El cuento narra la historia de una niña pobre que vende fósforos en la calle en la última noche del año para poder comprar comida para su familia. Al encender los fósforos para calentarse, la niña ve visiones maravillosas que la transportan a lugares cálidos y alegres. Sin embargo, cuando se consumen los fósforos, la niña se queda sola en la fría noche y muere congelada.
La niña de los fósforos es una historia de Hans Christian Andersen sobre una niña pobre que vende fósforos en la calle en la noche de Año Nuevo para ganar dinero y comprar comida para su familia hambrienta. Al encender los fósforos uno por uno para calentarse los dedos congelados, la niña ve visiones mágicas que le muestran una estufa caliente, una mesa servida con comida, y un árbol de Navidad. Sin embargo, cada visión desaparece cuando se apaga el fósforo.
La historia trata sobre una niña pobre que vende fósforos en la calle en la noche de Navidad. Con mucho frío y hambre, la niña enciende los fósforos uno a uno para calentarse, viendo ilusiones de comida caliente y un bello nacimiento. Al final, enciende todos los fósforos restantes y ve a su abuela fallecida, quien la lleva al cielo. A la mañana siguiente, la niña es encontrada muerta de frío, pero en paz, habiendo experimentado las hermosas visiones.
La historia narra la triste situación de una niña pobre que vende fósforos en la calle en Nochebuena para ganarse la vida. Con el frío, la hambre y la soledad, la niña enciende los fósforos uno a uno y tiene visiones hermosas que la reconfortan, hasta que muere congelada.
La niña vendedora de fósforos pasa la noche de Año Nuevo en la calle tratando de vender sus cajas de fósforos para comprar comida y escapar del frío, pero nadie le compra. Al encender un fósforo para calentarse, ve a través de la pared de una casa rica y ve una mesa llena de comida. Al encender otro fósforo, ve un árbol de Navidad lleno de regalos. Al encender el último fósforo, ve a su abuela que la lleva volando al cielo
La niña vendía fósforos en la calle para ganarse la vida. En la fría noche de Navidad, encendió varios fósforos uno a uno para calentarse los dedos congelados, lo que le permitió imaginar escenas cálidas y alegres como una chimenea encendida, un pavo asado y un bello pesebre. Al encender el último fósforo, vio a su amada abuela fallecida que la llevó con ella al cielo, donde no habría más frío ni hambre. Por la mañana, la niña fue encontrada
La niña vagaba descalza y con frío en la víspera de Año Nuevo tratando de vender cerillos para ganar dinero y comprar comida, ya que no había vendido ninguno ese día y tenía hambre. Encendió un cerillo para calentarse los dedos congelados, y por un momento le pareció ver una cocina cálida, aunque la llama se apagó rápido dejándola otra vez con frío y hambre.
La niña pobre intenta vender cerillas en la fría noche de Navidad para poder comprar comida, pero no tiene éxito. Encuentra consuelo al encender cerillas, donde ve visiones hermosas que la calientan: una chimenea, una cena navideña, un pesebre. Al final, enciende todas las cerillas restantes y ve a su amada abuela, quien la lleva con ella al cielo donde no hay frío ni hambre. Por la mañana, la niña es encontrada muerta, pero en paz, con una sonrisa.
La niña pobre intenta vender cerillas en la fría noche de Navidad para poder comprar comida, pero no tiene éxito. Encuentra consuelo encendiendo las cerillas una por una, donde cada una le muestra visiones hermosas que la calientan, como una chimenea, un pavo asado, y un bello pesebre. La última cerilla le muestra a su amada abuela, quien la lleva con ella al cielo donde nunca más tendrá frío o hambre. Por la mañana, la niña es encontrada muerta de frío, pero con
La niña de los fósforos es una historia de Hans Christian Andersen sobre una niña pobre que vende fósforos en la calle en la noche de Año Nuevo para ganar dinero y comprar comida para su familia hambrienta. Al encender los fósforos uno por uno para calentarse los dedos congelados, la niña ve visiones mágicas que le muestran una estufa caliente, una mesa servida con comida, y un árbol de Navidad. Sin embargo, cada visión desaparece cuando se apaga el fósforo.
La historia trata sobre una niña pobre que vende fósforos en la calle en la noche de Navidad. Con mucho frío y hambre, la niña enciende los fósforos uno a uno para calentarse, viendo ilusiones de comida caliente y un bello nacimiento. Al final, enciende todos los fósforos restantes y ve a su abuela fallecida, quien la lleva al cielo. A la mañana siguiente, la niña es encontrada muerta de frío, pero en paz, habiendo experimentado las hermosas visiones.
La historia narra la triste situación de una niña pobre que vende fósforos en la calle en Nochebuena para ganarse la vida. Con el frío, la hambre y la soledad, la niña enciende los fósforos uno a uno y tiene visiones hermosas que la reconfortan, hasta que muere congelada.
La niña vendedora de fósforos pasa la noche de Año Nuevo en la calle tratando de vender sus cajas de fósforos para comprar comida y escapar del frío, pero nadie le compra. Al encender un fósforo para calentarse, ve a través de la pared de una casa rica y ve una mesa llena de comida. Al encender otro fósforo, ve un árbol de Navidad lleno de regalos. Al encender el último fósforo, ve a su abuela que la lleva volando al cielo
La niña vendía fósforos en la calle para ganarse la vida. En la fría noche de Navidad, encendió varios fósforos uno a uno para calentarse los dedos congelados, lo que le permitió imaginar escenas cálidas y alegres como una chimenea encendida, un pavo asado y un bello pesebre. Al encender el último fósforo, vio a su amada abuela fallecida que la llevó con ella al cielo, donde no habría más frío ni hambre. Por la mañana, la niña fue encontrada
La niña vagaba descalza y con frío en la víspera de Año Nuevo tratando de vender cerillos para ganar dinero y comprar comida, ya que no había vendido ninguno ese día y tenía hambre. Encendió un cerillo para calentarse los dedos congelados, y por un momento le pareció ver una cocina cálida, aunque la llama se apagó rápido dejándola otra vez con frío y hambre.
La niña pobre intenta vender cerillas en la fría noche de Navidad para poder comprar comida, pero no tiene éxito. Encuentra consuelo al encender cerillas, donde ve visiones hermosas que la calientan: una chimenea, una cena navideña, un pesebre. Al final, enciende todas las cerillas restantes y ve a su amada abuela, quien la lleva con ella al cielo donde no hay frío ni hambre. Por la mañana, la niña es encontrada muerta, pero en paz, con una sonrisa.
La niña pobre intenta vender cerillas en la fría noche de Navidad para poder comprar comida, pero no tiene éxito. Encuentra consuelo encendiendo las cerillas una por una, donde cada una le muestra visiones hermosas que la calientan, como una chimenea, un pavo asado, y un bello pesebre. La última cerilla le muestra a su amada abuela, quien la lleva con ella al cielo donde nunca más tendrá frío o hambre. Por la mañana, la niña es encontrada muerta de frío, pero con
La niña pobre salió a vender cerillas en la noche de Navidad para ganar dinero y comprar comida, ya que su madrastra la maltrataba. Encendió varias cerillas para calentarse los dedos congelados, y cada vez que lo hacía, veía ilusiones que la llevaban a un lugar cálido y feliz. La última cerilla le mostró a su amada abuela, quien la llevó con ella al cielo donde nunca más tendría frío o hambre. Por la mañana, la niña fue encontrada muerta de frío, pero con una
La historia trata sobre una niña pobre que vende cerillas en la calle en la noche de Navidad. Con el frío que pasa, la niña enciende una cerilla para calentarse y tiene visiones hermosas de una chimenea, un pavo asado y un bello pesebre. Al encender más cerillas, ve a su abuela difunta que la lleva con ella al cielo. A la mañana siguiente, la niña es encontrada muerta de frío, pero con una sonrisa, habiendo experimentado la belleza del cielo.
La niña pobre salió a vender cerillas en la noche de Navidad para ganar dinero y comprar comida, ya que su madrastra la maltrataba. Encendió varias cerillas para calentarse los dedos congelados, y cada vez que lo hacía, veía ilusiones que la llevaban a un lugar cálido y feliz. La última cerilla le mostró a su amada abuela, quien la llevó con ella al cielo cuando la cerilla se apagó. Por la mañana, la niña fue encontrada muerta de frío, pero con una sonris
La cerillera es la historia de una niña pobre que vende cerillas en la calle en la noche de Navidad para ganarse la vida. Mientras intenta calentarse con las cerillas, la niña tiene visiones mágicas que la transportan a lugares cálidos y alegres. Al final, después de haber usado todas las cerillas, la niña muere congelada, pero con una sonrisa, habiendo tenido una última visión de su abuela amada llevándola al cielo.
La niña pobre intenta vender cerillas en la fría noche de Navidad para poder comprar comida, pero no logra vender ninguna. Encuentra consuelo encendiendo las cerillas una por una, donde cada una le muestra visiones hermosas - como calentarse junto a una chimenea, ver un pavo asado, y un bello pesebre. La última cerilla le muestra a su amada abuela, quien la lleva con ella al cielo donde nunca más tendrá frío o hambre. Por la mañana la niña es encontrada muerta, con una
La niña pobre salió a vender cerillas en la noche de Navidad para ganar dinero y comprar comida, ya que su madrastra la maltrataba. Encendió varias cerillas para calentarse los dedos congelados, y cada vez que lo hacía, veía ilusiones que la llevaban a un lugar cálido y feliz. La última cerilla le mostró a su amada abuela, quien la llevó con ella al cielo donde nunca más pasaría frío o hambre. Por la mañana, la niña fue encontrada muerta de frío, pero con una
La cerillera es la historia de una niña pobre que vende cerillas en la calle en la noche de Navidad para ganarse la vida. Mientras intenta calentarse con las cerillas, la niña tiene visiones mágicas que la transportan a lugares cálidos y alegres. Al final, después de haber usado todas las cerillas, la niña muere congelada, pero con una sonrisa, habiendo tenido una última visión de su abuela amada llevándola al cielo.
La historia narra la triste situación de una pequeña vendedora de cerillas que intenta ganar algo de dinero en la noche de Año Nuevo para alimentar a su familia. Al anochecer, con el frío intenso, la niña enciende una cerilla para calentarse y se transporta imaginando escenas acogedoras junto al fuego. Al apagarse, vuelve a la dura realidad. Repite el proceso varias veces hasta que su cuerpo ya no resiste el frío y muere.
Este resumen describe el cuento de Charles Dickens "Canción de Navidad":
1) La historia trata sobre Ebenezer Scrooge, un hombre avaro y amargado que odia la navidad, hasta que recibe la visita de tres espíritus navideños quienes le muestran su pasado, presente y futuro.
2) El Espíritu de las Navidades Pasadas le muestra su pasado feliz, el Espíritu del Presente le muestra cómo celebran la navidad los demás, y el Espíritu del Futuro le advierte sobre
El hada fea usa su inteligencia y magia para salvar a todas las hadas y magos que habían sido capturadas por las brujas. Aunque es fea, su valentía y habilidades mágicas le permiten engañar a las brujas y liberar a los demás. Después de este evento, la belleza deja de ser lo más importante y se valora más las cualidades internas de las personas.
El documento presenta un resumen de la historia corta "La pequeña cerillera" de Hans Christian Andersen. Narra la historia de una niña pobre que debe vender cerillas en la calle en Nochevieja para ganarse la vida. Al no poder vender ninguna cerilla, se sienta en un rincón entre dos casas para protegerse del frío, donde prende cerillas una a una para calentarse. Al encender cada cerilla, ve visiones de lugares cálidos y acogedores, pero estas desaparecen cuando la cerilla se apaga. Finalmente,
Ebenezer Scrooge era un hombre solitario y avaro que odiaba la Navidad. Una noche, fue visitado por el fantasma de su exsocio Jacob Marley, quien le advirtió que sería visitado por tres espíritus más. El Espíritu de las Navidades Pasadas le mostró su pasado. El Espíritu de las Navidades Presentes le mostró cómo celebraban la Navidad los demás. El Espíritu de las Navidades Futuras le mostró una visión de su muerte solo y sin amigos. Esto hizo que Sc
El primer documento presenta un cuento de Navidad titulado "El reno cojo" que narra la historia de Papá Noël y sus siete renos, uno de los cuales estaba cojo y por eso Papá Noël no podía repartir los regalos. El segundo documento presenta varios cuentos de Navidad escritos por estudiantes de primaria. El tercer documento presenta un resumen de tres oraciones o menos de cada uno de los cuentos de Navidad presentados en el segundo documento.
Este documento presenta un resumen de tres cuentos incluidos en la colección "Cuentos del globo 2". Incluye información sobre los autores y adaptadores de los cuentos "La Bella y la Bestia", "La serpiente mágica" y "Bodas oscuras". Además, proporciona datos sobre la edición del libro como el editor, ilustradores, traductores y equipo de producción.
El documento presenta varias historias cortas sobre tradiciones navideñas de diferentes países. La primera historia habla sobre los 13 hombrecillos de la Navidad en Islandia. La segunda cuenta la leyenda de unas arañas que decoraron un árbol de Navidad en Alemania. La tercera narra la historia de la Befana, un hada que reparte regalos a los niños en Italia.
Cuentos y canciones por Navidad y Fin de AñoGonzalo Abio
Una selección personal de algunos cuentos y canciones alusivos a estas fechas que estoy trabajando con mis alumnos brasileños, futuros profesores de español.
Este documento presenta un resumen de tres cuentos incluidos en la colección "Cuentos del globo 2: de bellas y bestias". Incluye información sobre los autores, ilustradores y traductores de cada cuento, así como detalles sobre la publicación del libro como la editorial, lugar e impresión. Los cuentos son versiones de "La Bella y la Bestia", "La serpiente mágica" y "Bodas oscuras", originarios de Francia, Asia y América respectivamente.
Tale, the strange deaths of children and an ancient revenge that reaches people of Salvatierra.
Cuento salvaterrense, las extrañas muertes de niños y una venganza milenaria que alcanza a la gente de Salvatierra
El documento critica las celebraciones navideñas modernas, argumentando que se han vuelto una fiesta abominable y desastrosa culturalmente. Se ha destronado al Niño Dios por Santa Claus y Papá Noel, traídos por los estadounidenses a América Latina junto con una cultura de consumismo frenético. Las tradiciones navideñas latinoamericanas, como los pesebres, han sido reemplazadas por estéticas miserables y canciones traducidas del inglés. La Navidad ya no es una noche de paz y
Scrooge era una persona amargada que odiaba la navidad. Una noche, recibió la visita del fantasma de su socio fallecido, Jacob Marley, quien le advirtió que sería visitado por tres espíritus. El Espíritu de las Navidades Pasadas le mostró su pasado. El Espíritu de las Navidades Presentes le mostró cómo celebraban los demás. El Espíritu de las Navidades Futuras le mostró una visión de su muerte solo y odiado. Esto hizo que Scrooge se arrepint
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Material de apoyo a la conferencia pórtico de la XIX Semana Romana de Cascante celebrada en Cascante (Navarra), el 24 de junio de 2024 en el marco del ciclo de conferencias "De re rustica. El campo y la agricultura en época romana: poblamiento, producción, consumo"
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1. La niña de los fósforos
(Hans Christian Andersen)
¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la
noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle
una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su
casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su
madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes que las
perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda
velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había
puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.
Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente
amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un
paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le
había dado un mísero centavo; volvía a su casa hambrienta y medio helada, ¡y
parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello
rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para
presumir.
En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en
el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero
el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no
había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría,
además de que en casa hacía frío también; solo los cobijaba el tejado, y el viento
entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado
tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría
seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared
y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio
una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una
luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran
estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en
su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su
vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el
resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a esta
transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una
habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y
fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y
manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y,
anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia
la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible
tan solo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla,
y se encontró sentada debajo de un
hermosísimo árbol de Navidad. Era
aún más alto y más bonito que el
que viera la última Nochebuena, a
través de la puerta de cristales, en
casa del rico comerciante. Millares
de velitas ardían en las ramas
verdes, y de estas colgaban
pintadas estampas, semejantes a
las que adornaban los escaparates.
La pequeña levantó los dos
bracitos… y entonces se apagó el
fósforo. Todas las lucecitas se
remontaron a lo alto, y ella se dio
cuenta de que eran las rutilantes
estrellas del cielo; una de ellas se
desprendió y trazó en el
firmamento una larga estela de
fuego.
«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que
la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho:
-Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y
apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también
cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y
el árbol de Navidad.
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosos de no perder a su
abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la
abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas
las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las
alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la
mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las
mejillas y la boca sonriente… Muerta, muerta de frío en la última noche del Año
Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver sentado con
sus fósforos: un paquetito que parecía consumido casi del todo. «¡Quiso
calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el
esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria
del Año Nuevo.
2. Cuento de Navidad
(Charles Dickens)
Ebenezer Scrooge era un empresario y su único socio, Marley, había
muerto. Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él vivía en su
mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchas.
Tenía una rutina donde hacía lo mismo todos los días: caminar por el
mismo lugar sin que nadie se parara a saludarlo.
Era víspera de Navidad, todo el mundo estaba ocupado comprando
regalos y preparando la cena navideña. Scrooge estaba en su despacho
como siempre con la puerta abierta viendo a su escribiente, que pasaba
unas cartas en limpio, y de repente llegó su sobrino deseándole felices
navidades, pero este no lo recibió de una buena manera sino al contrario,
su sobrino le invitó a pasar la noche de Navidad con ellos, pero él lo
despreció diciendo que eso eran paparruchas. Su escribiente llamado Bob
Cratchit seguía trabajando hasta tarde aunque era noche de Navidad,
Scrooge le dijo un día después de Navidad tendría que llegar más
temprano de lo acostumbrado para reponer el día festivo.
Scrooge vivía en un edificio frío y lúgubre como él. Cuando ya estaba en
su cuarto algo muy raro pasó: un fantasma se le apareció, no había duda
de quién era ese espectro, no lo podía confundir, era su socio Jacobo
Marley le dijo que estaba ahí para hacerlo recapacitar de cómo vivía
porque ahora él tenía que sufrir por la vida que había tenido
anteriormente. Le dijo que en las siguientes noches vendrían 3 espíritus a
visitarlo.
En la primera noche, el primer espíritu llegó, era el espíritu de las
navidades pasadas, éste lo llevo al lugar donde él había crecido y le enseñó
varios lugares y navidades pasadas, cuando él trabajaba en un una tienda
de aprendiz; otra ocasión donde estaba en un cuarto muy sólo y triste y
también le hace recordar a su hermana, a quien quería mucho.
A la segunda noche el esperaba al segundo espíritu. Hubo una luz muy
grande que provenía del otro cuarto, Scrooge entro en él, las paredes eran
verdes y había miles de platillos de comida y un gigante con una antorcha
resplandeciente, era el espíritu de las navidades presentes. Ambos se
transportaron al centro del pueblo donde se veía mucho movimiento: los
locales abiertos y gente comprando cosas para la cena de Navidad.
Después lo llevo a casa de Bob Cratchit y vio a su familia y lo felices que
eran a pesar de que eran pobres y que su hijo, el pequeño Tim estaba
enfermo. Finalmente lo lleva a la casa de su sobrino Fred donde vio como
gozaban y disfrutaban todos de
la noche de Navidad comiendo
riendo y jugando. Después de
esto regresó a su cuarto.
A la noche siguiente,
esperaba al último espíritu, pero
este era oscuro y nunca le llegó
a ver la cara. Era el espíritu de
las navidades futuras, quien le
mostró en la calles que la gente
hablaba que alguien se había
muerto. Después lo llevó a un
lugar donde estaban unas
personas vendiendo las
posesiones del señor que había
muerto, y también le enseñó la
casa de su empleado Bob donde
pudo ver que su hijo menor
había muerto y que todos estaban muy tristes. Por último, lo llevó a ver
cadáver de este hombre que estaba en su cama tapado con una sábana, y
al final, le descubrió quien era el señor que había muerto… Era él mismo,
Ebenezer Scrooge.
Cuando el despertó se dio cuenta que todo había sido un sueño y que
ese día era día de Navidad, se despertó con mucha alegría, le dijo a un
muchacho que vio en la calle que fuera y comprara el pavo más grande y
que lo mandara a la casa de Bob Cratchit. Salió con sus mejores galas muy
feliz porque podía cambiar y se dirigió a casa de su sobrino, al llegar lo
saludó y le dijo que había ido a comer y estuvo con ellos pasándosela muy
bien. Al día siguiente en la mañana le dio a su trabajador un aumento y
desde entonces fue un buen hombre a quien todos querían. El hijo menor
de Bob, el pequeño Tim, grita contento. ¡Y que Dios nos bendiga a todos!
3. El soldadito de plomo
(Hans Christian Andersen)
Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo, todos hermanos, ya que los
habían fundido de la misma vieja cuchara.
Armas al hombro y la mirada al frente, con sus bonitas guerreras rojas y sus
pantalones azules.
Lo primero que oyeron en este mundo, cuando se levantó la tapa de la caja en
la que venían, fue el grito:
-¡Soldaditos de plomo!, que había dado un niño pequeño batiendo palmas,
pues se los habían regalado por su cumpleaños. Enseguida los puso de pie sobre la
mesa.
Cada soldadito era un vivo retrato de los otros; sólo uno era un poco diferente
a los demás. Tenía una sola pierna, porque había sido el último en ser fundido y
no quedó plomo suficiente para terminarlo. Aun así, se mantenía tan firme sobre
su única pierna como los otros sobre las dos.
Y es de este soldadito precisamente de quién trata esta historia.
En la mesa donde el niño los había alineado había otros muchos juguetes, pero
el que más llamaba la atención era un magnífico castillo de papel.
Por sus ventanillas se podían ver los salones que tenía en su interior. Fuera
había unos arbolitos que rodeaban a un pequeño espejo que simulaba un lago, en
el que se reflejaban y nadaban, unos blancos cisnes de cera.
El conjunto resultado muy hermoso, pero lo más precioso de todo era, sin
embargo, una damita que estaba de pie a la puerta del castillo. Era también de
papel recortado, pero llevaba un traje de la más fina muselina, con una estrecha
cinta azul sobre los hombros, como si fuera una banda, en la que lucía una
brillante lentejuela tan grande como su cara.
La damita extendía los brazos en alto, pues era una bailarina, y la levantaba
tanto en una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía vérsela y creyó
que solo tenía una, como él.
«Ésta es la mujer que podría ser mi esposa -pensó-. ¡Pero es muy distinguida y
vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón donde somos
veinticinco. ¡No es lugar para ella! A pesar de todo voy a intentar conocerla». Y se
tendió todo lo largo que era detrás de una caja de latón que había en la mesa.
Desde allí podría contemplar a gusto a la elegante damita, que continuaba
sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.
Cuando se hizo de noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su
caja y los habitantes de plomo los recogieron en su caja y los habitantes de la casa
se fueron a la cama.
En ese momento, los juguetes comenzaron sus juegos, haciendo visitas,
luchando entre ellos, bailando.
Los soldaditos de plomo armaban ruido en la caja porque salir, pero no podían
levantar la tapa. El Cascanueces daba saltos mortales, y la tiza se divertía
pintarrajeado en la pizarra, Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se
despertó y comenzó a cantar hasta en verso.
Los únicos que no se movieron siquiera fueron el soldadito de plomo y la
pequeña bailarina. Ella se mantenía erguida de puntillas y con los brazos en alto;
él seguía igualmente firme sobre su única pierna y sin apartar un solo instante de
ella sus ojos.
Cuando el reloj dio las doce -¡zas!-, se abrió la tapa de la caja de latón; pero,
¿piensan ustedes y había galletas en ella? ¡Ni mucho menos!; lo que allí había era
un duende negro, porque se trataba de una caja de bromas. -¡Soldadito de plomo!
-grito el duende-. ¡Quieres dejar de mirar lo que no te importa? Pero el soldadito
de plomo se hizo el sordo.
-¡Está bien, ya verás mañana! -dijo el duende.
Al día siguiente, cuando los niños se levantaron alguien había puesto al
soldadito de plomo en la ventana; y bien fuese el duende, bien una corriente de
aire, el caso es que la ventana se abrió de golpe y el soldadito se precipito de
cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con la pierna en alto,
apoyado sobre el casco y con la bayoneta clavada en los adoquines.
La criada y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero, aunque
estuvieron a punto de pisarlo, no lo pudieron encontrar. Si el soldadito de plomo
hubiera gritado:
«!Aquí estoy!», seguro que lo habrían visto; pero él creyó que no estaba bien
dar gritos yendo de uniforme.
Entonces empezó a llover, y cada vez lo hacía con más fuerza, hasta que se
convirtió en un aguacero torrencial. cuando es campo, pasaron dos muchachos
por la calle.
-¡Mira -dijo uno-, un soldadito de plomo! Vamos a darle un paseo en barca.
E hicieron un barco con un periódico, pusieron en él soldadito de plomo, que
se fue navegando arroyo abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado
dando palmadas.
4. ¡Santo cielo, qué olas las del arroyo y qué corriente! -¡desde luego que había
llovido con ganas!-
El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez
que el soldadito de plomo sentía vértigos. Pero se mantenía firme, sin inmutarse,
vista al frente y el fusil al hombro. De pronto, una boca de alcantarilla, tan oscura
como su propia caja de cartón, se tragó al barquichuelo.
«Adónde iré a parar» -pensó-. Apostaría que el duende es el culpable. Si al
menos la pequeña bailarina estuviera conmigo en el barco, no me importaría que
fuese aún más oscuro. Al punto apareció una enorme rata de agua que vivía en la
alcantarilla.
-¿Tienes el pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, el pasaporte!
Pero el soldadito de plomo no contesto, y apretó su fusil con más fuerza que
nunca. El barco se deslizaba vertiginosamente, seguido de cerca por la rata. ¡Uy!,
cómo rechinaban los dientes y chillaba el asqueroso animal.
-¡Detenedle! ¡Detenedle! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el
pasaporte!
Pero la corriente se hacía cada vez más rápida y el soldadito de plomo podía ya
percibir la luz del día al fondo del túnel. Pero a la vez escucho un sonido
atronador, capas de horrorizar al más pintado -imaginaos: la acabar la alcantarilla,
la cloaca desembocaba en un gran canal. Aquello era tan peligroso para el
soldadito de plomo como para nosotros arriesgarnos a navegar por una gran
catarata.
Por entonces estaba ya tan cerca, que no podía detenerse. El barco iba como
una bala, el pobre soldadito de plomo se mantuvo tan firme como pudo; nadie
diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio tres o cuatro vueltas,
llenándose de agua hasta el borde; estaba a punto de zozobrar; al soldadito le
llegaba el agua al cuello y el barquito se hundía más y más; el papel de tan
empapado como estaba comenzaba a deshacerse, hasta que el agua se cerró
sobre la cabeza del soldadito de plomo, mientras que pensaba en la encantadora
bailarina, a la que no vería ya nunca más, y una antigua canción resonó en sus
oídos:
¡Adelante, valiente guerrero! ¡no te rindas nunca!
En aquel momento el papel acabo de rasgarse y el soldadito se hundió, pero
justo entonces se lo trago un gran pez.
¡Oh, qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que en la alcantarilla y,
además más estrecho e incómodo.
Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro,
tendido cuan largo era.
El pez se agitaba, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas
terribles. Por fin se quedó quieto por él como un rayo de luz. La luz brillaba mucho
y alguien grito:
«!Un soldadito de plomo! »
El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba
ahora en la cocina, donde la sirviente lo había abierto con un gran cuchillo.
Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo llevo a la sala, donde todos
querían ver aquel personaje tan importante que había viajado dentro de la barriga
de un pez.
Pero el soldadito no estaba orgulloso de aquello.
Lo pusieron de pie sobre la mesa y allí. ¡en fin, las cosas que pasan! El
soldadito de plomo se encontraba en el mismo salón donde había estado antes.
Vio a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo precioso
castillo con la encantadora y pequeña bailarina, que se mantenía todavía sobre
una sola pierna y la otra en el aire -ella había estado tan firme como el-.
Esto emociono tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de
plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. Se
contentó con mirarla y ella le miro también; pero nada se dijeron.
Esa misma noche, cuando todos los habitantes de la casa se fueron a dormir,
todos los juguetes estaban impacientes por escuchar la historia de El soldadito de
plomo, todos querían saber cómo había acabado en la tripa de un pez.
Esa noche ningún juguete se movió, estuvieron escuchando atentamente la
fantástica historia del soldadito, y todos se asombraron de la valentía con que se
actuó, siempre firme y sin rendirse. También la bailarina escucho atentamente
toda la historia, ella se había fijado varias veces en el soldadito, pero no quería
compartir su vida con un soldado que le faltase una pierna, ¡pues vaya soldado!,
pensaba.
Después de terminar de oír la historia, la bailarina se sintió muy mal, ¿cómo
podía haber pensado que la valentía de un soldado dependiera de que le faltase
una pierna? ese soldado era el más valiente de sus veinticuatro compañeros.
La admiración que empezó a sentir la bailarina por el soldadito de plomo,
pronto se convirtió en amor, y así todas las noches, cuando los habitantes de la
casa se iban a dormir, ellos dos no paraban de bailar.
5. El cascanueces y el rey de los ratones
(Lama Anagarika Govinda)
El granjero Stahlbaum y su señora celebraban una
fiesta de Navidad. Clara y su hermano, hijos de
Stahlbaum, estaban muy contentos. Clara esperaba
impaciente al mago Drosselmeyer, su tío favorito, un
fabricante de juguetes que siempre llegaba con alguna
novedad.
El mago llegó con su sobrino, Fritz, y una gran caja
de sorpresas de la que fueron saliendo
sucesivamente un soldado bailarín, una muñeca y un
oso polar con su cría. Clara quería quedarse con la
muñeca, pero su madre le explicó que era imposible.
La niña comenzó a llorar desconsoladamente y
Drosselmeyer sintiendo la pena de la niña, la
sorprendió con un regalo especial: un gran
cascanueces de madera. Su hermano recibió el Rey de
los Ratones. En una pelea entre hermanos, se rompe el
Cascanueces, pero Drosselmeyer, lo arregla con una
venda y lo deja casi perfecto.
Cuando la fiesta termina, los invitados se van y el
pequeño Cascanueces se queda junto al árbol de
Navidad. Antes de la medianoche, la niña baja para ver
a su Cascanueces, pero al quedarse dormida comienza
a soñar que todo cobra vida a su alrededor:
Aparece el Rey de los Ratones y su banda de
roedores aterrorizan a la niña. Pero de pronto llegan
los soldaditos de juguete comandados por el
cascanueces para defender a Clara. Fritz los ayuda
como capitán de artillería y la niña se siente protegida
por estos nuevos amigos. Sin embargo comienzan a
perder la batalla. Clara se arma de coraje y lanza uno
de sus zapatos al Rey de los Ratones. Lo derriba, el
Cascanueces lo mata y los ratones huyen.
Es entonces cuando el Cascanueces se transforma
en un hermoso príncipe e invita a Clara y a Fritz a un
viaje a través del bosque encantado. Al llegar al
bosque, se encuentran con el rey y la reina de las
nieves quienes bailan para ellos junto a los copos de
nieve. La danza se va convirtiendo en un torbellino y
finalmente impulsa al trineo, con el príncipe, Clara y
Fritz a bordo, hacia un lugar lleno de magia.
Clara, Fritz y el príncipe llegan al reino de los dulces,
donde los recibe un hada. Allí el hada pide al príncipe
que narre sus aventuras como Cascanueces y tras esto,
comienza una fiesta maravillosa que culmina en un
baile entre el príncipe y el hada. Clara y Fritz vuelven
de regreso a la realidad en su trineo.
6. El Expreso Polar
(Chris Van Allsburg)
Era noche buena, hace muchos años. Yo estaba acostado en mi cama, sin moverme, sin permitir
siquiera que las sábanas susurraran. Respiraba silencioso y pausado.
Aguardaba, anhelando escuchar un sonido. Un sonido que un amigo me había asegurado jamás
escucharía: el tintineo de cascabeles del trineo de Santa Clós. - No existe Santa Clós – había insistido un
amigo. Pero yo sabía que estaba equivocado. Muy tarde aquella noche, sí escuché sonidos, pero no de
cascabeles. De la calle llegaban unos resoplidos de vapor y un chirriar de metales. Me asomé a la
ventana. Había un tren detenido justo enfrente de mi casa.
Se veía envuelto en un manto de vapor. A su alrededor, los copos de nieve caían con suavidad. En
la puerta abierta de uno de los vagones, estaba parado un conductor. Sacó de su chaleco un gran reloj
de bolsillo; luego, levantó la mirada hasta mi ventana. Me puse la bata y las pantuflas. De puntillas,
bajé las escaleras y salí de la casa.
- ¡Todos abordo! – gritó el conductor. Corrí hasta él.
- Bueno, - me dijo - ¿vienes?
- ¿A dónde? – pregunté.
- Pues, al Polo Norte, por supuesto – me respondió -. Este es el Expreso Polar. Tomé la mano que
me tendía y subí al tren.
Adentro, había muchos otros niños, todos en ropa de dormir. Cantamos canciones de Navidad y
comimos caramelos rellenos con turrón tan blanco como la nieve. Bebimos chocolate caliente,
delicioso y espeso, como chocolates derretidos. Afuera, las luces de pueblos y aldeas titilaban en la
distancia, mientras el mientras el Expreso Polar enfilaba hacia el norte.
Pronto, ya no se vieron luces. Nos internamos por bosques oscuros y fríos, donde vagaban lobos
hambrientos y conejos de colas blancas huían de nuestro tren, que retumbaba en la quietud del
agreste paraje.
Trepamos montañas tan altas que parecía como si fuéramos a rozar la Luna. Pero el Expreso Polar
no aminoraba su marcha. Más y más rápido corríamos, remontando picos y atravesando valles, como
una montaña rusa.
Las montañas se convirtieron en colinas. Las colinas, en planicies cubiertas de nieve. Cruzamos un
desolado desierto de hielo, el Gran Casquete Polar. Unas luces aparecieron en la distancia. Semejaban
las luces de un extraño transatlántico navegando en un mar congelado.
- Allá – dijo el conductor -, está el Polo Norte.
El Polo Norte. Era una ciudad enorme que se levantaba solitaria en la cima del mundo, llena de
fábricas donde se hacían todos los juguetes de Navidad. Al principio, no vimos duendes.
- Se están reuniendo en el centro de la ciudad – explicó el conductor -. Allí, Santa Clós entregará el
primer regalo de Navidad.
- ¿Quién recibirá el primer regalo? – preguntamos todos.
El conductor respondió:
- Él escogerá a uno de ustedes.
- ¡Miren! – gritó uno de los niños -. ¡Los duendes!
Afuera, vimos cientos de duendes. Nuestro tren ya se acercaba al centro del Polo Norte y debía ir
cada vez más despacio, porque las calles estaban llenas con los ayudantes de Santa Clós. Cuando no
pudimos seguir avanzando, el Expreso Polar se detuvo y el conductor nos dejó bajar.
Nos abrimos paso entre la multitud, hasta el borde de un gran círculo despejado. Frente a
nosotros se alzaba el trineo de Santa Clós. Los renos estaban inquietos. Cabeceaban y caracoleaban,
haciendo sonar los cascabeles plateados que colgaban de sus arneses. Era un sonido mágico, como
ninguno que hubiera escuchado antes. Del otro lado del círculo, los duendes se apartaros y Santa Clós
apareció. Los duendes lo saludaron con un estallido de gritos y aplausos.
Avanzó hasta nosotros y me señaló diciendo:
- Que se acerque ese muchacho.
Saltó de su trineo. El conductor me ayudó a subir. Me senté en las rodillas de San Nicolás y él me
preguntó:
- A ver, ¿qué te gustaría para Navidad?
Yo sabía que podía pedir cualquier regalo de Navidad que quisiera. Pero lo que más deseaba no
estaba dentro del enorme saco de Santa Clós. Lo que yo quería, más que ninguna otra cosa en el
mundo, era un cascabel plateado de su trineo.
Cuando lo pedí, Santa Clós sonrió. Luego me abrazó y le ordenó a un duende que cortara a un
cascabel del arnés de uno de los renos. El duende le alcanzó el cascabel. Santa Clós se puso de pie, y
sosteniendo el cascabel muy en alto, anunció:
- ¡El primer regalo de Navidad!
Un reloj dio la media noche, al tiempo que se escuchaba la delirante aclamación de los duendes.
Santa Clós me entregó el cascabel y yo lo puse en el bolsillo de mi bata. El conductor me ayudó a bajar
del trineo.
Santa Clós animó a los renos, gritando sus nombres y haciendo chasquear su látigo. Tomaron
impulso y el trineo se elevó en el aire. Santa Clós voló sobre nosotros, trazando un círculo; entonces
desapareció en el frío y oscuro cielo polar.
Tan pronto como regresamos al Expreso Polar, los otros niños me pidieron ver el cascabel. Busqué
en mi bolsillo, pero todo lo que encontré fue un agujero. Había perdido el cascabel plateado del trineo
de Santa Clós.
- ¡Corramos afuera a buscarlo! – sugirió uno de los niños.
Pero en ese momento, el tren se estremeció y comenzó a moverse. Íbamos de regreso a casa.
Me rompió el corazón haber perdido el cascabel. Cuando el tren pasó frente a mi casa, me separé
con tristeza de los otros niños y me quedé en la puerta, diciendo adiós.
El conductor gritó algo desde el tren en movimiento, pero no pude oír.
- ¿Qué? – pregunté.
Haciendo una bocina con sus manos repitió:
- ¡FELIZ NAVIDAD!
El Expreso Polar hizo sonar su potente silbato y se alejó a toda velocidad.
La mañana de Navidad mi hermana Sara y yo abrimos nuestros regalos. Parecía que ya habíamos
terminado cuando Sarah encontró una pequeña caja olvidada detrás del árbol. Tenía mi nombre.
¡Adentro estaba el cascabel plateado! Había una nota: “Encontré esto en el asiento de mi trineo.
Remienda ese agujero en tu bolsillo”. Firmado: “Sr. S.C.”
Agité el cascabel. Repicó con el sonido más hermoso que mi hermana y yo hubiéramos escuchado
jamás.
Pero mi madre comentó:
- Ay, ¡qué lástima!
- Sí – dijo mi papá –. No suena.
Ninguno de los dos había escuchado el sonido del cascabel. Hubo un tiempo en que casi todos mis
amigos podían escuchar el cascabel, pero con el pasar de los años, dejó de repicar para ellos.
También Sara, cierta Navidad, ya no pudo escuchar su dulce sonido. Aunque yo ya soy viejo, el
cascabel aún suena para mí, como suena para todos aquellos que verdaderamente creen.
7. El soldadito de plomo
(Hans Christian Andersen)
Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo, todos hermanos, ya que los
habían fundido de la misma vieja cuchara.
Armas al hombro y la mirada al frente, con sus bonitas guerreras rojas y sus
pantalones azules.
Lo primero que oyeron en este mundo, cuando se levantó la tapa de la caja en
la que venían, fue el grito:
-¡Soldaditos de plomo!, que había dado un niño pequeño batiendo palmas,
pues se los habían regalado por su cumpleaños. Enseguida los puso de pie sobre la
mesa.
Cada soldadito era un vivo retrato de los otros; sólo uno era un poco diferente
a los demás. Tenía una sola pierna, porque había sido el último en ser fundido y
no quedó plomo suficiente para terminarlo. Aun así, se mantenía tan firme sobre
su única pierna como los otros sobre las dos.
Y es de este soldadito precisamente de quién trata esta historia.
En la mesa donde el niño los había alineado había otros muchos juguetes, pero
el que más llamaba la atención era un magnífico castillo de papel.
Por sus ventanillas se podían ver los salones que tenía en su interior. Fuera
había unos arbolitos que rodeaban a un pequeño espejo que simulaba un lago, en
el que se reflejaban y nadaban, unos blancos cisnes de cera.
El conjunto resultado muy hermoso, pero lo más precioso de todo era, sin
embargo, una damita que estaba de pie a la puerta del castillo. Era también de
papel recortado, pero llevaba un traje de la más fina muselina, con una estrecha
cinta azul sobre los hombros, como si fuera una banda, en la que lucía una
brillante lentejuela tan grande como su cara.
La damita extendía los brazos en alto, pues era una bailarina, y la levantaba
tanto en una de sus piernas que el soldadito de plomo no podía vérsela y creyó
que solo tenía una, como él.
«Ésta es la mujer que podría ser mi esposa -pensó-. ¡Pero es muy distinguida y
vive en un castillo! Yo, en cambio, sólo tengo una caja de cartón donde somos
veinticinco. ¡No es lugar para ella! A pesar de todo voy a intentar conocerla». Y se
tendió todo lo largo que era detrás de una caja de latón que había en la mesa.
Desde allí podría contemplar a gusto a la elegante damita, que continuaba
sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.
Cuando se hizo de noche, a los otros soldaditos de plomo los recogieron en su
caja y los habitantes de plomo los recogieron en su caja y los habitantes de la casa
se fueron a la cama.
En ese momento, los juguetes comenzaron sus juegos, haciendo visitas,
luchando entre ellos, bailando.
Los soldaditos de plomo armaban ruido en la caja porque salir, pero no podían
levantar la tapa. El Cascanueces daba saltos mortales, y la tiza se divertía
pintarrajeado en la pizarra, Tanto ruido hicieron los juguetes, que el canario se
despertó y comenzó a cantar hasta en verso.
Los únicos que no se movieron siquiera fueron el soldadito de plomo y la
pequeña bailarina. Ella se mantenía erguida de puntillas y con los brazos en alto;
él seguía igualmente firme sobre su única pierna y sin apartar un solo instante de
ella sus ojos.
Cuando el reloj dio las doce -¡zas!-, se abrió la tapa de la caja de latón; pero,
¿piensan ustedes y había galletas en ella? ¡Ni mucho menos!; lo que allí había era
un duende negro, porque se trataba de una caja de bromas. -¡Soldadito de plomo!
-grito el duende-. ¡Quieres dejar de mirar lo que no te importa? Pero el soldadito
de plomo se hizo el sordo.
-¡Está bien, ya verás mañana! -dijo el duende.
Al día siguiente, cuando los niños se levantaron alguien había puesto al
soldadito de plomo en la ventana; y bien fuese el duende, bien una corriente de
aire, el caso es que la ventana se abrió de golpe y el soldadito se precipito de
cabeza desde el tercer piso. Fue una caída terrible. Quedó con la pierna en alto,
apoyado sobre el casco y con la bayoneta clavada en los adoquines.
La criada y el niño bajaron apresuradamente a buscarlo; pero, aunque
estuvieron a punto de pisarlo, no lo pudieron encontrar. Si el soldadito de plomo
hubiera gritado:
«!Aquí estoy!», seguro que lo habrían visto; pero él creyó que no estaba bien
dar gritos yendo de uniforme.
Entonces empezó a llover, y cada vez lo hacía con más fuerza, hasta que se
convirtió en un aguacero torrencial. cuando es campo, pasaron dos muchachos
por la calle.
-¡Mira -dijo uno-, un soldadito de plomo! Vamos a darle un paseo en barca.
E hicieron un barco con un periódico, pusieron en él soldadito de plomo, que
se fue navegando arroyo abajo, mientras los dos muchachos corrían a su lado
dando palmadas.
8. ¡Santo cielo, qué olas las del arroyo y qué corriente! -¡desde luego que había
llovido con ganas!-
El barquito de papel saltaba arriba y abajo y, a veces, giraba con tanta rapidez
que el soldadito de plomo sentía vértigos. Pero se mantenía firme, sin inmutarse,
vista al frente y el fusil al hombro. De pronto, una boca de alcantarilla, tan oscura
como su propia caja de cartón, se tragó al barquichuelo.
«Adónde iré a parar» -pensó-. Apostaría que el duende es el culpable. Si al
menos la pequeña bailarina estuviera conmigo en el barco, no me importaría que
fuese aún más oscuro. Al punto apareció una enorme rata de agua que vivía en la
alcantarilla.
-¿Tienes el pasaporte? -preguntó la rata-. ¡A ver, el pasaporte!
Pero el soldadito de plomo no contesto, y apretó su fusil con más fuerza que
nunca. El barco se deslizaba vertiginosamente, seguido de cerca por la rata. ¡Uy!,
cómo rechinaban los dientes y chillaba el asqueroso animal.
-¡Detenedle! ¡Detenedle! ¡No ha pagado el peaje! ¡No ha enseñado el
pasaporte!
Pero la corriente se hacía cada vez más rápida y el soldadito de plomo podía ya
percibir la luz del día al fondo del túnel. Pero a la vez escucho un sonido
atronador, capas de horrorizar al más pintado -imaginaos: la acabar la alcantarilla,
la cloaca desembocaba en un gran canal. Aquello era tan peligroso para el
soldadito de plomo como para nosotros arriesgarnos a navegar por una gran
catarata.
Por entonces estaba ya tan cerca, que no podía detenerse. El barco iba como
una bala, el pobre soldadito de plomo se mantuvo tan firme como pudo; nadie
diría nunca de él que había pestañeado siquiera. El barco dio tres o cuatro vueltas,
llenándose de agua hasta el borde; estaba a punto de zozobrar; al soldadito le
llegaba el agua al cuello y el barquito se hundía más y más; el papel de tan
empapado como estaba comenzaba a deshacerse, hasta que el agua se cerró
sobre la cabeza del soldadito de plomo, mientras que pensaba en la encantadora
bailarina, a la que no vería ya nunca más, y una antigua canción resonó en sus
oídos:
¡Adelante, valiente guerrero! ¡no te rindas nunca!
En aquel momento el papel acabo de rasgarse y el soldadito se hundió, pero
justo entonces se lo trago un gran pez.
¡Oh, qué oscuridad había allí dentro! Era peor aún que en la alcantarilla y,
además más estrecho e incómodo.
Pero el soldadito de plomo se mantuvo firme, siempre con su fusil al hombro,
tendido cuan largo era.
El pez se agitaba, haciendo las más extrañas contorsiones y dando unas vueltas
terribles. Por fin se quedó quieto por él como un rayo de luz. La luz brillaba mucho
y alguien grito:
«!Un soldadito de plomo! »
El pez había sido pescado, llevado al mercado y vendido, y se encontraba
ahora en la cocina, donde la sirviente lo había abierto con un gran cuchillo.
Cogió con dos dedos al soldadito por la cintura y lo llevo a la sala, donde todos
querían ver aquel personaje tan importante que había viajado dentro de la barriga
de un pez.
Pero el soldadito no estaba orgulloso de aquello.
Lo pusieron de pie sobre la mesa y allí. ¡en fin, las cosas que pasan! El
soldadito de plomo se encontraba en el mismo salón donde había estado antes.
Vio a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa y el mismo precioso
castillo con la encantadora y pequeña bailarina, que se mantenía todavía sobre
una sola pierna y la otra en el aire -ella había estado tan firme como el-.
Esto emociono tanto al soldadito, que estuvo a punto de llorar lágrimas de
plomo, pero no lo hizo porque no habría estado bien que un soldado llorase. Se
contentó con mirarla y ella le miro también; pero nada se dijeron.
Esa misma noche, cuando todos los habitantes de la casa se fueron a dormir,
todos los juguetes estaban impacientes por escuchar la historia de El soldadito de
plomo, todos querían saber cómo había acabado en la tripa de un pez.
Esa noche ningún juguete se movió, estuvieron escuchando atentamente la
fantástica historia del soldadito, y todos se asombraron de la valentía con que se
actuó, siempre firme y sin rendirse. También la bailarina escucho atentamente
toda la historia, ella se había fijado varias veces en el soldadito, pero no quería
compartir su vida con un soldado que le faltase una pierna, ¡pues vaya soldado!,
pensaba.
Después de terminar de oír la historia, la bailarina se sintió muy mal, ¿cómo
podía haber pensado que la valentía de un soldado dependiera de que le faltase
una pierna? ese soldado era el más valiente de sus veinticuatro compañeros.
La admiración que empezó a sentir la bailarina por el soldadito de plomo,
pronto se convirtió en amor, y así todas las noches, cuando los habitantes de la
casa se iban a dormir, ellos dos no paraban de bailar.
9. El hombre de jengibre
La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el
hombre de jengibre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del
horno. El hombre de jengibre saltó del horno, y salió corriendo,
cantando.
- ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes
alcanzarme.
¡Soy el hombre de jengibre!
La vieja corrió, pero el hombre de jengibre corrió más rápido.
El hombre de jengibre se encontró con un pato que dijo:
- ¡Cua, cua! ¡Hueles delicioso! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El pato lo
persiguió balanceándose, pero el hombre de jengibre corrió más
rápido.
Cuando el hombre de jengibre corrió por las huertas doradas,
se encontró con un cerdo que cortaba paja. El cerdo dijo:
- ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cerdo lo
persiguió brincando, pero el hombre de jengibre corrió más
rápido. En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba
picando hojas. Cuando vio al hombre de jengibre, dijo:
- ¡Bee, bee! ¡Para, hombre de jengibre! ¡Quiero comerte!
Pero el hombre de jengibre siguió corriendo. El cordero lo
persiguió saltando, pero el hombre de jengibre corrió más rápido.
Más allá, el hombre de jengibre podía ver un río ondulante. Miró
hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban
persiguiéndole.
- ¡Paa! ¡Paa! exclamó la vieja.
- ¡Cua, cua! graznó el pato.
- ¡Oink! ¡Oink! gruñó el cerdo.
- ¡Bee! ¡Bee! — baló el cordero.
Pero el hombre de jengibre se rió y continuó hacia el río. Al
lado del rio, vio a un zorro. Le dijo al zorro:
- He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo
huir de ti también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No
puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jengibre!
Pero el zorro astuto sonrió y dijo:
- Espera, hombre de jengibre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a
cruzar el río. ¡Échate encima de la cola!
El hombre de jengibre echó un vistazo hacia atrás y vio a la
vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima
de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río. A
mitad de camino, el zorro le pidió que se echara sobre su espalda
para que no se mojara. Y así lo hizo. Después de unas brazadas
más, el zorro dijo:
- Hombre de jengibre, el agua es aún más profunda. ¡Échate
encima de la cabeza!
- ¡Ja, ja! Nunca me alcanzarán ahora rió el hombre de jengibre.
- ¡Tienes la razón! chilló el zorro.
El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jengibre en el
aire, y lo dejó caer en la boca. Con un crujido fuerte, el zorro
comió al hombre de jengibre.
La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jengibre
en su lugar.
10. El Reno Rudolfo
Un reno llamado Rodolfo que había nacido con
una curiosa y peculiar nariz roja, grande y brillante
y caminaba solo por el mundo porque los demás
renos se burlaban siempre de él, diciéndole que
parecía un payaso o que tenía una manzana por
nariz. Rudolfo se sentía muy avergonzado y cada
día se alejaba más de la gente. Su familia sentía
mucha pena por él.
Siempre estaba deprimido y con el apoyo de sus
padres, a los cuales les daba mucha pena Rodolfo
Rodolfo, decidió abandonar el pueblo adonde vivía
y empezó a vagar sin rumbo durante mucho
tiempo.
Se acercaba la Navidad y Rodolfo seguía solo por
su camino. Pero una noche, en víspera navideña,
en que las estrellas brillaban más que en otros días
en el cielo, Papá Noel preparaba su trineo, como
todos los años. Contaba y alineaba los 8 renos que
tiran de su trineo para llevar regalos a todos los
niños del mundo. Santa Claus ya tenía todo
preparado cuando de repente una enorme y
espesa niebla cubrió toda la tierra.
Desorientado y asustado, Papá Noel se
preguntaba cómo lograrían volar el trineo si no
conseguían ver nada. ¿Cómo encontrarían las
chimeneas?, ¿Dónde dejarían los regalos? A lo
lejos, Santa Claus vio una luz roja y brillante y
empezó a seguirla con su trineo y renos. No
conseguía saber de qué se trataba, pero a medida
que se acercaban, llevaran una enorme sorpresa.
¡Era el reno Rodolfo! Sorprendido y feliz, Papá Noel
pidió a Rodolfo que tirara él también de su trineo.
El reno no podía creérselo. Lo aceptó enseguida y
con su nariz iluminaba y guiaba a Santa por todas
las casas con niños del mundo.
Y fue así como Papá Noel consiguió entregar
todos los regalos en la noche de Navidad, gracias al
esfuerzo y la colaboración del reno Rodolfo. Sin su
nariz roja, los niños estarían sin regalos hasta hoy.
Rodolfo se convirtió en el reno más querido y
más admirado por todos. ¡Un verdadero héroe!
11. La brújula de Papá Noel
Era el 24 de diciembre en el Polo Norte y los elfos se
apresuraban a empaquetar los últimos regalos. Papá Noel
ya estaba preparado para partir en su trineo tirado por sus
ocho renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja. Comprobó
que todo estaba listo, cogió las riendas del trineo y ordenó
a los renos:
– ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e
ilusión a todos los niños del mundo!
Emprendieron vuelo entre estrellas fugaces y auroras
boreales. Sin embargo, cuando Papá Noel sacó su brújula
para comprobar que iban por buen camino, se dio cuenta
de que se había roto.
– ¡No puede ser! – se lamentó desesperado. – ¿Cómo
encontraré el camino en esta oscuridad?
Rodolfo salió en su ayuda:
– Con mi nariz roja podremos ver en la oscuridad y
encontrar el camino.
Así pusieron rumbo a la primera casa, donde un niño
esperaba ansioso su regalo.
A Rodolfo le costaba ubicarse en medio de la oscuridad,
pero tenía tanta ilusión por llevar los regalos que dirigió el
trineo sin problemas.
Empezaron a repartir los regalos. Llegaron a una casa
muy pequeña donde había muchos niños, entraron por la
chimenea y al mirar a su alrededor vieron un salón frío,
con pocos muebles y en un rincón un pequeño árbol de
Navidad casi sin adornos.
Papá Noel dio una palmada y dijo:
– ¡Que sea un salón perfecto!
Y al instante, aparecieron unos muebles preciosos y un
gran árbol con adornos y luces de todos los colores.
Entonces, dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer
ruido y continuó repartiendo los regalos por todas las
casas de la ciudad. Entró por chimeneas grandes,
pequeñas, altas y bajas, llevando la ilusión allí donde
menos la esperaban.
Cuando terminó de repartir los regalos, Papá Noel miró
a sus renos, les dio las gracias y le dijo a Rodolfo:
– Guíanos de vuelta a casa.
El camino de regreso se hizo muy corto y al llegar se
encontró en la puerta a todos los elfos con un pequeño
regalo. Papá Noel lo abrió y se rió.
– ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero
tengo la mejor de todas: ¡Rodolfo!
El reno se acercó y le acarició el brazo con su gran nariz
roja. Los dos sabían que a partir de aquella noche se
volverían amigos inseparables.
12. El árbol de Navidad
Esa mañana, Sofía se había despertado muy temprano.
Estaba tan entusiasmada que prácticamente no durmió.
Por la tarde, iría con su padre a buscar un árbol de
Navidad para colocarlo en el salón y adornarlo con luces
de colores y algunos detalles que ella misma había
diseñado. Era la primera vez que su padre le permitía
acompañarlo a recoger el árbol en la tienda, y eso
significaba que ya era mayor. Así que Sofía se sentía muy
feliz.
Salieron de casa muy temprano y al acercarse al vivero,
el frío se empezó a hacer más intenso: cientos de árboles
colocados en hileras esperaban por una familia que les
acogiera esa Navidad. La mano de su padre la mantenía a
salvo del frío de esa tarde de diciembre y le hacía sentir
segura, pero no podía evitar sentir un poco de miedo.
Nada más cruzar la puerta, se acercó un señor muy
amable para atenderlos. Con la pala en mano, les pidió
que lo siguieran hasta donde estaban los árboles. Les
preguntó cuál querían y seguidamente, empezó a cavar
para sacar a aquel pequeño pino de su entorno. Sofía no
pudo evitar sentirse muy triste y comenzó a llorar
desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó
calmarla, no lo consiguió. Su exasperación fue tal que
regresaron a casa sin el árbol de Navidad.
Nada calmaba a Sofía. Se pasó el resto de la mañana y
toda la tarde llorando en su habitación. Cuando se calmó,
fue donde su padre y le preguntó por qué le hacían eso a
los árboles. Su padre intentó explicarle que se trataba de
una tradición y que los habían sembrados con ese
objetivo, que esa era su misión en la tierra. Al escuchar
eso, la tristeza de Sofía se transformó en ira y le dijo:
– ¿Su misión? ¿Y cuándo esos árboles decidieron que
esa sería su misión?
Nada de lo que dijo su padre la convenció. La decepción
que invadió a la niña la llevó a encerrarse en su habitación
y solo salía para comer.
Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué más hacer,
Sofía lo llamó y le pidió que fuera a su habitación. Al entrar
descubrió que la niña había diseñado un árbol navideño
precioso, y lo había hecho con objetos que tenía en su
habitación.
– ¿Papá, ves cómo podemos tener un árbol de Navidad
precioso sin dañar a esos pobres pinos?
Su padre la abrazó con ternura y comprendió cuán
equivocado había estado. Aprendió la lección que le dio su
hija y a partir de ese año, cada Navidad padre e hija
organizaron un taller de manualidades para que todos los
niños del barrio diseñaran su propio árbol de Navidad y los
pinos pudieran seguir creciendo.
13. Santa Secreto
Luigi era un niño a quien le encantaba la época navideña,
como a todos sus amigos, le gustaba la comida, las
decoraciones, la nieve, pero por sobre todas las cosas, le
encantaba recibir regalos.
Todos los años sus amigos y él organizaban “Santa secreto”,
un juego que consistía en obsequiar pequeños regalos a quien
te tocaba en el sorteo durante 10 días. El último día, todos se
reunían, llevando consigo un regalo de mayor valor y trataban
de adivinar quién era su Santa Secreto.
Ese año, Luigi tenía planeado hacer lo de todos los años: Dar
4 tarjetas navideñas compradas en el supermercado, 5 paletas
de caramelo y una prenda de vestir como regalo final. Rápido y
simple. Todo porque no le gustaba romperse la cabeza
pensando en regalos que le podrían gustar a la otra persona, lo
único que le importaba era lo que él iba a recibir.
El día del sorteo, estaba emocionado, pero no por saber a
quién le tocaría darle sus obsequios, sino porque una de las
personas que estaban allí le daría 10 regalos y estaba
ilusionado pensando en lo que podrían ser. Así que, como
todos los años, cuando metió la mano en la tómbola y
descubrió que le tocaba ser el Santa Secreto de Jimmy, un
compañero de su clase, no le dio mucha importancia.
Al día siguiente se despertó emocionado por lo que
encontraría en su casillero. Su mente pensaba en mini
bicicletas, una caja llena de dulces, dinero en efectivo, el
juguete de moda, pero cuánta fue su desilusión al ver en su
casillero una tarjeta que solo decía “Feliz Navidad”. Los días
siguientes no fueron diferentes, se desilusionó porque de
hecho todo lo que recibía era muy similar a lo que él ponía en
el casillero de Jimmy.
Cuando llego el día del regalo final, todos estaban reunidos
en el salón de clases, todos tenían cara de felicidad por los
regalos anteriores, excepto dos personas: Luigi y Jimmy. El
primero en adivinar fue Jimmy quien dijo:
– Mi Santa Secreto es Luigi – lo dijo desmotivado y triste,
pues los regalos que había recibido eran muy superficiales.
– Si soy yo, que bueno que adivinaste – dijo Luigi – Bueno,
me toca adivinar a mí, y en verdad no tengo idea de quien sea
mi Santa Secreto, ya que fue el peor de todos los años. Los
regalos no me gustaron para nada, fueron simples y aburridos.
Lisa, quien era una chica lista, le dijo:
– Yo fui tu Santa Secreto de este año Luigi, y el motivo por el
cual escogí esos regalos para ti es porque yo recibí lo mismo de
ti el año pasado, y me puso muy triste y desilusionada- Lisa
sacó un gran regalo de su mochila, y se lo dio – solo quería que
aprendieras que tienes que pensar en los demás y no solo en lo
que vas a recibir.
Luigi se emocionó mucho porque cuando abrió el regalo
resultó que era el juguete que todos los de su clase quería,
pero al ver la cara de desilusión de Jimmy, fue hasta él y le dijo:
– Creo que tú te mereces esto más que yo, ya que nunca me
detuve a pensar en lo que te gustaría recibir
La cara de Jimmy se iluminó de inmediato, y Luigi tuvo una
sensación que nunca antes había sentido: la de hacer feliz a
otra persona. Fue entonces que descubrió que se siente mucho
mejor regalar algo en vez de recibirlo.
14. La reina de las nieves
(Hans Christian Andersen)
Había una vez dos niños que eran muy amigos y se querían como
hermanos, aunque no lo fueran. La niña se llamaba Gerda y el niño Kay.
Ambos eran vecinos y se sentaban a contemplar las flores y rosales que
sus padres habían dejado crecer en el único canalón que separaba los
tejados de ambas casas.
Un día de invierno en el que nevaba con intensidad la abuelita de
Kay les habló de la Reina de las nieves:
- Junto con los copos de nieve forman un gran enjambre, aunque
ella por supuesto es la abeja blanca más grande. A veces revolotea por
la ciudad, mira a través de las ventanas y éstas se llenan de hielo
formando extrañas figuras.
- ¡Yo quiero que venga!, dijo Kay
Esa misma noche el pequeño Kay se quedó mirando a través de la
ventana los copos de nieve que caían. De repente, uno muy grande
cayó junto a la ventana, en el canalón donde estaban las flores.
Entonces el copo de nieve fue creciendo y creciendo hasta que… ¡se
convirtió en la Reina de las nieves! Iba vestida de blanco, era muy bella
y deslumbrante y aunque estaba viva estaba hecha de hielo.
Kay se asustó tanto que se cayó de la silla en la que estaba subido y
sin decir nada se fue a la cama a dormir.
Al día siguiente heló, llegó el deshielo y por último la primavera. Los
niños paseaban de la mano y se sentaban a mirar su libro de animales,
cuando de repente:
- ¡Ay! ¡Algo se me ha metido en el ojo, y también se me ha clavado
en el corazón! ¡Me duele mucho!- dijo Kay
- A ver déjame ver… pero si no llevas nada - le contestó con cariño
Gerda
Pero algo raro ocurrió en el pequeño porque desde mismo instante
no volvió a ser el mismo. Parecía como si aquel pinchazo que había
sentido en el corazón se lo hubiese helado por completo y como si en el
ojo le hubiese entrado un cristalito que le impidiera ver las cosas tal y
como eran. Kay empezó a volverse gruñón, se burlaba de todo el
mundo y todas las cosas bonitas empezó a encontrarlas feas y
horribles.
Un día de invierno estaba Kay jugando en la plaza con su trineo
cuando llegó un trineo muy grande. Kay corrió a atar su trineo a éste
para que le arrastrase, pero el trineo grande empezó a ir cada vez más
y más rápido, Kay intentó soltarse pero era imposible y cuando se quiso
dar cuenta habían salido de la ciudad y el trineo se deslizaba por el aire
a gran velocidad.
Al cabo de un rato el trineo se detuvo. Entonces la persona que lo
conducía se dio la vuelta y Kay por fin pudo ver quien era. Y cuál fue su
sorpresa cuando descubrió que era… ¡la Reina de las Nieves!
- Hola, ¿Tienes frío?
- Un poco - contestó Kay, que desde hacía un rato sentía que su
corazón estaba a punto de convertirse en hielo.
Entonces la reina besó a Kay en la frente y el pequeño dejó de sentir
frío alguno. Le besó también en las mejillas y Kay se olvidó de Gerda y
de la abuela y de todos los demás.
Al ver Gerda que Kay no regresaba de la plaza comenzó a buscarlo.
Todo lo que logró averiguar fue que había salido a toda velocidad con
su trineo atado a oro grande y precioso. Nadie sabía a dónde había ido
el pequeño y Gerda creyó que se pudo haber caído al río así que
decidió ir a buscarlo. Se montó en una barca que encontró entre los
juncos, pero al no estar la barca atada ésta comenzó a moverse y a
alejarse. A Gerda le entró mucho miedo, intentó pararla pero no lo
consiguió. Creía que iba a ahogarse cuando apareció una viejecita con
un largo bastón de madera que consiguió acercarla hasta la orilla.
- ¿Qué hacías sola en esa barca niñita? ¿No sabes lo peligroso que es
meterse en la corriente? Anda ven conmigo a comer algo y me cuentas
qué haces aquí.
Gerda tuvo algo de miedo, pues no conocía a la anciana, pero estaba
cansada y tenía hambre así que la acompañó a su casa.
La anciana le dio cerezas y mientras le peinó los cabellos con un
peine mágico de oro con el que según le peinaba, Gerda iba olvidando a
Kay.
15. Gerda se quedó con la anciana haciéndole compañía durante el
invierno, pero cuando en primavera salió al jardín y vio una rosa se
acordó de nuevo de su compañero de juegos.
- ¡Tengo que ir a buscarlo!- dijo, y emprendió la búsqueda de nuevo
Gerda comenzó a andar y al cabo de un rato se encontró con un
cuervo que le preguntó a dónde se dirigía. Ella le contó toda la historia
y le preguntó si había visto a Kay. El cuervo se quedó pensativo y
contestó:
- Creo que sí. ¿Es un muchacho con el pelo largo, inteligente y que
calza unas botas que rechinan a cada paso?
- ¡Sí, ese es Kay! ¿Dónde está? ¿Dónde lo has visto?
- En el castillo. Se ha casado con la princesa
- ¿Y tú podrías llevarme hasta allí? Me gustaría verle
El cuervo llevó a Gerda hasta el castillo y pero cuando estuvo muy
cerca de Kay se dio cuenta de que en realidad no era él. Gerda se
entristeció muchísimo y tanto el príncipe como la princesa la
escucharon y la ayudaron. Le regalaron unas botas, un manguito para
que tuviese las manos calientes y una estupenda carroza de oro puro
acompañada de su cochero, sus criados y sus guías.
Gerda continuó su búsqueda, pero la carroza era tan bonita y
brillante que no tardó en despertar el interés de un grupo de
bandoleros.
Gerda fue apresada por una bandolera que tenía una hija pequeña y
que enseguida se quedó con Gerda para que ésta fuera su compañera
de juegos.
Estando las dos a punto de irse a dormir aparecieron por ahí unas
palomas torcaces:
- ¡Gru, gru! Hemos visto al pequeño Kay
- ¿Ah sí? Decidme dónde está por favor
- Está en Laponia. Lo hemos visto junto a la Reina de las Nieves.
Al oírlo el corazón de la pequeña bandolera se ablandó y decidió
liberar a Gerda para que pudiera ir en busca de Kay. Además liberó
también a uno de sus renos para que acompañara a la pequeña hasta
ese lejano lugar.
En el palacio de la Reina de las Nieves todo estaba hecho de nieve.
Era muy frío y muy grande pero todo estaba vacío, allí no había alegría,
ni bailes, ni juegos… De repente Gerda vio un lago helado y cuando se
acercó a él por fin pudo ver a Kay.
-¡Kay! ¡Kay! Soy yo, Gerda
Pero el pobre muchacho estaba congelado y no se movía. La niña lo
abrazó y comenzó a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre el pecho de Kay
y llegaron hasta su corazón helado consiguiendo derretirlo. Le dio un
beso en las mejillas y éstas enrojecieron. Lo besó en las manos y en los
pies y Kay empezó moverse. La pequeña lloró de nuevo de alegría y sus
lágrimas lograron que el cristalito que Kay tenía en el ojo desde hacía
tiempo por fin saliera.
- ¡Gerda! ¡Mi Gerda! ¡Qué alegría tan grande verte! ¿Dónde has
estado?
Y los dos estaban tan contentos los dos que no podían dejar de
abrazarse, reír y llorar de alegría.
Se cogieron de las manos, salieron del palacio y se subieron al reno
rumbo a casa.
Al llegar a su ciudad se dieron cuenta de que nada había cambiado.
Las campanas repicaban igual en la calle y dentro de casa las cosas
seguían en el mismo lugar que antes. Salvo por un pequeño detalle, y
es que se habían convertido en personas adultas.
Las rosas del canalón habían florecido y junto a ellas estaban las dos
sillitas en las que solían sentarse. De modo que allí decidieron sentarse
los dos adultos, que en el fondo, seguían siendo niños en su corazón.