1. Europa decepciona.
Europa decepcionante.
Manfred Nolte.
Cuatro fueron, en sus orígenes, los objetivos del gran proyecto de la moneda
única europea. El primero aspiraba a la construcción de una sólida identidad
comunitaria. El segundo se refería a la eliminación del riesgo de cambio. En
tercer lugar se trataba de crear una autoridad monetaria independiente, con el
propósito básico de promover la estabilidad de los precios y lubricar el sistema
financiero. El cuarto objetivo consistía en la facilitación de reformas
estructurales de oferta, para catapultar la nueva Europa hacia cotas sostenibles
de crecimiento, modernizando su economía y mejorando su competitividad .
La evolución del proyecto del euro ha sido, sin embargo, errática y
contradictoria hasta alcanzar en la actualidad altas cotas de impopularidad.
Para España-entre otros casos análogos-, el cuarto objetivo era el prioritario.
Pero la convergencia a la baja de los tipos de interés a largo plazo y la expansión
desenfrenada de la liquidez y el crédito, condujeron justamente al resultado
contrario: se abandonaron unas reformas tan dolorosas como inaplazables
agudizándose el deterioro institucional. La burbuja anestesió el estímulo por el
esfuerzo y esquivó la oportunidad de reformar mercados rígidos o ineficientes,
como el del trabajo, o la larga lista de servicios en régimen de monopolio, por no
hablar de un caduco sistema educativo o de una fiscalidad carcomida por la
plaga de la evasión y el escándalo de la economía sumergida.
Agregadamente, todo ello ha conducido a una eurozona dual definida por un
cliché simplista y despreciativo. De una parte se definen los países centrales
superavitarios, laboriosos y eficientes y de otra los periféricos, deficitarios,
manirrotos e ineficaces, cuya conciliación en una única familia económica
resulta difícil si no imposible. Estos últimos, por la fuerza de un conjunto
concatenado de acontecimientos, se han visto obligados a solicitar rescates de
una condicionalidad exorbitada, que han aparejando el recorte de los niveles de
vida arrastrando a los ciudadanos al paro y a la desesperación. A mediados de
2012, el distanciamiento entre deudores y acreedores estuvo a punto de hacer
estallar el euro y acabar con la Unión Económica y Monetaria. Aunque las
diferencias intentan corregirse, la velocidad de crucero es tan tibia y los costes
asociados tan cruentos que no se adivina fácilmente cual puede ser el resultado
final de esta historia de desencuentros.
A raíz de la bipolaridad económica surgida, el propio alma europea se ha
dividido entre lo que constituye su núcleo operativo básico –Parlamento,
Tribunal de Justicia y Comisión-, y aquellas otras Instituciones como el Consejo
Europeo de Jefes de Estado, Ecofin y Eurogrupo que esgrimen los intereses
nacionales de sus representantes, a veces de forma indisimulada. Frente a los
programas comprensivos del Parlamento y las hojas de ruta voluntariosas e
integradoras de Barroso o Van Rompuy surgen las murallas erigidas por los
considerandos electorales de los países miembros. En estas circunstancias,
como resulta fácil de comprender, los acuerdos resultan tardíos, difusos, y poco
convincentes para el ciudadano europeo.
2. Que cunda el desánimo en los países azotados por la crisis resulta comprensible.
Pero el desencanto y la repulsa se extienden también a los que realizan la
travesía europea con vientos relativamente favorables. Meses atrás una encuesta
alemana revelaba que prácticamente nadie entre sus ciudadanos apoyaba el
postulado de „más Europa‟ como solución a los problemas de fraccionamiento y
una mayoría abogaba por no ampliar las ayudas a los países deficitarios. El
nuevo partido „Alternativa para Alemania‟ capitaneado por nombres ilustres de
la Industria y de la Academia germana propone su segregación del euro. Por su
parte, el Presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem ha marcado el
precedente de una nueva era con el rescate chipriota, dejando bien claro que la
insolvencia de un país acarrea un trato confiscatorio inmediato de los activos de
sus nacionales: un toque de atención por parte de los halcones de la Sra. Merkel
advirtiendo que la paciencia de los prestamistas tiene un límite, por mucho que
se haya matizado con posterioridad el desafortunado envite dialéctico del
holandés.
Decepcionada con Europa y devastada por las divisiones internas, la economía
española se atrinchera en una fe heroica a la espera de tiempos mejores.
Circunstancialmente disfruta de una relación ordenada con los mercados
financieros, que valoran nuestros esfuerzos de consolidación presupuestaria con
un ojo puesto en la figura imperturbable de Mario Draghi, que si no está para
proporcionar estímulos, al menos ha jurado “hacer todo lo que sea necesario”
para evitar el naufragio del euro.