Las calles ya están copadas por antiguas vendedoras y el control municipal cada día es más riguroso, es ahí donde madres solteras jóvenes deben lidiar por su derecho a su subsistencia.
El derecho al trabajo cuando las calles tienen dueños
1. El derecho al trabajo cuando las calles tienen
dueños
Luis Fernando Cantoral
Lizeth Mamani, de 1.50 de estatura y piel morena, es vendedora ambulante y está
en el negocio hace más de diez años. Anduvo por muchos lugares, pero ahora
vende en inmediaciones del mercado de Villa Fátima, en la esquina del remozado
Shopping La Cumbre, sector donde los fines de semana y días no laborables se
instala la feria de vendedores de verduras y de toda variedad de alimentos e
insumos para el hogar.
Con chompa gruesa de lana que le cubre desde el cuello hasta medio muslo de su
pantalón negro, y un sombrero que la protege del áspero frío de julio que lastima
la piel, ofrece cosméticos y pequeñas joyas en un cesto azul parecido a los que se
utilizan para depositar la ropa sucia, a riesgo de que la Guardia Municipal le
decomise su poca mercadería o sea agredida y expulsada del lugar por las
vendedoras agremiadas.
“Vendo porque tengo bocas que alimentar”, señala.
Desde hace cinco años se encarga de sus dos hijas, Anita (2) y Abigail (5). El
padre de las niñas le “vendió” el sueño de formar un hogar, pero nunca cumplió.
Desde entonces, ella sola afronta los gastos de la casa y deja en claro que no
piensa pedirle nada al “desgraciado” porque iniciarle un juicio por manutención
implicaría “gastar tiempo y dinero”, que es lo que le falta.
Es martes y son más de las 09.00. A esa hora hay pocos vendedores pero se
escucha la oferta de llauchas, quinua con manzana, quesos frescos y sostenes y
calzones; son los vendedores ambulantes que van llegando ante la ausencia de la
Guardia y los gremiales.
Lizeth debe ganar como mínimo 30 bolivianos por día para solventar los gastos de
alimentación, pasajes y lo que se presente. Para ello administra un patrimonio de
al menos 1.000 bolivianos que le permite generar además 600 bolivianos para el
pago de alquiler de las dos piezas donde vive y 50 bolivianos para el agua y la luz.
En el mejor de los casos, Lizeth aproxima sus ingresos a un mínimo nacional de
1.805 bolivianos para cubrir los gastos de tres personas.
Me dice que hasta el mediodía “venda o no venda” tiene que ir a recoger a Abigail
quien estudia cerca de El Prado y, por la tarde, a Anita. “No tengo plata para
contratar a una niñera”, reprocha.
2. Pero conseguir el dinero se hace cada día más difícil. Las ventas bajaron hasta un
50% y además debe lidiar con los gremiales y la Guardia Municipal. Ella es una
vendedora sin permiso o “ilegal” y sujeta al decomiso de su mercancía, como le
dicen los munícipes. Por esta situación y por los “constantes abusos” que sufre, al
igual que sus compañeros, inició la creación de una asociación.
“Nosotros no salimos a la calle para ser competencia de los gremiales, sino por la
necesidad que nos obliga, no hay trabajo y tenemos bocas que alimentar”,
expresa.
En sus años de vendedora ambulante vio muchos atropellos contra sus
compañeros sólo por ejercer el derecho al trabajo y a la subsistencia.
Recuerda que hace unos años tuvo que pugnar fuertemente con los efectivos
municipales para rescatar los productos que habían decomisado a un anciano.
Mientras el viejo lloraba afligido sobre una vereda de la avenida Buenos Aires, ella
forcejeaba con los munícipes. “Logré que le devuelvan al viejito sus cosas”, me
dice sonriente y orgullosa.
Las agresiones y frases ofensivas siempre estuvieron presentes en su vida de
vendedora. “Qué hace un anciano trabajando, por qué no se va al asilo” o “qué
hacen ustedes aquí dando mal aspecto, ilegales, estorbos de la ciudad”, son
algunas frases que repite de la Guardia Municipal, de quienes asegura que están
prestos a golpear si reclamas.
Por esta situación, y en defensa del derecho al trabajo en un país con desempleo,
acudieron a varios lugares como Derechos Humanos y la Defensoría del Pueblo.
Pero “ellos nos dicen que ese tema le compete a la Alcaldía, pero la Alcaldía nos
quita nuestras cosas, entonces quién nos va a escuchar. Nosotros no estamos
delinquiendo, estamos buscando cómo sobrevivir”, dice muy indignada.
También pidieron audiencia como asociación al director de la Unidad de Mercados
del municipio, Kevin Martínez, pero sin resultados. Más bien “nos ha amenazado
que ya no sólo se van a llevar la mercadería en la camioneta, sino también a
nosotros”.
Lizeth quiere plantear a la Alcaldía tributar para “parar ese abuso” y haya “un poco
más de respeto entre las señoras estables y el vendedor ambulante”.
El economista peruano Enrique Ghersi aclara que el vendedor ambulante es, en
primer lugar, un comerciante con fines lícitos, porque busca su sobrevivencia, pero
se tiene que basar en medios ilícitos, como no cumplir con las normas, porque no
le queda otro remedio que hacerlo así. En ese sentido, dice que no son ilegales
las personas, sino sus actividades.
3. Y es que Lizeth, al igual que unas 30.000 personas informales, trabaja sin permiso
en las calles porque desde 1994 la Unidad de Mercados del Gobierno Municipal
de La Paz optó por ya no entregar más autorizaciones.
La asociación en formación tiene casi 400 afiliados y está conformada en un 90%
por mujeres, de las cuales el 60% son madres solteras y administran patrimonios
que van desde 60 hasta 1.200 bolivianos. No se trata de grandes comerciantes,
sino de aquellos que venden refresco en balde, llauchas, pequeños artículos en
general, ropa interior, entre otros.
Mientras conversamos, mujeres de mandil verde claro con gorra blanca y barbijo
en la quijada recorren el lugar diciendo a los vendedores ambulantes “tiene que
ambular, tiene que ambular”; “levantan” a los “ilegales” y no permite que se
queden.
El libro “La batalla por la calle”, del investigador Bruno Rojas, señala que las
organizaciones de gremiales llegaron a tal punto que se disputan milímetro a
milímetro el espacio público y donde quienes no son de la asociación, son
conminados a dejar el lugar.
Hay calles como la Tumusla y la avenida Buenos Aires donde los gremiales
trabajan hasta en tres turnos y frecuentemente tienen conflictos con la Guardia
Municipal, el tránsito vehicular, los vecinos y entre ellos mismos. “Los puestos en
la calle se venden a elevados precios, incluso se vuelven hereditarios, donde el
gremial ejerce un derecho de propiedad en el espacio público”, explica Rojas.
Los vendedores ambulantes informales y de precarios recursos constituyen uno de
los sectores más vulnerables de la sociedad. Ser mujer y madre soltera en este
ámbito agrava mucho más los niveles de riesgo, más aún en una sociedad
marcadamente machista y violenta contra las mujeres, y que ha conseguido el
nefasto récord de ser el primer país de la región con el mayor índice de violencia
hacia la mujer, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y donde, desde
el punto de vista legal y religioso tradicional, un hogar de madre soltera no es
considerado modelo de familia.
Un estudio realizado por la Universidad de Humboldt, Alemania, afirma que las
madres solteras tienen mejor autoestima que las solteras sin hijos, por su
capacidad para sacar adelante a sus hijos sin la ayuda de una pareja; se sienten
más fuertes, trabajadoras, positivas y responsables que aquellas que no tienen
hijos.
Las madres solteras -prosigue el estudio- no sólo son más positivas y
responsables sino que también son más flexibles puesto que tuvieron la gran
capacidad de adaptarse a las circunstancias especiales que les deparó la vida.
4. Pero llevar sobre sus espaldas toda esa carga de compaginar la vida familiar y
laboral, estando solas, genera problemas de salud que se manifiestan sobre todo
en dolores de cabeza, taquicardia y gastritis, según un estudio del Departamento
de Sociología y Antropología de la Universidad Bar Ilan de Israel.
Sin embargo, Lizeth es una mujer optimista y siempre sonríe. A pesar de las
adversidades que afronta, dice que no se puede quejar porque siendo vendedora
ambulante tiene más tiempo para dar cariño y atención a sus hijas. No quiere que
sientan la falta de su madre como pasó con ella, que desde los 12 años tuvo que
criarse con una tía, por las constantes peleas de sus padres.
Cuenta que afronta su peor drama cuando sus hijas se enferman y justo ocurre
cuando tiene menos dinero.
Si no hay caso de llevarlas a un lugar les digo: “‘quédense, yo nomás expondré la
vida’ –esboza una sonrisa-, porque ahora hay mucho de eso de la gripe AH1N1”.
Y es que “una madre siempre piensa dos veces; una por ella y otra por sus hijos”
antes de tomar una decisión, verdad que parafraseaba Sophia Loren, la actriz más
universal de Italia, quien de niña sufrió los rigores de un mal padre que se olvidó
de ella y de su hermana, pero salió adelante con el esfuerzo de su progenitora.
La oficina de Kevin Martínez, director de la Unidad de Mercados, de unos 40 años,
está ubicada en un ambiente del tercer piso del Mercado Miraflores. En la
antesala, una alfombra vieja y hecha girones, que parece que estuvo ahí desde
siempre, da la bienvenida a los visitantes.
“En el tema de los gremiales nosotros vemos los efectos y no las causas”, me
aclara.
Considera que el problema de los vendedores ambulantes no se solucionará con
dar patentes a todos, que según sus datos suman 28.750, y remarca que no habrá
más permisos. Su unidad, junto a la Guardia Municipal, se encarga de regular el
ámbito gremial y reprimir a los no registrados o “ilegales”.
Me dice que tal es la cantidad de gremiales que en la ciudad de La Paz hay “uno
por cada 10 habitantes”.
El investigador René Pereira Morató, en su libro Las contradicciones entre el
derecho al empleo y el derecho a la ciudad, señala que el comercio en vía pública
en la sede de Gobierno tiene un rostro predominantemente femenino y que en la
mayoría de los casos es un sector reflejo de la pobreza.
5. Subraya que mientras las ciudades del país estén desindustrializadas,
desempleadas y desalarizadas, una gran parte de las principales calles estarán
abarrotadas de comerciantes minoristas.
De acuerdo al Censo 2012 del INE, en el país hay 2.282.006 de madres. De ese
total, tres de cada diez son jefas de hogar, es decir, 789.225 (34,6%) mujeres
trabajan para mantener solas a su familia.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 127 millones de
latinoamericanos, un 47% del mercado laboral, pertenecen a la categoría informal.
Ya son las 12:00 y Lizeth no vendió nada. Me siento responsable por ello, pues la
mantuve conversando todo el rato. Ella regresará a las 16:00 a vender, luego de
recoger a sus hijas, hacerlas almorzar y llevarlas a la casa, para continuar con su
rutina, que será hasta las 19:00 como máximo, porque debe estar con sus hijas.
“Ellas me necesitan”, finaliza.