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12
A propósito de Las mareas no suelen equivo-
carse: 2019, de Norberto Ruiz Lima.
«Con esos ideales y aspiraciones, su primo herma-
no lo había convertido en ese tipo que irá por ahí
enarbolando un tenedor en un mundo donde solo
se sirve sopa»: Miqui Otero, Simón.
A Domingo Ramírez Moreno, como símbolo
de los eternamente perseguidos y demediados en
vidas, y con quien coincidí mucho después en alta
mar.
El doctor Ángel Prim y Vaussell, uno de
los tres protagonistas de esta novela, pasea por
La Algaida recogiendo hierbas medicinales y
las nombra con palabras latinas «en voz tan
baja que parece, más que una lengua muerta,
una lengua prohibida» (2019:129)1
. Y como
un sentido homenaje al médico, este personaje
que sale del papel para convertirse en un ser
humano entre una duda y una deuda constan-
tes, me viene el título Æstūs fallī non solent, (Las
mareas no suelen equivocarse), porque el latín
es perenne como la condición humana. La ma-
yoría de las veces este doctor, como muchos de
nosotros, irá por ahí enarbolando un tenedor
en un mundo donde solo se sirve sopa, para el
mismo Ángel Prim, para José Ruiz el tonelero
y Micaela su mujer, para Juana López y «los
cuerpos demediados2
», antes criminalmente fu-
silados.
Norberto construye su novela, quizá ha-
bría que llamarla más propiamente «historia»
(2019:159; 31 y 104) al modo cervantino, so-
bre una estructura tripartita: tres formas narra-
tivas, tres lugares principales y tres personajes
importantes a lo largo de los 23 capítulos que
la componen. Empiezo por el hallazgo de las
técnicas con este ejemplo ilustrativo3
:
1 Ruiz Lima, Norberto: Las mareas no suelen equivocarse, Edi-
ciones Ruser, 2019. Todas las citas de la novela proceden de
esta edición. De ahora en adelante, solo indico la página.
2 Es un atrevido y conseguido neologismo, pues el DEL no
recoge «demediador», aunque sí llevan entradas «demediar»
y «demediados».
3 El fragmento se encuentra en la p.62 En la fábrica de hielo,
capítulo 8, pp.77-84, lugar clave a lo largo de la novela hasta
llegar al espléndido capítulo 22, uno de los mejores para mí;
ese mismo espacio reaparece en la p.158, lo que confirma
que la fábrica de hielo es una constante bajo este contrapunto
trágico: «La lluvia sigue cayendo en el techo de la fábrica», llu-
via como testigo del monótono dolor que atraviesa la novela.
En esta fábrica de hielo se aúnan el frío, la soledad, el miedo
ÆSTUS FALLī NON SOLENT
Ramón Asquerino Fernández


LasPiletas 13
A) «El carabinero es poco hablador, tal vez no
tenga el atrevimiento de hablarle al doctor. a)
Le han contado que el doctor es un sabio que
no la ha espichado precisamente por eso. B)
Además, qué voy yo a contarle a un doctor,
si él no me pregunta. Y C) Vete a su casa y le
dices que se vaya a la fábrica de hielo […]».
Así: A): El narrador omnisciente conoce al ca-
rabinero, y, precisamente porque es parco en
palabras y a la vez considera al médico una
persona muy instruida, «sabio», no se atreve a
dirigirle la palabra. Dentro, aparecería como
otra subvoz: a), pues «Le han contado» —una
fuente popular, una leyenda como anteceden-
tes— parte de su pasado, pero más bien os-
curo. Después, un vulgarismo más propio del
carabinero que del narrador: «no la ha espi-
chado», o bien un término donde ambos con-
vergerían.
B) Monólogo interior del carabinero: «Además,
qué voy yo a contarle a un doctor, si él no me
pregunta»; primero dirigiéndose al médico, a
quien considera de nuevo una persona mucho
más instruida que él, por lo que se avergüenza
y por lo mismo se distancia; y luego su propia
implicación en el pensamiento: «yo/ me», típi-
ca del monólogo interior.
C) La orden del teniente, curiosamente anóni-
mo aun su protagonismo, en claro diálogo con
el carabinero.
Así, pues: Narración en tercera persona
en A), donde entra un pasado más o menos in-
mediato a); monólogo interior elaborado, con
todos sus signos de puntuación en B) y, por úl-
timo, el diálogo C). El éxito de la novedad es
que las tres formas narrativas van sin solución
de continuidad, pegadas, como sucede en la
vida real. Y, además, para mayor originalidad,
el autor suele introducir los diálogos con (;) y
los odios y las conversaciones de José y Micaela ya muertos.
Los epígrafes A) a) B) C), son míos a fin de aclarar algo esa
gran construcción continuada. Las cursivas también lo son.
(,) —pp. 22, 33, y 95, respectivamente—, en
lugar de los consabidos dos puntos (:) o rayas
(—).
La ciudad es Sanlúcar de Barrameda en
lugares reales y muy concretos, principalmen-
te: El Coto Doñana, la fábrica de hielo y la
playa, en torno a los cuales se teje la narra-
ción. Igualmente, nos sitúa con exactitud en lu-
gares emblemáticos de Sanlúcar: «Estamos en
la Plaza del Cabildo», p.37. Con la poderosa
presencia de ese «ríomar» de la p.64: «agua
salda y agua dulce», donde el agua se mezcla
con dos sabores, así los tres emplazamientos
se entrecruzan también en la encrucijada de la
muerte: por la playa aparecen los cuerpos de-
mediados, en el Coto, capítulo 9, están semien-
terrados los cadáveres de los fusilados —total-
mente ficción, puesto que allí no se asesinó a
nadie—, y en la fábrica de hielo se monta una
especie de morgue para las oportunas averi-
guaciones forenses de esos cuerpos partidos
por la mitad. Allí, con el frío de las barras de
hielo, con el miedo, con los cuerpos destroza-
dos, se darán cita los tres protagonistas: el te-
niente de carabineros anónimo como persegui-
dor, el sospechoso médico Ángel Prim —ape-
llido en honor al general, según me confesó su
autor4
— y José Ruiz el tonelero, el perseguido,
quienes, a su vez representan tres clases so-
ciales e ideológicas opuestas. Paralelamente,
los monólogos y los diálogos se entrecruzan
perfectamente en la p.190. Este otro narrador,
José Ruiz, nos relata detalladamente en el ca-
pítulo 20, Ya están aquí, toda su angustia del
mundo a través del oído hasta asfixiar al lector,
como si estuviéramos con el personaje dentro
del mismo tonel. El fatídico tiempo del desa-
4 Mantuvimos una larga entrevista Norberto Ruiz Lima y yo el
pasado jueves 1 de julio, que me esclareció bastante algunas
cuestiones de la novela. Entre ellas, esta del apellido o el ini-
cial título machadiano de su obra que fue La fuente muda, de
«Hoy buscarás en vano»: LXIX Galerías: Machado, Antonio:
Poesías completas I. Edición crítica de Oreste Macrí. Madrid,
Espasa-Calpe, 1988, pp.478 y 870. Esta composición se pu-
blicó en 1903, en la revista Helios.
LasPiletas
14
rrollo de la trama es el de los comienzos de la
primavera de 1939, plena posguerra, tiempos
de venganza cruenta.
Hay otros personajes secundarios per-
fectamente perfilados: la espléndida y bella
Micaela, contrapunto de la inmensa pastora
Marcela quijotesca; la Merche y su cesta de
camarones que conforma dos jalones perfectos
—en el capítulo 13, y al final, p.220, en el ca-
pítulo 23— como metáfora del enclaustramien-
to de la población de Sanlúcar y de España,
de la que no pueden escapar ni los camarones
ni los españoles. De parecida manera actúa el
título en tres hitos: aparece casi al comienzo,
p.61, parte se reproduce más allá de la mitad
en la p.161, y ya al final, como colofón, p.220.
El terrible Patricio Leal, el «Centauro» de Copa
de sombra; Agustín García Romero, al que han
cortado en dos, pero vivo, de la alta y ‘respe-
table’ sociedad sanluqueña y personaje clave
en el desenlace de la narración; la casa de
prostitución de Sinclair, muy en la línea de la
fuerte sensualidad de la novela, sobre todo con
el elogio del tacto, sexualidad muy presente,
en ese prostíbulo o entre los recuerdos del doc-
tor; el maltratador Sebastián González, p.163,
desgraciadamente muy de actualidad, y la de-
fensa propia de su integridad física por parte
de Ángela Gutiérrez.
Las referencias literarias se multiplican
en la novela, más aún tratándose de Norberto,
un filólogo preocupado por la Literatura. Así,
los preliminares se abren con dos citas de Es-
quilo y Sábato sobre la justicia, y la narración
se cierra, en estructura trágicamente circular,
con este oxímoron quizá de Borges «la vengan-
za justiciera o la justicia vengadora», p.214.
En medio, muchos otros guiños literarios: Ricar-
do Reis, pp.93, 119, y Alberto Caeiro p.36,
ambos heterónimos de Fernando Pessoa5
. Por
5 Coincidimos los dos en la aludida entrevista en la grandeza
del Pessoa poeta, incluso más que en la de su faceta nove-
todos lados corretean Rulfo y sus El llano en
llamas o Pedro Páramo, como en los diálogos
de los muertos en Una conversación mirando
al techo, capítulo 22; Cansinos (p.214); Emma
Bovary, pp.115 y 116; «La muy leal ciudad
de Sanlúcar», pp. 152 y 207, claro eco del
comienzo de La Regenta, no lejana a Madame
Bovary. «Que Sanlúcar es una ciudad llena de
cadáveres», p. 192, es una reminiscencia de
Dámaso Alonso. Los versos de Rimbaud en la
p.152 se respiran tanto que la pareja de ena-
morados, que ni conoce al poeta ni lo ha leído,
en otro quiebro exquisito de Norberto, los sien-
ten igualmente dentro. Y el eco de El nombre
de la rosa: «La palabra es solo palabra y con
ella jugamos a las interpretaciones, y los enga-
ños, y así nos va; pero las cosas son como son
y no las cambia fácilmente la palabra, ni las lu-
ces ni las sombras», p.157, y la teoría nomina-
lista. La extraordinaria partida de ajedrez en la
mente del doctor, p.118, recuerda en parte a
El peón, 2020, de Paco Cerdán. Por otro lado,
los frecuentes hallazgos macabros suenan al
colombiano Eduardo Caballero Calderón y su
Manuel Pacho, 1961 con el trozo de cadáver
en descomposición largamente descrito y pa-
seado. La terrible figura del matarife, pp.166-
167, en una crudísima escena, nos acerca tan-
to al Zola de El vientre de París, 1876, como
a la espléndida Sur, 2018 de Antonio Soler y
esta a su fuente de inspiración, la grandiosa
Berlín Alexanderplatz, 1929, de Alfred Döblin.
No me canso de alabar estas tres novelas y,
especialmente, la del malagueño.
Y dentro de esa misma línea netamen-
te literaria, se encuentran las señales poéticas,
que ya anticipé en la nota 3, y que transmite
Las mareas no suelen equivocarse: «El aire sil-
ba oscuro presagiando mucha noche», p.12:
dos cláusulas de 7+8 sílabas; «Hasta eso me
lística. Pessoa, Fernando: Antología poética, Madrid: Espasa
Calpe, 1982 en la espléndida edición y traducción de Ángel
Crespo.
LasPiletas 15
robaron, hasta el silencio», p.21: 7+5= dode-
casílabo completo; el propio título también po-
see 12; «cosiendo las heridas con trozos de
miedo», p.77: 7+6=13 sílabas. Y no menores
son estos logros poéticos: «Los ganadores se lo
quedaron todo menos nuestra hambre», p.52;
«Con una sonrisa triste, colgada a la fuerza
con un imperdible», p.117; ensalzamiento de
la poesía en labores animalísticas: p.127 «la
serpiente que escribe letras aljamiadas» y «el
lince que escribe oscuro sobre fondo negro»,
p.139. «Sanlúcar es un pueblo, aquí lo que
sobra es el eco», p.212. Elige el autor la fecha
de 1927 para la llegada del médico, p.165,
como homenaje a la Generación. Y sobre
todo, este gran hallazgo sobre la herida de la
guerra: «hasta que los poetas no la cierren con
versos no será posible ningún tipo de reconci-
liación», p.183.
Son tan frecuentes los saltos atrás hacia
la guerra6
y hacia delante, prolepsis del narra-
dor omnisciente, como en el caso de la consulta
a La historia de la ciudad, 1942, de Pedro Bar-
badillo, con su referencia bibliográfica y que
incluye al médico protagonista, p. 31. Ese au-
tor omnisciente juega con el lector cuando está
hablando el práctico: «Repite para que nos dé
tiempo a comentar el momento», p.131, ralen-
tizando para copiar bien las frases. Del mismo
modo, el autor se mete dentro, otra miradilla a
Cervantes, como con las confusiones del libro,
p.151: «no le importa [al autor] el rigor cientí-
fico sino el rigor lingüístico», frase introducida
en medio del diálogo, con un alarde técnico,
de Melquíades con Tomás Delgado. Otro gran
acierto es el cambio de rumbo de La Huida
[sic], sexto capítulo, cuya permuta de lugar for-
6 La deuda con Copa de sombra, me confirmó Norberto, está
clara: desde el Santero,p.15, al lugar ficticio y simbólico de
Santa María de Humeros frente al real de Sanlúcar de Barra-
meda en manos de Ruiz Lima. Hablamos muy largo y extendi-
do de la novela de Acquaroni y su gran valor. Aparte, el autor
ha consultado la citada La historia de la ciudad, 1942, de
Pedro Barbadillo y Domínguez Lobato, Eduardo Cien capítulos
de retaguardia, Madrid: G. del Toro, 1973.
talece la narración, sumergida hasta ahora en
el Coto. Me parece este un gran episodio bajo
el protagonismo de la noche que recuerda, se-
gún el autor, a Virgilio: «Se vistió de oscuro
como la noche», p.69, y a mí me retrotrae a la
Noche oscura sanjuanesca7
.
Pero el escritor no domina absolutamen-
te a sus personajes, como ya dije, sino que los
deja libres en sus monólogos: «Continúa pen-
sando», p.44. Y como prolepsis, ¿hay en la
p.104 una anticipación a la historia que es-
cribirá el doctor Vaussell pero que no la lleva
a cabo? O en la hipérbole, luego desgracia-
damente cierta, de que «Esto no va a durar
cuarenta años», p.145, sin embargo continúan
aún muchas huellas manchadas en la actuali-
dad. «Que pronto aparecerá otro medio cuer-
po frente a La Calzada», p.152; «unos años
más tarde», p.172. Damiano «treinta años
después huirá a Alemania» p.185. Y en otra
prolepsis no cumplida, la apertura de las fosas
cien años después, p.183.
El doctor Ángel Prim y Vaussell (quien
«piensa en voz alta», p.32), y José Ruiz, el
tonelero de La Gitana8
, a mi modo de ver, son
los dos grandes personajes, quienes coinciden
también en que ambos se suelen expresar más
mediante monólogos interiores elaborados.
7 De esta poligénesis tratamos en la citada entrevista. El au-
tor homenajeaba la maravillosa hipálage del verso virgiliano:
Eneida, Virgilio, 9ª edc. Madrid, Cátedra: Letras Universales,
2004, traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Los conocidos
versos «Ibant oscuri sola sub nocte per umbram»: cuyos suje-
tos eran Sibila y Eneas, p.333,vv.386-387: «Oscuros en la
noche solitaria/ cruzaban entre sombras», traduce Espinosa,
mientras que «Iban oscuros bajo la solitaria noche», traduce
Borges. Juan de la Cruz, Santo: Poesía, edición de Domingo
Ynduráin. Madrid, Cátedra, 1983, Otros poemas: [«En una
noche escura»], pp.259-260.
8 García Rodríguez, Juan José: Marejada (Cincuenta y tres
episodios emocionales) Sevilla: Darío Libros, 2016: capítulo
45: La Gitana pp.281-294. Con muy detallado y documen-
tado material el autor cuenta la amorosa historia de Gitana,
poco que ver con su homónima cervantina. Y del mismo autor,
la semblanza que lleva a cabo de su tío Domingo Ramírez Mo-
reno en íd.: El niño que miraba los barcos, capítulo 5, pp.44-
45.
LasPiletas
16
Véase este gran hallazgo metaliterario, p.80:
«porque el monólogo interior siempre pierde la
educación que suele acorralar a la conversa-
ción externa». Y también se entrecruzan (p.25)
y no casualmente. Creo que Norberto atiende
a un eco cervantino en esta afirmación: «pen-
saría el doctor Vaussell si supiera que algún día
su historia la tomara la imprenta a otra medi-
da», p. 159. Es la primera vez que el autor le
da nombre, historia, a su narración.
Considero como historias intercaladas
—nuevo guiño cervantino— el capítulo 14, El
doctor saca la lupa, que funciona como una
ruptura de toda la narración principal al re-
trotraerse a la guerra de Cuba, y el 16, Un
muerto muy diferente, que también cumple esa
misma finalidad, la de ‘descoser’ el texto para
luego volverlo a tejer, al modo de las novelas
por entregas decimonónicas y de las series te-
levisivas actuales.
Y frente a ese olor nauseabundo de los cuer-
pos demediados como símbolo del blanco gri-
sáceo y negro de aquella derruida España el
que preside Las mareas no suelen equivocarse,
Æstūs fallī non solent o La fuente muda, siem-
pre el rumbo en la novela lo lleva ese piloto,
steersman, o timonel, a quien, en la figura de
su padre, dedica el hijo su novela como un ho-
menaje más allá del tiempo y del horror.
Echo de menos, eso sí, algún que otro
elogioalaIIRepública,quesalemuymalparada.
«Si la República hubiese sido un régimen para
todos», p.36, dice el maestro. Preso del miedo,
lo afirma precisamente un maestro, cuerpo al
que purgaron y asesinaron a mansalva. En El
lápiz del carpintero, 2014, de Manuel Rivas,
su protagonista defiende los ideales por encima
de su vida; aquí, sin embargo, no. Y sí, la
República intentó serlo para todos, sobre todo
para los más desfavorecidos. Otra crítica es
la que se refiere a «El poco orden que había»
p. 181, o «galleando por los corrales de la
República»: p.184, metáfora animalística con
la que tampoco estoy de acuerdo en absoluto.
Todo estalló por un golpe de estado contra el
gobierno legítimo de la República, y no el más
que repetido 18 de julio, p. 191, si no que se
lo pregunten a Virgilio Leret9
aquella tarde del
17 de julio en el Llano Amarillo, Melilla, donde
murió con los suyos defendiendo la bandera
tricolor a la que juró lealtad. Tampoco es cierta
la afirmación de don Melquíades El Longinos: «y
además lo empezaron ellos», p.151. Pues no,
don Melquíades, tampoco, como tampoco lo
saben muchos de los políticos de la actualidad.
La novela acaba con un lacónico
consejo del teniente de carabineros que
parece, solo parece, una buena persona que
no es realmente, pero que al final pretende
ser “equidistante” al aconsejar: «Váyase a
casa, doctor», p.220. Todos los que podían
en aquellos momentos se acurrucaban en
casa, lejos del fatídico castillo de Santiago, el
tristemente célebre lugar como la antesala de
tantos fusilamientos, pp.43, 45, 153. Con el
día y medio escaso que duró la defensa por el
legítimo gobierno, un precio demasiado alto,
terrible, fue el que pagaron los leales al legítimo
gobierno en forma de muertos en las cunetas,
represaliados, eternamente perseguidos y
demediados en vidas, desaparecidos, entre
campos de concentración, exiliados y cuyos
espíritus tan rotos muchísimos no los pudieron
recomponer jamás: «[…] convertidos en tipos
que irán por ahí enarbolando un tenedor
inútil en un mundo donde solo se servirá sopa
aguada».
Así que «Váyase a casa, doctor», usted
que aún puede.
9 O’Neill, Carlota: Una mujer en la guerra de España. Madrid,
Oberón, 2006, pp.27-44, aunque conviene leer todo el libro.

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Revista las piletas n.º 64 artículo Ramón Asquerino Fernández sobre la novela Las Mareas no Suelen Equivocarse

  • 1. LasPiletas 12 A propósito de Las mareas no suelen equivo- carse: 2019, de Norberto Ruiz Lima. «Con esos ideales y aspiraciones, su primo herma- no lo había convertido en ese tipo que irá por ahí enarbolando un tenedor en un mundo donde solo se sirve sopa»: Miqui Otero, Simón. A Domingo Ramírez Moreno, como símbolo de los eternamente perseguidos y demediados en vidas, y con quien coincidí mucho después en alta mar. El doctor Ángel Prim y Vaussell, uno de los tres protagonistas de esta novela, pasea por La Algaida recogiendo hierbas medicinales y las nombra con palabras latinas «en voz tan baja que parece, más que una lengua muerta, una lengua prohibida» (2019:129)1 . Y como un sentido homenaje al médico, este personaje que sale del papel para convertirse en un ser humano entre una duda y una deuda constan- tes, me viene el título Æstūs fallī non solent, (Las mareas no suelen equivocarse), porque el latín es perenne como la condición humana. La ma- yoría de las veces este doctor, como muchos de nosotros, irá por ahí enarbolando un tenedor en un mundo donde solo se sirve sopa, para el mismo Ángel Prim, para José Ruiz el tonelero y Micaela su mujer, para Juana López y «los cuerpos demediados2 », antes criminalmente fu- silados. Norberto construye su novela, quizá ha- bría que llamarla más propiamente «historia» (2019:159; 31 y 104) al modo cervantino, so- bre una estructura tripartita: tres formas narra- tivas, tres lugares principales y tres personajes importantes a lo largo de los 23 capítulos que la componen. Empiezo por el hallazgo de las técnicas con este ejemplo ilustrativo3 : 1 Ruiz Lima, Norberto: Las mareas no suelen equivocarse, Edi- ciones Ruser, 2019. Todas las citas de la novela proceden de esta edición. De ahora en adelante, solo indico la página. 2 Es un atrevido y conseguido neologismo, pues el DEL no recoge «demediador», aunque sí llevan entradas «demediar» y «demediados». 3 El fragmento se encuentra en la p.62 En la fábrica de hielo, capítulo 8, pp.77-84, lugar clave a lo largo de la novela hasta llegar al espléndido capítulo 22, uno de los mejores para mí; ese mismo espacio reaparece en la p.158, lo que confirma que la fábrica de hielo es una constante bajo este contrapunto trágico: «La lluvia sigue cayendo en el techo de la fábrica», llu- via como testigo del monótono dolor que atraviesa la novela. En esta fábrica de hielo se aúnan el frío, la soledad, el miedo ÆSTUS FALLī NON SOLENT Ramón Asquerino Fernández 

  • 2. LasPiletas 13 A) «El carabinero es poco hablador, tal vez no tenga el atrevimiento de hablarle al doctor. a) Le han contado que el doctor es un sabio que no la ha espichado precisamente por eso. B) Además, qué voy yo a contarle a un doctor, si él no me pregunta. Y C) Vete a su casa y le dices que se vaya a la fábrica de hielo […]». Así: A): El narrador omnisciente conoce al ca- rabinero, y, precisamente porque es parco en palabras y a la vez considera al médico una persona muy instruida, «sabio», no se atreve a dirigirle la palabra. Dentro, aparecería como otra subvoz: a), pues «Le han contado» —una fuente popular, una leyenda como anteceden- tes— parte de su pasado, pero más bien os- curo. Después, un vulgarismo más propio del carabinero que del narrador: «no la ha espi- chado», o bien un término donde ambos con- vergerían. B) Monólogo interior del carabinero: «Además, qué voy yo a contarle a un doctor, si él no me pregunta»; primero dirigiéndose al médico, a quien considera de nuevo una persona mucho más instruida que él, por lo que se avergüenza y por lo mismo se distancia; y luego su propia implicación en el pensamiento: «yo/ me», típi- ca del monólogo interior. C) La orden del teniente, curiosamente anóni- mo aun su protagonismo, en claro diálogo con el carabinero. Así, pues: Narración en tercera persona en A), donde entra un pasado más o menos in- mediato a); monólogo interior elaborado, con todos sus signos de puntuación en B) y, por úl- timo, el diálogo C). El éxito de la novedad es que las tres formas narrativas van sin solución de continuidad, pegadas, como sucede en la vida real. Y, además, para mayor originalidad, el autor suele introducir los diálogos con (;) y los odios y las conversaciones de José y Micaela ya muertos. Los epígrafes A) a) B) C), son míos a fin de aclarar algo esa gran construcción continuada. Las cursivas también lo son. (,) —pp. 22, 33, y 95, respectivamente—, en lugar de los consabidos dos puntos (:) o rayas (—). La ciudad es Sanlúcar de Barrameda en lugares reales y muy concretos, principalmen- te: El Coto Doñana, la fábrica de hielo y la playa, en torno a los cuales se teje la narra- ción. Igualmente, nos sitúa con exactitud en lu- gares emblemáticos de Sanlúcar: «Estamos en la Plaza del Cabildo», p.37. Con la poderosa presencia de ese «ríomar» de la p.64: «agua salda y agua dulce», donde el agua se mezcla con dos sabores, así los tres emplazamientos se entrecruzan también en la encrucijada de la muerte: por la playa aparecen los cuerpos de- mediados, en el Coto, capítulo 9, están semien- terrados los cadáveres de los fusilados —total- mente ficción, puesto que allí no se asesinó a nadie—, y en la fábrica de hielo se monta una especie de morgue para las oportunas averi- guaciones forenses de esos cuerpos partidos por la mitad. Allí, con el frío de las barras de hielo, con el miedo, con los cuerpos destroza- dos, se darán cita los tres protagonistas: el te- niente de carabineros anónimo como persegui- dor, el sospechoso médico Ángel Prim —ape- llido en honor al general, según me confesó su autor4 — y José Ruiz el tonelero, el perseguido, quienes, a su vez representan tres clases so- ciales e ideológicas opuestas. Paralelamente, los monólogos y los diálogos se entrecruzan perfectamente en la p.190. Este otro narrador, José Ruiz, nos relata detalladamente en el ca- pítulo 20, Ya están aquí, toda su angustia del mundo a través del oído hasta asfixiar al lector, como si estuviéramos con el personaje dentro del mismo tonel. El fatídico tiempo del desa- 4 Mantuvimos una larga entrevista Norberto Ruiz Lima y yo el pasado jueves 1 de julio, que me esclareció bastante algunas cuestiones de la novela. Entre ellas, esta del apellido o el ini- cial título machadiano de su obra que fue La fuente muda, de «Hoy buscarás en vano»: LXIX Galerías: Machado, Antonio: Poesías completas I. Edición crítica de Oreste Macrí. Madrid, Espasa-Calpe, 1988, pp.478 y 870. Esta composición se pu- blicó en 1903, en la revista Helios.
  • 3. LasPiletas 14 rrollo de la trama es el de los comienzos de la primavera de 1939, plena posguerra, tiempos de venganza cruenta. Hay otros personajes secundarios per- fectamente perfilados: la espléndida y bella Micaela, contrapunto de la inmensa pastora Marcela quijotesca; la Merche y su cesta de camarones que conforma dos jalones perfectos —en el capítulo 13, y al final, p.220, en el ca- pítulo 23— como metáfora del enclaustramien- to de la población de Sanlúcar y de España, de la que no pueden escapar ni los camarones ni los españoles. De parecida manera actúa el título en tres hitos: aparece casi al comienzo, p.61, parte se reproduce más allá de la mitad en la p.161, y ya al final, como colofón, p.220. El terrible Patricio Leal, el «Centauro» de Copa de sombra; Agustín García Romero, al que han cortado en dos, pero vivo, de la alta y ‘respe- table’ sociedad sanluqueña y personaje clave en el desenlace de la narración; la casa de prostitución de Sinclair, muy en la línea de la fuerte sensualidad de la novela, sobre todo con el elogio del tacto, sexualidad muy presente, en ese prostíbulo o entre los recuerdos del doc- tor; el maltratador Sebastián González, p.163, desgraciadamente muy de actualidad, y la de- fensa propia de su integridad física por parte de Ángela Gutiérrez. Las referencias literarias se multiplican en la novela, más aún tratándose de Norberto, un filólogo preocupado por la Literatura. Así, los preliminares se abren con dos citas de Es- quilo y Sábato sobre la justicia, y la narración se cierra, en estructura trágicamente circular, con este oxímoron quizá de Borges «la vengan- za justiciera o la justicia vengadora», p.214. En medio, muchos otros guiños literarios: Ricar- do Reis, pp.93, 119, y Alberto Caeiro p.36, ambos heterónimos de Fernando Pessoa5 . Por 5 Coincidimos los dos en la aludida entrevista en la grandeza del Pessoa poeta, incluso más que en la de su faceta nove- todos lados corretean Rulfo y sus El llano en llamas o Pedro Páramo, como en los diálogos de los muertos en Una conversación mirando al techo, capítulo 22; Cansinos (p.214); Emma Bovary, pp.115 y 116; «La muy leal ciudad de Sanlúcar», pp. 152 y 207, claro eco del comienzo de La Regenta, no lejana a Madame Bovary. «Que Sanlúcar es una ciudad llena de cadáveres», p. 192, es una reminiscencia de Dámaso Alonso. Los versos de Rimbaud en la p.152 se respiran tanto que la pareja de ena- morados, que ni conoce al poeta ni lo ha leído, en otro quiebro exquisito de Norberto, los sien- ten igualmente dentro. Y el eco de El nombre de la rosa: «La palabra es solo palabra y con ella jugamos a las interpretaciones, y los enga- ños, y así nos va; pero las cosas son como son y no las cambia fácilmente la palabra, ni las lu- ces ni las sombras», p.157, y la teoría nomina- lista. La extraordinaria partida de ajedrez en la mente del doctor, p.118, recuerda en parte a El peón, 2020, de Paco Cerdán. Por otro lado, los frecuentes hallazgos macabros suenan al colombiano Eduardo Caballero Calderón y su Manuel Pacho, 1961 con el trozo de cadáver en descomposición largamente descrito y pa- seado. La terrible figura del matarife, pp.166- 167, en una crudísima escena, nos acerca tan- to al Zola de El vientre de París, 1876, como a la espléndida Sur, 2018 de Antonio Soler y esta a su fuente de inspiración, la grandiosa Berlín Alexanderplatz, 1929, de Alfred Döblin. No me canso de alabar estas tres novelas y, especialmente, la del malagueño. Y dentro de esa misma línea netamen- te literaria, se encuentran las señales poéticas, que ya anticipé en la nota 3, y que transmite Las mareas no suelen equivocarse: «El aire sil- ba oscuro presagiando mucha noche», p.12: dos cláusulas de 7+8 sílabas; «Hasta eso me lística. Pessoa, Fernando: Antología poética, Madrid: Espasa Calpe, 1982 en la espléndida edición y traducción de Ángel Crespo.
  • 4. LasPiletas 15 robaron, hasta el silencio», p.21: 7+5= dode- casílabo completo; el propio título también po- see 12; «cosiendo las heridas con trozos de miedo», p.77: 7+6=13 sílabas. Y no menores son estos logros poéticos: «Los ganadores se lo quedaron todo menos nuestra hambre», p.52; «Con una sonrisa triste, colgada a la fuerza con un imperdible», p.117; ensalzamiento de la poesía en labores animalísticas: p.127 «la serpiente que escribe letras aljamiadas» y «el lince que escribe oscuro sobre fondo negro», p.139. «Sanlúcar es un pueblo, aquí lo que sobra es el eco», p.212. Elige el autor la fecha de 1927 para la llegada del médico, p.165, como homenaje a la Generación. Y sobre todo, este gran hallazgo sobre la herida de la guerra: «hasta que los poetas no la cierren con versos no será posible ningún tipo de reconci- liación», p.183. Son tan frecuentes los saltos atrás hacia la guerra6 y hacia delante, prolepsis del narra- dor omnisciente, como en el caso de la consulta a La historia de la ciudad, 1942, de Pedro Bar- badillo, con su referencia bibliográfica y que incluye al médico protagonista, p. 31. Ese au- tor omnisciente juega con el lector cuando está hablando el práctico: «Repite para que nos dé tiempo a comentar el momento», p.131, ralen- tizando para copiar bien las frases. Del mismo modo, el autor se mete dentro, otra miradilla a Cervantes, como con las confusiones del libro, p.151: «no le importa [al autor] el rigor cientí- fico sino el rigor lingüístico», frase introducida en medio del diálogo, con un alarde técnico, de Melquíades con Tomás Delgado. Otro gran acierto es el cambio de rumbo de La Huida [sic], sexto capítulo, cuya permuta de lugar for- 6 La deuda con Copa de sombra, me confirmó Norberto, está clara: desde el Santero,p.15, al lugar ficticio y simbólico de Santa María de Humeros frente al real de Sanlúcar de Barra- meda en manos de Ruiz Lima. Hablamos muy largo y extendi- do de la novela de Acquaroni y su gran valor. Aparte, el autor ha consultado la citada La historia de la ciudad, 1942, de Pedro Barbadillo y Domínguez Lobato, Eduardo Cien capítulos de retaguardia, Madrid: G. del Toro, 1973. talece la narración, sumergida hasta ahora en el Coto. Me parece este un gran episodio bajo el protagonismo de la noche que recuerda, se- gún el autor, a Virgilio: «Se vistió de oscuro como la noche», p.69, y a mí me retrotrae a la Noche oscura sanjuanesca7 . Pero el escritor no domina absolutamen- te a sus personajes, como ya dije, sino que los deja libres en sus monólogos: «Continúa pen- sando», p.44. Y como prolepsis, ¿hay en la p.104 una anticipación a la historia que es- cribirá el doctor Vaussell pero que no la lleva a cabo? O en la hipérbole, luego desgracia- damente cierta, de que «Esto no va a durar cuarenta años», p.145, sin embargo continúan aún muchas huellas manchadas en la actuali- dad. «Que pronto aparecerá otro medio cuer- po frente a La Calzada», p.152; «unos años más tarde», p.172. Damiano «treinta años después huirá a Alemania» p.185. Y en otra prolepsis no cumplida, la apertura de las fosas cien años después, p.183. El doctor Ángel Prim y Vaussell (quien «piensa en voz alta», p.32), y José Ruiz, el tonelero de La Gitana8 , a mi modo de ver, son los dos grandes personajes, quienes coinciden también en que ambos se suelen expresar más mediante monólogos interiores elaborados. 7 De esta poligénesis tratamos en la citada entrevista. El au- tor homenajeaba la maravillosa hipálage del verso virgiliano: Eneida, Virgilio, 9ª edc. Madrid, Cátedra: Letras Universales, 2004, traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Los conocidos versos «Ibant oscuri sola sub nocte per umbram»: cuyos suje- tos eran Sibila y Eneas, p.333,vv.386-387: «Oscuros en la noche solitaria/ cruzaban entre sombras», traduce Espinosa, mientras que «Iban oscuros bajo la solitaria noche», traduce Borges. Juan de la Cruz, Santo: Poesía, edición de Domingo Ynduráin. Madrid, Cátedra, 1983, Otros poemas: [«En una noche escura»], pp.259-260. 8 García Rodríguez, Juan José: Marejada (Cincuenta y tres episodios emocionales) Sevilla: Darío Libros, 2016: capítulo 45: La Gitana pp.281-294. Con muy detallado y documen- tado material el autor cuenta la amorosa historia de Gitana, poco que ver con su homónima cervantina. Y del mismo autor, la semblanza que lleva a cabo de su tío Domingo Ramírez Mo- reno en íd.: El niño que miraba los barcos, capítulo 5, pp.44- 45.
  • 5. LasPiletas 16 Véase este gran hallazgo metaliterario, p.80: «porque el monólogo interior siempre pierde la educación que suele acorralar a la conversa- ción externa». Y también se entrecruzan (p.25) y no casualmente. Creo que Norberto atiende a un eco cervantino en esta afirmación: «pen- saría el doctor Vaussell si supiera que algún día su historia la tomara la imprenta a otra medi- da», p. 159. Es la primera vez que el autor le da nombre, historia, a su narración. Considero como historias intercaladas —nuevo guiño cervantino— el capítulo 14, El doctor saca la lupa, que funciona como una ruptura de toda la narración principal al re- trotraerse a la guerra de Cuba, y el 16, Un muerto muy diferente, que también cumple esa misma finalidad, la de ‘descoser’ el texto para luego volverlo a tejer, al modo de las novelas por entregas decimonónicas y de las series te- levisivas actuales. Y frente a ese olor nauseabundo de los cuer- pos demediados como símbolo del blanco gri- sáceo y negro de aquella derruida España el que preside Las mareas no suelen equivocarse, Æstūs fallī non solent o La fuente muda, siem- pre el rumbo en la novela lo lleva ese piloto, steersman, o timonel, a quien, en la figura de su padre, dedica el hijo su novela como un ho- menaje más allá del tiempo y del horror. Echo de menos, eso sí, algún que otro elogioalaIIRepública,quesalemuymalparada. «Si la República hubiese sido un régimen para todos», p.36, dice el maestro. Preso del miedo, lo afirma precisamente un maestro, cuerpo al que purgaron y asesinaron a mansalva. En El lápiz del carpintero, 2014, de Manuel Rivas, su protagonista defiende los ideales por encima de su vida; aquí, sin embargo, no. Y sí, la República intentó serlo para todos, sobre todo para los más desfavorecidos. Otra crítica es la que se refiere a «El poco orden que había» p. 181, o «galleando por los corrales de la República»: p.184, metáfora animalística con la que tampoco estoy de acuerdo en absoluto. Todo estalló por un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República, y no el más que repetido 18 de julio, p. 191, si no que se lo pregunten a Virgilio Leret9 aquella tarde del 17 de julio en el Llano Amarillo, Melilla, donde murió con los suyos defendiendo la bandera tricolor a la que juró lealtad. Tampoco es cierta la afirmación de don Melquíades El Longinos: «y además lo empezaron ellos», p.151. Pues no, don Melquíades, tampoco, como tampoco lo saben muchos de los políticos de la actualidad. La novela acaba con un lacónico consejo del teniente de carabineros que parece, solo parece, una buena persona que no es realmente, pero que al final pretende ser “equidistante” al aconsejar: «Váyase a casa, doctor», p.220. Todos los que podían en aquellos momentos se acurrucaban en casa, lejos del fatídico castillo de Santiago, el tristemente célebre lugar como la antesala de tantos fusilamientos, pp.43, 45, 153. Con el día y medio escaso que duró la defensa por el legítimo gobierno, un precio demasiado alto, terrible, fue el que pagaron los leales al legítimo gobierno en forma de muertos en las cunetas, represaliados, eternamente perseguidos y demediados en vidas, desaparecidos, entre campos de concentración, exiliados y cuyos espíritus tan rotos muchísimos no los pudieron recomponer jamás: «[…] convertidos en tipos que irán por ahí enarbolando un tenedor inútil en un mundo donde solo se servirá sopa aguada». Así que «Váyase a casa, doctor», usted que aún puede. 9 O’Neill, Carlota: Una mujer en la guerra de España. Madrid, Oberón, 2006, pp.27-44, aunque conviene leer todo el libro.