Clasificaciones, modalidades y tendencias de investigación educativa.
El bichito
1. El bichito que
nos fastidia
el verano
Cómo salir victorioso de la guerra entre el urbanita y los insectos, que se hace más violenta
durante las vacaciones estivales
P O R
J A V I E R
M AQ U A
U
N CIUDADANO paseaba distraído
por la calle madrileña de la
Montera, cerca de Sol, cuando, de
pronto, como llovida del cielo, a sus
pies, cayó una boa...
El perplejo urbanícola tardó unas décimas
de segundo en dar crédito a lo que veían
sus ojos, pero, cuando lo hizo, estalló
en un horrísono alarido, miró hacia lo
alto por ver si las furiosas nubes
lanzaban nuevas serpientes por su boca,
y, para confirmar que no se trataba de
una pesadilla, se lió a puntapiés con el
desmayado ofidio, enviándolo contra el
corrillo de curiosos peatones, que,
despavorido, se des-hizo al instante dando
saltitos. El frenazo de un taxi y el derrapar
de una bicicleta completaron el
bochinche. En ésas estaba cuando, del
portal aledaño y a la carrera, salió un
inquilino que apartó de un empellón a
nuestro protagonista, rescató a la
constrictor de debajo de los neumáticos
de un automóvil y abrazó amorosamente
al atontolinado reptil.
Pasados
los
primeros
momentos de estupor, el ciudadano a
quien había estado a punto de
descalabrar la bicha y el vecino redentor
se enzarzaron en encendida polémica: al
parecer, el inquilino de la Montera poseía
un terrarium reptíliano en el quinto piso
del inmueble y vivía del alquiler de sus
educadas sabandijas a las películas y
teleseries donde eran precisas; mientras su
amo alimentaba al basilisco con la habitual
ración de necrófagos y escarabajos vivos,
la boa, cotillona, se había asomado al
balcón y, presa del vértigo, perdido el
equilibrio... El viandante, indignado, denunció al alimañero por tenencia de
animales peligrosos en plena urbe; y
éste respondió denunciando a aquél por
intento de asesinato de un ejemplar de
especie en periodo de extinción...
Nunca fueron buenas las
relaciones entre el ciudadano y la silvestre
fauna. En la urbe, tras siglos de enconada
guerra, es cierto que los seres humanos
han logrado eliminar buena parte de ella;
sin embargo, entre los artródos, las
astutas cucarachas han logrado
adaptarse a la humedad de sus letrinas, y,
entre los vertebrados, ratas, palomas y
gorriones siguen viviendo a su costa...
Pero mis allá de los cercos suburbiales,
donde la densidad de población humana
disminuye, la situación bélica es muy
diferente.
Pese a su afición por escapar
al campo los fines de semana, jamás
gustó al urbanícola el bocadillo de tortilla
de patatas condimentado con hormigas;
y, en el cuarto baño alicatado hasta el
techo de sus verdes praderas, abomina
de las telas que tejen las industriosas
arañas en los más altos rincones. En el
frescor de la noche campesina, el
durmiente sueña a menudo con murciélagos que caen del techo y se pasean
peludos y curiosos por su beatífico
rostro; o, festín de arañas o mosquitos
nocharniegos y glotones, se despierta
lleno de ronchas y picaduras.
No es infrecuente que el
ciudadano se pase buena parte de sus
vacaciones en el campo combatiendo obsesivo la fauna de artrópodos; puede
vérsele en el supermercado de la
urbanización veraniega haciendo acopio
de venenos insecticidas, o, antes de
acostarse, enarbolando, a modo de oso
hormiguero mecánico, la
nudosa
aspiradora para chupar los arácnidos,
dípteros,
himenópteros,
hemípteros,
lepidópteros o libélulas que llenan su
segundo hogar...
Pero invirtamos el punto de
vista, pongámonos en el lugar de las
sabandijas que habitan solitarias y a sus
anchas los biotopos veraniegos durante el
resto del año. Sólo adoptando el punto de
vista del enemigo, comprendiéndolo,
podremos enfrentarnos a él con garantías de éxito. Durante la práctica
totalidad del año el campo es un
ecosistema en equilibrio habitado por
innumerables especies de invertebrados
(fundamentalmente insectos) y algunas
de vertebrados en bucólica libertad. De
improviso, la en cierto modo pacífica
pirámide trófica es agredida por la
invasión masiva de uno de los más
terroríficos depredadores estacionarios
que habitan el planeta: el veraneante. ¿No
es natural que los habitantes regulares
del segundo hogar -esa muchedumbre
de sabandijas, culebras, arañitas,
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moscas, cucarachas y mosquitos- se
defiendan del invasor veraniego y piquen
a mansalva?. En el chalé de verano
¿quien es el «okupa»: el mosquito o el
hombre.
La lucha por la supervivencia
veraniega es aparentemente desigual. El
Homo Sapiens Estivalis es un depredador despiadado, dotado de
destacadísimas habilidades zoofóbicas.
Sin embargo, la historia de la evolución
permite deducir que los artrópodos poseen
una capacidad de supervivencia y
adaptación a las circunstancias que no
poseen otros órdenes animales; su éxito
evolutivo es incuestionable.
La elección evolutiva de un
exoesquleto quitinoso, en lugar del
endoesqueleto que caracterizas los
vertebrados, ha puesto límite al tamaño de
los artrópodos (las hormigas gigantes de
películas como La Humanidad en peligro
son pura fantasía) y no les ha
permitido, gracias al cielo, desarrollar un
cerebro tan complejo como el humano.
A cambio, su número de especies y
variedades adaptadas a los nichos
ecológicos más dispares es inmensa, y
magnífica su capacidad de reproducción
en las peores condiciones.
Combatir de frente, cara a
cara, la fauna de insectos y alimañuelas
-muchas de ellas encantadoras- que
pueblan nuestros lugares de veraneo es a
menudo contraproducente; la agresión
sistemática facilita en ellos la elaboración
de resistencias y mutantes de una inmunidad pasmosa y desesperante;
cuando un año creemos haber acabado
con los mosquitos gracias a un nuevo y
brutal insecticida, al año siguiente, una
variedad inmunizada nos obliga a
desarrollar venenos distintos con el
consiguiente beneficio de la industria de
consumo insecticida.
Al fin y al cabo sus ataques casi nunca
son mortales. Tal vez fuera mejor pactar
con ellos, regular unas ciertas
condiciones de convivencia pacífica:
elaborar simpáticos anticuerpos, en lugar
de matar mosquitos a cañonazos.
2. En el frescor de la noche sueña el durmiente con murciélagos
peludos que caen
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