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Aberraciones sobre la muerte cerebral
En el número 418 de EL OBSERVADOR se publicó el artículo «Eutanasia y distanasia» (pág. 15).
La autora establecía la distinción entre eutanasia (provocación en forma activa y directa, totalmente
ilícita, de la muerte de un enfermo), distanasia (poner obstáculos fuera de lo racional a la muerte
cuando ésta es inminente e inevitable, es decir, continuar aplicando tratamientos que sólo
prolongan la agonía), y adistanasia (no poner obstáculos a la muerte, comprendiendo en esto el
omitir o suspender un tratamiento extraordinario cuando ya no tiene sentido). Y se calificaba a la
distanasia de acto inmoral, porque viola el derecho que tiene la persona a morir dignamente, a
tener una muerte humana; de tal suerte que la adistanasia sería moralmente permitida en los casos
que se ajustaran a la definición. Contra esta postura reacciona el autor del siguiente artículo,
identificando a la muerte cerebral como uno de los signos por los que suele considerarse que
prolongar una vida ya no tiene sentido.


Muerte cerebral, término inadecuado con que
quiere justificarse el matar
Por Silvestre Raúl Gutiérrez Flores*

Muerte es la tajante separación del alma y del cuerpo, la ausencia total de vida.

El organismo humano está conectado, comunicado todo entre sí; no hay muerte por secciones;
puede haber cese de funciones orgánicas, bloqueo de comunicaciones físico-químicas, pero no
muerte.

Si, de forma mecánica, un aparato (respirador) ayuda a que el corazón siga latiendo, ¿hay vida?
Claro que hay vida, y no es, en principio, por el aparato, es por la capacidad de respuesta del
organismo al estímulo externo. Por lo tanto, el aparato no da vida; si fuera así, conecten el mismo
aparato a un cadáver y sería ridículo esperar una respuesta de vida.

Un corazón tiene respuesta por estar comunicado por las leyes de la física a su centro cerebral,
aunque por sí solo seguiría latiendo fuera del cuerpo por su automatismo durante cierto tiempo (no
es el caso a tratar).

Nadie tiene la capacidad ni el poder de prolongar la vida. Otro término mal aplicado o utilizado es el
de prolongar la vida. Nadie puede añadir ni un solo segundo a su vida ni a otra vida. Nuestra
obligación es trabajar, velar, servir, atender al enfermo hasta el fin de la vida.

¿Por qué decir: «el enfermo está en estado vegetativo (como si estuviera muerto)», «en coma
profundo», «tiene muerte cerebral», etcétera? Lo dicen tanto que ya se la creyeron. Estamos para
la vida, no para disculpar el matar (eutanasia, o como quieran llamarle). Disponer de la vida de un
ser humano es asesinar.

Desconectar a un enfermo del aparato es asesinar. El argumento de los que matan es: por el
aparato late el corazón. Entonces podrían, con toda tranquilidad, quitarle el marca-paso a un
paciente cardiaco, quitarle el oxígeno a un enfermo de enfisema pulmonar, ya no más
transfusiones de sangre o paquetes plaquetarios a enfermos de leucemia, porque si no fuera por
estos elementos auxiliares estarían muertos quienes dependen de ellos. Que nos quede muy claro:
no es por eso, es por la capacidad de respuesta del organismo a continuar con vida propia.

Se diagnostica a un paciente la «muerte cerebral» por presentar:
a) ausencia de reflejos.
b) trazo plano del electroencefalograma.
c) daño irreversible.
Pero continúan las comunicaciones cerebrales, y esto lo podemos demostrar obteniendo registros,
mediciones que el electroencefalograma no registra por no ser sensible. Esto es posible en un nivel
de 0.025 miliamperes, a través del sistema de sudor (piel) registrado en una escala de resistencias,
confirmando todavía la actividad cerebral. Por lo tanto, no hay «muerte cerebral»: continúa la vida
en el enfermo.

El alma y el espíritu continúan en la persona. Esto es lógico, por sentido común. Hay percepción,
le sirve recibir el sacramento de la Reconciliación, la asistencia del sacerdote. Se le debe seguir
atendiendo, porque es un ser humano con vida.

Se concluye: no existe la llamada «muerte cerebral». Apoyar lo contrario convence y conviene a
quienes, para obtener órganos en donación, los extirpan a inocentes indefensos enfermos, aunque
haya que matarlos, porque siempre es mejor extraer órganos calientitos (con vida) que órganos
fríos (sin vida).

La ciencia nunca ha sido definitiva, sigue avanzando.

* El autor es médico. Se desempeña en el campo de la terapia de termorregulación cerebral y es
parte del grupo Armonía Humana «Promover la Salud es Promover la Paz», en Cuernavaca, Mor.
raulgf@prodigy.net.mx

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Aberraciones Sobre La Muerte Cerebral Y Eutanasia

  • 1. Aberraciones sobre la muerte cerebral En el número 418 de EL OBSERVADOR se publicó el artículo «Eutanasia y distanasia» (pág. 15). La autora establecía la distinción entre eutanasia (provocación en forma activa y directa, totalmente ilícita, de la muerte de un enfermo), distanasia (poner obstáculos fuera de lo racional a la muerte cuando ésta es inminente e inevitable, es decir, continuar aplicando tratamientos que sólo prolongan la agonía), y adistanasia (no poner obstáculos a la muerte, comprendiendo en esto el omitir o suspender un tratamiento extraordinario cuando ya no tiene sentido). Y se calificaba a la distanasia de acto inmoral, porque viola el derecho que tiene la persona a morir dignamente, a tener una muerte humana; de tal suerte que la adistanasia sería moralmente permitida en los casos que se ajustaran a la definición. Contra esta postura reacciona el autor del siguiente artículo, identificando a la muerte cerebral como uno de los signos por los que suele considerarse que prolongar una vida ya no tiene sentido. Muerte cerebral, término inadecuado con que quiere justificarse el matar Por Silvestre Raúl Gutiérrez Flores* Muerte es la tajante separación del alma y del cuerpo, la ausencia total de vida. El organismo humano está conectado, comunicado todo entre sí; no hay muerte por secciones; puede haber cese de funciones orgánicas, bloqueo de comunicaciones físico-químicas, pero no muerte. Si, de forma mecánica, un aparato (respirador) ayuda a que el corazón siga latiendo, ¿hay vida? Claro que hay vida, y no es, en principio, por el aparato, es por la capacidad de respuesta del organismo al estímulo externo. Por lo tanto, el aparato no da vida; si fuera así, conecten el mismo aparato a un cadáver y sería ridículo esperar una respuesta de vida. Un corazón tiene respuesta por estar comunicado por las leyes de la física a su centro cerebral, aunque por sí solo seguiría latiendo fuera del cuerpo por su automatismo durante cierto tiempo (no es el caso a tratar). Nadie tiene la capacidad ni el poder de prolongar la vida. Otro término mal aplicado o utilizado es el de prolongar la vida. Nadie puede añadir ni un solo segundo a su vida ni a otra vida. Nuestra obligación es trabajar, velar, servir, atender al enfermo hasta el fin de la vida. ¿Por qué decir: «el enfermo está en estado vegetativo (como si estuviera muerto)», «en coma profundo», «tiene muerte cerebral», etcétera? Lo dicen tanto que ya se la creyeron. Estamos para la vida, no para disculpar el matar (eutanasia, o como quieran llamarle). Disponer de la vida de un ser humano es asesinar. Desconectar a un enfermo del aparato es asesinar. El argumento de los que matan es: por el aparato late el corazón. Entonces podrían, con toda tranquilidad, quitarle el marca-paso a un paciente cardiaco, quitarle el oxígeno a un enfermo de enfisema pulmonar, ya no más transfusiones de sangre o paquetes plaquetarios a enfermos de leucemia, porque si no fuera por estos elementos auxiliares estarían muertos quienes dependen de ellos. Que nos quede muy claro: no es por eso, es por la capacidad de respuesta del organismo a continuar con vida propia. Se diagnostica a un paciente la «muerte cerebral» por presentar: a) ausencia de reflejos. b) trazo plano del electroencefalograma. c) daño irreversible.
  • 2. Pero continúan las comunicaciones cerebrales, y esto lo podemos demostrar obteniendo registros, mediciones que el electroencefalograma no registra por no ser sensible. Esto es posible en un nivel de 0.025 miliamperes, a través del sistema de sudor (piel) registrado en una escala de resistencias, confirmando todavía la actividad cerebral. Por lo tanto, no hay «muerte cerebral»: continúa la vida en el enfermo. El alma y el espíritu continúan en la persona. Esto es lógico, por sentido común. Hay percepción, le sirve recibir el sacramento de la Reconciliación, la asistencia del sacerdote. Se le debe seguir atendiendo, porque es un ser humano con vida. Se concluye: no existe la llamada «muerte cerebral». Apoyar lo contrario convence y conviene a quienes, para obtener órganos en donación, los extirpan a inocentes indefensos enfermos, aunque haya que matarlos, porque siempre es mejor extraer órganos calientitos (con vida) que órganos fríos (sin vida). La ciencia nunca ha sido definitiva, sigue avanzando. * El autor es médico. Se desempeña en el campo de la terapia de termorregulación cerebral y es parte del grupo Armonía Humana «Promover la Salud es Promover la Paz», en Cuernavaca, Mor. raulgf@prodigy.net.mx