La arquitectura manierista se caracterizó por un estilo exagerado, oblicuo y asimétrico, con capricho en los detalles y el uso de formas arquitectónicas para enfatizar las relaciones espaciales de manera inesperada. Se extendió entre el final de la arquitectura renacentista y el comienzo de la barroca, con obras emblemáticas como la Villa Farnesina, el Palacio Massimo alle Colonne y el Palacio del Té en Mantua, diseñados por arquitectos como Giulio Romano,