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El carro del heno

Hieronymus Bosch

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PRÓLOGO
Quizá, debiese comenzar estas líneas con los versos alígeros de algún poema;
situándonos en un firmamento que parece virgen en cada mirada...de angustia,
de amor o de indiferencia. Allí, se descubren figuras en las nubes metafóricas, se
silencia el ruido de lo prosaico y, lo que es más importante, se retorna a la
naturaleza lumínica, aquella que desnuda y despliega la esencialidad y el devenir
inevitable de las cosas. Mas, sin embargo, me cuestiono: ¿a cuál de esos cielos de
palabras alzaría la pluma identificadoramente, cuando mi corazón palpita como
el rayo o mi pecho es abatido por la minúscula lágrima? ¿Cómo decir “este
atardecer es de Li Po” cuando Bécquer, Borges u Ovidio reclaman con justicia
ese momento? La norma ordena seleccionar, y la selección se compara al canto del
ruiseñor enjaulado: alejado del eco de los árboles, del silbido del viento o del coro
sincronizado de las demás aves. Con el tiempo, la cárcel mata al pájaro y su
música, y cuando los ojos vislumbran a ese capullo marchito en el fondo metálico,
entonces la congoja golpea sin piedad al espíritu y la sensatez lo cubre con su
manto. Y comprendemos que no hay nada más triste que una soledad cenicienta,
acompañada por el innatural reposo de quien vive para volar. Así, mi alma
aprendió a contemplar los versos en bandadas, en los bosques, en los desiertos, en
los crepúsculos o en las noches, pero ya no más en jaulas. Por ello las evita,
porque considera a la poesía como un paisaje anónimo donde todo lo existente se
reconoce y unifica en él: la belleza poética es en su esencia panteísta, arriba libre
y multiformemente a nosotros en el preciso momento en que sentimiento y
pensamiento coinciden en el ser, igualándolo a sí mismo e integrándolo al cosmos,
y luego desaparece dejándonos una satisfacción, una moraleja o una incógnita
que perdura en la inefabilidad del recuerdo. Desconozco si autores tales como
Pablo Neruda o Mario Benedetti (mis principales y estimadísimos maestros en
el arte) concordarían con este ideal, pero poseo la absoluta certeza de que sus
versos escaparon de cualquier tipo de prisión, trascendiendo el horizonte de lo
definido y esfumándose plena y autónomamente en el éter literario. Tal vez esta
sea la causa de que al leer a uno se me presente a la mente el otro, o de no poder
distinguirlos cuando mi espíritu siente la elevación en su completitud. De todas
formas, esos estados se interseccionan en una gracia mayor: la gloria de haber
vencido a Cronos, de devolverle el manto a la sensatez y de sanar el pecho
dolorido. En consecuencia, no es una gloria que tolere la perpetuación del
asesinato, sino que nos redime de aquel convirtiéndonos, por un instante, en
niños y ubicándonos en el valle pletórico de la poesía resucitada. Así, cuando
regresemos a la infancia y seamos partícipes de ese juego espontáneo y vivo, no
existirán más las rejas, el límite entre el permiso y la prohibición, el baúl de
Pessoa, la disección erudita, las interpretaciones hegemónicas, la claridad
cegadora y la lobreguez absoluta, la sabiduría privada o el prejuicio latente; sólo
quedará nuestro desinterés inocente enlazado con la poesía...el ser igualado a sí
mismo e integrado al cosmos, ars gratia artis in nobis. Ese es el mensaje que,
desadvertidamente, se plasma a lo largo de mi obra escrita, como en
Filotecnodemocracia, sátira filosófica que denuncia la tiranía de la razón en el
hombre, escindiéndolo en post de una armonía ficticia, pero que debido a su
exposición (adrede) solemne, recibió una exégesis ad pédem lítterae que acabó
por ennegrecer y condenar la palidez de la delación (acepto el reproche por lapsus
cálami); o en Niall, tragedia que con retórica, música y mitología crea una
suerte de caleidoscopio cognoscente, incitándonos a moverlo para contemplar (y
producir) imágenes singulares: en conclusión, participamos en una orbe donde se
anula la dicotomía interior-exterior, donde el conocimiento –finalmente- es
autoconocimiento. Esa es, en definitiva, la crítica y el rechazo a lo establecido, el
pensamiento que, ab initio, radicaba con timidez en el numen, y que con los años
fue creciendo -nutriéndose del estudio y del legado, siendo regado por la lluvia de
la existencia (en ocasiones sosegada, en otras violenta)- hasta convertirse en el
árbol más fecundo y cuyos frutos de amor, odio o soledad alimentan y se
incorporan al espíritu mientras reproducen su descendencia. Presento así a un
nuevo hijo, que hereda los ojos de mi péndola y la llama del panteísmo poético, y
que por su naturaleza trina e indómita recibe tanto la bendición como el anatema
de las Gracias. Leedlo con el ánimo que el arte exige.
...Hay flores cuyo perfume las distingue;
he aquí mi jardín especial...
Tirol

Franz Marc

  1914
Si pudiera
   Si pudiera pausar el tiempo

   para dar un beso insolente,

 la mitad quedaría en tus labios

y la otra en la frente de mi madre.



    Si pudiera darle al mundo

    un prodigio sin lágrimas,

 sería la confianza que necesita

para encender nuestra esperanza.



    Si pudiera escuchar la voz

   de los sauces y de los pinos,

    aprendería que el silencio

  es compañero de la paciencia.



   Si pudiera tender mi mano

  a todo aquel que se ha caído,

      ya no sentiría ese frío

   que se refugia en su palma.



  Si pudiera cantarle a la Luna

       mil y una serenatas,

      todas hablarían de ti

  así desconozcas mi nombre.
Y si pudiera fumar la pobreza

         viajar a tu lado sin aviso

      cabecearle a la vida sus retos

  o guardar un amanecer en el bolsillo,



        no necesitaría del dinero

de los sueños o de las cartas que desvelan.

       Sólo mirar el cielo nocturno

     y contar una a una las estrellas.



        Porque el amor que nutre

      a este horizonte de “pudiera”

        hace que sienta a lo lejos

       la cercanía de tu presencia.
Amar con el espíritu
      Amar con el espíritu

    no es arrancar una pasión

de las profundidades de tu cuerpo

    para que la mente sonría.



  Tampoco es ver en tus labios

      la fantasía de un beso

   o en el rubor de tus mejillas

       el roce de mi mano.



    Es esperarte en la vereda

     bajo la lluvia incesante

      con un ramo de rosas

      y la chaqueta mojada.



      Es mirar el amanecer

     y sentir tu piel en el aire

       aunque nunca sepa

     cómo serán tus caricias.



     Es ir hacia donde tú vas

        reír cuando tu ríes

 compartir un lugar en el banco

en el que te sientas por las tardes.
Porque en esta vida

      los abrazos queman

     y las palabras hieren

 si no amamos con el espíritu.



      Porque en esta vida

     quiero estar a tu lado

     así me muera de frío

   aguardándote en la plaza.



  Sólo te confieso, amor mío,

   que amarte con el espíritu

  es como encontrar tus ojos

   en cada flor que respiro.



    Y si algún día me faltas,

  cantaré al mar y a la noche

que siempre sentiré en mi pecho

   la presencia de tu latido.
Al que empieza de nuevo
      Hay quienes esperan

   a que la primavera se aleje

        para luego buscar

      aquel rayo dormido.


   Otros saborean el perfume
      del pino más añejo

     mientras la luz penetra

   por entre el bosque tupido.


 También están los aventureros
    que con espíritu linceo

  sueltan las riendas de su bajel

      y se lanzan sin aviso.


        Así que te digo:
     busca siempre lo bueno

       y aférrate a su calor

     aunque haya días grises.


      Escucha los consejos
    de quienes más te quieran

   y aprende de tu experiencia

     para iluminar tu mente.


  Y sobre todo, mi buen amigo,
    atrévete a desatar el nudo

    que ata tu barco al muelle

    porque la vida es un mar

 aguardándote a que la navegues.
La playa
        Imagina una playa

      donde el mar acaricie

   dulcemente las corazonadas

        y el céfiro se pasee

por entre los intersticios del alma.



      Imagina que un velero

    se pierda en el horizonte

    y que las gaviotas vuelen

   alrededor de nuestro amor.



       Que las olas jueguen

   con nuestros pies descalzos

       y la sonrisa del cielo

   se refleje en el agua pacífica.



         El tiempo viviría

     en cada latido insolente

  porque el reloj ya no marcaría

    las dos, las tres o las seis.



        A tu lado caminaré

       rodeando tu cintura

     con el calor de mi brazo

   y el regocijo de mi espíritu.
Te seguiré hasta el infinito,

       acompañaré tu andar

 levantándote cada vez que caigas

  con un tropezón inoportuno.



  Y si las fuerzas te abandonan

      o la lejanía te deprime,

  cargaré tu peso en mi espalda

  y llegaremos juntos hasta el fin

   para contemplar el amanecer

mientras nuestros labios se cruzan.
Poema celta
Deseo cabalgar hasta el alba

para perder en el horizonte

  las lágrimas que dejaron

  las estrellas de la noche.


 Deseo dormir en el pecho
    del roble más alto

 para contemplar a lo lejos

   el sueño de tu silueta.


 Porque el bosque susurra
 tu nombre en su silencio;

 porque las aguas reflejan

   el azul de tus cabellos.



   Cabalgaré hasta el fin

con el corcel de la promesa,

      buscaré tu alma

 entre las nubes pasajeras.


    Me guiarán tus ojos
hacia la más oscura caverna

  donde acechan duendes

   donde tú me esperas.



     Y si logro sujetar

 esa mano tenue y helada,

saldremos juntos al bosque

y nos perderemos en el alba.
Por ti
     Porque te quiero

   no dejaré que saltes

hacia el abismo que creaste

 con el dolor de tu pecho.



    Seré el firme pilar

donde posarás los lamentos

   y no temas si tu peso

  me hunde bajo el mar.



 Porque me has devuelto

     la sonrisa florida

    toma ahora la mía

 para vencer el tormento.



Porque sin ti no soy nada,

 porque sin ti desfallezco

 de la tristeza que emana

el más hermoso recuerdo.



    Y si aún rechazas

el corazón que te ofrezco,

    persistirá mi alma

       -¡oh, ángel!-

  hasta verte en el Cielo.
Proverbio natural
     La vida es un tesoro:

 contempla el vuelo sosegado

   de la mariposa traslúcida

  y no pretendas capturarla.


  Observa, sin prisa, sus alas
   y piensa si sus colores

  reflejan su corta existencia

  y su tamaño su hermosura.



  Ella vuela junto al viento,

    y a veces en su contra

pero siempre encuentra refugio

   donde posar sus dudas.


    Las flores la aguardan:
   recompensan el esfuerzo

    de su búsqueda ardua

a través de campos y montañas.



     Sé como la mariposa

    y cultivarás en tu alma

      la paz más excelsa

    y el goce más sincero.


       Vuela como ella
      y no habrá peligro;

       imita su actitud

    y llegarás a tu destino.
Las tardes
       Hay tardes nostálgicas

como también las hay grises o floridas

 cuando siento tus luceros silvestres

   iluminarme con ardor el pecho.


     Penetran en mi interior
  como el ave nívea en la tormenta

              y yo no sé

   no sé si sus alas hienden el aire.


       Y aunque vea su reflejo
      en la fuente más límpida,

      ella se pierde en las nubes

  con sus plumas de mar y viento.



     Pero cuando la lluvia arriba

       y me encojo en el saco,

     se posa tímida en el banco

      para que mi alma sonría.



          Luego se marcha,

         sin aviso y sigilosa,

       hacia el azul profundo

    de un océano de esperanzas.


      Por eso ruego siempre
    que no me falten tus luceros

   aunque esquiven me presencia

    aunque sea el fin de la tardes.
A un amor lejano
    Sabes que me viste

 en la ausencia de mi alma

  en el triste pensamiento

 que consume las lágrimas.


Y sin molestia me esquivaste
 como si fuera un enemigo

   o un nombre sin letras

      o una silla vacía.



      Pero aún te amo

  aunque quede en sueños

   la caricia de tu mano:

   así lo dicta el corazón.


    Pero aún te extraño
   cuando no veo tu luz

 aproximarse hacia la mesa:

 así lo anhela la esperanza.



     Por eso confieso:

   aunque hayas botado

  la confianza que te tenía

  todavía espero tu beso.


Porque en el azul profundo
   del mar que navego

siempre me roba una sonrisa

   la pureza de tu reflejo.
Osadía
    Tengo hoy fuertes ganas

    de jugarlo todo y raptarte

   aunque sea por un instante

  de la prisión en la que vives.


   Quiero llevarte a mi lecho
   y saborear con la mirada

   la sensualidad de tu cuerpo

     y el regocijo en tu cara.


       Verte sin ataduras
    del reloj o del prejuicio;

   con la jovialidad latiendo,

  latiendo besos a tu capricho.


     Y aproximar mi mano
      a tu pecho desnudo,

        y acercar mi oído

       a tu espíritu mudo.


      Y abrir las ventanas
    para contemplar el cielo

  mientras acaricio suavemente

   la rebeldía de tus cabellos.


        No digas nada:
       duerme, mi amor,

       descansa a mi lado

que cuando vengan los gendarmes

 no habrá nadie en este cuarto.
A ti, mujer
     Nunca pienses que estás sola

    aunque haya un espacio vacío

      en tu cama por las noches

    o entre dos estrellas en el cielo.



   Que no se te escapen las palabras

          por la triste pureza

       de un caudal de lágrimas.

      No, que no se te escapen.



      Tampoco cuentes las horas

     en que lo recuerdas cada día:

     prométeme que comenzarás

       a recordar tu propia vida.



       Y si alguien te reprochara

         algún que otro vicio,

 cuida que provenga de quien te ama

        y si no tíralo al olvido.



         Porque no estás sola

   porque vales más que mil amigos

      por eso te digo a ti, mujer,

gracias por acompañarnos en el camino.
Viajar sin prisa
  Cuando viajas sin prisa

 no hay excusa para soñar

 que las estrellas tintinean

  cada vez que las miras.



  Para escribir un poema

 con un suspiro en la boca

 y con la brisa que se posa

 como lápiz en los dedos.



     Y ver tus cabellos

  como franjas en el cielo

     y desear tenerlos

como hebras por el cuerpo.



    Por eso no escuchas

    las quejas del vecino

   o el ruido del tiempo

  cuando viajas sin prisa.



   Porque todo se pierde

   en la paz de la noche

y porque el alma se envuelve

    con el pálpito noble.
Poema a un anhelo vespertino
          Esta tarde deseo

     más que nunca tu mirada,

      abrir de una las persianas

          y recibir mi cielo.



     Estar contigo sin palabras

      acariciándote las mejillas

     mientras la lluvia sosegada

        humedece las valijas.



     Que tu piel busque la mía

        sin reserva o cortesía

        y en tu brazo apoyar

        esas ganas de llorar.



      Pero sé que en mi cama

     no hay lugar para promesas

    aunque vislumbre fantasmas

      que me vuelen la cabeza.



         ¡Mas cómo deseo

       esta tarde tus luceros!

        Para callar las fieras

        para doblar las rejas.
Ruego
Puedo entender que no me quieras

 o que valga menos que tu anillo

   pero te suplico no me robes

    las ganas de estar contigo.



   No desprendas arrogancia

     o me esquives la mirada

    porque ya sé que tus ojos

    son tesoros de otra alma.



    Sólo déjame contemplar

     tu presencia en el cielo,

     bien neta como la Luna

     bien lejos de mi deseo.



       Sólo déjame sentir

    tu calor por un momento

   que mi corazón desfallece,

    desfallece de frío austero.



    Y despreocúpate si sufro

      por no estar a tu lado

   que del llanto nace el goce

     de amar sin ser amado.
Poema onírico
Soñé anoche tu desnudez

 que viajaba por la esfera

  y sonreí al contemplar

  que eras feliz sin velo.



   Eras como el céfiro

     y me gustabas así

porque pasaste por mi oído

  y refrescaste mi alma.



     De astro en astro

  escapabas de las luces

 necesarias para transitar

  las calles de aquí abajo.



  Y quise acompañarte,

  intenté cruzar el límite

 que separaba mi tristeza

 con las ansias de tenerte.



   Y quise que bajaras

 para abrazar tus plumas

 que no reciben el llanto

    y sanan el corazón.
Pero sólo me diste

    una gracia inefable,

  un recuerdo que sentí

con el más límpido latido.



     Por eso te busco

 en cada estrella del cielo

para que me lleves contigo

y me bendigas con un beso.
Visita de un ángel
   En la gelidez del ocaso

 cuando los pasos se pierden

   en la lejanía del retorno,

  la plaza enseña su cuerpo.



     Un coro de sosiegos

   canta al lado de mi oído

   bajo la fontana poseída

por el abrazo de la enredadera.



 Todo lo ínfimo se enaltece

   con el oro de las flores:

    las grietas del camino,

   los dedos de los árboles.



   Y es allí donde aparece

    donde cae de la noche

     el astro más fúlgido

    en medio del sendero.



      Belleza cegadora,

   te aproximas lentamente

 hacia mi presencia mundana

   con ganas desconocidas.
No temo tu resplandor

   que desprende al aire

    mil y una centellas

que se elevan como palomas.



     No temo tu mano

   que es suavidad pura

     ni tu rostro oculto

     por la diáfana luz.



 Sólo quiero que te quedes

 un rato más si es preciso,

  que no te marches ahora

  cuando más te necesito.



       Mas regresas,

  besando en un descuido

    mis labios sellados

  por el júbilo que causas.



      Sé que, tal vez,

   jamás volveré a verte

pero el calor que me trajiste

    durará por siempre.
...Porque el pasado es la sombra del
caminante: siempre está presente...
Le Parlement de Londres, soleil couchant
           Claude Monet
                 1903
I
      Hoy daré al cielo

     el beso más celeste

 para que viaje sin consuelo

  hacia el ocaso del muelle.



     Hoy daré a la flor

    la caricia más honda

   y una lágrima de amor

 que humedezca sus hojas.



  Porque hoy quiero pactar

  un abrazo con el mundo

  un “perdón” sin rencor

   y un sueño con futuro.



 Porque hoy quiero pensar

 que tu corazón me espera

     aún en el invierno

    aún en la primavera.



Y aunque no escuches mi voz

   por el ruido del enojo

     siempre serás el sol

   que ilumine mi rostro.
II
        Algún día entenderás

         que tomar el atajo

           muchas veces

        no acorta el camino.



        Algún día recordarás

        el llanto de un amigo

             que tal vez

     ya no esté para consolarlo.



         Algún día sentirás

        el dolor de tus faltas

           y quizá sufras

     por no poder remediarlas.



         Algún día llorarás

          por volver a oír

      la dulce voz de tu madre

        y golpearás tu pecho

por haberla ignorado en su presencia.



         Tal vez, algún día,

   comprenderás que los amores,

      los sueños y las alegrías

      difícilmente se compran

  con muchos billetes y poco pelo.
Y quizá lamentes

no haberte pronunciado a tiempo

     y tener que depositar

    una rosa en una lápida.



        Pero todo eso,

        querido amigo,

         lo entenderás

          lo sentirás

          y lo llorarás

         precisamente

          algún día…
III
   Como flores del ocaso

que vil nostalgia descuelgan,

sombra y llama tiene el alma

 cuando rueda por la mesa.



Penumbra que no enmascara

    la cruda indiferencïa

   no titubea en robarme

   una lágrima sin fecha.



Con la botella a un costado

   y la paz de compañera

 poco a poco gira el humo

 que penetra en la cabeza.



  La luz que ya no sïente

    el abrazo de la vela

 se confunde con la noche

que ha perdido las estrellas.



   Como flores del ocaso

mis recuerdos no despiertan,

  se guardan en un racimo

   que se ata a la püerta.
IV
  Lloverá, sin duda que sí.

  Sobre las calles perdidas

  despertarán las memorias

    y cantarán los caídos.



 Donde nunca hubo rosas,

     sus pétalos nacerán

    y su perfume vendrá

  hacia el eclipse del alma.



Los niños, que siempre callan

   por la gris indiferencia,

  verán un bando de gavias

    volar al ponto lejano.



 Donde el frío es el mismo

    y la miseria müerde,

    el diluvio nos regala

  un lazo de manos juntas.


  Lloverá, sin duda que sí.
   Sobre las casas de ayer

  y las del mañana incierto,

 sobre los rincones negros

    y los muros de papel:

      cada gota traerá

   un süeño que amanece.
V
Paz que besas y no sacias

  la cabeza enamorada,

haz del viento un suspiro

   y del cielo una carta.



Que la escriba el corazón

  sin prisas y sin razón

  y con tinta de olvido

   mezclada con amor.



 Y que la lleven palomas

  y las sigan mariposas

  hacia el balcón florido

 donde siempre te posas.



  Que veas en cada letra

que mi alma aún te espera:

  tú siembras su camino

 aunque jamás te tenga.
VI
      Aquí te espero:

entre las nubes que escapan

   de las llamas del cielo

  o los nidos que cuelgan

   en los pinos muertos.



  En el ocaso que apaga

   la triste voz sin dueño

   que se la lleva el mar

 que resuena en lamento.



       Aquí te siento:

   en la arena de la playa

 o en la sombra de la gavia

que descuelga tu recuerdo.



      Y el sol ilumina

y seca y acaricia las lágrimas

   que viajan en veleros

  por el sosiego del alma.



   Y el sueño que brilla

   bien áureo en el agua

  trayendo fiel a la costa

  la lignaria desesperanza.
VII
 Un ángel me mira

   allá, en lo alto.

Sus alas sin nombre

refugian los sueños.



  Sus ojos de niño

se sienten con llanto,

 sus manos recogen

 y siembran camino.



No viene a buscarme,

pues teme la noche.

 No besa mi frente,

  la piel lo lastima.



 Un ángel me mira

  allá, en lo oscuro

y cuando los pájaros

  anuncian diluvio.
VIII
Quiero prenderte en el pecho

     para sentir el latido

 como murmullo de pinos

  que se aman en silencio.


 Quiero guardar tu mirada
   en una nube celeste

   y mojar la flor silvestre

 con la pluvia limpia y clara.


   Y soñar con tu silueta
  danzar frágil por el aire,

  desnudándose en el baile

    con total delicadeza.



   Pero tu cuerpo se aleja

  en el tren de los suspiros,

  en el vagón de los dichos

  donde viajan moralejas.


   Solitario y sin aliento,
   te dibujo a mi costado

   con el lápiz del cigarro

  y los papeles del viento.



  Y con sonrisa en tu boca

    de felicidad presente:

aunque no esté en tu mente,

me alegra que no estés sola.
IX
 Suave lienzo de quimeras,

   en ti pinté la esperanza

de verla próxima a mis labios,

con su mano en mi espalda.



   De un blanco sonriente

    vestida su alma noble

   y con el cabello suelto

     y con olor a flores.



   En la cenicienta lluvia

 acompañando mi congoja,

     sentada en el banco

   donde mi espíritu llora.



     Y secando las gotas

  que cielo y tierra guardan

     con la tierna caricia

    ladrona de palabras.



    Mas del alba vigilante

     se dispara la saeta:

     ella cruza a mi lado

   y su silencio me apena.
Ver su rostro en el charco,

  en el más triste espejo

  y una lágrima que cae

  quitándome su reflejo.



 Y contemplarla sin voz

  mientras se aleja altiva

     apagando su luz,

 ignorando las heridas...
X
 Se siente la vacuidad celeste:

esta noche los párpados pesan

 y el simple humo que exhalo

 contiene al manantial bendito.



 Las nubes pasan indiferentes

 por el espacio que no ocupo:

  lo mismo valen mis versos

 que las blasfemias del hereje.



     La estrella de tus ojos,

aquella que encandila en sueños,

     se indigna de mi alma

   que sólo la ve en silencio.



  Y que sufre con cada paso

   que retumba por la calle,

    que llora como un niño

  abandonado por su madre.



      Ya no ruego al cielo

     la luz de un comenta;

        más vale el calor

   y la llama fiel de la vereda.
Cotidiano
     Aprender a quererse

    y depositar las ofensas

    en el tacho del olvido

 que está al lado del perdón.


      Aprender a sonreír
     y marchar sin miedo

     por la vereda florida

     cantándole al amor.


       Aprender a vivir
     y abrazar con ganas

  en la serenidad de la plaza

    a la persona indicada.



     Pero para aprender

primero debes, mi buen amigo,

       prestarle tu oído

     a la voz que susurra.


      También debes tirar
  los nombres y las etiquetas

 y quedarte con la desnudez

      de un latido neto.



   Y si me olvido de algo,

  tú mismo me lo recordarás

 cuando en el calor del ocaso

   dos manos estén juntas.
El citadino
  Cargo el peso de mi alma

    agobiada por la rutina

      de idas y venidas

siempre con las manos vacuas.



   La canción que se repite

   y mi camisa manchada

   con la tinta del trabajo:

   ya no quiero la billetera.



   Solo, así me encuentro,

     en un lugar extraño

  donde los otros se putean

gracias al regalo de Prometeo.



  Esta noche no hay Luna;

    no es que así lo desee,

simplemente no está conmigo.

     Mas, por lo menos,



     conservo la cordura

  de sentarme en la ventana

     y buscarla sin prisa,

    de prender un pucho
e intoxicarme la mente

       con luces sin faroles.

   Todavía disfruto, te confieso,

      ver bajar los pasajeros.



        ¿Hacia dónde irán?

¿Cuál será el destino de sus bondis?

     Algunos viajan cansados,

    durmiéndose en el trayecto,



    otros suben acompañados

por amores temporales y no tanto.

   También hay madres y niños

que poseen el privilegio del asiento.



   Pero hoy no estoy de humor

   como para ir hacia el carrito

     y comprarme el choripán:

    soñaré con la panza vacía.



          Al fin y al cabo,

        gozaré de la fianza

         que he pagado ya

       por un poco de paz.
Canto a la vida
     Hay que animarse:

      a viajar sin boleto

     a romper el silencio

     a amar con fuerza.


      A dejar las dudas
   junto con los paraguas

 y despreocuparse si la lluvia

       arriba sin aviso.


      A quemar el ego
  con los leños de la estufa

      y gozar del calor

compartido de un “nosotros”.


   Porque la vida es única
   y su canto la embellece

  como el vuelo del pájaro

 como el árbol que florece.


  Porque el viento no cesa
    y el fuego no daña

 si sientes que estoy contigo

cuando el Norte desaparece.


  Por eso te digo mi amor,
   que hay que atreverse

     a abrir las ventanas

 y mirar el cielo sin reservas

    tomados de la mano.
Iglesia de los Santos del Nuevo Milenio
              Se talaron los fresnos

             para elevar a los cielos,

        bien enfrente de la nariz de Dios,

        aquel santuario de lo superfluo.



              Sus fieles aguardaron

          ansiosamente ese momento,

        ofrendándole a Santo Consumo

            el crédito de sus tarjetas.



         El sermón de los precios bajos

       que da el cura “hasta agotar stock”

             genera en los creyentes

            esa experiencia religiosa.



          La fraternidad se manifiesta

         en un empujón con el carrito,

             en un golpe accidental

         y en un “perdón” por cortesía.



               Todos se confiesan

           al pasar por la registradora,

             expiando sus pecados

        con la misericordia de la boleta.
Allí, donde antes hubo un parque,

ahora es lugar de estacionamiento

    y los conductores juegan

  a insultar mejor a su vecino.



   Nadie extraña la arboleada

  salvo los niños y la vieja Mary

  quienes disfrutaban las tardes

merendando en el suelo desnudo.



      Y sí, no es de esperar

      la tardanza redentora:

   cuando el Mesías nos envíe

 una nueva panacea al mercado.
Apartamento
      Hastío de pobreza

       y de bolsas puras

que se elevan hacia las cenizas

 de nuestro firmamento triste.



  Esas cúspides descoloridas

que miran de reojo al visitante

 ahora guardan su arrogancia

en los pasadizos de lo invisible.



Allí, donde el hombre recorre

     su caverna mecánica

   su techo opaco y sollozo,

se encuentra la magnanimidad

 con la sensibilidad expoliada.



    Las voces de los niños

  se pierden lejos, muy lejos

     por los pasillos largos

   o los rincones sin dueño.



   Sólo se escucha el silbido

   del sereno por las noches

    como si todo lo demás

   se apartase de su camino.
Así vivimos, así soñamos

quienes deseamos únicamente

   que la luz del callejón

  no distorsione la belleza

 de una reflexión nocturna.
Hado
   Hoy es una de esas noches

 en las que me gustaría escuchar

   la voz de alguien a mi lado.

     Trabajé toda la semana,

dediqué la vigilia al Señor Billete,

       y este sábado quería

    destronar la agonía sobria.



        ¿Y cómo terminé?

Mascando un filete de carne fría,

    fumando el mismo tabaco

 que relampaguea en la soledad.



        Todos se han ido

     y me han dejado ese eco

de un “puedes contar conmigo”.

Pero la música, la música que calla



    y que adormece la insania

   pronto también se marchará

   cuando la melancolía febril

   golpee dos veces la puerta.
Y tú, con tus ojos azules

      y la cara resplandeciente,

     creaste el sublime prodigio

        que arrebató el cetro

  del mismo Dios en mi corazón;

y coronaste -¡coronaste, maldita sea!-

   la tímida esperanza de tenerte

 con tu límpida intención espinada.



     Hoy es una de esas noches

     en las que el frío no hiere

     y la lobreguez no espanta

    porque el espíritu ha perdido

        el fuego de su alma.
A solas
  Puedo sostener en mi espíritu

      estos versos calcinados,

      mordidos por la miseria

      sin ser yo un miserable.



         Resulta rara la luz

       que se apaga al paso

    que marchita al caminante

          en la lobreguez

            y la gelidez

             y su calle.



        No hubo invitación

   para el festín de medianoche.

     Así que me re-encuentro

    ante el absurdo de siempre:


         aquel inoportuno
  que se jacta de la razón sensible

       que le da al mendigo

     una propina de paciencia.



     Me encuentro en el borde

   en el infausto peldaño, diría,

  entre el ser pensado y el ser real

   que examina hasta el infinito

la precariedad de nuestra compañía.
Resulta raro también

que cuando las manos se enfrían

   el cuerpo pierda su calor.

    Resultan raras las sirenas

  y las sombras y los espejos.

         No sé por qué.



    Hablaré con ese extraño

 que busca sobras en la basura

     porque confío en que

             tal vez

la mugre no la tenga en el pecho.
Día de M
Hace dos semanas y tres días

   arribó el otoño sin aviso,

  infiltrándose por el cerrojo

  de la indiferencia metálica.



       La caldera silba

     y la brisa cenicienta,

    abriendo la ventanilla,

 juega con el vapor uniforme.



   En el armario se pasean

   insectos de toda especie:

   no los culpo por habitar

la podredumbre que no es mía.



      Extiendo el brazo

   hacia el fondo nigérrimo

     para sacar el azúcar

   que está al lado del opio.



   Con la misma expresión

      que llevo al trabajo

     o tal vez a un velorio

   preparo ese café barato.
Me siento en el banco,

   tambaleante por el uso,

  y contemplo el panorama

     de montañas inertes.



      No hay mensajes

    ni llamadas perdidas;

     sólo la triste realidad

  de un mundo sin humanos.



  Me queda ir a la plazoleta,

conversar con algún extranjero

    y matar así la mañana

   de un sábado de rutina.
Vacuidad
    Con el alma desnuda,

  con el pantalón mojado

por la causalidad contingente

 de un conductor apurado.



 Quiero, sin rodeo alguno,

    proferir el soliloquio

   que acaricia la cabellera

   del humo que exhalo.



Las sillas, ellas que soportan

   la carga de mi cuerpo,

 no se encuentran en la sala:

 sufren penas más pesadas.



    ¿Por qué han huido?

   ¿Quién las ha raptado?

Silencio. No habrá clemencia,

    esta vez no la habrá.



      El frío del suelo

    recibe ahora mi piel

          gélida aún

  sin heridas pero muerta.
Ni la rigente colchoneta

    ni la almohada con olor

      existen en el vacío

   que consume mi espíritu.



     Mas el canto pluvial,

  santo padre de los infelices,

       acoge en el oído

la penumbra del entendimiento;



        que no es razón

      o sentimiento servil

 pero que arranca sutilmente

       una grata sonrisa.
Pájaro celeste
      El ave que vuela

      no baja sus alas:

   continuidad y energía

    desprende en el aire

   que de él se apoderan.



  Extiende sus miembros,

    relaja sus músculos

…y salta, salta hacia el vacío

         mas no cae

porque la confianza la eleva.



   Y se pierde en el azul,

en el abrazo de dos nubes.

El Sol impregna sus plumas

con el dorado de su cuerpo;



   la ráfaga juega con ella

 y no la frena como crees.

 Allí arriba no hay ángeles

  ni quimeras imposibles,

   sólo el espacio cerúleo

        esperándote

       esperándonos

a que demos juntos el salto.
Soneto de amor
   Irán los caballos por mares rojos

 trayendo las cartas de amores fúlgidos

al mago que guarda en su añejo oráculo

 la llave del tigre, del búho y del zorro.



 Al canto del cisne con plumas áureas,

 oirás las promesas que al viento dice

la voz que calló al contemplar tus ojos

cerrando los labios por miedo huérfano.



  Si ves que el león descïende manso

  o vuela más bajo el halcón de rosas,

   agarra mi mano sin duda o espina



y salta hacia el lago que limpia nombres

    y besa mi pecho sudado y tieso

   y canta tu júbilo al mundo entero.
Despedida
   Fuiste el rayo matutino

    entre nubes pasajeras

   que sin permiso alguno

     alumbró mi esfera.



   Como los dedos sutiles

   del céfiro con las hojas,

     tú alejaste la pluvia

    y acariciaste mi rosa.



  Y las campanas sonaban

  cuando pasabas sonriente

    y los grilletes lloraban

   cuando te veían rigente.



     Mas yo te necesité

 para contemplar el mundo

    porque fuiste mi rayo

porque mi amor fue profundo.
Pa’ la guitarra
   De gurisa la recuerdo

  con la piel bien dorada,

 a su madre acompañando

 con prisa hacia la cañada.


  Ya de muchacha la quise
  como señora de mi casa

    y veía sus ojos grises

  en el reflejo de mi asada.


 Fui a su rancho una noche
 y dejé la vida en una carta

 mal escrita por el hombre

que no es dueño de palabras.



    Su padre se la robó

 y como fiera enceguecida

   me dijo con fuerte voz

 que estaba comprometida.


   ¡Qué tajo al corazón!
¡Cuánto te amé, gurisa linda!

 Lloré en silencio mi amor

 pa’ no espantar su alegría.



     Y si alguien dijese

   que llorar es cobardía,

     sepa bien el jinete:

al amor, montarlo con valía.
FRAGMENTOS


    El brillo de un astro:

        insignificante

          profundo

            lejano

       como mi amor.

             ***

      Me duele pensar

   que me miras a lo lejos

     y sentir un “quizá”

    tal pluvia de invierno.



    Temo darte la mano

      y recibir un corte

     y el solitario llanto

      nacer de tu golpe.

             ***

  Vete, sabes que mi alma

    no ató ninguna soga

     y que no te seguirá

cuando el horizonte te reciba.



  Vete, déjame en el vacío

 y con el pucho en el banco

   que intentaré recuperar

   el calor que te he dado.
***

    No sé qué decirle al cielo

que cada segundo pregunta por ti,

    por tus luceros hermosos

que pasan y se prenden al pecho.



    No sé qué decirle al mar

     que cada ola que viene

    me recuerda tus manos...
...Cuando los navíos arribaron a aguas
más hondas, el almirante empezó a
contar mitos...
The Fisherman and the Siren

   Frederic Leighton

       1856-1858
I

      La tenue voz del viento
     que penetra en el ómnibus
    por la ventanilla semiabierta

      apacigua las tormentas

      de una intensa jornada.


          Esa luz azulada
      que tintinea en el techo,

que hiere intencionalmente la mirada

         pronto desaparece

     cuando rotamos la cabeza

 y observamos la noche estrellada.


   No hay sueño sino descanso,
    no hay cólera ni sosiego

   sino una insípida indiferencia

     que limpia el saco nuevo

         con olor a fatiga.


     Y en eso, al sacar la llave,
      das dos o tres vueltas

    a un cerrojo opaco y áspero,

      y entras célere a tu casa,

      tiras el maletín al sillón,

    prendes la radio y escuchas

      la canción del momento

      que, quizá, no te agrada

         pero que, al final,

  terminas cantándola en la ducha.
II
       Bajo la mirada del reloj

        ya nada es lo mismo:

   sacar unas grapas del armario,

  ordenar unos papeles en la mesa,

  prender las máquinas silbadoras.

  Todo gira alrededor de un sobre

     que encierra la fría realidad

   de vivir por unos pocos billetes.



     Y en esa pausa espontánea

    miras tus manos oscurecidas

por la tinta que ahora mancha el piso,

     y simplemente te preguntas

    “¿qué estoy haciendo aquí?”,

        cuyo eco insondable

        traspasa la penumbra

       de una nostalgia impía.



           Llegas a tu casa,

  con la promesa de un día mejor,

     y encuentras vacía la nevera

   porque el cansancio y el olvido

 se han alimentado de tu memoria.
Pero lo más triste, quizá,

   sea cruzarte con un amor

    que te da vuelta la cara

cuando ni alcanzas a saludarle.



         Amigo mío:

       quiero que sepas,

    y de corazón te lo digo,

que aunque la realidad sea esto,

 tan ajena a nuestros sueños,

  lo que nunca podrá robarte

     será la tenue sonrisa

  de que aún estamos vivos.
III
    Así nos encontramos:

    nosotros, los imbéciles,

     los ilusos de siempre;

quienes depositamos en el otro

  la promesa de un porvenir

     porque lo queremos

     porque lo anhelamos

...porque soñamos despiertos.



      Y a cambio de ello

¿qué resultado grato recibimos?

   ¿El bofetón de la caída?

  ¿El prejuicio anonadante?

   Pérdidas: eso recibimos,

      de la fe filántropa

   del amor sin impurezas.



     Dejamos un puñado

     de nuestra corta vida

    para luego comprender

   que semejante obsequio

     es de lo más indigno

   para quien no lo merece.
IV
  Por un instante insólito

   detuve los engranajes

     y apoyé la espalda

 en el tronco de un fresno.



Con el firmamento estrellado

  encendí un acompañante

   y la nube que exhalaba

   se la llevaba el viento.



     No logré meditar,

  concentrarme en ideas,

 ni me importó mucho ello.

     Sólo quería sentir

 -como cualquier hombre-

 que aún latía en mi interior

     esas ganas de vivir.
V
  Dejaré encendida la luz

y el retrato sobre la mesa.

         Esta vez,

   no sonará la alarma

 porque no tiene sentido

    buscar lo pequeño

cuando pierdes lo grande.



   Rastrearé tus huellas

    pero no tus pasos.

    Sabrás que, sin ti,

   la vida aún continúa;

   mas también, sin ti,

no hubiese aprendido nada.



Y si por esas casualidades

   te esquivo la mirada

cuando vas hacia el parque

   o cruzas por mi casa,

    sólo tú escucharás

   la sonata de Chopin

  que tocaré en el balcón

      antes del alba.
VI
         Maleta en mano

        y rostro fruncido:

  no hay espacio para un guiño

    o tal vez para una sonrisa;

 tampoco lo hay para un suspiro

    pero sí para varias quejas.



        La vida se le pasa

     y hasta el último cabello

      de su incipiente calva

   está teñido con la amargura

      de la rutina monótona

que lo despierta mientras camina.


       Duerme en el hotel
    que se encuentra continuo

       al bar de la esquina

      donde extingue penas

        y, si tiene suerte,

       goza de sexo pago.



        Quizá, algún día,

    se detenga en el mercado,

pierda conscientemente el ómnibus

     y se siente en la vereda

     con el único propósito

    de ver sus pies descalzos.
VII
        Ayer te vi

  bajo el diluvio irruptor;

   el pecho te golpeaba,

        yo lo sentía,

    el cabello te tiraba,

    yo le di una caricia.



   Al lado de la fontana,

    me senté cerca de ti

junto a ese espíritu abatido,

no sé si ahora lo recuerdas.


  Miraste sólo, perdido,
   a los peces áureos

que jugueteaban en el agua

       y uno de ellos

se detuvo, por un instante,

  a observar tus lágrimas

      tan cristalinas,

     tan perturbadas.



   No sé si lo recuerdas

  pero te tendí una mano

    para que pudieras,

      ¡oh, amor mío!,

    levantarte del piso

donde yacías desconsolado.
VIII
 Simplemente, eso busco:

      reclinar la silla,

extender las rígidas piernas

y perderme con un pucho.


Perderme en meditaciones
 que anonaden ese tic-tac;

en sentimientos anónimos

paridos por una quimera.


    Soy rey sin reino
y músico sin instrumento.

  ¿Poseo tu límpido ser?

    Con tristeza digo:

  me lo robó el nombre.

  ¿Poseo acaso tu voz?

      Sólo sus gritos.


  Pero igual me reflejo,
     te erijo un altar

     en la siempre pía

     fantasía humana.

   Y con el humo gris

me complazco en dibujar

    en el éter tu figura,

        besándola,

       excitándome

    cada vez que toca

    mi frente sudada.
IX
     Sólo esto me faltaba:

      recibir el escupitajo

       del ser que deseo,

   que deseo con grito débil

     y lágrimas de silencio

   justo delante de mi astro,

de los ojos que lo contemplaron

 y de los labios que susurraron

    tenuemente su nombre

   tres veces por las noches.



     Todo el sentimiento

depositado en sobres fulgentes

  fueron, como tú bien dices,

    quemados por el dolor

     y el desgarro causado

 por la risa burlona, macabra,

   de tu insania emocional.



     ¿Y ahora pretendes,

 cruel e imbécil proto-hombre,

  que te salude amablemente,

   que te enseñe una sonrisa

      para tapar la culpa

    que te acecha al verme?
Sostén la mirada

como sostuviste el puñal

y ya que cobardía te sobra,

 mejor aléjate de mi lado

  que no quiero respirar

la inmundicia que exhalas.
X
      Esperas sentado,

     acostado o parado.

Ya no te quedan posiciones;

   tampoco expectativas:

    sabes que no vendrá.



¿Por qué mantener entonces

la antorcha esperanzadora?

     ¿Por qué aguardar

   la llegada de milagros?

    ¿Por qué sosegarnos

     con falsas ilusiones

   creadas por la panacea

de la imaginación humana?



     No me confundas,

     no te equivoques:

si aún crees en los prodigios,

empieza por bajarlos a tierra.
XI
           Te escribo a ti,

     que tendrás sobre la mesa

        el periódico de ayer

         junto al vaso vacío

     que te olvidaste de limpiar.



    A ti, que desconoces el calor

         y no el de la fogata

    o el de una volátil compañía

que enciende tu cama por las noches,

        sino el de un abrazo,

     el de un apretón de manos

       e incluso el de un beso

   que haya refugiado la creencia

    en el regazo de la sinceridad.


       Sé que resulta difícil
   sacar la podredumbre de hoy

      para tener la vereda pura

         el día de mañana;

      sé también que te cuesta

        madrugar y soportar

       ese monótono silbido

       de la caldera oxidada.

            ¿Y para qué?

        ¿Para qué levantarte

  si puedes continuar durmiendo?
Amigo:

          al igual que tú,

me encantaría continuar durmiendo

     pero en algún momento

  se hace necesario el despertar...
XII
 Por esas cosas cotidianas

   me volví misántropo:

     deseaba compañía

   y vagaba en la tristeza

  de una plaza cuasi florida

 para terminar sentándome

  en aquel banco oxidado

en donde los ilusos y crueles

  estampan sus mensajes

   con el color pacífico.


  ¿Qué mundo nos dejan
   los amigos utopistas?

  ¿Dónde estará su lugar,

       nuestro lugar,

    sino en la esperanza

  de un apretón de manos

a un completo desconocido?


        Se acabaron,
       sí, se acabaron.

Por más bellas que fuesen,
    siempre terminan
   por herirte el pecho

cuando intentas cumplirlas

       y comprendes

   que la idiotez humana

       supera incluso

  la infinitud del universo.
XIII
    Si estás de acuerdo,

quisiera llevarte, ángel mío,

      a la ínsula lejana

 donde moran los suspiros.



  En aquel sitio anónimo

  habitan los enamorados

   que temen susurrarles

   caricias a sus amados.



   Ellos sueñan y gimen

   su sentimiento impío

pues saben que sus lamentos

   son rutas sin destino.



   A la noche descansan

 fantaseando lo imposible

   y al amanecer recogen

 las semillas de lo invisible.



 En aquel sitio, ángel mío,

 espero nunca encontrarte

    mas todavía espero,

 espero donde me dejaste.
XIV
   No te mueras, mi cielo,

     no te vayas, te pido.

      Daría –y lo sabes-

       parte de mi vida

   para compartir contigo

     aquellos momentos

   que aún no has sentido.


    Los años serán vacíos
      si tú no estás ya

    para darles contenido;

      los ojos no verán

  la profundidad de la noche

porque las estrellas que movías

   se habrán ido de la orbe.


   No te mueras, mi cielo,
     quédate conmigo

   con el beso de la mirada

     y tu cabeza apoyada

   en mi brazo extendido.
XV
       De los amigos,

   unos van y otros vienen;

unos te prestan su compañía

  en los momentos difíciles

  aunque no tengan tiempo

    ni para ellos mismos.


     Otros te escuchan
   con el entero propósito

    de compartir una risa:

       su presencia es

 como una rosa eclosionada,

  y cuando ésta se marchita

  ya no habrá espectadores.


      Mas existen otros
que permanecen fieles a la flor

     aunque ya no brille

   aunque ya no perfume,

   porque aún ven en ella

      el valor de su ser.


    Y son ellos quienes,
   con corazón jardinero,

  cuidan y amparan el tallo

  porque quieren, después,

    contemplar sonrientes

    el fruto de su trabajo:

 he ahí la verdadera amistad.
XVI
   Las gotas escurridizas

  danzan en la pista negra

  de mi indómito paraguas

   al compás del viento.



   Fueron ellas, las calles,

   quienes sigilosamente

    tiñeron con cenizas

  la pupila de mi espíritu.


     Mas la bendición,
la anhelada frescura pluvial

      besóme la frente

al contemplar el firmamento.


   Entonces comprendí
    la inútil vergüenza

 que me impedía sentarme

 en un mojón humedecido

    y escuchar, sin prisa,

   el sonido de lo ínfimo.
XVII
       Te has marchado

  como las volátiles semillas

     de un diente de león

        recién cortado.



       Amé tu sencillez

    más aún que tu belleza

      y con nostalgia diré

que en mi alma quedó tu flecha.



      ¡Oh, hábil saetero,

     retírate de mi mente!

      Escucha este ruego

     y golpéame la frente.



          Y si sangra,

     pega aún más fuerte

     que anhelo terminar

   con esta causa de muerte.
XVIII
       Ya no me importa

    el venidero apocalipsis.

         Ya no resisto

      la carga mortificante

        de azotar la vida

    a costas de un miserable

        trozo de papel;



    que refleja un número,

          una estima

  o la más imbécil distinción

 que reverencian los ignorantes:

     aquellas abreviaturas

     anteriores al nombre

que imponen la valla separadora,

   que subdividen al hombre

       en varias especies.


     ¿Para qué todo esto?
       ¿Cuál será el fin

  de esa fantasía misántropa?

  “Ser alguien” en el Cosmos,

 en un espacio que le importa

          poco o nada

    -al igual que el Tiempo-

    lo que unos arrogantes

hagan con su ínfima existencia.
XIX
 Que llegue el mañana

  para así dejar el hoy;

  que llegue, que llegue

  como la lluvia beata

    teñida por el Sol.



  Ansío ver mi rostro

sobre un ínfimo charco,

 pisar también el barro

  y purificar mis ojos.



 Pero también quisiera

    tenerte a mi lado,

    como una pareja

  tomados de la mano.



   Algún día, tal vez,

responderás a mi llamado

  y ya sin miedo estaré

y la ráfaga habrá cesado.
XX
        Aquí se encuentran

    los borradores del espíritu:

        en la rotura perfecta

     del cristal de una ventana,

       en los papeles botados

       al cesto del escritorio

    …en el recuerdo silencioso

       de un suspiro exiliado.


          ¿Sientes la brisa,
           o quizá el frío

       que acompaña a tu ser

  cuando vagas por la necrópolis

    visitando lápidas anónimas?


        Sostén el bolígrafo,
         arranca una hoja

        y escribe tu nombre

tres, cuatro, diez veces si es preciso;

        no vaya a sucederte

  que te olvides de quien no eres.
XXI
   La mirada se le caía.

   Con el opaco maletín

    semiabierto y roto,

 con su aspecto desaliñado

   se dirigió a la iglesia.



    Contempló la cruz

   y después de un rato

     marchó taciturno

   hacia aquel santuario.

     Abrió las puertas

      y cayó rendido

  a los pies de un banco.


    Allí, lloró y gimió:
    la lóbrega madera

 no aceptaba sus lágrimas

  que caían sin consuelo

   a la frialdad del piso.



  Los fieles no lo veían,

   el párroco no lo veía

…ni Dios tampoco lo hacía.

     Sólo, así estaba,

    sólo con una carga

 que los santos ignorantes

 se negaban a contemplar.
Al caer la noche

el monaguillo silencioso

   tapó con su capa

  aquel cuerpo inerte

que yacía en la alfombra

  al lado del maletín
XXII
    Si vas a reprocharme

       la vista cansada

   o el andar sonámbulo
    por las veredas frías,
  mejor guarda tus quejas
 porque no estoy de humor

    como para recibirlas.


   Si pretendes golpearme
  por contemplar despierto

    tus luceros silvestres,

   por dar un beso onírico

  a tus ruborizadas mejillas,

hazlo, si eso es lo que quieres,

 hazlo con todas tus fuerzas

   que en mi bella quimera

       tus rudas manos

  sólo me ofrecen caricias.


      Y no preguntes
  por qué fantaseo contigo

    ni por qué me cautiva

     tu mirada profunda;

    digamos que, tal vez,

   fuimos amigos, amantes

  o simplemente conocidos

       en otro tiempo

         en otro lugar

       …en otra vida.
XXIII
        Hoy naufragué

    en el mar de tu mirada,

   en la claridad de tus ojos

  que me alejaron de la costa

para adentrarme en la esperanza.



           Hoy sentí

      el pulso de rodillas

  a tu voz suave y seductora,

   sempiterna en el recuerdo

    y fugaz en ese instante.



     No sé -repito-, no sé

     por qué me cautivaste

    o si yo lo hice primero,

       mas viejas heridas

       golpean mi mente

     con la infausta verdad

  de quien despierta de amor

  también causa sufrimiento.



     Así que, amado mío,

       si buscas utilidad

  y te refugias en el corazón,

  no te olvides que el destino

  te devolverá el mismo mal.
XXIV
    Quedan los recuerdos

      de los días grises,

  de las huellas en el suelo,

     de las tardes tristes.



      De los días grises

     conservo la belleza

  de aquellos niños felices

   jugando en la plazoleta.



  De los rastros en el piso

guardo la mancha en el zapato

   de cuando fui atrevido

    y crucé por el barro.



    Y de las tardes tristes

  me quedan los borradores

    de miradas y esquives

  …de promesas y amores.
XXV
   Mis padres me enseñaron

      a soñar sin riquezas,

        a apagar la radio

     cuando cantan las aves.



    También me enseñaron

     el gozo de la sencillez:

        tirarte en el piso

        y mirar las nubes

   aunque el dinero castigue

     o el tiempo se escape.



       Porque en la vejez

   no recordarás, así lo creo,

 cuánto gastaste en una prenda

o qué hiciste a las dos de la tarde

     en la oficina de trabajo;



  sólo alojarás en la memoria

 pequeños y escasos momentos

        en los que reíste,

        amaste y lloraste;

   únicos y valiosos instantes

   que valen la pena recordar.

      Todo eso, mi amigo,

  me lo enseñaron mis padres.
XXVI
    Esperas ansioso, casi consternado,

          esa noche sabática que,

       de seguro, redimirá al cuerpo

          de aquella fatiga tirana.



       Esperas, esperas bostezando,

         mordiéndote los dientes

         o con sonrisas aparentes.

          Nadie conoce tu pesar

         mas todos son la panacea,

           nadie quiere perderte

    mas todos se esfuerzan en alejarse.



          Y cuando son las doce

         (tal vez las doce y cuarto),

    te encuentras sentado en la ventana,

viendo pasar las sombras de los transeúntes,

            y sólo te preguntas:

          “¿quién es el déspota?”

      como si toda nuestra existencia

       se transformara en su soplo,

               en una pluma

         o simplemente en lluvia.
XXVII
  Sembraste en mí la ilusión

         y tú lo sabes.

Esperé pacientemente tu pecho

         ¿y qué recibí?

      Insípidos mensajes

  que lo único que contienen

    son las cenizas devotas

   de la ruina posmoderna.



      Me resulta extraño,

          lo confieso,

 que escasas letras en negrita

    separen y unan a la vez

como si viviésemos aquí y allá,

 mitad libres y mitad esclavos.



    Sólo espero el cambio

     así esté consternado

      a causa de tus ojos

 que me miran y me esquivan;

        sólo lo espero

      para luego decirte

    lo que tú has perdido.
XXVIII
         Quemando paja,

          así marchamos;

           dejando atrás

      la huella de lo posible

    para después intoxicarnos

  con las cenizas de la memoria.



    La brisa las trae y las aleja,

     esquivando astutamente

          el roce verídico

     con la mente que anhela.



      ¿Dónde te encuentras

       sino es en mi sueño?

        ¿Qué rayos abrazo

      si es y no es tu pecho?

   ¡Cuánto quisiera, ángel mío,

     depositar el néctar divo

para que descendieras a mis brazos!

    Mas ya es tarde, me temo,

     para convertir en pradera

      ese ceniciento residuo.
XXIX
    Me encuentro aquí

      sin prisa alguna

  y con calma indeseada.

       Todo mi ser

  se re-encuentra consigo;

     quizá sea por eso

 que el noventa por ciento

      de las personas

    rehúyen, de hecho,

    al espejo intimista.



  Y hay quienes, incluso,

  encienden la televisión,

      la computadora

    o esperan ansiosos

    el ring del teléfono.

     ¿Y sabes por qué?

      Porque temen,

    al igual que tú y yo,

   que el hastío presente

  encienda su consciencia.



   Mas tarde o temprano

     la noche arribará

 -aunque, lamento decirlo,

estemos demasiado ocupados
para recibirla-

y entonces comprenderemos

    que todo ese ocio

       fue el escape

       a una batalla

     donde la victoria

    nunca se presentó.
XXX
         Sin duda alguna

      la más triste vergüenza

         está en maquillar,

         en el acto mismo,

        ese egoísmo tirano

     con las tintas caritativas.


           Pasas al lado
      de una ronda de amigos,

    cabizbajo y meditabundo,

 e imperativamente te preguntan:

         “¿qué te sucede?”
       A lo que tú respondes,
esperando siempre ilusoria empatía,
   “nada, estoy medio cansado”.
          ¿Y qué recibes?
      ¿Qué recibes, pregunto,

           de tales amigos

    sino la evasión de tu pesar

   para ellos continuar plácidos?


      ¿Quién dará el hombro
   a quien se lo prestó a todos,

      felices y desgraciados,

       sociables y solitarios?

        Sólo él mismo posa

          su débil cabeza

          en aquel regazo

         que, como Dios,

    abarca el sufrimiento ajeno.
XXXI
 Entre la palidez del billete,

  entre aquello que separa

      lo tuyo de lo mío,

hiende la mirada del extraño

  a un hombre que, en sí,

no sabe por qué está vestido.


  Cuando la Luna enseña
   su desnudez vanidosa

      -ladrona de ojos,

   sempiterna tentadora-

     la licantropía nace,

    se eleva hacia el altar

   que le hemos erigido:

    ya no somos nosotros

          sino ellos,

   extraños a los demás,

      fieras sin pastor.



   ¿Y qué podemos hacer

    sino aullar a la Dama

     y morder con furia

 la carne tierna del cordero?

¿Y por qué rayos lamentamos

  practicar el canibalismo

    si hemos extinguido

   la candidez que había?
Bestias, eso somos,

    intentando limpiar

la sangre de nuestras garras,

  de nuestra consciencia,

      con la lana neta

 de las víctimas olvidadas.
XXXII
 Quiero colgar en el armario,

   detrás de la chaqueta azul

pero delante de la camisa añeja,

     aquel saco ceniciento

 que estuvo frente a tu pecho

y que acariciaste con tus labios,

       con tu perfume,

   la noche del nacimiento.



      Lloraste, recuerdo,

 mas también reíste y dudaste.

      ¿De qué y por qué?

        Vaya, eso ni tú

             ni yo

          lo sabremos



    Nos imaginé desnudos

      y, a veces, vestidos

  pero no con trajes o joyas,

  o con la piel al descubierto,

  sino contemplando juntos

     la desnudez del otro

      en lo más profundo

     de nuestras miradas.
Tal vez sueñe despierto:

mi cielo, no me culpes por ello;

       antes bien hazlo

     si sientes que lastimo

  al corazón que tanto amo.
XXXIII
   Quisiera saborear tus ojos

    en la lejanía del presente

donde el reloj no marcara la diez

    y no tuviera que esperarte

    en la palidez de la mesa.



    Quisiera besar tus labios

       y apretarte el pecho

  en la eternidad de un abrazo

      que no fuese fantasía.



      Tantas cosas quisiera,

     tantos sueños cumpliría

si aunque sea me dieses una señal,

     una palabra, un suspiro

 que refugiara mi anhelo errante

    de saber que te intereso.



 Pero la confesión de tu mirada,

la penosa confesión de tu mirada,

     ya pronunció sentencia

      al negarme la entrada

    al bosque en que moras.
Queda, como un residuo esperanzador,

       aguardar paciente el día

   en que el destino nos encuentre

      cruzando de frente la calle

       y saludarnos sin temor

 mientras cambia la luz del semáforo.
XXXIV
  Te deseo, aunque detestes

   pronunciar mi nombre,

         que seas feliz

     así tengas para cenar

  una porción fría de arroz.


    Que tengas un amigo
     que no le moleste

si estás triste o ríes demasiado

 sino que escrute en tu alma

      para ver si, quizá,

 deba reírse o llorar contigo.


Que no caigas en la desdicha
de esperar una promesa rota

  y en la inmensa estupidez

de perpetuar esa costumbre.



    Que ames sin miedo,

  que encuentres compañía,

que no cedas a la adversidad,

que la riqueza no te domine,

      todo eso te deseo

       aunque me odies

      aunque me quieras

      y que, sobre todo,

    logres aguardar el alba

con una sonrisa en el rostro.
XXXV
   ¿Cómo haré para verte

  sin ruborizar las mejillas

  ni humedecer mis ojos?

  ¿Cómo haré para decirte

     que daría mi alma

  con tal de salvar la tuya?



   Pero tú no entiendes,

  sólo me amas si te sirvo

    mientras yo, el iluso,

     caigo en ese juego

   con el único propósito

   de robarte una sonrisa

   cuando estás a mi lado,

     …aunque siempre

     termine perdiendo.



   No quiero que sufras,

      más llegará el día

       -y tú lo sabes-

 en que padecerás de amor

 y comprenderás entonces

    que en esos asuntos

  conviene ser buen amo

   para después no vivir

como el peor de los esclavos.
XXXVI
      Antes de dejar abierta

     la puerta de la esperanza,

         revisa tu bolsillo

     para confirmar la certeza

       de que tienes la llave

  para cuando haya que cerrarla.



      Ahórrate los perdones

   si te moviera la consciencia:

      ya es tarde para sanar

     al espíritu con ofrendas.


       Ya es tarde también
        para zarpar juntos

        al océano, al mar,

a donde sea que nuestros corazones

         se dejasen llevar,

     como potros sin riendas,

       por la pasión airosa.



           Alguna tarde,

 cuando estés sentado en la cama

      contemplando la vejez,

     comprenderás sin rodeos

          que ya es tarde

        para tomar el tren

      y empezar de nuevo…
XXXVII
    Contaré esta historia

   con penas en la mano;

   lo que hizo una joven

  dominada por el Tirano.



     Él, ciego de origen,

    cautivó a la doncella

  con voz suave y apacible,

 con frases floridas y bellas.



    Necesitó de sus ojos

 como ella de sus encantos,

 mas detrás de esa dulzura

   se escondía el engaño.



     La infausta mujer,

    humilde y andrajosa,

       sólo confío a él

   su más preciada rosa.



     Todo era un cielo

  cuando estaba a su lado.

 Después de cierto tiempo,

…pasó a estar en un costado.
Recuperó su amado,

   gracias al progreso,

   la vista que no tenía

y la vileza de sentimiento.



   Al verla contempló

un rostro débil y maullido

   y con ello sentenció

 el silencio de su latido.



    Pasaron los días,

  las tardes y las noches

     y ella se hundía

 en llantos y reproches.



     Y en un ocaso,

ya sin fuerzas ni aliento,

   suspiró su nombre

 y acabó el sufrimiento.



 Cuando llegó el doctor

  yacía tiesa en el suelo,

  esperando a un amor

 indigno de ese cuerpo.
El buen médico conocía

     la causa de su muerte:

    buscó al canalla y le dijo

 lo que le aguardaría la suerte.



   “¿Acaso cree que importa

   el infortunio de esa joven?

      Olvídate del asunto

   y ponte a aliviar dolores.”



      Aquello le expresó,

      y juro por mi vida,

     aquel infame al doctor

  mientras una copa se servía.



  “Beba tranquilo, mi amigo,

que conozco muy bien mi oficio,

      y si algo he de sanar

    será ello vuestro vicio.”


       La verdad corría
     por las calles citadinas

    y pronto la indignación

 terminó por dejarle en ruinas.


      No hubo cortejos,
      ni lágrimas ni flores

 para aquel ser sin escrúpulos,

     sin alma y sin valores.
He llegado así
     al final de esta historia:

    ahora sabes, compañero,

que no hay injusticia con victoria.
XXXVIII
      Cuando miras al espejo

    y ves tu rostro demacrado,

que ofende incluso al reflejo mismo,

recuerdas que es hora de una pausa.



        ¿Qué hacer en ella?

     ¿Qué hacer en un instante

   en el que suspendes la mente

         y dejas al cuerpo

      postrado en una cama?



        Nada. Esa palabra,

       esa injuria a una vida

       que le gusta agraviar

     pero nunca ser agraviada,

        neutraliza al espíritu

     en su propio dinamismo,

         y hasta le permite

        darse el bello gusto

     de pertenecer al silencio.



        ¿Y por qué querría

       pertenecer al silencio?

       Porque a través de él

       vislumbra su reflejo.
XXXIX
 Me has abierto el pecho

   y la sangre que fluye

  me enseña tu reflejo.



     Gota a gota cae

   el anhelo de tenerte

 como un cofre sin llave.



Pero te encuentras perdida

      y jamás cazaré

   a un ave sin guarida.



  Vete, déjame solitario

  que si no veo tus ojos

  no desearé tus labios
XL
     No era lo que esperaba:

   quedarme con la boca seca

    y con un suspiro de amor

que se escapa por entre los dientes

como un silbido sordo a tus oídos.



      No levantas la mirada

   ni titubeas en despreciarme,

      mas tu sola presencia

   perfuma el aire que respiro.



     ¿Por qué te reprendería

     cuando sé de antemano

    que el deseo que provocas

       jamás será saciado?



       ¿Por qué me ignoras

   cuando sabes de antemano

    que lo nuestro es tan sólo

    una quimera del espíritu?



 Tal vez, no era lo que esperaba

      pero al llegar a la cama

   el sosiego penetra en mi ser

   al saber que, por lo menos,

  el corazón envió su mensaje.
XLI
           Tristeza de saber

        que nunca me miraste

         y que nunca lo harás

          como yo lo anhelo.

       Sentarse en el escritorio

      iluminado por el atardecer

    con un par de libros amarillos

        que incitan a cerrarlos.

            Y pienso en ti

     mientras la parafina se escapa

         por entre las formas

      de un hornito de cerámica.

           No, no es el cielo

       pero tampoco el infierno

       como para ir por la calle

tirando la poca dignidad que nos queda.

      Pero lo que más me duele

         es saber que de viejos

 lamentaremos no habernos cruzado

       y besarnos en la esquina.

         Quizá, cuando te vea,

   te guiñe un ojo o toque tu mano

         sólo para recordarte

      que me gustas demasiado.
Escritor uruguayo. Crítico, irónico,
de sentimiento profundo e
inconstante, anarcocomunista,
espiritualmente místico, polifacético,
comprometido con el progreso
humano y amante de la vida;
cualidades todas que –de una u otra
manera- se manifiestan a lo largo de
mi producción literaria. Influenciado
desde temprana edad por
Kropotkin, Proudhon y Marx en
política, el agustinianismo y el
taoísmo en el plano teológico, varios
pensadores a nivel filosófico (entre
los principales resalto a Heráclito,
Anaxágoras, Empédocles, Epicuro,
Séneca, Kant, Hegel, Nietzsche,
Heidegger, Sartre y Foucault), la
historia y la antropología de
distintas culturas (reflejadas
notoriamente en dos tragedias: Fesón
y Niall), y por el Arte en su
universalidad e interrelacionamiento
de sus expresiones; heredo así una
sabiduría cuya ubicuidad y
cosmopolitismo se evidencian en
cada verso o frase, fusionándose
con la inspiración y fluyendo por las
venas creativas. Confío en que este
puente (el cual ayudo a construir)
servirá para unirnos.


Tres gracias es la síntesis poética entre
la tesis idealista (la a priori
divinización del encanto, la belleza y
la alegría) y la antítesis realista (su a
posteriori contrastación vital),
buscando al mismo instante aunar la
tríada lectura-escritura-pensamiento.

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Tres Gracias

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  • 2. Derechos de Autor 2011 Queda permitida y alentada la reproducción de esta obra a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotocopias sin fines comerciales. Tiende una mano a quienes más lo necesitan, ése es el único precio de este libro.
  • 3. PRÓLOGO Quizá, debiese comenzar estas líneas con los versos alígeros de algún poema; situándonos en un firmamento que parece virgen en cada mirada...de angustia, de amor o de indiferencia. Allí, se descubren figuras en las nubes metafóricas, se silencia el ruido de lo prosaico y, lo que es más importante, se retorna a la naturaleza lumínica, aquella que desnuda y despliega la esencialidad y el devenir inevitable de las cosas. Mas, sin embargo, me cuestiono: ¿a cuál de esos cielos de palabras alzaría la pluma identificadoramente, cuando mi corazón palpita como el rayo o mi pecho es abatido por la minúscula lágrima? ¿Cómo decir “este atardecer es de Li Po” cuando Bécquer, Borges u Ovidio reclaman con justicia ese momento? La norma ordena seleccionar, y la selección se compara al canto del ruiseñor enjaulado: alejado del eco de los árboles, del silbido del viento o del coro sincronizado de las demás aves. Con el tiempo, la cárcel mata al pájaro y su música, y cuando los ojos vislumbran a ese capullo marchito en el fondo metálico, entonces la congoja golpea sin piedad al espíritu y la sensatez lo cubre con su manto. Y comprendemos que no hay nada más triste que una soledad cenicienta, acompañada por el innatural reposo de quien vive para volar. Así, mi alma aprendió a contemplar los versos en bandadas, en los bosques, en los desiertos, en los crepúsculos o en las noches, pero ya no más en jaulas. Por ello las evita, porque considera a la poesía como un paisaje anónimo donde todo lo existente se reconoce y unifica en él: la belleza poética es en su esencia panteísta, arriba libre y multiformemente a nosotros en el preciso momento en que sentimiento y pensamiento coinciden en el ser, igualándolo a sí mismo e integrándolo al cosmos, y luego desaparece dejándonos una satisfacción, una moraleja o una incógnita que perdura en la inefabilidad del recuerdo. Desconozco si autores tales como Pablo Neruda o Mario Benedetti (mis principales y estimadísimos maestros en el arte) concordarían con este ideal, pero poseo la absoluta certeza de que sus versos escaparon de cualquier tipo de prisión, trascendiendo el horizonte de lo definido y esfumándose plena y autónomamente en el éter literario. Tal vez esta sea la causa de que al leer a uno se me presente a la mente el otro, o de no poder distinguirlos cuando mi espíritu siente la elevación en su completitud. De todas
  • 4. formas, esos estados se interseccionan en una gracia mayor: la gloria de haber vencido a Cronos, de devolverle el manto a la sensatez y de sanar el pecho dolorido. En consecuencia, no es una gloria que tolere la perpetuación del asesinato, sino que nos redime de aquel convirtiéndonos, por un instante, en niños y ubicándonos en el valle pletórico de la poesía resucitada. Así, cuando regresemos a la infancia y seamos partícipes de ese juego espontáneo y vivo, no existirán más las rejas, el límite entre el permiso y la prohibición, el baúl de Pessoa, la disección erudita, las interpretaciones hegemónicas, la claridad cegadora y la lobreguez absoluta, la sabiduría privada o el prejuicio latente; sólo quedará nuestro desinterés inocente enlazado con la poesía...el ser igualado a sí mismo e integrado al cosmos, ars gratia artis in nobis. Ese es el mensaje que, desadvertidamente, se plasma a lo largo de mi obra escrita, como en Filotecnodemocracia, sátira filosófica que denuncia la tiranía de la razón en el hombre, escindiéndolo en post de una armonía ficticia, pero que debido a su exposición (adrede) solemne, recibió una exégesis ad pédem lítterae que acabó por ennegrecer y condenar la palidez de la delación (acepto el reproche por lapsus cálami); o en Niall, tragedia que con retórica, música y mitología crea una suerte de caleidoscopio cognoscente, incitándonos a moverlo para contemplar (y producir) imágenes singulares: en conclusión, participamos en una orbe donde se anula la dicotomía interior-exterior, donde el conocimiento –finalmente- es autoconocimiento. Esa es, en definitiva, la crítica y el rechazo a lo establecido, el pensamiento que, ab initio, radicaba con timidez en el numen, y que con los años fue creciendo -nutriéndose del estudio y del legado, siendo regado por la lluvia de la existencia (en ocasiones sosegada, en otras violenta)- hasta convertirse en el árbol más fecundo y cuyos frutos de amor, odio o soledad alimentan y se incorporan al espíritu mientras reproducen su descendencia. Presento así a un nuevo hijo, que hereda los ojos de mi péndola y la llama del panteísmo poético, y que por su naturaleza trina e indómita recibe tanto la bendición como el anatema de las Gracias. Leedlo con el ánimo que el arte exige.
  • 5. ...Hay flores cuyo perfume las distingue; he aquí mi jardín especial...
  • 7. Si pudiera Si pudiera pausar el tiempo para dar un beso insolente, la mitad quedaría en tus labios y la otra en la frente de mi madre. Si pudiera darle al mundo un prodigio sin lágrimas, sería la confianza que necesita para encender nuestra esperanza. Si pudiera escuchar la voz de los sauces y de los pinos, aprendería que el silencio es compañero de la paciencia. Si pudiera tender mi mano a todo aquel que se ha caído, ya no sentiría ese frío que se refugia en su palma. Si pudiera cantarle a la Luna mil y una serenatas, todas hablarían de ti así desconozcas mi nombre.
  • 8. Y si pudiera fumar la pobreza viajar a tu lado sin aviso cabecearle a la vida sus retos o guardar un amanecer en el bolsillo, no necesitaría del dinero de los sueños o de las cartas que desvelan. Sólo mirar el cielo nocturno y contar una a una las estrellas. Porque el amor que nutre a este horizonte de “pudiera” hace que sienta a lo lejos la cercanía de tu presencia.
  • 9. Amar con el espíritu Amar con el espíritu no es arrancar una pasión de las profundidades de tu cuerpo para que la mente sonría. Tampoco es ver en tus labios la fantasía de un beso o en el rubor de tus mejillas el roce de mi mano. Es esperarte en la vereda bajo la lluvia incesante con un ramo de rosas y la chaqueta mojada. Es mirar el amanecer y sentir tu piel en el aire aunque nunca sepa cómo serán tus caricias. Es ir hacia donde tú vas reír cuando tu ríes compartir un lugar en el banco en el que te sientas por las tardes.
  • 10. Porque en esta vida los abrazos queman y las palabras hieren si no amamos con el espíritu. Porque en esta vida quiero estar a tu lado así me muera de frío aguardándote en la plaza. Sólo te confieso, amor mío, que amarte con el espíritu es como encontrar tus ojos en cada flor que respiro. Y si algún día me faltas, cantaré al mar y a la noche que siempre sentiré en mi pecho la presencia de tu latido.
  • 11. Al que empieza de nuevo Hay quienes esperan a que la primavera se aleje para luego buscar aquel rayo dormido. Otros saborean el perfume del pino más añejo mientras la luz penetra por entre el bosque tupido. También están los aventureros que con espíritu linceo sueltan las riendas de su bajel y se lanzan sin aviso. Así que te digo: busca siempre lo bueno y aférrate a su calor aunque haya días grises. Escucha los consejos de quienes más te quieran y aprende de tu experiencia para iluminar tu mente. Y sobre todo, mi buen amigo, atrévete a desatar el nudo que ata tu barco al muelle porque la vida es un mar aguardándote a que la navegues.
  • 12. La playa Imagina una playa donde el mar acaricie dulcemente las corazonadas y el céfiro se pasee por entre los intersticios del alma. Imagina que un velero se pierda en el horizonte y que las gaviotas vuelen alrededor de nuestro amor. Que las olas jueguen con nuestros pies descalzos y la sonrisa del cielo se refleje en el agua pacífica. El tiempo viviría en cada latido insolente porque el reloj ya no marcaría las dos, las tres o las seis. A tu lado caminaré rodeando tu cintura con el calor de mi brazo y el regocijo de mi espíritu.
  • 13. Te seguiré hasta el infinito, acompañaré tu andar levantándote cada vez que caigas con un tropezón inoportuno. Y si las fuerzas te abandonan o la lejanía te deprime, cargaré tu peso en mi espalda y llegaremos juntos hasta el fin para contemplar el amanecer mientras nuestros labios se cruzan.
  • 14. Poema celta Deseo cabalgar hasta el alba para perder en el horizonte las lágrimas que dejaron las estrellas de la noche. Deseo dormir en el pecho del roble más alto para contemplar a lo lejos el sueño de tu silueta. Porque el bosque susurra tu nombre en su silencio; porque las aguas reflejan el azul de tus cabellos. Cabalgaré hasta el fin con el corcel de la promesa, buscaré tu alma entre las nubes pasajeras. Me guiarán tus ojos hacia la más oscura caverna donde acechan duendes donde tú me esperas. Y si logro sujetar esa mano tenue y helada, saldremos juntos al bosque y nos perderemos en el alba.
  • 15. Por ti Porque te quiero no dejaré que saltes hacia el abismo que creaste con el dolor de tu pecho. Seré el firme pilar donde posarás los lamentos y no temas si tu peso me hunde bajo el mar. Porque me has devuelto la sonrisa florida toma ahora la mía para vencer el tormento. Porque sin ti no soy nada, porque sin ti desfallezco de la tristeza que emana el más hermoso recuerdo. Y si aún rechazas el corazón que te ofrezco, persistirá mi alma -¡oh, ángel!- hasta verte en el Cielo.
  • 16. Proverbio natural La vida es un tesoro: contempla el vuelo sosegado de la mariposa traslúcida y no pretendas capturarla. Observa, sin prisa, sus alas y piensa si sus colores reflejan su corta existencia y su tamaño su hermosura. Ella vuela junto al viento, y a veces en su contra pero siempre encuentra refugio donde posar sus dudas. Las flores la aguardan: recompensan el esfuerzo de su búsqueda ardua a través de campos y montañas. Sé como la mariposa y cultivarás en tu alma la paz más excelsa y el goce más sincero. Vuela como ella y no habrá peligro; imita su actitud y llegarás a tu destino.
  • 17. Las tardes Hay tardes nostálgicas como también las hay grises o floridas cuando siento tus luceros silvestres iluminarme con ardor el pecho. Penetran en mi interior como el ave nívea en la tormenta y yo no sé no sé si sus alas hienden el aire. Y aunque vea su reflejo en la fuente más límpida, ella se pierde en las nubes con sus plumas de mar y viento. Pero cuando la lluvia arriba y me encojo en el saco, se posa tímida en el banco para que mi alma sonría. Luego se marcha, sin aviso y sigilosa, hacia el azul profundo de un océano de esperanzas. Por eso ruego siempre que no me falten tus luceros aunque esquiven me presencia aunque sea el fin de la tardes.
  • 18. A un amor lejano Sabes que me viste en la ausencia de mi alma en el triste pensamiento que consume las lágrimas. Y sin molestia me esquivaste como si fuera un enemigo o un nombre sin letras o una silla vacía. Pero aún te amo aunque quede en sueños la caricia de tu mano: así lo dicta el corazón. Pero aún te extraño cuando no veo tu luz aproximarse hacia la mesa: así lo anhela la esperanza. Por eso confieso: aunque hayas botado la confianza que te tenía todavía espero tu beso. Porque en el azul profundo del mar que navego siempre me roba una sonrisa la pureza de tu reflejo.
  • 19. Osadía Tengo hoy fuertes ganas de jugarlo todo y raptarte aunque sea por un instante de la prisión en la que vives. Quiero llevarte a mi lecho y saborear con la mirada la sensualidad de tu cuerpo y el regocijo en tu cara. Verte sin ataduras del reloj o del prejuicio; con la jovialidad latiendo, latiendo besos a tu capricho. Y aproximar mi mano a tu pecho desnudo, y acercar mi oído a tu espíritu mudo. Y abrir las ventanas para contemplar el cielo mientras acaricio suavemente la rebeldía de tus cabellos. No digas nada: duerme, mi amor, descansa a mi lado que cuando vengan los gendarmes no habrá nadie en este cuarto.
  • 20. A ti, mujer Nunca pienses que estás sola aunque haya un espacio vacío en tu cama por las noches o entre dos estrellas en el cielo. Que no se te escapen las palabras por la triste pureza de un caudal de lágrimas. No, que no se te escapen. Tampoco cuentes las horas en que lo recuerdas cada día: prométeme que comenzarás a recordar tu propia vida. Y si alguien te reprochara algún que otro vicio, cuida que provenga de quien te ama y si no tíralo al olvido. Porque no estás sola porque vales más que mil amigos por eso te digo a ti, mujer, gracias por acompañarnos en el camino.
  • 21. Viajar sin prisa Cuando viajas sin prisa no hay excusa para soñar que las estrellas tintinean cada vez que las miras. Para escribir un poema con un suspiro en la boca y con la brisa que se posa como lápiz en los dedos. Y ver tus cabellos como franjas en el cielo y desear tenerlos como hebras por el cuerpo. Por eso no escuchas las quejas del vecino o el ruido del tiempo cuando viajas sin prisa. Porque todo se pierde en la paz de la noche y porque el alma se envuelve con el pálpito noble.
  • 22. Poema a un anhelo vespertino Esta tarde deseo más que nunca tu mirada, abrir de una las persianas y recibir mi cielo. Estar contigo sin palabras acariciándote las mejillas mientras la lluvia sosegada humedece las valijas. Que tu piel busque la mía sin reserva o cortesía y en tu brazo apoyar esas ganas de llorar. Pero sé que en mi cama no hay lugar para promesas aunque vislumbre fantasmas que me vuelen la cabeza. ¡Mas cómo deseo esta tarde tus luceros! Para callar las fieras para doblar las rejas.
  • 23. Ruego Puedo entender que no me quieras o que valga menos que tu anillo pero te suplico no me robes las ganas de estar contigo. No desprendas arrogancia o me esquives la mirada porque ya sé que tus ojos son tesoros de otra alma. Sólo déjame contemplar tu presencia en el cielo, bien neta como la Luna bien lejos de mi deseo. Sólo déjame sentir tu calor por un momento que mi corazón desfallece, desfallece de frío austero. Y despreocúpate si sufro por no estar a tu lado que del llanto nace el goce de amar sin ser amado.
  • 24. Poema onírico Soñé anoche tu desnudez que viajaba por la esfera y sonreí al contemplar que eras feliz sin velo. Eras como el céfiro y me gustabas así porque pasaste por mi oído y refrescaste mi alma. De astro en astro escapabas de las luces necesarias para transitar las calles de aquí abajo. Y quise acompañarte, intenté cruzar el límite que separaba mi tristeza con las ansias de tenerte. Y quise que bajaras para abrazar tus plumas que no reciben el llanto y sanan el corazón.
  • 25. Pero sólo me diste una gracia inefable, un recuerdo que sentí con el más límpido latido. Por eso te busco en cada estrella del cielo para que me lleves contigo y me bendigas con un beso.
  • 26. Visita de un ángel En la gelidez del ocaso cuando los pasos se pierden en la lejanía del retorno, la plaza enseña su cuerpo. Un coro de sosiegos canta al lado de mi oído bajo la fontana poseída por el abrazo de la enredadera. Todo lo ínfimo se enaltece con el oro de las flores: las grietas del camino, los dedos de los árboles. Y es allí donde aparece donde cae de la noche el astro más fúlgido en medio del sendero. Belleza cegadora, te aproximas lentamente hacia mi presencia mundana con ganas desconocidas.
  • 27. No temo tu resplandor que desprende al aire mil y una centellas que se elevan como palomas. No temo tu mano que es suavidad pura ni tu rostro oculto por la diáfana luz. Sólo quiero que te quedes un rato más si es preciso, que no te marches ahora cuando más te necesito. Mas regresas, besando en un descuido mis labios sellados por el júbilo que causas. Sé que, tal vez, jamás volveré a verte pero el calor que me trajiste durará por siempre.
  • 28. ...Porque el pasado es la sombra del caminante: siempre está presente...
  • 29. Le Parlement de Londres, soleil couchant Claude Monet 1903
  • 30. I Hoy daré al cielo el beso más celeste para que viaje sin consuelo hacia el ocaso del muelle. Hoy daré a la flor la caricia más honda y una lágrima de amor que humedezca sus hojas. Porque hoy quiero pactar un abrazo con el mundo un “perdón” sin rencor y un sueño con futuro. Porque hoy quiero pensar que tu corazón me espera aún en el invierno aún en la primavera. Y aunque no escuches mi voz por el ruido del enojo siempre serás el sol que ilumine mi rostro.
  • 31. II Algún día entenderás que tomar el atajo muchas veces no acorta el camino. Algún día recordarás el llanto de un amigo que tal vez ya no esté para consolarlo. Algún día sentirás el dolor de tus faltas y quizá sufras por no poder remediarlas. Algún día llorarás por volver a oír la dulce voz de tu madre y golpearás tu pecho por haberla ignorado en su presencia. Tal vez, algún día, comprenderás que los amores, los sueños y las alegrías difícilmente se compran con muchos billetes y poco pelo.
  • 32. Y quizá lamentes no haberte pronunciado a tiempo y tener que depositar una rosa en una lápida. Pero todo eso, querido amigo, lo entenderás lo sentirás y lo llorarás precisamente algún día…
  • 33. III Como flores del ocaso que vil nostalgia descuelgan, sombra y llama tiene el alma cuando rueda por la mesa. Penumbra que no enmascara la cruda indiferencïa no titubea en robarme una lágrima sin fecha. Con la botella a un costado y la paz de compañera poco a poco gira el humo que penetra en la cabeza. La luz que ya no sïente el abrazo de la vela se confunde con la noche que ha perdido las estrellas. Como flores del ocaso mis recuerdos no despiertan, se guardan en un racimo que se ata a la püerta.
  • 34. IV Lloverá, sin duda que sí. Sobre las calles perdidas despertarán las memorias y cantarán los caídos. Donde nunca hubo rosas, sus pétalos nacerán y su perfume vendrá hacia el eclipse del alma. Los niños, que siempre callan por la gris indiferencia, verán un bando de gavias volar al ponto lejano. Donde el frío es el mismo y la miseria müerde, el diluvio nos regala un lazo de manos juntas. Lloverá, sin duda que sí. Sobre las casas de ayer y las del mañana incierto, sobre los rincones negros y los muros de papel: cada gota traerá un süeño que amanece.
  • 35. V Paz que besas y no sacias la cabeza enamorada, haz del viento un suspiro y del cielo una carta. Que la escriba el corazón sin prisas y sin razón y con tinta de olvido mezclada con amor. Y que la lleven palomas y las sigan mariposas hacia el balcón florido donde siempre te posas. Que veas en cada letra que mi alma aún te espera: tú siembras su camino aunque jamás te tenga.
  • 36. VI Aquí te espero: entre las nubes que escapan de las llamas del cielo o los nidos que cuelgan en los pinos muertos. En el ocaso que apaga la triste voz sin dueño que se la lleva el mar que resuena en lamento. Aquí te siento: en la arena de la playa o en la sombra de la gavia que descuelga tu recuerdo. Y el sol ilumina y seca y acaricia las lágrimas que viajan en veleros por el sosiego del alma. Y el sueño que brilla bien áureo en el agua trayendo fiel a la costa la lignaria desesperanza.
  • 37. VII Un ángel me mira allá, en lo alto. Sus alas sin nombre refugian los sueños. Sus ojos de niño se sienten con llanto, sus manos recogen y siembran camino. No viene a buscarme, pues teme la noche. No besa mi frente, la piel lo lastima. Un ángel me mira allá, en lo oscuro y cuando los pájaros anuncian diluvio.
  • 38. VIII Quiero prenderte en el pecho para sentir el latido como murmullo de pinos que se aman en silencio. Quiero guardar tu mirada en una nube celeste y mojar la flor silvestre con la pluvia limpia y clara. Y soñar con tu silueta danzar frágil por el aire, desnudándose en el baile con total delicadeza. Pero tu cuerpo se aleja en el tren de los suspiros, en el vagón de los dichos donde viajan moralejas. Solitario y sin aliento, te dibujo a mi costado con el lápiz del cigarro y los papeles del viento. Y con sonrisa en tu boca de felicidad presente: aunque no esté en tu mente, me alegra que no estés sola.
  • 39. IX Suave lienzo de quimeras, en ti pinté la esperanza de verla próxima a mis labios, con su mano en mi espalda. De un blanco sonriente vestida su alma noble y con el cabello suelto y con olor a flores. En la cenicienta lluvia acompañando mi congoja, sentada en el banco donde mi espíritu llora. Y secando las gotas que cielo y tierra guardan con la tierna caricia ladrona de palabras. Mas del alba vigilante se dispara la saeta: ella cruza a mi lado y su silencio me apena.
  • 40. Ver su rostro en el charco, en el más triste espejo y una lágrima que cae quitándome su reflejo. Y contemplarla sin voz mientras se aleja altiva apagando su luz, ignorando las heridas...
  • 41. X Se siente la vacuidad celeste: esta noche los párpados pesan y el simple humo que exhalo contiene al manantial bendito. Las nubes pasan indiferentes por el espacio que no ocupo: lo mismo valen mis versos que las blasfemias del hereje. La estrella de tus ojos, aquella que encandila en sueños, se indigna de mi alma que sólo la ve en silencio. Y que sufre con cada paso que retumba por la calle, que llora como un niño abandonado por su madre. Ya no ruego al cielo la luz de un comenta; más vale el calor y la llama fiel de la vereda.
  • 42. Cotidiano Aprender a quererse y depositar las ofensas en el tacho del olvido que está al lado del perdón. Aprender a sonreír y marchar sin miedo por la vereda florida cantándole al amor. Aprender a vivir y abrazar con ganas en la serenidad de la plaza a la persona indicada. Pero para aprender primero debes, mi buen amigo, prestarle tu oído a la voz que susurra. También debes tirar los nombres y las etiquetas y quedarte con la desnudez de un latido neto. Y si me olvido de algo, tú mismo me lo recordarás cuando en el calor del ocaso dos manos estén juntas.
  • 43. El citadino Cargo el peso de mi alma agobiada por la rutina de idas y venidas siempre con las manos vacuas. La canción que se repite y mi camisa manchada con la tinta del trabajo: ya no quiero la billetera. Solo, así me encuentro, en un lugar extraño donde los otros se putean gracias al regalo de Prometeo. Esta noche no hay Luna; no es que así lo desee, simplemente no está conmigo. Mas, por lo menos, conservo la cordura de sentarme en la ventana y buscarla sin prisa, de prender un pucho
  • 44. e intoxicarme la mente con luces sin faroles. Todavía disfruto, te confieso, ver bajar los pasajeros. ¿Hacia dónde irán? ¿Cuál será el destino de sus bondis? Algunos viajan cansados, durmiéndose en el trayecto, otros suben acompañados por amores temporales y no tanto. También hay madres y niños que poseen el privilegio del asiento. Pero hoy no estoy de humor como para ir hacia el carrito y comprarme el choripán: soñaré con la panza vacía. Al fin y al cabo, gozaré de la fianza que he pagado ya por un poco de paz.
  • 45. Canto a la vida Hay que animarse: a viajar sin boleto a romper el silencio a amar con fuerza. A dejar las dudas junto con los paraguas y despreocuparse si la lluvia arriba sin aviso. A quemar el ego con los leños de la estufa y gozar del calor compartido de un “nosotros”. Porque la vida es única y su canto la embellece como el vuelo del pájaro como el árbol que florece. Porque el viento no cesa y el fuego no daña si sientes que estoy contigo cuando el Norte desaparece. Por eso te digo mi amor, que hay que atreverse a abrir las ventanas y mirar el cielo sin reservas tomados de la mano.
  • 46. Iglesia de los Santos del Nuevo Milenio Se talaron los fresnos para elevar a los cielos, bien enfrente de la nariz de Dios, aquel santuario de lo superfluo. Sus fieles aguardaron ansiosamente ese momento, ofrendándole a Santo Consumo el crédito de sus tarjetas. El sermón de los precios bajos que da el cura “hasta agotar stock” genera en los creyentes esa experiencia religiosa. La fraternidad se manifiesta en un empujón con el carrito, en un golpe accidental y en un “perdón” por cortesía. Todos se confiesan al pasar por la registradora, expiando sus pecados con la misericordia de la boleta.
  • 47. Allí, donde antes hubo un parque, ahora es lugar de estacionamiento y los conductores juegan a insultar mejor a su vecino. Nadie extraña la arboleada salvo los niños y la vieja Mary quienes disfrutaban las tardes merendando en el suelo desnudo. Y sí, no es de esperar la tardanza redentora: cuando el Mesías nos envíe una nueva panacea al mercado.
  • 48. Apartamento Hastío de pobreza y de bolsas puras que se elevan hacia las cenizas de nuestro firmamento triste. Esas cúspides descoloridas que miran de reojo al visitante ahora guardan su arrogancia en los pasadizos de lo invisible. Allí, donde el hombre recorre su caverna mecánica su techo opaco y sollozo, se encuentra la magnanimidad con la sensibilidad expoliada. Las voces de los niños se pierden lejos, muy lejos por los pasillos largos o los rincones sin dueño. Sólo se escucha el silbido del sereno por las noches como si todo lo demás se apartase de su camino.
  • 49. Así vivimos, así soñamos quienes deseamos únicamente que la luz del callejón no distorsione la belleza de una reflexión nocturna.
  • 50. Hado Hoy es una de esas noches en las que me gustaría escuchar la voz de alguien a mi lado. Trabajé toda la semana, dediqué la vigilia al Señor Billete, y este sábado quería destronar la agonía sobria. ¿Y cómo terminé? Mascando un filete de carne fría, fumando el mismo tabaco que relampaguea en la soledad. Todos se han ido y me han dejado ese eco de un “puedes contar conmigo”. Pero la música, la música que calla y que adormece la insania pronto también se marchará cuando la melancolía febril golpee dos veces la puerta.
  • 51. Y tú, con tus ojos azules y la cara resplandeciente, creaste el sublime prodigio que arrebató el cetro del mismo Dios en mi corazón; y coronaste -¡coronaste, maldita sea!- la tímida esperanza de tenerte con tu límpida intención espinada. Hoy es una de esas noches en las que el frío no hiere y la lobreguez no espanta porque el espíritu ha perdido el fuego de su alma.
  • 52. A solas Puedo sostener en mi espíritu estos versos calcinados, mordidos por la miseria sin ser yo un miserable. Resulta rara la luz que se apaga al paso que marchita al caminante en la lobreguez y la gelidez y su calle. No hubo invitación para el festín de medianoche. Así que me re-encuentro ante el absurdo de siempre: aquel inoportuno que se jacta de la razón sensible que le da al mendigo una propina de paciencia. Me encuentro en el borde en el infausto peldaño, diría, entre el ser pensado y el ser real que examina hasta el infinito la precariedad de nuestra compañía.
  • 53. Resulta raro también que cuando las manos se enfrían el cuerpo pierda su calor. Resultan raras las sirenas y las sombras y los espejos. No sé por qué. Hablaré con ese extraño que busca sobras en la basura porque confío en que tal vez la mugre no la tenga en el pecho.
  • 54. Día de M Hace dos semanas y tres días arribó el otoño sin aviso, infiltrándose por el cerrojo de la indiferencia metálica. La caldera silba y la brisa cenicienta, abriendo la ventanilla, juega con el vapor uniforme. En el armario se pasean insectos de toda especie: no los culpo por habitar la podredumbre que no es mía. Extiendo el brazo hacia el fondo nigérrimo para sacar el azúcar que está al lado del opio. Con la misma expresión que llevo al trabajo o tal vez a un velorio preparo ese café barato.
  • 55. Me siento en el banco, tambaleante por el uso, y contemplo el panorama de montañas inertes. No hay mensajes ni llamadas perdidas; sólo la triste realidad de un mundo sin humanos. Me queda ir a la plazoleta, conversar con algún extranjero y matar así la mañana de un sábado de rutina.
  • 56. Vacuidad Con el alma desnuda, con el pantalón mojado por la causalidad contingente de un conductor apurado. Quiero, sin rodeo alguno, proferir el soliloquio que acaricia la cabellera del humo que exhalo. Las sillas, ellas que soportan la carga de mi cuerpo, no se encuentran en la sala: sufren penas más pesadas. ¿Por qué han huido? ¿Quién las ha raptado? Silencio. No habrá clemencia, esta vez no la habrá. El frío del suelo recibe ahora mi piel gélida aún sin heridas pero muerta.
  • 57. Ni la rigente colchoneta ni la almohada con olor existen en el vacío que consume mi espíritu. Mas el canto pluvial, santo padre de los infelices, acoge en el oído la penumbra del entendimiento; que no es razón o sentimiento servil pero que arranca sutilmente una grata sonrisa.
  • 58. Pájaro celeste El ave que vuela no baja sus alas: continuidad y energía desprende en el aire que de él se apoderan. Extiende sus miembros, relaja sus músculos …y salta, salta hacia el vacío mas no cae porque la confianza la eleva. Y se pierde en el azul, en el abrazo de dos nubes. El Sol impregna sus plumas con el dorado de su cuerpo; la ráfaga juega con ella y no la frena como crees. Allí arriba no hay ángeles ni quimeras imposibles, sólo el espacio cerúleo esperándote esperándonos a que demos juntos el salto.
  • 59. Soneto de amor Irán los caballos por mares rojos trayendo las cartas de amores fúlgidos al mago que guarda en su añejo oráculo la llave del tigre, del búho y del zorro. Al canto del cisne con plumas áureas, oirás las promesas que al viento dice la voz que calló al contemplar tus ojos cerrando los labios por miedo huérfano. Si ves que el león descïende manso o vuela más bajo el halcón de rosas, agarra mi mano sin duda o espina y salta hacia el lago que limpia nombres y besa mi pecho sudado y tieso y canta tu júbilo al mundo entero.
  • 60. Despedida Fuiste el rayo matutino entre nubes pasajeras que sin permiso alguno alumbró mi esfera. Como los dedos sutiles del céfiro con las hojas, tú alejaste la pluvia y acariciaste mi rosa. Y las campanas sonaban cuando pasabas sonriente y los grilletes lloraban cuando te veían rigente. Mas yo te necesité para contemplar el mundo porque fuiste mi rayo porque mi amor fue profundo.
  • 61. Pa’ la guitarra De gurisa la recuerdo con la piel bien dorada, a su madre acompañando con prisa hacia la cañada. Ya de muchacha la quise como señora de mi casa y veía sus ojos grises en el reflejo de mi asada. Fui a su rancho una noche y dejé la vida en una carta mal escrita por el hombre que no es dueño de palabras. Su padre se la robó y como fiera enceguecida me dijo con fuerte voz que estaba comprometida. ¡Qué tajo al corazón! ¡Cuánto te amé, gurisa linda! Lloré en silencio mi amor pa’ no espantar su alegría. Y si alguien dijese que llorar es cobardía, sepa bien el jinete: al amor, montarlo con valía.
  • 62. FRAGMENTOS El brillo de un astro: insignificante profundo lejano como mi amor. *** Me duele pensar que me miras a lo lejos y sentir un “quizá” tal pluvia de invierno. Temo darte la mano y recibir un corte y el solitario llanto nacer de tu golpe. *** Vete, sabes que mi alma no ató ninguna soga y que no te seguirá cuando el horizonte te reciba. Vete, déjame en el vacío y con el pucho en el banco que intentaré recuperar el calor que te he dado.
  • 63. *** No sé qué decirle al cielo que cada segundo pregunta por ti, por tus luceros hermosos que pasan y se prenden al pecho. No sé qué decirle al mar que cada ola que viene me recuerda tus manos...
  • 64. ...Cuando los navíos arribaron a aguas más hondas, el almirante empezó a contar mitos...
  • 65. The Fisherman and the Siren Frederic Leighton 1856-1858
  • 66. I La tenue voz del viento que penetra en el ómnibus por la ventanilla semiabierta apacigua las tormentas de una intensa jornada. Esa luz azulada que tintinea en el techo, que hiere intencionalmente la mirada pronto desaparece cuando rotamos la cabeza y observamos la noche estrellada. No hay sueño sino descanso, no hay cólera ni sosiego sino una insípida indiferencia que limpia el saco nuevo con olor a fatiga. Y en eso, al sacar la llave, das dos o tres vueltas a un cerrojo opaco y áspero, y entras célere a tu casa, tiras el maletín al sillón, prendes la radio y escuchas la canción del momento que, quizá, no te agrada pero que, al final, terminas cantándola en la ducha.
  • 67. II Bajo la mirada del reloj ya nada es lo mismo: sacar unas grapas del armario, ordenar unos papeles en la mesa, prender las máquinas silbadoras. Todo gira alrededor de un sobre que encierra la fría realidad de vivir por unos pocos billetes. Y en esa pausa espontánea miras tus manos oscurecidas por la tinta que ahora mancha el piso, y simplemente te preguntas “¿qué estoy haciendo aquí?”, cuyo eco insondable traspasa la penumbra de una nostalgia impía. Llegas a tu casa, con la promesa de un día mejor, y encuentras vacía la nevera porque el cansancio y el olvido se han alimentado de tu memoria.
  • 68. Pero lo más triste, quizá, sea cruzarte con un amor que te da vuelta la cara cuando ni alcanzas a saludarle. Amigo mío: quiero que sepas, y de corazón te lo digo, que aunque la realidad sea esto, tan ajena a nuestros sueños, lo que nunca podrá robarte será la tenue sonrisa de que aún estamos vivos.
  • 69. III Así nos encontramos: nosotros, los imbéciles, los ilusos de siempre; quienes depositamos en el otro la promesa de un porvenir porque lo queremos porque lo anhelamos ...porque soñamos despiertos. Y a cambio de ello ¿qué resultado grato recibimos? ¿El bofetón de la caída? ¿El prejuicio anonadante? Pérdidas: eso recibimos, de la fe filántropa del amor sin impurezas. Dejamos un puñado de nuestra corta vida para luego comprender que semejante obsequio es de lo más indigno para quien no lo merece.
  • 70. IV Por un instante insólito detuve los engranajes y apoyé la espalda en el tronco de un fresno. Con el firmamento estrellado encendí un acompañante y la nube que exhalaba se la llevaba el viento. No logré meditar, concentrarme en ideas, ni me importó mucho ello. Sólo quería sentir -como cualquier hombre- que aún latía en mi interior esas ganas de vivir.
  • 71. V Dejaré encendida la luz y el retrato sobre la mesa. Esta vez, no sonará la alarma porque no tiene sentido buscar lo pequeño cuando pierdes lo grande. Rastrearé tus huellas pero no tus pasos. Sabrás que, sin ti, la vida aún continúa; mas también, sin ti, no hubiese aprendido nada. Y si por esas casualidades te esquivo la mirada cuando vas hacia el parque o cruzas por mi casa, sólo tú escucharás la sonata de Chopin que tocaré en el balcón antes del alba.
  • 72. VI Maleta en mano y rostro fruncido: no hay espacio para un guiño o tal vez para una sonrisa; tampoco lo hay para un suspiro pero sí para varias quejas. La vida se le pasa y hasta el último cabello de su incipiente calva está teñido con la amargura de la rutina monótona que lo despierta mientras camina. Duerme en el hotel que se encuentra continuo al bar de la esquina donde extingue penas y, si tiene suerte, goza de sexo pago. Quizá, algún día, se detenga en el mercado, pierda conscientemente el ómnibus y se siente en la vereda con el único propósito de ver sus pies descalzos.
  • 73. VII Ayer te vi bajo el diluvio irruptor; el pecho te golpeaba, yo lo sentía, el cabello te tiraba, yo le di una caricia. Al lado de la fontana, me senté cerca de ti junto a ese espíritu abatido, no sé si ahora lo recuerdas. Miraste sólo, perdido, a los peces áureos que jugueteaban en el agua y uno de ellos se detuvo, por un instante, a observar tus lágrimas tan cristalinas, tan perturbadas. No sé si lo recuerdas pero te tendí una mano para que pudieras, ¡oh, amor mío!, levantarte del piso donde yacías desconsolado.
  • 74. VIII Simplemente, eso busco: reclinar la silla, extender las rígidas piernas y perderme con un pucho. Perderme en meditaciones que anonaden ese tic-tac; en sentimientos anónimos paridos por una quimera. Soy rey sin reino y músico sin instrumento. ¿Poseo tu límpido ser? Con tristeza digo: me lo robó el nombre. ¿Poseo acaso tu voz? Sólo sus gritos. Pero igual me reflejo, te erijo un altar en la siempre pía fantasía humana. Y con el humo gris me complazco en dibujar en el éter tu figura, besándola, excitándome cada vez que toca mi frente sudada.
  • 75. IX Sólo esto me faltaba: recibir el escupitajo del ser que deseo, que deseo con grito débil y lágrimas de silencio justo delante de mi astro, de los ojos que lo contemplaron y de los labios que susurraron tenuemente su nombre tres veces por las noches. Todo el sentimiento depositado en sobres fulgentes fueron, como tú bien dices, quemados por el dolor y el desgarro causado por la risa burlona, macabra, de tu insania emocional. ¿Y ahora pretendes, cruel e imbécil proto-hombre, que te salude amablemente, que te enseñe una sonrisa para tapar la culpa que te acecha al verme?
  • 76. Sostén la mirada como sostuviste el puñal y ya que cobardía te sobra, mejor aléjate de mi lado que no quiero respirar la inmundicia que exhalas.
  • 77. X Esperas sentado, acostado o parado. Ya no te quedan posiciones; tampoco expectativas: sabes que no vendrá. ¿Por qué mantener entonces la antorcha esperanzadora? ¿Por qué aguardar la llegada de milagros? ¿Por qué sosegarnos con falsas ilusiones creadas por la panacea de la imaginación humana? No me confundas, no te equivoques: si aún crees en los prodigios, empieza por bajarlos a tierra.
  • 78. XI Te escribo a ti, que tendrás sobre la mesa el periódico de ayer junto al vaso vacío que te olvidaste de limpiar. A ti, que desconoces el calor y no el de la fogata o el de una volátil compañía que enciende tu cama por las noches, sino el de un abrazo, el de un apretón de manos e incluso el de un beso que haya refugiado la creencia en el regazo de la sinceridad. Sé que resulta difícil sacar la podredumbre de hoy para tener la vereda pura el día de mañana; sé también que te cuesta madrugar y soportar ese monótono silbido de la caldera oxidada. ¿Y para qué? ¿Para qué levantarte si puedes continuar durmiendo?
  • 79. Amigo: al igual que tú, me encantaría continuar durmiendo pero en algún momento se hace necesario el despertar...
  • 80. XII Por esas cosas cotidianas me volví misántropo: deseaba compañía y vagaba en la tristeza de una plaza cuasi florida para terminar sentándome en aquel banco oxidado en donde los ilusos y crueles estampan sus mensajes con el color pacífico. ¿Qué mundo nos dejan los amigos utopistas? ¿Dónde estará su lugar, nuestro lugar, sino en la esperanza de un apretón de manos a un completo desconocido? Se acabaron, sí, se acabaron. Por más bellas que fuesen, siempre terminan por herirte el pecho cuando intentas cumplirlas y comprendes que la idiotez humana supera incluso la infinitud del universo.
  • 81. XIII Si estás de acuerdo, quisiera llevarte, ángel mío, a la ínsula lejana donde moran los suspiros. En aquel sitio anónimo habitan los enamorados que temen susurrarles caricias a sus amados. Ellos sueñan y gimen su sentimiento impío pues saben que sus lamentos son rutas sin destino. A la noche descansan fantaseando lo imposible y al amanecer recogen las semillas de lo invisible. En aquel sitio, ángel mío, espero nunca encontrarte mas todavía espero, espero donde me dejaste.
  • 82. XIV No te mueras, mi cielo, no te vayas, te pido. Daría –y lo sabes- parte de mi vida para compartir contigo aquellos momentos que aún no has sentido. Los años serán vacíos si tú no estás ya para darles contenido; los ojos no verán la profundidad de la noche porque las estrellas que movías se habrán ido de la orbe. No te mueras, mi cielo, quédate conmigo con el beso de la mirada y tu cabeza apoyada en mi brazo extendido.
  • 83. XV De los amigos, unos van y otros vienen; unos te prestan su compañía en los momentos difíciles aunque no tengan tiempo ni para ellos mismos. Otros te escuchan con el entero propósito de compartir una risa: su presencia es como una rosa eclosionada, y cuando ésta se marchita ya no habrá espectadores. Mas existen otros que permanecen fieles a la flor aunque ya no brille aunque ya no perfume, porque aún ven en ella el valor de su ser. Y son ellos quienes, con corazón jardinero, cuidan y amparan el tallo porque quieren, después, contemplar sonrientes el fruto de su trabajo: he ahí la verdadera amistad.
  • 84. XVI Las gotas escurridizas danzan en la pista negra de mi indómito paraguas al compás del viento. Fueron ellas, las calles, quienes sigilosamente tiñeron con cenizas la pupila de mi espíritu. Mas la bendición, la anhelada frescura pluvial besóme la frente al contemplar el firmamento. Entonces comprendí la inútil vergüenza que me impedía sentarme en un mojón humedecido y escuchar, sin prisa, el sonido de lo ínfimo.
  • 85. XVII Te has marchado como las volátiles semillas de un diente de león recién cortado. Amé tu sencillez más aún que tu belleza y con nostalgia diré que en mi alma quedó tu flecha. ¡Oh, hábil saetero, retírate de mi mente! Escucha este ruego y golpéame la frente. Y si sangra, pega aún más fuerte que anhelo terminar con esta causa de muerte.
  • 86. XVIII Ya no me importa el venidero apocalipsis. Ya no resisto la carga mortificante de azotar la vida a costas de un miserable trozo de papel; que refleja un número, una estima o la más imbécil distinción que reverencian los ignorantes: aquellas abreviaturas anteriores al nombre que imponen la valla separadora, que subdividen al hombre en varias especies. ¿Para qué todo esto? ¿Cuál será el fin de esa fantasía misántropa? “Ser alguien” en el Cosmos, en un espacio que le importa poco o nada -al igual que el Tiempo- lo que unos arrogantes hagan con su ínfima existencia.
  • 87. XIX Que llegue el mañana para así dejar el hoy; que llegue, que llegue como la lluvia beata teñida por el Sol. Ansío ver mi rostro sobre un ínfimo charco, pisar también el barro y purificar mis ojos. Pero también quisiera tenerte a mi lado, como una pareja tomados de la mano. Algún día, tal vez, responderás a mi llamado y ya sin miedo estaré y la ráfaga habrá cesado.
  • 88. XX Aquí se encuentran los borradores del espíritu: en la rotura perfecta del cristal de una ventana, en los papeles botados al cesto del escritorio …en el recuerdo silencioso de un suspiro exiliado. ¿Sientes la brisa, o quizá el frío que acompaña a tu ser cuando vagas por la necrópolis visitando lápidas anónimas? Sostén el bolígrafo, arranca una hoja y escribe tu nombre tres, cuatro, diez veces si es preciso; no vaya a sucederte que te olvides de quien no eres.
  • 89. XXI La mirada se le caía. Con el opaco maletín semiabierto y roto, con su aspecto desaliñado se dirigió a la iglesia. Contempló la cruz y después de un rato marchó taciturno hacia aquel santuario. Abrió las puertas y cayó rendido a los pies de un banco. Allí, lloró y gimió: la lóbrega madera no aceptaba sus lágrimas que caían sin consuelo a la frialdad del piso. Los fieles no lo veían, el párroco no lo veía …ni Dios tampoco lo hacía. Sólo, así estaba, sólo con una carga que los santos ignorantes se negaban a contemplar.
  • 90. Al caer la noche el monaguillo silencioso tapó con su capa aquel cuerpo inerte que yacía en la alfombra al lado del maletín
  • 91. XXII Si vas a reprocharme la vista cansada o el andar sonámbulo por las veredas frías, mejor guarda tus quejas porque no estoy de humor como para recibirlas. Si pretendes golpearme por contemplar despierto tus luceros silvestres, por dar un beso onírico a tus ruborizadas mejillas, hazlo, si eso es lo que quieres, hazlo con todas tus fuerzas que en mi bella quimera tus rudas manos sólo me ofrecen caricias. Y no preguntes por qué fantaseo contigo ni por qué me cautiva tu mirada profunda; digamos que, tal vez, fuimos amigos, amantes o simplemente conocidos en otro tiempo en otro lugar …en otra vida.
  • 92. XXIII Hoy naufragué en el mar de tu mirada, en la claridad de tus ojos que me alejaron de la costa para adentrarme en la esperanza. Hoy sentí el pulso de rodillas a tu voz suave y seductora, sempiterna en el recuerdo y fugaz en ese instante. No sé -repito-, no sé por qué me cautivaste o si yo lo hice primero, mas viejas heridas golpean mi mente con la infausta verdad de quien despierta de amor también causa sufrimiento. Así que, amado mío, si buscas utilidad y te refugias en el corazón, no te olvides que el destino te devolverá el mismo mal.
  • 93. XXIV Quedan los recuerdos de los días grises, de las huellas en el suelo, de las tardes tristes. De los días grises conservo la belleza de aquellos niños felices jugando en la plazoleta. De los rastros en el piso guardo la mancha en el zapato de cuando fui atrevido y crucé por el barro. Y de las tardes tristes me quedan los borradores de miradas y esquives …de promesas y amores.
  • 94. XXV Mis padres me enseñaron a soñar sin riquezas, a apagar la radio cuando cantan las aves. También me enseñaron el gozo de la sencillez: tirarte en el piso y mirar las nubes aunque el dinero castigue o el tiempo se escape. Porque en la vejez no recordarás, así lo creo, cuánto gastaste en una prenda o qué hiciste a las dos de la tarde en la oficina de trabajo; sólo alojarás en la memoria pequeños y escasos momentos en los que reíste, amaste y lloraste; únicos y valiosos instantes que valen la pena recordar. Todo eso, mi amigo, me lo enseñaron mis padres.
  • 95. XXVI Esperas ansioso, casi consternado, esa noche sabática que, de seguro, redimirá al cuerpo de aquella fatiga tirana. Esperas, esperas bostezando, mordiéndote los dientes o con sonrisas aparentes. Nadie conoce tu pesar mas todos son la panacea, nadie quiere perderte mas todos se esfuerzan en alejarse. Y cuando son las doce (tal vez las doce y cuarto), te encuentras sentado en la ventana, viendo pasar las sombras de los transeúntes, y sólo te preguntas: “¿quién es el déspota?” como si toda nuestra existencia se transformara en su soplo, en una pluma o simplemente en lluvia.
  • 96. XXVII Sembraste en mí la ilusión y tú lo sabes. Esperé pacientemente tu pecho ¿y qué recibí? Insípidos mensajes que lo único que contienen son las cenizas devotas de la ruina posmoderna. Me resulta extraño, lo confieso, que escasas letras en negrita separen y unan a la vez como si viviésemos aquí y allá, mitad libres y mitad esclavos. Sólo espero el cambio así esté consternado a causa de tus ojos que me miran y me esquivan; sólo lo espero para luego decirte lo que tú has perdido.
  • 97. XXVIII Quemando paja, así marchamos; dejando atrás la huella de lo posible para después intoxicarnos con las cenizas de la memoria. La brisa las trae y las aleja, esquivando astutamente el roce verídico con la mente que anhela. ¿Dónde te encuentras sino es en mi sueño? ¿Qué rayos abrazo si es y no es tu pecho? ¡Cuánto quisiera, ángel mío, depositar el néctar divo para que descendieras a mis brazos! Mas ya es tarde, me temo, para convertir en pradera ese ceniciento residuo.
  • 98. XXIX Me encuentro aquí sin prisa alguna y con calma indeseada. Todo mi ser se re-encuentra consigo; quizá sea por eso que el noventa por ciento de las personas rehúyen, de hecho, al espejo intimista. Y hay quienes, incluso, encienden la televisión, la computadora o esperan ansiosos el ring del teléfono. ¿Y sabes por qué? Porque temen, al igual que tú y yo, que el hastío presente encienda su consciencia. Mas tarde o temprano la noche arribará -aunque, lamento decirlo, estemos demasiado ocupados
  • 99. para recibirla- y entonces comprenderemos que todo ese ocio fue el escape a una batalla donde la victoria nunca se presentó.
  • 100. XXX Sin duda alguna la más triste vergüenza está en maquillar, en el acto mismo, ese egoísmo tirano con las tintas caritativas. Pasas al lado de una ronda de amigos, cabizbajo y meditabundo, e imperativamente te preguntan: “¿qué te sucede?” A lo que tú respondes, esperando siempre ilusoria empatía, “nada, estoy medio cansado”. ¿Y qué recibes? ¿Qué recibes, pregunto, de tales amigos sino la evasión de tu pesar para ellos continuar plácidos? ¿Quién dará el hombro a quien se lo prestó a todos, felices y desgraciados, sociables y solitarios? Sólo él mismo posa su débil cabeza en aquel regazo que, como Dios, abarca el sufrimiento ajeno.
  • 101. XXXI Entre la palidez del billete, entre aquello que separa lo tuyo de lo mío, hiende la mirada del extraño a un hombre que, en sí, no sabe por qué está vestido. Cuando la Luna enseña su desnudez vanidosa -ladrona de ojos, sempiterna tentadora- la licantropía nace, se eleva hacia el altar que le hemos erigido: ya no somos nosotros sino ellos, extraños a los demás, fieras sin pastor. ¿Y qué podemos hacer sino aullar a la Dama y morder con furia la carne tierna del cordero? ¿Y por qué rayos lamentamos practicar el canibalismo si hemos extinguido la candidez que había?
  • 102. Bestias, eso somos, intentando limpiar la sangre de nuestras garras, de nuestra consciencia, con la lana neta de las víctimas olvidadas.
  • 103. XXXII Quiero colgar en el armario, detrás de la chaqueta azul pero delante de la camisa añeja, aquel saco ceniciento que estuvo frente a tu pecho y que acariciaste con tus labios, con tu perfume, la noche del nacimiento. Lloraste, recuerdo, mas también reíste y dudaste. ¿De qué y por qué? Vaya, eso ni tú ni yo lo sabremos Nos imaginé desnudos y, a veces, vestidos pero no con trajes o joyas, o con la piel al descubierto, sino contemplando juntos la desnudez del otro en lo más profundo de nuestras miradas.
  • 104. Tal vez sueñe despierto: mi cielo, no me culpes por ello; antes bien hazlo si sientes que lastimo al corazón que tanto amo.
  • 105. XXXIII Quisiera saborear tus ojos en la lejanía del presente donde el reloj no marcara la diez y no tuviera que esperarte en la palidez de la mesa. Quisiera besar tus labios y apretarte el pecho en la eternidad de un abrazo que no fuese fantasía. Tantas cosas quisiera, tantos sueños cumpliría si aunque sea me dieses una señal, una palabra, un suspiro que refugiara mi anhelo errante de saber que te intereso. Pero la confesión de tu mirada, la penosa confesión de tu mirada, ya pronunció sentencia al negarme la entrada al bosque en que moras.
  • 106. Queda, como un residuo esperanzador, aguardar paciente el día en que el destino nos encuentre cruzando de frente la calle y saludarnos sin temor mientras cambia la luz del semáforo.
  • 107. XXXIV Te deseo, aunque detestes pronunciar mi nombre, que seas feliz así tengas para cenar una porción fría de arroz. Que tengas un amigo que no le moleste si estás triste o ríes demasiado sino que escrute en tu alma para ver si, quizá, deba reírse o llorar contigo. Que no caigas en la desdicha de esperar una promesa rota y en la inmensa estupidez de perpetuar esa costumbre. Que ames sin miedo, que encuentres compañía, que no cedas a la adversidad, que la riqueza no te domine, todo eso te deseo aunque me odies aunque me quieras y que, sobre todo, logres aguardar el alba con una sonrisa en el rostro.
  • 108. XXXV ¿Cómo haré para verte sin ruborizar las mejillas ni humedecer mis ojos? ¿Cómo haré para decirte que daría mi alma con tal de salvar la tuya? Pero tú no entiendes, sólo me amas si te sirvo mientras yo, el iluso, caigo en ese juego con el único propósito de robarte una sonrisa cuando estás a mi lado, …aunque siempre termine perdiendo. No quiero que sufras, más llegará el día -y tú lo sabes- en que padecerás de amor y comprenderás entonces que en esos asuntos conviene ser buen amo para después no vivir como el peor de los esclavos.
  • 109. XXXVI Antes de dejar abierta la puerta de la esperanza, revisa tu bolsillo para confirmar la certeza de que tienes la llave para cuando haya que cerrarla. Ahórrate los perdones si te moviera la consciencia: ya es tarde para sanar al espíritu con ofrendas. Ya es tarde también para zarpar juntos al océano, al mar, a donde sea que nuestros corazones se dejasen llevar, como potros sin riendas, por la pasión airosa. Alguna tarde, cuando estés sentado en la cama contemplando la vejez, comprenderás sin rodeos que ya es tarde para tomar el tren y empezar de nuevo…
  • 110. XXXVII Contaré esta historia con penas en la mano; lo que hizo una joven dominada por el Tirano. Él, ciego de origen, cautivó a la doncella con voz suave y apacible, con frases floridas y bellas. Necesitó de sus ojos como ella de sus encantos, mas detrás de esa dulzura se escondía el engaño. La infausta mujer, humilde y andrajosa, sólo confío a él su más preciada rosa. Todo era un cielo cuando estaba a su lado. Después de cierto tiempo, …pasó a estar en un costado.
  • 111. Recuperó su amado, gracias al progreso, la vista que no tenía y la vileza de sentimiento. Al verla contempló un rostro débil y maullido y con ello sentenció el silencio de su latido. Pasaron los días, las tardes y las noches y ella se hundía en llantos y reproches. Y en un ocaso, ya sin fuerzas ni aliento, suspiró su nombre y acabó el sufrimiento. Cuando llegó el doctor yacía tiesa en el suelo, esperando a un amor indigno de ese cuerpo.
  • 112. El buen médico conocía la causa de su muerte: buscó al canalla y le dijo lo que le aguardaría la suerte. “¿Acaso cree que importa el infortunio de esa joven? Olvídate del asunto y ponte a aliviar dolores.” Aquello le expresó, y juro por mi vida, aquel infame al doctor mientras una copa se servía. “Beba tranquilo, mi amigo, que conozco muy bien mi oficio, y si algo he de sanar será ello vuestro vicio.” La verdad corría por las calles citadinas y pronto la indignación terminó por dejarle en ruinas. No hubo cortejos, ni lágrimas ni flores para aquel ser sin escrúpulos, sin alma y sin valores.
  • 113. He llegado así al final de esta historia: ahora sabes, compañero, que no hay injusticia con victoria.
  • 114. XXXVIII Cuando miras al espejo y ves tu rostro demacrado, que ofende incluso al reflejo mismo, recuerdas que es hora de una pausa. ¿Qué hacer en ella? ¿Qué hacer en un instante en el que suspendes la mente y dejas al cuerpo postrado en una cama? Nada. Esa palabra, esa injuria a una vida que le gusta agraviar pero nunca ser agraviada, neutraliza al espíritu en su propio dinamismo, y hasta le permite darse el bello gusto de pertenecer al silencio. ¿Y por qué querría pertenecer al silencio? Porque a través de él vislumbra su reflejo.
  • 115. XXXIX Me has abierto el pecho y la sangre que fluye me enseña tu reflejo. Gota a gota cae el anhelo de tenerte como un cofre sin llave. Pero te encuentras perdida y jamás cazaré a un ave sin guarida. Vete, déjame solitario que si no veo tus ojos no desearé tus labios
  • 116. XL No era lo que esperaba: quedarme con la boca seca y con un suspiro de amor que se escapa por entre los dientes como un silbido sordo a tus oídos. No levantas la mirada ni titubeas en despreciarme, mas tu sola presencia perfuma el aire que respiro. ¿Por qué te reprendería cuando sé de antemano que el deseo que provocas jamás será saciado? ¿Por qué me ignoras cuando sabes de antemano que lo nuestro es tan sólo una quimera del espíritu? Tal vez, no era lo que esperaba pero al llegar a la cama el sosiego penetra en mi ser al saber que, por lo menos, el corazón envió su mensaje.
  • 117. XLI Tristeza de saber que nunca me miraste y que nunca lo harás como yo lo anhelo. Sentarse en el escritorio iluminado por el atardecer con un par de libros amarillos que incitan a cerrarlos. Y pienso en ti mientras la parafina se escapa por entre las formas de un hornito de cerámica. No, no es el cielo pero tampoco el infierno como para ir por la calle tirando la poca dignidad que nos queda. Pero lo que más me duele es saber que de viejos lamentaremos no habernos cruzado y besarnos en la esquina. Quizá, cuando te vea, te guiñe un ojo o toque tu mano sólo para recordarte que me gustas demasiado.
  • 118. Escritor uruguayo. Crítico, irónico, de sentimiento profundo e inconstante, anarcocomunista, espiritualmente místico, polifacético, comprometido con el progreso humano y amante de la vida; cualidades todas que –de una u otra manera- se manifiestan a lo largo de mi producción literaria. Influenciado desde temprana edad por Kropotkin, Proudhon y Marx en política, el agustinianismo y el taoísmo en el plano teológico, varios pensadores a nivel filosófico (entre los principales resalto a Heráclito, Anaxágoras, Empédocles, Epicuro, Séneca, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, Sartre y Foucault), la historia y la antropología de distintas culturas (reflejadas notoriamente en dos tragedias: Fesón y Niall), y por el Arte en su universalidad e interrelacionamiento de sus expresiones; heredo así una sabiduría cuya ubicuidad y cosmopolitismo se evidencian en cada verso o frase, fusionándose con la inspiración y fluyendo por las venas creativas. Confío en que este puente (el cual ayudo a construir) servirá para unirnos. Tres gracias es la síntesis poética entre la tesis idealista (la a priori divinización del encanto, la belleza y la alegría) y la antítesis realista (su a posteriori contrastación vital), buscando al mismo instante aunar la tríada lectura-escritura-pensamiento.