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"El rebaño", por Pedro de la Fuente Serrano
1.
El Rebaño
por Pedro de la Fuente Serrano
"Don José, ¿cómo ve la situación?"
"Pues, sinceramente, mal. Los jóvenes hace tiempo que no vienen, los hombres no
saben dónde está su casa, y pocas son las mujeres que con asiduidad me visitan."
La reunión fue extremadamente secreta. Se presentó sin avisar, con otras ropas
diferentes a las habituales. Le dijo a José que estaba preocupado, que le habían
llegado rumores de que por aquí todo estaba mal, que ya nadie creía en las
palabras que cada semana se divulgaban. Había que tomar una decisión, y tenía
que ser rápida y efectiva.
"No te preocupes, Don José, sé lo que hay que hacer. Ya lo hemos hecho en otros
lugares. Algunos quizás se burlen o no le den importancia, pero ten por seguro que
la mayoría serán borregos, y tú eres su pastor, no lo olvides."
Se acabó la reunión y comenzó a organizarse todo. No se podía perder el tiempo en
este caso, otros muchos esperaban en otros lugares.
¿La fecha escogida? Tendría que ser un día de primavera, finales de abril. Los
campos verdes, el sol brillante. El tiempo tendrá que ser agradable, aunque hay
que esperar el momento que haya grandes nubes moviéndose por el cielo azul.
¿El lugar escogido? Lógicamente tendrá que ser apartado y solitario, y a la vez bello
y con armonía, fácil de encajar en cualquier leyenda o historia que intente
encandilar a quien la lea.
¿La persona escogida? Sin lugar a dudas José pensó en la señora Gloria. Es mayor,
es totalmente respetable en el pueblo, muy buena persona y generosa con todo el
mundo. Y, además, siempre acudía a su llamada. Por las tardes salía a andar, sola,
se lo había recomendado el médico, y siempre pasaba por los mismos lugares.
Camino abajo, cruzaba el viejo puente, por la orilla del arroyo... Perfecta.
Todo listo. No podía haber fallos, así que no hubo terceras personas, sin ayuda.
Aquel 27 de abril por la tarde José miró al cielo. "Éste es el momento". Y se
apresuró a prepararlo todo.
Gloria, como todos los días, bajó el camino, despacio, no tenía prisa. Cruzó el viejo
puente y bordeó el arroyo. Le gustaba escuchar el discurrir del agua. Aceleró algo
el paso, se percató de varias nubes que se iban acumulando en el cielo azul. Rayos
de sol, muy intensos, se asomaban entre ellas.
Algo le hizo girar la cabeza, un chasquido, un ruido extraño. Miró hacia unos
peñascos de granito que afloraban entre dos encinas. Y se arrodilló asombrada, no
se podía creer lo que estaba viendo. Una figura, con túnica, con una extraña luz
que le iluminaba la cara.
Ese fue justo el momento en el que cambió todo. El pastor consiguió, a partir de
ese día, tener un rebaño más numeroso y más entregado a él. Funcionó.
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