1. LATIDOS 2011
LOS LATIDOS DE JOSÉ FÉLIX MAQUÉN GAMARRA
El primer contacto con una obra literaria lo constituye el título. Entre otros, existen
títulos sugerentes como Luna caliente de Mempho Giardinelli, El beso de la mujer araña de
Manuel Puig, Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa… y títulos escuetos como La
hojarasca de Gabriel García Márquez, Azul de Darío, El túnel de Sábato que parecen empeñar
su significación plena al contacto directo con el contenido mismo de la obra a través del cual,
efectivamente, se van resemantizando al punto de llegar a adoptar valores diversos sean
lúdicos, filosóficos, alegóricos u otros. El título elegido por don José Félix, se alinea con los
segundos.
Podríamos concebir Latidos como manifestación de vida y, a su vez, como
manifestación hacia la vida. Sabemos que la manifestación de vida es un modo, según
Aristóteles, per se (por esencia) del ser. En tanto que la manifestación para la vida es un
modo per accidens (por accidente). Ha de ser por ello que en el poema Yo soy (p.87),
precisamente, se aprecie el siguiente paratexto: “Para Juan Marco Maquén, / estos latidos
que te son implícitos.”. Esas manifestaciones hacia la vida compartidas por la herencia (del
padre al hijo) se irán configurando con la lectura de dicho poema cuando el ser se predique
de errabundo en el pleno ejercicio de su libertad para elegir su espacio (“Yo soy el caminante
/ que viene de lejos”), soñador de quimeras (“Yo soy el que soñó / la paz ansiada”), luchador
por alcanzar la arquetípica sociedad (“…esperanzas que luché / para mi pueblo…”), amante
de la naturaleza (“Yo soy el que, del mar, / su voz vertió en tus alas…”); latidos que evocan
el ser romántico y que el poeta asume son compartidos por Juan Marco, su hermano menor,
como predestinándolo, a quien atribuye su misma esencia.
Dentro del ser romántico, cabe la posibilidad, también, de relacionar latidos con
corazón y corazón, a su vez, con sentimiento en una escala que, por oposición, termina
anteponiendo sentimiento a razón. En este sentido, se torna muy sugerente la portada.
Debajo del título, se aprecia la lectura de una resonancia magnética, el indicador
científico (razón) de la vida, pero sobre ésta un cuadro cotidiano: el transeúnte y el mendigo.
Un hombre de apariencia social entre media y baja y con la mano izquierda dentro del bolsillo
respectivo del jean (hay que entender que el bolsillo está vacío puesto que puede cobijar a la
mano). La parte izquierda, o siniestra, está relacionada, por tradición, con la desgracia. El
hombre bien podría ir rumiando el lamento de Segismundo: “Ay mísero de mí, ay infelice”,
pero igual que el sabio del mismo Calderón concluirá en que por más grande que parezcan tus
desgracias siempre hay otro a quien las cosas le han ido peor:
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¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Se compadece y va a entregar, no queda duda, su única moneda al mendigo. Su
rostro, no obstante, expresa un conflicto interno: ¿a quién debo atender al sentimiento o a la
razón? Por el sentimiento me hermano a este hombre cuya necesidad es mayor que la mía;
por la razón sé que al desprenderme de mi única moneda atento en mi contra. Y tal vez evoca
el Evangelio: “No hay amor más grande que éste; dar la vida por un amigo”. Finalmente,
entregará su única moneda en una exaltación del sentimiento sobre la razón, en un latido
fraterno que se manifiesta en la desgracia. El rostro mirando hacia otro lado buen puede
ilustrar este conflicto como también denunciar la actitud farisaica de algunos “piadosos”.
Nótese que el pie desabrigado del mendigo es, también, el del lado izquierdo.
El título, como apreciaremos seguidamente, es un portal de ingreso tanto hacia la
riqueza de sentidos que ofrecen los textos cuanto a la experiencia vital, a los latidos más
íntimos del autor los cuales de traducen en una mixtura de ideas, de formas, de sentimientos
y de variantes lingüísticas.
En este sentido, el poema Truhán (p.13) es muy significativo. Se inicia con una
aspiración expresada a la manera de un piropo por su carácter coloquial:
Seré
el más grande
truhán
cuando al Divino,
le robe,
de su cielo
dos estrellas,
que tu camino
iluminen.
“Seré”, indica un deseo y la capacidad para alcanzarlo. El enunciador aspira a una
cualidad que no posee: falsear la verdad, o sea engañar; esto es actuar como un truhán. Lo
curioso es que el deseo de investirse de un carácter negativo sea para poder realizar, quizás
en apariencia, una buena acción: robar dos estrellas para que iluminen el camino de ella (el
enunciatario). El guarismo “dos” aporta para la intensidad de la luz, pues dos estrellas
alumbran más que una. ¿Luz nos conducirá a lucidez y ésta, a su vez, a razón? O, ¿lo de
estrellas habría que relacionarlo, más bien, con cielo y por lo tanto con espiritualidad? La
siguiente estrofa parece orientarnos a lo segundo:
Si algún ángel
que las guarda
descubre
el robo de mi amor,
bajo la manga,
tendré
dos perfectas fantasías
para ocultar mi pillería.
Una imagen lúdica “…bajo la manga…” permite evocar el juego de las cartas. El
significado de truhán se desliza, en la presente estrofa, hacia tramposo y jugador. En la
acepción popular, lo de tramposo y jugador designa a aquel que apuesta todo, e incluso
incurre en la trampa, con tal de ganar una aventura amorosa. Entiéndase que el calificativo
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se endosa, principalmente, cuando el sujeto en referencia ya ha comprometido su amor a
otra mujer.
Oh, por tu amor,
¡juro!, haría
la más grande felonía.
Adviértase que “felonía” significa deslealtad, traición… No queda duda de que el
autor ha caracterizado a un “jugador” que desborda lo típico: maneja el piropo elegante,
disfraza su discurso de espiritualidad, encubre de bondad lo nocivo de su intención… Nos
encontramos frente a la personificación de entidades literarias como Leucino de Juan de la
Cueva quien luego devendrá en el don Juan Tenorio de Tirso de Molina. El temido lobo a la
caza de ingenuas caperucitas.
Yo sé que Dios
me daría
perdón, por amor, mi vida.
Mientras el Tenorio de Tirso es castigado; recordemos que el Tenorio de Zorrilla
gozará, finalmente, del perdón. Parece que el truhán no solamente engaña, sino que también
se engaña. Al haber utilizado la designación truhán, nada decorosa, arribamos a la plasmación
del antihéroe, recurrente en la literatura didáctica cuyo supuesto radica en que no sólo se
aprende por asimilación, sino también por rechazo.
El poema Ceguera (p.14), que alude claramente a la privación del deleite sensorial,
inicia con un deslinde temporal, “No pude verte antes.” que al mismo tiempo encierra, lo
anticipamos, un lamento en el ahora.
No me he parado
en medio del camino
a levantar la mirada
bajándola…
En medio del camino, ¿de la vida, al igual que Dante? Luego, una sugerente paradoja:
“…a levantar la mirada / bajándola…”. Acaso, ¿el sentirse elevado abajo, en lo celestial
terreno, o sea en la naturaleza? La enumeración siguiente del “no vi…”: horizonte, alba,
estrellas, mañana, bosque, pájaros… nos dan la certeza, pues resaltan elementos naturales y
lamentan la privación de los sentidos para el deleite respectivo. Parece que el enunciador
estuvo ciego de tanto ver. Para ser más claros, diremos que de tanto extasiarse en lo
superficial, lo aparente; no advirtió en lo esencial de las cosas. Sin ser explícito, el autor nos
recuerda tópicos como “collige virgo rosas” que expresa Garcilaso en su “Coged de vuestra
alegre primavera / el dulce fruto antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa
cumbre” o el Carpe diem que expresa Rubén Darío en “…gozad del sol, porque mañana /
estaréis ciegos”. Al respecto, la última estrofa es muy elocuente:
El tiempo,
ahora, me enrostra
esta tardanza.
El lamentar una vida carente de deleite sensorial sugiere una vida eremítica,
dedicada más bien a la reflexión y a la exaltación de lo espiritual.
El poema Tú, también, vas a llorar (p. 15) implica al enunciador en la acción de llorar
y sentencia, o amenaza, al enunciatario su inevitable arribo hacia dicha acción.
Tiembla
en las umbelas
una triste penumbra
que me acaba.
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Dice de la penumbra que es triste y que tiembla. Quizás un desplazamiento del ánimo
desde el ámbito de lo subjetivo hacia lo natural u objetivo. Al mismo tiempo, hay que
entender la penumbra como oscuridad, es decir como privación del sentido de la vista. Así,
penumbra triste equivale a decir no veo lo que deseo ver y penumbra que tiembla se refiere
al cuerpo en la agonía, que aunque leves, aun da muestras de vida, aunque de una vida que
por ausencia de luz (optimismo) acaba.
Y la palmera
parece
que embriagádose ha
pa’ evadirse
y no mirar.
Curiosa mixtura de registro diastrático. El acrolecto en “…parece que embriagádose
ha..” por “parece que se ha embriagado” y el basolecto en “pa’ evadirse” en vez de “para
evadirse”, hipérbaton y aféresis, niveles culto y popular. La posición enclítica del pronombre
en “Díceme el corazón”, es para la actualidad un arcaísmo restringido a la escritura,
desterrado prácticamente de la oralidad y que configura un enunciador de gusto clásico.
Díceme el corazón
que no la llore,
¡que es hora de dormir!
¿De “dormir” o de “morir”? En todo caso el enunciador agrega “Pero no puedo” Ojo
que dice no puedo, esto porque menos frustrante habría sido decir no quiero.
tengo insomnio
en la médula
del alma.
La médula no puede tener insomnio y el alma, al mismo tiempo, no puede tener
médula. La frustración del no poder se consolida en estos versos. Médula y alma, materia y
espíritu, querer y amar. Tú me quisiste; yo te amé, por eso lloro.
Y, aunque no quieras,
Palmerita,
¡ tú, también, vas a llorar!
Al final, parece que la desesperación va a empujar a una terrible decisión. No existe
ser humano, por más insensible que fuere, que no reaccione ante el dolor de la muerte,
propia o ajena. Medea asesinó a sus hijos con tal de atribular al desleal Jason, su esposo.
¿Obedecer al corazón aun cuando la acción recaiga en desmedro de uno de uno mismo, como
hemos explicado en la portada, pero hasta el extremo tragicismo que sugiere el poema
citado? De lo que sí estamos seguros es que el poema desborda de apasionamiento,
nuevamente de gusto clásico.
Hemos venido hallando y explicando rasgos románticos y clásicos en la poética de don
José Félix Maquén Gamarra, y podríamos continuar, por ejemplo, a propósito del poema
Quién, si no yo de elevado egocentrismo en el título y recargado de fatalismo y misterio en
sus versos:
Porque está escrito
en la página secreta
de la ternura mía,
sé que, al calor
de mis brazos,
regresarás un día.
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Finalmente, después de un abordaje somero a la obra y del intento de dotar al título
de los sentidos implícitos mediante lo expuesto, ¿estos latidos que nos ofrece don Félix
Maquén serán los signos de la supervivencia del sentimentalismo romántico en una época
marcada por lo pragmático y utilitario? De lo que no cabe duda, es que más de un corazón
asumirá estos latidos como propios porque lo humano, seamos optimistas, aún no se ha
perdido.
Gilbert Delgado Fernández.
Maestros Constructores de Textos.
(MACOTEX)
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