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CUENTOS PRELIMINARES

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(C) 2011 Rakel Archer y Anna Raven
(C) Ilustraciones: F. H. Navarro

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A mi madre.
                       Rakel Archer




      A mis madres, mi abuela y las
  hermanas que nunca llegué a tener.
                       Anna Raven




A Gema, por creer en mí y soportarme
       pacientemente todos los días.
                   Felipe H. Navarro
ÍNDICE


Prólogo....................................................8
No me llames.......................................13
Teté........................................................19
No estoy de servicio...........................25
Lola........................................................49
Guantes blancos..................................53
Del tiempo............................................63
Midlife crisis.........................................71
Depredadoras.....................................101
Las sabias............................................111
Paula ...................................................139
Llévatelo todo....................................145
PRÓLOGO

     DOS MUJERES ENTRAN EN UN BAR...



    Es uno de esos locales atemporales,
preparados para gustar a turistas pero
que mantienen ese encanto y elegancia
del día a día que también engatusa a los
lugareños. Las dos visten de negro sin
necesitar ninguna razón de índole
mística o trascendental, las dos portan
enormes bolsos a rebosar de in-
necesarios artilugios de oficina y las
dos piden un café con leche, aunque es
sólo una de ellas la que habla. Fuera
llueve a cántaros. Aunque luzca el sol,
en esta ciudad, cuando recuerdas,




               -8-
siempre llueve a cántaros.
    –¿Cómo va todo?
    –Necesito un empujón, una meta. Algo que
me motive, ya sabes.
    –Podemos escribir un libro de cuentos.
    –¿Cuentos?
    –Cuentos o relatos. ¿Qué tal relatos sobre
mujeres?
    Sendas libretas cruzan el aire y sendos
bolígrafos, esgrimidos por zurda y diestra,
generan una curiosa, aunque habitual, imagen
especular.

    Desde ese momento, cercano en la
memoria pero ya bastante alejado en el
tiempo, muchos cambios se han tenido que
producir hasta llegar al punto en el que este
libro pueda estar entre tus manos. Como en
una gesta medieval, hubo tres féminas de gran
solera, que habrían de cruzar sus armas con
las nuestras.

    La primera fue la inercia, esa elegante
dama newtoniana que prefiere sugerir a llevar
a cabo. Fue durante esos primeros meses
cuando Lola o Paula irrumpieron en nuestras
vidas, también lo hizo Marga, pero la historia
de Marga no estaba lista para ser contada y ,
acompañada     de    un    par   de   criaturas
mitológicas y de un prefacio a lo preliminar
que jamás vería la luz, cogió sus maletas y nos
abandonó sin ni siquiera dedicarnos una breve
despedida.   Inercia    celebró   su   victoria


                       -9-
llevándose consigo otras historias, otras
mujeres cuyas voces no encontraríamos
mezcladas con nuestra tinta. Inercia nos guió
a un mundo laboral, carente de sueños y parco
en expectativas de cambio y, poco a poco, dio
paso a su segunda aliada en el camino, la
desidia.

    Desidia, espada en mano, lanza en ristre y
con el peso de experiencias pasadas por
bandera, se hizo fuerte en nuestro reino,
condenando a vampiresas, bibliotecarias y
administrativas a cadena perpetua y enviando
a súcubos y artistas a que les cortasen la
cabeza. No mentiremos, el futuro de los
cuentos no pintaba bien, pero dos aguerridos
caballeros, sí, habéis oído bien, caballeros, nos
prestaron su fuerza, su ánimo y su saber. Es
menester del caballero andante no revelar su
nombre, más creemos que en esta ocasión, es
tan valiosa su aportación a la obra, que no
podemos callar, no por más tiempo. Uno,
imagino ya habrán imaginado, es el increíble
ilustrador Felipe H. Navarro. El otro libra sus
batallas en los campos de las letras y, sin su
apoyo y vista de águila, no hubiéramos podido
llegar a buen puerto. Por todo lo dicho, y todo
lo sobredicho en los silencios de estas letras,
muchas gracias Raule.

   Por último, la burocracia. Porque cuando
todo está casi listo, ella sabrá cómo hacer que
lo fácil se convierta en un laberinto de


                        -10-
papeleos, esperas y errores. Pese a ellas, y
gracias a vosotros, por fin podemos decir que
hemos terminado. Por fin, hemos terminado.

      En esa cafetería ya no hay sólo dos
mujeres, hay muchas, muchas más. Están Lola
y Paula, está Laura, está Elly y, mirándonos a
través del cristal, también está Marga. Dejad
que os inviten a un café, o a un whisky doble.
Escuchad sus voces como nosotros lo hicimos
hace muchos meses. Poneos en su piel. Si os
gusta, acariciad su piel. Buscadlas en las
multitudes, en la ciudad, en las pequeñas
callejuelas o en vosotras mismas. Ellas han
abierto sus almas y sus corazones, se
muestran desnudas ante vosotros, sin pudor,
sin tapujos. Podéis ser sus jueces, pero
ninguna de ellas tendrá un verdugo.




                      -11-
NO ME LLAMES

                             Rakel Archer



    Cada vez que me sobreviene un
orgasmo —uno de los buenos, de esos
que vienen por dos frentes— y cierro
los ojos, me veo dentro de una jaima
lujosa, llena de cojines y alfombras, de
colores dorados, rojos y marrones,
escucho el rítmico sonido de los
dumbecs y percibo el aroma de una
buena cachimba. No es que tenga una
especial fijación con el mundo árabe, ni
siquiera con la anatomía masculina,
sobre todo teniendo en cuenta que mi
primera y última relación con un




              -13-
magrebí me llevó a sentirme como el trasero
de una gallina.
    No siempre ha sido así.
    En otras ocasiones, al cerrar los ojos, he
visto cosas tan variopintas como un unicornio,
la Biblioteca del Vaticano o uniformes de las SS
alemanas con más cuero del reglamentario.
Cuando abro los ojos no hay dumbecs ni
flautas, sólo transeúntes que hablan a gritos y
bocinas de automóviles a través de la ventana.
La fogosa jaima se convierte en una habitación
de diseño escandinavo y paredes blancas. Con
suerte, la cabeza que sale de entre las sábanas
me resulta familiar, o no.
    —¿Te lo has pasado bien?
    ¡Ha sido el polvo de mi vida! El mejor, sin
duda. Te voy a hacer un monumento. Estoy
sudando como una cerda y apenas puedo
hablar.
    —Ha sido horrible.
    —Me alegro.
    Nos reímos. Jamás le volveré a decir a un
hombre que es bueno en la cama. Todo lo que
consigo es que se lo crea, me trate como a una
cualquiera y vaya alardeando de sus cuitas.
Amén de no volver a verle el pelo, cosa que
tampoco me importa demasiado. Es más, lo
prefiero.
    Llevo demasiado tiempo saltando de cama
en cama. Huyendo de compromisos de todo
tipo. Me gusta estar sola. La soledad no te
traiciona. No te deja de llamar. No te esconde
de sus amigos ni se inventa historias para


                        -14-
dejarte plantada y compuesta la noche de un
viernes.
     —¿Te puedo llamar?
     Claro que puedes llamarme. Puedes
llamarme. Puedes quedarte. Ahora mismo, no
te lo pienses. Mandaremos a alguien a recoger
tus cosas. No quiero saber nada de tu vida. Ni
siquiera recuerdo como te llamabas. Sólo
quiero que duermas conmigo por las noches y
me hagas lo mismo que has hecho hoy. No te
haré preguntas a cambio de que tu tampoco
me las hagas. Con el tiempo, puede que incluso
nos demos cuenta de que nos llevamos bien, e
incluso que nos enamoremos.
     —No, no puedes.
     Ya estás liberado. Ahora, como todos, me
darás las gracias por ser tan racional y no
tomarme un revolcón como un acuerdo tácito
de compromiso.
     —¿Por qué?
     Mierda.
     —Porque no.
     No me hagas volver a repetirlo o romperé
a llorar.
     —¿Tienes pareja? Es eso, ¿no?
     —No es eso.
     —Entonces hay algo que no te..., da igual.
No insistiré.
     —Por el amor de dios, nos acabamos de
conocer. Y, y, y ni siquiera me acuerdo de tu
n...
     —Pedro.
     —¿Qué?


                       -15-
—Que me llamo Pedro.
    Sonrió.
    No sonrías así que me tiemblan las
rodillas. No me pases los brazos por la cintura.
No me abraces, no hagas eso.
    No me sueltes.
    No me sueltes.
    No me sueltes.
    No te vayas.
    —¿No tenías que irte?
    —No hasta que me des una respuesta.
    —Ya te he dado una.
    —Entonces dame un motivo.
    Que tengo un miedo horrible a que alguien
como tú vuelva a hacerme daño. No creo poder
soportarlo una vez más.
    —Ronco, ronco muchísimo. Y me huelen
los pies. Y tengo un humor de perros.
    —No me digas más, y en las noches de luna
llena te conviertes en mujer lobo.
    —Exacto, mujer lobo.
    —Entonces podremos ir los dos a asustar a
los vecinos.
    —Es una propuesta interesante.
    —¿Entonces puedo llamarte?
    —No...

    Y no llamó. Jamás lo hizo. Sin embargo, al
salir de mi apartamento, cada día tropezaba
con una rosa roja que me deseaba buenos días.
Por tropezar, tropezaba con él en la cafetería
donde lo conocí, todos los días. Y todos los
días subía a mi apartamento. Y durante las


                        -16-
noches de luna llena salíamos a la calle a
asustar a los vecinos.
   Pero nunca me llamó.




                    -17-
NO ESTOY DE SERVICIO

                            Anna Raven



    —Así que... ¿cómo es? ¿qué se
siente?
     —¿Disculpa? —Preguntó con su
marcado acento del norte.
     —¡Ser el demonio!, ¿a qué más
podría estar refiriéndome? —contesté
mientras le daba otro sorbo a mi té,
todavía caliente.
     —No sé como explicarlo —añadió,
encogiéndose de hombros—. Siempre lo
he sido, no noto nada especial, nada
característico que pueda identificarse
como algo anormal, como algo que




             -25-
pueda explicarte. ¿Puedo tomar otra taza de
este café? Esta vez lo haré yo.
    —¡Por Supuesto!
    Y se fue a hacer café.

    El día que conocí al demonio no era un día
especial, sino todo lo contrario. Creo que era
un día soleado. Sí, era un día soleado y casi
seguro que era en marzo. Un día soleado en el
mes de marzo, sí. Creo que estoy en lo cierto
porque recuerdo que yo estaba trabajando en
el jardín de la parte delantera de la casa,
arrancando algunos hierbajos que acababan de
nacer alrededor de mis pobres narcisos,
cuando lo vi por primera vez. Era un hombre
increíblemente apuesto. Mediría sobre metro
ochenta, pelo negro corto, hombros fuertes y
una sonrisa maravillosa. De hecho me
sorprendí,    sonrojándome      cual    crédula
quinceañera, fantaseando con la posibilidad
de, siendo yo todavía joven, poder captar la
atención de unos ojos tan dulces y
encantadores.
    Él subía por mi calle, su piel pálida se
enrojecía con facilidad bajo el sol de la
primavera. No dejaba de mirar a un lado y a
otro, como si estuviese buscando algo, o a
alguien. Creo que lo estuve mirando durante
un buen rato ir de aquí para allí, una y otra
vez, hasta que, por fin, se decidió a acercarse
a mí. Sin importarle mi precario aspecto de
mujer retirada cubierta de tierra hasta las
cejas, me sonrió. En ese momento pensé que


                       -26-
jamás había visto una sonrisa más sincera,
más bella, más llena de sentimiento.
    —Disculpe —comenzó. Su voz era dulce y
melosa, la voz de un encantador jovenzuelo.
    —¿Puedo ayudarte en algo, querido?
—Pregunté. Era muy difícil no ser amable con
él. En mi interior sentía la necesidad de
complacerlo y ayudarlo en todo lo posible, en
todo lo que necesitase, en todo lo que pidiese.
    —¿No sabría usted, por casualidad, dónde
está la calle Cojuel? —Fue entonces cuando me
percaté del pequeño mapa que apoyaba sobre
su bandolera. Lo sostenía entre su pulgar y el
anular de la mano izquierda, mientras el índice
y el corazón marcaban una de las páginas del
mismo. Probablemente el cuadrante que
correspondía con nuestro vecindario.
    —¡Por supuesto que sí! —Me levanté,
sacudiéndome las manos para deshacerme de
restos de tierra y malas hierbas que
permanecían pegadas a mi piel—. ¡Esta es la
calle Cojuel!
    —¡No es posible! —añadió sorprendido,
casi riéndose de la casualidad a la que se
enfrentaba.
    —Me temo que sí —sonreí—, ¿qué número
estás buscando?
    —El treinta y seis.
    —¡Oh, la casa de las niñas! Supongo que
eres uno de los interesados en alquilar una
habitación, ¿no?. Es aquella de allí, la que está
junto al parque, justo después de la iglesia. Es
un poco lioso porque, tal y como está


                        -27-
construida, la mayoría de la gente cree que es
una de las casas de la calle del Purgatorio, pero
es parte de Cojuel.
    Él se limitó a asentir mientras yo me
explayaba con mis explicaciones. Agradecido
por mi ayuda se encaminó a la casa de las
niñas. Desde mi jardín podía verlo mientras
esperaba a que alguien atendiese a su llamada.
Ángela, la más joven, abrió la puerta y le dio
la bienvenida. Al parecer, lo estaban
esperando.

    Las niñas se mudaron al barrio hace dos
años. Esta ciudad es bastante grande pero
nuestro barrio es uno de los más tranquilos. Al
estar en las afueras podemos disfrutar de las
ventajas de vivir en una casa, el aire no está
tan contaminado, hay más espacios verdes y
podemos dejar que los niños jueguen frente a
nuestras puertas. Sin embargo también
sufrimos del mal de los habitantes de chalet,
viéndonos obligados a planear con cautela,
más que minuciosa, cada uno de nuestros
viajes al centro en busca de comida, ropa o de
los demás enseres necesarios para la vida
cotidiana. Además los vecinos nos conocemos
los unos a los otros, no es como en el corazón
de la ciudad. Por supuesto que tenemos
nuestros más y nuestros menos, pero en
general,    nos    llevamos   bastante    bien.
Organizamos barbacoas en el parque, fiestas
para los más pequeños, concursos... y los que
ya entramos en el rango de tercera edad hemos


                        -28-
montado un grupo de teatro que se suele
reunir para los ensayos en la casa parroquial.
No es una mala vida, no lo es en absoluto.
    Cuando las niñas llegaron, eran cuatro:
Ángela, Irene, Catalina y Julia. Julia era la
mayor, tendría unos treinta y tantos por lo
menos. Siempre lucía una larga melena castaña
salpicada de traviesas canas que brillaban a la
luz del sol como si fuesen hilos de diamantes
y, de hecho, parecía mayor de lo que realmente
era. Aunque esto no sólo se debía a su pelo,
sino también a la cansada expresión de sus
ojos verdes. Trabajaba en el hospital, una
médico. Su especialidad era la cirugía estética,
pero no era de esas cirujanas que sólo se
preocupan de remodelar los pechos de las
niñas tontas de dieciséis años, sino de las que
reconstruyen las caras y cuerpos de los
quemados. Nunca fue demasiado feliz. A
finales de año a su novio le habían ofrecido un
trabajo en el sur y habían decidido mudarse,
por eso las niñas buscaban a un cuarto
hombre, pues decían que un piso en el que
sólo conviviesen seres del mismo sexo acababa
siendo enfermizo, para compartir el alquiler.
    Catalina e Irene eran hermanas. Las dos
habían sido criadas en el campo y estaban en
la ciudad para poder ir a la universidad. Las
dos estudiaban enfermería. Aunque Catalina
era dos años mayor que Irene, habían decidido
esperar a que ambas pudiesen permitirse
pagar la matrícula y la manutención en la gran
ciudad antes de embarcarse en la gran


                       -29-
aventura, así que, al acabar el instituto, habían
trabajado durante más de tres años y medio en
uno de los supermercados de una villa cercana
a la casa de sus padres. Ambas eran muy
reservadas, Catalina tocaba el violín e Irene
gustaba de leer en el jardín, aunque pronto
buscaba refugio en su hogar si alguno de
nosotros mostraba algún tipo de interés en lo
que estaba haciendo.
    Ángela era la más intrépida, la más vivaz,
la más parlanchina y, al mismo tiempo, a la
que menos conocíamos. Ella salía cada mañana
y cogía el autobús hacia la ciudad, tan sólo
para regresar bien entrada la noche. Sin
embargo recordaba los nombres de todos los
niños con los que se cruzaba en la pequeña
tienda de ultramarinos, se paraba a hablar con
los del grupo de teatro de camino a su casa y
colaboraba, tanto como podía, en las tareas de
la comunidad. Fue precisamente Ángela la que,
días después, me informó de que Alejandro
había sido aceptado en la casa.
    —Eso está muy bien —le dije—. Espero que
no le hayáis dado la habitación tan sólo por ser
un chico. Eso no estaría demasiado bien visto
y, aunque no me gusta meterme en estos
asuntos, hay que ser consecuente con uno
mismo. ¿Qué pasó con aquella chica que estaba
estudiando matemáticas?
    Ángela frunció el ceño, como intentando
recordar algo muy lejano en el tiempo y
bastante lejano en el espacio.
    —¿Natalia? Oh... —de súbito su expresión


                        -30-
se tornó la de una niña aterrada ante un
increíble    abismo     de    locura—    estaba
totalmente... en otra dimensión. Todo fue más
o menos bien hasta que empezó a hablar de
"los posibles psicópatas que nos acechan en la
calle". Ya sabe, Doña Eleonor, esa gente de mal
vivir que se hace la inconsciente en la calle
para que una, con su buena voluntad, se
acerque a ver qué les pasa y entonces...
     —¿Entonces?
     —Entonces, ¡zas! —gritó, saltando hacia mí
con las manos por delante, simulando las
afiladas     garras   de     un    malencarado
depredador—, te cogen por sorpresa para
violarte, matarte, atracarte y no sé cuántas
cosas más.
     —¡Válgame Dios! —suspiré—. ¿Y dices que
eso pasa a menudo?
     —Al parecer a ella ya le había pasado tres
veces en lo que va de año.
     —Tienes razón, querida. No necesitáis a
una persona así viviendo con vosotros.
     Ella se echó a reír, tenía una risa
contagiosa y cantarina, de las que te alegran el
día.
     —Bueno, y... ¿cómo os va con Alejandro?
—lo cierto es que ya no podía disimular mi
curiosidad por saber algo más del apuesto
muchacho.
     —A decir verdad —comenzó— no nos va.
Pasa bastante tiempo en casa —la pobre niña
se interrumpió cuando se percató de que quizá
estuviese hablando demasiado alto, así que se


                       -31-
FELIPE H. NAVARRO

FH Navarro nació en Madrid en
1971, donde estudió diseño grá-
fico.
Tras muchas hojas llenas de di-
bujos privados, en 2002, decide
sacar su primer fanzine: Jabber-
wocky - adaptación del poema
homónimo de Lewis Carroll. Le
seguirá, en 2003, la recopilación
parcial de su cómic online, THe
traGiCAL coMEdY oF tHe Fis-
hMaN & thE fiSh.

En 2007, se autoedita Catálogo
Cachalote Comix, recopilación
de bocetos, ilustraciones y có-
mics realizados entre el año
2000 y 2007.

Desde 2008, y hasta la fecha,
dirige y coordina la revista digi-
tal, Sushi Online.
En junio de 2008, realiza el
cómic, “Dos hojas”, para Coco
Press.

En 2011, colabora con sus histo-
rias en las publicaciones, Usted
está aquí, Colibrí, tbo4japan y
en los Webcómics de la editorial
Apa Apa.
En la actualidad prepara la edi-
ción en papel de su revista
Sushi .
RAKEL ARCHER

Rakel Archer es el alter ego artís-
tico y algo gamberro de Raquel
G., terapeuta y divulgadora de
salud natural, nacida en Barce-
lona en 1975. Archer vio la luz en
2005 a través del blog “Cuentos,
Desvaríos y Tormentos”, título
que prestó más tarde a su pri-
mera recopilación en papel, publi-
cada en "Tiempo de recreo" en
2007.Un año más tarde publica
“Battle Death” en el especial Erí-
dano Terrorífico de la revista de
ciencia ficción Alfaeridiani.
En 2010 debuta como guionista
de cómic con tres historias cor-
tas: Resistance, junto a la joven
ilustradora Mai Egurza(http://mai-
e.blogspot.com), Comercio exte-
rior, con el maestro Enrique
Fernandez (http://enriquefernan-
dez0.blogspot.com) y Bestiario,
junto al dibujante Ernest Sala
(http://ernestsalablog.blogspot.co
m). Todas ellas publicadas en
“Barcelona TM” por Norma Edito-
rial.
Aficionada al Terror, el Pulp, el
género Negro y a la primera
mitad del sXX, en la actualidad
reparte su tiempo entre la escri-
tura y la creación de complemen-
tos.
ANNA RAVEN

Anna Raven nació en Ourense en
1979 y conoció a Miss Archer en
algún oscuro momento entre el 2005
y el 2006.

Tras múltiples borradores y colabo-
raciones en pequeños fanzines, allá
en los años en los que la edición di-
gital era un lujo y la tendencia gene-
ral de publicaciones se basaba en
un cuidadoso uso de las fotocopias,
decide unir su pluma al enorme ta-
lento de Héctor Barros (www.mr-ma-
chen.deviantart.com/)       y   juntos
colaboran en la publicación a favor
de las víctimas del 11M “Marzo, en
tinta propia” con el relato ilustrado
“5 minutos” y en el segundo número
de la revista BOOM,con el cómic
“Male Manet”.

De la mano del maestro Mel
(http://elchistedemel.blogspot.com/)
colabora con la revista BD Banda
con la miniserie “Titiritracy” y con un
relato ilustrado por Felipe H. Nava-
rro en su revista Sushi Online.

Durante el 2011 publica el relato
“Fille Samedí”, ilustrado por Juan A.
Serrano, en la revista de relatos y
cómics de ciencia ficción oscura,
Chultulhu, editada por Diábolo edi-
ciones.
Liberadas, cautivas, dóciles, agresi-
vas, víctimas, asesinas, heridas y
curtidas, maestras y principiantes.
Once relatos en los que once mujeres
nos muestran, más allá de los
estereotipos, un abanico de modos
de ver la vida, el amor y el sexo.
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  • 3. CUENTOS PRELIMINARES ISBN: 978-84-614-7142-3 Diseñador de portada: F.H. Navarro Ilustración de portada: F. H. Navarro Impreso en España/Printed in Spain Impreso por Publidisa: http://www.publidisa.com (C) 2011 Rakel Archer y Anna Raven (C) Ilustraciones: F. H. Navarro Asociación Cultural Acubillo NIF: G70167887 SI QUIERE RECIBIR INFORMACIÓN PERIÓDICA SOBRE LAS NOVEDADES RELACIONADAS CON ESTE COMPENDIO DE RELATOS, CONSULTE NUESTRA PÁGINA WEB: http://cuentospreliminares.blogspot.com/
  • 4. A mi madre. Rakel Archer A mis madres, mi abuela y las hermanas que nunca llegué a tener. Anna Raven A Gema, por creer en mí y soportarme pacientemente todos los días. Felipe H. Navarro
  • 5. ÍNDICE Prólogo....................................................8 No me llames.......................................13 Teté........................................................19 No estoy de servicio...........................25 Lola........................................................49 Guantes blancos..................................53 Del tiempo............................................63 Midlife crisis.........................................71 Depredadoras.....................................101 Las sabias............................................111 Paula ...................................................139 Llévatelo todo....................................145
  • 6. PRÓLOGO DOS MUJERES ENTRAN EN UN BAR... Es uno de esos locales atemporales, preparados para gustar a turistas pero que mantienen ese encanto y elegancia del día a día que también engatusa a los lugareños. Las dos visten de negro sin necesitar ninguna razón de índole mística o trascendental, las dos portan enormes bolsos a rebosar de in- necesarios artilugios de oficina y las dos piden un café con leche, aunque es sólo una de ellas la que habla. Fuera llueve a cántaros. Aunque luzca el sol, en esta ciudad, cuando recuerdas, -8-
  • 7. siempre llueve a cántaros. –¿Cómo va todo? –Necesito un empujón, una meta. Algo que me motive, ya sabes. –Podemos escribir un libro de cuentos. –¿Cuentos? –Cuentos o relatos. ¿Qué tal relatos sobre mujeres? Sendas libretas cruzan el aire y sendos bolígrafos, esgrimidos por zurda y diestra, generan una curiosa, aunque habitual, imagen especular. Desde ese momento, cercano en la memoria pero ya bastante alejado en el tiempo, muchos cambios se han tenido que producir hasta llegar al punto en el que este libro pueda estar entre tus manos. Como en una gesta medieval, hubo tres féminas de gran solera, que habrían de cruzar sus armas con las nuestras. La primera fue la inercia, esa elegante dama newtoniana que prefiere sugerir a llevar a cabo. Fue durante esos primeros meses cuando Lola o Paula irrumpieron en nuestras vidas, también lo hizo Marga, pero la historia de Marga no estaba lista para ser contada y , acompañada de un par de criaturas mitológicas y de un prefacio a lo preliminar que jamás vería la luz, cogió sus maletas y nos abandonó sin ni siquiera dedicarnos una breve despedida. Inercia celebró su victoria -9-
  • 8. llevándose consigo otras historias, otras mujeres cuyas voces no encontraríamos mezcladas con nuestra tinta. Inercia nos guió a un mundo laboral, carente de sueños y parco en expectativas de cambio y, poco a poco, dio paso a su segunda aliada en el camino, la desidia. Desidia, espada en mano, lanza en ristre y con el peso de experiencias pasadas por bandera, se hizo fuerte en nuestro reino, condenando a vampiresas, bibliotecarias y administrativas a cadena perpetua y enviando a súcubos y artistas a que les cortasen la cabeza. No mentiremos, el futuro de los cuentos no pintaba bien, pero dos aguerridos caballeros, sí, habéis oído bien, caballeros, nos prestaron su fuerza, su ánimo y su saber. Es menester del caballero andante no revelar su nombre, más creemos que en esta ocasión, es tan valiosa su aportación a la obra, que no podemos callar, no por más tiempo. Uno, imagino ya habrán imaginado, es el increíble ilustrador Felipe H. Navarro. El otro libra sus batallas en los campos de las letras y, sin su apoyo y vista de águila, no hubiéramos podido llegar a buen puerto. Por todo lo dicho, y todo lo sobredicho en los silencios de estas letras, muchas gracias Raule. Por último, la burocracia. Porque cuando todo está casi listo, ella sabrá cómo hacer que lo fácil se convierta en un laberinto de -10-
  • 9. papeleos, esperas y errores. Pese a ellas, y gracias a vosotros, por fin podemos decir que hemos terminado. Por fin, hemos terminado. En esa cafetería ya no hay sólo dos mujeres, hay muchas, muchas más. Están Lola y Paula, está Laura, está Elly y, mirándonos a través del cristal, también está Marga. Dejad que os inviten a un café, o a un whisky doble. Escuchad sus voces como nosotros lo hicimos hace muchos meses. Poneos en su piel. Si os gusta, acariciad su piel. Buscadlas en las multitudes, en la ciudad, en las pequeñas callejuelas o en vosotras mismas. Ellas han abierto sus almas y sus corazones, se muestran desnudas ante vosotros, sin pudor, sin tapujos. Podéis ser sus jueces, pero ninguna de ellas tendrá un verdugo. -11-
  • 10.
  • 11. NO ME LLAMES Rakel Archer Cada vez que me sobreviene un orgasmo —uno de los buenos, de esos que vienen por dos frentes— y cierro los ojos, me veo dentro de una jaima lujosa, llena de cojines y alfombras, de colores dorados, rojos y marrones, escucho el rítmico sonido de los dumbecs y percibo el aroma de una buena cachimba. No es que tenga una especial fijación con el mundo árabe, ni siquiera con la anatomía masculina, sobre todo teniendo en cuenta que mi primera y última relación con un -13-
  • 12. magrebí me llevó a sentirme como el trasero de una gallina. No siempre ha sido así. En otras ocasiones, al cerrar los ojos, he visto cosas tan variopintas como un unicornio, la Biblioteca del Vaticano o uniformes de las SS alemanas con más cuero del reglamentario. Cuando abro los ojos no hay dumbecs ni flautas, sólo transeúntes que hablan a gritos y bocinas de automóviles a través de la ventana. La fogosa jaima se convierte en una habitación de diseño escandinavo y paredes blancas. Con suerte, la cabeza que sale de entre las sábanas me resulta familiar, o no. —¿Te lo has pasado bien? ¡Ha sido el polvo de mi vida! El mejor, sin duda. Te voy a hacer un monumento. Estoy sudando como una cerda y apenas puedo hablar. —Ha sido horrible. —Me alegro. Nos reímos. Jamás le volveré a decir a un hombre que es bueno en la cama. Todo lo que consigo es que se lo crea, me trate como a una cualquiera y vaya alardeando de sus cuitas. Amén de no volver a verle el pelo, cosa que tampoco me importa demasiado. Es más, lo prefiero. Llevo demasiado tiempo saltando de cama en cama. Huyendo de compromisos de todo tipo. Me gusta estar sola. La soledad no te traiciona. No te deja de llamar. No te esconde de sus amigos ni se inventa historias para -14-
  • 13. dejarte plantada y compuesta la noche de un viernes. —¿Te puedo llamar? Claro que puedes llamarme. Puedes llamarme. Puedes quedarte. Ahora mismo, no te lo pienses. Mandaremos a alguien a recoger tus cosas. No quiero saber nada de tu vida. Ni siquiera recuerdo como te llamabas. Sólo quiero que duermas conmigo por las noches y me hagas lo mismo que has hecho hoy. No te haré preguntas a cambio de que tu tampoco me las hagas. Con el tiempo, puede que incluso nos demos cuenta de que nos llevamos bien, e incluso que nos enamoremos. —No, no puedes. Ya estás liberado. Ahora, como todos, me darás las gracias por ser tan racional y no tomarme un revolcón como un acuerdo tácito de compromiso. —¿Por qué? Mierda. —Porque no. No me hagas volver a repetirlo o romperé a llorar. —¿Tienes pareja? Es eso, ¿no? —No es eso. —Entonces hay algo que no te..., da igual. No insistiré. —Por el amor de dios, nos acabamos de conocer. Y, y, y ni siquiera me acuerdo de tu n... —Pedro. —¿Qué? -15-
  • 14. —Que me llamo Pedro. Sonrió. No sonrías así que me tiemblan las rodillas. No me pases los brazos por la cintura. No me abraces, no hagas eso. No me sueltes. No me sueltes. No me sueltes. No te vayas. —¿No tenías que irte? —No hasta que me des una respuesta. —Ya te he dado una. —Entonces dame un motivo. Que tengo un miedo horrible a que alguien como tú vuelva a hacerme daño. No creo poder soportarlo una vez más. —Ronco, ronco muchísimo. Y me huelen los pies. Y tengo un humor de perros. —No me digas más, y en las noches de luna llena te conviertes en mujer lobo. —Exacto, mujer lobo. —Entonces podremos ir los dos a asustar a los vecinos. —Es una propuesta interesante. —¿Entonces puedo llamarte? —No... Y no llamó. Jamás lo hizo. Sin embargo, al salir de mi apartamento, cada día tropezaba con una rosa roja que me deseaba buenos días. Por tropezar, tropezaba con él en la cafetería donde lo conocí, todos los días. Y todos los días subía a mi apartamento. Y durante las -16-
  • 15. noches de luna llena salíamos a la calle a asustar a los vecinos. Pero nunca me llamó. -17-
  • 16. NO ESTOY DE SERVICIO Anna Raven —Así que... ¿cómo es? ¿qué se siente? —¿Disculpa? —Preguntó con su marcado acento del norte. —¡Ser el demonio!, ¿a qué más podría estar refiriéndome? —contesté mientras le daba otro sorbo a mi té, todavía caliente. —No sé como explicarlo —añadió, encogiéndose de hombros—. Siempre lo he sido, no noto nada especial, nada característico que pueda identificarse como algo anormal, como algo que -25-
  • 17. pueda explicarte. ¿Puedo tomar otra taza de este café? Esta vez lo haré yo. —¡Por Supuesto! Y se fue a hacer café. El día que conocí al demonio no era un día especial, sino todo lo contrario. Creo que era un día soleado. Sí, era un día soleado y casi seguro que era en marzo. Un día soleado en el mes de marzo, sí. Creo que estoy en lo cierto porque recuerdo que yo estaba trabajando en el jardín de la parte delantera de la casa, arrancando algunos hierbajos que acababan de nacer alrededor de mis pobres narcisos, cuando lo vi por primera vez. Era un hombre increíblemente apuesto. Mediría sobre metro ochenta, pelo negro corto, hombros fuertes y una sonrisa maravillosa. De hecho me sorprendí, sonrojándome cual crédula quinceañera, fantaseando con la posibilidad de, siendo yo todavía joven, poder captar la atención de unos ojos tan dulces y encantadores. Él subía por mi calle, su piel pálida se enrojecía con facilidad bajo el sol de la primavera. No dejaba de mirar a un lado y a otro, como si estuviese buscando algo, o a alguien. Creo que lo estuve mirando durante un buen rato ir de aquí para allí, una y otra vez, hasta que, por fin, se decidió a acercarse a mí. Sin importarle mi precario aspecto de mujer retirada cubierta de tierra hasta las cejas, me sonrió. En ese momento pensé que -26-
  • 18. jamás había visto una sonrisa más sincera, más bella, más llena de sentimiento. —Disculpe —comenzó. Su voz era dulce y melosa, la voz de un encantador jovenzuelo. —¿Puedo ayudarte en algo, querido? —Pregunté. Era muy difícil no ser amable con él. En mi interior sentía la necesidad de complacerlo y ayudarlo en todo lo posible, en todo lo que necesitase, en todo lo que pidiese. —¿No sabría usted, por casualidad, dónde está la calle Cojuel? —Fue entonces cuando me percaté del pequeño mapa que apoyaba sobre su bandolera. Lo sostenía entre su pulgar y el anular de la mano izquierda, mientras el índice y el corazón marcaban una de las páginas del mismo. Probablemente el cuadrante que correspondía con nuestro vecindario. —¡Por supuesto que sí! —Me levanté, sacudiéndome las manos para deshacerme de restos de tierra y malas hierbas que permanecían pegadas a mi piel—. ¡Esta es la calle Cojuel! —¡No es posible! —añadió sorprendido, casi riéndose de la casualidad a la que se enfrentaba. —Me temo que sí —sonreí—, ¿qué número estás buscando? —El treinta y seis. —¡Oh, la casa de las niñas! Supongo que eres uno de los interesados en alquilar una habitación, ¿no?. Es aquella de allí, la que está junto al parque, justo después de la iglesia. Es un poco lioso porque, tal y como está -27-
  • 19. construida, la mayoría de la gente cree que es una de las casas de la calle del Purgatorio, pero es parte de Cojuel. Él se limitó a asentir mientras yo me explayaba con mis explicaciones. Agradecido por mi ayuda se encaminó a la casa de las niñas. Desde mi jardín podía verlo mientras esperaba a que alguien atendiese a su llamada. Ángela, la más joven, abrió la puerta y le dio la bienvenida. Al parecer, lo estaban esperando. Las niñas se mudaron al barrio hace dos años. Esta ciudad es bastante grande pero nuestro barrio es uno de los más tranquilos. Al estar en las afueras podemos disfrutar de las ventajas de vivir en una casa, el aire no está tan contaminado, hay más espacios verdes y podemos dejar que los niños jueguen frente a nuestras puertas. Sin embargo también sufrimos del mal de los habitantes de chalet, viéndonos obligados a planear con cautela, más que minuciosa, cada uno de nuestros viajes al centro en busca de comida, ropa o de los demás enseres necesarios para la vida cotidiana. Además los vecinos nos conocemos los unos a los otros, no es como en el corazón de la ciudad. Por supuesto que tenemos nuestros más y nuestros menos, pero en general, nos llevamos bastante bien. Organizamos barbacoas en el parque, fiestas para los más pequeños, concursos... y los que ya entramos en el rango de tercera edad hemos -28-
  • 20. montado un grupo de teatro que se suele reunir para los ensayos en la casa parroquial. No es una mala vida, no lo es en absoluto. Cuando las niñas llegaron, eran cuatro: Ángela, Irene, Catalina y Julia. Julia era la mayor, tendría unos treinta y tantos por lo menos. Siempre lucía una larga melena castaña salpicada de traviesas canas que brillaban a la luz del sol como si fuesen hilos de diamantes y, de hecho, parecía mayor de lo que realmente era. Aunque esto no sólo se debía a su pelo, sino también a la cansada expresión de sus ojos verdes. Trabajaba en el hospital, una médico. Su especialidad era la cirugía estética, pero no era de esas cirujanas que sólo se preocupan de remodelar los pechos de las niñas tontas de dieciséis años, sino de las que reconstruyen las caras y cuerpos de los quemados. Nunca fue demasiado feliz. A finales de año a su novio le habían ofrecido un trabajo en el sur y habían decidido mudarse, por eso las niñas buscaban a un cuarto hombre, pues decían que un piso en el que sólo conviviesen seres del mismo sexo acababa siendo enfermizo, para compartir el alquiler. Catalina e Irene eran hermanas. Las dos habían sido criadas en el campo y estaban en la ciudad para poder ir a la universidad. Las dos estudiaban enfermería. Aunque Catalina era dos años mayor que Irene, habían decidido esperar a que ambas pudiesen permitirse pagar la matrícula y la manutención en la gran ciudad antes de embarcarse en la gran -29-
  • 21. aventura, así que, al acabar el instituto, habían trabajado durante más de tres años y medio en uno de los supermercados de una villa cercana a la casa de sus padres. Ambas eran muy reservadas, Catalina tocaba el violín e Irene gustaba de leer en el jardín, aunque pronto buscaba refugio en su hogar si alguno de nosotros mostraba algún tipo de interés en lo que estaba haciendo. Ángela era la más intrépida, la más vivaz, la más parlanchina y, al mismo tiempo, a la que menos conocíamos. Ella salía cada mañana y cogía el autobús hacia la ciudad, tan sólo para regresar bien entrada la noche. Sin embargo recordaba los nombres de todos los niños con los que se cruzaba en la pequeña tienda de ultramarinos, se paraba a hablar con los del grupo de teatro de camino a su casa y colaboraba, tanto como podía, en las tareas de la comunidad. Fue precisamente Ángela la que, días después, me informó de que Alejandro había sido aceptado en la casa. —Eso está muy bien —le dije—. Espero que no le hayáis dado la habitación tan sólo por ser un chico. Eso no estaría demasiado bien visto y, aunque no me gusta meterme en estos asuntos, hay que ser consecuente con uno mismo. ¿Qué pasó con aquella chica que estaba estudiando matemáticas? Ángela frunció el ceño, como intentando recordar algo muy lejano en el tiempo y bastante lejano en el espacio. —¿Natalia? Oh... —de súbito su expresión -30-
  • 22. se tornó la de una niña aterrada ante un increíble abismo de locura— estaba totalmente... en otra dimensión. Todo fue más o menos bien hasta que empezó a hablar de "los posibles psicópatas que nos acechan en la calle". Ya sabe, Doña Eleonor, esa gente de mal vivir que se hace la inconsciente en la calle para que una, con su buena voluntad, se acerque a ver qué les pasa y entonces... —¿Entonces? —Entonces, ¡zas! —gritó, saltando hacia mí con las manos por delante, simulando las afiladas garras de un malencarado depredador—, te cogen por sorpresa para violarte, matarte, atracarte y no sé cuántas cosas más. —¡Válgame Dios! —suspiré—. ¿Y dices que eso pasa a menudo? —Al parecer a ella ya le había pasado tres veces en lo que va de año. —Tienes razón, querida. No necesitáis a una persona así viviendo con vosotros. Ella se echó a reír, tenía una risa contagiosa y cantarina, de las que te alegran el día. —Bueno, y... ¿cómo os va con Alejandro? —lo cierto es que ya no podía disimular mi curiosidad por saber algo más del apuesto muchacho. —A decir verdad —comenzó— no nos va. Pasa bastante tiempo en casa —la pobre niña se interrumpió cuando se percató de que quizá estuviese hablando demasiado alto, así que se -31-
  • 23. FELIPE H. NAVARRO FH Navarro nació en Madrid en 1971, donde estudió diseño grá- fico. Tras muchas hojas llenas de di- bujos privados, en 2002, decide sacar su primer fanzine: Jabber- wocky - adaptación del poema homónimo de Lewis Carroll. Le seguirá, en 2003, la recopilación parcial de su cómic online, THe traGiCAL coMEdY oF tHe Fis- hMaN & thE fiSh. En 2007, se autoedita Catálogo Cachalote Comix, recopilación de bocetos, ilustraciones y có- mics realizados entre el año 2000 y 2007. Desde 2008, y hasta la fecha, dirige y coordina la revista digi- tal, Sushi Online. En junio de 2008, realiza el cómic, “Dos hojas”, para Coco Press. En 2011, colabora con sus histo- rias en las publicaciones, Usted está aquí, Colibrí, tbo4japan y en los Webcómics de la editorial Apa Apa. En la actualidad prepara la edi- ción en papel de su revista Sushi .
  • 24. RAKEL ARCHER Rakel Archer es el alter ego artís- tico y algo gamberro de Raquel G., terapeuta y divulgadora de salud natural, nacida en Barce- lona en 1975. Archer vio la luz en 2005 a través del blog “Cuentos, Desvaríos y Tormentos”, título que prestó más tarde a su pri- mera recopilación en papel, publi- cada en "Tiempo de recreo" en 2007.Un año más tarde publica “Battle Death” en el especial Erí- dano Terrorífico de la revista de ciencia ficción Alfaeridiani. En 2010 debuta como guionista de cómic con tres historias cor- tas: Resistance, junto a la joven ilustradora Mai Egurza(http://mai- e.blogspot.com), Comercio exte- rior, con el maestro Enrique Fernandez (http://enriquefernan- dez0.blogspot.com) y Bestiario, junto al dibujante Ernest Sala (http://ernestsalablog.blogspot.co m). Todas ellas publicadas en “Barcelona TM” por Norma Edito- rial. Aficionada al Terror, el Pulp, el género Negro y a la primera mitad del sXX, en la actualidad reparte su tiempo entre la escri- tura y la creación de complemen- tos.
  • 25. ANNA RAVEN Anna Raven nació en Ourense en 1979 y conoció a Miss Archer en algún oscuro momento entre el 2005 y el 2006. Tras múltiples borradores y colabo- raciones en pequeños fanzines, allá en los años en los que la edición di- gital era un lujo y la tendencia gene- ral de publicaciones se basaba en un cuidadoso uso de las fotocopias, decide unir su pluma al enorme ta- lento de Héctor Barros (www.mr-ma- chen.deviantart.com/) y juntos colaboran en la publicación a favor de las víctimas del 11M “Marzo, en tinta propia” con el relato ilustrado “5 minutos” y en el segundo número de la revista BOOM,con el cómic “Male Manet”. De la mano del maestro Mel (http://elchistedemel.blogspot.com/) colabora con la revista BD Banda con la miniserie “Titiritracy” y con un relato ilustrado por Felipe H. Nava- rro en su revista Sushi Online. Durante el 2011 publica el relato “Fille Samedí”, ilustrado por Juan A. Serrano, en la revista de relatos y cómics de ciencia ficción oscura, Chultulhu, editada por Diábolo edi- ciones.
  • 26. Liberadas, cautivas, dóciles, agresi- vas, víctimas, asesinas, heridas y curtidas, maestras y principiantes. Once relatos en los que once mujeres nos muestran, más allá de los estereotipos, un abanico de modos de ver la vida, el amor y el sexo. 9.95€