza sorprendida. Su voz era atrayente, tan dulce, pareja y sin ninguna vibración horrible o característica particularmente mala que pudiera llegar a irritar. Era todo perfecto. “Sólo una manzana. Gracias”, pude decir finalmente, cuando recuperé la respiración. Traté de quitar mis ojos de su blanco rostro, pero era como un llamador que hacía que mis ojos miraran a una sola dirección, hacia donde estaba él. “¿Nada más que una manzana? Ya veo, estas a dieta como ellas”, dijo indicándome a las populares, que no le sacaban los ojos de encima. ¡Qué mal! Me había incluido en el grupo superficial. “No, Dios me libre de ese castigo. Es sólo que… no tengo hambre hoy”, dije ajustando la cinta en mi cabello colorado. Sonrió por lo que yo había dicho. Luego tomó un poco de pollo caliente y lo colocó en un plato. Puso un envase de jugo de naranja y la manzana que era lo único que le había pedido. “No, está bien…”, quise decir pero me interrumpió, dándome la bandeja. Tuve que tomarla porque era obvio que la iba a dejar caer. Ya se había puesto arrogante o algo por el estilo. No me gustaba para nada la idea de que me diera órdenes silenciosas. “Shhh”, me dijo para que no terminara la oración anterior, me quedé estática acatando su reto y esperando saber lo que estaba por decir.
  • 53. ÁNGELES Y MARIPOSAS 51MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Me gustan los desafíos y acaba de surgir uno. Me voy a proponer que te alimentes bien, al menos de lunes a jueves, durante el almuerzo. El fin de semana no puedo controlarte, es una lástima, pero espero que no comas comida chatarra”, me dijo usando su sonrisa mágica, que parecía convencerme de hacer lo que NO quería hacer. Decidí alejarme de una vez por todas. A medio camino di media vuelta para volver a mirarlo. Allí estaba, con el fondo oscuro de la pared haciéndolo resaltar como una figura brillante. “Gracias”, le dije, imprimiendo en mi tono de voz una sensación que decía: TE ODIO. Llegué a la mesa donde estaban mis amigos, con todas las miradas del colegio puestas en mí. Seguro estaban tratando de matarme o deseando producir rayos aniquiladores con sus ojos, para castigarme por haber tenido el “privilegio” de que el nuevo me hablara y sonriera. Sentí las ganas de desaparecer bajo la tierra. Me senté rápidamente entre el vidrio y Alexis, ya que al menos quedaba menos expuesta que antes. “¿Dónde esta nuestra dignidad chicas?”, bromeó Nadia, repitiendo la pregunta retórica de Mariana. Alexis no pudo contener la risa y devolvió al vaso el jugo que recién había bebido. Ya era tan amiga de ellos que, primero, no me iba a enojar por la broma de Nadia y, segundo, no sentiría asco por los malos modales de Alexis. “Shut up”, dije y me concentré en tratar de comer la porción de pollo que… el chico sin nombre, me había obligado a comer. Sería parte de su desafío, eso había dicho. “¿Planeaba engordarme como la bruja en Hansel y Gretel para luego comerme?” ¡Que tonterías estaba pensando!
  • 54. ÁNGELES Y MARIPOSAS 52MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “Le podrías enseñar a pronunciar a Leo. El inglés es lo tuyo amiga”, me dijo ella. Muy en el fondo o no tanto, sabía que Nadia estaba tratando de que me interesara en algún chico. Ella seguramente se imaginaba salir en pareja: comidas y cine. Y por un momento, sentí que el repentino interés que ¿tenía?, en el chico nuevo, no estaba del todo mal. No era que quisiera darle el gusto a mi amiga y menos al arrogante, pero al menos, él era alguien real que me alejaría de esa rara sensación de malestar. Ni quise acordarme del ángel en mi habitación, en el cuadro mejor dicho. Eso sonaba mejor. Pero, ¿qué hacía pensando en ese misterioso chico como posible novio? Si él sólo me había hablado. Me estaba volviendo loca, mucha vida social me estaba afectando. Además él era tan… arrogante. “El nuevo se llama Bastian. Tiene un nombre raro. Es huérfano y vive en la casa al lado de la catedral. Ayuda al padre Tomás con la limpieza de todo el lugar y es su ayudante en la misa los domingos, por eso le dan una habitación en la casa de los curas”, comentó Alexis, habiendo liquidado la completa y gigante hamburguesa de su plato, más las papas fritas. Mi amigo nunca engordaba a pesar de todo lo que ingería, así que podía comer feliz. “Y después las que hablamos de más somos las mujeres. Definitivamente el taller de tu papá es el mejor lugar para obtener información”, dijo Nadia, recostándose en el respaldar de la silla. Bebió su gaseosa y dirigió su vista al bosque. “Bueno, no es rumor. Él mismo estuvo hace unos días allí. Llevó a reparar su auto viejo y le contó todo a papá. No sé, algunos se creen que papá es psicólogo y los tiene que escuchar. Seguramente ganaría más plata escuchando que arreglando”, dijo Al, abollando mi caja de jugo de naranja vacía. Nadia lo miró sonriente. Por alguna
  • 55. ÁNGELES Y MARIPOSAS 53MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net razón le festejaba todas sus bromas o descabelladas ideas. Eso era amor realmente. “Tiene lindo nombre”, se me escaparon las palabras. De ninguna manera había querido hacerlas públicas. El calor subió por mi cara y sabía que estaba ROJA. “¿Solo su nombre amiga?”, preguntó Nadia moviéndose como una víbora, sentada en su silla y tratando de molestarme. El timbre sonó de repente. El ruido de sillas arrastradas por el suelo fue estremecedor. Todos volvíamos a la normalidad, por suerte. “Hora de volver a clases”, dijo Alexis guiñándome un ojo y sacándome del compromiso de dar una respuesta, a la no-retórica pregunta de Nadia. Es por eso que la llevó unos pasos delante de mí imitando a Leo en la clase de inglés, para distraerla del tópico anterior. Así se comportaban los hermanos mayores, eso logré entender. Antes de salir del comedor di una mirada hacia la barra de comidas y confirmé mis sospechas. Sabía que su mirada penetrante había estado posada en mí durante todo el almuerzo. No era que eso me alegrara, porque detestaba esa repentina insistencia suya, esa manera educada de hacerme comer cosas que no quería, que se creyera el modelo perfecto que realmente era, pero me hacía preguntarme el porqué de esa mirada tan profunda sobre mí. Él sonrió, levantó su mano rápido y la dejó caer. Me saludó, a mí, solo a mí. Ya no había más nadie en el lugar. Fingí una sonrisa y apuré el paso para alcanzar a mis amigos. Por más que tratara de callarla, mi cabeza no dejaba de repetir: Bastian, Bastian, Bastian… Las horas de la tarde pasaron más rápido que de costumbre, ni siquiera tuve que desear que el timbre sonara
  • 56. ÁNGELES Y MARIPOSAS 54MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net porque este ya lo había hecho y ni cuenta me había dado. Tampoco parecí entender que estaba en el estacionamiento unos minutos después. Últimamente estaba tan perdida, como si apareciera en diferentes lugares por arte de magia. “Hey. ¿Vienes a casa hoy o dejamos la excusa de la guerra mundial para mañana?”, preguntó Nadia haciendo chasquear sus dedos fuertemente ante mis ojos. Alexis ya estaba al volante. La verdad era que decíamos que íbamos a hacer el trabajo de Historia, pero nos poníamos a charlar y divertirnos. Algún día lo tendríamos que hacer bajo presión y cerca del límite de tiempo. “Sí, dejémoslo para otro día. Hoy tengo que hacer algunas cosas: como ayudar a Martina un rato con la tarea”, fue mi excusa para decirle que no sentía la necesidad de ir a su casa. No podía creer que el recién llegado me hubiera dejado fuera de mí. Definitivamente me llamaba la atención algo en él, o sólo él. No había podido dejar de pensar en su cara unas horas atrás en clase, después del almuerzo. Por eso había pasado rápido el tiempo, porque no dejé de pensar en él. Y así de distraída para quien me viera desde afuera, pero completamente pensativa en mi interior, viajé todo el camino a casa. “¿Quién era ese chico?”. Ahora sería parte de su reto, yo formando parte de su vida. Además, vivía cerca de la catedral, a unas pocas cuadras de mi casa. Recordé las campanas y los escalofríos volvieron. “¿Segura que no quieres venir?”, preguntó Alexis mirándome por el espejo, esperando la respuesta. “Segura, nos vemos mañana, como chofer de mi transporte escolar”, dije bromeando, cuando logré recobrar mis sentidos. Besé a los dos rápidamente y bajé del auto. “A la misma hora y en el mismo lugar”, gritó Al y se alejaron a toda prisa. Le pedí a Dios que mantuviera
  • 57. ÁNGELES Y MARIPOSAS 55MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net intacta la habilidad de buen manejo de mi amigo, que nada les sucediera y que llegaran a salvo a sus hogares. Entré a la casa, donde todo estaba silencioso. No había nadie más que yo y mi respiración. Sólo el gran reloj del comedor se escuchaba andar. La atmósfera era tenebrosa, sin ruidos, ni voces. Subí las escaleras y tiré el bolso sobre la cama. Seguro había estado haciendo planes en mi cabeza, planes de investigación por los cuales había mentido por primera vez a mis amigos, porque me dirigí a la laptop sobre mi escritorio de vidrio. Impaciente le daba golpecitos para que se apurara. Cuando todo había cargado, abrí primero el programa de correo y Chat. Agregué a Nadia y Alexis a mis contactos, ya que me habían escrito sus mails en la carpeta durante matemática, marqué la cruz para cerrar el programa. Luego hice lo que había estado posponiendo. Abrí Google y en la casilla para buscar escribí: Bastian. Tal vez con la inocente idea de que iba a encontrar una foto o información suya. Algo que lo hiciera más real. Detenidamente seguí con mis ojos los resultados de búsqueda, hasta que llegué a uno azul que decía: Bastian. Significado del nombre. Hice clic sobre el título y me mandó a una página negra, con letras blancas que solo decía: Venerado por sobre los demás (Honoured above all others) agregaba en inglés. De inmediato mi mente trajo recuerdos de las chicas a su alrededor. ¿No era eso una especie de veneración por sobre los demás chicos que iban al colegio? Estaba claro que sí. Pero, ¿por qué? ¿Realmente estaba tan loca que podía creer que uno era igual a la descripción de su nombre? Me paré para pensar, caminé y me acerqué a la ventana para ver la catedral, como si pudiera verlo a él. De
  • 58. ÁNGELES Y MARIPOSAS 56MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net repente apareció una ventana de Chat en mi computadora portátil. No había cerrado la sesión. No era ni Nadia ni Alexis, seguro no me habían aceptado todavía. Era mi amigo: Nando de Venezuela, que me estaba hablando. Rápidamente me senté a charlar con el en inglés un rato, ya que estudiaba para ser profesor y a mí me gustaba practicar. Siempre era bueno hablar con él. Yo le contaba de mi realidad y él de la suya. Ya hacía un año nos conocíamos gracias a una sala de Chat en la que se podía practicar el idioma, hasta que nos dimos cuenta de que los dos hablábamos español. Su nombre era Daniel Fernando y tenía dos apellidos que no me acordaba en ese momento. Siempre le decía que sonaba a nombre de galán de telenovela, por eso el prefería que lo llamara Nando, ya que sus amigos también lo molestaban con eso. Era raro el hecho de que nos conocíamos tanto. Habíamos visto algunas fotos de cada uno nada más, pero sólo eso bastaba para saber que existíamos en la vida del otro. Cada tanto le prometía visitarlo en Venezuela. Él decía que no había problema, que me esperaba con los brazos abiertos. Entendí que tenía un amigo más, que eran tres y no dos, como papá había escrito en el mensaje. Las distancias no nos importaban en lo mas mínimo. De todos modos e innegablemente esa tarde por más distracciones que me quise crear, tal cual y como había pasado a la salida del comedor, mi cabeza no hacía más que repetir: Bastian, Bastian, Bastian…
  • 59. ÁNGELES Y MARIPOSAS 57MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net Capítulo Cuatro: Noticias El miércoles me encontró desprevenida porque no lo estaba buscando. Habían pasado tantas cosas los días anteriores que parecía que el tiempo volaba, escapándose de mí. Eso nunca sucedía en mi ex solitaria y aburrida vida. En esa vida que había dejado atrás podía contar uno a uno los segundos, minutos y horas, siguiendo las interminables vueltas de las agujas del reloj. Los días pasaban más lento que para las demás personas, pero eso también había comenzado a cambiar. Volví a despedir a mi familia al escuchar la bocina de mi nuevo transporte escolar, que era más puntual de lo que esperaba de mi amigo. Tomé el bolso apresuradamente sin fijarme si llevaba las cosas necesarias. Después me puse una campera liviana de algodón, pues parecía que el calor se había alejado por unos días de la ciudad. Faltaban quince minutos para las ocho y al salir de mi casa me di cuenta de que en verdad estaba más fresco que ayer, debía empezar a creer más en los pronósticos locales que en los nacionales, que siempre erraban. Entré al auto colocando mi bolso en el asiento al lado mío. Nadia y Alexis se estaban besando, así que pretendí no ver y tratar de que la situación fuera menos incómoda, pero nunca sucedía eso cuando uno así lo quería. De inmediato se ubicaron en sus lugares al sentir mi presencia. Igualmente me alegraba de haberlos visto de esa manera, porque ya no aguantaba más todo ese misterio que querían crear y los besos en la mejilla. Con cada segundo que pasaba, me podía dar cuenta de que se amaban de verdad. Eso me llevó a pensar si algún día haría lo mismo. Eliminé mis pensamientos una vez más, pues era muy temprano como para preguntarme cosas a mí misma.
  • 60. ÁNGELES Y MARIPOSAS 58MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Inc www.tulibreriavirtual.net “¿Tengo una pregunta Amy?”, dijo Nadia girando para mirarme. Ella me haría las preguntas al final. Sus ojos azules estaban completamente abiertos. Alexis seguía mirando hacia el frente, por lo que daba gracias. Muchas veces por no perderse la conversación, giraba para verme también. El miedo de chocar era inminente en mi cuerpo, una defensa natural ante el peligro, suponía yo. “Adelante. Estoy preparada para lo que sea, puedes preguntar”, dije segura por fuera, aunque dudando mucho en mi interior. “¿Qué quería saber que todavía no le había dicho?”. Si a esas horas de la mañana mi amiga ya tenía ganas de pensar, era digno de admiración. “Ya te dije que no exageres. Sólo quiero asegurarme de que ayer no nos evadiste, para darnos tiempo para estar juntos y no ser la tercera desubicada”, comentó ella, estirándose para besarme la frente. “Buen día”, agregó, ya que no nos habíamos saludado como correspondía. Seguramente lo que la había llevado a ese planteo fue mi incomodidad al verlos besarse cuando subí al auto, no había otra opción más que esa. “Para nada, sólo tenía cosas que hacer. Hoy me tendrán con ustedes para seguir el trabajo de investigación. Ahora somos la triple alianza, así que no me siento como la tercera desubicada”, dije devolviéndole el beso, tocando la cabeza de Alexis y usando sus propias palabras en forma de broma. “La triple alianza… eso me gusta. Buen nombre para nuestro grupo. No en el sentido destructivo obviamente”, comentó Al sonriente. Me pareció que tenía razón, era un buen nombre. Volví a mi clasificación mental de las clases habitantes del Highland y pensé que de ahora en adelante debíamos desaparecer de esa lista de solitarios, para ser la