Cuando entendí que por nada del mundo dejarías que besara tus labios, me detuve con la certeza de que por alguna razón –que yo no quería saber ni tú ibas a de-círmela-, tu mente estaba en otro lado: habíamos llega-do tomados de la mano y casi sin decir palabra a uno de los extremos remotos y solitarios de la playa de Puerto Arista, sin fijarnos más que en la línea del hori-zonte y en la candente y compacta esfera cobriza que iba perdiéndose, dejando una enorme extensión ana-ranjada, en el mar de esa tarde de marzo.
Lo cierto es que apenas nos conocíamos del hotel de paso, justo por la mañana, cuando nuestras miradas se cruzaron, en el momento de entregar las llaves, en la administración. Y creo que -recién sentimos una muda atracción el uno por el otro-, no nos quedó más reme-dio que presentarnos mientras los otros, tus amigas con mis amigos, discutían, entre risas y gritos y lejos del lobby, una tarifa razonable con el chofer del taxi que nos llevaría a la playa, en el Pacífico sureste.
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Business Studies - Changes in Working Practices
Each type of flexible working practice is explained including flexible hours, temporary working, job sharing, hot desking, part time working, multi skilling, home working and zero hour contracts.
Objectives
- Develop a working intellectual foundation to support development of local adaptation and mitigation strategies
- Identify stakeholder and extension staff needs and concerns.
- “Mainstream” Climate Literacy in Extension’s educational programs and materials.
- Develop a strong working partnership between Extension and research groups (such as the Hub and Sub Hub efforts, and state climate offices)
- Share resources and approaches to programs and teaching about climate
- Develop approaches to program evaluation
Relato de misterio y suspense escrito por el escritor murciano Javier L. García Moreno, autor de la novela "El Colgante" y "el príncipe de Lentiscar", entre otras obras y relatos
Una noche de agosto en una cala mediterránea, unos claveles esparcidos por la arena... y un dolor antiguo desgarrando el alma...
Las penas del joven Werther. Es una novela epistolar semiautobiográfica de Jo...veggalou
Las penas del joven Werther (en alemán: Die Leiden des jungen Werthers) es una novela epistolar semiautobiográfica de Johann Wolfgang Von Goethe. Es considerada como la novela que da inicio al Romanticismo.
Con el nombre de Gaspar Melchor Baltazar vino al mundo el hijo de Antonio del
Búfalo, cocinero de la familia de un príncipe, y de Anunciata Quartieroni.
De niño, San Gaspar fue muy enfermizo, y con su madre pasaba mucho tiempo en la
iglesia. Cuando enfermó de la vista, su curación fue atribuida a San Francisco
Xavier; Gaspar conservó toda su vida devoción por ese santo.
Susana llegaba todas las tardes a casa de Manolito con su vestido floreado de color rojo, de vuelos pequeños y ruedo amplio. Llegaba siempre a la misma hora, radiante, recién bañada, con los cabellos aún mojados y su muñeca de trapo en la mano. Tocaba y entraba.
Recién comienza a llover, pensó Matías Natera en voz alta desde el piso alto del edificio, mientras miraba por la persiana, dubitativo, la pinta gris de las calles, las pequeñas ríadas de gente, las fachadas grasientas, provisionales y polvosas;
Las vicisitudes amorosas y egocéntricas de una relación dispareja entre una mujer madura y divorciada, y un adolescente atrapado entre el extravío de su búsqueda de identidad y su errática afirmación masculina, en el entorno del DF de los setenta. Absténganse moralistas y especies parecidas.
1. El columpio y la galera
Ángela Inés, Ángela Inés, brinca una, dos y tres, brinca una y otra vez, corre aquí, corre allá, al derecho y al re-vés: las piernitas blancas y regordetas de Ángela Inés van y vienen saltando afanosamente de un banco de madera a otro en el ancho patio; cuando sube, el cubo de madera suena hueco y bofo, allá va, allá va, allá vie-ne, viene y va, cuando baja, los pequeños jirones de polvo forman manchas bermejas en los zapatos, las calcetas y la orilla de encaje del vestido blanco, cuando sube es una nube, cuando baja es una paja, sube y sube, sube y baja; Maruca, en cambio, da vueltas a su alrede-dor, cantando y echando en la cabeza de Ángela Inés, espigas de zacatón alto que ha arrancado de las orillas del muro de adobe, yo te doy mi corazón, tú me das só-lo una flor, mientras Pepita, la más pequeña de las tres, sentada como está en un alto tronco de piñón donde la tienen las hermanas, ríe y mueve las manecitas, brinca una, dos y tres, brinca una y otra vez, pronunciando en su media lengua sólo la última sílaba de cada frase, y cada vez que Maruca va en busca de más espigas ver-des, le da un manojo para que las eche al aire, y ella grita y se ríe más todavía cuando la hermana le pica la nariz con las delgadas puntas del zacate, corre aquí, co-rre allá, al derecho y al revés. Luego Ángela Inés, agita-da y ojerosa, deja de correr y se va a sentar junto a Pe-pita sacudiéndose el ruedo del vestido, diciendo ya me cansé, mejor vamos al columpio: ¡sí, al columpio, al co-lumpio!, dicen todas. En su carrera a pasos cortos, la pequeña no se percata de la enorme raíz saliente del sauce, que atraviesa en diagonal un tramo del patio, y se tropieza yéndose de bruces.
Luis Marín nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Estudió
Ciencias de la Comunicación en la UAM Xochimilco y
Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa, en el Distrito
Federal. Ha publicado el poemario La sal de los alisios
bajo el sello de la UAM Iztapalapa. Ha publicado también
diversos textos en Casa del Tiempo, El cocodrilo
poeta, en el DF, y en la revista Este Sur, de Chiapas.
Actualmente reside en el Estado de México
Un trabajo sobre Globalización muy solicitado. No queda más que compartirlo. Bastante didáctico, sencillo, inteligible y de gran ayuda para la comunidad de slideshare. Gracias a la enorme aportación de la personita de Itzel Viridiana Coria que tuvo la amabilidad de compartirlo con nosotros.
Mafalda está más viva que nunca. Reaparece siempre fresca y renovada en sus nuevos libros y periódicos. Hace cine y televisión. Viaja en la imaginación colectiva de infinidad de naciones que son muy diferentes entre ellas culturalmente. Y llega a los lugares más insospechados, volviéndose familiar a generaciones que no tienen nada que ver con la que vio nacer a Mafalda
1. CECI Y EL MAR
(con Posdata)
Luis Alberto Marín
Cuando entendí que por nada del mundo dejarías que
besara tus labios, me detuve con la certeza de que por
alguna razón –que yo no quería saber ni tú ibas a de-
círmela-, tu mente estaba en otro lado: habíamos llega-
do tomados de la mano y casi sin decir palabra a uno
de los extremos remotos y solitarios de la playa de
Puerto Arista, sin fijarnos más que en la línea del hori-
zonte y en la candente y compacta esfera cobriza que
iba perdiéndose, dejando una enorme extensión ana-
ranjada, en el mar de esa tarde de marzo.
Lo cierto es que apenas nos conocíamos del hotel de
paso, justo por la mañana, cuando nuestras miradas se
cruzaron, en el momento de entregar las llaves, en la
administración. Y creo que -recién sentimos una muda
atracción el uno por el otro-, no nos quedó más reme-
dio que presentarnos mientras los otros, tus amigas
con mis amigos, discutían, entre risas y gritos y lejos
del lobby, una tarifa razonable con el chofer del taxi
que nos llevaría a la playa, en el Pacífico sureste.
Eras la imagen misma de la extrañeza. Tu seriedad
era contagiosa. Pero tus ojos y tus labios eran tan fas-
cinantes que en ese instante no deseaba otra cosa que
perseverar en ellos. O tal vez parecías como fuera de
cuadro en ese momento porque algo te distraía, o por-
que la idea de escaparte el fin de semana a un lugar
que no conocías, y que ni sabías que existía porque no
aparecía en los mapas, no te agradaba del todo. Luego
supe tu nombre porque tus amigas te decían Ceci: Ceci,
siéntate aquí; Ceci, acuérdate de no sé cuánto o de ya
sabes qué. Y durante el viaje del hotel a la playa, que
duró tres horas, ni siquiera charlamos en el vehículo.
Una vez que llegamos -tu seriedad del principio se ha-
bía esfumado-, todos se nos quedaron viendo en la ex-
planada de descanso de una falsa bahía hecha de pie-
dras blancas cuando, después de haber bebido algunas
cervezas bajo las endebles y añosas palapas, tú y yo
2. quisimos meternos al agua en el mismo instante en
que nos miramos y nos reímos, con una complicidad
transparente. Fue cuando vi tu larga espalda escotada
y tu caminar preciso sobre la arena translúcida. El mar
no estaba picado y pudimos jugar con las olas y tum-
bos perdidos varios metros adentro, lejos de las mira-
das de todos, lejos de las otras palapas, de los curiosos
y bañistas, con el agua salada cubriéndonos por com-
pleto. Te tomé de la mano para que juntos embistiéra-
mos el tumbo perdido; para que juntos, también, rodá-
ramos mar afuera y yo pudiera tocarte, abrazarte, en-
redarme en tu cuerpo a cada embestida, igual que la
maleza a un árbol. Y así, rodando y cayendo juntos te
empecé a besar los hombros y los brazos, y tú, sin decir
nada, sólo te reías, empezaste a reírte de veras y a de-
jarte llevar hacia donde yo te indicaba. Tu risa era
grande y esquiva al principio, como un golpe de viento,
y tu mirada se desviaba, inexorable, ante la mía: te
reías y sólo mirabas hacia el mar con la vista perdida,
como si una nostalgia imprecisa te consumiera. Sin
embargo, tu mano no soltaba mi mano, y nada de re-
sistencia pusiste cuando te dije que fuéramos hacia un
extremo de la playa. Te señalaba las palmeras lejanas,
pálidas y raquíticas, y me seguías, te señalaba las re-
verberaciones volubles y ambiguas del sol y me se-
guías, te hablaba de los cientos de veces que había re-
corrido de niño ese extremo con parajes sinuosos y me
seguías; y aún me seguiste cuando te solté la mano y te
tomé por detrás de los hombros y comencé a besarte la
espalda porque lo quería, porque lo deseaba, porque
me atraía y no podía evitar esa repentina necesidad
acuciante traspasando, inmisericordemente, mis senti-
dos; porque quizá, pensaba, también a ti te gustaba y
lo deseabas, aunque no lo dijeras. Y caminabas despa-
cio, tranquila, precisa, encandilada con quién sabe qué
cosa ilegible en la lejanía, y cada que te besaba la es-
palda reías y luego vuelta a quedarte con la mirada re-
concentrada, perdida. Ya para entonces la emprendía
con tu cuello, pero te llenabas toda de risa y te voltea-
bas despacio cuando buscaba tu boca y me decías que
no; cuando agarraba tu quijada para acercarme a ti y
me decías que no, y ponías los ojos azorados y las ma-
nos en tu cara y te escabullías haciéndote pequeña en-
tre mis brazos, hasta volver a mantenerme a distancia;
3. y, sin embargo, no dejabas de insinuarme, al menos así
lo creía, con tu andar preciso e indolente, que te abra-
zara otra vez de los hombros, que te volviera a tomar
de la cintura, por más que yo deseara otra cosa.
A pesar mío, y tal vez sin proponértelo intencional-
mente, me habías empujado por toda la playa a seguir-
te en una especie de círculo vicioso.
Abandoné mi propósito cuando comprendí que sólo
podría besarte violentándote. Y no era el caso, no en
ese momento, suponiendo que decidiera hacerlo, por-
que en el fondo de aquella tarde había algo de sublime
y terrible, algo de intransferible en aquella luz cegado-
ra, algo indecible en el aire que calaba profundamente
en mi interior y que me impedía transgredir, inexplica-
blemente, los límites de tu cuerpo.
Posdata:
A Ceci nunca la vi otra vez. Y aquel rechazo suyo, del
que a nadie le hablé jamás, lo dejé enterrado para
siempre, creo yo, en aquellas arenas perdidas, desleí-
das por el sol del Pacífico sur y por una geografía sór-
dida de construcciones sin terminar, bajo la vista can-
sada de unas palmeras lejanas, pálidas y raquíticas,
que todavía no aparecen, para más señas, en ningún
mapa conocido.