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Tenemos un Problema
Ciencia, Ecología, Sociedad | 12 mayo, 2022
Joan Benach — Profesor, investigador y salubrista (Grup Recerca Desigualtats en Salut,
Greds-Emconet, UPF, JHU-UPF Public Policy Center UPF-BSM, Ecological Humanities
Research Group GHECO, UAM)
Es el 20 de julio de 1969. La misión espacial tripulada Apolo 11 aluniza en nuestro satélite
y pocas horas más tarde Neil Armstrong da sus primeros pasos sobre la superficie lunar
llenando de asombro y admiración al mundo. Con él emerge la profunda emoción de sentir
una íntima unión con una Tierra que nos impele a amarla y protegerla. Es el hogar de todos
los humanos que hemos conocido y, con gran probabilidad, conoceremos.[1] Cuatro años
2
antes, Aleksei Leónov, el astronauta ruso realizó el primer paseo espacial de la historia
expresando que la Tierra es “nuestra casa, pequeña, azul y enternecedoramente solitaria”.
Un punto perdido en la envolvente oscuridad cósmica.
La preparación del primer viaje a la Luna, su realización y seguimiento posterior fue un
proceso largo, costoso, difícil[2], pleno de logros, pero también de muchas dificultades. “Un
pequeño paso para el ser humano, un gran salto para la humanidad” dijo Armstrong al
pisar la Luna simbolizando la enorme proeza humana. Pero otra expresión, a menudo
usada jocosamente cuando hacemos frente a una contrariedad, se ha hecho incluso más
popular: “Houston, tenemos un problema”[3]. Hoy no es el Apolo sino la Tierra quien tiene
un Problema con mayúsculas. Claro está, la humanidad enfrenta muchas dificultades: la
creciente desigualdad social, el peligro de guerra nuclear, el avance hacia una sociedad
autoritaria y plutocrática sometida a un férreo control tecnodigital global, el ascenso de los
neofascismos, la emergencia de pandemias, un masivo control y vigilancia social, nuevas
adicciones colectivas, los riesgos geopolíticos globales derivados del declive del imperio
norteamericano y la emergencia de China, y tantos otros más. Ese globo azul suspendido en
un espacio infinito y oscuro tiene hoy un problema aún mayor si cabe, el mayor reto al que
nunca antes tuvimos que hacer frente. Un reto que llama con insistencia a nuestra puerta:
la crisis socioecológica. No, no se trata sólo de limpiar nuestros ríos, plantar árboles, cuidar
bosques, reciclar productos o incentivar el uso de energías renovables, iniciativas todas
ellas imprescindibles y urgentes. Tampoco significa el crucial hecho de tener que
enfrentarnos a una emergencia climática que está ya teniendo consecuencias calamitosas.
Nuestro Problema es más complejo, es otra cosa.
La Tierra es nuestra casa. Nuestro planeta es el único mundo conocido en que con certeza
sabemos que la materia del Cosmos se ha hecho viva y consciente, aunque no
necesariamente tiene por qué ser el único que pueda estar habitado[4]. La primera ocasión
en que la humanidad contempló “nuestra pequeñez” tuvo lugar en la vigilia de Navidad de
1968 durante la misión del Apolo 8 cuando una fotografía hizo estallar nuestra conciencia
de especie.
3
Amanecer de la Tierra, fotografía tomada por el astronauta del Apolo 8, William Anders, el 24 de diciembre de
1968.
Ese día el poeta Archibald MacLeish escribió:
“Ver la Tierra, tal y como realmente es, pequeña y azul y bonita, en este silencio eterno en
que flota, es vernos a nosotros mismos juntos como jinetes sobre la Tierra, hermanos en
aquella brillante belleza en el frío eterno, hermanos que saben, ahora, que son hermanos de
verdad.”[5]
En sus libros y programas de televisión, el astrónomo y gran divulgador científico Carl
Sagan recordaba que somos el legado de 15.000 millones de años de evolución cósmica y
que tenemos el placer de vivir en un planeta donde hemos evolucionado para poder
respirar el aire, beber el agua y amar a la naturaleza que nos rodea. Nuestras células han
sido forjadas en el corazón de las estrellas. “Somos polvo de estrellas”, decía. Hoy nos
enfrentamos a una circunstancia absolutamente nueva, sin precedentes en la historia
humana. Hemos creado una civilización en la que hemos hecho progresos sociales y logros
tecnológicos formidables pero donde, voluntaria o involuntariamente, hemos alterado
profundamente (y cada vez con más rapidez) el entorno global y la vida del planeta. Hoy
hemos dejado de comprender que somos parte de la naturaleza, y eso nos convierte en un
peligro para la vida y para nosotros mismos. El poeta chileno Nicanor Parra advirtió que
hemos cometido el error de “creer que la Tierra era nuestra cuando la verdad de las cosas
es que nosotros somos de la Tierra”, y que seguimos teniendo una manera de pensar
4
antropocéntrica, científico-tecnológica y narcisista basada en la “ego-conciencia” en lugar
de en una “eco-conciencia”.
Tendemos a ser ciegos, a atenuar lo que nos amenaza, a amortiguar lo nocivo o negativo, a
no mirar lo que no nos gusta. A pesar de estar cada día frente a nuestros ojos, no vemos, no
sentimos, no comprendemos; no queremos tomar plena consciencia de la atroz crisis
socioambiental en la que estamos inmersos. Nos cuesta creer las incesantes y aterradoras
advertencias que los científicos nos lanzan continuamente. Vale decir que hay muchas
razones para desoír las voces, y hay muchas personas, grupos sociales e instituciones que
hacen todo lo posible para impedir que oigamos. No basta con disfrutar de los bienes,
recursos y bienestar que nos da la naturaleza, debemos también comprenderla y
entendernos. Esa consciencia debe provenir de una mirada limpia, humana, a la vez
científica, ético-política y espiritual. No basta con disfrutar de la luz eléctrica, decía el fraile
dominico brasileño Frei Betto, hay que entender cómo y por qué se produce: “Solo quien
tiene formación de electricista sabe mirar eso con otros ojos, porque comprende cómo llega
la luz a la sala… eso es la conciencia política: ver los hilos, saber lo que pasa por detrás”. Lo
primero es saber. En un conocido ensayo, el filósofo ilustrado Immanuel Kant recordaba
una vieja consigna acuñada por Horacio (siglo I a.c.). Sapere Aude, decía: “Quien ha
comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza”.
Durante mucho tiempo, el planeta nos pareció inmenso, el único mundo explorable.
Durante un millón de años la humanidad creyó que éramos el centro del mundo, que aparte
de la Tierra no había ningún otro lugar. Hoy la Tierra se ha hecho muy pequeña. En la
última parte de la vida de nuestra especie sobre el planeta, nos hemos dado cuenta de que
vivimos en un mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y en la eternidad que está
a la deriva en un gran océano cósmico.
El 14 de febrero de 1990, la sonda espacial Voyager 1 fotografió la Tierra desde 6.000
millones de kilómetros de distancia.[6] Un punto de luz casi imperceptible.
5
La Tierra a una distancia de 6000 millones de kilómetros de la Tierra por la Voyager 1 en 1990.
Carl Sagan explicaba con emoción sus sensaciones:
“Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que
amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que
ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de
religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y
recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y
campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor
y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada
“líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una
mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un escenario muy pequeño en la
vasta arena cósmica… Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que
ocupamos una posición privilegiada en el Universo… es desafiada por este punto de luz
pálida.”
6
Los seres humanos vivimos en un medio que modelamos y que a la vez nos modela a
nosotros. Habitamos un mundo natural creado durante miles de millones de años por los
procesos de la física, la química y la biología. Somos una más de las especies.[7]
Somos capaces de construir cómodas casas para cuidar a nuestros ancianos y
también inmensas autopistas de 26 carriles. Inventamos libros o la red global Internet, y
también construimos mortíferas armas nucleares, podemos explorar los polos y visitar la
Luna o Marte, crear belleza musical y desarrollar elegantes y potentes teorías científicas y
tecnologías de gran eficacia. Rehacemos la naturaleza a nuestra medida… Somos una
especie capaz de casi todo, pero no somos una especie más.[8]
Vivimos en dos mundos en constante interacción: la ecosfera o biosfera natural, la fina piel
global compuesta por el aire, el agua, la tierra y las plantas y animales que viven en ella, y
la tecnosfera creada por el ser humano, con todos los artilugios y productos que hemos sido
capaces de inventar. Dos mundos que están en guerra, como nos recordaba el gran biólogo
y ecologista Barry Commoner en Making peace with the planet.
La capacidad humana actual de tener el poder suficiente como para intervenir de forma
determinante sobre la naturaleza tiene su origen en la revolución industrial capitalista que
se inicia a finales del siglo XVIII. En el último siglo hemos asistido a la expansión de un
capitalismo fosilista imparable, y en las cinco últimas décadas al triunfo económico e
ideológico de un capitalismo neoliberal y cognitivo, capaz de crear crecimientos
exponenciales y tecnologías maravillosas, pero también de destruir lazos sociales y de
solidaridad muy profundos, difundiendo el consumo masivo y el entretenimiento vacío
como forma de vida y “realización” personal. El triunfo del capitalismo neoliberal ha sido
amplio, muy profundo, a todos los niveles, en todas partes.
Hoy el sistema capitalista no parece capaz de crear “Estados de bienestar” para toda la
humanidad, ni siquiera, como recordaba el añorado urbanista y ecologista Ramón
Fernández Durán, “simulacros de bienestar”. El capitalismo destruye, construye, y consume
una materialidad que lo abarca todo. La mercantilización se extiende desde el microcosmos
al macrocosmos a todos los ámbitos y cosas: la sanidad, la educación, la naturaleza, el
conocimiento, la cultura, el arte, el deporte, el cuerpo… El cuerpo se analiza, fragmenta,
comercializa y finalmente se vende como una mercancía más. Se patentan genes, bacterias,
semillas, tejidos y animales modificados genéticamente, se trafica y compran órganos, se
alquilan úteros, familiares y hasta novias/os, y se venden parcelas en la Luna o en los
planetas.[9],[10] Y es también un modo de vida inmaterial. El capitalismo emocional es la
causa última de una patogénesis generalizada que entra en nuestros cuerpos y mentes.
Penetra en nuestros cerebros, insertándonos ideas, relatos y ficciones que cambian
nuestras mentes y transforman las relaciones humanas. Las empresas farmacéuticas, vivas
7
rastreadoras de todo beneficio que se precie, identifican todo tipo de malestares,
adicciones, neurosis, trastornos, preocupaciones, dolores, humillaciones y miedos causados
por el propio capitalismo, para crear todo tipo de síndromes y enfermedades y vender sus
productos. Sin embargo, para una gran parte de la humanidad, disponer de fundamentos
vitales tan básicos como comer alimentos, beber agua o respirar aire en condiciones
higiénicas y saludables es aún un sueño inalcanzable.
Tenemos los medios y recursos para reeducar nuestra mente, para ver nuestro Problema,
pero necesitamos de la decisión y el valor, personal y colectivo, para hacerlo. No podemos
resignarnos a no pensar y sentir al mismo tiempo. Debemos usar esa palabra tomada por el
sociólogo colombiano Orlando Fals-Borda de los pescadores de San Benito Abad en el
municipio colombiano de Sucre: el “sentipensar”.
La innovación básica de la revolución científica del siglo XVI y XVII fue hacer preguntas y
descubrir nuestra ignorancia, darnos cuenta de que no teníamos todas las respuestas.
Aprender que con esfuerzo, tiempo, y recursos podíamos investigar y conocer más cosas,
ganando en poder para cambiar la tecnología, la cultura, la economía y el medio natural. La
ciencia, el conocimiento y la solución de problemas se inician y nutren continuamente a
partir de hacernos preguntas. Albert Einstein apuntaba que la formulación de un problema
es más importante que su solución; el escritor Marc Twain señalaba que el problema no es
lo que no sabemos sino lo que creemos que es cierto y no lo es; el artista y escritor John
Berger nos instaba a vivir con los ojos abiertos sin dejarnos derrotar por el nihilismo, el
odio y la desesperación. ¿Seremos capaces de mirar (y cambiar) nuestro Problema?
Notas:
[1] Esa emoción se conoce como “efecto general” (overview effect). Al ver el planeta bañado en la
oscuridad del espacio, las fronteras se borran y todos somos ciudadanos de la Tierra. Ron Garan, un
ex astronauta de la NASA que pasó dos semanas trabajando en la construcción de la Estación
Espacial Internacional dijo: «Para mí fue una epifanía en cámara lenta…. un profundo sentido de
empatía y comunidad, la voluntad de renunciar a tener una recompensa inmediata y tener una
perspectiva de progreso multigeneracional… es el hogar de todos los que alguna vez vivieron y de
todos los que serán.» Ver: Ian Sample. Scientists attempt to recreate ‘Overview effect’ from
Earth. The Guardian. 26 diciembre 2019.
[2] El coste económico fue de unos 288.000 millones de dólares de 2019, gastados durante poco
más de una década. En 1965 el programa llegó a su cenit, con una inversión equivalente al 2% del
PIB de EE.UU. de entonces. Antonio Turiel. Cincuenta años del primer hombre en la Luna. 26 julio
2019.
8
[3] La frase no es exacta ni se dijo durante el primer viaje sino un año más tarde, en el Apolo 13 pero
así ha quedado registrada en el imaginario popular. «Houston, we have a problem» es una popular
pero errónea cita de una frase del Jack Swigert durante el accidentado viaje del Apolo 13, justo
después de observar una luz de advertencia acompañada de un estallido,1 a las 21:08 CST del 13 de
abril de 1970. La frase de Swigert fue: “Bien, Houston, hemos tenido un problema aquí («Ok,
Houston, we’ve had a problem here»). A la que siguió la de su compañero Jim Lovell al decir “Ah,
Houston, hemos tenido un problema. («Uh, Houston, we’ve had a problem»).
[4] Carl Sagan, uno de los mejores divulgadores de la ciencia y el Cosmos lo dijo con estas palabras:
“Hay cien mil millones de galaxias y mil millones de billones de estrellas. ¿Por qué debería ser este
modesto planeta el único habitado? Personalmente, creo que es muy posible que el Cosmos rebose
de vida e inteligencia. Pero “Hasta ahora, todo ser vivo, todo ser consciente, toda civilización que
hayamos conocido vivió allí, en la Tierra. Bajo esas nubes se desarrolla el drama de la especie
humana… Las fronteras nacionales no se distinguen cuando miramos la Tierra desde el espacio. Los
chauvinismos étnicos o religiosos o nacionales son algo difíciles de mantener cuando vemos nuestro
planeta como un creciente azul y frágil que se desvanece hasta convertirse en un punto de luz sobre
el bastión y la ciudadela de las estrellas.” Ver: Cap 1 de la serie de 13 documentales Cosmos, basada
en el libro Sagan C. Cosmos. Barcelona: Planeta, 1980.
[5] Gore A. Una veritat incòmode. Barcelona: Gedisa, Edicions 62, 2006:12.
[6] La Voyager 1 es una sonda espacial robótica de 722 kilogramos lanzada el 5 de septiembre de
1977 que es el objeto humano más alejado de la Tierra. Su misión es localizar y estudiar los límites
del sistema solar y explorar el espacio interestelar inmediato. En junio de 2021 estaba a
22.909.417.919 km del Sol y le quedan unos 17.702 años para salir de la nube de Oort, donde
entrará en el siglo XXIV.
[7] Ward B, Dubos R. Only one Earth. New York: Ballantine Books, 1972:XIX.
[8] Si bien el ser humano es una especie humana más, no es una más de las especies. “La especie
[humana] ha desarrollado en su evolución, para bien y para mal, una plasticidad difícilmente
agotable de sus potencialidades y sus necesidades. Hemos de reconocer que nuestras capacidades
y necesidades naturales son capaces de expansionarse hasta la autodestrucción. Hemos de ver que
somos biológicamente la especie de la Hybris, del pecado original, de la soberbia, la especie
exagerada.” Ver: Sacristán M. Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Barcelona: Icaria, 1987:10.
[9] El empresario norteamericano Dennis Hope registró en 1980 la Luna a su nombre. Hope
aprovechó un vacío legal, ya que si bien existe un tratado internacional que indica que ningún país
puede reclamar la propiedad de la Luna u otro planeta, este no dice nada sobre personas o
empresas privadas. El satélite fue dividido iniciándose la venta de parcelas mediante la Lunar
Embassy. Mediante su empresa Lunar Embassy Hope vende pedazos de terreno lunar y lo mismo
podría pasar con Marte, Mercurio y Plutón.
[10] Ver por ejemplo, I. Wallerstein. El capitalismo histórico. Madrid, Siglo XXI, 2012 (2 ed), p. 90 [ed.
original 1988]; Y. Varoufakis. Economía sin corbata. Barcelona, Destino, 2013, p. 34 (ed. orig. 2015).
9
10

https://www.sinpermiso.info/textos/necesitamos-una-vacuna-social-entrevista-a-joan-benach
Necesitamos una “vacuna social”. Entrevista a Joan Benach
Joan Benach
24/03/2021
Rafael Cañas / EFE
¿Cuáles son las causas de la salud? ¿Por qué enfermamos y se crean desigualdades?
Las causas fundamentales que determinan la salud de una población no son, como muchos
piensan, la biología y genética, los "estilos de vida" o la atención sociosanitaria sino las causas
sociales. ¿Por qué? Pues porque los factores biológicos y genéticos casi siempre se "activan" o
no según el entorno, porqué las conductas asociadas con la salud, como los hábitos
alimentarios o fumar, son condicionadas por la familia y el ámbito social, y porqué la atención
sanitaria, a pesar de ser un servicio fundamental cuando enfermamos, contribuye
relativamente poco a la salud de la población y también depende de factores socio-políticos.
¿Por qué enfermamos pues? Sobre todo a causa de los "determinantes ecosociales": la
precarización laboral, la vivienda, o la contaminación ambiental por mencionar tres factores
solamente. Estos factores inciden desigualmente en los distintos grupos sociales según su clase
social, género, etnia, situación migratoria y lugar donde se vive, generando desigualdades en
salud. Pongamos un ejemplo. Las mujeres de las clases sociales populares tienen más obesidad
debido a que, por razones sociales e históricas, sufren más discriminación y explotación
laboral. Con el tiempo, muchas de estas mujeres expresarán la situación de desigualdad social
en forma de trastornos metabólicos, diabetes y muerte prematura. Es por eso que decimos que
la sociedad entra desigualmente dentro de nuestros cuerpos expresándose biológicamente en
forma de enfermedad.
¿Los determinantes sociales de la salud se vinculan de forma intrínseca con el capitalismo?
El factor crucial que origina todo el encadenado causal de porqué estamos sanos, enfermamos
o morimos prematuramente es la política. ¿Por qué? Pues porqué las ideologías y las desiguales
relaciones de poder político condicionan las políticas públicas que se realizan con respecto a
las políticas fiscales, el empleo, la vivienda, el medio ambiente, la sanidad, o los servicios
sociales, entre otras. Cada una de estas políticas está interrelacionada y genera cambios en las
formas de vivir, trabajar, consumir, relacionarnos y el entorno que, por una u otra vía, aunque
no lo vemos o no seamos conscientes, afectarán nuestra vida y finalmente la salud. Además,
las decisiones políticas se asocian al sistema económico y cultural que vivimos. Como ha
apuntado Lula da Silva: "todo depende de la política". Pongamos un ejemplo para comprender
la causalidad sistémica e histórica que va desde el capitalismo a la salud. Los parados tienen
más probabilidad de estar deprimidos y abusar del alcohol. Si la situación se prolonga tienen
más probabilidad de suicidarse o de sufrir una enfermedad hepática. Ahora bien, como dejaron
claro los estudios de Marx o Kalecki, el paro es consustancial al capitalismo, por lo que hay un
hilo más o menos directo desde la salud al capitalismo. La salud colectiva es pues un producto
social muy ligado a la economía política.
Me parece una visión tan interesante como poco conocida. ¿Podría poner más ejemplos?
Sí claro, hay muchos ejemplos relacionados con la historia y evolución del capitalismo, como
el neo-colonialismo, las prácticas mercantiles de los grandes oligopolios o el patriarcado. Un
ejemplo es como, en pocos años, el uso masivo de azúcares añadidos a la producción
industrial de alimentos "basura" realizado por las grandes corporaciones de la llamada Big
Food ha creado una epidemia de sobrepeso y obesidad mundial (tal vez 1.500 millones de
personas), a la vez que esto convive con el hambre y la malnutrición (alrededor de 1.000
millones de personas). Otro ejemplo es la epidemia de tabaquismo surgida durante el siglo XX,
muy estrechamente relacionada con prácticas comerciales, de relaciones públicas y marketing
de las corporaciones de la Big Tobacco, y el impacto criminal que desgraciadamente siguen
teniendo: se estima que en el siglo XXI habrá alrededor de 1.000 millones de muertes
relacionadas con el tabaco, sobre todo en los países pobres y las clases más empobrecidas del
planeta. Un tercer ejemplo son las alteraciones hormonales y los cánceres producidos por la
masiva exposición a productos químicos sintéticos generados y comercializados por la
industria química. Y más recientemente tenemos la pandemia del coronavirus, que hace que
muchas mujeres vivan bajo una crisis de salud permanente, con semanas laborales -dentro y
fuera de casa- interminables que, como dice Silvia Federici, es casi equiparable a las obreras de
la revolución industrial.
En el contexto de la pandemia, ¿dónde hay que situar el discurso tan reiterado por las
autoridades desde el inicio de la pandemia sobre la "responsabilidad individual" para evitar
el contagio? ¿Es una manera de desplazar el peso de los determinantes sociales de la salud
sobre el estilo de vida personal?
El discurso hegemónico, fomentado por el poder político y reproducido por los principales
medios de comunicación, habla de virus, atención médica, hospitales, tratamientos, y vacunas.
En cambio, se habla menos de la prevención, y cuando se hace casi siempre tiene que ver con
la responsabilidad personal. Cuando hablamos de un problema colectivo como la pandemia,
con causas estructurales asociadas a la salud pública, hacer hincapié en los factores personales
"culpabiliza" y no es suficientemente efectivo. Además, el individualismo nos aísla y no
soluciona los problemas. ¿Qué diríamos si para hacer frente a la crisis ecológica y climática
estructural que padecemos dijéramos que la solución fundamental es que cada uno recicle y
ahorre algo de energía en casa? ¿Qué diríamos si para hacer frente a la epidemia tabáquica
existente dijéramos que es un "problema personal" en lugar de poner leyes restrictivas,
controlar los precios del tabaco o prohibir su publicidad, entre otras medidas de salud pública?
Tener responsabilidad individual ante un riesgo es siempre algo importante, pero cuando
hablamos de temas poblacionales como la salud pública, es imprescindible una mirada
colectiva que permita comprender y actuar ante las causas sociales de fondo.
Hacía años que muchos expertos avisaban que se produciría una pandemia así. ¿Por qué el
sistema de salud no estaba preparado? ¿Era demasiado hospitalocéntrico?
Desde hace al menos cuatro décadas muchos especialistas advertían que los cambios
socio-ecológicos globales estaban generando un aumento de enfermedades infecciosas. Los
científicos lo dijeron en sus artículos, divulgadores como Bill Gates lo comentaron, muchas
instituciones internacionales, incluida la OMS, lo advirtieron. Me parece que hay tres razones
principales. Primero, por la dinámica tuerta, de corto plazo, de gobiernos que demasiado a
menudo actúan en forma reactiva. Es decir, se preocupan cuando truena santa Bárbara y ya
tenemos un desastre encima, pero lo hacen mucho menos en planificar y anticipar problemas
que pueden o no pasar. Y es que la prevención es mucho menos visible y agradecida que una
actuación inmediata y a menudo se la califica de ser una acción poco o nada eficiente.
Segundo, por la progresiva mercantilización y precarización durante décadas de la sanidad
pública y los servicios sociales, facilitada por una visión de la salud neoliberal y las presiones
del complejo farmacéutico empresarial. Tras la crisis de 2008, las políticas de "austeridad" han
ido agravando la situación. Y tercero, porque se nos ha repetido que teníamos uno de los
mejores sistemas de sanidad pública del mundo, y es cierto que es bueno si lo comparamos con
muchos países, pero es un modelo biomédico y reduccionista, “hospitalocéntrico” y
medicalizador, que se fija mucho en las enfermedades, los órganos y la tecnología y demasiado
poco en el ser humano, la atención primaria, los servicios sociales, los determinantes sociales,
las desigualdades y la salud pública, donde se ubican disciplinas tan esenciales como por
ejemplo la salud mental, la salud laboral o la salud ambiental, entre otras muchas. Conviene
repetirlo tantas veces como sea necesario: la "sanidad pública" no es igual a la "salud pública",
una disciplina que tiene como objetivo vigilar y prevenir la enfermedad, y proteger, promover
y restaurar la salud de toda la población pero que cuenta con muy pocos recursos (1,5 a 2% del
presupuesto de salud). Paradójicamente, por tanto, la salud pública ha sido la gran ausente de
esta pandemia.
Un gran número de países europeos han apostado por hacer confinamientos y restricciones,
mientras que en muchos países asiáticos y Oceanía se ha apostado por la estrategia
"COVID-0". ¿Cuáles han sido las diferentes estrategias que se han puesto en práctica en el
mundo? ¿Por qué se ha actuado de forma tan diferente?
Si lo decimos en forma muy esquemática, podemos decir que ha habido tres modelos
principales para hacer frente a la pandemia. Existe el modelo "preventivo-institucional" de
muchos países asiáticos y Oceanía, como Taiwán o Nueva Zelanda, previamente alertados por
anteriores pandemias. Han actuado radicalmente para eliminar la transmisión comunitaria con
la estrategia 'COVID-0' y han hecho intervenciones rápidas y contundentes: pruebas y rastreo
masivos, aislamiento de contactos, controles fronterizos estrictos y mensajes y un importante
refuerzo de la salud pública. Aparte de tener un impacto en salud muy pequeño, la crisis
económica debida a la pandemia también ha sido inferior. Señalemos también el éxito de Cuba
o la región de Kerala en la India donde la acción colectiva comunitaria ha jugado un papel
relevante. El segundo modelo es el "reactivo-empresarial" de los países occidentales y
americanos, que se han centrado en un permanente bloqueo/liberación de actividades y
confinamientos para minimizar los daños económicos, tratando de reducir el impacto en la
salud solamente cuando el sistema sanitario, colapsado para atender a las necesidades de la
población, llegaba a una situación límite. Y el último modelo es el que podemos llamar
"necrofílico" representado por Trump y Bolsonaro (también Boris Johnson al principio),
caracterizado por haber recortado y desmantelado todo lo que tuviera que ver con la salud
pública, con una estrategia autoritaria de corte neofascista muy asociada a los intereses del
capital financiero y las empresas farmacéuticas, y con un fuerte desprecio por la vida de
aquellos que "no son dignos de vivir", si lo queremos decir a la manera como lo decían los
nazis.
Usted ha criticado la gestión de la pandemia por parte de los Gobiernos en relación a que ha
llevado a cabo acciones reactivas y deficientes. ¿Cree que se podía haber hecho mejor?
Creo que el gobierno español y el catalán (y otras comunidades autónomas, especialmente
Madrid) han hecho frente a la pandemia de manera deficiente. Al principio, se pudo aducir
con razón que cogió por sorpresa, y que no había, como ha reconocido el ex secretario de
salud catalán Joan Guix, ni la preparación ni los recursos humanos y materiales para actuar
ante un riesgo que casi todo el mundo había minimizado. Se ha abusado de eslóganes
publicitarios ("hay que parar juntos al virus" o "ganar esta guerra"), se ha repetido que se
estaba haciendo todo lo posible para controlar la pandemia haciendo hincapié en la
responsabilidad individual, improvisando, haciendo políticas reactivas, con poco liderazgo y
un ojo siempre puesto en las presiones empresariales. Pero pasados los meses, parece claro que
ha faltado humildad y previsión, y que ha habido una incapacidad de actuar con diligencia y
efectividad ante una situación de emergencia, sin que haya habido inversiones masivas en
sanidad y salud pública (atención primaria, servicios sociales, rastreadores, tests, etc). Siempre
es más fácil hablar que hacer, y hay que decir que en algunos lugares se han hecho bastantes
acciones, como por ejemplo el Ayuntamiento de Barcelona, que ha hecho un esfuerzo social
importante, pero creo que en general, en una situación de grave emergencia y de colapso de los
servicios sanitarios y sociales, ha faltado planificación, coraje, y capacidad de decisión para
actuar ante una situación de emergencia poblacional. Esto quiere decir que se ha hecho
hincapié en la "solución" de hacer confinamientos y restricciones, total o parciales, cuando la
pandemia se acelera y crece, en lugar de poner en marcha una estrategia radical, utilizando con
rapidez y eficiencia todos los instrumentos de que dispone la salud pública y comunitaria:
planificación, vigilancia y análisis epidemiológico, educación sanitaria comunitaria, análisis de
los determinantes sociales y equidad, implicación masiva de la comunidad, entre otras
herramientas y estrategias. En definitiva, los países occidentales optaron por una visión de
"convivir con el virus" con confinamientos y restricciones, en lugar de querer controlarlo y
eliminarlo con una estrategia integral de salud pública "COVID-0". Esto ha producido un
desastre social y de salud pública, con numerosas consecuencias que sólo empezamos a
conocer.
¿Cuáles deberían haber sido a su juicio las acciones más prioritarias? ¿Qué decir del futuro?
Con el paso del tiempo espero que tendremos una evaluación crítica e integral de lo que se ha
hecho, pero creo que hay seis puntos prioritarios. Primero, ha faltado una visión más sistémica
e integrada de la pandemia, con un conocimiento de salud pública y las ciencias sociales más
adecuado y profundo de lo que se ha tenido. Segundo, una mejor gestión con más liderazgo y
coordinación, y con una visión más preventiva que reactiva. Tercero, una acción más
transparente y democrática, con campañas educativas comunitarias desde el principio, con
temas clave como la prevención, el riesgo, la estigmatización, evitar las fake news, etc. Cuarto,
haber fortalecido de forma urgente y contundente las residencias, la salud comunitaria,
servicios sociales, la atención primaria y la salud pública, con la contratación masiva de
rastreadores y pruebas diagnósticas, en lugar de seguir mercantilizando la sanidad con
subcontrataciones a empresas privadas. Quinto, había que haber pensado más en las
desigualdades, invirtiendo masivamente en la protección social y económica de población
“vulnerada” más que vulnerable, sobre todo en las poblaciones y barrios más desfavorecidos y
quienes viven sin hogar. Se han hecho cosas, claro, pero ha sido muy insuficiente. Y sexto,
había que haber ayudado a generar una participación más activa de la comunidad fomentando
acciones solidarias y de apoyo social colectivas, tal y como ha sucedido en algunos países.
Cara al futuro, además de una evaluación detallada de los impactos de la pandemia, habrá
fortalecer y desarrollar una agencia nacional de salud pública capaz de prevenir y controlar las
muchas amenazas a la salud pública existentes y las futuras pandemias que muy
probablemente vendrán. En este sentido, habrá que invertir mucho más en recursos materiales
y disponer de personal entrenado en salud pública, mejorando y ampliando los programas de
formación y los sistemas para vigilar y responder frente nuevas pandemias.
¿Será la vacuna la solución a la crisis sanitaria? ¿A quién favorece el "modelo hegemónico
de salud" al que se ha referido? ¿Cómo se podría garantizar un acceso equitativo si, en
último término, está en manos de las farmacéuticas?
Las vacunas disponibles son seguras y efectivas a corto plazo, pero hay muchas preguntas que
aún debemos hacer sobre la duración de su inmunogenicidad y su efectividad ante las variantes
y posibles mutaciones del coronavirus. Ahora bien, la vacunación del mundo no es un tema
científico o sanitario sino sobre todo geopolítico. A inicios de marzo, se habían puesto en el
mundo unas 4 dosis por cada 100 personas, con una gran desigualdad, ya que en muchos
países no había todavía vacunados. El mismo director de la OMS dijo que "el mundo se
encuentra al borde de un fracaso moral catastrófico". ¿Por qué? Pues porque las inversiones en
la investigación de vacunas han sido sobre todo públicas, pero la producción y
comercialización está en manos privadas debido al acuerdo de 1995 sobre los "Derechos de
propiedad intelectual relacionados con el comercio" de la OMC (TRIPS), que impone los
intereses de las multinacionales farmacéuticas sobre los estados, en especial del sur, que son
dependientes de patentes y licencias sobre productos, vacunas y fármacos. Las grandes
farmacéuticas gastan mucho en publicidad y no en medicamentos y vacunas que no les son
rentables pero que son absolutamente vitales para la sociedad. La geopolítica sanitaria que
impone el complejo médico farmacéutico financiero global (el Big Pharma) controla el
consumo masivo de fármacos y tecnologías sanitarias, defiende sus intereses con una gran
influencia sobre los estados, y genera enormes beneficios. La India, Sudáfrica y 90 países más
han tratado de suspender los acuerdos de propiedad durante la pandemia, pero la Unión
Europea, EE.UU. y otros países anglosajones se opusieron. De esta dinámica sólo escapan
Rusia, China y Cuba, pero algunas de sus vacunas también se encuentran mercantilizadas y
asociadas a laboratorios privados nacionales de la India, Brasil, Argentina, entre otros.
¿Puede poner más ejemplos del poder corporativo de esas empresas?
El 60% de la financiación de la Alianza para las Vacunas (GAVI) proviene de las
corporaciones farmacéuticas y de donantes de países ricos que, al estar presentes en los comités
de expertos, defienden los intereses de la industria. La "Coalición para las Innovaciones en la
Preparación ante Epidemias" (CEPI) creada en el año 2015 por el Foro Económico de Davos
con la ayuda de la Fundación Gates y el Fondo Wellcome Trust (un fondo de la corporación
GlaxoSmithKline), anunció un plan de vacunación global. El Fondo de Acceso Global para
Vacunas COVID-19 de la OMS llamado COVAX, junto con la GAVI y la CEPI, hace que los
derechos de "patentes" de las vacunas sigan una lógica mercantil, por lo que sólo suministran
vacunas en forma limitada en los países pobres, y no como "un derecho", sino como una forma
geopolítica caritativa de tipo colonial donde los países compiten por separado para conseguir
cuotas de dosis. No es extraño pues, que la inmensa mayoría de vacunas disponibles hayan ido
a parar a los países occidentales ricos (y dentro de ellas a menudo los más privilegiados). Cabe
decir también que el 80% del presupuesto de la propia OMS depende de donaciones y no de
los Estados (la Fundación Gates por ejemplo paga el 90% de su programa de medicamentos),
lo que muestra su grado de dependencia de los intereses de la industria y medios privados. Es
fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la
humanidad. Y para hacer esto, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las
patentes, creando una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir
vacunas para todos.
Esto quiere decir que hacer un cambio social y político, radical y profundo, sería "la vacuna"
más eficaz y que es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien
común de toda la humanidad. Habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las
patentes, y crear una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir
vacunas para todos. Algunos casos que pueden ir en esta dirección son la posible distribución
de vacunas fabricadas en la India (el país que más fabrica), el desarrollo de la vacuna cubana
"soberana 02" para la población, turistas y otros países o que, bajo el ALBA, Cuba y
Venezuela quieren crear un banco de vacunas para los países pobres. En definitiva,
necesitamos una “vacuna social”.
En su último libro "La salud es política" (Icaria), profundiza en que hay que impulsar un
cambio de modelo a gran escala para hacer frente a las crisis que vendrán, derivadas en
buena parte del colapso ecológico. ¿Pero cómo empezar a hacer ese cambio dentro de un
marco capitalista que prioriza los beneficios por encima de todo?
La pandemia es un baño de humildad que nos debería hacer comprender que somos parte de la
naturaleza, y que cuando la dañamos también nos dañamos a nosotros. Somos frágiles, y
somos dependientes. Ahora bien, esto no es suficiente para hacer los cambios que necesitamos
ya que las inercias económicas, políticas y culturales existentes hacen que sea muy difícil
cambiar. El neoliberalismo destruye la vida, pero también "infecta" nuestras mentes
dificultando comprender lo que sucede. Esto significa que, si queremos cambiar, la conciencia
social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia debe aumentar. Con el fin de lograr
un cambio profundo, será necesario, como casi siempre en la historia humana, hacerlo con
lucha social. La emergencia climática y la crisis ecosocial y energética que padecemos -y
padeceremos- serán infinitamente peores que la pandemia. Y es que la constante acumulación,
crecimiento ilimitado y despojo de bienes comunes del capitalismo es nuestro peor "virus". Las
reformas son cruciales, pero habrá que realizar cambios sistémicos muy profundos. O bien
cambiamos radicalmente, o vamos camino de la extinción humana, o en todo caso un
genocidio y ecocidio masivos.
En un mundo sometido a múltiples y casi inevitables crisis ecosociales sistémicas, hay que
"cambiarlo todo", dicen las feministas. Debemos reinventar -y debemos hacerlo pronto- la
organización de la producción y la reproducción social haciendo una revolución económica,
política y cultural. ¿Cómo hacer este cambio? Propongo cuatro de los elementos que creo
esenciales. Primero, experimentar como vivir de una manera diferente, con cooperativas de
producción y consumos, nuevas formas de vida y relaciones donde la libertad de unos no
dependa del sufrimiento de los demás. El gran escritor portugués José Saramago dijo: si no
cambiamos de vida no cambiaremos la vida. Segundo, aumentar la conciencia de la crisis
sistémica que nos rodea y que es posible vivir bien de otra manera, con menos consumo, de
forma más saludable, humana y realmente sostenible. Esto significa una reeducación
ciudadana política y cultural muy profunda. Tercero, crear grupos de análisis (think tanks)
potentes que hagan análisis críticos y propuestas de actuación políticas más adecuadas; Y
cuarto, juntarse y movilizarse continuamente con movimientos sociales a la vez
descentralizados y coordinados, que conecten todas las luchas, que sean "glo-locales", capaces
de crear formas colectivas para presionar y cambiar la política institucional. Hacer estos
cambios nos costará mucho pero no hacerlos aún nos costará más.
(Partes de esta entrevista fueron utilizadas en el reportaje de Emma Pons “¿Por qué la covid no nos iguala? La relación
entre la salud y el código postal”, publicado en catalán y castellano en el diario Público y en la revista Quinze de Público,
n. 73, 19/25-03-2021. Accesible
en: https://www.publico.es/public/per-covid-no-ens-iguala-relacio-salut-i-codi-postal.html; y
en https://www.publico.es/sociedad/desigualdades-covid-19-covid-no-iguala-relacion-salud-codigo-postal.html?ut
m_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico).
Joan Benach
Catedrático de Sociología en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra.
Director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) y Subdirector del JHU-UPF
Public Policy Center, Universidad Pompeu Fabra a Barcelona.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 28-3-2021
https://www.elcritic.cat/entrevistes/joan-benach-la-desigualtat-social-es-la-pitjor-de-les-pandemies-85510
Foto: IVAN GIMÉNEZ
Entrevistas
Elena Parreño
15/03/2021 | 06:00
JOAN BENACH
"LA DESIGUALDAD SOCIAL ES LA PEOR DE LAS PANDEMIAS"
Hace un año, una crisis global de salud pública sacudió los cimientos de nuestras vidas. ¿Qué ha dejado
al descubierto la pandemia del coronavirus? ¿Cuán determinante es la realidad económica y social para
nuestra salud? La Covid-19 ha mostrado la gran vulnerabilidad humana y también las deficiencias de un
sistema donde quien nace pobre sufrirá sus consecuencias también en su salud. Entrevistamos al
investigador Joan Benach , que ha publicado el libro La salud es política (Icaria, 2020). Benach es
director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud-Employment Conditions Network,
codirector de Johns Hopkins University-UPF Public Policy Center y catedrático del Departamento de
Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra.
Hace un año de la llegada de la pandemia e inicialmente parecía un virus democrático …
A menudo oíamos decir que afectaba a todo el mundo igual. ¿Ha sido así?
En sí mismo, el virus puede ser democrático , pero las condiciones sociales de las personas y grupos sociales
que lo transmiten y producen su impacto no lo son. La palabra pandemia hace referencia a la extensión
masiva de una epidemia, lo que hace pensar que afecta a todos. Y es cierto, pero no en igual medida. Por tanto,
debemos mirar el problema de manera diferente a cómo habitualmente nos lo presentan los medios de
comunicación. Estamos ante una pandemia desigual, esparcida y ensanchada por la desigualdad social, que,
como he señalado muchas veces, es la peor de las epidemias que estamos sufriendo. Por tanto, hay
desigualdades pandémicas o, si lo queremos decir con palabras de Mike Davis, existe una “constelación de
epidemias” que viene determinada sobre todo por factores socioeconómicos y sanitarios inequitativos.
Entonces ya apuntabas a las desigualdades en salud como punto clave para unos efectos
desiguales de la Covid-19. ¿Qué hace que las personas más pobres sufran más los efectos
de la pandemia?
Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado a su vez por la pobreza,
las privaciones materiales y desigualdades sociales crecientes; por ejemplo, el mayor riesgo de contagio que
sufren grupos de población precarizados, desahuciados, migrantes, etc. Además, estos grupos sociales tienen
más dificultades para protegerse, por ejemplo, al no poder cambiar a menudo las mascarillas, y tienen más
factores de riesgo y enfermedades (hipertensión arterial, obesidad, diabetes, enfermedades del corazón…)
que les hacen más susceptibles de que el coronavirus les produzca un mayor impacto. Los estudios científicos
muestran con claridad cómo los factores sociales actúan sinérgicamente, aumentando la probabilidad de ser
contagiado, enfermar y morir. Por eso decimos que la Covid-19, más que una pandemia, es una
sindemia. Quizás la pandemia actual se podrá resolver con medidas biomédicas, pero el coronavirus
probablemente seguirá con nosotros y aparecerán nuevas infecciones y pandemias. Más tarde o más
temprano, frenaremos esta pandemia; sin embargo, si no somos capaces de detener las causas políticas
profundas que lo han originado y las desigualdades sociales, las sindemias seguirán actuando con nuevas
enfermedades y problemas de salud que afectarán mucho más, decíamos en un artículo con Juan M Pericàs,
una población "vulnerada".
Foto: IVAN GIMÉNEZ
"Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero tienen un papel
menor en la producción colectiva de la enfermedad"
Dave Gordon hizo una lista de las recomendaciones que suelen hacerse en salud y que al
final culpabilizan a la víctima, como no fumar o hacer ejercicio… ¿Qué capacidad de
elección tenemos de nuestras condiciones de vida?
No se puede comprender –ni resolver– un problema social y colectivo como la salud pública con una mirada
que ponga el acento en los factores personales, por relevantes que éstos sean. La ideología liberal nos dice
que la libertad es “hacer lo que queremos”, pero no hacemos lo que queremos sino lo que podemos o que nos
dejan hacer. En 1999, Dave Gordon difundió un texto en forma de chiste que me gusta mucho repetir. En su
artículo “ Consejos alternativos para tener una salud sana“, criticó la visión tradicional de los
gobiernos que dan consejos “asociales” de los “estilos de vida”. El decálogo de su texto decía cosas como: “No
sea pobre; pero, si es pobre, procure no serlo por mucho tiempo”, o bien “No trabaje en un trabajo estresante,
mal pagado y precario”. Las enfermedades y la muerte prematura se dan en personas, pero determinados
grupos sociales las sufren con mayor frecuencia. Por tener menos derechos, recursos, oportunidades o poder,
nuestros grados de libertad se reducen. Cuanto más difícil es la vida familiar, laboral, etc., más probable es
que se generen estremecimientos y problemas de todo tipo. Por ejemplo, las adicciones no son, como muchos
creen, una simple elección personal, sino a menudo una respuesta para aliviar algún trauma que sufrimos,
que nos genera dolor emocional y sufrimiento. Cabe decir que las conductas compulsivas son hoy una
verdadera pandemia social, donde nos enganchamos a casi todo (el juego, las compras, el sexo, la comida, el
trabajo, los juegos de Internet, etc.), mediante los teléfonos móviles, las redes sociales, Internet y todo tipo de
productos y servicios donde, bajo el neoliberalismo, las grandes empresas y la publicidad nos empujan a ser
adictos para así conseguir mayores ganancias.
A menudo, atribuimos la buena o mala salud a elementos biológicos o genéticos; pero
según explicas en tu libro, hay muchas más causas… ¿Qué factores más relevantes que
nuestros genes pueden llevarnos a tener buena o mala salud?
Al mencionar las causas de la salud, los medios de comunicación difunden una visión que pone excesivamente
el acento en los factores biomédicos y en la genética. Tanto es así, que en los últimos años se ha puesto de
moda decir: "Es parte de nuestro ADN", o expresiones similares, al hablar de temas laborales, deportivos y de
todo tipo. Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero desempeñan un papel menor en la
producción colectiva de la enfermedad. ¿Por qué? Pues porque existen pocas enfermedades exclusivamente
genéticas y porque la biología interactúa constantemente con un ambiente, que puede compensar o no una
desventaja biológica o genética determinada. Estar predispuestos no significa que estemos
predeterminados. ¿Por qué enfermamos? La salud de la población, la salud colectiva, depende
fundamentalmente de los llamados determinantes ecosocialesde la salud . Por citar algunos, la
precarización laboral, la pobreza, los problemas de vivienda, las injusticias ambientales o la debilidad de la
salud pública, la disciplina que tiene por objetivo prevenir la enfermedad y proteger, promover y restaurar la
salud de toda la población. A su vez, estos determinantes dependen de las políticas públicas, sociales,
laborales, ambientales, etc., que se elijan, al tiempo que estas políticas dependen de la distribución del poder
político en sentido amplio, es decir, de la política.
Foto: IVAN GIMÉNEZ
“Todo hace pensar que ésta no será la última pandemia: vendrán otras y
seguramente más virulentas”
En el libro explicas que, desde antes de nacer y hasta la muerte, incorporamos en los
cuerpos y en las mentes a los determinantes políticos y sociales que más tarde
expresamos en forma de salud o de enfermedad… Tan relevante es de dónde venimos y
¿dónde crecemos?
Es primordial, tanto en el ámbito personal y familiar como en el del grupo social (clase, género, etnia,
situación migrante…) al que pertenecemos y del lugar (barrio, región, país…) donde vivimos. Los humanos
somos seres totales , todo está integrado, pero el modelo biomédico hegemónico separa la mente del cuerpo,
desligando a menudo las emociones de la salud física, y separa al individuo de su entorno, de modo que las
personas quedan separadas de sus contextos. Pero la enfermedad y la salud son el resultado de muchas
causas interrelacionadas de tipo sistémico e histórico que no deberían separarse. Por ejemplo, si una mujer
migrante llega a urgencias de un hospital con un infarto de miocardio, es porque su cuerpo y su mente
expresan todos los problemas y factores de riesgo acumulados durante su vida que, finalmente, se reflejan en
la su psicología y biología. Su historia personal es también la historia de su clase social, de su género, de su
situación migratoria, y del colectivo social, de la comunidad y del país al que pertenece.
La evolución de las ciencias lleva a una creciente superespecialización que, a pesar de ser útil y necesaria, nos
hace difícil comprender de forma completa la realidad integrada que va desde los genes hasta la política. Y es
que lo político y lo social entra dentro de nuestros cuerpos y se expresa en forma de daño psicobiológico
con enfermedades, sufrimiento y muerte prematura. A pesar de existir excepciones, los estudios de
epigenética muestran que no somos máquinas biológicas aisladas de la sociedad, donde existen efectos
genéticos inevitables, sino animales sociales fuertemente condicionados por el entorno. Ponemos un ejemplo
ya clásico: durante el hambre invernal holandesa de 1944 provocada por los nazis al desviar los alimentos
hacia Alemania, las mujeres embarazadas no tenían casi alimentos. Los estudios científicos han mostrado
cómo aquellos que aún no habían nacido (especialmente en el primer trimestre del embarazo), al cabo de los
años desarrollaron más obesidad y problemas de corazón. ¿Por qué? Pues porque madres y fetos
aprendieron a ahorrar calorías . El cuerpo de estas personas fue programado , y más tarde recuerda , por
así decirlo, la historia sufrida en el seno materno.
¿Cuál es entonces la causa original de esa pandemia? En el libro hablas de "las causas de
las causas".
Siempre ha habido -y siempre habrá- pandemias, pero en los últimos decenios hemos visto un aumento de
brotes producidos por enfermedades infecciosas. Por varias razones. Una urbanización masiva, la alteración
de ecosistemas, y la deforestación y pérdida de biodiversidad que interpone especies entre los patógenos y el
ser humano. Además, existe un modelo industrial de agricultura y de producción ganadera mercantil donde
hay un gran número de animales hacinados, así como el crecimiento del turismo de masas, con viajes que en
pocas horas esparcen virus por todo el mundo, y la mercantilización y precarización de los sistemas de salud
pública. Y un factor muy preocupante es el deshielo de glaciares y de permagel debido a la crisis climática que
puede poner en circulación virus hasta ahora desconocidos. Detrás de todo está la lógica de acumulación, de
crecimiento, de ganancia y desigualdad de un capitalismo que choca con los límites biofísicos planetarios. De
este modo, todo apunta a que ésta no será la última pandemia, sino que vendrán otras y seguramente más
virulentas. Es, pues, fundamental que lo sepamos y que nos preparemos.
Foto: IVAN GIMÉNEZ
“Las oleadas de crisis pospandémica seguirán enfermando y matando más a los
pobres, y especialmente a las pobres”
Hay unos datos en tu libro que impresionan. Por ejemplo: una niña nacida en Suecia
puede vivir 43 años más que una niña nacida en Sierra Leona. Se hace casi inmoral
hablar tanto de la Covid-19. ¿Hemos perdido la perspectiva o nunca la hemos tenido?
Sabemos que la Covid-19 es un problema de salud pública, económico y social muy serio, pero hay muchos
efectos que apenas empezamos a conocer. Existe una parte no visible del iceberg que oculta un número de
muertes muy superior al oficial, con muchas enfermedades no atendidas y problemas de salud mental,
sufrimiento, violencia y desigualdades. Y, además, la pandemia amplifica las desigualdades de gran parte de la
población mundial que ya sufría una pandemia de desigualdad. ¿Por qué? Pues porque 2.500 millones de
personas sobreviven con 5 dólares al día, cientos de millones de personas carecen de agua potable ni
electricidad, la mitad de personas no pueden acceder a medicamentos esenciales, y 5.200 millones no tienen
un sistema de seguridad social mínimamente adecuado. Ahora la pandemia también nos ha tocado a nosotros
y ha frenado la economía global, pero las oleadas de crisis pospandémica seguirán enfermando y matando
más a los pobres, y especialmente a las pobres.
Entre las muchas formas de desigualdad existentes, la desigualdad de salud es la más inhumana de todas: no
hay peor desigualdad que saber que enfermarás o morirás prematuramente por ser pobre. Por ello, a menudo
decimos que la equidad en la salud, en la calidad de vida y en el bienestar es el mejor indicador de justicia
social de una sociedad. Aunque han hecho alguna fortuna frases como "Es peor tu código postal que tu código
genético", el tema todavía se conoce muy poco, y muy en especial en lo que se refiere a las causas que las
provocan, que es un tema primordial. Desde el punto de vista moral, lo peor es que son desigualdades cada
vez más evitables. Como comenta el filósofo Thomas Pogge, debemos valorar la capacidad de hacer frente a la
pobreza en comparación con los medios que tenemos. Por ejemplo, eliminar la pobreza en 1990 habría
costado el 10,
Ahora que están las vacunas, también sabemos que los países del Primer Mundo han
acaparado prácticamente toda la producción en detrimento de los países
económicamente empobrecidos. ¿Crees que puede haber solidaridad en la "nueva
normalidad"?
Los medios de comunicación han creado una visión distorsionada de las vacunas, generando la sensación de
que la pandemia ya está casi resuelta. A corto plazo, las vacunas disponibles son seguras y efectivas, pero a
medio y largo plazo todavía existen muchas incertidumbres y sabemos poco sobre las nuevas variantes de los
virus. Además, el ritmo de vacunación es todavía muy lento y desigual, y puede costar mucho tiempo hasta
que toda la humanidad esté vacunada. Si dejamos de lado el siempre relevante tema de una buena gestión,
una gran parte del problema se debe a las políticas neoliberales. Aunque las inversiones en investigación de
vacunas han sido básicamente públicas, la producción y comercialización permanece en manos privadas. ¿Por
qué? Por la puesta en marcha en 1995 del acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual asociados al
comercio por la Organización Mundial del Comercio (OMC). India, Sudáfrica y otros muchos países han
tratado de suspender estos derechos durante la pandemia, pero la Unión Europea y Estados Unidos se han
opuesto. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del
funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la
humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una
asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas. pero la Unión
Europea y Estados Unidos se han opuesto a ello. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es
un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las
vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta
geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir
masivamente vacunas. pero la Unión Europea y Estados Unidos se han opuesto a ello. La exitosa creación de
vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo
neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será
necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía
para producir y distribuir masivamente vacunas.
Foto: IVAN GIMÉNEZ
"El neoliberalismo no sólo destruye la vida sino que 'infecta' nuestras mentes"
Nos sentíamos invulnerables… ¿Podemos sacar algo positivo de ese sentimiento de
vulnerabilidad?
La pandemia deja lecciones importantes: tener mayor conciencia del trabajo de una clase trabajadora siempre
despreciada; que la sanidad pública y los cuidados son cruciales, y que somos una especie frágil y
esencialmente dependiente de los demás y de cuya naturaleza formamos parte. Desgraciadamente, esto no es
suficiente para realizar los cambios profundos que necesitamos. Las inercias económicas, políticas y
culturales hacen que hacer cambios profundos sea muy difícil. Vivimos en una sociedad que precariza, que
genera alienación, adiciones y muerte, que nos roba el tiempo, que no deja reflexionar sobre el mundo en el
que vivimos. Durante la pandemia han muerto millones de personas de hambre, han muerto cientos de miles
de niños por enfermedades diarreicas… fácilmente evitables. ¿Estamos dormidos? ¿Por qué no me hablamos
más? Paulo Freire decía que la ideología dominante enmascara la realidad y nos hace miopes. El
neoliberalismo no sólo destruye la vida sino que infecta nuestras mentes y hace difícil comprender la
realidad y sus causas.
Este trastorno que ha supuesto la pandemia en todo el mundo, ¿no puede ser bueno para
despertarnos masivamente?
Si no crece la conciencia social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia, sobre la posibilidad de
que haya nuevas pandemias, o sobre la crisis ecosocial sistémica que padecemos, será muy difícil cambiar la
realidad. Olvidamos y olvidamos rápidamente. El historiador Jacques Le Goff decía que una de las máximas
preocupaciones de las clases dominantes es "apoderarse de la memoria y del olvido". La pandemia ha sido un
trasiego general que ha cambiado la sociedad, pero esto no quiere decir que el mundo cambie a mejor. Habrá
que intentarlo, habrá que cambiar radicalmente mediante una lucha organizada, inteligente y persistente, en
la que sepamos juntar muchas fuerzas locales y globales. Margaret Thatcher hablaba de la TINA [“There Is
No Alternative”], que no había alternativa. La paradoja es que ahora sí que no hay alternativa: o
cambiemos o vayamos camino del ecocidio y del genocidio.
Hará falta una transformación ambiciosa para que la humanidad no se acabe
colapsando… ¿Cuáles serán las claves?
La pandemia es un baño de humildad que debería hacernos comprender que somos naturaleza y que, si la
dañamos, también nos dañamos nosotros. Hay que resolver la emergencia climática generada por los países,
empresas y grupos más ricos, y hacer frente a la crisis ecológica que hace que gastemos 1,7 planetas, ya una
próxima crisis de energía. Todo esto es infinitamente peor que la pandemia. El peor virus que tenemos es un
capitalismo fosilista que necesita una acumulación constante, un crecimiento ilimitado y despojar de los
bienes comunes, lo que significa que la vacuna más efectiva es un profundo cambio político. Por eso, además
de hacer frente a la crisis pandémica y pospandémica, frenando la precarización laboral y vital, y la
desigualdad, y fortaleciendo los servicios de salud y sociales golpeados por las políticas neoliberales, es
necesario salir de la lógica económica y cultural de un capitalismo “tecnofeudal” —como dice Iannis
Varufakis— en guerra con la vida. Las reformas son importantes e imprescindibles, pero muy pronto nos
enfrentaremos a situaciones límite que obligarán a realizar cambios sistémicos muy profundos para evitar el
colapso.

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  • 1. 1 https://www.elviejotopo.com/topoexpress/tenemos-un-problema/ https://ctxt.es/es/20220401/Firmas/39417/crisis-ecologica-planeta-tierra-biosfera-joan-benach.htm Tenemos un Problema Ciencia, Ecología, Sociedad | 12 mayo, 2022 Joan Benach — Profesor, investigador y salubrista (Grup Recerca Desigualtats en Salut, Greds-Emconet, UPF, JHU-UPF Public Policy Center UPF-BSM, Ecological Humanities Research Group GHECO, UAM) Es el 20 de julio de 1969. La misión espacial tripulada Apolo 11 aluniza en nuestro satélite y pocas horas más tarde Neil Armstrong da sus primeros pasos sobre la superficie lunar llenando de asombro y admiración al mundo. Con él emerge la profunda emoción de sentir una íntima unión con una Tierra que nos impele a amarla y protegerla. Es el hogar de todos los humanos que hemos conocido y, con gran probabilidad, conoceremos.[1] Cuatro años
  • 2. 2 antes, Aleksei Leónov, el astronauta ruso realizó el primer paseo espacial de la historia expresando que la Tierra es “nuestra casa, pequeña, azul y enternecedoramente solitaria”. Un punto perdido en la envolvente oscuridad cósmica. La preparación del primer viaje a la Luna, su realización y seguimiento posterior fue un proceso largo, costoso, difícil[2], pleno de logros, pero también de muchas dificultades. “Un pequeño paso para el ser humano, un gran salto para la humanidad” dijo Armstrong al pisar la Luna simbolizando la enorme proeza humana. Pero otra expresión, a menudo usada jocosamente cuando hacemos frente a una contrariedad, se ha hecho incluso más popular: “Houston, tenemos un problema”[3]. Hoy no es el Apolo sino la Tierra quien tiene un Problema con mayúsculas. Claro está, la humanidad enfrenta muchas dificultades: la creciente desigualdad social, el peligro de guerra nuclear, el avance hacia una sociedad autoritaria y plutocrática sometida a un férreo control tecnodigital global, el ascenso de los neofascismos, la emergencia de pandemias, un masivo control y vigilancia social, nuevas adicciones colectivas, los riesgos geopolíticos globales derivados del declive del imperio norteamericano y la emergencia de China, y tantos otros más. Ese globo azul suspendido en un espacio infinito y oscuro tiene hoy un problema aún mayor si cabe, el mayor reto al que nunca antes tuvimos que hacer frente. Un reto que llama con insistencia a nuestra puerta: la crisis socioecológica. No, no se trata sólo de limpiar nuestros ríos, plantar árboles, cuidar bosques, reciclar productos o incentivar el uso de energías renovables, iniciativas todas ellas imprescindibles y urgentes. Tampoco significa el crucial hecho de tener que enfrentarnos a una emergencia climática que está ya teniendo consecuencias calamitosas. Nuestro Problema es más complejo, es otra cosa. La Tierra es nuestra casa. Nuestro planeta es el único mundo conocido en que con certeza sabemos que la materia del Cosmos se ha hecho viva y consciente, aunque no necesariamente tiene por qué ser el único que pueda estar habitado[4]. La primera ocasión en que la humanidad contempló “nuestra pequeñez” tuvo lugar en la vigilia de Navidad de 1968 durante la misión del Apolo 8 cuando una fotografía hizo estallar nuestra conciencia de especie.
  • 3. 3 Amanecer de la Tierra, fotografía tomada por el astronauta del Apolo 8, William Anders, el 24 de diciembre de 1968. Ese día el poeta Archibald MacLeish escribió: “Ver la Tierra, tal y como realmente es, pequeña y azul y bonita, en este silencio eterno en que flota, es vernos a nosotros mismos juntos como jinetes sobre la Tierra, hermanos en aquella brillante belleza en el frío eterno, hermanos que saben, ahora, que son hermanos de verdad.”[5] En sus libros y programas de televisión, el astrónomo y gran divulgador científico Carl Sagan recordaba que somos el legado de 15.000 millones de años de evolución cósmica y que tenemos el placer de vivir en un planeta donde hemos evolucionado para poder respirar el aire, beber el agua y amar a la naturaleza que nos rodea. Nuestras células han sido forjadas en el corazón de las estrellas. “Somos polvo de estrellas”, decía. Hoy nos enfrentamos a una circunstancia absolutamente nueva, sin precedentes en la historia humana. Hemos creado una civilización en la que hemos hecho progresos sociales y logros tecnológicos formidables pero donde, voluntaria o involuntariamente, hemos alterado profundamente (y cada vez con más rapidez) el entorno global y la vida del planeta. Hoy hemos dejado de comprender que somos parte de la naturaleza, y eso nos convierte en un peligro para la vida y para nosotros mismos. El poeta chileno Nicanor Parra advirtió que hemos cometido el error de “creer que la Tierra era nuestra cuando la verdad de las cosas es que nosotros somos de la Tierra”, y que seguimos teniendo una manera de pensar
  • 4. 4 antropocéntrica, científico-tecnológica y narcisista basada en la “ego-conciencia” en lugar de en una “eco-conciencia”. Tendemos a ser ciegos, a atenuar lo que nos amenaza, a amortiguar lo nocivo o negativo, a no mirar lo que no nos gusta. A pesar de estar cada día frente a nuestros ojos, no vemos, no sentimos, no comprendemos; no queremos tomar plena consciencia de la atroz crisis socioambiental en la que estamos inmersos. Nos cuesta creer las incesantes y aterradoras advertencias que los científicos nos lanzan continuamente. Vale decir que hay muchas razones para desoír las voces, y hay muchas personas, grupos sociales e instituciones que hacen todo lo posible para impedir que oigamos. No basta con disfrutar de los bienes, recursos y bienestar que nos da la naturaleza, debemos también comprenderla y entendernos. Esa consciencia debe provenir de una mirada limpia, humana, a la vez científica, ético-política y espiritual. No basta con disfrutar de la luz eléctrica, decía el fraile dominico brasileño Frei Betto, hay que entender cómo y por qué se produce: “Solo quien tiene formación de electricista sabe mirar eso con otros ojos, porque comprende cómo llega la luz a la sala… eso es la conciencia política: ver los hilos, saber lo que pasa por detrás”. Lo primero es saber. En un conocido ensayo, el filósofo ilustrado Immanuel Kant recordaba una vieja consigna acuñada por Horacio (siglo I a.c.). Sapere Aude, decía: “Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza”. Durante mucho tiempo, el planeta nos pareció inmenso, el único mundo explorable. Durante un millón de años la humanidad creyó que éramos el centro del mundo, que aparte de la Tierra no había ningún otro lugar. Hoy la Tierra se ha hecho muy pequeña. En la última parte de la vida de nuestra especie sobre el planeta, nos hemos dado cuenta de que vivimos en un mundo diminuto y frágil perdido en la inmensidad y en la eternidad que está a la deriva en un gran océano cósmico. El 14 de febrero de 1990, la sonda espacial Voyager 1 fotografió la Tierra desde 6.000 millones de kilómetros de distancia.[6] Un punto de luz casi imperceptible.
  • 5. 5 La Tierra a una distancia de 6000 millones de kilómetros de la Tierra por la Voyager 1 en 1990. Carl Sagan explicaba con emoción sus sensaciones: “Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, niño esperanzado, inventor y explorador, cada maestro de la moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica… Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… es desafiada por este punto de luz pálida.”
  • 6. 6 Los seres humanos vivimos en un medio que modelamos y que a la vez nos modela a nosotros. Habitamos un mundo natural creado durante miles de millones de años por los procesos de la física, la química y la biología. Somos una más de las especies.[7] Somos capaces de construir cómodas casas para cuidar a nuestros ancianos y también inmensas autopistas de 26 carriles. Inventamos libros o la red global Internet, y también construimos mortíferas armas nucleares, podemos explorar los polos y visitar la Luna o Marte, crear belleza musical y desarrollar elegantes y potentes teorías científicas y tecnologías de gran eficacia. Rehacemos la naturaleza a nuestra medida… Somos una especie capaz de casi todo, pero no somos una especie más.[8] Vivimos en dos mundos en constante interacción: la ecosfera o biosfera natural, la fina piel global compuesta por el aire, el agua, la tierra y las plantas y animales que viven en ella, y la tecnosfera creada por el ser humano, con todos los artilugios y productos que hemos sido capaces de inventar. Dos mundos que están en guerra, como nos recordaba el gran biólogo y ecologista Barry Commoner en Making peace with the planet. La capacidad humana actual de tener el poder suficiente como para intervenir de forma determinante sobre la naturaleza tiene su origen en la revolución industrial capitalista que se inicia a finales del siglo XVIII. En el último siglo hemos asistido a la expansión de un capitalismo fosilista imparable, y en las cinco últimas décadas al triunfo económico e ideológico de un capitalismo neoliberal y cognitivo, capaz de crear crecimientos exponenciales y tecnologías maravillosas, pero también de destruir lazos sociales y de solidaridad muy profundos, difundiendo el consumo masivo y el entretenimiento vacío como forma de vida y “realización” personal. El triunfo del capitalismo neoliberal ha sido amplio, muy profundo, a todos los niveles, en todas partes. Hoy el sistema capitalista no parece capaz de crear “Estados de bienestar” para toda la humanidad, ni siquiera, como recordaba el añorado urbanista y ecologista Ramón Fernández Durán, “simulacros de bienestar”. El capitalismo destruye, construye, y consume una materialidad que lo abarca todo. La mercantilización se extiende desde el microcosmos al macrocosmos a todos los ámbitos y cosas: la sanidad, la educación, la naturaleza, el conocimiento, la cultura, el arte, el deporte, el cuerpo… El cuerpo se analiza, fragmenta, comercializa y finalmente se vende como una mercancía más. Se patentan genes, bacterias, semillas, tejidos y animales modificados genéticamente, se trafica y compran órganos, se alquilan úteros, familiares y hasta novias/os, y se venden parcelas en la Luna o en los planetas.[9],[10] Y es también un modo de vida inmaterial. El capitalismo emocional es la causa última de una patogénesis generalizada que entra en nuestros cuerpos y mentes. Penetra en nuestros cerebros, insertándonos ideas, relatos y ficciones que cambian nuestras mentes y transforman las relaciones humanas. Las empresas farmacéuticas, vivas
  • 7. 7 rastreadoras de todo beneficio que se precie, identifican todo tipo de malestares, adicciones, neurosis, trastornos, preocupaciones, dolores, humillaciones y miedos causados por el propio capitalismo, para crear todo tipo de síndromes y enfermedades y vender sus productos. Sin embargo, para una gran parte de la humanidad, disponer de fundamentos vitales tan básicos como comer alimentos, beber agua o respirar aire en condiciones higiénicas y saludables es aún un sueño inalcanzable. Tenemos los medios y recursos para reeducar nuestra mente, para ver nuestro Problema, pero necesitamos de la decisión y el valor, personal y colectivo, para hacerlo. No podemos resignarnos a no pensar y sentir al mismo tiempo. Debemos usar esa palabra tomada por el sociólogo colombiano Orlando Fals-Borda de los pescadores de San Benito Abad en el municipio colombiano de Sucre: el “sentipensar”. La innovación básica de la revolución científica del siglo XVI y XVII fue hacer preguntas y descubrir nuestra ignorancia, darnos cuenta de que no teníamos todas las respuestas. Aprender que con esfuerzo, tiempo, y recursos podíamos investigar y conocer más cosas, ganando en poder para cambiar la tecnología, la cultura, la economía y el medio natural. La ciencia, el conocimiento y la solución de problemas se inician y nutren continuamente a partir de hacernos preguntas. Albert Einstein apuntaba que la formulación de un problema es más importante que su solución; el escritor Marc Twain señalaba que el problema no es lo que no sabemos sino lo que creemos que es cierto y no lo es; el artista y escritor John Berger nos instaba a vivir con los ojos abiertos sin dejarnos derrotar por el nihilismo, el odio y la desesperación. ¿Seremos capaces de mirar (y cambiar) nuestro Problema? Notas: [1] Esa emoción se conoce como “efecto general” (overview effect). Al ver el planeta bañado en la oscuridad del espacio, las fronteras se borran y todos somos ciudadanos de la Tierra. Ron Garan, un ex astronauta de la NASA que pasó dos semanas trabajando en la construcción de la Estación Espacial Internacional dijo: «Para mí fue una epifanía en cámara lenta…. un profundo sentido de empatía y comunidad, la voluntad de renunciar a tener una recompensa inmediata y tener una perspectiva de progreso multigeneracional… es el hogar de todos los que alguna vez vivieron y de todos los que serán.» Ver: Ian Sample. Scientists attempt to recreate ‘Overview effect’ from Earth. The Guardian. 26 diciembre 2019. [2] El coste económico fue de unos 288.000 millones de dólares de 2019, gastados durante poco más de una década. En 1965 el programa llegó a su cenit, con una inversión equivalente al 2% del PIB de EE.UU. de entonces. Antonio Turiel. Cincuenta años del primer hombre en la Luna. 26 julio 2019.
  • 8. 8 [3] La frase no es exacta ni se dijo durante el primer viaje sino un año más tarde, en el Apolo 13 pero así ha quedado registrada en el imaginario popular. «Houston, we have a problem» es una popular pero errónea cita de una frase del Jack Swigert durante el accidentado viaje del Apolo 13, justo después de observar una luz de advertencia acompañada de un estallido,1 a las 21:08 CST del 13 de abril de 1970. La frase de Swigert fue: “Bien, Houston, hemos tenido un problema aquí («Ok, Houston, we’ve had a problem here»). A la que siguió la de su compañero Jim Lovell al decir “Ah, Houston, hemos tenido un problema. («Uh, Houston, we’ve had a problem»). [4] Carl Sagan, uno de los mejores divulgadores de la ciencia y el Cosmos lo dijo con estas palabras: “Hay cien mil millones de galaxias y mil millones de billones de estrellas. ¿Por qué debería ser este modesto planeta el único habitado? Personalmente, creo que es muy posible que el Cosmos rebose de vida e inteligencia. Pero “Hasta ahora, todo ser vivo, todo ser consciente, toda civilización que hayamos conocido vivió allí, en la Tierra. Bajo esas nubes se desarrolla el drama de la especie humana… Las fronteras nacionales no se distinguen cuando miramos la Tierra desde el espacio. Los chauvinismos étnicos o religiosos o nacionales son algo difíciles de mantener cuando vemos nuestro planeta como un creciente azul y frágil que se desvanece hasta convertirse en un punto de luz sobre el bastión y la ciudadela de las estrellas.” Ver: Cap 1 de la serie de 13 documentales Cosmos, basada en el libro Sagan C. Cosmos. Barcelona: Planeta, 1980. [5] Gore A. Una veritat incòmode. Barcelona: Gedisa, Edicions 62, 2006:12. [6] La Voyager 1 es una sonda espacial robótica de 722 kilogramos lanzada el 5 de septiembre de 1977 que es el objeto humano más alejado de la Tierra. Su misión es localizar y estudiar los límites del sistema solar y explorar el espacio interestelar inmediato. En junio de 2021 estaba a 22.909.417.919 km del Sol y le quedan unos 17.702 años para salir de la nube de Oort, donde entrará en el siglo XXIV. [7] Ward B, Dubos R. Only one Earth. New York: Ballantine Books, 1972:XIX. [8] Si bien el ser humano es una especie humana más, no es una más de las especies. “La especie [humana] ha desarrollado en su evolución, para bien y para mal, una plasticidad difícilmente agotable de sus potencialidades y sus necesidades. Hemos de reconocer que nuestras capacidades y necesidades naturales son capaces de expansionarse hasta la autodestrucción. Hemos de ver que somos biológicamente la especie de la Hybris, del pecado original, de la soberbia, la especie exagerada.” Ver: Sacristán M. Pacifismo, ecologismo y política alternativa. Barcelona: Icaria, 1987:10. [9] El empresario norteamericano Dennis Hope registró en 1980 la Luna a su nombre. Hope aprovechó un vacío legal, ya que si bien existe un tratado internacional que indica que ningún país puede reclamar la propiedad de la Luna u otro planeta, este no dice nada sobre personas o empresas privadas. El satélite fue dividido iniciándose la venta de parcelas mediante la Lunar Embassy. Mediante su empresa Lunar Embassy Hope vende pedazos de terreno lunar y lo mismo podría pasar con Marte, Mercurio y Plutón. [10] Ver por ejemplo, I. Wallerstein. El capitalismo histórico. Madrid, Siglo XXI, 2012 (2 ed), p. 90 [ed. original 1988]; Y. Varoufakis. Economía sin corbata. Barcelona, Destino, 2013, p. 34 (ed. orig. 2015).
  • 9. 9
  • 11. https://www.sinpermiso.info/textos/necesitamos-una-vacuna-social-entrevista-a-joan-benach Necesitamos una “vacuna social”. Entrevista a Joan Benach Joan Benach 24/03/2021 Rafael Cañas / EFE ¿Cuáles son las causas de la salud? ¿Por qué enfermamos y se crean desigualdades? Las causas fundamentales que determinan la salud de una población no son, como muchos piensan, la biología y genética, los "estilos de vida" o la atención sociosanitaria sino las causas sociales. ¿Por qué? Pues porque los factores biológicos y genéticos casi siempre se "activan" o no según el entorno, porqué las conductas asociadas con la salud, como los hábitos alimentarios o fumar, son condicionadas por la familia y el ámbito social, y porqué la atención sanitaria, a pesar de ser un servicio fundamental cuando enfermamos, contribuye relativamente poco a la salud de la población y también depende de factores socio-políticos. ¿Por qué enfermamos pues? Sobre todo a causa de los "determinantes ecosociales": la precarización laboral, la vivienda, o la contaminación ambiental por mencionar tres factores solamente. Estos factores inciden desigualmente en los distintos grupos sociales según su clase social, género, etnia, situación migratoria y lugar donde se vive, generando desigualdades en salud. Pongamos un ejemplo. Las mujeres de las clases sociales populares tienen más obesidad debido a que, por razones sociales e históricas, sufren más discriminación y explotación laboral. Con el tiempo, muchas de estas mujeres expresarán la situación de desigualdad social en forma de trastornos metabólicos, diabetes y muerte prematura. Es por eso que decimos que
  • 12. la sociedad entra desigualmente dentro de nuestros cuerpos expresándose biológicamente en forma de enfermedad. ¿Los determinantes sociales de la salud se vinculan de forma intrínseca con el capitalismo? El factor crucial que origina todo el encadenado causal de porqué estamos sanos, enfermamos o morimos prematuramente es la política. ¿Por qué? Pues porqué las ideologías y las desiguales relaciones de poder político condicionan las políticas públicas que se realizan con respecto a las políticas fiscales, el empleo, la vivienda, el medio ambiente, la sanidad, o los servicios sociales, entre otras. Cada una de estas políticas está interrelacionada y genera cambios en las formas de vivir, trabajar, consumir, relacionarnos y el entorno que, por una u otra vía, aunque no lo vemos o no seamos conscientes, afectarán nuestra vida y finalmente la salud. Además, las decisiones políticas se asocian al sistema económico y cultural que vivimos. Como ha apuntado Lula da Silva: "todo depende de la política". Pongamos un ejemplo para comprender la causalidad sistémica e histórica que va desde el capitalismo a la salud. Los parados tienen más probabilidad de estar deprimidos y abusar del alcohol. Si la situación se prolonga tienen más probabilidad de suicidarse o de sufrir una enfermedad hepática. Ahora bien, como dejaron claro los estudios de Marx o Kalecki, el paro es consustancial al capitalismo, por lo que hay un hilo más o menos directo desde la salud al capitalismo. La salud colectiva es pues un producto social muy ligado a la economía política. Me parece una visión tan interesante como poco conocida. ¿Podría poner más ejemplos? Sí claro, hay muchos ejemplos relacionados con la historia y evolución del capitalismo, como el neo-colonialismo, las prácticas mercantiles de los grandes oligopolios o el patriarcado. Un ejemplo es como, en pocos años, el uso masivo de azúcares añadidos a la producción industrial de alimentos "basura" realizado por las grandes corporaciones de la llamada Big Food ha creado una epidemia de sobrepeso y obesidad mundial (tal vez 1.500 millones de personas), a la vez que esto convive con el hambre y la malnutrición (alrededor de 1.000 millones de personas). Otro ejemplo es la epidemia de tabaquismo surgida durante el siglo XX, muy estrechamente relacionada con prácticas comerciales, de relaciones públicas y marketing de las corporaciones de la Big Tobacco, y el impacto criminal que desgraciadamente siguen teniendo: se estima que en el siglo XXI habrá alrededor de 1.000 millones de muertes relacionadas con el tabaco, sobre todo en los países pobres y las clases más empobrecidas del planeta. Un tercer ejemplo son las alteraciones hormonales y los cánceres producidos por la masiva exposición a productos químicos sintéticos generados y comercializados por la industria química. Y más recientemente tenemos la pandemia del coronavirus, que hace que muchas mujeres vivan bajo una crisis de salud permanente, con semanas laborales -dentro y fuera de casa- interminables que, como dice Silvia Federici, es casi equiparable a las obreras de la revolución industrial. En el contexto de la pandemia, ¿dónde hay que situar el discurso tan reiterado por las
  • 13. autoridades desde el inicio de la pandemia sobre la "responsabilidad individual" para evitar el contagio? ¿Es una manera de desplazar el peso de los determinantes sociales de la salud sobre el estilo de vida personal? El discurso hegemónico, fomentado por el poder político y reproducido por los principales medios de comunicación, habla de virus, atención médica, hospitales, tratamientos, y vacunas. En cambio, se habla menos de la prevención, y cuando se hace casi siempre tiene que ver con la responsabilidad personal. Cuando hablamos de un problema colectivo como la pandemia, con causas estructurales asociadas a la salud pública, hacer hincapié en los factores personales "culpabiliza" y no es suficientemente efectivo. Además, el individualismo nos aísla y no soluciona los problemas. ¿Qué diríamos si para hacer frente a la crisis ecológica y climática estructural que padecemos dijéramos que la solución fundamental es que cada uno recicle y ahorre algo de energía en casa? ¿Qué diríamos si para hacer frente a la epidemia tabáquica existente dijéramos que es un "problema personal" en lugar de poner leyes restrictivas, controlar los precios del tabaco o prohibir su publicidad, entre otras medidas de salud pública? Tener responsabilidad individual ante un riesgo es siempre algo importante, pero cuando hablamos de temas poblacionales como la salud pública, es imprescindible una mirada colectiva que permita comprender y actuar ante las causas sociales de fondo. Hacía años que muchos expertos avisaban que se produciría una pandemia así. ¿Por qué el sistema de salud no estaba preparado? ¿Era demasiado hospitalocéntrico? Desde hace al menos cuatro décadas muchos especialistas advertían que los cambios socio-ecológicos globales estaban generando un aumento de enfermedades infecciosas. Los científicos lo dijeron en sus artículos, divulgadores como Bill Gates lo comentaron, muchas instituciones internacionales, incluida la OMS, lo advirtieron. Me parece que hay tres razones principales. Primero, por la dinámica tuerta, de corto plazo, de gobiernos que demasiado a menudo actúan en forma reactiva. Es decir, se preocupan cuando truena santa Bárbara y ya tenemos un desastre encima, pero lo hacen mucho menos en planificar y anticipar problemas que pueden o no pasar. Y es que la prevención es mucho menos visible y agradecida que una actuación inmediata y a menudo se la califica de ser una acción poco o nada eficiente. Segundo, por la progresiva mercantilización y precarización durante décadas de la sanidad pública y los servicios sociales, facilitada por una visión de la salud neoliberal y las presiones del complejo farmacéutico empresarial. Tras la crisis de 2008, las políticas de "austeridad" han ido agravando la situación. Y tercero, porque se nos ha repetido que teníamos uno de los mejores sistemas de sanidad pública del mundo, y es cierto que es bueno si lo comparamos con muchos países, pero es un modelo biomédico y reduccionista, “hospitalocéntrico” y medicalizador, que se fija mucho en las enfermedades, los órganos y la tecnología y demasiado poco en el ser humano, la atención primaria, los servicios sociales, los determinantes sociales, las desigualdades y la salud pública, donde se ubican disciplinas tan esenciales como por ejemplo la salud mental, la salud laboral o la salud ambiental, entre otras muchas. Conviene repetirlo tantas veces como sea necesario: la "sanidad pública" no es igual a la "salud pública", una disciplina que tiene como objetivo vigilar y prevenir la enfermedad, y proteger, promover
  • 14. y restaurar la salud de toda la población pero que cuenta con muy pocos recursos (1,5 a 2% del presupuesto de salud). Paradójicamente, por tanto, la salud pública ha sido la gran ausente de esta pandemia. Un gran número de países europeos han apostado por hacer confinamientos y restricciones, mientras que en muchos países asiáticos y Oceanía se ha apostado por la estrategia "COVID-0". ¿Cuáles han sido las diferentes estrategias que se han puesto en práctica en el mundo? ¿Por qué se ha actuado de forma tan diferente? Si lo decimos en forma muy esquemática, podemos decir que ha habido tres modelos principales para hacer frente a la pandemia. Existe el modelo "preventivo-institucional" de muchos países asiáticos y Oceanía, como Taiwán o Nueva Zelanda, previamente alertados por anteriores pandemias. Han actuado radicalmente para eliminar la transmisión comunitaria con la estrategia 'COVID-0' y han hecho intervenciones rápidas y contundentes: pruebas y rastreo masivos, aislamiento de contactos, controles fronterizos estrictos y mensajes y un importante refuerzo de la salud pública. Aparte de tener un impacto en salud muy pequeño, la crisis económica debida a la pandemia también ha sido inferior. Señalemos también el éxito de Cuba o la región de Kerala en la India donde la acción colectiva comunitaria ha jugado un papel relevante. El segundo modelo es el "reactivo-empresarial" de los países occidentales y americanos, que se han centrado en un permanente bloqueo/liberación de actividades y confinamientos para minimizar los daños económicos, tratando de reducir el impacto en la salud solamente cuando el sistema sanitario, colapsado para atender a las necesidades de la población, llegaba a una situación límite. Y el último modelo es el que podemos llamar "necrofílico" representado por Trump y Bolsonaro (también Boris Johnson al principio), caracterizado por haber recortado y desmantelado todo lo que tuviera que ver con la salud pública, con una estrategia autoritaria de corte neofascista muy asociada a los intereses del capital financiero y las empresas farmacéuticas, y con un fuerte desprecio por la vida de aquellos que "no son dignos de vivir", si lo queremos decir a la manera como lo decían los nazis. Usted ha criticado la gestión de la pandemia por parte de los Gobiernos en relación a que ha llevado a cabo acciones reactivas y deficientes. ¿Cree que se podía haber hecho mejor? Creo que el gobierno español y el catalán (y otras comunidades autónomas, especialmente Madrid) han hecho frente a la pandemia de manera deficiente. Al principio, se pudo aducir con razón que cogió por sorpresa, y que no había, como ha reconocido el ex secretario de salud catalán Joan Guix, ni la preparación ni los recursos humanos y materiales para actuar ante un riesgo que casi todo el mundo había minimizado. Se ha abusado de eslóganes publicitarios ("hay que parar juntos al virus" o "ganar esta guerra"), se ha repetido que se estaba haciendo todo lo posible para controlar la pandemia haciendo hincapié en la responsabilidad individual, improvisando, haciendo políticas reactivas, con poco liderazgo y un ojo siempre puesto en las presiones empresariales. Pero pasados los meses, parece claro que ha faltado humildad y previsión, y que ha habido una incapacidad de actuar con diligencia y
  • 15. efectividad ante una situación de emergencia, sin que haya habido inversiones masivas en sanidad y salud pública (atención primaria, servicios sociales, rastreadores, tests, etc). Siempre es más fácil hablar que hacer, y hay que decir que en algunos lugares se han hecho bastantes acciones, como por ejemplo el Ayuntamiento de Barcelona, que ha hecho un esfuerzo social importante, pero creo que en general, en una situación de grave emergencia y de colapso de los servicios sanitarios y sociales, ha faltado planificación, coraje, y capacidad de decisión para actuar ante una situación de emergencia poblacional. Esto quiere decir que se ha hecho hincapié en la "solución" de hacer confinamientos y restricciones, total o parciales, cuando la pandemia se acelera y crece, en lugar de poner en marcha una estrategia radical, utilizando con rapidez y eficiencia todos los instrumentos de que dispone la salud pública y comunitaria: planificación, vigilancia y análisis epidemiológico, educación sanitaria comunitaria, análisis de los determinantes sociales y equidad, implicación masiva de la comunidad, entre otras herramientas y estrategias. En definitiva, los países occidentales optaron por una visión de "convivir con el virus" con confinamientos y restricciones, en lugar de querer controlarlo y eliminarlo con una estrategia integral de salud pública "COVID-0". Esto ha producido un desastre social y de salud pública, con numerosas consecuencias que sólo empezamos a conocer. ¿Cuáles deberían haber sido a su juicio las acciones más prioritarias? ¿Qué decir del futuro? Con el paso del tiempo espero que tendremos una evaluación crítica e integral de lo que se ha hecho, pero creo que hay seis puntos prioritarios. Primero, ha faltado una visión más sistémica e integrada de la pandemia, con un conocimiento de salud pública y las ciencias sociales más adecuado y profundo de lo que se ha tenido. Segundo, una mejor gestión con más liderazgo y coordinación, y con una visión más preventiva que reactiva. Tercero, una acción más transparente y democrática, con campañas educativas comunitarias desde el principio, con temas clave como la prevención, el riesgo, la estigmatización, evitar las fake news, etc. Cuarto, haber fortalecido de forma urgente y contundente las residencias, la salud comunitaria, servicios sociales, la atención primaria y la salud pública, con la contratación masiva de rastreadores y pruebas diagnósticas, en lugar de seguir mercantilizando la sanidad con subcontrataciones a empresas privadas. Quinto, había que haber pensado más en las desigualdades, invirtiendo masivamente en la protección social y económica de población “vulnerada” más que vulnerable, sobre todo en las poblaciones y barrios más desfavorecidos y quienes viven sin hogar. Se han hecho cosas, claro, pero ha sido muy insuficiente. Y sexto, había que haber ayudado a generar una participación más activa de la comunidad fomentando acciones solidarias y de apoyo social colectivas, tal y como ha sucedido en algunos países. Cara al futuro, además de una evaluación detallada de los impactos de la pandemia, habrá fortalecer y desarrollar una agencia nacional de salud pública capaz de prevenir y controlar las muchas amenazas a la salud pública existentes y las futuras pandemias que muy probablemente vendrán. En este sentido, habrá que invertir mucho más en recursos materiales y disponer de personal entrenado en salud pública, mejorando y ampliando los programas de formación y los sistemas para vigilar y responder frente nuevas pandemias.
  • 16. ¿Será la vacuna la solución a la crisis sanitaria? ¿A quién favorece el "modelo hegemónico de salud" al que se ha referido? ¿Cómo se podría garantizar un acceso equitativo si, en último término, está en manos de las farmacéuticas? Las vacunas disponibles son seguras y efectivas a corto plazo, pero hay muchas preguntas que aún debemos hacer sobre la duración de su inmunogenicidad y su efectividad ante las variantes y posibles mutaciones del coronavirus. Ahora bien, la vacunación del mundo no es un tema científico o sanitario sino sobre todo geopolítico. A inicios de marzo, se habían puesto en el mundo unas 4 dosis por cada 100 personas, con una gran desigualdad, ya que en muchos países no había todavía vacunados. El mismo director de la OMS dijo que "el mundo se encuentra al borde de un fracaso moral catastrófico". ¿Por qué? Pues porque las inversiones en la investigación de vacunas han sido sobre todo públicas, pero la producción y comercialización está en manos privadas debido al acuerdo de 1995 sobre los "Derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio" de la OMC (TRIPS), que impone los intereses de las multinacionales farmacéuticas sobre los estados, en especial del sur, que son dependientes de patentes y licencias sobre productos, vacunas y fármacos. Las grandes farmacéuticas gastan mucho en publicidad y no en medicamentos y vacunas que no les son rentables pero que son absolutamente vitales para la sociedad. La geopolítica sanitaria que impone el complejo médico farmacéutico financiero global (el Big Pharma) controla el consumo masivo de fármacos y tecnologías sanitarias, defiende sus intereses con una gran influencia sobre los estados, y genera enormes beneficios. La India, Sudáfrica y 90 países más han tratado de suspender los acuerdos de propiedad durante la pandemia, pero la Unión Europea, EE.UU. y otros países anglosajones se opusieron. De esta dinámica sólo escapan Rusia, China y Cuba, pero algunas de sus vacunas también se encuentran mercantilizadas y asociadas a laboratorios privados nacionales de la India, Brasil, Argentina, entre otros. ¿Puede poner más ejemplos del poder corporativo de esas empresas? El 60% de la financiación de la Alianza para las Vacunas (GAVI) proviene de las corporaciones farmacéuticas y de donantes de países ricos que, al estar presentes en los comités de expertos, defienden los intereses de la industria. La "Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias" (CEPI) creada en el año 2015 por el Foro Económico de Davos con la ayuda de la Fundación Gates y el Fondo Wellcome Trust (un fondo de la corporación GlaxoSmithKline), anunció un plan de vacunación global. El Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 de la OMS llamado COVAX, junto con la GAVI y la CEPI, hace que los derechos de "patentes" de las vacunas sigan una lógica mercantil, por lo que sólo suministran vacunas en forma limitada en los países pobres, y no como "un derecho", sino como una forma geopolítica caritativa de tipo colonial donde los países compiten por separado para conseguir cuotas de dosis. No es extraño pues, que la inmensa mayoría de vacunas disponibles hayan ido a parar a los países occidentales ricos (y dentro de ellas a menudo los más privilegiados). Cabe decir también que el 80% del presupuesto de la propia OMS depende de donaciones y no de los Estados (la Fundación Gates por ejemplo paga el 90% de su programa de medicamentos),
  • 17. lo que muestra su grado de dependencia de los intereses de la industria y medios privados. Es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad. Y para hacer esto, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, creando una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir vacunas para todos. Esto quiere decir que hacer un cambio social y político, radical y profundo, sería "la vacuna" más eficaz y que es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad. Habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, y crear una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir vacunas para todos. Algunos casos que pueden ir en esta dirección son la posible distribución de vacunas fabricadas en la India (el país que más fabrica), el desarrollo de la vacuna cubana "soberana 02" para la población, turistas y otros países o que, bajo el ALBA, Cuba y Venezuela quieren crear un banco de vacunas para los países pobres. En definitiva, necesitamos una “vacuna social”. En su último libro "La salud es política" (Icaria), profundiza en que hay que impulsar un cambio de modelo a gran escala para hacer frente a las crisis que vendrán, derivadas en buena parte del colapso ecológico. ¿Pero cómo empezar a hacer ese cambio dentro de un marco capitalista que prioriza los beneficios por encima de todo? La pandemia es un baño de humildad que nos debería hacer comprender que somos parte de la naturaleza, y que cuando la dañamos también nos dañamos a nosotros. Somos frágiles, y somos dependientes. Ahora bien, esto no es suficiente para hacer los cambios que necesitamos ya que las inercias económicas, políticas y culturales existentes hacen que sea muy difícil cambiar. El neoliberalismo destruye la vida, pero también "infecta" nuestras mentes dificultando comprender lo que sucede. Esto significa que, si queremos cambiar, la conciencia social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia debe aumentar. Con el fin de lograr un cambio profundo, será necesario, como casi siempre en la historia humana, hacerlo con lucha social. La emergencia climática y la crisis ecosocial y energética que padecemos -y padeceremos- serán infinitamente peores que la pandemia. Y es que la constante acumulación, crecimiento ilimitado y despojo de bienes comunes del capitalismo es nuestro peor "virus". Las reformas son cruciales, pero habrá que realizar cambios sistémicos muy profundos. O bien cambiamos radicalmente, o vamos camino de la extinción humana, o en todo caso un genocidio y ecocidio masivos. En un mundo sometido a múltiples y casi inevitables crisis ecosociales sistémicas, hay que "cambiarlo todo", dicen las feministas. Debemos reinventar -y debemos hacerlo pronto- la organización de la producción y la reproducción social haciendo una revolución económica, política y cultural. ¿Cómo hacer este cambio? Propongo cuatro de los elementos que creo esenciales. Primero, experimentar como vivir de una manera diferente, con cooperativas de producción y consumos, nuevas formas de vida y relaciones donde la libertad de unos no dependa del sufrimiento de los demás. El gran escritor portugués José Saramago dijo: si no cambiamos de vida no cambiaremos la vida. Segundo, aumentar la conciencia de la crisis
  • 18. sistémica que nos rodea y que es posible vivir bien de otra manera, con menos consumo, de forma más saludable, humana y realmente sostenible. Esto significa una reeducación ciudadana política y cultural muy profunda. Tercero, crear grupos de análisis (think tanks) potentes que hagan análisis críticos y propuestas de actuación políticas más adecuadas; Y cuarto, juntarse y movilizarse continuamente con movimientos sociales a la vez descentralizados y coordinados, que conecten todas las luchas, que sean "glo-locales", capaces de crear formas colectivas para presionar y cambiar la política institucional. Hacer estos cambios nos costará mucho pero no hacerlos aún nos costará más. (Partes de esta entrevista fueron utilizadas en el reportaje de Emma Pons “¿Por qué la covid no nos iguala? La relación entre la salud y el código postal”, publicado en catalán y castellano en el diario Público y en la revista Quinze de Público, n. 73, 19/25-03-2021. Accesible en: https://www.publico.es/public/per-covid-no-ens-iguala-relacio-salut-i-codi-postal.html; y en https://www.publico.es/sociedad/desigualdades-covid-19-covid-no-iguala-relacion-salud-codigo-postal.html?ut m_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico). Joan Benach Catedrático de Sociología en el Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra. Director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET) y Subdirector del JHU-UPF Public Policy Center, Universidad Pompeu Fabra a Barcelona. Fuente: www.sinpermiso.info, 28-3-2021
  • 19. https://www.elcritic.cat/entrevistes/joan-benach-la-desigualtat-social-es-la-pitjor-de-les-pandemies-85510 Foto: IVAN GIMÉNEZ Entrevistas Elena Parreño 15/03/2021 | 06:00 JOAN BENACH "LA DESIGUALDAD SOCIAL ES LA PEOR DE LAS PANDEMIAS" Hace un año, una crisis global de salud pública sacudió los cimientos de nuestras vidas. ¿Qué ha dejado al descubierto la pandemia del coronavirus? ¿Cuán determinante es la realidad económica y social para nuestra salud? La Covid-19 ha mostrado la gran vulnerabilidad humana y también las deficiencias de un sistema donde quien nace pobre sufrirá sus consecuencias también en su salud. Entrevistamos al investigador Joan Benach , que ha publicado el libro La salud es política (Icaria, 2020). Benach es director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud-Employment Conditions Network, codirector de Johns Hopkins University-UPF Public Policy Center y catedrático del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra. Hace un año de la llegada de la pandemia e inicialmente parecía un virus democrático … A menudo oíamos decir que afectaba a todo el mundo igual. ¿Ha sido así? En sí mismo, el virus puede ser democrático , pero las condiciones sociales de las personas y grupos sociales que lo transmiten y producen su impacto no lo son. La palabra pandemia hace referencia a la extensión masiva de una epidemia, lo que hace pensar que afecta a todos. Y es cierto, pero no en igual medida. Por tanto, debemos mirar el problema de manera diferente a cómo habitualmente nos lo presentan los medios de comunicación. Estamos ante una pandemia desigual, esparcida y ensanchada por la desigualdad social, que, como he señalado muchas veces, es la peor de las epidemias que estamos sufriendo. Por tanto, hay desigualdades pandémicas o, si lo queremos decir con palabras de Mike Davis, existe una “constelación de epidemias” que viene determinada sobre todo por factores socioeconómicos y sanitarios inequitativos.
  • 20. Entonces ya apuntabas a las desigualdades en salud como punto clave para unos efectos desiguales de la Covid-19. ¿Qué hace que las personas más pobres sufran más los efectos de la pandemia? Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado a su vez por la pobreza, las privaciones materiales y desigualdades sociales crecientes; por ejemplo, el mayor riesgo de contagio que sufren grupos de población precarizados, desahuciados, migrantes, etc. Además, estos grupos sociales tienen más dificultades para protegerse, por ejemplo, al no poder cambiar a menudo las mascarillas, y tienen más factores de riesgo y enfermedades (hipertensión arterial, obesidad, diabetes, enfermedades del corazón…) que les hacen más susceptibles de que el coronavirus les produzca un mayor impacto. Los estudios científicos muestran con claridad cómo los factores sociales actúan sinérgicamente, aumentando la probabilidad de ser contagiado, enfermar y morir. Por eso decimos que la Covid-19, más que una pandemia, es una sindemia. Quizás la pandemia actual se podrá resolver con medidas biomédicas, pero el coronavirus probablemente seguirá con nosotros y aparecerán nuevas infecciones y pandemias. Más tarde o más temprano, frenaremos esta pandemia; sin embargo, si no somos capaces de detener las causas políticas profundas que lo han originado y las desigualdades sociales, las sindemias seguirán actuando con nuevas enfermedades y problemas de salud que afectarán mucho más, decíamos en un artículo con Juan M Pericàs, una población "vulnerada". Foto: IVAN GIMÉNEZ "Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero tienen un papel menor en la producción colectiva de la enfermedad"
  • 21. Dave Gordon hizo una lista de las recomendaciones que suelen hacerse en salud y que al final culpabilizan a la víctima, como no fumar o hacer ejercicio… ¿Qué capacidad de elección tenemos de nuestras condiciones de vida? No se puede comprender –ni resolver– un problema social y colectivo como la salud pública con una mirada que ponga el acento en los factores personales, por relevantes que éstos sean. La ideología liberal nos dice que la libertad es “hacer lo que queremos”, pero no hacemos lo que queremos sino lo que podemos o que nos dejan hacer. En 1999, Dave Gordon difundió un texto en forma de chiste que me gusta mucho repetir. En su artículo “ Consejos alternativos para tener una salud sana“, criticó la visión tradicional de los gobiernos que dan consejos “asociales” de los “estilos de vida”. El decálogo de su texto decía cosas como: “No sea pobre; pero, si es pobre, procure no serlo por mucho tiempo”, o bien “No trabaje en un trabajo estresante, mal pagado y precario”. Las enfermedades y la muerte prematura se dan en personas, pero determinados grupos sociales las sufren con mayor frecuencia. Por tener menos derechos, recursos, oportunidades o poder, nuestros grados de libertad se reducen. Cuanto más difícil es la vida familiar, laboral, etc., más probable es que se generen estremecimientos y problemas de todo tipo. Por ejemplo, las adicciones no son, como muchos creen, una simple elección personal, sino a menudo una respuesta para aliviar algún trauma que sufrimos, que nos genera dolor emocional y sufrimiento. Cabe decir que las conductas compulsivas son hoy una verdadera pandemia social, donde nos enganchamos a casi todo (el juego, las compras, el sexo, la comida, el trabajo, los juegos de Internet, etc.), mediante los teléfonos móviles, las redes sociales, Internet y todo tipo de productos y servicios donde, bajo el neoliberalismo, las grandes empresas y la publicidad nos empujan a ser adictos para así conseguir mayores ganancias. A menudo, atribuimos la buena o mala salud a elementos biológicos o genéticos; pero según explicas en tu libro, hay muchas más causas… ¿Qué factores más relevantes que nuestros genes pueden llevarnos a tener buena o mala salud? Al mencionar las causas de la salud, los medios de comunicación difunden una visión que pone excesivamente el acento en los factores biomédicos y en la genética. Tanto es así, que en los últimos años se ha puesto de moda decir: "Es parte de nuestro ADN", o expresiones similares, al hablar de temas laborales, deportivos y de todo tipo. Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero desempeñan un papel menor en la producción colectiva de la enfermedad. ¿Por qué? Pues porque existen pocas enfermedades exclusivamente genéticas y porque la biología interactúa constantemente con un ambiente, que puede compensar o no una desventaja biológica o genética determinada. Estar predispuestos no significa que estemos predeterminados. ¿Por qué enfermamos? La salud de la población, la salud colectiva, depende fundamentalmente de los llamados determinantes ecosocialesde la salud . Por citar algunos, la precarización laboral, la pobreza, los problemas de vivienda, las injusticias ambientales o la debilidad de la salud pública, la disciplina que tiene por objetivo prevenir la enfermedad y proteger, promover y restaurar la salud de toda la población. A su vez, estos determinantes dependen de las políticas públicas, sociales, laborales, ambientales, etc., que se elijan, al tiempo que estas políticas dependen de la distribución del poder político en sentido amplio, es decir, de la política.
  • 22. Foto: IVAN GIMÉNEZ “Todo hace pensar que ésta no será la última pandemia: vendrán otras y seguramente más virulentas” En el libro explicas que, desde antes de nacer y hasta la muerte, incorporamos en los cuerpos y en las mentes a los determinantes políticos y sociales que más tarde expresamos en forma de salud o de enfermedad… Tan relevante es de dónde venimos y ¿dónde crecemos? Es primordial, tanto en el ámbito personal y familiar como en el del grupo social (clase, género, etnia, situación migrante…) al que pertenecemos y del lugar (barrio, región, país…) donde vivimos. Los humanos somos seres totales , todo está integrado, pero el modelo biomédico hegemónico separa la mente del cuerpo, desligando a menudo las emociones de la salud física, y separa al individuo de su entorno, de modo que las personas quedan separadas de sus contextos. Pero la enfermedad y la salud son el resultado de muchas causas interrelacionadas de tipo sistémico e histórico que no deberían separarse. Por ejemplo, si una mujer migrante llega a urgencias de un hospital con un infarto de miocardio, es porque su cuerpo y su mente expresan todos los problemas y factores de riesgo acumulados durante su vida que, finalmente, se reflejan en la su psicología y biología. Su historia personal es también la historia de su clase social, de su género, de su situación migratoria, y del colectivo social, de la comunidad y del país al que pertenece. La evolución de las ciencias lleva a una creciente superespecialización que, a pesar de ser útil y necesaria, nos hace difícil comprender de forma completa la realidad integrada que va desde los genes hasta la política. Y es que lo político y lo social entra dentro de nuestros cuerpos y se expresa en forma de daño psicobiológico con enfermedades, sufrimiento y muerte prematura. A pesar de existir excepciones, los estudios de epigenética muestran que no somos máquinas biológicas aisladas de la sociedad, donde existen efectos genéticos inevitables, sino animales sociales fuertemente condicionados por el entorno. Ponemos un ejemplo ya clásico: durante el hambre invernal holandesa de 1944 provocada por los nazis al desviar los alimentos hacia Alemania, las mujeres embarazadas no tenían casi alimentos. Los estudios científicos han mostrado cómo aquellos que aún no habían nacido (especialmente en el primer trimestre del embarazo), al cabo de los años desarrollaron más obesidad y problemas de corazón. ¿Por qué? Pues porque madres y fetos aprendieron a ahorrar calorías . El cuerpo de estas personas fue programado , y más tarde recuerda , por así decirlo, la historia sufrida en el seno materno.
  • 23. ¿Cuál es entonces la causa original de esa pandemia? En el libro hablas de "las causas de las causas". Siempre ha habido -y siempre habrá- pandemias, pero en los últimos decenios hemos visto un aumento de brotes producidos por enfermedades infecciosas. Por varias razones. Una urbanización masiva, la alteración de ecosistemas, y la deforestación y pérdida de biodiversidad que interpone especies entre los patógenos y el ser humano. Además, existe un modelo industrial de agricultura y de producción ganadera mercantil donde hay un gran número de animales hacinados, así como el crecimiento del turismo de masas, con viajes que en pocas horas esparcen virus por todo el mundo, y la mercantilización y precarización de los sistemas de salud pública. Y un factor muy preocupante es el deshielo de glaciares y de permagel debido a la crisis climática que puede poner en circulación virus hasta ahora desconocidos. Detrás de todo está la lógica de acumulación, de crecimiento, de ganancia y desigualdad de un capitalismo que choca con los límites biofísicos planetarios. De este modo, todo apunta a que ésta no será la última pandemia, sino que vendrán otras y seguramente más virulentas. Es, pues, fundamental que lo sepamos y que nos preparemos. Foto: IVAN GIMÉNEZ “Las oleadas de crisis pospandémica seguirán enfermando y matando más a los pobres, y especialmente a las pobres” Hay unos datos en tu libro que impresionan. Por ejemplo: una niña nacida en Suecia puede vivir 43 años más que una niña nacida en Sierra Leona. Se hace casi inmoral hablar tanto de la Covid-19. ¿Hemos perdido la perspectiva o nunca la hemos tenido? Sabemos que la Covid-19 es un problema de salud pública, económico y social muy serio, pero hay muchos efectos que apenas empezamos a conocer. Existe una parte no visible del iceberg que oculta un número de muertes muy superior al oficial, con muchas enfermedades no atendidas y problemas de salud mental, sufrimiento, violencia y desigualdades. Y, además, la pandemia amplifica las desigualdades de gran parte de la población mundial que ya sufría una pandemia de desigualdad. ¿Por qué? Pues porque 2.500 millones de personas sobreviven con 5 dólares al día, cientos de millones de personas carecen de agua potable ni electricidad, la mitad de personas no pueden acceder a medicamentos esenciales, y 5.200 millones no tienen un sistema de seguridad social mínimamente adecuado. Ahora la pandemia también nos ha tocado a nosotros y ha frenado la economía global, pero las oleadas de crisis pospandémica seguirán enfermando y matando más a los pobres, y especialmente a las pobres.
  • 24. Entre las muchas formas de desigualdad existentes, la desigualdad de salud es la más inhumana de todas: no hay peor desigualdad que saber que enfermarás o morirás prematuramente por ser pobre. Por ello, a menudo decimos que la equidad en la salud, en la calidad de vida y en el bienestar es el mejor indicador de justicia social de una sociedad. Aunque han hecho alguna fortuna frases como "Es peor tu código postal que tu código genético", el tema todavía se conoce muy poco, y muy en especial en lo que se refiere a las causas que las provocan, que es un tema primordial. Desde el punto de vista moral, lo peor es que son desigualdades cada vez más evitables. Como comenta el filósofo Thomas Pogge, debemos valorar la capacidad de hacer frente a la pobreza en comparación con los medios que tenemos. Por ejemplo, eliminar la pobreza en 1990 habría costado el 10, Ahora que están las vacunas, también sabemos que los países del Primer Mundo han acaparado prácticamente toda la producción en detrimento de los países económicamente empobrecidos. ¿Crees que puede haber solidaridad en la "nueva normalidad"? Los medios de comunicación han creado una visión distorsionada de las vacunas, generando la sensación de que la pandemia ya está casi resuelta. A corto plazo, las vacunas disponibles son seguras y efectivas, pero a medio y largo plazo todavía existen muchas incertidumbres y sabemos poco sobre las nuevas variantes de los virus. Además, el ritmo de vacunación es todavía muy lento y desigual, y puede costar mucho tiempo hasta que toda la humanidad esté vacunada. Si dejamos de lado el siempre relevante tema de una buena gestión, una gran parte del problema se debe a las políticas neoliberales. Aunque las inversiones en investigación de vacunas han sido básicamente públicas, la producción y comercialización permanece en manos privadas. ¿Por qué? Por la puesta en marcha en 1995 del acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual asociados al comercio por la Organización Mundial del Comercio (OMC). India, Sudáfrica y otros muchos países han tratado de suspender estos derechos durante la pandemia, pero la Unión Europea y Estados Unidos se han opuesto. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas. pero la Unión Europea y Estados Unidos se han opuesto a ello. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas. pero la Unión Europea y Estados Unidos se han opuesto a ello. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas.
  • 25. Foto: IVAN GIMÉNEZ "El neoliberalismo no sólo destruye la vida sino que 'infecta' nuestras mentes" Nos sentíamos invulnerables… ¿Podemos sacar algo positivo de ese sentimiento de vulnerabilidad? La pandemia deja lecciones importantes: tener mayor conciencia del trabajo de una clase trabajadora siempre despreciada; que la sanidad pública y los cuidados son cruciales, y que somos una especie frágil y esencialmente dependiente de los demás y de cuya naturaleza formamos parte. Desgraciadamente, esto no es suficiente para realizar los cambios profundos que necesitamos. Las inercias económicas, políticas y culturales hacen que hacer cambios profundos sea muy difícil. Vivimos en una sociedad que precariza, que genera alienación, adiciones y muerte, que nos roba el tiempo, que no deja reflexionar sobre el mundo en el que vivimos. Durante la pandemia han muerto millones de personas de hambre, han muerto cientos de miles de niños por enfermedades diarreicas… fácilmente evitables. ¿Estamos dormidos? ¿Por qué no me hablamos más? Paulo Freire decía que la ideología dominante enmascara la realidad y nos hace miopes. El neoliberalismo no sólo destruye la vida sino que infecta nuestras mentes y hace difícil comprender la realidad y sus causas. Este trastorno que ha supuesto la pandemia en todo el mundo, ¿no puede ser bueno para despertarnos masivamente? Si no crece la conciencia social sobre las causas y efectos profundos de la pandemia, sobre la posibilidad de que haya nuevas pandemias, o sobre la crisis ecosocial sistémica que padecemos, será muy difícil cambiar la realidad. Olvidamos y olvidamos rápidamente. El historiador Jacques Le Goff decía que una de las máximas preocupaciones de las clases dominantes es "apoderarse de la memoria y del olvido". La pandemia ha sido un trasiego general que ha cambiado la sociedad, pero esto no quiere decir que el mundo cambie a mejor. Habrá que intentarlo, habrá que cambiar radicalmente mediante una lucha organizada, inteligente y persistente, en la que sepamos juntar muchas fuerzas locales y globales. Margaret Thatcher hablaba de la TINA [“There Is No Alternative”], que no había alternativa. La paradoja es que ahora sí que no hay alternativa: o cambiemos o vayamos camino del ecocidio y del genocidio.
  • 26. Hará falta una transformación ambiciosa para que la humanidad no se acabe colapsando… ¿Cuáles serán las claves? La pandemia es un baño de humildad que debería hacernos comprender que somos naturaleza y que, si la dañamos, también nos dañamos nosotros. Hay que resolver la emergencia climática generada por los países, empresas y grupos más ricos, y hacer frente a la crisis ecológica que hace que gastemos 1,7 planetas, ya una próxima crisis de energía. Todo esto es infinitamente peor que la pandemia. El peor virus que tenemos es un capitalismo fosilista que necesita una acumulación constante, un crecimiento ilimitado y despojar de los bienes comunes, lo que significa que la vacuna más efectiva es un profundo cambio político. Por eso, además de hacer frente a la crisis pandémica y pospandémica, frenando la precarización laboral y vital, y la desigualdad, y fortaleciendo los servicios de salud y sociales golpeados por las políticas neoliberales, es necesario salir de la lógica económica y cultural de un capitalismo “tecnofeudal” —como dice Iannis Varufakis— en guerra con la vida. Las reformas son importantes e imprescindibles, pero muy pronto nos enfrentaremos a situaciones límite que obligarán a realizar cambios sistémicos muy profundos para evitar el colapso.