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Siento una profunda alegría al dirigirme, con ocasión del cente-
nario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá de Balaguer, a
quienes trabajan en el IESE y a todos los que, de una forma u
otra, se relacionan con este Instituto.
Recuerdo el afecto con que el beato Josemaría acudió a un
encuentro que, en noviembre de 1972, mantuvo en el IESE con
empresarios, directivos y empleados. Con un gesto nada fre-
cuente en aquellos encuentros familiares, al comienzo de la ter-
tulia abrió un ejemplar de los Evangelios, y leyó algunos de los
textos que relatan la mirada y las alabanzas de Jesús a los prota-
gonistas de la actividad económica, a los emprendedores y
hombres de negocios.
Inició esa charla aludiendo a la falsa opinión –difundida enton-
ces, como hoy, en muchos lugares– de una supuesta incompati-
bilidad entre las actividades económicas y la conciencia
cristiana. «No sé por qué algunos murmuran de los que traba-
jáis en los negocios, y de los que os preparáis para realizarlos
cada día mejor, más abundantes y con más provecho... Es el
Señor quien recomienda vuestro trabajo.» Y aseguraba: «A vo-
sotros os debe la sociedad esa cantidad de puestos de trabajo
que creáis. El país os debe la prosperidad. A vosotros os deben,
tantas gentes, esta promoción de la vida nacional. Hacéis, por
tanto, una labor muy cristiana.»
De esta enseñanza del Fundador del Opus Dei querría partir yo,
para animaros a proseguir en vuestro empeño con claro sentido
cristiano, con sincero afán de servicio.
No son pocos los textos evangélicos que tratan de la actividad
económica, nobilísima en sí misma cuando es ejercitada por
personas honradas. San Mateo es quien recoge más enseñanzas
del Señor sobre esta materia: no en vano, antes de ser Apóstol,
había trabajado como recaudador de impuestos. Él nos transmi-
te un buen número de parábolas que tienen como protagonis-
tas al mercader que se dedica al comercio de perlas finas; al que
encuentra un tesoro escondido y vende todo lo que posee para
adquirirlo; a quienes trabajan en el sector de la pesca y, antes
de sacar a subasta el producto de sus fatigas, separan el pesca-
do bueno del poco apreciado; a los que reciben en depósito
una cantidad determinada de dinero líquido (en la unidad
monetaria más preciada entonces, el talento), con el encargo de
hacerlo rendir, poniendo en juego su habilidad y su espíritu de
iniciativa; al terrateniente que necesita contratar muchos obre-
ros para la vendimia, porque sus viñas han producido abundan-
te fruto... (cfr. Mt 13, 44-50; 25, 14-28; 20, 1-16).
San Lucas, por su parte, nos relata la historia de Zaqueo, un
publicano que, al parecer, se había enriquecido injustamente,
pero que se convierte y se muestra decidido a reparar (cfr. Lc
19, 1-10). En todos estos casos, Jesús muestra su aprecio por
quienes hacen rendir con rectitud los medios materiales, tan
necesarios para que los hombres lleven una vida digna.
Mejores empresarios
para servir a la sociedad
El beato Josemaría –como yo ahora– sentía muy suya la respon-
sabilidad de la orientación cristiana de la labor que se realiza en y
desde el IESE. Su corazón sacerdotal le movió a impulsar la fun-
dación de esta escuela de dirección: soy testigo de cuánto espe-
raba del IESE, en el campo de la preparación de empresarios y
directivos. Junto a un mejoramiento de su profesionalidad para
servicio de la sociedad, soñaba en las consecuencias que se deri-
varían del hecho de formarlos con un conocimiento profundo de
la fe y de la moral de Jesucristo, de la doctrina social de la Iglesia.
Doy gracias a Dios porque este servicio, desde hace años, es una
realidad; y no sólo en el IESE, sino en otras muchas instituciones
similares de varias partes del mundo. Apoyados en el impulso
espiritual y en el celo apostólico del beato Josemaría, han surgido
en muchos otros países centros inspirados en el modo de hacer
del IESE. Se ha demostrado y se demuestra una tarea muy nece-
saria en el actual contexto histórico, y lo será siempre. Porque
también en este sector de la actividad profesional, los cristianos
han de ser y comportarse como sal de la tierra y luz de mundo
(cfr. Mt 5, 13-14).
12 IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos
Dirigir empresas con
sentido cristiano
En el centenario del beato Josemaría
También en la dirección de empresas y en la gestión de los negocios, los cristianos deben saber
comportarse como sal de la tierra y luz del mundo. El Gran Canciller de la Universidad de Navarra
subraya en este artículo las principales enseñanzas del beato Josemaría a los empresarios y directivos
Monseñor Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei.
Gran Canciller de la
Universidad de Navarra.
a fondo / reflexión
13IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos
El mensaje y el espíritu del Opus Dei, que el Señor confió a al
beato Josemaría en 1928, se enraíza enteramente en el Evan-
gelio y, como el Evangelio, se dirige a personas de todo oficio,
estado y condición. Monseñor Escrivá de Balaguer, en su cali-
dad de sacerdote de Jesucristo, solía afirmar que tenía «un
solo puchero y un solo alimento» para todos: el espíritu de
Cristo, que se adapta perfectamente a cualquier realidad
humana noble y hace posible elevarla a un plano más alto.
Recordaba que Dios «a cada uno llama a la santidad, de cada
uno pide amor (...), trabajen donde trabajen, estén donde
estén» («Amigos de Dios», n. 294). Animaba a todos a crecer
en la familiaridad y en la confianza con Jesucristo, a tratarle en
la oración y en la Eucaristía.
Es este un mensaje universal, destinado también a los hombres
y mujeres de acción, con muchas tareas que realizar y carga-
dos de responsabilidades en el gobierno de las personas y de
las empresas. Pero esa familiaridad con Dios, si es auténtica,
ha de manifestarse en todas las esferas de la existencia: en la
educación de los hijos, en el modo de enfocar el trabajo, en la
actuación pública; con esa «unidad de vida sencilla y fuerte»
(«Es Cristo que pasa», n. 10), predicada constantemente por el
beato Josemaría, que impulsa a ligar estrechamente entre sí,
sin confundirlos, los diversos ámbitos de la actividad humana.
Respetar la jerarquía de valores
Quienes se dedican a la empresa, naturalmente han de buscar
obtener ganancias económicas razonables, como justa retribu-
ción de sus esfuerzos y del servicio que prestan a la sociedad.
Pero han de evitar la tentación de buscar el dinero, el poder o
el éxito personal por encima de todo. Lo advierte claramente
el Señor: «Nadie puede servir a dos señores –dice–, porque o
tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al
primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las
riquezas» (Mt 6, 24).
El dinero –como el poder o el prestigio– es sólo un instrumento;
no debe convertirse en fin. Sólo Dios, la búsqueda de su gloria,
constituye el fin –el único Fin, con mayúscula– digno del hom-
bre. Por eso, y no sería bueno silenciarlo, el mismo Jesús que
alaba el uso noble de las riquezas, reprocha la actitud de un
hombre necio que, al recibir unos beneficios imponentes, no
piensa ni en los demás, ni en su alma.
Quienes se dedican a la empresa,
naturalmente han de buscar obtener
ganancias, como justa retribución a sus
esfuerzos y del servicio que prestan a la
sociedad. Pero han de evitar la tentación
de buscar el dinero, el poder o el éxito
personal por encima de todo
Releamos esta página del Evangelio. Las tierras de cierto hombre
rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros:
«¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?».
Y se dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros
mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré
a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para
muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”». Pero Dios le
dijo: «Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo
que has preparado, ¿para quién será?». Así ocurre al que atesora
para sí y no es rico ante Dios» (Lc 12, 16-21).
No se le reprochan las ganancias obtenidas, sino el uso egoísta y
desordenado que planeaba, olvidando que no era más que admi-
nistrador de unos bienes confiados por el Señor, y descuidando
los precisos deberes de solidaridad con los más necesitados.
Siempre se debe respetar la jerarquía objetiva de los valores, sin
convertir los medios en fines. Y la economía es un medio para el
bien de las personas. Por eso, buscar las ganancias, sí, pero a la
vez, afán de servir, con desprendimiento personal, con austeri-
dad, abiertos a un mundo y a un tiempo que están llenos de
necesidades. Así lo manifestaba el Fundador del Opus Dei en
aquella ocasión de 1972 a la que me refería antes: «El Señor
alaba vuestros negocios. Pero si no ponéis amor, un poco de
amor cristiano; si no añadís el deseo de dar gusto a Dios, estáis
perdiendo el tiempo».
Los beneficios, además, han de ser alcanzados con justicia, que
no consiste sólo en cumplir lo que está fijado por las leyes. Al
beato Josemaría, en su predicación, le gustaba dar a la justicia
todos su amplio sentido. No aceptaba la visión de quienes redu-
cen esa virtud cardinal a una simple distribución de bienes mate-
riales. Por el contrario, afirmaba, la justicia «nos empuja a
mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos
como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos
como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuo-
sos con las autoridades legítimas; a rectificar con alegría, cuando
advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión.
Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compro-
misos profesionales, familiares, sociales... sin aspavientos ni pre-
gones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos,
que son también deberes» («Amigos de Dios», n. 169).
A todos nos consta que nunca pueden tratarse las personas
como simples medios. Un cristiano ve en cada hombre, en cada
mujer, sea quien sea, un hijo de Dios. Por eso, el beato Josemaría
repetía que el cumplimiento de la estricta justicia se queda corto,
y sólo resulta verdaderamente humano cuando va acompañado
de la caridad, del amor. Al poner de esta forma las personas en
el primer lugar, se iluminan también las relaciones humanas en la
empresa, que han de ir mucho más allá de los estrictos intercam-
bios contractuales.
La convivencia en la empresa
Al trabajar y convivir con otras personas, se comparten esfuerzos,
alegrías, sinsabores. Y en esa convivencia se ponen en juego
muchas virtudes que son un bien para el individuo, para la fami-
lia, para la empresa, para la sociedad. El Papa Juan Pablo II recor-
daba este mensaje –que es central en las enseñanzas y en la
investigación que se desarrollan en el IESE– cuando escribía en su
encíclica Centesimus annus que «es el trabajo disciplinado, en
solidaria colaboración, el que permite la creación de comunida-
des de trabajo cada vez más amplias y seguras para llevar a cabo
la transformación del medio ambiente natural y la del mismo
ambiente humano» (n. 32).
Procuremos que no se pierda de vista que la empresa alberga
una comunidad de personas llamadas a crecer en su humanidad,
como hombres y como hijos de Dios. Una especial responsabili-
dad compete a los directivos para hacer realidad ese reto, de
modo que cada uno alcance esa meta en su propio puesto. Aquí
se demuestra la importancia de ser coherentes con la propias
convicciones, ejemplares en la conducta, amables en el modo de
tratar a los subordinados, solícitos en la formación de los colabo-
radores, justos a la hora de organizar el trabajo y de valorar la
actividad realizada, prudentes para resolver los problemas que se
presenten, fuertes para afrontar las dificultades.
Sensibilidad social
La empresa presenta una estupenda realidad humana que bene-
ficia a todos: crea empleo, proporciona bienes y servicios, mejora
la eficiencia, distribuye la riqueza, contribuye al bienestar: es un
gran bien social. Sin olvidar este fin, puede y debe contribuir
además al bien de otras instituciones, de otros intereses, como la
ciudadanía, las familias y muchos grupos sociales. Hacen falta
directivos y empresarios que se sientan muy sensibles ante estas
realidades del entorno de la empresa. El beato Josemaría rezaba
para que Dios se sirviera del trabajo que se realiza en el IESE, con
14 IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos
Como señalaba el beato Josemaría en una
de sus homilías, «un hombre o una
sociedad que no reaccione ante las
tribulaciones o las injusticias, y que no se
esfuerce por aliviarlas, no son un hombre
o una sociedad a la medida del Corazón
de Cristo»
a fondo / reflexión
15IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos
el fin de hacer una extensa siembra de directivos comprometidos
en iniciativas de servicio, bien planteadas según lo requieran las
necesidades de cada tiempo y lugar, y con auténtica proyección
cristiana. ¡Qué necesidad hay de hombres capacitados y que,
movidos por su propia conciencia –muchas veces cristianos,
junto con otros que quizá no conocen a Cristo, pero que alien-
tan esos mismos ideales de servicio–, se empeñen en promover
soluciones serias a los graves problemas del propio entorno
social y humano, hoy ya global! Como señalaba el beato Jose-
maría en una de sus homilías, «un hombre o una sociedad que
no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se
esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la
medida del Corazón de Cristo» («Es Cristo que pasa», n. 167).
Esa sensibilidad se manifestará, pues, en obras de solidaridad y
de servicio.
En este contexto, desearía subrayar la particular sensibilidad que
merecen los deberes y derechos familiares de cuantos trabajan
en la empresa. La familia y los hijos no deben separarse de la
persona misma del trabajador. El trabajo, para ser humano, no
debería impedir nunca una adecuada dedicación a la familia.
¡Cómo le gustaba repetir al Fundador del Opus Dei que «el
mejor negocio son vuestros hijos»! Con mucho acierto, el Con-
sejo de Dirección del IESE ha elegido este punto, verdaderamen-
te central de la construcción de la dignidad de las personas, para
el XII Simposio Internacional Ética, Empresa y Sociedad, que
sobre el tema “Trabajo, familia y sociedad en el siglo XXI”, se ha
celebrado precisamente con motivo del centenario del nacimien-
to del beato Josemaría.
Lo único necesario:
encontrar tiempo para Dios
Ciertamente, el concepto de directivo de empresa alude a un
hombre de acción, sometido a muchas exigencias, que a menudo
experimenta temores ante incertidumbres y factores difíciles de
controlar. Con frecuencia le falta tiempo, e incluso atraviesa situa-
ciones de verdadero estrés. Sin embargo, y por paradójico que
pueda parecer, los directivos y los empresarios, sin descuidar en lo
más mínimo su competencia profesional y su diligencia, además
de la lógica y preferente atención a su familia, han de ordenar con
generosidad sus planes y encontrar el tiempo necesario para tratar
a Dios en la oración personal, para recibir con la debida frecuencia
los sacramentos, y mejorar así su formación cristiana.
De esta forma el tiempo se multiplica: se encuentran modos
nuevos de trabajar y de hacer rendir los minutos, se actúa con
mayor serenidad, fruto de la presencia de Dios, y, en consecuen-
cia, hasta las mismas tareas que a veces pueden agobiar se lle-
van a cabo con más provecho.
Así actuó siempre el beato Josemaría. Porque estaba metido en
Dios, a quien daba la completa prioridad de toda su vida, fue
instrumento fidelísimo en sus manos, como el Santo Padre se
dispone a reconocer oficialmente, el próximo día 6 de octubre,
proclamándolo Santo. Su ejemplo y sus enseñanzas nos interpe-
lan fuertemente a cuantos estamos relacionados con el IESE,
para que todas las actividades continúen su fecunda aportación
en el ancho mundo de la empresa.
Los empresarios y directivos han de
ordenar con generosidad sus planes y
encontrar el tiempo necesario para tratar
a Dios en la oración personal, para recibir
con la debida frecuencia los sacramentos,
y mejorar así su formación cristiana
El beato Josemaría Escrivá y Monseñor Javier Echevarría,
visitando la tumba de S. Tomás Moro, en Canterbury
(Gran Bretaña), en agosto de 1958.

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Dirigir empresas con sentido cristiano

  • 1. Siento una profunda alegría al dirigirme, con ocasión del cente- nario del nacimiento del beato Josemaría Escrivá de Balaguer, a quienes trabajan en el IESE y a todos los que, de una forma u otra, se relacionan con este Instituto. Recuerdo el afecto con que el beato Josemaría acudió a un encuentro que, en noviembre de 1972, mantuvo en el IESE con empresarios, directivos y empleados. Con un gesto nada fre- cuente en aquellos encuentros familiares, al comienzo de la ter- tulia abrió un ejemplar de los Evangelios, y leyó algunos de los textos que relatan la mirada y las alabanzas de Jesús a los prota- gonistas de la actividad económica, a los emprendedores y hombres de negocios. Inició esa charla aludiendo a la falsa opinión –difundida enton- ces, como hoy, en muchos lugares– de una supuesta incompati- bilidad entre las actividades económicas y la conciencia cristiana. «No sé por qué algunos murmuran de los que traba- jáis en los negocios, y de los que os preparáis para realizarlos cada día mejor, más abundantes y con más provecho... Es el Señor quien recomienda vuestro trabajo.» Y aseguraba: «A vo- sotros os debe la sociedad esa cantidad de puestos de trabajo que creáis. El país os debe la prosperidad. A vosotros os deben, tantas gentes, esta promoción de la vida nacional. Hacéis, por tanto, una labor muy cristiana.» De esta enseñanza del Fundador del Opus Dei querría partir yo, para animaros a proseguir en vuestro empeño con claro sentido cristiano, con sincero afán de servicio. No son pocos los textos evangélicos que tratan de la actividad económica, nobilísima en sí misma cuando es ejercitada por personas honradas. San Mateo es quien recoge más enseñanzas del Señor sobre esta materia: no en vano, antes de ser Apóstol, había trabajado como recaudador de impuestos. Él nos transmi- te un buen número de parábolas que tienen como protagonis- tas al mercader que se dedica al comercio de perlas finas; al que encuentra un tesoro escondido y vende todo lo que posee para adquirirlo; a quienes trabajan en el sector de la pesca y, antes de sacar a subasta el producto de sus fatigas, separan el pesca- do bueno del poco apreciado; a los que reciben en depósito una cantidad determinada de dinero líquido (en la unidad monetaria más preciada entonces, el talento), con el encargo de hacerlo rendir, poniendo en juego su habilidad y su espíritu de iniciativa; al terrateniente que necesita contratar muchos obre- ros para la vendimia, porque sus viñas han producido abundan- te fruto... (cfr. Mt 13, 44-50; 25, 14-28; 20, 1-16). San Lucas, por su parte, nos relata la historia de Zaqueo, un publicano que, al parecer, se había enriquecido injustamente, pero que se convierte y se muestra decidido a reparar (cfr. Lc 19, 1-10). En todos estos casos, Jesús muestra su aprecio por quienes hacen rendir con rectitud los medios materiales, tan necesarios para que los hombres lleven una vida digna. Mejores empresarios para servir a la sociedad El beato Josemaría –como yo ahora– sentía muy suya la respon- sabilidad de la orientación cristiana de la labor que se realiza en y desde el IESE. Su corazón sacerdotal le movió a impulsar la fun- dación de esta escuela de dirección: soy testigo de cuánto espe- raba del IESE, en el campo de la preparación de empresarios y directivos. Junto a un mejoramiento de su profesionalidad para servicio de la sociedad, soñaba en las consecuencias que se deri- varían del hecho de formarlos con un conocimiento profundo de la fe y de la moral de Jesucristo, de la doctrina social de la Iglesia. Doy gracias a Dios porque este servicio, desde hace años, es una realidad; y no sólo en el IESE, sino en otras muchas instituciones similares de varias partes del mundo. Apoyados en el impulso espiritual y en el celo apostólico del beato Josemaría, han surgido en muchos otros países centros inspirados en el modo de hacer del IESE. Se ha demostrado y se demuestra una tarea muy nece- saria en el actual contexto histórico, y lo será siempre. Porque también en este sector de la actividad profesional, los cristianos han de ser y comportarse como sal de la tierra y luz de mundo (cfr. Mt 5, 13-14). 12 IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos Dirigir empresas con sentido cristiano En el centenario del beato Josemaría También en la dirección de empresas y en la gestión de los negocios, los cristianos deben saber comportarse como sal de la tierra y luz del mundo. El Gran Canciller de la Universidad de Navarra subraya en este artículo las principales enseñanzas del beato Josemaría a los empresarios y directivos Monseñor Javier Echevarría Prelado del Opus Dei. Gran Canciller de la Universidad de Navarra.
  • 2. a fondo / reflexión 13IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos El mensaje y el espíritu del Opus Dei, que el Señor confió a al beato Josemaría en 1928, se enraíza enteramente en el Evan- gelio y, como el Evangelio, se dirige a personas de todo oficio, estado y condición. Monseñor Escrivá de Balaguer, en su cali- dad de sacerdote de Jesucristo, solía afirmar que tenía «un solo puchero y un solo alimento» para todos: el espíritu de Cristo, que se adapta perfectamente a cualquier realidad humana noble y hace posible elevarla a un plano más alto. Recordaba que Dios «a cada uno llama a la santidad, de cada uno pide amor (...), trabajen donde trabajen, estén donde estén» («Amigos de Dios», n. 294). Animaba a todos a crecer en la familiaridad y en la confianza con Jesucristo, a tratarle en la oración y en la Eucaristía. Es este un mensaje universal, destinado también a los hombres y mujeres de acción, con muchas tareas que realizar y carga- dos de responsabilidades en el gobierno de las personas y de las empresas. Pero esa familiaridad con Dios, si es auténtica, ha de manifestarse en todas las esferas de la existencia: en la educación de los hijos, en el modo de enfocar el trabajo, en la actuación pública; con esa «unidad de vida sencilla y fuerte» («Es Cristo que pasa», n. 10), predicada constantemente por el beato Josemaría, que impulsa a ligar estrechamente entre sí, sin confundirlos, los diversos ámbitos de la actividad humana. Respetar la jerarquía de valores Quienes se dedican a la empresa, naturalmente han de buscar obtener ganancias económicas razonables, como justa retribu- ción de sus esfuerzos y del servicio que prestan a la sociedad. Pero han de evitar la tentación de buscar el dinero, el poder o el éxito personal por encima de todo. Lo advierte claramente el Señor: «Nadie puede servir a dos señores –dice–, porque o tendrá aversión a uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mt 6, 24). El dinero –como el poder o el prestigio– es sólo un instrumento; no debe convertirse en fin. Sólo Dios, la búsqueda de su gloria, constituye el fin –el único Fin, con mayúscula– digno del hom- bre. Por eso, y no sería bueno silenciarlo, el mismo Jesús que alaba el uso noble de las riquezas, reprocha la actitud de un hombre necio que, al recibir unos beneficios imponentes, no piensa ni en los demás, ni en su alma. Quienes se dedican a la empresa, naturalmente han de buscar obtener ganancias, como justa retribución a sus esfuerzos y del servicio que prestan a la sociedad. Pero han de evitar la tentación de buscar el dinero, el poder o el éxito personal por encima de todo
  • 3. Releamos esta página del Evangelio. Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto. Y se puso a pensar para sus adentros: «¿Qué puedo hacer, ya que no tengo dónde guardar mi cosecha?». Y se dijo: «Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. Entonces le diré a mi alma: “Alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien”». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche te van a reclamar el alma; lo que has preparado, ¿para quién será?». Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios» (Lc 12, 16-21). No se le reprochan las ganancias obtenidas, sino el uso egoísta y desordenado que planeaba, olvidando que no era más que admi- nistrador de unos bienes confiados por el Señor, y descuidando los precisos deberes de solidaridad con los más necesitados. Siempre se debe respetar la jerarquía objetiva de los valores, sin convertir los medios en fines. Y la economía es un medio para el bien de las personas. Por eso, buscar las ganancias, sí, pero a la vez, afán de servir, con desprendimiento personal, con austeri- dad, abiertos a un mundo y a un tiempo que están llenos de necesidades. Así lo manifestaba el Fundador del Opus Dei en aquella ocasión de 1972 a la que me refería antes: «El Señor alaba vuestros negocios. Pero si no ponéis amor, un poco de amor cristiano; si no añadís el deseo de dar gusto a Dios, estáis perdiendo el tiempo». Los beneficios, además, han de ser alcanzados con justicia, que no consiste sólo en cumplir lo que está fijado por las leyes. Al beato Josemaría, en su predicación, le gustaba dar a la justicia todos su amplio sentido. No aceptaba la visión de quienes redu- cen esa virtud cardinal a una simple distribución de bienes mate- riales. Por el contrario, afirmaba, la justicia «nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos; a comportarnos como amigos leales y honrados, tanto en los tiempos buenos como en la adversidad; a ser cumplidores de las leyes y respetuo- sos con las autoridades legítimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compro- misos profesionales, familiares, sociales... sin aspavientos ni pre- gones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros derechos, que son también deberes» («Amigos de Dios», n. 169). A todos nos consta que nunca pueden tratarse las personas como simples medios. Un cristiano ve en cada hombre, en cada mujer, sea quien sea, un hijo de Dios. Por eso, el beato Josemaría repetía que el cumplimiento de la estricta justicia se queda corto, y sólo resulta verdaderamente humano cuando va acompañado de la caridad, del amor. Al poner de esta forma las personas en el primer lugar, se iluminan también las relaciones humanas en la empresa, que han de ir mucho más allá de los estrictos intercam- bios contractuales. La convivencia en la empresa Al trabajar y convivir con otras personas, se comparten esfuerzos, alegrías, sinsabores. Y en esa convivencia se ponen en juego muchas virtudes que son un bien para el individuo, para la fami- lia, para la empresa, para la sociedad. El Papa Juan Pablo II recor- daba este mensaje –que es central en las enseñanzas y en la investigación que se desarrollan en el IESE– cuando escribía en su encíclica Centesimus annus que «es el trabajo disciplinado, en solidaria colaboración, el que permite la creación de comunida- des de trabajo cada vez más amplias y seguras para llevar a cabo la transformación del medio ambiente natural y la del mismo ambiente humano» (n. 32). Procuremos que no se pierda de vista que la empresa alberga una comunidad de personas llamadas a crecer en su humanidad, como hombres y como hijos de Dios. Una especial responsabili- dad compete a los directivos para hacer realidad ese reto, de modo que cada uno alcance esa meta en su propio puesto. Aquí se demuestra la importancia de ser coherentes con la propias convicciones, ejemplares en la conducta, amables en el modo de tratar a los subordinados, solícitos en la formación de los colabo- radores, justos a la hora de organizar el trabajo y de valorar la actividad realizada, prudentes para resolver los problemas que se presenten, fuertes para afrontar las dificultades. Sensibilidad social La empresa presenta una estupenda realidad humana que bene- ficia a todos: crea empleo, proporciona bienes y servicios, mejora la eficiencia, distribuye la riqueza, contribuye al bienestar: es un gran bien social. Sin olvidar este fin, puede y debe contribuir además al bien de otras instituciones, de otros intereses, como la ciudadanía, las familias y muchos grupos sociales. Hacen falta directivos y empresarios que se sientan muy sensibles ante estas realidades del entorno de la empresa. El beato Josemaría rezaba para que Dios se sirviera del trabajo que se realiza en el IESE, con 14 IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos Como señalaba el beato Josemaría en una de sus homilías, «un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del Corazón de Cristo»
  • 4. a fondo / reflexión 15IIEESSEE SEPTIEMBRE 2002 / Revista de Antiguos Alumnos el fin de hacer una extensa siembra de directivos comprometidos en iniciativas de servicio, bien planteadas según lo requieran las necesidades de cada tiempo y lugar, y con auténtica proyección cristiana. ¡Qué necesidad hay de hombres capacitados y que, movidos por su propia conciencia –muchas veces cristianos, junto con otros que quizá no conocen a Cristo, pero que alien- tan esos mismos ideales de servicio–, se empeñen en promover soluciones serias a los graves problemas del propio entorno social y humano, hoy ya global! Como señalaba el beato Jose- maría en una de sus homilías, «un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del Corazón de Cristo» («Es Cristo que pasa», n. 167). Esa sensibilidad se manifestará, pues, en obras de solidaridad y de servicio. En este contexto, desearía subrayar la particular sensibilidad que merecen los deberes y derechos familiares de cuantos trabajan en la empresa. La familia y los hijos no deben separarse de la persona misma del trabajador. El trabajo, para ser humano, no debería impedir nunca una adecuada dedicación a la familia. ¡Cómo le gustaba repetir al Fundador del Opus Dei que «el mejor negocio son vuestros hijos»! Con mucho acierto, el Con- sejo de Dirección del IESE ha elegido este punto, verdaderamen- te central de la construcción de la dignidad de las personas, para el XII Simposio Internacional Ética, Empresa y Sociedad, que sobre el tema “Trabajo, familia y sociedad en el siglo XXI”, se ha celebrado precisamente con motivo del centenario del nacimien- to del beato Josemaría. Lo único necesario: encontrar tiempo para Dios Ciertamente, el concepto de directivo de empresa alude a un hombre de acción, sometido a muchas exigencias, que a menudo experimenta temores ante incertidumbres y factores difíciles de controlar. Con frecuencia le falta tiempo, e incluso atraviesa situa- ciones de verdadero estrés. Sin embargo, y por paradójico que pueda parecer, los directivos y los empresarios, sin descuidar en lo más mínimo su competencia profesional y su diligencia, además de la lógica y preferente atención a su familia, han de ordenar con generosidad sus planes y encontrar el tiempo necesario para tratar a Dios en la oración personal, para recibir con la debida frecuencia los sacramentos, y mejorar así su formación cristiana. De esta forma el tiempo se multiplica: se encuentran modos nuevos de trabajar y de hacer rendir los minutos, se actúa con mayor serenidad, fruto de la presencia de Dios, y, en consecuen- cia, hasta las mismas tareas que a veces pueden agobiar se lle- van a cabo con más provecho. Así actuó siempre el beato Josemaría. Porque estaba metido en Dios, a quien daba la completa prioridad de toda su vida, fue instrumento fidelísimo en sus manos, como el Santo Padre se dispone a reconocer oficialmente, el próximo día 6 de octubre, proclamándolo Santo. Su ejemplo y sus enseñanzas nos interpe- lan fuertemente a cuantos estamos relacionados con el IESE, para que todas las actividades continúen su fecunda aportación en el ancho mundo de la empresa. Los empresarios y directivos han de ordenar con generosidad sus planes y encontrar el tiempo necesario para tratar a Dios en la oración personal, para recibir con la debida frecuencia los sacramentos, y mejorar así su formación cristiana El beato Josemaría Escrivá y Monseñor Javier Echevarría, visitando la tumba de S. Tomás Moro, en Canterbury (Gran Bretaña), en agosto de 1958.