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Desarrollo psicosocial
en la adolescencia
La cara en el espejo
me mira fijamente
demandándome ¿Quién eres? ¿En qué te convertirás?
Y me recrimina. Ni siquiera lo sabes.
Humillada, me acobardo y concuerdo
y después
porque aún soy joven,
saco la lengua.
Eve Merriam, “Conversations with myself”, 1964
Encuadre Jackie Robinson, leyenda del béisbol
El 15 de abril de 1947, cuando Jack Roosevelt (“Jackie”) Robinson (1919-
1972), de 28 años de edad, se puso el uniforme de los Dodgers de Brooklyn y
salió al parque de béisbol, Ebbets Field, se convirtió en el primer
afroestadounidense
del siglo XX en jugar béisbol en las grandes ligas. Para el final de su
espectacular primera temporada en la que se le nombró Novato del Año, el
nombre de Robinson se había vuelto más que conocido. Dos años después,
se le eligió Jugador Más Valioso. Durante sus 10 años con los Dodgers, el
equipo ganó seis títulos en su liga y Robinson jugó en seis Juegos de Estrellas
consecutivos. Después de su retiro, se le seleccionó al Salón de la Fama
en la primera ronda de votaciones.
Su triunfo no fue un logro fácil. Cuando el administrador del equipo de
los Dodgers, Branch Rickey, decidió contratar a Robinson de las Ligas
afroestadounidenses,
varios jugadores le pidieron que no le permitiera entrar al equipo. Sin embargo, la
proeza atlética de Robinson y su porte distinguido ante los insultos y amenazas
racistas, el correo
amenazante y los intentos de daño físico, se ganaron el respeto del mundo del
béisbol. Dentro
de la siguiente década, la mayoría de los equipos de grandes ligas habían
contratado jugadores
afroestadounidenses. El béisbol se había convertido en “una de las primeras
instituciones de la
sociedad moderna en aceptar a los afroestadounidenses en una base
relativamente equitativa”
(Tygiel, 1983).
Detrás de la leyenda de Jackie Robinson se encuentra la historia de un niño
prodigiosamente
talentoso que creció en una nación en que las oportunidades para los jóvenes
afroestadounidenses
eran extremadamente limitadas. Su abuelo había sido esclavo. Su padre, un
mediero de
Georgia, abandonó a su esposa y a sus cinco hijos cuando Jackie cumplió los seis
meses de edad.
Su madre, Mallie Robinson, era una mujer resuelta, profundamente religiosa, que
inculcó en sus
hijos su misma fortaleza moral y orgullo. Determinada a darles una buena
educación, mudó a
su familia a Pasadena, California. No obstante, en Pasadena había segregación
casi en el mismo
grado que en el prejuicioso sureste de Estados Unidos.
Jackie Robinson vivía para los deportes. Idolatraba a su hermano Mack, quien se
ganó una
medalla de plata en las Olimpiadas de 1963. Para cuando Jackie inició su
escolaridad media, ya
era estrella por derecho propio. También hacía trabajos diversos después de la
escuela.
Aun así, tenía demasiado tiempo en sus manos. Se unió a una pandilla callejera
de muchachos
pobres afroestadounidenses, mexicanos y japoneses que “hervían en un
resentimiento
creciente al verse privados de algunas de las ventajas que tenían los chicos de
raza blanca” (J.
Robinson, 1995, p. 6). Las actividades de la pandilla (tirarle piedras a los
automóviles y luces de
la calle, romper ventanas y robarse manzanas de los puestos callejeros) eran lo
suficientemente
graves para meterlos en problemas. Pero en una ocasión se les llevó a la cárcel a
punta de pistola
tan sólo por nadar en una represa dado que se les negaba la entrada a la alberca
municipal, exclusiva
para personas de raza blanca.
Más adelante, Robinson reflexionó: “pude haberme convertido en todo un
delincuente juvenil”
si no hubiese sido por la influencia de dos hombres. Uno de ellos era un mecánico
automotriz,
Carl Anderson, quien le señaló que “no se requería de valor para seguir a la
multitud, que
la valentía y la inteligencia se encontraban en la disposición a ser diferente” (J.
Robinson, 1995,
pp. 6-7). El otro era un joven ministro afroestadounidense, Karl Downs, quien
atrajo a Robinson
y a sus amigos a las actividades atléticas patrocinadas por la iglesia, escuchó sus
inquietudes,
los ayudó a conseguir trabajos y los convenció para que ayudaran a construir un
centro juvenil
—“una alternativa a quedarse vagando por las esquinas”— (J. Robinson, 1995, p.
8). Más adelante,
en la universidad, Robinson se prestó como maestro voluntario en la escuela de
catecismo
de su iglesia.
• • •
La adolescencia es una época tanto de oportunidades como de riesgos. Los
adolescentes se
encuentran al borde del amor, de una vida de trabajo y de la participación en la
sociedad
adulta. Y, sin embargo, la adolescencia también es una época en la que algunos
jóvenes
participan en conductas que limitan sus posibilidades. En la actualidad, las
investigaciones se
centran cada vez más en cómo ayudar a los jóvenes a evitar los peligros que
pueden limitarlos en
la realización de su máximo potencial. Lo que salvó a Jackie Robinson, además de
la influencia
de su madre trabajadora e indómita, sus hermanos mayores y sus mentores
adultos, fueron su talento
y su pasión por los deportes, que a la larga le permitieron canalizar su motivación,
energía,
audacia y rebelión en contra del racismo en una dirección positiva.
En los capítulos 15 y 16 analizamos algunos factores físicos y cognitivos, como la
apariencia
y el aprovechamiento escolar, que contribuyen al sentido del yo de los
adolescentes. En el presente
capítulo, enfocaremos la atención de manera más directa a la búsqueda de
identidad. Discutiremos
la forma en que los adolescentes se enfrentan a su sexualidad. Consideraremos la
forma en
que la individualidad naciente de los adolescentes se expresa en las relaciones
con sus padres,
hermanos y pares. Examinaremos las raíces de la conducta antisocial y las
maneras de reducir los
riesgos de la adolescencia para convertirla en un momento de crecimiento positivo
y oportunidades
en expansión. Por último, obtendremos un punto de vista transcultural de la
adolescencia
tardía y la adultez emergente.
Una vez que lea y estudie el presente capítulo, podrá contestar cada una de las
preguntas
indicadoras de estudios que aparecen en la página siguiente. Búsquelos de nuevo
en los márgenes
a lo largo del capítulo, donde indican conceptos importantes. Para confirmar su
comprensión de
estos indicadores, revise el resumen al final del capítulo. Los puntos de
verificación localizados a
lo largo del material lo ayudarán a verificar su comprensión de lo que leyó.
La búsqueda de la identidad
La búsqueda de la identidad —según Erikson, una concepción coherente del yo
formada
por metas, valores y creencias con los que la persona se compromete de manera
firme— se
enfoca durante los años adolescentes. El desarrollo cognitivo de los adolescentes
ahora les
permite construir una “teoría del yo” (Elkind, 1998). Como enfatizó Erikson (1950),
el esfuerzo
por darle sentido al yo es parte de un proceso sano que se construye sobre las
bases
de los logros conseguidos en etapas anteriores (la confianza, la autonomía, la
iniciativa y la
industria) y que coloca los cimientos para enfrentarse a los retos de la vida adulta.
Sin embargo,
es raro que la crisis de identidad se resuelva por completo durante la
adolescencia;
las cuestiones relacionadas con la identidad surgen una y otra vez a lo largo de la
adultez.
Erikson: identidad versus confusión de identidad
La tarea principal de la adolescencia, dijo Erikson (1968), es enfrentarse a la crisis
de
identidad versus confusión de identidad (o de identidad versus confusión de
rol) a fin de convertirse
en un adulto único con un sentido coherente del yo y un papel valorado dentro de
la sociedad. Su concepto de crisis de identidad se fundamentaba, en parte, en su
propia experiencia
vital. Durante su infancia en Alemania como el hijo natural de una mujer judía
de Dinamarca separada de su primer marido, Erikson nunca conoció a su padre
biológico.
Aunque a los nueve años fue adoptado por el segundo esposo de su madre, un
pediatra
alemán judío, sentía confusión acerca de quién era. Dio tumbos durante un tiempo
antes
de encontrar su vocación. Cuando emigró a Estados Unidos, necesitó redefinir su
identidad
como inmigrante. Todas estas cuestiones encontraron un eco en las crisis de
identidad
que observó en adolescentes perturbados, soldados en combate y miembros de
grupos
minoritarios (Erikson, 1969, 1973; L. J. Friedman, 1999).
Según Erikson, la identidad se forma a medida que los jóvenes resuelven tres
cuestiones
principales: la elección de una ocupación, la adopción de los valores con los que
vivirán
y el desarrollo de una identidad sexual satisfactoria. Durante la tercera infancia, los
niños
adquieren las habilidades necesarias para lograr el éxito dentro de su cultura.
Como adolescentes,
necesitan encontrar formas constructivas de utilizar estas habilidades. Cuando a
los jóvenes se les dificulta decidir su identidad ocupacional (o cuando sus
oportunidades
se encuentran limitadas, como era el caso para Jackie Robinson y sus amigos), es
posible
que incurran en conductas con consecuencias negativas graves, tales como
actividades delictivas
o embarazos tempranos.
Según Erikson, la moratoria psicosocial, el periodo de libertad que proporciona la
adolescencia, les permite a los jóvenes buscar compromisos a los que pueden ser
fieles. Los
compromisos de Jackie Robinson fueron desarrollar su potencial atlético y ayudar
a mejorar
la posición de los afroestadounidenses dentro de Estados Unidos. En la
actualidad,
dice el psicólogo David Elkind, muchos adolescentes encuentran “que se les
impone una adultez prematura” (1998, p. 7). Carecen del tiempo y de la
oportunidad
para tener una moratoria psicosocial: el periodo de libertad necesario
para desarrollar un yo estable y dirigido hacia el interior.
De acuerdo con Erikson, los adolescentes que resuelven la crisis de identidad
de manera satisfactoria desarrollan la virtud de la fidelidad: lealtad sostenida,
esperanza o una sensación de pertenecer a una persona amada o a los
amigos y compañeros. La fidelidad también puede significar una identificación
con un conjunto de valores, una ideología, una religión, un movimiento político,
un interés creativo o un grupo étnico (Erikson, 1982).
La fidelidad es una extensión de la confianza. Durante la lactancia, es importante
que la confianza en los demás supere la desconfianza; en la adolescencia,
adquiere importancia la confianza en sí mismo. Los adolescentes extienden
su confianza a mentores o seres amados. Al compartir sus pensamientos y
sentimientos,
el adolescente aclara una identidad tentativa al verla reflejada en los
ojos de la persona amada. Sin embargo, estas intimidades adolescentes difieren
de la intimidad madura, que implica un mayor compromiso, sacrificio y
transigencia.
Erikson consideraba que el peligro principal de esta etapa era la confusión
de identidad o rol, que puede demorar enormemente la llegada de la adultez
psicológica.
(Él mismo no resolvió su propia crisis de identidad hasta mediados de
su segunda década de vida). No obstante, es normal cierto grado de confusión
de identidad. Según Erikson, ésta explica la naturaleza aparentemente caótica
de gran parte de la conducta adolescente y la dolorosa inhibición que exhiben
los jóvenes. La pertenencia a camarillas y la intolerancia ante las diferencias,
ambas sellos
distintivos de la adolescencia, son defensas en contra de la confusión de
identidad.
La teoría de Erikson describe el desarrollo de la identidad masculina como la
norma.
Según Erikson, un hombre no es capaz de la verdadera intimidad hasta después
que adquiere
una identidad estable, mientras que las mujeres se definen a sí mismas por medio
del matrimonio y la maternidad (algo que pudo haber sido más cierto cuando
Erikson
desarrolló su teoría que en la actualidad). Por consiguiente, decía Erikson, las
mujeres (a
diferencia de los hombres) desarrollan su identidad por medio de la intimidad, no
antes de
la misma. Como veremos, esta orientación masculina de la teoría de Erikson ha
provocado
críticas. Aun así, el concepto de crisis de identidad de Erikson ha inspirado una
gran
cantidad de investigaciones valiosas.
Marcia: estado de identidad (crisis y compromiso)
Caterina, Andrea, Nick y Mark estaban todos a punto de graduarse de la
educación media
superior. Kate (como le dice todo el mundo) ha reflexionado acerca de sus
intereses y
talentos y planea convertirse en ingeniero. Ha reducido sus elecciones
universitarias a tres
buenas instituciones que ofrecen buenos planes de estudio en su campo.
Andrea sabe exactamente lo que va a hacer con su vida. Su madre, una líder
sindical
en una fábrica de plásticos, ha hecho arreglos para que Andrea asista a un
programa como
aprendiz en la compañía. Andrea nunca ha considerado hacer otra cosa.
Nick agoniza acerca de su futuro. ¿Debería asistir a una universidad técnica o
enlistarse
en el ejército? Todavía no puede decidir qué debe hacer ahora ni lo que quiere
hacer
a futuro.
Mark aún no tiene idea de lo que quiere hacer, pero no está preocupado. Supone
que
puede conseguir algún tipo de empleo y tomar una decisión acerca de su futuro
cuando se
sienta preparado para hacerlo.
Estos cuatro jóvenes están involucrados en la formación de su identidad. ¿Qué
explica
las diferencias en la manera en que lo hacen y cómo es que estas diferencias
afectarán el
resultado? Según las investigaciones del psicólogo James E. Marcia (1966, 1980),
estos
adolescentes se encuentran en cuatro diferentes estados de identidad, estados
de desarrollo
del yo (self).
Por medio de entrevistas semiestructuradas de estado de identidad de 30 minutos
de
duración (Kroger, 2003; cuadro 17-1), Marcia distinguió entre cuatro tipos distintos
de
estado de identidad: logro de identidad, exclusión, moratoria y difusión de
identidad. Las
cuatro categorías difieren según la presencia o ausencia de crisis y compromiso,
los dos
elementos que Erikson consideraba como esenciales para la formación de la
identidad.
Marcia define la crisis como un periodo de toma de decisiones conscientes y el
compromiso
como inversión personal en una ocupación o ideología (sistema de creencias).
Encontró
relaciones entre el estado de identidad y características tales como ansiedad,
autoestima,
razonamiento moral y patrones de comportamiento. Basándose en la teoría de
Marcia,
otros investigadores identificaron otras variables de personalidad y familiares
relacionadas
con los estados de identidad (cuadro 17-2). A continuación se proporciona un
boceto
más detallado de los jóvenes en cada estado de identidad:
• Logro de identidad (crisis que conduce a un compromiso). Caterina ha resuelto
su crisis
de identidad. Durante el periodo de crisis, dedicó gran cantidad de reflexión y
cierto
esfuerzo emocional a las principales cuestiones de su vida. Ha realizado sus
elecciones
y expresa un fuerte compromiso hacia las mismas. Sus padres la han alentado a
tomar
sus propias decisiones; han escuchado sus ideas, y le han dado sus opiniones sin
presionarla
a que las adopte. Caterina es pensativa, pero no tan introspectiva que le impida
actuar. Tiene un buen sentido del humor, funciona bien bajo estrés, es capaz de
relacionarse íntimamente y se atiene a sus estándares al mismo tiempo que
permanece
abierta a ideas nuevas. La investigación en una variedad de culturas ha
encontrado
que las personas en esta categoría son más maduras y más competentes
socialmente
que las personas en las otras tres categorías (Marcia, 1993).
• Exclusión (compromiso sin crisis). Andrea ha hecho compromisos, no como
resultado
de la exploración de sus posibles opciones, sino al aceptar los planes que alguien
más
ha hecho para su vida. Se siente feliz y confiada, tal vez incluso superior y
autosatisfecha,
y se torna dogmática cuando se cuestionan sus opiniones. Tiene vínculos
estrecrisis
chos con su familia, es obediente y sigue a líderes poderosos, como su madre,
quien no
acepta disconformidades.
• Moratoria (crisis sin que aún haya compromiso). Nick se encuentra en crisis,
luchando
con sus decisiones. Es vivaz, hablantín, confiado y escrupuloso, pero también
ansioso
y temeroso. Siente apego hacia su madre, pero se resiste ante su autoridad.
Quiere
tener una novia, pero todavía no ha desarrollado una relación cercana. Es
probable
que a la larga salga de su crisis con la capacidad de hacer compromisos y lograr
una
identidad.
• Difusión de identidad (sin compromiso, sin crisis). Mark no ha considerado sus
opciones
de manera seria y ha evitado comprometerse. No se siente seguro de sí mismo y
es
poco cooperativo. Sus padres no discuten su futuro con él; le dicen que eso
depende
de él. Las personas en esta categoría se sienten infelices y a menudo solitarias.
Estas categorías no son etapas; representan el estado del desarrollo de la
identidad
durante un momento en particular y es probable que éste cambie en cualquier
sentido a
medida que los jóvenes continúan desarrollándose (Marcia, 1979). Cuando las
personas
de mediana edad miran hacia el pasado, lo más común es que puedan trazar su
camino de
la exclusión a la moratoria, y de ahí al logro de identidad (Kroger y Haslett, 1991).
Como
propuso Marcia, a partir de la adolescencia tardía más y más personas se
encuentran en
moratoria o logro: están buscando o encontrando su identidad. Cerca de la mitad
de los
adolescentes tardíos permanecen en exclusión o difusión, pero cuando el
desarrollo sucede,
típicamente se da en la dirección descrita por Marcia (Kroger, 2003). Además, aun
cuando las personas en exclusión parecen haber tomado decisiones finales, a
menudo no
es el caso.
Diferencias de género en la formación de la identidad
Muchas investigaciones sustentan la perspectiva de Erikson de que, para las
mujeres, la
identidad y la intimidad se desarrollan de manera conjunta. No obstante, en lugar
de
considerar que este patrón es una desviación a partir de una norma masculina,
algunos
investigadores lo califican como una debilidad en la teoría de Erikson que, según
afirman,
se basa en los conceptos occidentales androcéntricos de individualidad,
autonomía y competitividad.
Según Carol Gilligan (1982, 1987a, 1987b; L. M. Brown y Gilligan, 1990), el
sentido del yo femenino se desarrolla no tanto por medio del logro de una
identidad separada,
sino mediante el establecimiento de relaciones. Las niñas y las mujeres, dice
Gilligan,
moratoria Estado de identidad,
descrito por Marcia, en el que una
persona considera alternativas (en
crisis) y parece dirigirse al compromiso.
¿Cuál es su punto
de vista ? • ¿A cuál de los estados de
identidad cree que usted
haya pertenecido durante su
adolescencia?
• ¿Ha cambiado su estado de
identidad desde entonces? De
ser así, ¿de qué manera?
Cuadro 17-2 Factores familiares y de personalidad asociados con
adolescentes en los cuatro estados de identidad
Factor Logro de identidad Exclusión Moratoria Difusión de identidad
Familiar Los padres alientan la
autonomía y la conexión con
los maestros; se exploran
las diferencias dentro de un
contexto de mutualidad.
Los padres se encuentran
demasiado involucrados
con sus hijos; las familias
evitan expresar sus
diferencias.
A menudo, los
adolescentes se ven
implicados en una lucha
ambivalente con la
autoridad parental.
Los padres son informales
en cuanto a sus actitudes
de crianza infantil; rechazan
a sus hijos o no se
encuentran disponibles.
De personalidad Altos niveles de desarrollo
del yo, razonamiento moral,
certeza propia, autoestima,
desempeño bajo estrés e
intimidad.
Niveles máximos
de autoritarismo y
pensamiento estereotípico,
obediencia a la autoridad,
relaciones dependientes,
bajos niveles de ansiedad.
Máxima ansiedad y temor
al éxito; altos niveles
de desarrollo del yo,
razonamiento moral y
autoestima.
Resultados heterogéneos
con bajos niveles
de desarrollo del yo,
razonamiento moral,
complejidad cognitiva
y certeza propia; bajas
capacidades cooperativas.
* Estas asociaciones han surgido a partir de un número de estudios separados.
Debido a que todos los estudios han sido
correlativos más que longitudinales, es imposible afirmar que cualquier factor por
sí mismo ocasionó la colocación en
cualquiera de los estados de identidad.
Fuente: Kroger, 1993.
difusión de identidad Estado de
identidad, descrito por Marcia, que
se caracteriza por ausencia de
compromiso y falta de consideración
seria de las alternativas.
Capítulo 17 Desarrollo psicosocial en la adolescencia 519
se juzgan a sí mismas según su manejo de las responsabilidades y su capacidad
de cuidar
de otros, así como de sí mismas.
Algunos científicos del desarrollo cuestionan qué tan distintos en realidad son los
caminos
masculino y femenino hacia la identidad —en especial en la actualidad— y
sugieren
que es posible que las diferencias individuales sean más importantes que las
diferencias
de género (Archer, 1993; Marcia, 1993). De hecho, Marcia (1993) argumenta que
la tensión
constante entre independencia y conectividad representa el núcleo de todas las
etapas
psicosociales de Erikson tanto para mujeres como para hombres. En las
investigaciones
acerca de los estados de identidad de Marcia, son pocas las diferencias de género
que han
aparecido (Kroger, 2003).
No obstante, el desarrollo de la autoestima durante la adolescencia parece prestar
apoyo al punto de vista de Gilligan. La autoestima masculina parece vincularse
con los
esfuerzos por los logros individuales, mientras que la autoestima femenina
depende más
de las conexiones con los demás (Thorne y Michaelieu, 1996).
Una preponderancia de evidencia parece sugerir que las muchachas adolescentes
tienen
una menor autoestima, en promedio, que los muchachos adolescentes, aunque
este
hallazgo ha resultado polémico. Diversos estudios bastante extensos realizados
recientemente
han encontrado que la autoestima disminuye durante la adolescencia, más
rápidamente
en el caso de las niñas que de los niños, y que después vuelve a aumentar de
manera
gradual durante el paso hacia la adultez. Es posible que estos cambios se deban,
en parte,
a la imagen corporal y otras ansiedades asociadas con la pubertad y con las
transiciones a
la educación media y media superior (Robins y Trzesniewski, 2005). Como
veremos, este
patrón parece ser distinto en el caso de los grupos minoritarios.
Factores étnicos en la formación de la identidad
Para muchos jóvenes provenientes de grupos minoritarios, su raza u origen étnico
es esencial
en la formación de su identidad. Siguiendo el modelo de Marcia, algunos
investigadores
han identificado cuatro estados de identidad étnica (Phinney, 1998):
• Difusión: Juanita ha hecho una exploración mínima o nula de su origen étnico y
no
comprende las cuestiones implicadas con claridad.
• Exclusión: Kwame ha hecho una exploración mínima o nula de su origen étnico;
sin
embargo, tiene sentimientos definidos acerca del mismo. Estos sentimientos
pueden
ser positivos o negativos dependiendo de las actitudes que haya absorbido en
casa.
• Moratoria: Cho-san ha empezado a explorar su origen étnico, pero está confusa
en
cuanto a lo que éste significa para ella.
• Logro: Diego ha explorado su identidad y comprende y acepta su origen étnico.
El cuadro 17-3 cita afirmaciones representativas de jóvenes minoritarios en cada
estado.
Un estudio de 940 afroestadounidenses adolescentes, universitarios y adultos
encontró
evidencia de los cuatro estados de identidad en cada grupo de edad. Sólo 27% de
los
adolescentes se encontraban en el estado de logro, en comparación con 47% de
los universitarios
y 56% de los adultos. En lugar de esto, los adolescentes tenían mayores
probabilidades
de encontrarse en moratoria (42%), y continuaban con su exploración de lo que
significa ser afroestadounidense. Cerca de 25% de los adolescentes se
encontraban en el
estado de exclusión, con sentimientos acerca de su identidad afroestadounidense
basados
en su educación familiar. Los tres grupos (logro, moratoria y exclusión) informaron
una
mayor opinión positiva por ser afroestadounidenses que el 6% de adolescentes en
difusión
(ni comprometidos ni en exploración). Aquellos individuos pertenecientes a
cualquier
grupo de edad que se encontraban en el estado de logro tuvieron mayor
probabilidad de
considerar que la raza era central para su identidad (Yip, Seaton y Sellers, 2006).
Otro modelo se centra en tres aspectos de la identidad racial/étnica: conectividad
hacia
el propio grupo racial/étnico, conciencia del racismo y arraigamiento de logros, la
creencia
en que el aprovechamiento académico forma parte de la identidad grupal. Un
estudio
longitudinal de jóvenes minoritarios de bajos ingresos encontró que los tres
aspectos de la
identidad parecen estabilizarse e incluso aumentar ligeramente para mediados de
la adolescencia.
La identidad racial/étnica puede servir como barrera contra tendencias hacia
una disminución de calificaciones y conexión con la escuela durante la transición
de la
educación media a la media superior (Altschul, Oyserman y Bybee, 2006). Por otra
parte,
la discriminación percibida durante la transición a la adolescencia puede interferir
con la
formación positiva de la identidad y conducir a problemas de conducta y
depresión. Los
factores de protección son una crianza infantil nutricia e involucrada, amigos
prosociales
y un sólido desempeño académico (Brody et al., 2006).
Un estudio longitudinal, de tres años de duración, con 420 estadounidenses
negros,
latinos y europeos analizó dos dimensiones de la identidad étnica: estima grupal
(sentirse
bien acerca de la pertenencia étnica propia) y exploración del significado de la
pertenencia
étnica en la vida propia. La estima grupal aumentó tanto a inicios como a
mediados de
la adolescencia, en especial en los adolescentes negros y latinos, cuya estima
grupal era
más baja de inicio. La exploración del significado de la pertenencia étnica aumentó
únicamente
a mediados de la adolescencia, tal vez como reflejo de la transición de
instituciones
vecinales de educación primaria o media relativamente homogéneas a
instituciones de
educación media superior con una mayor diversidad étnica. Es posible que la
interacción
con miembros de otros grupos étnicos estimule la curiosidad de los jóvenes en
cuanto a su
propia identidad étnica (French, Seidman, Allen y Aber, 2006).
A diferencia del patrón que se encontró entre la población general, los
adolescentes
minoritarios, tanto chicas como chicos, a menudo adquieren una mayor autoestima
con
la edad, según informes de los estudiantes en una institución pública de educación
media
superior en Nueva York. El apoyo familiar fue el factor más poderoso en la
autoestima,
seguido de un ambiente escolar positivo (Greene y Way, 2005).
El término socialización cultural se refiere a las prácticas de crianza infantil que
enseñan
a los niños acerca de su herencia racial o étnica, promueven costumbres y
tradiciones
culturales e inspiran el orgullo racial/étnico y cultural. Los adolescentes que han
experimentado
una socialización cultural tienen una identidad étnica más poderosa y positiva
que aquellos individuos que no la han experimentado (Hughes et al., 2006).
Sexualidad
Verse a uno mismo como ser sexual, reconocer la propia orientación sexual, lidiar
con los
impulsos sexuales y formar vínculos emocionales o sexuales son, todos, parte del
logro de
la identidad sexual. La conciencia de la sexualidad es un aspecto importante de la
formación
de la identidad y afecta la autoimagen y las relaciones de manera profunda.
Aunque
este proceso se ve impulsado en sentido biológico, su expresión se define, en
parte, en
forma cultural.
Durante el siglo XX, un cambio importante de actitudes y conductas sexuales en
Estados
Unidos y otras naciones industrializadas trajo consigo una mayor aceptación de
las
relaciones sexuales prematrimoniales, de la homosexualidad y de otras formas de
actividad
sexual que antes se desaprobaban. Con el amplio acceso al Internet, se ha vuelto
común el
sexo casual con fugaces ciber-amistades que se vinculan por medio de chatrooms
en línea o
sitios de reunión para solteros. Los teléfonos celulares, el correo electrónico y los
mensajes
de texto facilitan que los adolescentes arreglen reuniones con desconocidos
incorpóreos,
aislados del escrutinio adulto. Estos cambios han traído consigo mayores
preocupaciones
acerca de la toma de riesgos sexuales. Por otra parte, la epidemia de Sida ha
conducido a
muchos jóvenes a abstenerse de la actividad sexual fuera de relaciones
comprometidas o a
participar en prácticas de sexo seguro.
Orientación sexual e identidad
Aunque se encuentra presente en niños más pequeños, es durante la
adolescencia, por lo
general, que la orientación sexual de una persona se convierte en un aspecto
apremiante:
que una persona se sienta sexualmente atraída de manera consistente a personas
del sexo
opuesto (heterosexual), del mismo sexo (homosexual) o de ambos sexos
(bisexual). La heterosexualidad
predomina en casi todas las culturas conocidas a lo largo del planeta. La
prevalencia de la orientación homosexual varía ampliamente, según se defina y
mida. Ya
sea que se mida de acuerdo con la atracción o excitación sexual o romántica,
según la
conducta sexual o según la identidad sexual, la tasa de homosexualidad en la
población
estadounidense varía de 1 a 21% (Savin-Williams, 2006).
Muchos jóvenes tienen una o más experiencias homosexuales durante su
crecimiento,
pero las experiencias aisladas e incluso las atracciones o fantasías homosexuales
ocasionales
no determinan la orientación sexual. En una encuesta nacional, 4.5% de los
varones entre
15 a 19 años de edad y 10.6% de las mujeres entre 15 y 19 años de edad
informaron que
tuvieron contacto sexual con personas de su mismo sexo, pero sólo 2.4% de los
varones y
7.7% de las mujeres informaron haberlo hecho durante el año anterior (Mosher,
Chandra
y Jones, 2005). Es posible que estos autoinformes se vean afectados por el
estigma social,
ocasionando una infradeclaración de la prevalencia de homosexualidad y
bisexualidad.
Orígenes de la orientación sexual
Gran parte de la investigación acerca de la orientación sexual se ha enfocado en
los esfuerzos
por explicar la homosexualidad. Aunque en el pasado se le consideró enfermedad
mental, varias décadas de investigación no han encontrado asociación
alguna entre la orientación homosexual y los problemas emocionales
o sociales, a excepción de aquellos aparentemente ocasionados
por el trato social que se da a los homosexuales, como una tendencia
a la depresión (American Psychological Association, APA, s.f.; C. J.
Patterson, 1992, 1995a, 1995b). Estos hallazgos condujeron a la profesión
psiquiátrica a dejar de clasificar a la homosexualidad como
trastorno mental en 1973.
Según parece, la orientación sexual es, en parte, genética (Diamond
y Savin-Williams, 2003). La primera exploración completa de
todo el genoma para la orientación sexual masculina ha identificado
tres tramos de ADN en los cromosomas 7, 8 y 10 que están implicados
(Mustanski et al., 2005). No obstante, debido a que los gemelos
idénticos no son perfectamente concordantes en cuanto a su orientación
sexual, debe haber factores no genéticos que desempeñen algún
papel. Es posible que distintas combinaciones de causas operen en
individuos diferentes y tal vez esto también explique las diferencias
individuales en cuanto a la edad a la que surge la atracción hacia personas
del mismo sexo (Diamond y Savin-Williams, 2003).
Mientras más hermanos varones mayores tenga un hombre, tendrá mayores
probabilidades
de ser homosexual; pero sólo si son hermanos biológicos. En un análisis de 905
hombres y sus hermanos biológicos, adoptivos, medios hermanos y hermanastros,
el único
factor significativo en si un varón era heterosexual u homosexual era el número de
veces
que su madre había dado a luz a varones. Cada hermano varón mayor aumentaba
las
probabilidades de homosexualidad en un hermano menor por 33%. Este
fenómeno puede
ser una respuesta acumulativa tipo inmune ante la presencia de “cuerpos
extraños” (fetos
masculinos) en la matriz (Bogaert, 2006).
Un investigador ha informado de una diferencia en el tamaño del hipotálamo, una
estructura
cerebral que gobierna la actividad sexual, entre hombres heterosexuales y
homosexuales.
Sin embargo, no se sabe si esta diferencia surge antes o después del nacimiento
(LeVay, 1991). En estudios de imágenes cerebrales acerca de los efectos de las
feromonas,
olores que atraen a la pareja, el olor del sudor masculino activó el hipotálamo de
los varones
gay de manera muy similar a lo que sucedió en el caso de mujeres
heterosexuales.
Asimismo, las mujeres lesbianas, al igual que los hombres heterosexuales,
reaccionaron
de manera más positiva ante feromonas femeninas que masculinas, aunque el
efecto fue
menor (Savic, Berglund y Lindström, 2005; Savic, Berglund y Lindström, 2006). Sin
embargo,
todavía no sabemos si estas diferencias son la causa de la homosexualidad o si
son
un efecto de la misma.
Desarrollo de la identidad homosexual y bisexual
A pesar de la creciente aceptación de la homosexualidad en Estados Unidos,
muchos
adolescentes que se identifican abiertamente como gay, lesbianas o bisexuales se
sienten
aislados en un ambiente hostil. Pueden verse sujetos a la discriminación e incluso
a la
violencia. Otros pueden sentirse reacios a declarar su orientación sexual, incluso
ante sus
padres, por temor a una fuerte desaprobación o a una ruptura en la familia (Hillier,
2002;
C. J. Patterson, 1995b). Puede ser que se les dificulte conocer e identificar parejas
potenciales
de su mismo sexo. Así, el reconocimiento y expresión de la identidad sexual de los
homosexuales son más complejas y siguen un cronograma menos definido que
los heterosexuales
(Diamond y Savin-Williams, 2003).
No existe una ruta única en el desarrollo de la identidad y conducta gay, lésbica o
bisexual. Debido a la falta de maneras socialmente aceptadas de explorar su
sexualidad,
muchos adolescentes homosexuales experimentan una confusión de identidades
(Sieving,
Oliphant y Blum, 2002). Los jóvenes gay, lesbianas y bisexuales que no pueden
establecer
grupos de pares que compartan su orientación sexual pueden tener dificultades en
reconocer
atracciones hacia miembros del mismo sexo (Bouchey y Furman, 2003; Furman y
Wehner, 1997).
Un modelo del desarrollo de la identidad sexual gay o lésbica propone la siguiente
secuencia:
1) concienciación de atracción hacia el mismo sexo (iniciándose entre los ocho y
11
años de edad); 2) conductas sexuales homosexuales (12 a 15 años de edad); 3)
identificación
como gay o lesbiana (15 a 18 años de edad); 4) revelarse ante los demás (17 a 19
años de
edad) y 5) desarrollo de relaciones románticas con personas del mismo sexo (18 a
20 años
de edad). Sin embargo, es posible que este modelo no refleje de manera fiel la
experiencia
de hombres gay más jóvenes, muchos de los cuales pueden sentirse más libres
que en el pasado
de declarar su orientación sexual en forma abierta; de mujeres lesbianas o
bisexuales,
cuyo desarrollo de la identidad sexual puede ser más lento, más flexible y más
asociado con
factores emocionales y situacionales que el de los varones gay; y de las minorías
étnicas,
cuyas culturas y comunidades tradicionales pueden adherirse a creencias
religiosas firmes o
a roles de género estereotípicos, conduciendo a conflictos internos y familiares
(Diamond,
1998, 2000; Diamond y Savin-Williams, 2003; Dubé y Savin-Williams, 1999).
Conducta sexual
A nivel internacional, existen enormes variaciones en la cronología de la iniciación
heterosexual.
les para los 17 años de edad es cerca de 10 veces mayor en Mali (72%) que en
Tailandia
(7%) o las Filipinas (6%). Existen diferencias similares en el caso de los varones.
Aunque
una iniciación sexual masculina más temprana es la norma en la mayoría de las
culturas,
en Mali y Ghana más mujeres que varones se vuelven sexualmente activas a una
edad
temprana (Singh et al., 2000).
De acuerdo con encuestas nacionales, en Estados Unidos 77% de los jóvenes han
tenido relaciones sexuales para los 20 años de edad. Esta proporción ha sido
aproximadamente
igual desde mediados de la década de 1960 y el advenimiento de la píldora
anticonceptiva
(Finer, 2007). La muchacha promedio tiene sus primeras relaciones sexuales para
los 17 años de edad, el varón promedio para los 16 años de edad y cerca de 25%
de muchachos
y muchachas informan haber sostenido relaciones sexuales para los 15 años de
edad
(Klein y Committee on Adolescence, 2005). Los afroestadounidenses y los latinos
inician
su actividad sexual antes que los jóvenes de raza blanca (Kaiser Family
Foundation, Hoff,
Grenne y Davis, 2003). Mientras que en años anteriores los muchachos
adolescentes se
encontraban en mayores probabilidades de ser sexualmente experimentados que
las muchachas
adolescentes, éste ya no es el caso: en 2002, 49% de los muchachos entre los 15
y
los 19 años de edad y 53% de las muchachas en el mismo grupo de edad
informaron haber
tenido coito vaginal (Mosher et al., 2005).
En un estudio de varones homosexuales y bisexuales, las primeras relaciones
sexuales
hombre-hombre informadas entre jóvenes estadounidenses de origen asiático
sucedieron
cerca de tres años más tarde que entre varones de raza blanca,
afroestadounidenses y latinos.
Este patrón de actividad sexual demorada también se ha encontrado entre
varones
heterosexuales estadounidenses de origen asiático, lo que posiblemente refleje
fuertes presiones
culturales a reservar las relaciones sexuales para el matrimonio o la adultez y
después
tener hijos que difundan el nombre familiar (Dubé y Savin-Williams, 1999).
Toma de riesgos sexuales
Dos preocupaciones graves relacionadas con la actividad sexual adolescente son
el riesgo
de contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS) y, en el caso de la
actividad heterosexual,
el embarazo. Aquellos que se encuentran en mayor riesgo son los jóvenes que
inician su actividad sexual de manera temprana, que tienen parejas múltiples, que
no usan
métodos anticonceptivos de manera regular y que cuentan con una información
inadecuada
—o errónea— acerca del sexo (Abma et al., 1997). Otros factores de riesgo
incluyen
vivir en una comunidad de NSE bajo, uso de sustancias, conducta antisocial y
asociación
con pares con comportamiento desviado. La supervisión parental puede ayudar a
reducir
estos riesgos (Baumer y South, 2001; Capaldi, Stoolmiller, Clark y Owen, 2002).
¿Por qué razón es que algunos adolescentes se vuelven sexualmente activos a
una edad
temprana? Es posible que existan diversos factores implicados, incluyendo un
ingreso temprano
a la pubertad, pobreza, desempeño escolar deficiente, falta de metas académicas
y
ocupacionales, antecedentes de abuso sexual o descuido parental y patrones
culturales o
familiares de experiencia sexual temprana (Klein y Committee on Adolescence,
2005). La
ausencia de un padre, en especial a una edad temprana, es un factor importante
(Ellis et
al., 2003). Los adolescentes que tienen una relación cercana y cálida con sus
madres están
en mayores probabilidades de demorar su actividad sexual. Lo mismo sucede con
aquellos
que perciben que sus madres desaprueban ese tipo de actividad (Jaccard y Dittus,
2000;
Sieving, McNeely y Blum, 2000). Otras razones por las que los adolescentes se
abstienen
de tener relaciones sexuales son: que está en contra de su moral o religión y que
no quieren
arriesgarse a un embarazo (Abma, Martínez, Mosher y Dawson, 2004).
Una de las influencias más poderosas es la percepción de las normas del grupo
de
pares. Es frecuente que los jóvenes se sientan presionados a participar en
actividades para
las que no se sienten preparados. En una encuesta nacional representativa, casi
un tercio
de los adolescentes entre 15 y 17 años de edad, en especial varones, dijeron que
habían
experimentado presión para tener relaciones sexuales (Kaiser Family Foundation
et al.,
2003; cuadro 17-4).
A medida que los adolescentes estadounidenses se han vuelto más conscientes
de los
riesgos de la actividad sexual, el porcentaje de aquellos que alguna vez han
sostenido re-El porcentaje de mujeres que informa haber tenido sus primeras
relaciones sexua-
laciones sexuales ha disminuido, especialmente entre los varones (Abma et al.,
2004). Sin
embargo, las formas de actividad sexual genital que no implican coito, como sexo
oral,
sexo anal y masturbación mutua, son comunes. Muchos adolescentes
heterosexuales no
consideran que estas actividades sean equivalentes al sexo, sino como sustitutos
o precursores
al mismo o, incluso, como abstinencia (Remez, 2000). En una encuesta nacional,
poco más de la mitad de mujeres y varones adolescentes informaron haber dado o
recibido
sexo oral, un número mayor al de aquellos que habían tenido coito vaginal
(Mosher et al.,
2005).
Uso de anticonceptivos
El uso de anticonceptivos entre adolescentes ha aumentado desde 1990 (Abma et
al.,
2004). Cerca de 83% de mujeres y 91% de varones en una encuesta indicaron
que habían
utilizado métodos anticonceptivos en la ocasión más reciente en la que habían
sostenido
relaciones sexuales (Abma et al., 2004). Los adolescentes que durante su primera
relación
emocional demoran el momento para sostener relaciones sexuales, discuten la
contracepción
antes de iniciar su actividad sexual o utilizan más de un método anticonceptivo, y
tienen mayores probabilidades de utilizar contraceptivos de manera consistente a
lo largo
de la relación (Manlove, Ryan y Franzetta, 2003).
La mejor defensa para los adolescentes sexualmente activos es el uso regular de
condones,
que dan cierta protección contra las ETS, así como contra el embarazo. El uso de
condones ha aumentado en años recientes (figura 17-1), como también lo ha
hecho el uso
de la píldora anticonceptiva y los nuevos métodos hormonales e inyectables de
contracepción
o las combinaciones de métodos (Abma et al., 2004). Aun así, en 2003, sólo 63%
de los estudiantes adolescentes sexualmente activos a nivel medio superior
informaron
haber utilizado condones durante sus últimas relaciones sexuales (Klein y
Committee on
Adolescence, 2005). Los adolescentes que empiezan a utilizar anticonceptivos
recetados,
a menudo dejan de utilizar condones, no dándose cuenta de que quedan
desprotegidos
contra las ETS (Klein y Committee on Adolescence, 2005).
¿De dónde obtienen información acerca del sexo los adolescentes?
Los adolescentes obtienen su información acerca del sexo principalmente de
amigos, padres,
educación sexual en la escuela y los medios (Kaiser Family Foundation et al.,
2003).
Cuadro 17-4
Los adolescentes que pueden hablar acerca de sexo con sus hermanos y
hermanas mayores
y con sus padres se encuentran en mayores probabilidades de tener actitudes
más positivas
acerca de las prácticas sexuales seguras (Kowal y Pike, 2004).
Desde 1998, los programas estatal o federalmente subvencionados de educación
sexual
que enfatizan la abstinencia de sexo hasta el matrimonio como la mejor o única
opción se
han vuelto comunes (Devaney, Johnson, Maynard y Trenholm, 2002). Se ha
encontrado
que los programas que alientan la abstinencia, pero que también discuten la
prevención de
ETS y las prácticas sexuales seguras para personas sexualmente activas
demoran el inicio
de la actividad sexual y aumentan el uso de anticonceptivos (AAP Committee on
Psychosocial
Aspects of Child and Family Health y Committee on Adolescence, 2001).
No obstante, algunos programas escolares promueven la abstinencia como opción
única, aun cuando no se ha demostrado que los cursos de sólo abstinencia
demoren la
actividad sexual (AAP Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family
Health y
Committee on Adolescence, 2001; Satcher, 2001). Asimismo, las promesas de
preservar la
virginidad sólo tienen una efectividad limitada (Bearman y Bruckner, 2001).
Aunque más
de cuatro de cada cinco adolescentes afirma haber recibido instrucción formal
acerca de
cómo decir no al sexo, sólo dos de cada tres han recibido instrucción acerca de
métodos
anticonceptivos. Sólo una de cada dos muchachas y uno de cada tres muchachos
entre
los 18 y 19 años de edad dijeron que habían hablado con alguno de sus padres
acerca del
control natal antes de los 18 años de edad (Abma et al., 2004).
Por desgracia, la mayoría de los adolescentes obtienen gran parte de su
“educación
sexual” por parte de los medios de comunicación, que presentan una visión
distorsionada
de la actividad sexual, asociándola con diversión, emoción, competencia, peligro y
violencia,
rara vez mostrando los riesgos del sexo desprotegido. En una encuesta
longitudinal
de dos años
de duración de adolescentes entre los 12 y los 14 años de edad, la exposición
a una dieta cargada de contenido sexual en los medios aceleró la actividad sexual
de adolescentes
de raza blanca, además de que aumentó las probabilidades de que iniciaran el
coito de manera temprana. En contraste, los adolescentes afroestadounidenses
parecieron
verse más influidos por las expectativas de sus padres y por las conductas de sus
amigos
(Brown et al., 2006).
Enfermedades de transmisión sexual (ETS)
Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) son enfermedades que se
propagan mediante
el contacto sexual. El cuadro 17-5 resume algunas ETS comunes: sus causas,
síntomas
más frecuentes, tratamiento y consecuencias.
Cerca de uno de cada cuatro casos nuevos de ETS en Estados Unidos sucede en
individuos
entre los 15 y 19 años de edad. Las razones principales de la prevalencia de las
ETS
entre los adolescentes son la actividad sexual temprana, que aumenta la
probabilidad de
tener diversas parejas de alto riesgo, no usar condones o no usarlos de manera
regular o
correcta y, en el caso de las mujeres, la tendencia a sostener relaciones sexuales
con parejas
de mayor edad (CDC, 2000b).
Las ETS tienen mayor probabilidad de desarrollarse sin detección en las
muchachas
adolescentes. En un único encuentro sexual desprotegido, una chica corre 1% de
riesgo
de infectarse de VIH, 30% de contraer herpes genital y 50% de contraer gonorrea
(AGI,
1999). Aunque los adolescentes consideran que el sexo oral es menos riesgoso
que el coito,
existe un número de ETS, en especial la gonorrea faríngea, que se pueden
transmitir de esa
manera (Remez, 2000).
La ETS más común es el virus del papiloma humano (VPH), que a veces ocasiona
verrugas en los genitales. Además, es la causa principal de cáncer cervicouterino
en las
mujeres. Una nueva vacuna contra el VPH es altamente efectiva si se da de
manera rutinaria
a niñas de 11 y 12 años de edad (CDC Division of Media Relations, 2006). Entre
los
jóvenes, también es común la tricomoniasis, una infección parasitaria que puede
transmitirse
por toallas y trajes de baño húmedos (Weinstock, Berman y Cates Jr., 2004).
El herpes simple genital es una enfermedad crónica, recurrente, a menudo
dolorosa
y altamente contagiosa ocasionada por un virus. Este padecimiento puede resultar
fatal
para personas con una deficiencia del sistema inmunitario o para el lactante recién
nacido
de una mujer que esté padeciendo un brote al momento del parto. No existe cura,
pero el
medicamento aciclovir puede prevenir brotes activos. La incidencia de herpes
genital ha
aumentado de manera espectacular durante las últimas tres décadas. La hepatitis
B sigue
siendo una ETS prominente a pesar de la disponibilidad de una vacuna preventiva
desde
hace más de 20 años (Weinstock et al., 2004).
Las ETS más curables son clamidia y gonorrea. Estas enfermedades, de no
detectarse
y tratarse, pueden conducir a graves problemas de la salud, incluyendo, en el caso
de mujeres,
enfermedad inflamatoria pélvica (EIP), una infección abdominal grave. En Estados
Unidos, más de una de cada 10 muchachas y uno de cada cinco muchachos se
ven afectados
(CDC, 2000b).
El virus de inmunodeficiencia humana (VIH), que ocasiona el Sida, se transmite
por
medio de los fluidos corporales (principalmente sangre y semen), generalmente
por el hecho
de compartir jeringas intravenosas o por el contacto sexual con una pareja
infectada.
El virus ataca el sistema inmune del cuerpo, dejando a la persona vulnerable a
una variedad
de enfermedades fatales. Los síntomas del Sida, que incluyen fatiga extrema,
fiebres,
inflamación de ganglios linfáticos, pérdida de peso, diarrea y sudores nocturnos,
puede no
aparecer sino hasta seis meses a 10 o más años después de la infección inicial.
A nivel mundial, de las 4.1 millones de infecciones por VIH nuevas por año, cerca
de la mitad se presentan en jóvenes entre los 15 y 24 años de edad (ONUSIDA,
2006).
En Estados Unidos, más de una de cada cuatro personas que viven con VIH o
Sida se
infectaron durante su adolescencia (Kaiser Family Foundation et al., 2003). Hasta
el momento,
el Sida es incurable, pero cada vez más las infecciones relacionadas que matan a
las personas se están deteniendo por medio de terapias antivirales, incluyendo
inhibidores
de la proteasa (Palella et al., 1998; Weinstock et al., 2004). Un estudio danés
encontró que
los pacientes jóvenes diagnosticados con VIH tienen una supervivencia media
estimada de
más de 35 años (Lohse et al., 2007).
Debido a que los síntomas pueden no aparecer sino hasta que una enfermedad
haya
progresado al punto de ocasionar complicaciones graves a largo plazo, la
detección temprana
es importante. La detección y tratamiento basados en escuelas, junto con
programas
que promueven abstenerse o posponer la actividad sexual y una toma de
decisiones
responsable, así como la libre disponibilidad de condones para aquellos individuos
sexualmente
activos puede tener cierto efecto en controlar la propagación de las ETS (AAP
Committee on Adolescence, 1994; AGI, 1994; Cohen, Nsuami, Martin y Farley,
1999;
Rotheram-Borus y Futterman, 2000). No existe evidencia de que la educación
relacionada
con el uso de condones y su disponibilidad contribuya a un aumento en la
actividad sexual
(Klein y Committee on Adolescence, 2005).
Embarazos y partos adolescentes
Un espectacular descenso en tasas de embarazo y parto adolescente ha
acompañado a la
continua reducción en relaciones sexuales tempranas y en sexo con múltiples
parejas, así
como al aumento en uso de anticonceptivos. Las tasas de alumbramiento para
muchachas
estadounidenses entre los 15 y los 19 años de edad se redujo por 33% entre 1991
y 2004 a
un nivel bajo sin precedente de 41.1 nacimientos por cada 1 000 muchachas. Las
tasas de
embarazo en el mismo grupo de edad cayeron casi con la misma velocidad —27%
entre
1990 y 2000, a 84.5 embarazos por cada 1 000 muchachas—, la tasa más baja
desde 1976
(Martin, Hamilton, Sutton, Ventura, Menacker y Kirmeyer, 2006).
No obstante, más de 40% de las muchachas adolescentes han estado
embarazadas al
menos una vez antes de los 20 años de edad (Klein y Committee on Adolescence,
2005).
Más de la mitad, 51%, de las adolescentes embarazadas dan a luz a sus bebés y
35% eligen
abortar. Otro 14% de embarazos adolescentes finalizan en aborto espontáneo o
mortinatalidad
(Klein y Committee on Adolescence, 2005).
Aunque la reducción en partos adolescentes se ha presentado en todos los grupos
poblacionales, las tasas de parto se han reducido de manera más notable entre
las adolescentes
afroestadounidenses. Aun así, las chicas afroestadounidenses e hispanas tienen
mayor
probabilidad de dar a luz que las muchachas de raza blanca, nativas americanas o
de
origen asiático (Martin, Hamilton et al., 2006). Las adolescentes estadounidenses
tienen
mayor probabilidad de embarazarse y tener hijos que las adolescentes en la
mayoría de los
demás países industrializados (Martin et al., 2005; apartado 17-1).
Más de 90% de las adolescentes embarazadas describen sus embarazos como no
intencionales
y 50% de los embarazos adolescentes suceden dentro de los seis meses después
de su iniciación sexual (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Muchas de
estas chicas
crecieron sin padres (Ellis et al., 2003). Un estudio de 9 159 mujeres en una clínica
de cuidados
primarios en California, mostró que aquellas que se habían embarazado durante
su
adolescencia habían tenido mayor probabilidad, de niñas, de sufrir abuso físico,
emocional
o sexual, de haberse visto expuestas al divorcio o separación de sus padres, a la
violencia
doméstica, al abuso de sustancias o a algún miembro de la familia mentalmente
enfermo
o involucrado en actividades delictivas, o a alguna combinación de estos factores
(Hillis et
al., 2004). Asimismo, los adolescentes varones que son padres tienen recursos
financieros
limitados, un bajo desempeño académico y altas tasas de abandono escolar. Al
menos un
tercio de los progenitores adolescentes de ambos sexos son, ellos mismos, el
producto de
un embarazo adolescente (Klein y Committee on Adolescence, 2005).
Los embarazos adolescentes tienen desenlaces desafortunados. Muchas de las
madres
son pobres y carecen de una educación adecuada y algunas usan drogas. Muchas
no
comen de la manera adecuada, no aumentan la cantidad suficiente de peso y
obtienen
cuidados prenatales deficientes o carecen de ellos por completo. Es probable que
sus bebés
sean prematuros o peligrosamente pequeños, y se encuentran en un riesgo más
elevado
de otras complicaciones, tales como: muerte fetal tardía, neonatal o infantil;
problemas
sanitarios y académicos; abuso y descuido, y discapacidades del desarrollo que
pueden
continuar hasta su adolescencia (AAP Committee on Adolescence, 1999; AAP
Committee
on Adolescence y Committee on Early Childhood, Adoption, and Dependent Care,
2001;
AGI, 1999; Children’s Defense Fund, 1998, 2004; Klein y Committee on
Adolescence,
2005; Menacker et al., 2004).
Los bebés de madres adolescentes de un nivel socioeconómico alto también
pueden
estar en peligro. Entre las más de 134 000 chicas y mujeres de raza blanca,
principalmente
de clase media, las muchachas de 13 a 19 años de edad tenían mayores
probabilidades que
las mujeres de 20 a 24 años de edad de dar a luz a bebés de bajo peso al nacer,
aun cuando
las madres eran casadas, bien educadas y habían recibido cuidados prenatales
adecuados.
En apariencia, el cuidado prenatal no siempre puede superar la desventaja
biológica de
nacer de una chica todavía en crecimiento cuyo propio cuerpo puede estar
compitiendo
con el feto en desarrollo por obtener los nutrientes vitales (Fraser et al., 1995).
En Estados Unidos, las madres adolescentes solteras y sus familias tienen
probabilidades
de sufrir en términos económicos. Las leyes de manutención infantil se aplican de
manera irregular, los pagos dispuestos por las cortes a menudo son insuficientes y
muchos
padres jóvenes no pueden costearlos (AAP Committee on Adolescence, 1999).
Además,
los progenitores solteros menores a los 18 años de edad sólo son candidatos para
asistencia
pública si viven con sus padres y asisten a la escuela.
Las madres adolescentes tienen mayor probabilidad de abandonar sus estudios y
de
tener embarazos repetidos. Es posible que ellas y sus parejas carezcan de la
madurez, habilidades
y apoyo social para que sean buenos padres. Asimismo, sus hijos cuentan con
mayor probabilidad de tener problemas académicos y del desarrollo, de padecer
de depresión,
de incurrir en abuso de sustancias y actividad sexual temprana y de convertirse, a
su
vez, en padres adolescentes (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Sin
embargo, estos
desenlaces distan de ser inevitables. Diversos estudios a largo plazo han
encontrado que,
20 años después de dar a luz, la mayoría de las anteriores madres adolescentes
no dependen
de la asistencia social; muchas han finalizado sus estudios a nivel medio superior
y
han obtenido trabajos sólidos y no tienen familias grandes. Los programas
comprensivos
de embarazo adolescente y visitaciones familiares parecen contribuir a estos
buenos resultados
(Klein y Committee on Adolescence, 2005).
Relaciones con la familia y los pares
La edad se convierte en un poderoso agente de unión durante la adolescencia.
Los adolescentes
pasan más tiempo con sus pares y menos con sus familias. Sin embargo, los
valores
fundamentales de la mayoría de los adolescentes (como los de Jackie Robinson)
siguen
siendo más cercanos a los de sus padres de lo que se cree en general (Offer y
Church, 1991).
Al mismo tiempo que los adolescentes recurren a sus pares para obtener modelos
de rol,
compañerismo e intimidad, dependen de sus progenitores como base segura a
partir de la
cual pueden experimentar con sus alas nuevas, al igual que muchos infantes que
empiezan
a explorar el mundo a su alrededor. Los adolescentes más seguros tienen
relaciones sólidas
y sustentadoras con padres que están en sintonía con la manera en que los
jóvenes se ven a
sí mismos, que permiten y alientan sus esfuerzos de independencia y que les
proporcionan
un puerto seguro en tiempos de estrés emocional (Allen et al., 2003; Laursen,
1996).
¿La rebelión adolescente es un mito?
Se ha dicho que los años adolescentes son un tiempo de rebelión adolescente
que implica
confusión emocional, conflicto con la familia, alejamiento de la sociedad adulta,
comportamiento
desenfrenado y rechazo de los valores adultos. Sin embargo, investigaciones
basadas en escuelas con adolescentes de todo el mundo sugieren que sólo cerca
de uno de
cada cinco adolescentes se ajusta a este perfil (Offer y Schonert-Reichl, 1992).
La idea de la rebelión adolescente puede haber surgido a partir de la primera
teoría
formal acerca de la adolescencia; aquella del psicólogo G. Stanley Hall. Hall
(1904/1916)
creía que los esfuerzos de los jóvenes por adaptarse a sus cambios corporales y a
las de-
Capítulo 17 Desarrollo psicosocial en la adolescencia 531
mandas inminentes de la adultez anunciaban un periodo de “tormenta y tensión”
que
producía conflicto entre generaciones. Sigmund Freud (1935/1953) y su hija Anna
Freud
(1946) describieron esta tormenta y tensión como universal e inevitable, nacida del
resurgimiento
de las pulsiones sexuales iniciales hacia los padres.
Sin embargo, la antropóloga Margaret Mead (1928, 1935; véase el Encuadre del
capítulo
2), quien estudió la maduración en Samoa y otras islas del Pacífico del Sur,
concluyó
que cuando una cultura proveía una transición gradual y serena de la infancia a la
adultez,
la tormenta y la tensión no eran típicas. Aunque más adelante su teoría se puso en
tela de
juicio (Freeman, 1983), sus observaciones se vieron sustentadas con el tiempo
mediante
investigaciones en 186 sociedades preindustriales (Schlegel y Barry, 1991).
En la actualidad, la rebelión radical parece ser relativamente poco común incluso
en
las sociedades occidentales, al menos entre adolescentes de clase media que
asisten a la
escuela. La mayoría de los jóvenes se siente cercana y positiva acerca de sus
padres, comparte
opiniones similares en cuestiones importantes y valora la aprobación de sus
progenitores
(J. P. Hill, 1987; Offer et al., 1989; Offer, Ostrov, Howard y Atkinson, 1988).
Además,
al contrario de la creencia popular, los adolescentes aparentemente bien
adaptados no
son bombas de tiempo dispuestas a explotar más adelante en sus vidas. En un
estudio
longitudinal, de 34 años de duración, con 67 muchachos suburbanos de 14 años
de edad,
la gran mayoría se adaptó de manera adecuada a sus experiencias vitales (Offer,
Offer y
Ostrov, 2004). Los relativamente pocos adolescentes profundamente perturbados
tendían
a provenir de familias trastornadas y, como adultos, continuaron teniendo vidas
familiares
inestables y rechazando las normas culturales. Aquellos criados en familias
intactas con
dos padres en un ambiente familiar positivo tendieron a pasar por la adolescencia
sin problemas
serios de ningún tipo y, como adultos, a tener matrimonios sólidos y a tener vidas
bien adaptadas (Offer, Kaiz, Ostrov y Albert, 2002).
Aun así, la adolescencia puede ser una época difícil para los jóvenes y sus
familias.
El conflicto familiar, la depresión y las conductas riesgosas son más comunes que
durante
otros momentos del ciclo vital (Arnett, 1999; Petersen et al., 1993). La emotividad
negativa y los cambios bruscos en el estado de ánimo son más intensos durante la
adolescencia
temprana, tal vez a causa de las tensiones asociadas con la pubertad. Para el final
de la adolescencia, la emotividad se suele estabilizar (Larson, Mona, Richards y
Wilson,
2002).
Reconocer que la adolescencia puede ser una época difícil ayudará a padres y
maestros
a ver el comportamiento irritante en perspectiva. Pero los adultos que supongan
que
la tormenta y la tensión son normales y necesarias puede ser que no presten
atención a las
señales de los relativamente pocos jóvenes que necesitan ayuda especial.
Cambios del uso del tiempo y cambios en relaciones
Una manera de evaluar los cambios en las relaciones adolescentes con las
personas más
importantes en sus vidas es observar cómo pasan su tiempo libre. La cantidad de
tiempo
que pasan los adolescentes estadounidenses con sus familias se reduce en gran
medida
entre sus 10 y 18 años de edad, de 35 a 14% de las horas que pasan despiertos
(Larson,
Richards, Moneta, Holmbeck y Ducket, 1996).
La desvinculación no es un rechazo a la familia, sino una respuesta a las
necesidades
del desarrollo. A menudo, los adolescentes jóvenes se recluyen en sus recámaras;
parecen
necesitar tiempo a solas para retirarse de las demandas de las relaciones
sociales, recuperar
su estabilidad emocional y reflexionar acerca de cuestiones de identidad (Larson,
1997).
Las variaciones culturales en el uso del tiempo reflejan una diversidad de
necesidades,
valores y prácticas relacionadas con la cultura de origen (Verma y Larson, 2003).
Los
jóvenes de sociedades tribales o campesinas pasan la mayor parte de su tiempo
produciendo
las necesidades básicas para la vida y tienen mucho menos tiempo para socializar
que los adolescentes en sociedades tecnológicamente avanzadas (Larson y
Verma, 1999).
En algunas sociedades posindustriales, tales como las de Corea y Japón, donde
las presiones
del trabajo escolar y las obligaciones familiares son fuertes, los adolescentes
tienen
relativamente poco tiempo libre. A fin de aliviar su estrés, pasan su tiempo en
intereses
pasivos como ver televisión y “no hacer nada” (Verma y Larson, 2003). Por otra
parte, en
la cultura hindú, centrada en la familia, los estudiantes urbanos de octavo grado
pasan
39% de su tiempo despiertos con su familia, en comparación con 23% de los
estudiantes
estadounidenses de octavo grado, e informan sentirse más felices cuando se
encuentran
con sus familias que los estudiantes estadounidenses de octavo grado. Para estos
jóvenes,
la meta de la adolescencia no es separarse de sus familias, sino integrarse más
con ellas.
Se han encontrado hallazgos similares en Indonesia, Bangladesh, Marruecos y
Argentina
(Larson y Wilson, 2004).
En comparación, los adolescentes estadounidenses tienen una gran cantidad de
tiempo libre, el cual lo pasan en su mayor parte con sus pares, y cada vez más
con los
del sexo opuesto (Juster et al., 2004; Larson y Seepersad, 2003; Verma y Larson,
2003).
Los adolescentes afroestadounidenses, quienes pueden ver a sus familias como
refugio en
un mundo hostil, mantienen relaciones familiares más íntimas y relaciones menos
intensas
con sus pares que los adolescentes de raza blanca (Giordano, Cernkovich y
DeMaris,
1993). Los muchachos estadounidenses de origen mexicano, aunque no así las
muchachas,
tienden a acercarse más a sus padres durante la pubertad. Esto puede reflejar la
naturaleza
especialmente estrecha de las familias estadounidenses mexicanas, así como la
importancia
que estas familias le otorgan al papel masculino (Molina y Chassin, 1996). Para
los jóvenes
estadounidenses de origen chino provenientes de familias inmigrantes, la
necesidad
de adaptarse a la sociedad estadounidense a menudo entra en conflicto con la
demanda de
las obligaciones familiares tradicionales (Fulgini, Yip y Tseng, 2002).
Tomando en cuenta estas variaciones culturales, demos una mirada más cercana
a la
relación con los padres y después a la relación con hermanos y pares.
Adolescentes y padres
Del mismo modo en que los adolescentes sienten la tensión entre la dependencia
en sus
padres y la necesidad de alejarse, es frecuente que los padres también
experimenten sentimientos
encontrados. Quieren que sus hijos sean independientes, pero se les dificulta
dejarlos ir. Los padres tienen que caminar una línea muy fina entre darles
suficiente independencia
a los adolescentes y protegerlos de lapsos inmaduros de juicio. Estas tensiones
pueden conducir a conflictos familiares y los estilos de crianza infantil pueden
influir la
manera en que se presentan y sus resultados. La supervisión parental efectiva
depende de
lo mucho que los adolescentes les dejan saber a sus padres acerca de sus vidas
cotidianas, y
esto puede depender del ambiente que los padres establezcan. Asimismo, como
en el caso
de los niños más pequeños, las relaciones de los adolescentes con sus
progenitores se ven
afectadas por la situación vital de estos últimos: su trabajo, su situación
matrimonial y su
nivel socioeconómico.
Conflicto familiar e individuación
La mayoría de las discusiones entre adolescentes y padres tienen que ver con
cuestiones
personales mundanas —labores, trabajo escolar, ropa, dinero, permisos, citas y
amigos—
más que con cuestiones de salud y seguridad o de lo que está bien o mal (Adams
y
Laursen, 2001; Steinberg, 2005). La intensidad emocional de estos conflictos
(totalmente
fuera de proporción con el tema a discusión) puede reflejar el proceso subyacente
de individuación:
la lucha del adolescente por su autonomía y diferenciación, o identidad personal.
Un aspecto importante de la individuación es el establecimiento de los límites de
control
entre el yo y los demás (Nucci, Hasebe y Lins-Dyer, 2005).
Los conflictos familiares son más frecuentes durante el inicio de la adolescencia,
pero
adquieren su máxima intensidad a la mitad de la misma (Laursen, Coy y Collins,
1998).
La frecuencia de crisis a inicios de la adolescencia puede deberse a las tensiones
de la
pubertad y a la necesidad de afirmar la autonomía. Es posible que las discusiones
más
intensas a mediados y, a menor grado, a finales de la adolescencia, reflejen el
estrés emocional
que surge a medida que los adolescentes empiezan a tratar de volar. La
frecuencia
reducida de conflictos durante la adolescencia tardía puede indicar una adaptación
a los
cambios importantes de los años adolescentes y una renegociación del equilibrio
de autoindividuación
ridad entre padres e hijos (Fulgini y Eccles, 1993; Laursen et al., 1998; Molina y
Chassin,
1996) al ampliar los límites de lo que se considera como asunto exclusivo del
adolescente
(Steinberg, 2005).
El nivel de discordia familiar puede depender en gran parte del ambiente familiar.
Entre
335 familias rurales de dos progenitores con adolescentes del medio oeste de
Estados
Unidos, el conflicto declinó durante la adolescencia temprana a media en familias
cálidas
y sustentadoras, pero empeoró en familias hostiles, coercitivas o críticas (Rueter y
Conger,
1995).
Estilos de crianza infantil y autoridad parental
Como mencionamos en el capítulo 16, la crianza infantil autoritativa fomenta un
desarrollo
sano (Baumrind, 1991, 2005). Los padres que se muestran desilusionados de la
mala
conducta de sus adolescentes son más efectivos en motivar conductas
responsivas que
los padres que la castigan duramente (Krevans y Gibbs, 1996). La crianza infantil
excesivamente
estricta y autoritaria puede conducir al adolescente a rechazar la influencia de
sus padres y a buscar el apoyo y aprobación de sus pares a toda costa (Fulgini y
Eccles,
1993).
Los padres autoritativos insisten en reglas, normas y valores importantes, pero
están
dispuestos a escuchar, explicar y negociar (Lamborn, Mounts, Steinberg y
Dornbusch,
1991). Ejercitan un control adecuado sobre la conducta de sus hijos (control
conductual),
pero no tratan de controlar los sentimientos, creencias y sentido del yo de sus
hijos (control
psicológico) (Steinberg y Darling, 1994). El control psicológico, ejercido por medio
de técnicas de manipulación emocional, tales como el retiro del afecto, pueden
dañar el
desarrollo psicosocial y la salud mental del adolescente (Steinberg, 2005). (El
cuadro 17-6
es una lista de verificación que se utiliza para autoinformes de adolescentes
respecto al
control psicológico que ejercen sus padres.) Los padres psicológicamente
controladores no
responden a la necesidad creciente de sus hijos por la autonomía psicológica, el
derecho a
sus propios pensamientos y sentimientos (Steinberg, 2005).
La crianza autoritativa parece reforzar la autoimagen del adolescente. Una
encuesta
de 8 700 estudiantes de noveno a doceavo grado concluyó que “mientras más
participación,
otorgamiento de autonomía y estructura perciben los adolescentes por parte de
sus
padres, evalúan en forma más positiva su propia conducta general, desarrollo
psicosocial y
salud mental” (Gray y Steinberg, 1999, p. 584). Cuando los adolescentes
pensaban que sus
padres estaban tratando de dominar su experiencia psicológica, su salud
emocional sufría
más que cuando pensaban que sus padres estaban tratando de controlar su
conducta. Los
adolescentes cuyos padres eran firmes al aplicar las reglas conductuales tenían
una mayor
autodisciplina y menos problemas conductuales que aquellos con padres más
permisivos.
Aquellos cuyos padres les otorgaban autonomía psicológica tendían a volverse
confiados
y competentes tanto en el terreno de lo académico como de lo social.
Los problemas surgen cuando los padres sobrepasan lo que los adolescentes
perciben
como los límites apropiados de autoridad parental legítima. La existencia por
mutuo
acuerdo de un dominio personal en el que la autoridad le corresponde al
adolescente se ha
encontrado en diversas culturas desde Japón a Brasil. Este dominio se expande a
medida
que padres y adolescentes continúan renegociando sus límites (Nucci et al.,
2005).
Supervisión parental y autorrevelación adolescente
La creciente autonomía de los jóvenes y la reducción de las áreas de autoridad
parental
percibida redefinen los tipos de conducta que se espera que los adolescentes
revelen ante
sus padres (Smetana, Crean y Campione-Barr, 2005; cuadro 17-7). En un estudio
con
276 estudiantes suburbanos étnicamente diversos de noveno y doceavo grados,
tanto adolescentes
como padres consideraban que la conducta prudencial relacionada con salud y
seguridad (como fumar, beber y usar drogas) era la más sujeta a revelación;
seguida de
cuestiones morales (como mentir); cuestiones convencionales (como malos
modales o uso
de blasfemias), y cuestiones polifacéticas o limítrofes (como ver una película de
clasificación
restringida) que se encuentran en la frontera entre las cuestiones personales y
alguna
de las demás categorías. Tanto adolescentes como padres consideraron las
cuestiones personales
(la forma en que los adolescentes usaban su tiempo y dinero) como las menos
sujetas a revelamiento. Sin embargo, en el caso de cada tipo de conducta, los
padres estaban
más inclinados a esperar revelamiento de lo que los adolescentes estaban
dispuestos
a hacer. Esta discrepancia disminuyó entre el noveno y doceavo grados a medida
que los
padres modificaron sus expectativas para adaptarse a la creciente madurez de los
adolescentes
(Smetana, Metzger, Gettman y Campione-Barr, 2006).
En un estudio con 690 adolescentes belgas, los jóvenes estuvieron más
dispuestos a
revelar información acerca de sí mismos cuando los padres mantenían un clima
cálido
y responsivo en el que se alentaba a los adolescentes a hablar de manera abierta
y en el
que los padres proporcionaban expectativas claras sin ser excesivamente
controladores
(Soenens, Vansteenkiste, Luyckx y Gossens, 2006); en otras palabras, cuando el
estilo de
crianza infantil era autoritativo. Los adolescentes, en especial las chicas, tienen
relaciones
más cercanas y sustentadoras con sus madres que con sus padres y las
muchachas confían
más en sus madres (Smetana et al., 2006).
Estructura y ambiente familiares
En la actualidad, muchos adolescentes viven en familias que son muy distintas a
aquellas
de hace unas cuantas décadas. Muchos hogares, como el de Jackie Robinson,
carecen de la
presencia de un padre, muchos padres se están divorciando o cohabitan, y
muchas madres,
como en este mismo caso, trabajan fuera del hogar. ¿Cómo es que estas
situaciones familiares
afectan a los adolescentes?
Los adolescentes, al igual que los niños pequeños, son sensibles al ambiente del
hogar
familiar. En un estudio longitudinal con 451 adolescentes y sus progenitores, los
cambios
en problemas maritales o conflictos maritales (ya sea para mejorar o empeorar)
predecían
cambios correspondientes en la adaptación de los adolescentes (Cui, Conger y
Lorenz,
2005). En otros estudios, muchachos y muchachas adolescentes cuyos padres se
divorciaron
más tarde mostraron más problemas académicos, psicológicos y conductuales
antes de
la separación que sus pares cuyos padres no se divorciaron más adelante (Sun,
2001).
Los adolescentes que vivían con padres que continuaban con su matrimonio
presentaban
significativamente menos problemas que aquellos en cualquier otra estructura
familiar
(progenitor soltero, en cohabitación o en familias por segundas nupcias), según
datos
de un importante estudio longitudinal a nivel nacional en Estados Unidos. Un factor
importante
es la participación del padre. La participación de alta calidad de un padre que no
reside en el hogar ayuda enormemente, pero no tanto como la participación de un
padre
que vive dentro del hogar (Carlson, 2006).
Los adolescentes que viven en familias con padres que cohabitan, al igual que los
niños más pequeños, exhiben mayores problemas conductuales y emocionales
que los adolescentes
en familias con padres casados; y, cuando uno de los padres cohabitantes no es
un progenitor biológico, también sufre la participación escolar. Para los
adolescentes, a
diferencia de los niños más pequeños, estos efectos son independientes de los
recursos
económicos, el bienestar de los padres o la efectividad de las prácticas de crianza
infantil,
lo que sugiere que la cohabitación de los padres puede resultar más problemática
para los
adolescentes que para los niños más pequeños (Brown, 2004).
Por otra parte, un estudio multiétnico de niños de 12 y 13 años de edad, hijos de
madres
solteras (evaluados por primera vez cuando los niños tenían seis y siete años de
edad),
no encontró efectos negativos en la crianza de padres solteros sobre el
desempeño escolar
ni un aumento en el riesgo de conductas problemáticas. Lo más importante eran el
nivel
y capacidad educativa de la madre, el ingreso familiar y la calidad del ambiente
escolar
(Ricciuti, 2004). Este hallazgo sugiere que los efectos negativos de vivir en un
hogar con
un progenitor soltero se pueden ver compensados por factores positivos.
Trabajo materno y estrés emocional
El impacto del trabajo de la madre fuera del hogar puede depender de si hay dos
padres en
casa o sólo uno. Es frecuente que una madre soltera como Mallie Robinson deba
trabajar
para evitar el desastre económico; la manera en que su trabajo afecte a sus hijos
adolescentes
puede residir en la cantidad de tiempo y energía que le quedan para usarlos con
ellos, lo bien que se mantiene enterada de su paradero y el tipo de modelo de rol
que proporciona.
Un estudio longitudinal de 819 niños entre los 10 y 14 años de edad de familias
urbanas de bajos ingresos señala la importancia del tipo de cuidado y supervisión
que los
adolescentes reciben después de la escuela. Aquellos que se manejan solos,
fuera
del hogar, pueden involucrarse con el consumo de alcohol y drogas y portarse
mal en la escuela, en especial si tienen antecedentes tempranos de conductas
problemáticas. Sin embargo, es menos probable que esto suceda cuando los
padres
monitorean las actividades de sus hijos y los vecindarios están activamente
involucrados (Coley, Morris y Hernández, 2004).
Como ya se había discutido, un problema importante en la mayoría de las
familias de progenitores solteros es la falta de dinero. En un estudio longitudinal
a nivel nacional en Estados Unidos, los hijos adolescentes de madres solteras de
bajos ingresos se vieron negativamente afectados por el empleo inestable de la
madre o porque ésta estuviese fuera de trabajo por dos años. Estos adolescentes
tuvieron mayor probabilidad de abandonar sus estudios y de experimentar
reducciones en autoestima y dominio (Kalil y Ziol-Guest, 2005). Además, las
dificultades económicas de la familia durante la adolescencia pueden afectar el
bienestar adulto. El grado de riesgo depende de si los padres ven su situación
como estresante, si el estrés interfiere con las relaciones familiares y de qué
manera
esto afecta los logros educativos y ocupacionales de los hijos (Sobolewski
y Amato, 2005).
Muchos adolescentes de familias de nivel socioeconómico bajo pueden
beneficiarse
de un capital social acumulado; del apoyo de familiares y comunidad.
En 51 familias afroestadounidenses en que adolescentes vivían con sus madres,
abuelas
o tías, las mujeres que contaban con fuertes redes familiares ejercitaban un
control más
firme y una supervisión más cercana al mismo tiempo que otorgaban la autonomía
apropiada,
y los chicos a los que cuidaban eran más autosuficientes y tenían menos
problemas
de conducta (R. D. Taylor y Roberts, 1995).
Adolescentes y hermanos
A medida que los adolescentes pasan más tiempo con sus pares, tienen menos
tiempo y
menos necesidad de la gratificación emocional que solían obtener del vínculo
entre hermanos.
Los adolescentes tienen relaciones menos cercanas con sus hermanos que con
sus
padres o amigos, se ven menos influidos por ellos e incluso se vuelven más
distantes a
medida que cursan su adolescencia (Laursen, 1996).
Los cambios en las relaciones entre hermanos bien pueden preceder cambios
similares
en la relación entre el adolescente y sus padres: más independencia por parte del
joven y
menos autoridad ejercida por la persona mayor. A medida que los jóvenes se
acercan a la
educación media superior, sus relaciones con sus hermanos se vuelven
progresivamente
más equitativas. Los hermanos mayores ejercen menos poder sobre los menores
y éstos
ya no necesitan de tanta supervisión. A medida que se reducen las diferencias
relativas en
edad, así también disminuyen las diferencias en competencia e independencia
(Buhrmester
y Furman, 1990).
Los hermanos mayores y menores tienen sentimientos distintos acerca de su
relación
cambiante. A medida que crecen los hermanos menores, los hermanos de mayor
edad
pueden ver al ahora más asertivo hermano o hermana menor como una gran
molestia. Sin
embargo, los hermanos de menor edad tienden a admirar a los mayores (de la
misma manera
que Jackie Robinson admiraba a su hermano Mack) y tratan de sentirse más
adultos
al identificarse con ellos y al emularlos (Buhrmester y Furman, 1990).
En un estudio longitudinal de cinco años de duración con 227 familias
estadounidenses
latinas y afroestadounidenses, las relaciones entre hermanos bajo ciertas
circunstancias
tenían efectos importantes sobre los hermanos menores. En los hogares con
madres
solteras, una relación cálida y nutricia con una hermana mayor tendía a evitar que
una
hermana menor participara en uso de sustancias y en conducta sexual riesgosa.
Sin embargo,
tener una hermana mayor dominante aumentaba la conducta sexual de alto riesgo
de una hermana menor (East y Khoo, 2005). Como mencionamos en el capítulo
15, los
hermanos mayores pueden influir en los menores a fumar, beber o a usar drogas
(Pomery
et al., 2005; Rende et al., 2005). En un estudio longitudinal con 206 muchachos y
sus
La relación entre hermanos se vuelve más
equitativa a medida que el hermano menor se
hermanos menores, los chicos menores que pasaban tiempo con un hermano
mayor antisocial
se encontraban en grave riesgo de conducta antisocial adolescente, uso de
drogas,
conducta sexual y violencia, independientemente de la disciplina parental (Snyder,
Bank
y Burraston, 2005).
Pares y amigos
Como lo descubrió Jackie Robinson, una fuente importante de apoyo emocional
durante
la compleja transición de la adolescencia —así como una fuente de presión para
conductas
que los padres posiblemente deploren— es el grupo de pares. Éste es una fuente
de
afecto, simpatía, comprensión y guía moral; un lugar donde experimentar, y un
entorno
para lograr la autonomía e independencia de los progenitores. Es un sitio para
formar
relaciones íntimas que sirven como ensayos para la intimidad adulta.
La influencia de los pares, en general, alcanza su máximo entre los 12 y 13 años
de
edad y declina a lo largo de la adolescencia media y tardía. A los 13 o 14 años de
edad, los
adolescentes populares pueden participar en conductas levemente antisociales,
como probar
drogas o meterse a un cine sin pagar, para demostrarles a sus pares su
independencia
de las reglas parentales (Allen, Porter, McFarland, Marsh y McElhaney, 2005). Sin
embargo,
es poco probable que el apego hacia los pares en la adolescencia temprana
vaticine
problemas verdaderos a menos que este apego sea tan intenso que el joven esté
dispuesto
a dejar de obedecer las reglas de la casa, abandone su trabajo escolar y
desarrolle sus propios
talentos a fin de obtener la aprobación de sus pares y la popularidad (Fulgini et al.,
2001).
En un estudio que demostró la influencia de pares en la toma de riesgos, 306
adolescentes,
jóvenes en edad universitaria y adultos jóvenes participaron en un juego de video
llamado “Gallina”. Los participantes más jóvenes tuvieron mayor probabilidad de
tomar
riesgos y de tomar decisiones riesgosas que los mayores. Para todos los grupos
de edad, la
toma de riesgos fue mayor en la compañía de pares que a solas, pero esto fue
más cierto en
el caso de los participantes más jóvenes que en el caso de los adultos (Gardner y
Steinberg,
2005).
Durante la infancia, la mayoría de las interacciones con los pares son diádicas, o
uno
a uno, aunque se empiezan a formar agrupaciones algo más grandes durante la
tercera
infancia. A medida que los niños ingresan en la adolescencia, las pandillas (grupos
estructurados
de amigos que hacen cosas juntos) adquieren importancia. Un tipo más grande
de agrupación, la coalición, que normalmente no existe antes de la adolescencia,
se basa
no en interacciones personales, sino en reputación, imagen o identidad. La
membresía en
una coalición es una construcción social, un conjunto de etiquetas mediante las
cuales los
jóvenes dividen el mapa social con base en el vecindario, la pertenencia étnica, el
nivel socioeconómico
y otros factores. Los tres niveles de agrupaciones de pares pueden existir de
manera simultánea y algunos pueden superponerse en membresías, lo cual puede
cambiar
con el tiempo (Brown y Klute, 2003).
Amistades
La intensidad e importancia de las amistades y la cantidad de tiempo que se pasa
con los
amigos probablemente es mayor durante la adolescencia que en cualquier otro
momento
del ciclo vital. Las amistades se vuelven más recíprocas, más equitativas y más
estables;
aquellas que no lo son pueden perder importancia o abandonarse.
Los adolescentes, al igual que los niños de menor edad, eligen amigos que se
asemejan
a ellos en género, raza/etnia y otros aspectos. Los amigos tienen actitudes y
logros académicos
similares y niveles parecidos en el consumo de drogas (Hamm, 2000) y pueden
influirse entre sí ya sea hacia las actividades prosociales (Barry y Wentzel, 2005) o
hacia
conductas riesgosas o problemáticas. De manera alternativa, las cualidades que
conducen
a que los amigos se elijan unos a otros pueden llevarlos a desarrollarse de manera
similar.
Al controlar estos efectos de selección, un estudio longitudinal de un año de
duración con
1 700 pares de amigos adolescentes encontró que la influencia de las amistades
en parrandas
alcohólicas y actividad sexual era bastante débil (Jaccard, Blanton y Dodge, 2005).
Una acentuación en intimidad, lealtad e intercambio marca la transición hacia las
amistades más adultas. Los adolescentes empiezan a depender más de sus
amigos que de
sus padres para obtener intimidad y apoyo y comparten confidencias más de lo
que lo
hacen los amigos de menor edad (Berndt y Perry, 1990; Buhrmester, 1990, 1996;
Hartup
y Stevens, 1999; Laursen, 1996). Las amistades entre chicas son más íntimas que
aquellas
entre muchachos, con un frecuente intercambio de confidencias (Brown y Klute,
2003).
La intimidad con amigos del mismo sexo aumenta durante la adolescencia
temprana a
media, después de lo cual típicamente declina a medida que aumenta la intimidad
con el
sexo opuesto (Laursen, 1996).
El aumento de la intimidad de la amistad adolescente refleja un desarrollo
cognitivo
además de emocional. Ahora, los adolescentes son más capaces de expresar sus
pensamientos
y sentimientos privados. Pueden considerar el punto de vista de otra persona con
mayor
presteza de modo que es más fácil para ellos comprender los pensamientos y
sentimientos
de sus amigos. Esta creciente intimidad refleja la preocupación del adolescente
temprano
por comprenderse a sí mismo. Confiar en un amigo ayuda a los jóvenes a explorar
sus sentimientos,
a definir su identidad y a confirmar su propia valía (Buhrmester, 1996).
La capacidad de intimidad se relaciona con la adaptación psicológica y con la
competencia
social. Por lo general, los adolescentes que tienen amistades cercanas, estables y
sustentadoras
tienen una elevada opinión de sí mismos, se desempeñan bien en la escuela, son
sociables y es poco probable que exhiban hostilidad, ansiedad o depresión (Berndt
y Perry,
1990; Buhrmester, 1990; Hartup y Stevens, 1999). También tienen vínculos
sólidos establecidos
con sus padres (Brown y Klute, 2003). Parece obrar un proceso bidireccional: las
buenas relaciones fomentan la adaptación que, a su vez, fomenta las buenas
amistades.
Pandillas
Las pandillas pueden existir entre los niños preadolescentes, pero son una
característica
más prominente de la adolescencia temprana. Se trata de grupos más amplios de
amigos,
que por lo común consisten de jóvenes de la misma edad, género y origen étnico.
Sin embargo,
la membresía en una pandilla se fundamenta no sólo en afinidad personal, sino
también en popularidad o estatus social. Una persona puede pertenecer a más de
una
pandilla o no pertenecer a ninguna y la membresía de las pandillas puede ser
estable o
cambiante (Brown y Klute, 2003).
La dinámica de la membresía en las pandillas durante la preadolescencia se basa
de
manera importante en el estatus, en especial en el caso de las niñas. Los
miembros con el
estatus más elevado son líderes reconocidos con autoridad absoluta para decidir
quién
pertenece y quién no. Las pandillas mismas forman una jerarquía; las pandillas de
nivel
más elevado son las más deseables para los ajenos, pero son las que mantienen
un control
más estricto sobre la membresía (Adler y Adler, 1995). En la adolescencia
temprana este
control social puede volverse un poco menos rígido (Brown y Klute, 2003).
La estructura de las pandillas puede parecer brutal a quienes la observan, pero en
efecto sirve para el propósito de “redirigir las prioridades de los jóvenes de las
normas sociales
infantiles a las adolescentes. Envía un mensaje directo en cuanto a quién está a
cargo
del sistema social de los pares (los pares, más que los adultos) y proporciona
información
inequívoca acerca de cómo proceder dentro de dicho sistema” (Brown y Klute,
2003, p.
341). También puede producirle angustia emocional a aquellos que tienen menor
éxito en
el manejo del sistema (Brown y Klute, 2003).
Coalición
El musical Amor sin barreras de Leonard Bernstein ilustra vívidamente el poder de
las coaliciones
adolescentes. Las etiquetas de las coaliciones son designaciones cognitivas para
una característica que tienen en común los miembros de éstas, como el vecindario
(del
lado oeste o del lado sur), origen étnico (portorriqueños o italianos), estatus con
los pares
(presumidos o perdedores), o capacidades, intereses o estilos de vida (cerebritos,
atletas,
drogos). Las categorías específicas mediante las cuales los adolescentes
describen su terreno
social pueden variar de una comunidad a otra.
Las coaliciones tienen diversos propósitos. Ayudan a los adolescentes a
establecer
su identidad y a reforzar su alianza con las normas conductuales de grupos
étnicos o
socioeconómicos. Como se dramatiza en Amor sin barreras, ser parte de una
coalición facilita
el establecimiento de relaciones con los pares dentro de la misma coalición y lo
hace
más difícil con personas ajenas; como con las pandillas, la afiliación a una
coalición se
vuelve más flexible a medida que progresa la adolescencia (Brown y Klute, 2003).
Relaciones románticas
Las relaciones románticas son parte central del mundo social de la mayoría de los
adolescentes.
Contribuyen al desarrollo tanto de la intimidad como de la identidad. Debido a
que se involucran con el contacto sexual, también implican el riesgo de
embarazos, ETS
y, en ocasiones, de victimización sexual. Casi uno de cada 11 estudiantes de nivel
medio
superior en Estados Unidos (el mismo número de muchachos y muchachas) se
ven sujetos
a la violencia en citas cada año (CDC, 2006f). Los rompimientos con las parejas
románticas
se encuentran entre los factores de predicción más poderosos de depresión y
suicidio
(Bouchey y Furman, 2003).
Con el advenimiento de la pubertad, la mayoría de los muchachos y muchachas
heterosexuales
empiezan a pensar acerca de los miembros del sexo opuesto y a interactuar
más con ellos. De manera típica, pasan de grupos mixtos o citas grupales a
relaciones
románticas uno a uno que incluyen pasión y un sentimiento de compromiso
(Bouchey y
Furman, 2003).
Las relaciones románticas se vuelven más intensas y más íntimas a lo largo de la
adolescencia
(Bouchey y Furman, 2003). Los adolescentes tempranos piensan primordialmente
en cómo la relación romántica afectará su estatus dentro de su grupo de pares
(Bouchey y Furman, 2003). Prestan poca o ninguna atención a las necesidades de
apego
o apoyo, como ayuda, cariño y cuidados, y su atención a las necesidades
sexuales se limita
a cómo participar en actividades sexuales y qué tipos de actividad sexual llevar a
cabo
(Bouchey y Furman, 2003; Furman y Wehner, 1997).
A mediados de la adolescencia, la mayoría de los jóvenes tiene al menos una
pareja
exclusiva durante varios meses hasta un año y el efecto de la elección de una
pareja sobre
el estatus entre los pares pierde importancia (Furman y Wehner, 1997). En
entrevistas con
1 316 estudiantes a nivel medio y medio superior, los muchachos exhibieron
menos confianza
que las chicas en lo concerniente a estas relaciones románticas iniciales. La
comodidad
de las muchachas con las relaciones románticas puede ser una extensión de su
mayor
intimidad en sus amistades con el mismo sexo (Giordano, Longmore y Manning,
2006).
Para los 16 años de edad, los adolescentes interactúan y piensan más acerca de
sus
parejas románticas que acerca de padres, amigos o hermanos (Bouchey y
Furman, 2003).
Sin embargo, no es sino hasta la adolescencia tardía o adultez temprana que las
relaciones
románticas empiezan a satisfacer la gama completa de necesidades emocionales
que tales
relaciones pueden satisfacer y aun entonces sólo en relaciones relativamente
largas (Furman
y Wehner, 1997).
Las relaciones con los progenitores y con los pares pueden afectar la calidad de
las
relaciones románticas. El matrimonio o relación romántica de los progenitores
puede servir
como modelo para el hijo adolescente. El grupo de pares forma un contexto para
la
mayoría de las relaciones románticas y puede afectar la elección de pareja del
adolescente
y la forma en que dicha relación se desarrolla (Bouchey y Furman, 2003).
Conducta antisocial y delincuencia juvenil
¿Qué es lo que influye a los jóvenes para que incurran —o se abstengan— de la
violencia
(apartado 17-2) o de otros actos antisociales? ¿Mediante qué procesos se
desarrollan
las tendencias antisociales? ¿Cómo es que las conductas problemáticas escalan a
la delincuencia
crónica, un desenlace que Jackie Robinson logró evitar? ¿Qué determina que un
delincuente juvenil se convierta en un criminal despiadado? Como se mencionó en
el capí
tulo 14, es posible que una interacción entre factores ambientales y genéticos o
biológicos
sustente gran parte de la conducta antisocial (van Goozen, Fairchild, Snoek y
Harold,
2007).
Convertirse en delincuente: factores genéticos
y neurológicos
La conducta antisocial se da en familias. Es decir, análisis de diversos estudios
han concluido
que los genes son responsables de 40 a 50% de la variación en conducta
antisocial
dentro de una población y de 60 a 65% de variación en la antisocialidad agresiva
(Rhee y
Waldman, 2002; Tackett, Krueger, Iacono y McGue, 2005).
Las deficiencias neurobiológicas, en especial en las áreas del cerebro que regulan
las
reacciones al estrés, pueden ayudar a explicar el porqué algunas personas se
convierten en
niños y adolescentes antisociales. Como resultados de estos déficit
neurobiológicos, que
pueden ser el resultado de la interacción entre factores genéticos o de un
temperamento
difícil y ambientes adversos tempranos, es posible que los niños no reciban o
presten atención
a las señales normales de alerta para refrenarse de conductas impulsivas o
precipitadas
(van Goozen et al., 2007).
Un informe del Secretario de Salud de Estados unidos
desafía algunos mitos o estereotipos relacionados con la violencia
juvenil (“Youth Violence”, 2001; véase cuadro). Uno
de los peores es el mito de que no hay nada que se pueda
hacer para prevenir o tratar la conducta violenta. Los programas
escolares diseñados para prevenir la conducta violenta al
promover la competencia social y la conciencia y el control
emocional han tenido un éxito moderado (Henrich, Brown y
Aber, 1999). Un programa en Galveston, Texas, que se dirigió
a factores de riesgo específicos condujo a una reducción de
arrestos por delitos juveniles (Thomas, Holzer y Wall, 2002).
Por desgracia, cerca de la mitad de los cientos de programas
que se utilizan dentro de las escuelas y comunidades resultan
tener carencias cuando se les evalúa de manera rigurosa.
¿Cuál es su punto de vista ?
¿Qué métodos para controlar la violencia juvenil le parece
que tengan las mayores probabilidades de funcionar?
¡Explore lo siguiente !
Para mayor información acerca de este tema, acuda a http://
www.searchinstitute.org/. El Search Institute es una organización
dedicada a “criar niños y adolescentes interesados y
responsables” proporcionando “beneficios del desarrollo” y
creando comunidades de salud.
Cinco mitos relacionados con la violencia juvenil
Mito Hecho
La mayoría de los infractores futuros pueden identificarse durante la
segunda infancia.
Los niños con trastornos de la conducta o con un
comportamiento descontrolado no necesariamente se convierten
en adolescentes violentos.
Los jóvenes afroestadounidenses e hispanos tienen mayores
probabilidades que jóvenes provenientes de otros grupos étnicos
de verse implicados en la violencia.
Aunque es posible que difieran las tasas de arrestos, los
autoinformes sugieren que la raza y la pertenencia étnica tienen
poco que ver con la proporción total de conducta violenta no fatal.
Una nueva raza de superdepredadores, que llegaron a la
adolescencia en la década de 1990, amenaza con convertir a
Estados Unidos en un país más violento de lo que ya es.
No existe evidencia alguna de que los jóvenes involucrados en
actos violentos durante la década de 1990 fueran más violentos o
viciosos que los jóvenes de años anteriores.
Juzgar a los infractores juveniles en cortes adultas estrictas hace
menos probable que cometan más delitos violentos.
Los menores enjuiciados en cortes adultas tienen tasas
significativamente más elevadas de reincidencia y de delitos
graves que los menores infractores procesados en cortes
adecuadas a su edad.
La mayoría de los jóvenes delincuentes terminarán siendo
arrestados por crímenes violentos.
La mayoría de los jóvenes involucrados en conductas violentas
nunca serán arrestados por un delito grave.
Fuente: Basado en datos de “Youth Violence”, 2001.
542 Parte 6 Adolescencia: sinopsis
Convertirse en delincuente: cómo interactúan
las influencias de la familia, los pares
y la comunidad
Como sugeriría la teoría de Bronfenbrenner, la conducta antisocial se
ve influida por factores que interactúan a diversos niveles; desde las
influencias del microsistema, como la hostilidad padres-hijos, las malas
prácticas de crianza infantil y la antisocialidad de los pares, hasta
influencias del macrosistema, como la estructura de la comunidad y
el apoyo social del vecindario (Buehler, 2006; Tolan, Gorman-Smith
y Henry, 2003). Esta red de influencias que interactúan se empieza a
tejer desde los inicios de la infancia.
Los padres modelan la conducta prosocial o antisocial mediante
sus respuestas a las necesidades emocionales básicas de los
niños (Krevans y Gibbs, 1996; Staub, 1996). Los padres de hijos que
se vuelven antisociales es posible que no hayan reforzado la buena
conducta durante su segunda infancia y hayan sido duros o inconsistentes,
o ambos, al castigar la mala conducta (Coie y Dodge, 1998;
Snyder, Cramer, Afrank y Patterson, 2005). A lo largo de los años, es
posible que estos padres no hayan estado cercana y positivamente involucrados
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  • 1. Desarrollo psicosocial en la adolescencia La cara en el espejo me mira fijamente demandándome ¿Quién eres? ¿En qué te convertirás? Y me recrimina. Ni siquiera lo sabes. Humillada, me acobardo y concuerdo y después porque aún soy joven, saco la lengua. Eve Merriam, “Conversations with myself”, 1964 Encuadre Jackie Robinson, leyenda del béisbol El 15 de abril de 1947, cuando Jack Roosevelt (“Jackie”) Robinson (1919- 1972), de 28 años de edad, se puso el uniforme de los Dodgers de Brooklyn y salió al parque de béisbol, Ebbets Field, se convirtió en el primer afroestadounidense del siglo XX en jugar béisbol en las grandes ligas. Para el final de su espectacular primera temporada en la que se le nombró Novato del Año, el nombre de Robinson se había vuelto más que conocido. Dos años después, se le eligió Jugador Más Valioso. Durante sus 10 años con los Dodgers, el equipo ganó seis títulos en su liga y Robinson jugó en seis Juegos de Estrellas consecutivos. Después de su retiro, se le seleccionó al Salón de la Fama en la primera ronda de votaciones. Su triunfo no fue un logro fácil. Cuando el administrador del equipo de los Dodgers, Branch Rickey, decidió contratar a Robinson de las Ligas afroestadounidenses, varios jugadores le pidieron que no le permitiera entrar al equipo. Sin embargo, la proeza atlética de Robinson y su porte distinguido ante los insultos y amenazas racistas, el correo amenazante y los intentos de daño físico, se ganaron el respeto del mundo del béisbol. Dentro de la siguiente década, la mayoría de los equipos de grandes ligas habían contratado jugadores afroestadounidenses. El béisbol se había convertido en “una de las primeras instituciones de la sociedad moderna en aceptar a los afroestadounidenses en una base relativamente equitativa” (Tygiel, 1983). Detrás de la leyenda de Jackie Robinson se encuentra la historia de un niño prodigiosamente talentoso que creció en una nación en que las oportunidades para los jóvenes afroestadounidenses eran extremadamente limitadas. Su abuelo había sido esclavo. Su padre, un mediero de Georgia, abandonó a su esposa y a sus cinco hijos cuando Jackie cumplió los seis meses de edad.
  • 2. Su madre, Mallie Robinson, era una mujer resuelta, profundamente religiosa, que inculcó en sus hijos su misma fortaleza moral y orgullo. Determinada a darles una buena educación, mudó a su familia a Pasadena, California. No obstante, en Pasadena había segregación casi en el mismo grado que en el prejuicioso sureste de Estados Unidos. Jackie Robinson vivía para los deportes. Idolatraba a su hermano Mack, quien se ganó una medalla de plata en las Olimpiadas de 1963. Para cuando Jackie inició su escolaridad media, ya era estrella por derecho propio. También hacía trabajos diversos después de la escuela. Aun así, tenía demasiado tiempo en sus manos. Se unió a una pandilla callejera de muchachos pobres afroestadounidenses, mexicanos y japoneses que “hervían en un resentimiento creciente al verse privados de algunas de las ventajas que tenían los chicos de raza blanca” (J. Robinson, 1995, p. 6). Las actividades de la pandilla (tirarle piedras a los automóviles y luces de la calle, romper ventanas y robarse manzanas de los puestos callejeros) eran lo suficientemente graves para meterlos en problemas. Pero en una ocasión se les llevó a la cárcel a punta de pistola tan sólo por nadar en una represa dado que se les negaba la entrada a la alberca municipal, exclusiva para personas de raza blanca. Más adelante, Robinson reflexionó: “pude haberme convertido en todo un delincuente juvenil” si no hubiese sido por la influencia de dos hombres. Uno de ellos era un mecánico automotriz, Carl Anderson, quien le señaló que “no se requería de valor para seguir a la multitud, que la valentía y la inteligencia se encontraban en la disposición a ser diferente” (J. Robinson, 1995, pp. 6-7). El otro era un joven ministro afroestadounidense, Karl Downs, quien atrajo a Robinson y a sus amigos a las actividades atléticas patrocinadas por la iglesia, escuchó sus inquietudes, los ayudó a conseguir trabajos y los convenció para que ayudaran a construir un centro juvenil —“una alternativa a quedarse vagando por las esquinas”— (J. Robinson, 1995, p. 8). Más adelante, en la universidad, Robinson se prestó como maestro voluntario en la escuela de catecismo
  • 3. de su iglesia. • • • La adolescencia es una época tanto de oportunidades como de riesgos. Los adolescentes se encuentran al borde del amor, de una vida de trabajo y de la participación en la sociedad adulta. Y, sin embargo, la adolescencia también es una época en la que algunos jóvenes participan en conductas que limitan sus posibilidades. En la actualidad, las investigaciones se centran cada vez más en cómo ayudar a los jóvenes a evitar los peligros que pueden limitarlos en la realización de su máximo potencial. Lo que salvó a Jackie Robinson, además de la influencia de su madre trabajadora e indómita, sus hermanos mayores y sus mentores adultos, fueron su talento y su pasión por los deportes, que a la larga le permitieron canalizar su motivación, energía, audacia y rebelión en contra del racismo en una dirección positiva. En los capítulos 15 y 16 analizamos algunos factores físicos y cognitivos, como la apariencia y el aprovechamiento escolar, que contribuyen al sentido del yo de los adolescentes. En el presente capítulo, enfocaremos la atención de manera más directa a la búsqueda de identidad. Discutiremos la forma en que los adolescentes se enfrentan a su sexualidad. Consideraremos la forma en que la individualidad naciente de los adolescentes se expresa en las relaciones con sus padres, hermanos y pares. Examinaremos las raíces de la conducta antisocial y las maneras de reducir los riesgos de la adolescencia para convertirla en un momento de crecimiento positivo y oportunidades en expansión. Por último, obtendremos un punto de vista transcultural de la adolescencia tardía y la adultez emergente. Una vez que lea y estudie el presente capítulo, podrá contestar cada una de las preguntas indicadoras de estudios que aparecen en la página siguiente. Búsquelos de nuevo en los márgenes a lo largo del capítulo, donde indican conceptos importantes. Para confirmar su comprensión de estos indicadores, revise el resumen al final del capítulo. Los puntos de verificación localizados a lo largo del material lo ayudarán a verificar su comprensión de lo que leyó. La búsqueda de la identidad
  • 4. La búsqueda de la identidad —según Erikson, una concepción coherente del yo formada por metas, valores y creencias con los que la persona se compromete de manera firme— se enfoca durante los años adolescentes. El desarrollo cognitivo de los adolescentes ahora les permite construir una “teoría del yo” (Elkind, 1998). Como enfatizó Erikson (1950), el esfuerzo por darle sentido al yo es parte de un proceso sano que se construye sobre las bases de los logros conseguidos en etapas anteriores (la confianza, la autonomía, la iniciativa y la industria) y que coloca los cimientos para enfrentarse a los retos de la vida adulta. Sin embargo, es raro que la crisis de identidad se resuelva por completo durante la adolescencia; las cuestiones relacionadas con la identidad surgen una y otra vez a lo largo de la adultez. Erikson: identidad versus confusión de identidad La tarea principal de la adolescencia, dijo Erikson (1968), es enfrentarse a la crisis de identidad versus confusión de identidad (o de identidad versus confusión de rol) a fin de convertirse en un adulto único con un sentido coherente del yo y un papel valorado dentro de la sociedad. Su concepto de crisis de identidad se fundamentaba, en parte, en su propia experiencia vital. Durante su infancia en Alemania como el hijo natural de una mujer judía de Dinamarca separada de su primer marido, Erikson nunca conoció a su padre biológico. Aunque a los nueve años fue adoptado por el segundo esposo de su madre, un pediatra alemán judío, sentía confusión acerca de quién era. Dio tumbos durante un tiempo antes de encontrar su vocación. Cuando emigró a Estados Unidos, necesitó redefinir su identidad como inmigrante. Todas estas cuestiones encontraron un eco en las crisis de identidad que observó en adolescentes perturbados, soldados en combate y miembros de grupos minoritarios (Erikson, 1969, 1973; L. J. Friedman, 1999). Según Erikson, la identidad se forma a medida que los jóvenes resuelven tres cuestiones principales: la elección de una ocupación, la adopción de los valores con los que vivirán y el desarrollo de una identidad sexual satisfactoria. Durante la tercera infancia, los niños
  • 5. adquieren las habilidades necesarias para lograr el éxito dentro de su cultura. Como adolescentes, necesitan encontrar formas constructivas de utilizar estas habilidades. Cuando a los jóvenes se les dificulta decidir su identidad ocupacional (o cuando sus oportunidades se encuentran limitadas, como era el caso para Jackie Robinson y sus amigos), es posible que incurran en conductas con consecuencias negativas graves, tales como actividades delictivas o embarazos tempranos. Según Erikson, la moratoria psicosocial, el periodo de libertad que proporciona la adolescencia, les permite a los jóvenes buscar compromisos a los que pueden ser fieles. Los compromisos de Jackie Robinson fueron desarrollar su potencial atlético y ayudar a mejorar la posición de los afroestadounidenses dentro de Estados Unidos. En la actualidad, dice el psicólogo David Elkind, muchos adolescentes encuentran “que se les impone una adultez prematura” (1998, p. 7). Carecen del tiempo y de la oportunidad para tener una moratoria psicosocial: el periodo de libertad necesario para desarrollar un yo estable y dirigido hacia el interior. De acuerdo con Erikson, los adolescentes que resuelven la crisis de identidad de manera satisfactoria desarrollan la virtud de la fidelidad: lealtad sostenida, esperanza o una sensación de pertenecer a una persona amada o a los amigos y compañeros. La fidelidad también puede significar una identificación con un conjunto de valores, una ideología, una religión, un movimiento político, un interés creativo o un grupo étnico (Erikson, 1982). La fidelidad es una extensión de la confianza. Durante la lactancia, es importante que la confianza en los demás supere la desconfianza; en la adolescencia, adquiere importancia la confianza en sí mismo. Los adolescentes extienden su confianza a mentores o seres amados. Al compartir sus pensamientos y sentimientos, el adolescente aclara una identidad tentativa al verla reflejada en los ojos de la persona amada. Sin embargo, estas intimidades adolescentes difieren de la intimidad madura, que implica un mayor compromiso, sacrificio y transigencia. Erikson consideraba que el peligro principal de esta etapa era la confusión de identidad o rol, que puede demorar enormemente la llegada de la adultez psicológica. (Él mismo no resolvió su propia crisis de identidad hasta mediados de su segunda década de vida). No obstante, es normal cierto grado de confusión de identidad. Según Erikson, ésta explica la naturaleza aparentemente caótica de gran parte de la conducta adolescente y la dolorosa inhibición que exhiben los jóvenes. La pertenencia a camarillas y la intolerancia ante las diferencias, ambas sellos
  • 6. distintivos de la adolescencia, son defensas en contra de la confusión de identidad. La teoría de Erikson describe el desarrollo de la identidad masculina como la norma. Según Erikson, un hombre no es capaz de la verdadera intimidad hasta después que adquiere una identidad estable, mientras que las mujeres se definen a sí mismas por medio del matrimonio y la maternidad (algo que pudo haber sido más cierto cuando Erikson desarrolló su teoría que en la actualidad). Por consiguiente, decía Erikson, las mujeres (a diferencia de los hombres) desarrollan su identidad por medio de la intimidad, no antes de la misma. Como veremos, esta orientación masculina de la teoría de Erikson ha provocado críticas. Aun así, el concepto de crisis de identidad de Erikson ha inspirado una gran cantidad de investigaciones valiosas. Marcia: estado de identidad (crisis y compromiso) Caterina, Andrea, Nick y Mark estaban todos a punto de graduarse de la educación media superior. Kate (como le dice todo el mundo) ha reflexionado acerca de sus intereses y talentos y planea convertirse en ingeniero. Ha reducido sus elecciones universitarias a tres buenas instituciones que ofrecen buenos planes de estudio en su campo. Andrea sabe exactamente lo que va a hacer con su vida. Su madre, una líder sindical en una fábrica de plásticos, ha hecho arreglos para que Andrea asista a un programa como aprendiz en la compañía. Andrea nunca ha considerado hacer otra cosa. Nick agoniza acerca de su futuro. ¿Debería asistir a una universidad técnica o enlistarse en el ejército? Todavía no puede decidir qué debe hacer ahora ni lo que quiere hacer a futuro. Mark aún no tiene idea de lo que quiere hacer, pero no está preocupado. Supone que puede conseguir algún tipo de empleo y tomar una decisión acerca de su futuro cuando se sienta preparado para hacerlo. Estos cuatro jóvenes están involucrados en la formación de su identidad. ¿Qué explica las diferencias en la manera en que lo hacen y cómo es que estas diferencias afectarán el resultado? Según las investigaciones del psicólogo James E. Marcia (1966, 1980), estos
  • 7. adolescentes se encuentran en cuatro diferentes estados de identidad, estados de desarrollo del yo (self). Por medio de entrevistas semiestructuradas de estado de identidad de 30 minutos de duración (Kroger, 2003; cuadro 17-1), Marcia distinguió entre cuatro tipos distintos de estado de identidad: logro de identidad, exclusión, moratoria y difusión de identidad. Las cuatro categorías difieren según la presencia o ausencia de crisis y compromiso, los dos elementos que Erikson consideraba como esenciales para la formación de la identidad. Marcia define la crisis como un periodo de toma de decisiones conscientes y el compromiso como inversión personal en una ocupación o ideología (sistema de creencias). Encontró relaciones entre el estado de identidad y características tales como ansiedad, autoestima, razonamiento moral y patrones de comportamiento. Basándose en la teoría de Marcia, otros investigadores identificaron otras variables de personalidad y familiares relacionadas con los estados de identidad (cuadro 17-2). A continuación se proporciona un boceto más detallado de los jóvenes en cada estado de identidad: • Logro de identidad (crisis que conduce a un compromiso). Caterina ha resuelto su crisis de identidad. Durante el periodo de crisis, dedicó gran cantidad de reflexión y cierto esfuerzo emocional a las principales cuestiones de su vida. Ha realizado sus elecciones y expresa un fuerte compromiso hacia las mismas. Sus padres la han alentado a tomar sus propias decisiones; han escuchado sus ideas, y le han dado sus opiniones sin presionarla a que las adopte. Caterina es pensativa, pero no tan introspectiva que le impida actuar. Tiene un buen sentido del humor, funciona bien bajo estrés, es capaz de relacionarse íntimamente y se atiene a sus estándares al mismo tiempo que permanece abierta a ideas nuevas. La investigación en una variedad de culturas ha encontrado que las personas en esta categoría son más maduras y más competentes socialmente que las personas en las otras tres categorías (Marcia, 1993).
  • 8. • Exclusión (compromiso sin crisis). Andrea ha hecho compromisos, no como resultado de la exploración de sus posibles opciones, sino al aceptar los planes que alguien más ha hecho para su vida. Se siente feliz y confiada, tal vez incluso superior y autosatisfecha, y se torna dogmática cuando se cuestionan sus opiniones. Tiene vínculos estrecrisis chos con su familia, es obediente y sigue a líderes poderosos, como su madre, quien no acepta disconformidades. • Moratoria (crisis sin que aún haya compromiso). Nick se encuentra en crisis, luchando con sus decisiones. Es vivaz, hablantín, confiado y escrupuloso, pero también ansioso y temeroso. Siente apego hacia su madre, pero se resiste ante su autoridad. Quiere tener una novia, pero todavía no ha desarrollado una relación cercana. Es probable que a la larga salga de su crisis con la capacidad de hacer compromisos y lograr una identidad. • Difusión de identidad (sin compromiso, sin crisis). Mark no ha considerado sus opciones de manera seria y ha evitado comprometerse. No se siente seguro de sí mismo y es poco cooperativo. Sus padres no discuten su futuro con él; le dicen que eso depende de él. Las personas en esta categoría se sienten infelices y a menudo solitarias. Estas categorías no son etapas; representan el estado del desarrollo de la identidad durante un momento en particular y es probable que éste cambie en cualquier sentido a medida que los jóvenes continúan desarrollándose (Marcia, 1979). Cuando las personas de mediana edad miran hacia el pasado, lo más común es que puedan trazar su camino de la exclusión a la moratoria, y de ahí al logro de identidad (Kroger y Haslett, 1991). Como propuso Marcia, a partir de la adolescencia tardía más y más personas se encuentran en moratoria o logro: están buscando o encontrando su identidad. Cerca de la mitad de los adolescentes tardíos permanecen en exclusión o difusión, pero cuando el desarrollo sucede, típicamente se da en la dirección descrita por Marcia (Kroger, 2003). Además, aun
  • 9. cuando las personas en exclusión parecen haber tomado decisiones finales, a menudo no es el caso. Diferencias de género en la formación de la identidad Muchas investigaciones sustentan la perspectiva de Erikson de que, para las mujeres, la identidad y la intimidad se desarrollan de manera conjunta. No obstante, en lugar de considerar que este patrón es una desviación a partir de una norma masculina, algunos investigadores lo califican como una debilidad en la teoría de Erikson que, según afirman, se basa en los conceptos occidentales androcéntricos de individualidad, autonomía y competitividad. Según Carol Gilligan (1982, 1987a, 1987b; L. M. Brown y Gilligan, 1990), el sentido del yo femenino se desarrolla no tanto por medio del logro de una identidad separada, sino mediante el establecimiento de relaciones. Las niñas y las mujeres, dice Gilligan, moratoria Estado de identidad, descrito por Marcia, en el que una persona considera alternativas (en crisis) y parece dirigirse al compromiso. ¿Cuál es su punto de vista ? • ¿A cuál de los estados de identidad cree que usted haya pertenecido durante su adolescencia? • ¿Ha cambiado su estado de identidad desde entonces? De ser así, ¿de qué manera? Cuadro 17-2 Factores familiares y de personalidad asociados con adolescentes en los cuatro estados de identidad Factor Logro de identidad Exclusión Moratoria Difusión de identidad Familiar Los padres alientan la autonomía y la conexión con los maestros; se exploran las diferencias dentro de un contexto de mutualidad. Los padres se encuentran demasiado involucrados con sus hijos; las familias evitan expresar sus diferencias. A menudo, los adolescentes se ven implicados en una lucha
  • 10. ambivalente con la autoridad parental. Los padres son informales en cuanto a sus actitudes de crianza infantil; rechazan a sus hijos o no se encuentran disponibles. De personalidad Altos niveles de desarrollo del yo, razonamiento moral, certeza propia, autoestima, desempeño bajo estrés e intimidad. Niveles máximos de autoritarismo y pensamiento estereotípico, obediencia a la autoridad, relaciones dependientes, bajos niveles de ansiedad. Máxima ansiedad y temor al éxito; altos niveles de desarrollo del yo, razonamiento moral y autoestima. Resultados heterogéneos con bajos niveles de desarrollo del yo, razonamiento moral, complejidad cognitiva y certeza propia; bajas capacidades cooperativas. * Estas asociaciones han surgido a partir de un número de estudios separados. Debido a que todos los estudios han sido correlativos más que longitudinales, es imposible afirmar que cualquier factor por sí mismo ocasionó la colocación en cualquiera de los estados de identidad. Fuente: Kroger, 1993. difusión de identidad Estado de identidad, descrito por Marcia, que se caracteriza por ausencia de compromiso y falta de consideración seria de las alternativas. Capítulo 17 Desarrollo psicosocial en la adolescencia 519 se juzgan a sí mismas según su manejo de las responsabilidades y su capacidad de cuidar de otros, así como de sí mismas. Algunos científicos del desarrollo cuestionan qué tan distintos en realidad son los caminos
  • 11. masculino y femenino hacia la identidad —en especial en la actualidad— y sugieren que es posible que las diferencias individuales sean más importantes que las diferencias de género (Archer, 1993; Marcia, 1993). De hecho, Marcia (1993) argumenta que la tensión constante entre independencia y conectividad representa el núcleo de todas las etapas psicosociales de Erikson tanto para mujeres como para hombres. En las investigaciones acerca de los estados de identidad de Marcia, son pocas las diferencias de género que han aparecido (Kroger, 2003). No obstante, el desarrollo de la autoestima durante la adolescencia parece prestar apoyo al punto de vista de Gilligan. La autoestima masculina parece vincularse con los esfuerzos por los logros individuales, mientras que la autoestima femenina depende más de las conexiones con los demás (Thorne y Michaelieu, 1996). Una preponderancia de evidencia parece sugerir que las muchachas adolescentes tienen una menor autoestima, en promedio, que los muchachos adolescentes, aunque este hallazgo ha resultado polémico. Diversos estudios bastante extensos realizados recientemente han encontrado que la autoestima disminuye durante la adolescencia, más rápidamente en el caso de las niñas que de los niños, y que después vuelve a aumentar de manera gradual durante el paso hacia la adultez. Es posible que estos cambios se deban, en parte, a la imagen corporal y otras ansiedades asociadas con la pubertad y con las transiciones a la educación media y media superior (Robins y Trzesniewski, 2005). Como veremos, este patrón parece ser distinto en el caso de los grupos minoritarios. Factores étnicos en la formación de la identidad Para muchos jóvenes provenientes de grupos minoritarios, su raza u origen étnico es esencial en la formación de su identidad. Siguiendo el modelo de Marcia, algunos investigadores han identificado cuatro estados de identidad étnica (Phinney, 1998): • Difusión: Juanita ha hecho una exploración mínima o nula de su origen étnico y no comprende las cuestiones implicadas con claridad. • Exclusión: Kwame ha hecho una exploración mínima o nula de su origen étnico; sin
  • 12. embargo, tiene sentimientos definidos acerca del mismo. Estos sentimientos pueden ser positivos o negativos dependiendo de las actitudes que haya absorbido en casa. • Moratoria: Cho-san ha empezado a explorar su origen étnico, pero está confusa en cuanto a lo que éste significa para ella. • Logro: Diego ha explorado su identidad y comprende y acepta su origen étnico. El cuadro 17-3 cita afirmaciones representativas de jóvenes minoritarios en cada estado. Un estudio de 940 afroestadounidenses adolescentes, universitarios y adultos encontró evidencia de los cuatro estados de identidad en cada grupo de edad. Sólo 27% de los adolescentes se encontraban en el estado de logro, en comparación con 47% de los universitarios y 56% de los adultos. En lugar de esto, los adolescentes tenían mayores probabilidades de encontrarse en moratoria (42%), y continuaban con su exploración de lo que significa ser afroestadounidense. Cerca de 25% de los adolescentes se encontraban en el estado de exclusión, con sentimientos acerca de su identidad afroestadounidense basados en su educación familiar. Los tres grupos (logro, moratoria y exclusión) informaron una mayor opinión positiva por ser afroestadounidenses que el 6% de adolescentes en difusión (ni comprometidos ni en exploración). Aquellos individuos pertenecientes a cualquier grupo de edad que se encontraban en el estado de logro tuvieron mayor probabilidad de considerar que la raza era central para su identidad (Yip, Seaton y Sellers, 2006). Otro modelo se centra en tres aspectos de la identidad racial/étnica: conectividad hacia el propio grupo racial/étnico, conciencia del racismo y arraigamiento de logros, la creencia en que el aprovechamiento académico forma parte de la identidad grupal. Un estudio longitudinal de jóvenes minoritarios de bajos ingresos encontró que los tres aspectos de la identidad parecen estabilizarse e incluso aumentar ligeramente para mediados de la adolescencia. La identidad racial/étnica puede servir como barrera contra tendencias hacia una disminución de calificaciones y conexión con la escuela durante la transición de la
  • 13. educación media a la media superior (Altschul, Oyserman y Bybee, 2006). Por otra parte, la discriminación percibida durante la transición a la adolescencia puede interferir con la formación positiva de la identidad y conducir a problemas de conducta y depresión. Los factores de protección son una crianza infantil nutricia e involucrada, amigos prosociales y un sólido desempeño académico (Brody et al., 2006). Un estudio longitudinal, de tres años de duración, con 420 estadounidenses negros, latinos y europeos analizó dos dimensiones de la identidad étnica: estima grupal (sentirse bien acerca de la pertenencia étnica propia) y exploración del significado de la pertenencia étnica en la vida propia. La estima grupal aumentó tanto a inicios como a mediados de la adolescencia, en especial en los adolescentes negros y latinos, cuya estima grupal era más baja de inicio. La exploración del significado de la pertenencia étnica aumentó únicamente a mediados de la adolescencia, tal vez como reflejo de la transición de instituciones vecinales de educación primaria o media relativamente homogéneas a instituciones de educación media superior con una mayor diversidad étnica. Es posible que la interacción con miembros de otros grupos étnicos estimule la curiosidad de los jóvenes en cuanto a su propia identidad étnica (French, Seidman, Allen y Aber, 2006). A diferencia del patrón que se encontró entre la población general, los adolescentes minoritarios, tanto chicas como chicos, a menudo adquieren una mayor autoestima con la edad, según informes de los estudiantes en una institución pública de educación media superior en Nueva York. El apoyo familiar fue el factor más poderoso en la autoestima, seguido de un ambiente escolar positivo (Greene y Way, 2005). El término socialización cultural se refiere a las prácticas de crianza infantil que enseñan a los niños acerca de su herencia racial o étnica, promueven costumbres y tradiciones culturales e inspiran el orgullo racial/étnico y cultural. Los adolescentes que han experimentado una socialización cultural tienen una identidad étnica más poderosa y positiva que aquellos individuos que no la han experimentado (Hughes et al., 2006).
  • 14. Sexualidad Verse a uno mismo como ser sexual, reconocer la propia orientación sexual, lidiar con los impulsos sexuales y formar vínculos emocionales o sexuales son, todos, parte del logro de la identidad sexual. La conciencia de la sexualidad es un aspecto importante de la formación de la identidad y afecta la autoimagen y las relaciones de manera profunda. Aunque este proceso se ve impulsado en sentido biológico, su expresión se define, en parte, en forma cultural. Durante el siglo XX, un cambio importante de actitudes y conductas sexuales en Estados Unidos y otras naciones industrializadas trajo consigo una mayor aceptación de las relaciones sexuales prematrimoniales, de la homosexualidad y de otras formas de actividad sexual que antes se desaprobaban. Con el amplio acceso al Internet, se ha vuelto común el sexo casual con fugaces ciber-amistades que se vinculan por medio de chatrooms en línea o sitios de reunión para solteros. Los teléfonos celulares, el correo electrónico y los mensajes de texto facilitan que los adolescentes arreglen reuniones con desconocidos incorpóreos, aislados del escrutinio adulto. Estos cambios han traído consigo mayores preocupaciones acerca de la toma de riesgos sexuales. Por otra parte, la epidemia de Sida ha conducido a muchos jóvenes a abstenerse de la actividad sexual fuera de relaciones comprometidas o a participar en prácticas de sexo seguro. Orientación sexual e identidad Aunque se encuentra presente en niños más pequeños, es durante la adolescencia, por lo general, que la orientación sexual de una persona se convierte en un aspecto apremiante: que una persona se sienta sexualmente atraída de manera consistente a personas del sexo opuesto (heterosexual), del mismo sexo (homosexual) o de ambos sexos (bisexual). La heterosexualidad predomina en casi todas las culturas conocidas a lo largo del planeta. La prevalencia de la orientación homosexual varía ampliamente, según se defina y mida. Ya
  • 15. sea que se mida de acuerdo con la atracción o excitación sexual o romántica, según la conducta sexual o según la identidad sexual, la tasa de homosexualidad en la población estadounidense varía de 1 a 21% (Savin-Williams, 2006). Muchos jóvenes tienen una o más experiencias homosexuales durante su crecimiento, pero las experiencias aisladas e incluso las atracciones o fantasías homosexuales ocasionales no determinan la orientación sexual. En una encuesta nacional, 4.5% de los varones entre 15 a 19 años de edad y 10.6% de las mujeres entre 15 y 19 años de edad informaron que tuvieron contacto sexual con personas de su mismo sexo, pero sólo 2.4% de los varones y 7.7% de las mujeres informaron haberlo hecho durante el año anterior (Mosher, Chandra y Jones, 2005). Es posible que estos autoinformes se vean afectados por el estigma social, ocasionando una infradeclaración de la prevalencia de homosexualidad y bisexualidad. Orígenes de la orientación sexual Gran parte de la investigación acerca de la orientación sexual se ha enfocado en los esfuerzos por explicar la homosexualidad. Aunque en el pasado se le consideró enfermedad mental, varias décadas de investigación no han encontrado asociación alguna entre la orientación homosexual y los problemas emocionales o sociales, a excepción de aquellos aparentemente ocasionados por el trato social que se da a los homosexuales, como una tendencia a la depresión (American Psychological Association, APA, s.f.; C. J. Patterson, 1992, 1995a, 1995b). Estos hallazgos condujeron a la profesión psiquiátrica a dejar de clasificar a la homosexualidad como trastorno mental en 1973. Según parece, la orientación sexual es, en parte, genética (Diamond y Savin-Williams, 2003). La primera exploración completa de todo el genoma para la orientación sexual masculina ha identificado tres tramos de ADN en los cromosomas 7, 8 y 10 que están implicados (Mustanski et al., 2005). No obstante, debido a que los gemelos idénticos no son perfectamente concordantes en cuanto a su orientación sexual, debe haber factores no genéticos que desempeñen algún papel. Es posible que distintas combinaciones de causas operen en individuos diferentes y tal vez esto también explique las diferencias individuales en cuanto a la edad a la que surge la atracción hacia personas del mismo sexo (Diamond y Savin-Williams, 2003). Mientras más hermanos varones mayores tenga un hombre, tendrá mayores probabilidades
  • 16. de ser homosexual; pero sólo si son hermanos biológicos. En un análisis de 905 hombres y sus hermanos biológicos, adoptivos, medios hermanos y hermanastros, el único factor significativo en si un varón era heterosexual u homosexual era el número de veces que su madre había dado a luz a varones. Cada hermano varón mayor aumentaba las probabilidades de homosexualidad en un hermano menor por 33%. Este fenómeno puede ser una respuesta acumulativa tipo inmune ante la presencia de “cuerpos extraños” (fetos masculinos) en la matriz (Bogaert, 2006). Un investigador ha informado de una diferencia en el tamaño del hipotálamo, una estructura cerebral que gobierna la actividad sexual, entre hombres heterosexuales y homosexuales. Sin embargo, no se sabe si esta diferencia surge antes o después del nacimiento (LeVay, 1991). En estudios de imágenes cerebrales acerca de los efectos de las feromonas, olores que atraen a la pareja, el olor del sudor masculino activó el hipotálamo de los varones gay de manera muy similar a lo que sucedió en el caso de mujeres heterosexuales. Asimismo, las mujeres lesbianas, al igual que los hombres heterosexuales, reaccionaron de manera más positiva ante feromonas femeninas que masculinas, aunque el efecto fue menor (Savic, Berglund y Lindström, 2005; Savic, Berglund y Lindström, 2006). Sin embargo, todavía no sabemos si estas diferencias son la causa de la homosexualidad o si son un efecto de la misma. Desarrollo de la identidad homosexual y bisexual A pesar de la creciente aceptación de la homosexualidad en Estados Unidos, muchos adolescentes que se identifican abiertamente como gay, lesbianas o bisexuales se sienten aislados en un ambiente hostil. Pueden verse sujetos a la discriminación e incluso a la violencia. Otros pueden sentirse reacios a declarar su orientación sexual, incluso ante sus padres, por temor a una fuerte desaprobación o a una ruptura en la familia (Hillier, 2002; C. J. Patterson, 1995b). Puede ser que se les dificulte conocer e identificar parejas potenciales de su mismo sexo. Así, el reconocimiento y expresión de la identidad sexual de los
  • 17. homosexuales son más complejas y siguen un cronograma menos definido que los heterosexuales (Diamond y Savin-Williams, 2003). No existe una ruta única en el desarrollo de la identidad y conducta gay, lésbica o bisexual. Debido a la falta de maneras socialmente aceptadas de explorar su sexualidad, muchos adolescentes homosexuales experimentan una confusión de identidades (Sieving, Oliphant y Blum, 2002). Los jóvenes gay, lesbianas y bisexuales que no pueden establecer grupos de pares que compartan su orientación sexual pueden tener dificultades en reconocer atracciones hacia miembros del mismo sexo (Bouchey y Furman, 2003; Furman y Wehner, 1997). Un modelo del desarrollo de la identidad sexual gay o lésbica propone la siguiente secuencia: 1) concienciación de atracción hacia el mismo sexo (iniciándose entre los ocho y 11 años de edad); 2) conductas sexuales homosexuales (12 a 15 años de edad); 3) identificación como gay o lesbiana (15 a 18 años de edad); 4) revelarse ante los demás (17 a 19 años de edad) y 5) desarrollo de relaciones románticas con personas del mismo sexo (18 a 20 años de edad). Sin embargo, es posible que este modelo no refleje de manera fiel la experiencia de hombres gay más jóvenes, muchos de los cuales pueden sentirse más libres que en el pasado de declarar su orientación sexual en forma abierta; de mujeres lesbianas o bisexuales, cuyo desarrollo de la identidad sexual puede ser más lento, más flexible y más asociado con factores emocionales y situacionales que el de los varones gay; y de las minorías étnicas, cuyas culturas y comunidades tradicionales pueden adherirse a creencias religiosas firmes o a roles de género estereotípicos, conduciendo a conflictos internos y familiares (Diamond, 1998, 2000; Diamond y Savin-Williams, 2003; Dubé y Savin-Williams, 1999). Conducta sexual A nivel internacional, existen enormes variaciones en la cronología de la iniciación heterosexual. les para los 17 años de edad es cerca de 10 veces mayor en Mali (72%) que en Tailandia (7%) o las Filipinas (6%). Existen diferencias similares en el caso de los varones. Aunque
  • 18. una iniciación sexual masculina más temprana es la norma en la mayoría de las culturas, en Mali y Ghana más mujeres que varones se vuelven sexualmente activas a una edad temprana (Singh et al., 2000). De acuerdo con encuestas nacionales, en Estados Unidos 77% de los jóvenes han tenido relaciones sexuales para los 20 años de edad. Esta proporción ha sido aproximadamente igual desde mediados de la década de 1960 y el advenimiento de la píldora anticonceptiva (Finer, 2007). La muchacha promedio tiene sus primeras relaciones sexuales para los 17 años de edad, el varón promedio para los 16 años de edad y cerca de 25% de muchachos y muchachas informan haber sostenido relaciones sexuales para los 15 años de edad (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Los afroestadounidenses y los latinos inician su actividad sexual antes que los jóvenes de raza blanca (Kaiser Family Foundation, Hoff, Grenne y Davis, 2003). Mientras que en años anteriores los muchachos adolescentes se encontraban en mayores probabilidades de ser sexualmente experimentados que las muchachas adolescentes, éste ya no es el caso: en 2002, 49% de los muchachos entre los 15 y los 19 años de edad y 53% de las muchachas en el mismo grupo de edad informaron haber tenido coito vaginal (Mosher et al., 2005). En un estudio de varones homosexuales y bisexuales, las primeras relaciones sexuales hombre-hombre informadas entre jóvenes estadounidenses de origen asiático sucedieron cerca de tres años más tarde que entre varones de raza blanca, afroestadounidenses y latinos. Este patrón de actividad sexual demorada también se ha encontrado entre varones heterosexuales estadounidenses de origen asiático, lo que posiblemente refleje fuertes presiones culturales a reservar las relaciones sexuales para el matrimonio o la adultez y después tener hijos que difundan el nombre familiar (Dubé y Savin-Williams, 1999). Toma de riesgos sexuales Dos preocupaciones graves relacionadas con la actividad sexual adolescente son el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual (ETS) y, en el caso de la actividad heterosexual, el embarazo. Aquellos que se encuentran en mayor riesgo son los jóvenes que
  • 19. inician su actividad sexual de manera temprana, que tienen parejas múltiples, que no usan métodos anticonceptivos de manera regular y que cuentan con una información inadecuada —o errónea— acerca del sexo (Abma et al., 1997). Otros factores de riesgo incluyen vivir en una comunidad de NSE bajo, uso de sustancias, conducta antisocial y asociación con pares con comportamiento desviado. La supervisión parental puede ayudar a reducir estos riesgos (Baumer y South, 2001; Capaldi, Stoolmiller, Clark y Owen, 2002). ¿Por qué razón es que algunos adolescentes se vuelven sexualmente activos a una edad temprana? Es posible que existan diversos factores implicados, incluyendo un ingreso temprano a la pubertad, pobreza, desempeño escolar deficiente, falta de metas académicas y ocupacionales, antecedentes de abuso sexual o descuido parental y patrones culturales o familiares de experiencia sexual temprana (Klein y Committee on Adolescence, 2005). La ausencia de un padre, en especial a una edad temprana, es un factor importante (Ellis et al., 2003). Los adolescentes que tienen una relación cercana y cálida con sus madres están en mayores probabilidades de demorar su actividad sexual. Lo mismo sucede con aquellos que perciben que sus madres desaprueban ese tipo de actividad (Jaccard y Dittus, 2000; Sieving, McNeely y Blum, 2000). Otras razones por las que los adolescentes se abstienen de tener relaciones sexuales son: que está en contra de su moral o religión y que no quieren arriesgarse a un embarazo (Abma, Martínez, Mosher y Dawson, 2004). Una de las influencias más poderosas es la percepción de las normas del grupo de pares. Es frecuente que los jóvenes se sientan presionados a participar en actividades para las que no se sienten preparados. En una encuesta nacional representativa, casi un tercio de los adolescentes entre 15 y 17 años de edad, en especial varones, dijeron que habían experimentado presión para tener relaciones sexuales (Kaiser Family Foundation et al., 2003; cuadro 17-4). A medida que los adolescentes estadounidenses se han vuelto más conscientes de los
  • 20. riesgos de la actividad sexual, el porcentaje de aquellos que alguna vez han sostenido re-El porcentaje de mujeres que informa haber tenido sus primeras relaciones sexua- laciones sexuales ha disminuido, especialmente entre los varones (Abma et al., 2004). Sin embargo, las formas de actividad sexual genital que no implican coito, como sexo oral, sexo anal y masturbación mutua, son comunes. Muchos adolescentes heterosexuales no consideran que estas actividades sean equivalentes al sexo, sino como sustitutos o precursores al mismo o, incluso, como abstinencia (Remez, 2000). En una encuesta nacional, poco más de la mitad de mujeres y varones adolescentes informaron haber dado o recibido sexo oral, un número mayor al de aquellos que habían tenido coito vaginal (Mosher et al., 2005). Uso de anticonceptivos El uso de anticonceptivos entre adolescentes ha aumentado desde 1990 (Abma et al., 2004). Cerca de 83% de mujeres y 91% de varones en una encuesta indicaron que habían utilizado métodos anticonceptivos en la ocasión más reciente en la que habían sostenido relaciones sexuales (Abma et al., 2004). Los adolescentes que durante su primera relación emocional demoran el momento para sostener relaciones sexuales, discuten la contracepción antes de iniciar su actividad sexual o utilizan más de un método anticonceptivo, y tienen mayores probabilidades de utilizar contraceptivos de manera consistente a lo largo de la relación (Manlove, Ryan y Franzetta, 2003). La mejor defensa para los adolescentes sexualmente activos es el uso regular de condones, que dan cierta protección contra las ETS, así como contra el embarazo. El uso de condones ha aumentado en años recientes (figura 17-1), como también lo ha hecho el uso de la píldora anticonceptiva y los nuevos métodos hormonales e inyectables de contracepción o las combinaciones de métodos (Abma et al., 2004). Aun así, en 2003, sólo 63% de los estudiantes adolescentes sexualmente activos a nivel medio superior informaron haber utilizado condones durante sus últimas relaciones sexuales (Klein y Committee on
  • 21. Adolescence, 2005). Los adolescentes que empiezan a utilizar anticonceptivos recetados, a menudo dejan de utilizar condones, no dándose cuenta de que quedan desprotegidos contra las ETS (Klein y Committee on Adolescence, 2005). ¿De dónde obtienen información acerca del sexo los adolescentes? Los adolescentes obtienen su información acerca del sexo principalmente de amigos, padres, educación sexual en la escuela y los medios (Kaiser Family Foundation et al., 2003). Cuadro 17-4 Los adolescentes que pueden hablar acerca de sexo con sus hermanos y hermanas mayores y con sus padres se encuentran en mayores probabilidades de tener actitudes más positivas acerca de las prácticas sexuales seguras (Kowal y Pike, 2004). Desde 1998, los programas estatal o federalmente subvencionados de educación sexual que enfatizan la abstinencia de sexo hasta el matrimonio como la mejor o única opción se han vuelto comunes (Devaney, Johnson, Maynard y Trenholm, 2002). Se ha encontrado que los programas que alientan la abstinencia, pero que también discuten la prevención de ETS y las prácticas sexuales seguras para personas sexualmente activas demoran el inicio de la actividad sexual y aumentan el uso de anticonceptivos (AAP Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health y Committee on Adolescence, 2001). No obstante, algunos programas escolares promueven la abstinencia como opción única, aun cuando no se ha demostrado que los cursos de sólo abstinencia demoren la actividad sexual (AAP Committee on Psychosocial Aspects of Child and Family Health y Committee on Adolescence, 2001; Satcher, 2001). Asimismo, las promesas de preservar la virginidad sólo tienen una efectividad limitada (Bearman y Bruckner, 2001). Aunque más de cuatro de cada cinco adolescentes afirma haber recibido instrucción formal acerca de cómo decir no al sexo, sólo dos de cada tres han recibido instrucción acerca de métodos anticonceptivos. Sólo una de cada dos muchachas y uno de cada tres muchachos entre
  • 22. los 18 y 19 años de edad dijeron que habían hablado con alguno de sus padres acerca del control natal antes de los 18 años de edad (Abma et al., 2004). Por desgracia, la mayoría de los adolescentes obtienen gran parte de su “educación sexual” por parte de los medios de comunicación, que presentan una visión distorsionada de la actividad sexual, asociándola con diversión, emoción, competencia, peligro y violencia, rara vez mostrando los riesgos del sexo desprotegido. En una encuesta longitudinal de dos años de duración de adolescentes entre los 12 y los 14 años de edad, la exposición a una dieta cargada de contenido sexual en los medios aceleró la actividad sexual de adolescentes de raza blanca, además de que aumentó las probabilidades de que iniciaran el coito de manera temprana. En contraste, los adolescentes afroestadounidenses parecieron verse más influidos por las expectativas de sus padres y por las conductas de sus amigos (Brown et al., 2006). Enfermedades de transmisión sexual (ETS) Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) son enfermedades que se propagan mediante el contacto sexual. El cuadro 17-5 resume algunas ETS comunes: sus causas, síntomas más frecuentes, tratamiento y consecuencias. Cerca de uno de cada cuatro casos nuevos de ETS en Estados Unidos sucede en individuos entre los 15 y 19 años de edad. Las razones principales de la prevalencia de las ETS entre los adolescentes son la actividad sexual temprana, que aumenta la probabilidad de tener diversas parejas de alto riesgo, no usar condones o no usarlos de manera regular o correcta y, en el caso de las mujeres, la tendencia a sostener relaciones sexuales con parejas de mayor edad (CDC, 2000b). Las ETS tienen mayor probabilidad de desarrollarse sin detección en las muchachas adolescentes. En un único encuentro sexual desprotegido, una chica corre 1% de riesgo de infectarse de VIH, 30% de contraer herpes genital y 50% de contraer gonorrea (AGI,
  • 23. 1999). Aunque los adolescentes consideran que el sexo oral es menos riesgoso que el coito, existe un número de ETS, en especial la gonorrea faríngea, que se pueden transmitir de esa manera (Remez, 2000). La ETS más común es el virus del papiloma humano (VPH), que a veces ocasiona verrugas en los genitales. Además, es la causa principal de cáncer cervicouterino en las mujeres. Una nueva vacuna contra el VPH es altamente efectiva si se da de manera rutinaria a niñas de 11 y 12 años de edad (CDC Division of Media Relations, 2006). Entre los jóvenes, también es común la tricomoniasis, una infección parasitaria que puede transmitirse por toallas y trajes de baño húmedos (Weinstock, Berman y Cates Jr., 2004). El herpes simple genital es una enfermedad crónica, recurrente, a menudo dolorosa y altamente contagiosa ocasionada por un virus. Este padecimiento puede resultar fatal para personas con una deficiencia del sistema inmunitario o para el lactante recién nacido de una mujer que esté padeciendo un brote al momento del parto. No existe cura, pero el medicamento aciclovir puede prevenir brotes activos. La incidencia de herpes genital ha aumentado de manera espectacular durante las últimas tres décadas. La hepatitis B sigue siendo una ETS prominente a pesar de la disponibilidad de una vacuna preventiva desde hace más de 20 años (Weinstock et al., 2004). Las ETS más curables son clamidia y gonorrea. Estas enfermedades, de no detectarse y tratarse, pueden conducir a graves problemas de la salud, incluyendo, en el caso de mujeres, enfermedad inflamatoria pélvica (EIP), una infección abdominal grave. En Estados Unidos, más de una de cada 10 muchachas y uno de cada cinco muchachos se ven afectados (CDC, 2000b). El virus de inmunodeficiencia humana (VIH), que ocasiona el Sida, se transmite por medio de los fluidos corporales (principalmente sangre y semen), generalmente por el hecho de compartir jeringas intravenosas o por el contacto sexual con una pareja infectada. El virus ataca el sistema inmune del cuerpo, dejando a la persona vulnerable a una variedad
  • 24. de enfermedades fatales. Los síntomas del Sida, que incluyen fatiga extrema, fiebres, inflamación de ganglios linfáticos, pérdida de peso, diarrea y sudores nocturnos, puede no aparecer sino hasta seis meses a 10 o más años después de la infección inicial. A nivel mundial, de las 4.1 millones de infecciones por VIH nuevas por año, cerca de la mitad se presentan en jóvenes entre los 15 y 24 años de edad (ONUSIDA, 2006). En Estados Unidos, más de una de cada cuatro personas que viven con VIH o Sida se infectaron durante su adolescencia (Kaiser Family Foundation et al., 2003). Hasta el momento, el Sida es incurable, pero cada vez más las infecciones relacionadas que matan a las personas se están deteniendo por medio de terapias antivirales, incluyendo inhibidores de la proteasa (Palella et al., 1998; Weinstock et al., 2004). Un estudio danés encontró que los pacientes jóvenes diagnosticados con VIH tienen una supervivencia media estimada de más de 35 años (Lohse et al., 2007). Debido a que los síntomas pueden no aparecer sino hasta que una enfermedad haya progresado al punto de ocasionar complicaciones graves a largo plazo, la detección temprana es importante. La detección y tratamiento basados en escuelas, junto con programas que promueven abstenerse o posponer la actividad sexual y una toma de decisiones responsable, así como la libre disponibilidad de condones para aquellos individuos sexualmente activos puede tener cierto efecto en controlar la propagación de las ETS (AAP Committee on Adolescence, 1994; AGI, 1994; Cohen, Nsuami, Martin y Farley, 1999; Rotheram-Borus y Futterman, 2000). No existe evidencia de que la educación relacionada con el uso de condones y su disponibilidad contribuya a un aumento en la actividad sexual (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Embarazos y partos adolescentes Un espectacular descenso en tasas de embarazo y parto adolescente ha acompañado a la continua reducción en relaciones sexuales tempranas y en sexo con múltiples parejas, así como al aumento en uso de anticonceptivos. Las tasas de alumbramiento para muchachas
  • 25. estadounidenses entre los 15 y los 19 años de edad se redujo por 33% entre 1991 y 2004 a un nivel bajo sin precedente de 41.1 nacimientos por cada 1 000 muchachas. Las tasas de embarazo en el mismo grupo de edad cayeron casi con la misma velocidad —27% entre 1990 y 2000, a 84.5 embarazos por cada 1 000 muchachas—, la tasa más baja desde 1976 (Martin, Hamilton, Sutton, Ventura, Menacker y Kirmeyer, 2006). No obstante, más de 40% de las muchachas adolescentes han estado embarazadas al menos una vez antes de los 20 años de edad (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Más de la mitad, 51%, de las adolescentes embarazadas dan a luz a sus bebés y 35% eligen abortar. Otro 14% de embarazos adolescentes finalizan en aborto espontáneo o mortinatalidad (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Aunque la reducción en partos adolescentes se ha presentado en todos los grupos poblacionales, las tasas de parto se han reducido de manera más notable entre las adolescentes afroestadounidenses. Aun así, las chicas afroestadounidenses e hispanas tienen mayor probabilidad de dar a luz que las muchachas de raza blanca, nativas americanas o de origen asiático (Martin, Hamilton et al., 2006). Las adolescentes estadounidenses tienen mayor probabilidad de embarazarse y tener hijos que las adolescentes en la mayoría de los demás países industrializados (Martin et al., 2005; apartado 17-1). Más de 90% de las adolescentes embarazadas describen sus embarazos como no intencionales y 50% de los embarazos adolescentes suceden dentro de los seis meses después de su iniciación sexual (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Muchas de estas chicas crecieron sin padres (Ellis et al., 2003). Un estudio de 9 159 mujeres en una clínica de cuidados primarios en California, mostró que aquellas que se habían embarazado durante su adolescencia habían tenido mayor probabilidad, de niñas, de sufrir abuso físico, emocional o sexual, de haberse visto expuestas al divorcio o separación de sus padres, a la violencia doméstica, al abuso de sustancias o a algún miembro de la familia mentalmente enfermo o involucrado en actividades delictivas, o a alguna combinación de estos factores (Hillis et
  • 26. al., 2004). Asimismo, los adolescentes varones que son padres tienen recursos financieros limitados, un bajo desempeño académico y altas tasas de abandono escolar. Al menos un tercio de los progenitores adolescentes de ambos sexos son, ellos mismos, el producto de un embarazo adolescente (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Los embarazos adolescentes tienen desenlaces desafortunados. Muchas de las madres son pobres y carecen de una educación adecuada y algunas usan drogas. Muchas no comen de la manera adecuada, no aumentan la cantidad suficiente de peso y obtienen cuidados prenatales deficientes o carecen de ellos por completo. Es probable que sus bebés sean prematuros o peligrosamente pequeños, y se encuentran en un riesgo más elevado de otras complicaciones, tales como: muerte fetal tardía, neonatal o infantil; problemas sanitarios y académicos; abuso y descuido, y discapacidades del desarrollo que pueden continuar hasta su adolescencia (AAP Committee on Adolescence, 1999; AAP Committee on Adolescence y Committee on Early Childhood, Adoption, and Dependent Care, 2001; AGI, 1999; Children’s Defense Fund, 1998, 2004; Klein y Committee on Adolescence, 2005; Menacker et al., 2004). Los bebés de madres adolescentes de un nivel socioeconómico alto también pueden estar en peligro. Entre las más de 134 000 chicas y mujeres de raza blanca, principalmente de clase media, las muchachas de 13 a 19 años de edad tenían mayores probabilidades que las mujeres de 20 a 24 años de edad de dar a luz a bebés de bajo peso al nacer, aun cuando las madres eran casadas, bien educadas y habían recibido cuidados prenatales adecuados. En apariencia, el cuidado prenatal no siempre puede superar la desventaja biológica de nacer de una chica todavía en crecimiento cuyo propio cuerpo puede estar compitiendo con el feto en desarrollo por obtener los nutrientes vitales (Fraser et al., 1995). En Estados Unidos, las madres adolescentes solteras y sus familias tienen probabilidades de sufrir en términos económicos. Las leyes de manutención infantil se aplican de
  • 27. manera irregular, los pagos dispuestos por las cortes a menudo son insuficientes y muchos padres jóvenes no pueden costearlos (AAP Committee on Adolescence, 1999). Además, los progenitores solteros menores a los 18 años de edad sólo son candidatos para asistencia pública si viven con sus padres y asisten a la escuela. Las madres adolescentes tienen mayor probabilidad de abandonar sus estudios y de tener embarazos repetidos. Es posible que ellas y sus parejas carezcan de la madurez, habilidades y apoyo social para que sean buenos padres. Asimismo, sus hijos cuentan con mayor probabilidad de tener problemas académicos y del desarrollo, de padecer de depresión, de incurrir en abuso de sustancias y actividad sexual temprana y de convertirse, a su vez, en padres adolescentes (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Sin embargo, estos desenlaces distan de ser inevitables. Diversos estudios a largo plazo han encontrado que, 20 años después de dar a luz, la mayoría de las anteriores madres adolescentes no dependen de la asistencia social; muchas han finalizado sus estudios a nivel medio superior y han obtenido trabajos sólidos y no tienen familias grandes. Los programas comprensivos de embarazo adolescente y visitaciones familiares parecen contribuir a estos buenos resultados (Klein y Committee on Adolescence, 2005). Relaciones con la familia y los pares La edad se convierte en un poderoso agente de unión durante la adolescencia. Los adolescentes pasan más tiempo con sus pares y menos con sus familias. Sin embargo, los valores fundamentales de la mayoría de los adolescentes (como los de Jackie Robinson) siguen siendo más cercanos a los de sus padres de lo que se cree en general (Offer y Church, 1991). Al mismo tiempo que los adolescentes recurren a sus pares para obtener modelos de rol, compañerismo e intimidad, dependen de sus progenitores como base segura a partir de la cual pueden experimentar con sus alas nuevas, al igual que muchos infantes que empiezan a explorar el mundo a su alrededor. Los adolescentes más seguros tienen relaciones sólidas
  • 28. y sustentadoras con padres que están en sintonía con la manera en que los jóvenes se ven a sí mismos, que permiten y alientan sus esfuerzos de independencia y que les proporcionan un puerto seguro en tiempos de estrés emocional (Allen et al., 2003; Laursen, 1996). ¿La rebelión adolescente es un mito? Se ha dicho que los años adolescentes son un tiempo de rebelión adolescente que implica confusión emocional, conflicto con la familia, alejamiento de la sociedad adulta, comportamiento desenfrenado y rechazo de los valores adultos. Sin embargo, investigaciones basadas en escuelas con adolescentes de todo el mundo sugieren que sólo cerca de uno de cada cinco adolescentes se ajusta a este perfil (Offer y Schonert-Reichl, 1992). La idea de la rebelión adolescente puede haber surgido a partir de la primera teoría formal acerca de la adolescencia; aquella del psicólogo G. Stanley Hall. Hall (1904/1916) creía que los esfuerzos de los jóvenes por adaptarse a sus cambios corporales y a las de- Capítulo 17 Desarrollo psicosocial en la adolescencia 531 mandas inminentes de la adultez anunciaban un periodo de “tormenta y tensión” que producía conflicto entre generaciones. Sigmund Freud (1935/1953) y su hija Anna Freud (1946) describieron esta tormenta y tensión como universal e inevitable, nacida del resurgimiento de las pulsiones sexuales iniciales hacia los padres. Sin embargo, la antropóloga Margaret Mead (1928, 1935; véase el Encuadre del capítulo 2), quien estudió la maduración en Samoa y otras islas del Pacífico del Sur, concluyó que cuando una cultura proveía una transición gradual y serena de la infancia a la adultez, la tormenta y la tensión no eran típicas. Aunque más adelante su teoría se puso en tela de juicio (Freeman, 1983), sus observaciones se vieron sustentadas con el tiempo mediante investigaciones en 186 sociedades preindustriales (Schlegel y Barry, 1991). En la actualidad, la rebelión radical parece ser relativamente poco común incluso en las sociedades occidentales, al menos entre adolescentes de clase media que asisten a la escuela. La mayoría de los jóvenes se siente cercana y positiva acerca de sus padres, comparte
  • 29. opiniones similares en cuestiones importantes y valora la aprobación de sus progenitores (J. P. Hill, 1987; Offer et al., 1989; Offer, Ostrov, Howard y Atkinson, 1988). Además, al contrario de la creencia popular, los adolescentes aparentemente bien adaptados no son bombas de tiempo dispuestas a explotar más adelante en sus vidas. En un estudio longitudinal, de 34 años de duración, con 67 muchachos suburbanos de 14 años de edad, la gran mayoría se adaptó de manera adecuada a sus experiencias vitales (Offer, Offer y Ostrov, 2004). Los relativamente pocos adolescentes profundamente perturbados tendían a provenir de familias trastornadas y, como adultos, continuaron teniendo vidas familiares inestables y rechazando las normas culturales. Aquellos criados en familias intactas con dos padres en un ambiente familiar positivo tendieron a pasar por la adolescencia sin problemas serios de ningún tipo y, como adultos, a tener matrimonios sólidos y a tener vidas bien adaptadas (Offer, Kaiz, Ostrov y Albert, 2002). Aun así, la adolescencia puede ser una época difícil para los jóvenes y sus familias. El conflicto familiar, la depresión y las conductas riesgosas son más comunes que durante otros momentos del ciclo vital (Arnett, 1999; Petersen et al., 1993). La emotividad negativa y los cambios bruscos en el estado de ánimo son más intensos durante la adolescencia temprana, tal vez a causa de las tensiones asociadas con la pubertad. Para el final de la adolescencia, la emotividad se suele estabilizar (Larson, Mona, Richards y Wilson, 2002). Reconocer que la adolescencia puede ser una época difícil ayudará a padres y maestros a ver el comportamiento irritante en perspectiva. Pero los adultos que supongan que la tormenta y la tensión son normales y necesarias puede ser que no presten atención a las señales de los relativamente pocos jóvenes que necesitan ayuda especial. Cambios del uso del tiempo y cambios en relaciones Una manera de evaluar los cambios en las relaciones adolescentes con las personas más importantes en sus vidas es observar cómo pasan su tiempo libre. La cantidad de tiempo que pasan los adolescentes estadounidenses con sus familias se reduce en gran medida
  • 30. entre sus 10 y 18 años de edad, de 35 a 14% de las horas que pasan despiertos (Larson, Richards, Moneta, Holmbeck y Ducket, 1996). La desvinculación no es un rechazo a la familia, sino una respuesta a las necesidades del desarrollo. A menudo, los adolescentes jóvenes se recluyen en sus recámaras; parecen necesitar tiempo a solas para retirarse de las demandas de las relaciones sociales, recuperar su estabilidad emocional y reflexionar acerca de cuestiones de identidad (Larson, 1997). Las variaciones culturales en el uso del tiempo reflejan una diversidad de necesidades, valores y prácticas relacionadas con la cultura de origen (Verma y Larson, 2003). Los jóvenes de sociedades tribales o campesinas pasan la mayor parte de su tiempo produciendo las necesidades básicas para la vida y tienen mucho menos tiempo para socializar que los adolescentes en sociedades tecnológicamente avanzadas (Larson y Verma, 1999). En algunas sociedades posindustriales, tales como las de Corea y Japón, donde las presiones del trabajo escolar y las obligaciones familiares son fuertes, los adolescentes tienen relativamente poco tiempo libre. A fin de aliviar su estrés, pasan su tiempo en intereses pasivos como ver televisión y “no hacer nada” (Verma y Larson, 2003). Por otra parte, en la cultura hindú, centrada en la familia, los estudiantes urbanos de octavo grado pasan 39% de su tiempo despiertos con su familia, en comparación con 23% de los estudiantes estadounidenses de octavo grado, e informan sentirse más felices cuando se encuentran con sus familias que los estudiantes estadounidenses de octavo grado. Para estos jóvenes, la meta de la adolescencia no es separarse de sus familias, sino integrarse más con ellas. Se han encontrado hallazgos similares en Indonesia, Bangladesh, Marruecos y Argentina (Larson y Wilson, 2004). En comparación, los adolescentes estadounidenses tienen una gran cantidad de tiempo libre, el cual lo pasan en su mayor parte con sus pares, y cada vez más con los del sexo opuesto (Juster et al., 2004; Larson y Seepersad, 2003; Verma y Larson, 2003).
  • 31. Los adolescentes afroestadounidenses, quienes pueden ver a sus familias como refugio en un mundo hostil, mantienen relaciones familiares más íntimas y relaciones menos intensas con sus pares que los adolescentes de raza blanca (Giordano, Cernkovich y DeMaris, 1993). Los muchachos estadounidenses de origen mexicano, aunque no así las muchachas, tienden a acercarse más a sus padres durante la pubertad. Esto puede reflejar la naturaleza especialmente estrecha de las familias estadounidenses mexicanas, así como la importancia que estas familias le otorgan al papel masculino (Molina y Chassin, 1996). Para los jóvenes estadounidenses de origen chino provenientes de familias inmigrantes, la necesidad de adaptarse a la sociedad estadounidense a menudo entra en conflicto con la demanda de las obligaciones familiares tradicionales (Fulgini, Yip y Tseng, 2002). Tomando en cuenta estas variaciones culturales, demos una mirada más cercana a la relación con los padres y después a la relación con hermanos y pares. Adolescentes y padres Del mismo modo en que los adolescentes sienten la tensión entre la dependencia en sus padres y la necesidad de alejarse, es frecuente que los padres también experimenten sentimientos encontrados. Quieren que sus hijos sean independientes, pero se les dificulta dejarlos ir. Los padres tienen que caminar una línea muy fina entre darles suficiente independencia a los adolescentes y protegerlos de lapsos inmaduros de juicio. Estas tensiones pueden conducir a conflictos familiares y los estilos de crianza infantil pueden influir la manera en que se presentan y sus resultados. La supervisión parental efectiva depende de lo mucho que los adolescentes les dejan saber a sus padres acerca de sus vidas cotidianas, y esto puede depender del ambiente que los padres establezcan. Asimismo, como en el caso de los niños más pequeños, las relaciones de los adolescentes con sus progenitores se ven afectadas por la situación vital de estos últimos: su trabajo, su situación matrimonial y su nivel socioeconómico. Conflicto familiar e individuación La mayoría de las discusiones entre adolescentes y padres tienen que ver con cuestiones
  • 32. personales mundanas —labores, trabajo escolar, ropa, dinero, permisos, citas y amigos— más que con cuestiones de salud y seguridad o de lo que está bien o mal (Adams y Laursen, 2001; Steinberg, 2005). La intensidad emocional de estos conflictos (totalmente fuera de proporción con el tema a discusión) puede reflejar el proceso subyacente de individuación: la lucha del adolescente por su autonomía y diferenciación, o identidad personal. Un aspecto importante de la individuación es el establecimiento de los límites de control entre el yo y los demás (Nucci, Hasebe y Lins-Dyer, 2005). Los conflictos familiares son más frecuentes durante el inicio de la adolescencia, pero adquieren su máxima intensidad a la mitad de la misma (Laursen, Coy y Collins, 1998). La frecuencia de crisis a inicios de la adolescencia puede deberse a las tensiones de la pubertad y a la necesidad de afirmar la autonomía. Es posible que las discusiones más intensas a mediados y, a menor grado, a finales de la adolescencia, reflejen el estrés emocional que surge a medida que los adolescentes empiezan a tratar de volar. La frecuencia reducida de conflictos durante la adolescencia tardía puede indicar una adaptación a los cambios importantes de los años adolescentes y una renegociación del equilibrio de autoindividuación ridad entre padres e hijos (Fulgini y Eccles, 1993; Laursen et al., 1998; Molina y Chassin, 1996) al ampliar los límites de lo que se considera como asunto exclusivo del adolescente (Steinberg, 2005). El nivel de discordia familiar puede depender en gran parte del ambiente familiar. Entre 335 familias rurales de dos progenitores con adolescentes del medio oeste de Estados Unidos, el conflicto declinó durante la adolescencia temprana a media en familias cálidas y sustentadoras, pero empeoró en familias hostiles, coercitivas o críticas (Rueter y Conger, 1995). Estilos de crianza infantil y autoridad parental Como mencionamos en el capítulo 16, la crianza infantil autoritativa fomenta un desarrollo
  • 33. sano (Baumrind, 1991, 2005). Los padres que se muestran desilusionados de la mala conducta de sus adolescentes son más efectivos en motivar conductas responsivas que los padres que la castigan duramente (Krevans y Gibbs, 1996). La crianza infantil excesivamente estricta y autoritaria puede conducir al adolescente a rechazar la influencia de sus padres y a buscar el apoyo y aprobación de sus pares a toda costa (Fulgini y Eccles, 1993). Los padres autoritativos insisten en reglas, normas y valores importantes, pero están dispuestos a escuchar, explicar y negociar (Lamborn, Mounts, Steinberg y Dornbusch, 1991). Ejercitan un control adecuado sobre la conducta de sus hijos (control conductual), pero no tratan de controlar los sentimientos, creencias y sentido del yo de sus hijos (control psicológico) (Steinberg y Darling, 1994). El control psicológico, ejercido por medio de técnicas de manipulación emocional, tales como el retiro del afecto, pueden dañar el desarrollo psicosocial y la salud mental del adolescente (Steinberg, 2005). (El cuadro 17-6 es una lista de verificación que se utiliza para autoinformes de adolescentes respecto al control psicológico que ejercen sus padres.) Los padres psicológicamente controladores no responden a la necesidad creciente de sus hijos por la autonomía psicológica, el derecho a sus propios pensamientos y sentimientos (Steinberg, 2005). La crianza autoritativa parece reforzar la autoimagen del adolescente. Una encuesta de 8 700 estudiantes de noveno a doceavo grado concluyó que “mientras más participación, otorgamiento de autonomía y estructura perciben los adolescentes por parte de sus padres, evalúan en forma más positiva su propia conducta general, desarrollo psicosocial y salud mental” (Gray y Steinberg, 1999, p. 584). Cuando los adolescentes pensaban que sus padres estaban tratando de dominar su experiencia psicológica, su salud emocional sufría más que cuando pensaban que sus padres estaban tratando de controlar su conducta. Los adolescentes cuyos padres eran firmes al aplicar las reglas conductuales tenían una mayor
  • 34. autodisciplina y menos problemas conductuales que aquellos con padres más permisivos. Aquellos cuyos padres les otorgaban autonomía psicológica tendían a volverse confiados y competentes tanto en el terreno de lo académico como de lo social. Los problemas surgen cuando los padres sobrepasan lo que los adolescentes perciben como los límites apropiados de autoridad parental legítima. La existencia por mutuo acuerdo de un dominio personal en el que la autoridad le corresponde al adolescente se ha encontrado en diversas culturas desde Japón a Brasil. Este dominio se expande a medida que padres y adolescentes continúan renegociando sus límites (Nucci et al., 2005). Supervisión parental y autorrevelación adolescente La creciente autonomía de los jóvenes y la reducción de las áreas de autoridad parental percibida redefinen los tipos de conducta que se espera que los adolescentes revelen ante sus padres (Smetana, Crean y Campione-Barr, 2005; cuadro 17-7). En un estudio con 276 estudiantes suburbanos étnicamente diversos de noveno y doceavo grados, tanto adolescentes como padres consideraban que la conducta prudencial relacionada con salud y seguridad (como fumar, beber y usar drogas) era la más sujeta a revelación; seguida de cuestiones morales (como mentir); cuestiones convencionales (como malos modales o uso de blasfemias), y cuestiones polifacéticas o limítrofes (como ver una película de clasificación restringida) que se encuentran en la frontera entre las cuestiones personales y alguna de las demás categorías. Tanto adolescentes como padres consideraron las cuestiones personales (la forma en que los adolescentes usaban su tiempo y dinero) como las menos sujetas a revelamiento. Sin embargo, en el caso de cada tipo de conducta, los padres estaban más inclinados a esperar revelamiento de lo que los adolescentes estaban dispuestos a hacer. Esta discrepancia disminuyó entre el noveno y doceavo grados a medida que los
  • 35. padres modificaron sus expectativas para adaptarse a la creciente madurez de los adolescentes (Smetana, Metzger, Gettman y Campione-Barr, 2006). En un estudio con 690 adolescentes belgas, los jóvenes estuvieron más dispuestos a revelar información acerca de sí mismos cuando los padres mantenían un clima cálido y responsivo en el que se alentaba a los adolescentes a hablar de manera abierta y en el que los padres proporcionaban expectativas claras sin ser excesivamente controladores (Soenens, Vansteenkiste, Luyckx y Gossens, 2006); en otras palabras, cuando el estilo de crianza infantil era autoritativo. Los adolescentes, en especial las chicas, tienen relaciones más cercanas y sustentadoras con sus madres que con sus padres y las muchachas confían más en sus madres (Smetana et al., 2006). Estructura y ambiente familiares En la actualidad, muchos adolescentes viven en familias que son muy distintas a aquellas de hace unas cuantas décadas. Muchos hogares, como el de Jackie Robinson, carecen de la presencia de un padre, muchos padres se están divorciando o cohabitan, y muchas madres, como en este mismo caso, trabajan fuera del hogar. ¿Cómo es que estas situaciones familiares afectan a los adolescentes? Los adolescentes, al igual que los niños pequeños, son sensibles al ambiente del hogar familiar. En un estudio longitudinal con 451 adolescentes y sus progenitores, los cambios en problemas maritales o conflictos maritales (ya sea para mejorar o empeorar) predecían cambios correspondientes en la adaptación de los adolescentes (Cui, Conger y Lorenz, 2005). En otros estudios, muchachos y muchachas adolescentes cuyos padres se divorciaron más tarde mostraron más problemas académicos, psicológicos y conductuales antes de la separación que sus pares cuyos padres no se divorciaron más adelante (Sun, 2001). Los adolescentes que vivían con padres que continuaban con su matrimonio presentaban significativamente menos problemas que aquellos en cualquier otra estructura familiar
  • 36. (progenitor soltero, en cohabitación o en familias por segundas nupcias), según datos de un importante estudio longitudinal a nivel nacional en Estados Unidos. Un factor importante es la participación del padre. La participación de alta calidad de un padre que no reside en el hogar ayuda enormemente, pero no tanto como la participación de un padre que vive dentro del hogar (Carlson, 2006). Los adolescentes que viven en familias con padres que cohabitan, al igual que los niños más pequeños, exhiben mayores problemas conductuales y emocionales que los adolescentes en familias con padres casados; y, cuando uno de los padres cohabitantes no es un progenitor biológico, también sufre la participación escolar. Para los adolescentes, a diferencia de los niños más pequeños, estos efectos son independientes de los recursos económicos, el bienestar de los padres o la efectividad de las prácticas de crianza infantil, lo que sugiere que la cohabitación de los padres puede resultar más problemática para los adolescentes que para los niños más pequeños (Brown, 2004). Por otra parte, un estudio multiétnico de niños de 12 y 13 años de edad, hijos de madres solteras (evaluados por primera vez cuando los niños tenían seis y siete años de edad), no encontró efectos negativos en la crianza de padres solteros sobre el desempeño escolar ni un aumento en el riesgo de conductas problemáticas. Lo más importante eran el nivel y capacidad educativa de la madre, el ingreso familiar y la calidad del ambiente escolar (Ricciuti, 2004). Este hallazgo sugiere que los efectos negativos de vivir en un hogar con un progenitor soltero se pueden ver compensados por factores positivos. Trabajo materno y estrés emocional El impacto del trabajo de la madre fuera del hogar puede depender de si hay dos padres en casa o sólo uno. Es frecuente que una madre soltera como Mallie Robinson deba trabajar para evitar el desastre económico; la manera en que su trabajo afecte a sus hijos adolescentes puede residir en la cantidad de tiempo y energía que le quedan para usarlos con ellos, lo bien que se mantiene enterada de su paradero y el tipo de modelo de rol que proporciona. Un estudio longitudinal de 819 niños entre los 10 y 14 años de edad de familias urbanas de bajos ingresos señala la importancia del tipo de cuidado y supervisión que los
  • 37. adolescentes reciben después de la escuela. Aquellos que se manejan solos, fuera del hogar, pueden involucrarse con el consumo de alcohol y drogas y portarse mal en la escuela, en especial si tienen antecedentes tempranos de conductas problemáticas. Sin embargo, es menos probable que esto suceda cuando los padres monitorean las actividades de sus hijos y los vecindarios están activamente involucrados (Coley, Morris y Hernández, 2004). Como ya se había discutido, un problema importante en la mayoría de las familias de progenitores solteros es la falta de dinero. En un estudio longitudinal a nivel nacional en Estados Unidos, los hijos adolescentes de madres solteras de bajos ingresos se vieron negativamente afectados por el empleo inestable de la madre o porque ésta estuviese fuera de trabajo por dos años. Estos adolescentes tuvieron mayor probabilidad de abandonar sus estudios y de experimentar reducciones en autoestima y dominio (Kalil y Ziol-Guest, 2005). Además, las dificultades económicas de la familia durante la adolescencia pueden afectar el bienestar adulto. El grado de riesgo depende de si los padres ven su situación como estresante, si el estrés interfiere con las relaciones familiares y de qué manera esto afecta los logros educativos y ocupacionales de los hijos (Sobolewski y Amato, 2005). Muchos adolescentes de familias de nivel socioeconómico bajo pueden beneficiarse de un capital social acumulado; del apoyo de familiares y comunidad. En 51 familias afroestadounidenses en que adolescentes vivían con sus madres, abuelas o tías, las mujeres que contaban con fuertes redes familiares ejercitaban un control más firme y una supervisión más cercana al mismo tiempo que otorgaban la autonomía apropiada, y los chicos a los que cuidaban eran más autosuficientes y tenían menos problemas de conducta (R. D. Taylor y Roberts, 1995). Adolescentes y hermanos A medida que los adolescentes pasan más tiempo con sus pares, tienen menos tiempo y menos necesidad de la gratificación emocional que solían obtener del vínculo entre hermanos. Los adolescentes tienen relaciones menos cercanas con sus hermanos que con sus padres o amigos, se ven menos influidos por ellos e incluso se vuelven más distantes a medida que cursan su adolescencia (Laursen, 1996). Los cambios en las relaciones entre hermanos bien pueden preceder cambios similares en la relación entre el adolescente y sus padres: más independencia por parte del joven y
  • 38. menos autoridad ejercida por la persona mayor. A medida que los jóvenes se acercan a la educación media superior, sus relaciones con sus hermanos se vuelven progresivamente más equitativas. Los hermanos mayores ejercen menos poder sobre los menores y éstos ya no necesitan de tanta supervisión. A medida que se reducen las diferencias relativas en edad, así también disminuyen las diferencias en competencia e independencia (Buhrmester y Furman, 1990). Los hermanos mayores y menores tienen sentimientos distintos acerca de su relación cambiante. A medida que crecen los hermanos menores, los hermanos de mayor edad pueden ver al ahora más asertivo hermano o hermana menor como una gran molestia. Sin embargo, los hermanos de menor edad tienden a admirar a los mayores (de la misma manera que Jackie Robinson admiraba a su hermano Mack) y tratan de sentirse más adultos al identificarse con ellos y al emularlos (Buhrmester y Furman, 1990). En un estudio longitudinal de cinco años de duración con 227 familias estadounidenses latinas y afroestadounidenses, las relaciones entre hermanos bajo ciertas circunstancias tenían efectos importantes sobre los hermanos menores. En los hogares con madres solteras, una relación cálida y nutricia con una hermana mayor tendía a evitar que una hermana menor participara en uso de sustancias y en conducta sexual riesgosa. Sin embargo, tener una hermana mayor dominante aumentaba la conducta sexual de alto riesgo de una hermana menor (East y Khoo, 2005). Como mencionamos en el capítulo 15, los hermanos mayores pueden influir en los menores a fumar, beber o a usar drogas (Pomery et al., 2005; Rende et al., 2005). En un estudio longitudinal con 206 muchachos y sus La relación entre hermanos se vuelve más equitativa a medida que el hermano menor se hermanos menores, los chicos menores que pasaban tiempo con un hermano mayor antisocial se encontraban en grave riesgo de conducta antisocial adolescente, uso de drogas, conducta sexual y violencia, independientemente de la disciplina parental (Snyder, Bank
  • 39. y Burraston, 2005). Pares y amigos Como lo descubrió Jackie Robinson, una fuente importante de apoyo emocional durante la compleja transición de la adolescencia —así como una fuente de presión para conductas que los padres posiblemente deploren— es el grupo de pares. Éste es una fuente de afecto, simpatía, comprensión y guía moral; un lugar donde experimentar, y un entorno para lograr la autonomía e independencia de los progenitores. Es un sitio para formar relaciones íntimas que sirven como ensayos para la intimidad adulta. La influencia de los pares, en general, alcanza su máximo entre los 12 y 13 años de edad y declina a lo largo de la adolescencia media y tardía. A los 13 o 14 años de edad, los adolescentes populares pueden participar en conductas levemente antisociales, como probar drogas o meterse a un cine sin pagar, para demostrarles a sus pares su independencia de las reglas parentales (Allen, Porter, McFarland, Marsh y McElhaney, 2005). Sin embargo, es poco probable que el apego hacia los pares en la adolescencia temprana vaticine problemas verdaderos a menos que este apego sea tan intenso que el joven esté dispuesto a dejar de obedecer las reglas de la casa, abandone su trabajo escolar y desarrolle sus propios talentos a fin de obtener la aprobación de sus pares y la popularidad (Fulgini et al., 2001). En un estudio que demostró la influencia de pares en la toma de riesgos, 306 adolescentes, jóvenes en edad universitaria y adultos jóvenes participaron en un juego de video llamado “Gallina”. Los participantes más jóvenes tuvieron mayor probabilidad de tomar riesgos y de tomar decisiones riesgosas que los mayores. Para todos los grupos de edad, la toma de riesgos fue mayor en la compañía de pares que a solas, pero esto fue más cierto en el caso de los participantes más jóvenes que en el caso de los adultos (Gardner y Steinberg, 2005). Durante la infancia, la mayoría de las interacciones con los pares son diádicas, o uno a uno, aunque se empiezan a formar agrupaciones algo más grandes durante la tercera
  • 40. infancia. A medida que los niños ingresan en la adolescencia, las pandillas (grupos estructurados de amigos que hacen cosas juntos) adquieren importancia. Un tipo más grande de agrupación, la coalición, que normalmente no existe antes de la adolescencia, se basa no en interacciones personales, sino en reputación, imagen o identidad. La membresía en una coalición es una construcción social, un conjunto de etiquetas mediante las cuales los jóvenes dividen el mapa social con base en el vecindario, la pertenencia étnica, el nivel socioeconómico y otros factores. Los tres niveles de agrupaciones de pares pueden existir de manera simultánea y algunos pueden superponerse en membresías, lo cual puede cambiar con el tiempo (Brown y Klute, 2003). Amistades La intensidad e importancia de las amistades y la cantidad de tiempo que se pasa con los amigos probablemente es mayor durante la adolescencia que en cualquier otro momento del ciclo vital. Las amistades se vuelven más recíprocas, más equitativas y más estables; aquellas que no lo son pueden perder importancia o abandonarse. Los adolescentes, al igual que los niños de menor edad, eligen amigos que se asemejan a ellos en género, raza/etnia y otros aspectos. Los amigos tienen actitudes y logros académicos similares y niveles parecidos en el consumo de drogas (Hamm, 2000) y pueden influirse entre sí ya sea hacia las actividades prosociales (Barry y Wentzel, 2005) o hacia conductas riesgosas o problemáticas. De manera alternativa, las cualidades que conducen a que los amigos se elijan unos a otros pueden llevarlos a desarrollarse de manera similar. Al controlar estos efectos de selección, un estudio longitudinal de un año de duración con 1 700 pares de amigos adolescentes encontró que la influencia de las amistades en parrandas alcohólicas y actividad sexual era bastante débil (Jaccard, Blanton y Dodge, 2005). Una acentuación en intimidad, lealtad e intercambio marca la transición hacia las amistades más adultas. Los adolescentes empiezan a depender más de sus amigos que de sus padres para obtener intimidad y apoyo y comparten confidencias más de lo que lo
  • 41. hacen los amigos de menor edad (Berndt y Perry, 1990; Buhrmester, 1990, 1996; Hartup y Stevens, 1999; Laursen, 1996). Las amistades entre chicas son más íntimas que aquellas entre muchachos, con un frecuente intercambio de confidencias (Brown y Klute, 2003). La intimidad con amigos del mismo sexo aumenta durante la adolescencia temprana a media, después de lo cual típicamente declina a medida que aumenta la intimidad con el sexo opuesto (Laursen, 1996). El aumento de la intimidad de la amistad adolescente refleja un desarrollo cognitivo además de emocional. Ahora, los adolescentes son más capaces de expresar sus pensamientos y sentimientos privados. Pueden considerar el punto de vista de otra persona con mayor presteza de modo que es más fácil para ellos comprender los pensamientos y sentimientos de sus amigos. Esta creciente intimidad refleja la preocupación del adolescente temprano por comprenderse a sí mismo. Confiar en un amigo ayuda a los jóvenes a explorar sus sentimientos, a definir su identidad y a confirmar su propia valía (Buhrmester, 1996). La capacidad de intimidad se relaciona con la adaptación psicológica y con la competencia social. Por lo general, los adolescentes que tienen amistades cercanas, estables y sustentadoras tienen una elevada opinión de sí mismos, se desempeñan bien en la escuela, son sociables y es poco probable que exhiban hostilidad, ansiedad o depresión (Berndt y Perry, 1990; Buhrmester, 1990; Hartup y Stevens, 1999). También tienen vínculos sólidos establecidos con sus padres (Brown y Klute, 2003). Parece obrar un proceso bidireccional: las buenas relaciones fomentan la adaptación que, a su vez, fomenta las buenas amistades. Pandillas Las pandillas pueden existir entre los niños preadolescentes, pero son una característica más prominente de la adolescencia temprana. Se trata de grupos más amplios de amigos, que por lo común consisten de jóvenes de la misma edad, género y origen étnico. Sin embargo, la membresía en una pandilla se fundamenta no sólo en afinidad personal, sino también en popularidad o estatus social. Una persona puede pertenecer a más de una
  • 42. pandilla o no pertenecer a ninguna y la membresía de las pandillas puede ser estable o cambiante (Brown y Klute, 2003). La dinámica de la membresía en las pandillas durante la preadolescencia se basa de manera importante en el estatus, en especial en el caso de las niñas. Los miembros con el estatus más elevado son líderes reconocidos con autoridad absoluta para decidir quién pertenece y quién no. Las pandillas mismas forman una jerarquía; las pandillas de nivel más elevado son las más deseables para los ajenos, pero son las que mantienen un control más estricto sobre la membresía (Adler y Adler, 1995). En la adolescencia temprana este control social puede volverse un poco menos rígido (Brown y Klute, 2003). La estructura de las pandillas puede parecer brutal a quienes la observan, pero en efecto sirve para el propósito de “redirigir las prioridades de los jóvenes de las normas sociales infantiles a las adolescentes. Envía un mensaje directo en cuanto a quién está a cargo del sistema social de los pares (los pares, más que los adultos) y proporciona información inequívoca acerca de cómo proceder dentro de dicho sistema” (Brown y Klute, 2003, p. 341). También puede producirle angustia emocional a aquellos que tienen menor éxito en el manejo del sistema (Brown y Klute, 2003). Coalición El musical Amor sin barreras de Leonard Bernstein ilustra vívidamente el poder de las coaliciones adolescentes. Las etiquetas de las coaliciones son designaciones cognitivas para una característica que tienen en común los miembros de éstas, como el vecindario (del lado oeste o del lado sur), origen étnico (portorriqueños o italianos), estatus con los pares (presumidos o perdedores), o capacidades, intereses o estilos de vida (cerebritos, atletas, drogos). Las categorías específicas mediante las cuales los adolescentes describen su terreno social pueden variar de una comunidad a otra. Las coaliciones tienen diversos propósitos. Ayudan a los adolescentes a establecer su identidad y a reforzar su alianza con las normas conductuales de grupos étnicos o
  • 43. socioeconómicos. Como se dramatiza en Amor sin barreras, ser parte de una coalición facilita el establecimiento de relaciones con los pares dentro de la misma coalición y lo hace más difícil con personas ajenas; como con las pandillas, la afiliación a una coalición se vuelve más flexible a medida que progresa la adolescencia (Brown y Klute, 2003). Relaciones románticas Las relaciones románticas son parte central del mundo social de la mayoría de los adolescentes. Contribuyen al desarrollo tanto de la intimidad como de la identidad. Debido a que se involucran con el contacto sexual, también implican el riesgo de embarazos, ETS y, en ocasiones, de victimización sexual. Casi uno de cada 11 estudiantes de nivel medio superior en Estados Unidos (el mismo número de muchachos y muchachas) se ven sujetos a la violencia en citas cada año (CDC, 2006f). Los rompimientos con las parejas románticas se encuentran entre los factores de predicción más poderosos de depresión y suicidio (Bouchey y Furman, 2003). Con el advenimiento de la pubertad, la mayoría de los muchachos y muchachas heterosexuales empiezan a pensar acerca de los miembros del sexo opuesto y a interactuar más con ellos. De manera típica, pasan de grupos mixtos o citas grupales a relaciones románticas uno a uno que incluyen pasión y un sentimiento de compromiso (Bouchey y Furman, 2003). Las relaciones románticas se vuelven más intensas y más íntimas a lo largo de la adolescencia (Bouchey y Furman, 2003). Los adolescentes tempranos piensan primordialmente en cómo la relación romántica afectará su estatus dentro de su grupo de pares (Bouchey y Furman, 2003). Prestan poca o ninguna atención a las necesidades de apego o apoyo, como ayuda, cariño y cuidados, y su atención a las necesidades sexuales se limita a cómo participar en actividades sexuales y qué tipos de actividad sexual llevar a cabo (Bouchey y Furman, 2003; Furman y Wehner, 1997). A mediados de la adolescencia, la mayoría de los jóvenes tiene al menos una pareja exclusiva durante varios meses hasta un año y el efecto de la elección de una pareja sobre el estatus entre los pares pierde importancia (Furman y Wehner, 1997). En entrevistas con
  • 44. 1 316 estudiantes a nivel medio y medio superior, los muchachos exhibieron menos confianza que las chicas en lo concerniente a estas relaciones románticas iniciales. La comodidad de las muchachas con las relaciones románticas puede ser una extensión de su mayor intimidad en sus amistades con el mismo sexo (Giordano, Longmore y Manning, 2006). Para los 16 años de edad, los adolescentes interactúan y piensan más acerca de sus parejas románticas que acerca de padres, amigos o hermanos (Bouchey y Furman, 2003). Sin embargo, no es sino hasta la adolescencia tardía o adultez temprana que las relaciones románticas empiezan a satisfacer la gama completa de necesidades emocionales que tales relaciones pueden satisfacer y aun entonces sólo en relaciones relativamente largas (Furman y Wehner, 1997). Las relaciones con los progenitores y con los pares pueden afectar la calidad de las relaciones románticas. El matrimonio o relación romántica de los progenitores puede servir como modelo para el hijo adolescente. El grupo de pares forma un contexto para la mayoría de las relaciones románticas y puede afectar la elección de pareja del adolescente y la forma en que dicha relación se desarrolla (Bouchey y Furman, 2003). Conducta antisocial y delincuencia juvenil ¿Qué es lo que influye a los jóvenes para que incurran —o se abstengan— de la violencia (apartado 17-2) o de otros actos antisociales? ¿Mediante qué procesos se desarrollan las tendencias antisociales? ¿Cómo es que las conductas problemáticas escalan a la delincuencia crónica, un desenlace que Jackie Robinson logró evitar? ¿Qué determina que un delincuente juvenil se convierta en un criminal despiadado? Como se mencionó en el capí tulo 14, es posible que una interacción entre factores ambientales y genéticos o biológicos sustente gran parte de la conducta antisocial (van Goozen, Fairchild, Snoek y Harold, 2007). Convertirse en delincuente: factores genéticos y neurológicos
  • 45. La conducta antisocial se da en familias. Es decir, análisis de diversos estudios han concluido que los genes son responsables de 40 a 50% de la variación en conducta antisocial dentro de una población y de 60 a 65% de variación en la antisocialidad agresiva (Rhee y Waldman, 2002; Tackett, Krueger, Iacono y McGue, 2005). Las deficiencias neurobiológicas, en especial en las áreas del cerebro que regulan las reacciones al estrés, pueden ayudar a explicar el porqué algunas personas se convierten en niños y adolescentes antisociales. Como resultados de estos déficit neurobiológicos, que pueden ser el resultado de la interacción entre factores genéticos o de un temperamento difícil y ambientes adversos tempranos, es posible que los niños no reciban o presten atención a las señales normales de alerta para refrenarse de conductas impulsivas o precipitadas (van Goozen et al., 2007). Un informe del Secretario de Salud de Estados unidos desafía algunos mitos o estereotipos relacionados con la violencia juvenil (“Youth Violence”, 2001; véase cuadro). Uno de los peores es el mito de que no hay nada que se pueda hacer para prevenir o tratar la conducta violenta. Los programas escolares diseñados para prevenir la conducta violenta al promover la competencia social y la conciencia y el control emocional han tenido un éxito moderado (Henrich, Brown y Aber, 1999). Un programa en Galveston, Texas, que se dirigió a factores de riesgo específicos condujo a una reducción de arrestos por delitos juveniles (Thomas, Holzer y Wall, 2002). Por desgracia, cerca de la mitad de los cientos de programas que se utilizan dentro de las escuelas y comunidades resultan tener carencias cuando se les evalúa de manera rigurosa. ¿Cuál es su punto de vista ? ¿Qué métodos para controlar la violencia juvenil le parece que tengan las mayores probabilidades de funcionar? ¡Explore lo siguiente ! Para mayor información acerca de este tema, acuda a http:// www.searchinstitute.org/. El Search Institute es una organización dedicada a “criar niños y adolescentes interesados y responsables” proporcionando “beneficios del desarrollo” y creando comunidades de salud. Cinco mitos relacionados con la violencia juvenil Mito Hecho La mayoría de los infractores futuros pueden identificarse durante la segunda infancia.
  • 46. Los niños con trastornos de la conducta o con un comportamiento descontrolado no necesariamente se convierten en adolescentes violentos. Los jóvenes afroestadounidenses e hispanos tienen mayores probabilidades que jóvenes provenientes de otros grupos étnicos de verse implicados en la violencia. Aunque es posible que difieran las tasas de arrestos, los autoinformes sugieren que la raza y la pertenencia étnica tienen poco que ver con la proporción total de conducta violenta no fatal. Una nueva raza de superdepredadores, que llegaron a la adolescencia en la década de 1990, amenaza con convertir a Estados Unidos en un país más violento de lo que ya es. No existe evidencia alguna de que los jóvenes involucrados en actos violentos durante la década de 1990 fueran más violentos o viciosos que los jóvenes de años anteriores. Juzgar a los infractores juveniles en cortes adultas estrictas hace menos probable que cometan más delitos violentos. Los menores enjuiciados en cortes adultas tienen tasas significativamente más elevadas de reincidencia y de delitos graves que los menores infractores procesados en cortes adecuadas a su edad. La mayoría de los jóvenes delincuentes terminarán siendo arrestados por crímenes violentos. La mayoría de los jóvenes involucrados en conductas violentas nunca serán arrestados por un delito grave. Fuente: Basado en datos de “Youth Violence”, 2001. 542 Parte 6 Adolescencia: sinopsis Convertirse en delincuente: cómo interactúan las influencias de la familia, los pares y la comunidad Como sugeriría la teoría de Bronfenbrenner, la conducta antisocial se ve influida por factores que interactúan a diversos niveles; desde las influencias del microsistema, como la hostilidad padres-hijos, las malas prácticas de crianza infantil y la antisocialidad de los pares, hasta influencias del macrosistema, como la estructura de la comunidad y el apoyo social del vecindario (Buehler, 2006; Tolan, Gorman-Smith y Henry, 2003). Esta red de influencias que interactúan se empieza a tejer desde los inicios de la infancia. Los padres modelan la conducta prosocial o antisocial mediante sus respuestas a las necesidades emocionales básicas de los niños (Krevans y Gibbs, 1996; Staub, 1996). Los padres de hijos que se vuelven antisociales es posible que no hayan reforzado la buena conducta durante su segunda infancia y hayan sido duros o inconsistentes, o ambos, al castigar la mala conducta (Coie y Dodge, 1998; Snyder, Cramer, Afrank y Patterson, 2005). A lo largo de los años, es posible que estos padres no hayan estado cercana y positivamente involucrados